Relato: Edipo Rey





Relato: Edipo Rey


EDIPO REY


En el palacio todos observaban expectantes a aquel joven
muchacho de aspecto encantador que estaba de rodillas en el suelo. Creonte,
enfrente de �l, con su hermana Yocasta a su lado, lo miraba con incertidumbre.



-Lev�ntate. Dicen que t� eres el que ha conseguido derrotar a
la terrible Esfinge, que has resuelto su acertijo, pero ni mis mejores sabios lo
consiguieron. Cu�ntanos como lo hiciste, y si tus palabras resultan sinceras, no
solo te concedo la mano de mi hermana, si no tambi�n el trono de Tebas.



-Os lo contar� majestad. Durante mucho tiempo he estado
vagando por los caminos, recorriendo y conociendo el mundo, cuando escuch�
hablar de la tragedia que azotaba vuestra ciudad y de la bestia que os asediaba.
Deb�is saber que soy hijo de reyes, de Polinio y Peribea de Corinto, y no me
educaron para quedarme al margen de semejantes atrocidades, as� que part� hacia
la guarida de la Esfinge, cuya visi�n me horroriz�: su cuerpo era de perro, pero
ten�a las manos, la cara y la cabeza de mujer y voz de hombre, con una cola de
serpiente, alas de p�jaro y garras de le�n en sus patas traseras. Desafiante, la
Esfinge me plante� su enigma: "Dime, mortal, �cu�l es el animal que en la ma�ana
camina a cuatro patas, en la tarde lo hace a dos y a la noche lo hace a tres?.
Si no respondes o respondes mal, caer� mi furia sobre ti". Me qued� algo confuso
por semejante acertijo y me sent� a pensar sobre una roca. Debido a un traspi�
casi ca� al suelo, pero lo evit� apoy�ndome en una pared cercana. Fue en ese
instante que supe la respuesta, y me gir� para responder: "Ya s� la respuesta,
monstruo del T�rtaro. ��Es el hombre!!. En la ma�ana, su ni�ez, gatea; en la
tarde de su vida, la madurez, camina erguido; y en la noche, su vejez, se apoya
con un bast�n para caminar". Viendo que hab�a adivinado el acertijo la Esfinge
huy� aterrada, tropezando con una roca en su huida y cayendo de cabeza,
estrell�ndose contra una roca mientras ca�a cuesta abajo.



-Realmente eres un joven muy listo y sabio. Cumpliendo mi
palabra, aqu� tienes mi corona y a mi hermana. �C�mo os llam�is?.



-Soy Edipo, pr�ncipe de Corinto.



-��Salve, Edipo, rey de Tebas-grit� para proclamar el nuevo
rey-!!, ��SALVE!!.



Vi�ndose coreado por todos y convertido en rey tom� de la
mano a su futura reina, quien no pudo si no sonrojarse avergonzada.



-�Qu� ocurre Yocasta?, �qu� os sucede-pregunt� �l-?.



-Perdonadme, mi futuro rey, pero seguramente debo
decepcionaros, pues no soy una joven como vos. Debo pareceros una vieja.



-Es cierto que no eres una joven, pero sois m�s bellas que
muchas muchachas de mi edad, y sabed que a�n sois bell�sima y que me hab�is
enamorado con vuestra deslumbrante belleza. No eres una vieja, esposa, si no una
gran mujer.



Al o�rlo ella se sinti� agraciada y acept� la propuesta, por
lo que comenzaron los festejos para celebrar que de nuevo Tebas ten�a rey, ya
que Creonte no era m�s que un reemplazo provisional en espera de alguien que
ocupase el trono. Ya de noche, rey y reina se fueron a su dormitorio. �l no
paraba de halagarla, de acariciarla, pero �sta qued� ensombrecida, y casi rompi�
a llorar.



-�Qu� ha pasado?. Hablad por favor, me consume veros tan
abatida.



-Siento ser tan triste en tan feliz momento, pero es que no
puedo dejar de recordar a mi hijo. Me record�is a �l, ya que de vivir, ahora
tendr�a vuestra edad.



-�Qu� le ocurri�-pregunt� expectante-?.



-Los dioses maldijeron al ni�o, y muri� apenas vino al mundo,
y aunque quise darle hijos a Layo, mi primer esposo, no pude hacerlo, ya que �l
comenz� a ausentarse para ir a la guerra, hasta que finalmente muri� hace cuatro
a�os.



-Sabed que lamento much�simo su p�rdida, pero ahora todo eso
pas�, y s� que me dar�s los hijos m�s hermosos de cuantos se hayan visto, y as�
perpetuaremos nuestro reinado hasta la consumaci�n de los tiempos.



Yocasta se enjuag� las l�grimas y abraz� a aquel muchacho,
quien se apret� contra ella.



-Los dioses me bendicen, pues la mujer que me har� un hombre
no solo es hermosa, si no tambi�n una reina.



-Pues venid rey m�o, y dejad que os haga el gran hombre que
sois.



Ech�ndose en la cama los dos se desnudaron, y Edipo qued�
gratamente impresionado por el cuerpo de Yocasta. Su fragancia, su tacto, la
dulzura de su piel, todo era embriagador. Pos� sus labios sobre los pechos de
ella y comenz� a mamar de ellos.



-Mmmmmmmm�seguid as�, seguid�ser�is como el hijo que no tuve,
amamantaos todo lo que quer�is�aaaaaaaaahh aaaaaaahh�



-Tienes un cuerpo que la propia Afrodita envidiar�a. No
dejar� un solo rinc�n por probar.



Edipo toc� los pezones color canela de Yocasta, usando los
pulgares para aplastarlos y moverlos de lado a lado. Luego us� los pulgares e
�ndices para cogerlos con suavidad y girarlos entre los dedos. Volvi� a pasar la
lengua por ellos, los sabore� y chup� haciendo una ventosa de sus labios. De
improviso se puso a alternar sus pezones con las areolas, dibujando c�rculos
alrededor del pez�n sin llegar a tocarlo, y luego centr�ndose de nuevo en ellos.
La cara de Yocasta era la expresi�n de placer en estado sumo. Se abrazaba a �l y
lo animaba a seguir, le dec�a con las manos que por nada del mundo parase. �l se
entregaba por entero a darle placer a ella, a oler su largo pelo azabache y sus
ojos almendrados, a besar sus sonrosados y carnosos labios, a besar su cuello
para hacerla gemir. Sus manos recorr�an el cuerpo de Yocasta de arriba abajo y
volvieron a posarse en sus tetas, que amasaba como si intentase hacer una gran
hogaza de pan. No se cansaba de mamar de ellas, como si fuese un ni�o glot�n.



-Oooooooooooohh oooooooohh oooooooooohh ooooooooohh�eres un
maestro en las artes amatorias��y a�n dices que eres virgen?...



-Es la verdad�eres la primera mujer a la que amar�



-Pues deja que te ense�e a amar. Ser� tu maestra.



Al decir esto Yocasta pos� su mano sobre el erecto miembro de
Edipo, viendo claramente como la juventud de �l obraban maravillas, pues se
encontraba duro como roca. Lo palme� largo rato, prodig�ndose en caricias y
mimos a su pene, bes�ndolo y reverenci�ndolo como si se tratase de un dios al
que adorar. Edipo hac�a esfuerzos tit�nicos por verlo, procurando mantener los
ojos abiertos a pesar de las sensaciones tan incre�bles que experimentaba por
primera vez en su vida. Nunca hab�a conocido nada igual, y sab�a que solo ella
ser�a capaz de d�rselo.



-Rel�jate, pues voy a complacerte en todo lo que ordenes.



Ech�ndose sobre la amplia cama, Yocasta agarr� bien el
miembro de Edipo, lo acerc� a su boca y ech� su c�lido aliento sobre �l,
haciendo gemir entre dientes a su joven esposo. A continuaci�n pos� los labios
sobre �l, besando la punta roja que asomaba y bajando hasta la base, acogiendo
sus test�culos con las manos para masajearlos y que �l se dejase llevar. La
lujuria que la embargaba era algo que ella misma desconoc�a, pues ni con su
anterior marido habr�a probado a hacer algo semejante. Algo en Edipo la animaba
a satisfacer los deseos m�s rec�nditos de su ser. Con cada beso sent�a el ardor
que manaba de tan potente virilidad, y cautiva por la lujuria, abri� su boca,
trag�ndoselo todo hasta la campanilla, aferrando bien el miembro, subiendo y
bajando la cabeza para deleitarse con el sabor de la hombr�a de Edipo.



-Mmmmmmmm mmmmmmmm mmmmmm mmmmmmm mmmmmmm�no te detengas�no
pares�aaaaaaaaahh aaaaaaaaahh aaaaaaahh aaaaaahh�no sab�a que se hiciese esto�te
amo Yocasta�te amoooooooooooooooooo�



Como respuesta, Yocasta comenz� a menear la cabeza y a usar
la lengua para enroscarla alrededor de su erecci�n, como una serpiente que se
enroscase a un rat�n para estrujarlo y luego com�rselo. La inesperada maestr�a
de Yocasta en la felaci�n la sorprendi� incluso a ella misma, pues era la
primera que hac�a en su vida, pero algo la indicaba como hacerlo del mejor modo
para hacer gozar a su amante y esposo. Se crey� guiada por la propia Afrodita,
que ella daba su bendici�n a aquella relaci�n. Animada por esa idea continu� con
su maniobra, haci�ndolo cada vez con m�s fuerza, escuchando entusiasmada los
sonoros gemidos de Edipo, quien se retorc�a en la cama de un lado a otro
mientras Yocasta probaba sus habilidades en el arte de amar.



-Aaaaaaahh aaaaaaahh aaaaaaaaahh��detente!...�d�jame!...ahora
me toca a m�quiero ense�arte lo mucho que yo tambi�n te amo�



Yocasta se par� y Edipo la puso en su lugar. Poni�ndose entre
las piernas de ella, Edipo las separ� y observ� atentamente su maravillosa
feminidad. Sus labios se encontraban sonrosados e hinchados, con una ligera
abertura que se manten�a en todo momento, sin cerrarse jam�s. Un cl�toris
endurecido coronaba aquella belleza, con un pubis atractivo de mata reluciente,
cuyo aspecto daba la impresi�n de que hab�a sido recortado para tener esa forma
perfecta, pero que despu�s comprob� que era as� por naturaleza. Los dioses
hab�an dado a su esposa la figura de una ninfa. Al acercar su nariz capt� el
fragante y dulce olor de su cuerpo, y perdi� la cordura. Posando sus labios en
la feminidad de Yocasta se dedic� a probar el sabor tan dulce que ten�a. �sta
qued� impresionada por la osad�a de Edipo y su atrevimiento por besarla "ah�".



-Ooooooooohh ooooooohh oooooooooooohh�no sigas por favor��no
te da asco besarme en esa parte?...



-Para nada�es dulc�simo y sabroso�as� como me lo hiciste a m�
ahora me toca hac�rtelo a ti�d�jate llevar y disfruta�disfrutad del amor que te
doy�



Incapaz de hablar coherentemente Yocasta se volvi� a recostar
en la cama, agarr�ndose con fuerza a las s�banas y retorci�ndolas para aguantar
los besos tan �ntimos que estaba recibiendo y que la estaban volviendo loca.
Repentinamente not� la lengua de �l explor�ndola, dibujando letras y figuras,
excitando cada rinc�n, cada cent�metro, cada mil�metro de su gruta. Not� como
las manos de Edipo sub�an por su vientre y jugaban con su ombligo hasta que
siguieron subiendo, aferr�ndose de nuevo a sus pezones y sujetando sus pechos
con sus grandes manos. La manera en que hab�a empezado a lamerla era
sencillamente indescriptible. Yocasta cre�a que hab�a muerto ascendido al
Olimpo. Que manera de probar sus jugos, era insaciable. Sent�a como chorreaba en
su cara y como �l beb�a como si fuese ambros�a de los dioses. La devoci�n que �l
ten�a por su cuerpo era enorme. De pronto se par�.



-Voy a amarte m�s de lo nunca nadie te ha amado. Ser� el
hombre que mejor haya sabido amarte, el que m�s te haya amado.



La declaraci�n de intenciones puso a Yocasta al filo de la
locura, as� que abri� los brazos para recibir a Edipo. �ste gui� su miembro
hasta la entrada de la gruta de ella, luego empuj� un poco y lenta y
cuidadosamente se la meti� hasta tenerla totalmente penetrada. Ambos se besaron
largamente, explorando con sus lenguas el sabor del otro, descubriendo nuevos
placeres a cada segundo. Tras unos segundos en el que estuvieron como en trance,
acomod�ndose entre s� despu�s de la penetraci�n, Edipo comenz� a mover sus
caderas para yacer con su amada esposa. La forma en que �l se mov�a hac�a que
ella jadease de placer y lo abrazase. Incapaz de seguir inm�vil cruz� las
piernas por la cintura de �l, consiguiendo que la penetrase m�s profundamente.



-Aaaaaaahh aaaaaaaaaaaahh aaaaaaaaaahh aaaaaaaahh�te amo
Yocasta�te amooooooooooooooooooooo�ag�rrate a m�c�gete fuerte�



-Sigue am�ndome�amadmeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee�hace ya tanto
tiempo que no disfruto�estoy muy necesitada�ooooooooohh ooooooohh ooooooooohh�



-Pues ya nunca estar�s as�te satisfar� en todo�aaaaah
aaaaaahh aaaaaaaaaahh�eres la mujer m�s bella del mundo�hasta las mismas diosas
te envidian�aaaaaaaaahh aaaahh aaaaaaaaahh�



El martilleo de Edipo era una constante tortura para Yocasta,
pues el tama�o que ten�a era realmente grande, y ella, despu�s de tantos a�os
sin un hombre, estaba algo cerrada pese a los intentos anteriores de Edipo por
prepararla. La lastimaba con su hombr�a, pero era un dolor maravilloso. Se
sent�a m�s mujer que nunca, m�s realizada de lo que ella misma se imaginaba.
Como la amaba Edipo, que forma ten�a de gozar con ella. Ya no parec�a Edipo,
sino el joven Eros dios del amor que estuviera seduciendo a Psique. Su mente
divagaba y fantaseaba a cada segundo, a cada acometida de su dios del amor, su
Eros particular. �l meti� la cabeza en el hueco del hombro de Yocasta y �sta lo
abraz� m�s a�n, llevando una mano a su culo par animarlo a que fuera m�s fuerte
a�n, mucho m�s. Quer�a ser desgarrada por �l, violentada, forzada, exprimida
hasta quedarse sin energ�as. Casi pod�a notar las ganas de �l por gozarla, por
llegar al �xtasis.



-Ooooooohh oooooooohh ooooooooohh ooooooooohh�ya viene, ya me
vieneeeeeeeeeeeeeee�ahora, ahoraaaaaaaaaaaaa-gimi� entre dientes-�OOOOHH
�OOOOOOOOOHH! ��OOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHH!!�



-S� mi reina, ya vieneeee�ya me vieneeeee�AAAAAHH
�AAAAAAAAAHH! ��AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!�



Derrengados por el esfuerzo y unidos por el paroxismo de su
muto goce, Edipo y Yocasta permanecieron abrazados en la cama mir�ndose
tiernamente, bes�ndose y dej�ndose llevar por el momento. No hac�an falta
palabras. Reposando juntos, ambos se juraron amor eterno. Tiempo despu�s el
susurr� al o�do de ella que procurar�an tener los mejores ni�os, pero que a
cambio �l quer�a probar la parte m�s secreta de ella, que �l hab�a ido que se
hac�a en bacanales y otras fiestas. Yocasta se encontraba tan halagada, tan
feliz, que no tuvo reparos en acceder a tal petici�n, volvi�ndose de espaldas.
Edipo se puso a acariciar la tersura de sus nalgas, la perfecci�n de sus
redondeces, la suavidad que ten�an. Las bes� y mordi� ligeramente. Yocasta
permanec�a en trance sintiendo tal maravilla. No le importaba que pudiera doler,
lo hac�a por �l, por lo mucho que lo amaba, por lo mucho que quer�a complacerlo.
Hacer feliz a aquel mozalbete de apenas 18 a�os que de la noche a la ma�ana se
hab�a convertido en su esposo y enamorado era el mundo para ella, el cielo
entero. Se sinti� impresionada cuando sinti� la humedad de su lengua resbalando
por sus nalgas y deteni�ndose en la abertura de su ano, explor�ndolo con
infinito amor, dilat�ndolo para evitar cualquier dolor posible a su bienamada
reina. Los gemidos que ella profer�a hac�an las delicias m�s exquisitas de
Edipo, se recobijaba y sent�a afortunado por tener para �l a una mujer tan
dispuesta y amorosa. Irgui�ndose, coloc� su glande a la entrada de su ano, y
empuj� varias veces hasta que finalmente consigui� penetrarla por el orto.



-AAAAAAAAAYYY�



-Lo siento mucho, reina m�a. �Te he lastimado?.



-Aaaaaaayyy�no mi amor�no te preocupes�estoy bien�solo he
sentido como si ardiera, un intenso calor�pero no doli�pos�eme amado m�o�hazme
tuya, no puedo aguantar m�s�



Edipo se lanz� a perforar y explorar aquel est�ril rinc�n, a
satisfacerse tanto a s� mismo como a Yocasta, cuyos jadeos eran m�s elocuentes
que mil discursos. Sus gemidos y contoneos, sumado a lo fuerte que se agarraba a
los enormes almohadones, daban idea de cuanto estaba disfrutando de aquella
experiencia. Edipo se inclin� para abrazarse a su amante, para sentir la calidez
y la pasi�n que los embargaba. Ninguno de los dos quer�a volver al mundo, ni
saber de sus problemas, ni de sus conflictos. Solo quer�an amarse durante largos
y eternos siglos.



-Aaaaaaaaahh aaaaaaaaaahh aaaaaaaaahh�ooooh s�iiiiii,
�S�IIIIIIIIIIIII!���VAMOS, DAME M�S!!���D�MELO TODOOOOO!!�



-S� mi reeeeeeeeyyyyyyyyyy�todo para tiiiiiiiiiiiii,
todooooooo���TE AMOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!...



El tremendo balanceo continuaba a ritmo vertiginoso, como si
cayeran a gran velocidad desde el mism�simo Olimpo a los abismos del T�rtaro.
Cada movimiento era a la vez placer y dolor, pues Edipo sent�a como su miembro
era estrujado y retorcido entre aquellas colinas de mujer, y ella sent�a como
aquella deliciosa verga la llenaba por completo. A ritmo de enamorado Edipo
prosigui� empujando, cada vez m�s fuerte, cada vez m�s, acariciando a la vez el
cuerpo de ninfa de su esposa, deleit�ndose con �l, disfrutando de tenerlo para
su completo capricho, sabore�ndolo, sintiendo mejor a cada momento. Ya se
acercaba el momento del �xtasis, Yocasta pod�a sentirlo por como era penetrada
por su esposo, como iba m�s r�pido, m�s fuerte, como rechinaba entre dientes.
Quer�a gozar con �l, lo deseaba, lo deseabaaaaaaaaaaa�



-LO GOZO MI REY LO GOZOOOO�OOOOOOOHH �OOOOOOOOHH!
�OOOOOOOOOHH! ��OOOOOOOOOOOOOHHH!!�



-��AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!...



Absortos en su nube de felicidad, ambos se echaron en la cama
�ntimamente abrazados, sonriendo como ni�os, bes�ndose y toc�ndose, admir�ndose
el uno al otro. Fue cuando Yocasta se percibi� de un curioso detalle de su
esposo.



-�Qu� te ha pasado en los pies?, �qu� son esas l�neas que
tienes en mitad del empeine y casi llegan hasta los dedos y el tobillo en cada
extremo?.



-Tambi�n las tengo en las plantas de los pies. Seg�n me cont�
mi madre siendo muy ni�o me clav� accidentalmente unas dagas que me atravesaron,
y que fue una broma de los dioses por mi nombre, Edipo, "el de los pies
hinchados", pues as� nac�.



-Eres maravilloso mi esposo y rey. Espero darte muchos hijos.



Y as� fue. En apenas 36 meses Yocasta hab�a concebido nada
menos que cuatro hijos, dos ni�os y dos ni�as. Pol�nice y Et�ocles se
convirtieron en j�venes excepcionalmente bellos, y Ant�gona e Ismene fueron
muchachas de gran talante y belleza, y durante casi 18 a�os m�s rein� la paz y
la justicia debido al buen gobierno de Edipo y Yocasta, pero fue entonces que
sobrevino la tragedia: una turbulenta peste comenz� a asolar a Tebas y a matar a
sus conciudadanos. Instigado por ver sufrir a su pueblo Edipo busc� la raz�n de
la plaga, por lo que llam� a Tiresias, experto consejero y el profeta m�s
celebrado, a quien consult�. Edipo pregunt�: "Eres el mejor de los videntes.
�Qu� puedes decirme sobre esta peste?, �conoces la cura?.", y Tiresias respondi�
enigm�tico, "S�, mi se�or. La causa es una terrible tragedia ocurrida, un mal
que hasta que no se enmiende seguir� azotando vuestro reino". Inquieto, Edipo en
persona investig� todo y a todos, pero nada encontr� sobre ese mal del que le
hab�an hablado.



D�as despu�s recibi� una visita en su palacio: un rico
hacendado de Corinto, su ciudad natal, que se present� como Forbas, quien le
notific� la terrible noticia de la muerte de sus padres. Aunque Edipo se ech� a
llorar, luego ri� notablemente, contando que cuando era joven acudi� a saber su
futuro al or�culo de Delfos y �ste le advirti� que matar�a a su padre y
desposar�a a su madre, con quien engendrar�a hijos, y que aunque le apenaban sus
muertes, le alegraba saber que la profec�a no se hab�a cumplido, pero fue
entonces que Forbas cont� que eso no era cierto, pues �l no era hijo de Polibio
y Pericia, que �stos lo adoptaron cuando Forbas mismo, siendo mucho m�s joven,
lo encontr� siendo beb� colgado de un �rbol boca abajo con los pies sangrando
debido a unas heridas infringidas por un cuchillo, llev�ndolo ante los reyes
debido que ellos no hab�an podido tener hijos, y que por esas heridas hab�a
recibido su nombre.



La noticia inquiet� a Edipo, quien acudi� a Delfos para pedir
consejo. Seg�n el or�culo la muerte de Layo deb�a ser castigada, que solo
entonces la peste desaparecer�a. Decidiendo investigar �l mismo, descubriendo
por Yocasta que el rey Layo, siendo muy joven, hab�a raptado a Crisipo, pr�ncipe
de Pisa, con la intenci�n de seducirlo, y que al ser rechazado lo hab�a forzado
y abandonado a su suerte, provocando el suicidio de �ste llevado por la locura,
lo que llev� a P�lope, su padre, a lanzar una maldici�n sobre su linaje: "Pido a
los dioses que si alg�n d�a concibes un heredero �ste te d� muerte y que despu�s
despose con su propia madre para que engendre v�stagos que se maten entre s�
hasta que toda tu casta se desvanezca de la faz de la tierra". Supo tambi�n de
c�mo al visitar al or�culo de Delfos �ste hab�a pronosticado que la maldici�n de
P�lope se har�a realidad, a lo que Layo proclam� que no dejar�a que eso
ocurriese, siendo contrariado por el or�culo, quien le advirti�: "No busques
impedir lo inevitable, pues las profec�as se cumplen m�s f�cilmente cuando �stas
intentan detenerse".



De ese modo conoci� toda la historia del hijo muerto de
Yocasta, de c�mo reci�n nacido Layo orden� a un soldado de palacio llevarlo al
monte Citer�n para que lo matase, y que volviera con la prueba de su muerte, que
fue un cuchillo con el que supuestamente lo hab�a degollado, pero la descripci�n
alert� a Edipo, pues los eventos le recordaban la historia de Forbas que le
cont�, de c�mo escondido en un arbusto vio a un soldado intentar matar a un
beb�, y que, incapaz de ello, hiri� sus pies para manchar su cuchillo y luego lo
hab�a colgado boca abajo en un �rbol, de donde lo rescat�. Llevado por el miedo
y una certeza cada vez m�s siniestra, Edipo se puso a investigar la muerte de
Layo, que ocurri� cuando, luchando contra P�lope en el monte Citer�n, muri�
cuando a punto de abatir a su enemigo un muchacho lo hiri� de muerte con una
honda, llev�ndose su cintur�n. Aquello fue la confirmaci�n final a sus dudas,
pues �l mismo era el asesino, ya que recordaba como, con 14 a�os, se encontr�
con la pelea de dos grandes hombres y como hab�a matado a uno usando una honda y
una piedra, y como el superviviente se hab�a quedado el cintur�n como recuerdo
de la victoria.



El atroz descubrimiento provoc� una reacci�n en cadena: antes
siquiera de poder hablarlo con �l, Yocasta descubri� lo ocurrido y se lanz�
desde la columna m�s alta de palacio, ahorc�ndose y usando las cortinas como
soga. Edipo, al saber de la muerte de su esposa, lo que fue la confirmaci�n
final de sus miedos, proclam� a los dioses "�Por qu� a m�?, �POR QU�EEEEEE?.
�Que he hecho para merecerlo?. �Por qu� he de pagar en m� los errores de mi
padre?. ��Yo no era responsable!!, ��NO ERA CULPA M�AAAAAAAAAAAAAAAA!!..." antes
de cegarse a s� mismo con dos alfileres de costura, quedando desvalido. Et�ocles
y Pol�nice, a quienes les pod�a la codicia y el deseo, usaron ese crimen para
desterrar a su propio padre del trono, y as� fue, no sin antes lanzarles �ste
una maldici�n: "�Sea pues!. Gobernar�is Tebas, pero os maldigo a los dos por
esta acci�n y as� acabar�is mat�ndoos entre vosotros, tal y como el mismo Delfos
lo predijo antes". Dicho lo cual, y acompa�ado de Ant�gona, su bienamada hija,
que siempre y en todo momento estuvo a su lado, abandonaron Tebas rumbo a
Atenas. Poco despu�s Tideo y sus compa�eros, los Siete Generales, comenzaron un
asalto sin tregua en que el que Ismena muri� abatida por flechas. Et�ocles y
Pol�nice juraron ostentar el trono durante un a�o cada uno, altern�ndose para
as� evitar luchar por el poder, defendi�ndose del ataque de sus enemigos, siendo
Pol�nice quien gobernase en primer lugar, una medida que si bien fue tomada con
alegr�a, tambi�n lo fue con recelo, pues ambos hermanos se prodigaban unos
terribles celos.



Edipo y Ant�gona llegaron al templo de Colono, acerca de
Atenas, donde Edipo rez� pidiendo el perd�n para s� mismo y los suyos a Apolo, a
quien estaba consagrado. Luego lleg� a Atenas, donde fue bien recibido y
tratado, siempre al cuidado de su hija Ant�gona, que nunca se separaba de �l,
observando cada vez m�s como a su padre se le iba escapando la vida poco a poco
conforme el tiempo fue haciendo mella en �l.



-Padre, tengo noticias de Tebas. Hace casi dos a�os que
salimos de all� y ahora Pol�nice debe volver a reinar, pero Et�ocles no quiere
ceder el trono. Voy a ir a ayudarle para que pueda reinar como debe.



-Hija m�a, siempre me hab�is sido fiel y leal, por eso os
pido que no vay�is. All� solo encontrar�is la muerte lo mismo que vuestros
hermanos.



-No puedo quedarme. Debo ayudarle. Quedar�is en buen cuidado
aqu� y volver� pronto para seguir atendi�ndote.



-Ant�gona, no har� falta, pues morir� pronto. No quiero morir
sabiendo que vas a correr hacia la muerte t� tambi�n.



Aunque intent� protestar, no pudo, solo se limit� a abrazar a
su padre, sent�ndose en su regazo y bes�ndolo en los labios.



-��No Ant�gona!!. Ya se han cometido demasiadas atrocidades.
No deseo ofender m�s a los dioses con nuestros pecados.



-Padre m�o, siempre os he amado y querido como al gran hombre
que sois. Si vais a morir no deseo que lo hag�is con aflicci�n en vuestra alma.
Y con franqueza, no creo que nada de lo que ya hagamos ofender� m�s a los
dioses. As� como Electra am� a su padre Agamen�n, yo os amar�.



Desobedeciendo a su padre, Ant�gona se desnud� y sent� de
nuevo en su regazo. Edipo comprendi� el gran amor que su hija sent�a por �l y no
pudo si no dejarse llevar, abrazando a su hija y notando la frescura y tersura
de su piel. Acarici� su nuca y de nuevo se besaron con infinita pasi�n, notando
como a ella se le pon�an los pelos de punta. Ciego como estaba Edipo us� sus
manos para recorrer la cara de Ant�gona con el reverso de la mano, dibuj�ndola
en su mente, percibiendo su belleza, para luego explorar el cuerpo de su
amant�sima hija.



-Ant�gona, hija m�a, sois la viva encarnaci�n del amor
filial. Sois m�s radiante que el propio Helio dios del sol.



-Os amo padre. Os quiero con cada aliento de mi ser.



Con cada palabra ambos se sent�an perdidos en su propio mundo
de placeres. Ant�gona sinti� como la hermosa virilidad de su padre crec�a entre
sus piernas, como estaba m�s dura a cada segundo. Ella sent�a que estaba a punto
de recibir el mejor regalo de toda su vida. Los besos entre ellos se hac�an
intensos, apasionados, descubr�an extasiados el sabor de sus bocas, la calidez
de sus labios entrelazados, la frescura y humedad de sus lenguas. �l se dejaba
hacer y se tumb� en la cama para que ella siguiera demostr�ndole su amor.
Ant�gona bes� cada cent�metro del cuerpo de su padre: sus labios, su frente, su
cuello, baj� por sus hombros hasta su pecho, sigui� por su vientre, avanz� por
sus piernas hasta los pies, volvi� a subir para recorrer los brazos y finalmente
se detuvo en su endurecido miembro, que despuntaba hacia el cielo. Tom�ndolo con
sus manos lo masaje� e hizo suyo, movi�ndolo en c�rculos hacia uno y otro lado,
manteni�ndolo igual de firme. Hambrienta de �l se reclin� y lo engull� en su
boca, degust�ndolo enloquecida, lami�ndolo de arriba abajo, logrando que Edipo
permaneciese como en trance. La felaci�n que le estaba proporcionando era una
maravilla como jam�s hab�a sentido, ni siquiera con Yocasta, su esposa y madre.



-Ooooooohh ooooooooohh ooooooohh ooooooooooohh�no te detengas
mi vida�sigue as��mameeeeeeee��oooooooooooohh!...



Ant�gona prosigui� el arte de la felaci�n, agarrando con sus
suaves manos la durez de su padre mientras la mamaba, recorri�ndola y
empap�ndola de su saliva. La sent�a cada vez mejor. Pos� la punta de su lengua
en la enrojecida cabeza del glande y dibuj� c�rculos por ella, percat�ndose de
que era el punto m�s sensible, por lo que lo trabaj� para sensibilizarlo m�s
todav�a en el af�n de dar felicidad y todo su amor a su padre. Incorpor�ndose un
poco puso sus bien formados pechos entre el miembro de �l y apret�,
acorral�ndolo y luego mene�ndolo haci�ndolos subir y bajar, masturb�ndolo sin
faltar de usar las manos. Edipo jam�s hab�a sentido nada parecido. Su hija ya no
era su hija, era una diosa bajada del cielo para darle aquella bendici�n. En ese
instante ella par�, poni�ndose sobre la cama encima de �l, con su boca de nuevo
engullendo su pene. Elevando un poco su cabeza Edipo alcanz� a tocar la
intimidad de su hija, notando lo h�meda y mojada que estaba. Usando las manos
para agarrase bien a sus nalgas, meti� la cabeza entre las piernas y comenz� a
chupar todos los jugos que sal�an de su peque�a. Alarg� la lengua incorpor�ndose
un poco m�s y pudo penetrarla con ella, abriendo su boca lo m�ximo posible para
recibir las aguas sabrosas de su fuente de placer.



-Mmmmm mmmmmmmm mmmmm mmmmmmm�tus jugos son deliciosos
Ant�gona�est�s tan h�meda que casi chorreas sobre m�adoro el sabor de tu divina
intimidad�no parar�a nunca de lamerte�



-Y yo adoro tu hombr�a, cada cent�metro de ella, el tacto que
tiene, su calor�te amo�ooooooooohh padre pos�eme, �mame, t�mame en tus
brazos�hazme tuya para siempre�



Obedeciendo sus deseos Ant�gona se ech� en la cama totalmente
erotizada, excitad�sima por lo que iba a pasar. Edipo se coloc� encima de ella,
y se abrazaron. Era incre�ble: �l era tan grande, y ella tan peque�a�y a�n as�,
era ligero como una pluma. Con las mejillas ruborizadas y su cuerpo ardiendo de
lujuria, pidi� de nuevo ser pose�da por �l. Edipo tom� su miembro en su mano y
lo gui� hasta la entrada de su h�meda cueva, presionando hasta penetrarla,
desgarr�ndola por dentro. Ella intent� quit�rselo de encima debido a que era su
primera vez, debido a un dolor que cre�a inconcedible. �l la calm� con besos y
susurros de amor hasta que por fin se relaj�, tragando saliva para recuperarse y
abraz�ndolo de nuevo, bes�ndolo y suplicando que llegase hasta el final. Edipo
hizo de sus deseos �rdenes, y comenz� a hacerle el amor a su hija, demostr�ndole
cuanto sab�a, lo mucho que disfrutaba de aquella experiencia, de cuanto quer�a
darle placer, de las ganas que ten�a de ense�arla. Cada movimiento se convert�a
en una deliciosa tortura para los sentidos, en un vaiv�n celestial, un delirio
como no se conoc�a otro igual. Los jadeos que Ant�gona profer�a podr�an haberse
o�do hasta en la lejan�sima isla de Britania. El calor de su cuerpo era algo que
abrasaba a Edipo, lo quemaba desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los
pies. Era como el fuego del sol estuviera inciner�ndolos all� mismo con cada
penetraci�n, con cada bombeo, con cada movimiento que hac�an.



-AAAAAAAAAHH AAAAAAAHH AAAAAAHH AAAAAAAAAHH
AAAAAAAAAHH�C�GEME FUERTE HIJA M�A�C�GEMEEEEEEE�GOZA
CONMIGO�GOZAAAAAAAAAAAAAAAAAA�



-OOOOOHH OOOOHH OOOOOOOOOH OOOOOOOOOOOHH�OH PADRE M�OOOOO�S�,
S�IIIIIIIII, ��S�IIIIIIIIIIIIIIIIIII!!...��YA GOZOOOOOOOOOOOOOOOOO!!�



El paroxismo de los gritos fueron demenciales, y Ant�gona
sinti� el fuego l�quido llen�ndola en su ser, reg�ndola, casi aneg�ndola por
dentro. Era una cantidad exagerada, habida cuenta del largo periodo de castidad
que Edipo hab�a tenido. Ambos permanecieron entrelazados y unidos d�ndose todo
su amor, su cari�o, su afecto y ternura, que les llev� a amarse nuevamente hasta
quedarse exhaustos. Ant�gona se sent�a m�s dichosa que nunca, pues todos sus
agujeros hab�an sido desvirgados por su padre, en lo que cre�a era el mejor d�a
de su vida, y a pesar del dolor, fue incapaz de dejar de gozar todo el tiempo.
Todo su cuerpo hab�a sido explorado y usado para hacer feliz al hombre que m�s
amaba, a la persona que m�s admiraba y deseaba. No pod�a pedir m�s.



Recogiendo sus ropajes, padre e hija salieron cogidos de la
mano rumbo al templo de Colono, donde Edipo iba todos los d�as a orar, pidiendo
la salvaci�n y el perd�n para s� y los suyos. Ese d�a, sin embargo, sus rezos
parecieron ser escuchar, pues de pronto una gran luz blanca ilumin� el lugar,
escuch�ndose una poderosa y sobrenatural voz: "Desde que llegasteis a mi templo
hab�is rezado cada d�a con arrepentimiento y humildad, y es por eso que qued�is
perdonados de vuestros pecados. Tanto t� como los tuyos os hab�is ganado un
puesto en los Campos El�seos. Este templo anta�o dedicado a m� ahora ser�
consagrado a tu persona, y Atenas ser� recompensada por su bondad al recibirte".
En ese momento la luz se fue y Edipo muri� con una sonrisa en el rostro.
Ant�gona, que ya estaba preparada para ese momento, coloc� sobre sus ojos dos
monedas de plata, con las que pagar a Caronte el barquero para cuando viajara al
Hades, para as� llegar a los Campos El�seos, y acudi� a Tebas para apoyar a
Pol�nice a tener el trono, encontr�ndose tambi�n con Hem�n, el �nico hijo vivo
de Creonte y por tanto primo suyo, del que qued� prendada al igual que �l de
ella. Incapaz de pararlos en su refriega, los dos hermanos acabaron pele�ndose
en un duelo a espada, mat�ndose como su padre predijo. Creonte, de nuevo rey,
proclam� que Pol�nice no fuera enterrado seg�n los ritos normales pues estaba
despechado de �l. Ant�gona, a espaldas del rey, le dio honrosa sepultura y por
ello, cuando Creonte supo lo ocurrido, la conden� a ser enterrada viva.



�Esta es la cr�nica de cuanto ha acontecido narrado de manera
imparcial, que yo, Ant�gona, hija y hermana de Edipo, escribo para legar a las
generaciones futuras, para que sepan la verdad. Escribo esto en mis aposentos la
noche antes de que se cumpla la condena impuesta por mi t�o, pero no le dar� esa
satisfacci�n, pues yo misma, con la daga que tengo a mi lado mientras escribo,
me quitar� la vida, y s� que mi amado Hem�n me seguir� despu�s pues s� cuanto me
ama. Sabed para finalizar que a pesar de toda la tragedia ocurrida muero
contenta, pues s� que me encontrar� con toda mi familia en los Campos El�seos,
que por primera vez todos seremos felices, y tambi�n que, al fin, podremos ser
la familia que deb�amos haber sido�.



FIN


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Relato: Edipo Rey
Leida: 4558veces
Tiempo de lectura: 22minuto/s





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