Relato: Mi sobrino me la dio bien dada
Aunque sabe que cualquier cosa que contenga alcohol pero especialmente la cerveza, la pone en un estado de euf�rica alegr�a en la que algunas veces hasta ha perdido el sentido de la realidad s�lo para recobrarla al d�a siguiente con un martirizante dolor de cabeza, hace tanto que no sale de su casa, que esa noche se ha permitido bajar la guardia en el cumplea�os de su nieta, segura que el regreso est� asegurado por la presencia de un sobrino que pasa circunstancialmente unos d�as en su casa.
Cercanas las dos de la ma�ana y en medio de reprimidas carcajadas porque con su tambaleo no alcanza a acertar la entrada al edificio, acepta el auxilio de Juli�n para que la ayude. Pas�ndole un brazo por la cintura, la conduce hasta el departamento y tras abrir la puerta, la impulsa hacia el comedor diario con un cari�oso empuj�n en las nalgas que, en medio de su confusi�n, le parece demasiado intencionado por la manera en que ha estrujado sus carnes.
No es que le disguste que le toquen el trasero, ya que a los cincuenta a�os eso es un halago, pero en una reacci�n natural, intenta darse vuelta para protestarle por esa confianzuda caricia, cuando Lucas la abraza desde atr�s y tras hundir la boca en su cuello, le murmura si no ser�a fant�stico rematar la noche con un poco de sexo.
La madurez no la ha asexuado y todav�a mantiene con su marido unas tranquilas relaciones en las que ya, a causa de una fatiga natural de la edad o porque no quiere ofenderlo en su hombr�a oblig�ndolo a c�pulas en las que no siempre conseguir�a eyacular, se contentan con largas sesiones de sexo oral mutuo en las que ella descarga sus tensiones, porque el bichito del deseo sigue vivo y hurgando sus entra�as.
Como su marido est� durmiendo, intenta desasirse silenciosamente de los brazos de Juli�n pero aquel la domina con su corpulencia y en tanto la mantiene estrechada contra �l con un solo brazo, desliza una mano hacia la cintura el�stica del pantal�n e introduci�ndola, se desliza sobre la bombacha hacia su entrepierna y apoy�ndola contra la comba de la vulva, la atrae para que sienta en su grupa la fortaleza del miembro.
Aun a trav�s de las telas, el falo impresiona por su r�gido abultamiento y eso es precisamente lo que la saca de quicio; sacando fuerzas de donde cre�a no tener, se debate violentamente pero eso no hace sino exasperar a su sobrino, quien, empuj�ndola hasta la mesa cercana, la aplasta contra ella. Terminando de bajarle el pantal�n hasta las rodillas junto con la trusa, saca la verga de su encierro y mientras le aplasta la cabeza contra el tablero, va introduci�ndola en la vagina.
A pesar de ser s�lo diez a�os menor, Juli�n tiene la fortaleza de un joven y el falo, enorme, va dilatando esos tejidos anquilosados. Desde una experiencia extra�a que aun ahora la averg�enza, hace ya treinta a�os que no siente una verga tan descomunal en su interior y mientras siente que, como entonces, a su paso va lacerando y destrozando la delicada piel del canal vaginal, un borboll�n de sensaciones a las que cre�a definitivamente olvidadas tienen nacimiento en el �tero para luego expandirse placenteramente por todo el cuerpo.
Aun as�, no se resigna a entregarse para ser violada por aquel a quien tuviera en brazos desde que era un beb� y, haciendo un esfuerzo, sacude el cuerpo al tiempo que intenta despegarse de la mesa, pero eso s�lo sirve para enfurecer m�s a Juli�n quien, mientras la insulta con bronca voz baja trat�ndola de vieja puta, vuelve a restregar su cara contra la madera y abri�ndole aun m�s la piernas con sus pies, termina de penetrarla hasta que el pantal�n se estrella contra sus nalgas.
Neg�ndoselo en conciencia, no puede menos que sentir el renacer de viejas emociones y disfrutando placenteramente con el vaiv�n de esa c�pula inicial, no puede evitar los gemidos de genuino goce mientras lleva instintivamente sus manos hacia atr�s para dilatar m�s sus nalgas.
Comprendiendo que ya est� entregada y manteni�ndola empalada con la verga, Juli�n se desprende de la remera y el pantal�n y entonces s�, con esa libertad que da la desnudez, la aferra por las caderas para darle a su cuerpo un cadencioso hamacar que termina de obnubilar a su t�a; desasi�ndose del pantal�n y la bombacha enredados en los pies, se apoya en sus codos sobre el tablero para acompa�ar el mecerse de �l con el flexionar de las piernas, sintiendo como esa verga maravillosa la puebla de placeres olvidados.
Su voz enronquecida por el deseo y el forzado tono bajo, expresa toda su calentura cuando le pide a Juli�n que la lleve al orgasmo. Este comprende la excitaci�n que debe de tener esa mujer que, por m�s voluntariosa que sea, seguramente no es bien servida por su marido desde vaya a saberse cuanto tiempo y, tras cuatro o cinco remezones en que la hace gemir por la violencia de las embestidas, sale de ella para hacerla parar y d�ndola vuelta, le quita la remera y el min�sculo corpi�o veraniego.
Verdaderamente, los a�os no parecen haber hecho mella en su cuerpo que, mantenido a fuerza de gimnasia, aun se muestra lozano y salvo algunas flojeras en el vientre y los senos, todav�a se propone tentador a cualquier hombre.
Poniendo sus manos en las nalgas, �l la alza y conduci�ndola para que se vaya recostando sobre la mesa, le abre las piernas para inclinarse sobre ella y buscando con manos y boca los senos palpitantes, la hace entrar a un alucinante tiovivo de placer; mientras los dedos se prodigan en la generosidad de las carnes en una mezcla de caricia con estrujamiento, la lengua se abate sobre las aureolas para reconocer su texturada superficie. Luego de recorrerla con insistentes lambeteos, se dedica a fustigar a los pezones que ceden el�sticamente a su empuje y entonces, �l pone la boca a chupetearlos en una verdadera mamada que la hace exigirle por m�s mientras sus dedos acarician el sedoso cabello del hombre a quien todav�a considera un muchacho.
Satisfaci�ndola, Juli�n suma a los chupones el auxilio de los dientes que rastrillan los pezones sin lastimarla para luego estirarlos y en medio de sus apagados ayes de placer, alterna los chupeteos con recios retorcimientos de los dedos que, ante su afirmaci�n de que as� le gusta ser sometida, clavan en la carne el filo de sus gruesas u�as.
Alejandra alza las piernas encogidas y apoyando los talones contra las nalgas de su sobrino, presiona y afloja en un instintivo coito, en tanto que sus manos empujan la cabeza hacia abajo al tiempo que le suplica la haga acabar haci�ndole sexo oral.
Juli�n comprende la angustia que ha colocado en el cuerpo de esa mujer que demuestra mantener vivos los reflejos sexuales de su juventud y descendiendo a lo largo del vientre, arriba a una alfombra de vello chispeado de canas pero prolijamente recortado que cubre a un abultado Monte de Venus; la vulva se muestra oscurecida y los bordes de la rendija han adquirido un tono negruzco casi viol�ceo que muestra el contraste con el interior cuando �l abre con dos dedos los labios mayores.
De un subido color rosado, los labios menores exhiben la frondosidad de sus frunces que cuelgan para mostrar en la parte inferior dos l�bulos carnosos que cubren la entrada a la vagina; poniendo en acci�n a la lengua, esta tremola sobre los arrepollados pliegues en un lerdo recorrido que la lleva arriba y abajo, degustando los jugos agridulces del sexo.
Demostrando ser due�a de una lubricidad que los a�os no hicieran desaparecer, su t�a sostiene las piernas entre las manos para encogerlas hasta casi los senos mientras proclama insistentemente que s�, que as� quiere ser mineteada; Alejandra est� disfrutando como no lo hace desde hace muchos a�os en que otras bocas que no fueron la de su marido le proporcionaran semejante goce y siente como la lengua se desliza hacia el fondo del �valo para recorrer su lisa superficie y estimular vibrante la abertura de la uretra.
Loca de pasi�n, le pide que le chupe el cl�toris y entonces la lengua sube para rebuscar debajo del capuch�n que lo cubre, excitando al peque�o glande que esconde un delgado tegumento y ella siente un placer inefable cuando dos dedos aferran al tubo carneo para restregarlo entre ellos en una m�nima masturbaci�n que va logrando el objetivo de endurecerlo.
Los labios se prodigan en el chupeteo a los frunces y lentamente van arribando a la apertura dilatada de la vagina a la que succionan como una ventosa para despu�s y entre los broncos rugidos sofocados de su t�a, introducir la lengua que viborea en el interior sorbiendo la pl�tora de mucosas que lo ba�an.
Ya fuera de control, Alejandra corcovea en la hist�rica necesidad de eyacular y en ese instante, siente como Juli�n suplanta a la boca por dos dedos a los que introduce hasta que los nudillos le impiden penetrar m�s y, encorv�ndolos, rasca todo su interior con lentos movimientos de la mu�eca de izquierda a derecha y ese goce le hace soltar las piernas para mantenerlas encogidas en el aire mientras se aferra con las manos al borde de la mesa para proyectar su cuerpo contra esa boca y dedos que le estan proporcionando tanta felicidad.
Ante tanta infatigable voluptuosidad y con la pelvis de Alejandra subiendo y bajando en recios empellones, �l se aplica a chupar intensamente al cl�toris y los dedos que lo retorc�an pasan a realizar similar tarea con los colgajos al tiempo que a los que hurgan en la vagina, se suman los restantes para formar una cu�a que la penetra en violento vaiv�n hasta que Alejandra, sollozante por tanta dichosa satisfacci�n, expulsa el l�quido alivio del orgasmo en medio de sordos gru�idos y hondos suspiros.
Despu�s de unos momentos en que se deja estar desfallecida tratando de recuperar el aliento, obedece las indicaciones de su sobrino quien la apremia para que descienda de la mesa y le haga una felaci�n. Ella desea expresarle su agradecimiento por tan delicioso sexo y acuclill�ndose ante �l, - porque a�os de hacerlo le han ense�ado que el arrodillarse no s�lo la obliga a acelerar los tiempos sino que hace evidente la felaci�n por los moretones que produce -, toma entre los dedos el pene que, tumefacto, cuelga como una morcilla.
Olorosa aun de sus jugos, la floja verga la incita a chuparla e introduci�ndola en la boca, la estimula con la lengua en tanto la comprime y suelta con los dedos para conseguir su erecci�n; con la edad de su marido, ella es experta en aquellos menesteres y ejerciendo casi una masticaci�n sobre el �rgano, va consiguiendo que vaya cobrando rigidez.
Ya al tacto de la mano siente crecer la carnadura que lo convertir� en un verdadero falo y, al tiempo que los dedos se deslizan arriba y abajo masturb�ndolo, inicia con la boca una serie de chupadas al glande hasta que su misma avidez le hace abrir la boca para meterlo hasta que roza el fondo y entonces, ci��ndolo entre los labios, comienza una lenta y profunda felaci�n.
Juli�n esta contento con que su t�a sea una diletante del sexo oral y sintiendo ya las ganas de eyacular, la aferra por el cort�simo cabello para hamacar el cuerpo mientras penetra su boca como a una vagina; haci�ndose eco de ese entusiasmo, ella se quita los dientes postizos de abajo y arriba para que su boca se convierta verdaderamente en un conducto natural para la penetraci�n.
El hundimiento de los labios y las enc�as desnudas que normalmente la avergonzar�an ante terceros, se transforman en un formidable elemento sexual, ya que los primeros adoptan el car�cter de un tubo maleable similar al de la vagina que encierra la verga, mientras que los segundos presionan duramente contra la carne sin posibilidad de lastimarla en algo que ninguna sexo es capaz de realizar, con el agregado que la lengua vapulea vigorosamente al falo.
Para el hombre, aquello se convierte en una experiencia in�dita; exaltado por el placer, morigera la rapidez del coito a un cadencioso vaiv�n y mientras siente a los dedos de Alejandra acompa�ar ese movimiento con la masturbaci�n sobre la espesa saliva que cubre al falo, experimenta ese golpe en los ri�ones que le anuncia su eyaculaci�n y en tanto la proclama entre sordos bramidos, acelera el balanceo que es complementado por el aumento en la succi�n de Alejandra quien, a los pocos momentos, experimenta en su boca el estallido de los impetuosos chorros de esperma que, para su deleite, Juli�n vuelca espasm�dicamente.
Enardecida por el sabor almendrado del semen, ella contin�a masturb�ndolo mientras saborea con fruici�n la eyaculaci�n y cuando se apresta a dar por terminada la mamada, es su sobrino quien le exige que siga haci�ndoselo para evitar que el falo decaiga y continuar con la c�pula; echando mano a todo su repertorio, con el concurso de lengua, labios, enc�a y dedos, no s�lo consigue mantener la erecci�n sino que aquella cobra aun mayor dureza y cuando Juli�n est� satisfecho con ese tama�o, se acuesta en el piso para indicarle que lo monte.
La posici�n dominante es una de las que m�s ha practicado en los �ltimos a�os y as� como est�, se ahorcaja sobre la entrepierna del hombre para luego ir bajando el cuerpo hasta sentir como la verga, manejada por una mano de Juli�n, va introduci�ndose en la vagina; nuevamente el portento de ese miembro la alucina y manteniendo el equilibrio con las manos apoyadas en las rodillas, inicia un lerdo galope que cada vez la entusiasma m�s, especialmente porque �l estruja entre los dedos sus senos bamboleantes.
Aunque el falo golpea hasta m�s all� del cuello uterino. Alejandra siente que necesita experimentar m�s el roce sobre su punto G y acomodando las piernas, echa el cuerpo hacia atr�s para, aferrada a las piernas abiertas de Juli�n, flexionar las suyas para rempujar violentamente contra la pelvis masculina.
La extenuante posici�n, la obliga a que, despu�s de unos momentos que le parecen maravillosos, se enderece para arrodillarse - aun a riesgo de tener que justificar al otro d�a los inevitables moretones - e inclinarse sobre el torso de su sobrino y as� comenzar un galope con el que va modificando en cada remez�n el �ngulo de la penetraci�n; pidi�ndole a �l que sobe m�s fuertemente sus pechos, se extas�a en esa jineteada fenomenal, hasta que Juli�n la detiene para pedirle que sea ella quien se acueste boca arriba.
Cuando lo hace, �l se arrodilla a su frente y tom�ndole las piernas, las coloca enganchadas a sus hombros para volver a someterla por el sexo. Manteni�ndole la pelvis alzada con las manos y gracias a la presi�n de sus talones en la espalda, �l hace que la penetraci�n sea aun mejor e inclin�ndose cada vez un poco m�s, comprime sus muslos dolorosamente con los hombros y cuando ella menos lo espera, saca al falo del sexo para apoyarlo sobre el ano.
Aunque a su edad ya no le queda orificio por el que ser virgen, tampoco es una fan�tica de las sodom�as; a lo largo de su vida las ha soportado y disfrutado plenamente en contadas ocasiones y no todas a manos de su esposo, pero lo que la preocupa ahora, adem�s del sufrimiento l�gico, son las hemorroides que en los �ltimos tiempos la vuelven loca.
Pero su sobrino no le da tiempo a especulaciones y dici�ndole que ni se anime a chistar, va empujando para que lentamente la poderosa barra de carne vaya irrumpiendo a la tripa. El dolor le hace ver realmente los fogonazos de unas luces que la enceguecen y en medio de sordos bramidos, tap�ndose la boca para evitar el grito, va sintiendo como toda la poderosa verga se introduce a la tripa hasta que la pelvis de Juli�n se estrella contra sus nalgas.
Lo sorprendente es que, cuando �l inicia un moroso ir y venir, sus aprensiones con respecto a las hemorroides resultan vanas y el martirio es suplantado, como hace tanto tiempo, por esa maravillosa sensaci�n que s�lo la sodom�a otorga y que la hace �nica; euf�rica por tal acontecimiento, se aferra a los antebrazos de �l para darse envi�n y as� mejorar m�s si cabe la culeada.
Vi�ndola gozar como �l no esperaba, Juli�n va d�ndola vuelta sin sacar al falo del ano y cuando ella est� arrodillada, le pide que se sostenga con sus brazos estirados y asi�ndola por las caderas, se incorpora para quedar acuclillado; con esa libertad de movimientos, se da envi�n para que la verga penetre tan hondamente que sus carnes chasquean al golpetearse y sintiendo como nunca ha sentido una sodom�a, ella misma hamaca el cuerpo para que la penetraci�n le sea m�s satisfactoria.
La sodom�a se le hace maravillosamente placentera y ya hasta las mismas hemorroides parecen contribuir a elevar ese goce al nivel de lo sublime y entonces, apoyando el codo doblado contra el piso para dejar descansar la frente en el antebrazo, estira su otra mano hasta alcanzar a tocar la verga que se introduce al ano; tanteando al tronco con dos dedos, desciende sobre el perineo hasta encontrar la dilatada entrada a la vagina y uni�ndolos, los mete tan profundamente como puede, acompa�ando el ritmo del hombre en un rascado vehemente a las carnes. Cuando este incrementa el duro golpeteo, los dedos transportan las espesas mucosas hasta el cl�toris y restreg�ndolo enloquecidamente, en medio de bramidos y ronquidos reprimidos de los dos, Alejandra siente c�mo en su tripa se derrama la tibia simiente mientras por los muslos corren las chirleras de sus jugos org�smicos.
Despu�s de haberse lavado profundamente con agua pero sin ba�arse para que los inevitables perfumes del jab�n no la denuncien, entra al dormitorio para anunciarle su llegada al marido con un beso en la frente y desvisti�ndose mientras �l le pregunta adormilado si lo ha disfrutado, le responde jubilosa que no imagina cu�nto y sintiendo el dulce palpitar de su sexo y ano, se acurruca en cucharita junto a �l.
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Relato: Mi sobrino me la dio bien dada
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