Relato: Cuentos de peep show (5)





Relato: Cuentos de peep show (5)

CUENTOS DE PEEP SHOW 5


Acerca del poder afrodis�aco de la grava suelta.


Ya me hab�a pasado anteriormente, no podr�a sucederme de
nuevo. Se me vino a la mente el recuerdo fresco de aquel d�a en el que ven�a
manejando solo por la carretera de La Piedad con rumbo a Morelia. Esta es una
carretera fundamentalmente recta en su primera mitad pero no por eso es menos
peligrosa que la sinuosa segunda mitad, pues el primer tramo, a pesar de que es
recto e invita a la velocidad, tiene en el asfalto niveles tan irregulares que
puede hacer que te salgas de la carretera de la manera m�s est�pida.



Esa vez iba delante de mi un veh�culo Ford color negro, al
parecer un Fiesta de modelo reciente. M�s por suerte que por precauci�n iba yo a
unos cuatrocientos metros de dicho auto. De la nada vi c�mo el coche comenz� a
derrapar de fea manera sobre el asfalto. Dio un zigzag, luego una vuelta
completa, sin salir de la carretera de dos simples carriles, afortunadamente,
porque a ambos lados hay pendientes muy pronunciadas. El coche se detuvo luego
de girar, la conductora ten�a la mano en la frente y respiraba hondo. Mis alas
blancas se abrieron dentro de mi coche como un par de paraguas. Yo acerqu� mi
carro con la intenci�n profunda y de coraz�n de bajarme para preguntarle c�mo se
encontraba, o si necesitaba alguna ayuda, pero al querer bajarme, una camioneta
con placas de Illinois, manejada por un infeliz muy prieto que hablaba por un
tel�fono m�vil, me pas� muy cerca de la puerta. Eso me desanim�, pues pens� que
era incluso peligroso bajarse del auto. Mis alas blancas se tornaron en ceniza.



El Ford Fiesta retom� su camino tan lentamente como quien se
muere de miedo. Yo segu� mi camino, pero durante una hora fui pensando en que
para mi aquello era un incidente cualquiera, pero no para la conductora que dio
las volteretas, pues para ella significaba haber salvado la vida.



Durante el trayecto me sent� como un animal de esos que ven
morir a sus cong�neres y no les brindan apoyo alguno. Sobre la carretera vi un
burro arrollado y junto a �l otro burro, de pie, con sus ojillos tristes
dirigidos hacia el horizonte, como si fuese a estar ah� parado, esperando lo que
fuese necesario para que su amigo se alzara, suspirando, sin la capacidad para
entender que su compa�ero se hab�a muerto. Me sent� muy mal conmigo mismo y
pens� que seguramente tendr�a que reencarnar para vivir de nuevo esta
oportunidad de ayudar y ejecutarla. Luego de esa tarde ten�a una respuesta
cierta a la pregunta �Qu� te hubiera gustado hacer y no hiciste?.



Me pasaba otra vez. Iba por la misma carretera, esta vez
acompa�ado de una compa�era de trabajo y amiga muy cercana. Esta vez estaban
reparando la carretera y comenz�, de la nada, a haber grava suelta en el
asfalto. No hab�a letrero que avisara de semejante riesgo y tal vez por ello el
auto de adelante no disminuy� su velocidad sino hasta que ya era demasiado
tarde. Mi amiga me dijo "�Aguas!". Yo abr� los ojos para ver mejor c�mo el Honda
Civic que iba delante derrapaba de una manera muy espectacular, sus llantas
levantaban piedritas como si transitara una carretera reci�n llovida. Yo encend�
las intermitentes y me ubiqu� en la l�nea central de la carretera para evitar
que, en su caso, me rebasara cualquier camioneta con placas de Illinois manejada
por mamones rebasones. El auto de adelante dej� de dar vueltas y qued� de frente
a mi coche. Durante varios segundos no se movi� la conductora, se ve�a tensa,
segu�a afianzando el volante, mirando hacia el frente, pregunt�ndose si estaba
viva o no, temblando como un perrillo muy nervioso en medio de una tormenta de
truenos. "Aguarda" le dije a mi amiga y sal� del auto.



Yo vest�a como un �ngel oficinista, con un traje de rayas muy
de moda, con chaleco y corbata a juego, zapatos impecables, con mis alas blancas
saliendo de �l. Casi llegaba con la accidentada, y sab�a perfectamente lo qu�
deb�a decir. Cierta vez me hab�an explicado en un seminario de primeros auxilios
el concepto del "primer aliento bueno", este concepto se basaba en un tal
Erickson, genio de la hipnosis moderna; su hijo se hab�a hecho una herida muy
profunda y le manaba mucha sangre, �l se acerc� a su muchacho de nueve a�os, le
mir� a los ojos y le toc� el hombro para establecer cercan�a, y le dijo "Cielos.
Est� saliendo mucha roja y buena sangre. Va a dolerte unos minutos m�s, aunque
se curar�, sin duda. No puedo ayudarte a que no te duela, pero s� a que te deje
de doler m�s pronto." La explicaci�n era muy sencilla, no hab�a por qu� negar lo
evidente, ni restarle el valor que el accidentado s� le daba al percance, en
cambio, pod�a afirmarse algo que devolviera de inmediato la confianza al
accidentado, y que le hiciera sentirse apoyado.



Llegu� con la mujer. Iba sola. Ten�a unos treinta y cinco
a�os. Me sent� un tanto ruin porque en semejante situaci�n lo primero que mi
mente dijo fue "est� buena". Su ventana iba abierta. Le toqu� el hombro
parcialmente desnudo por traer una blusa de tirantes. Le mir� a los ojos y le
sonre�. "Que bueno que fuiste capaz de controlar tu auto pese al miedo que dan
estas situaciones. Vas a estar tensa un rato, pero pasar�. �Quieres que te ayude
a acomodar el coche?" Ella pareci� volver a este mundo conforme sonaban mis
palabras. Con su cabeza acept� mi ofrecimiento de acomodar su auto. Se recorri�
al asiento del copiloto. Me met� en el auto de la mujer y lo encend�. Le hice
se�as a mi amiga de que tomara el volante de mi auto y nos siguiera, ella estaba
at�nita de ver que yo manejar�a el Honda. Luego de unas maniobras medianamente
complicadas, y luego de soportar dos o tres bocinazos de algunos conductores
impacientes, encarril� de nuevo el Honda sobre su carril y avanc� unos
novecientos metros hasta encontrar un acotamiento. Sent� mojadas mis nalgas.



Mi amiga se par� en el acotamiento junto a nosotros. Le
pregunt� a la mujer que a d�nde iba. Dijo que iba de regreso a Morelia. Le llev�
las manos a la nuca para darle un masaje muy tenue. Le hice mover las manos,
para que se relajara un poco. "Nosotros vamos a donde mismo. �Quieres que te
ayude a manejar? As� descansar�s y te sentir�s mejor m�s pronto". Ella sin estar
muy consciente acept� mi ofrecimiento. Mi amiga mene� la cabeza para informarme
de algo que yo ya hab�a descubierto. La mujer llevaba orinado su vestido luego
de mojarlo durante las volteretas, y mi traje de rayas y mis alas de �ngel
estaban un poco empapadillas de orines. A mi amiga no le gust� la idea de irse
sola hasta Morelia, pero con los ojos hicimos un acuerdo que se resum�a en un
simple pesta�ear m�o que le dec�a "Si te hubiese ocurrido a ti, me gustar�a que
alguien hiciera esto por ti". Emprendimos el regreso, mi amiga en mi auto y yo
en el Honda, con la dama. Mi amiga nos aventaj� hasta perderse, yo manej� m�s
lento porque no estaba familiarizado con el auto que manejaba.



Durante largo rato ella no dijo nada. "Du�rmete un poco,
mueve las mand�bulas, no es bueno que las mantengas apretadas todav�a" le dije.
Ella dormit� casi durante una hora. Era guapa. Su falda era de un rosa
exquisito, con una tela tan fresca y ligera que, lamentablemente, hac�a m�s
notoria la marca de orines a la altura de su pelvis. Al cambiar yo la velocidad,
de reojo miraba que ella ten�a unas piernas blancas y muy bien marcadas. Sus
pies eran blanqu�simos, con las u�as pintadas en un tono rosa a juego con su
falda. Su nariz era extra�amente afilada, sus labios algo caprichosos, sus ojos
eran seguramente lindos una vez que no tuviesen miedo. El auto ol�a fuertemente
a orines. De reojo miraba como le temblaban los pechos a la dama cada vez que
salt�bamos un reductor de velocidad. Mis alas estaban percudi�ndose, primero
blancas, luego amarillas, despu�s rojas.



La dama despert� y pareci� sorprenderse de verme manejando su
auto, justo como si el derrape hubiese sido un sue�o. Luego se mir� la falda
meada y se sonroj� de verg�enza, y m�s se sonroj� luego de ver un charquillo de
orina junto a los pedales del auto y concluir lo que yo estaba haciendo por
ella. Encendi� un cigarro y no dijo nada, cosa que interpret� como que estaba
sanando. Se toc� las mand�bulas, le dol�an, las hab�a apretado muy fuerte. Tom�
su bolso, que estaba tirada a los pies del copiloto y de ah� sac� un tel�fono
m�vil. Marc� a alguien, pero ese alguien no contest�. Maldijo al aire.
Comenzamos a platicar. Ya le expliqu� lo que hac�a. Lo tom� muy bien. Volvi� a
tomar su tel�fono m�vil y volvi� a marcar. Otra vez no volvi� a obtener
respuesta, aunque seg�n pude juzgar, le sali� una invitaci�n a dejar mensaje en
correo de voz y esta vez si dijo "Soy yo. Tuve un accidente. Rep�rtate cuando
puedas. �Qu� haces que cuando te necesito siempre traes apagado este maldito
aparato?". Fum� otro cigarrillo. Conforme su rostro pasaba del miedo al enojo se
pon�a m�s linda. Yo comenc� a contarle cosas e incluso la hice re�r un par de
veces. Se re�a y se tocaba la mand�bula.



Luego de cuarenta minutos son� su tel�fono. Ella contest� y
dijo con una voz quebradiza que antes de terminar su frase se rompi� en llanto
"Hola. Tuve un accidente... tuve mucho mie... do...". Ella escuch� algo que la
vocecilla dijo y pas� del llanto a la c�lera. Con iron�a espet�. "Gracias por tu
inter�s pendejo. Si el carro es lo que te importa te informo que �ste est� muy
bien. No. No. No ruegues. Ya no te voy a decir como estoy, total, no estoy
muerta si es lo que quieres saber..." por la ventanilla arroj� el tel�fono
m�vil, al cual s�lo vi estrellarse en el asfalto, haci�ndose a�icos detr�s de
nosotros.



Llegamos a Morelia. Ella me hizo saber que le gustar�a que la
llevase hasta su casa. No pod�a manejar. La llev�. Su casa quedaba en un cerro
con una vista espl�ndida de la ciudad. En su cochera hab�a varios autos de lujo
que hac�an que su Honda fuese el m�s miserable. Me invit� a pasar. Su caminar ya
no ten�a nada de d�bil, de hecho pude ver lo espl�ndidas que eran sus nalgas,
tanto que la falda meada no me desanim� de v�rselas. Ella volte� de sorpresa y
diciendo "Es hasta ahora que s� lo tensa que estoy" me atrap� mir�ndole el culo.
Se sonri� y me dijo "Me apena que est�s ba�ado en mi pis. Te dar� algo para que
te cambies".



Me invit� a pasar hasta una habitaci�n. En ella hab�a una
gran cama y a un lado estaba una foto de bodas. El tipo se ve�a mal encarado
pero abraz�ndola y ella, con un vestido blanco que dejaba a la vista su
magn�fica espalda, se sosten�a de su cuello enamorada. Caray, qu� buena estaba
cuando se cas�, aunque ahora tendr�a otras virtudes que no ten�a en aquel
entonces. En un bur� a lado de la cama estaba una foto de �l, vestido de negro
con un traje de alguna arte marcial, rodeado de japoneses, o chinos, o qu� se
yo, con una medalla de oro en el pecho, con el entrecejo fruncido como si
acabara de matar a putazos a un cristiano, en pocas palabras, con una pinta del
tipo con el que en definitiva no quieres pelearte.



Son� el tel�fono. Timbr� varias veces y para mi sorpresa ella
no s�lo no contest�, sino que con una mirada maliciosa que muy oportunamente le
descubr� me dijo "Contesta t�". Yo, que si bien no conoc�a su vida y sus
relaciones, s� pod�a suponerlas, y dentro de mis suposiciones una dama que
supuestamente debe estar sola nunca da a contestar el tel�fono a un hombre,
cualquier hombre que sea, que est� en su casa. Yo contest�.



"�Presto!" dije al auricular, pues es como yo contesto el
tel�fono.


"Disculpe, debe estar equivocado..." Dijo una voz de hombre.


"�Qui�n era?" dijo ella con una sonrisita nada inocente.


"No se. Dijo que estaba equivocado"


"Vaya si lo est�.." dijo ella, refiri�ndose a la nada. Ella
se qued� parada frente a mi como si me invitara a no moverme porque era seguro
se iba a ofrecer la ocasi�n de que tuviera que contestar yo de nuevo.



Timbr� el tel�fono de nuevo. Ella, con una sonrisa dormida,
agit� la cabeza orden�ndome que contestara.



"�Bueno?" dije esta vez, olvid�ndome del italianismo.


"�A qu� tel�fono estoy marcando?" Dijo la voz enfadada.


Yo, en una imprudencia realmente est�pida le contest�: "Al de
la habitaci�n".


"�Qui�n es usted y qu� est� haciendo en mi casa?" Dijo el
hombre col�rico. La ocasi�n estaba que ni pintada para decir una broma de esas
memorables, algo as� como soy un ladr�n y casi termino de robar todas tus
alhajas, pero decid� quedarme para esperar de una vez a tu mujer
, sin
embargo no fui capaz de decirle nada. Mi silencio lo hizo berrear al tel�fono.
La mujer estaba muerta de risa solo de escuchar la bocinilla rugiendo tal cual
si una abeja imb�cil se hubiese metido en el auricular un segundo antes de que
el t�cnico de la empresa de telefon�a pusiera la tapilla sin notarla, haci�ndola
cautiva. La mujer extendi� el brazo y tom� la llamada. Lo calm� y le dijo que no
se preocupara, que yo simplemente era un desconocido que la hab�a ayudado mucho,
etc. etc.



Algo en su narraci�n, el acento quiz�, la forma de sus ojos
como si fuese un matador que clava lanzas en un toro, la forma en que cruzaba
las piernas o la manera como tomaban sus manos el cable torcido del tel�fono, o
algo, me pararon la verga de inmediato. Uno sabe, en algunos casos, cuando el
s�
est� dado, y esa es la sensaci�n m�s bella del mundo, cuando la seguridad
de sexo est� garantizada y todo se diluye en ver c�mo se concreta. Mi trozo se
puso tieso y vibrante. Comenc� a verla sin descaro, como mujer abierta ya de
piernas, pero sin incomodar.



Aun al tel�fono ella puso cara de asombro. Me mir� a los ojos
y dijo. "�Me crees que el muy cerdo me cort� el tel�fono? No quiero o�rle m�s.
Dejar� el auricular sin colgar. No lo cuelgues por favor, no quiero escuchar que
me llame otra vez." Diciendo esto coloc� el auricular sobre la mesilla que
estaba junto a la cama. "Voy a ba�arme" dijo.



Ella se meti� para darse una ducha, dej�ndome afuera. Demor�
muy poco. Sali� del ba�o envuelta en un kimono y descalza. Se dirigi� a un
ropero y de �l extrajo una cajilla de trusas Calvin Klein, la tendi� en la cama.
Sac� un pantal�n que podr�a ser de los que usa su marido para el arte marcial o
un pijama, de una tela muy suave, tipo seda, pero gruesa, sac� tambi�n una
camiseta negra, como los pantalones, pero esta de una tela m�s fresca pero menos
brillante. Me dio una toalla y me dijo "Date un ba�o. Est�s ba�ado de mi". Esa
expresi�n me pareci� muy cachonda, as� que contest� con algo de descaro.
"Viniendo de ti no me importa". Ella no dijo nada, pero sus ojos brillaron como
si ya tuviese mi verga en la boca.



Me ba��. Hice un bulto con mi ropa y sal� siendo otro.



Al salir, lo primero que vi fue que ella estaba sentada sobre
sus piernas, una s�bana le cubr�a toda la parte de abajo, supongo que para
sentarse en la cama sin el miedo de que se le viesen las piernas. Not� que hab�a
desaparecido la foto del esposo medallista. Ella se daba a s� misma un masaje en
el cuello con un poco de crema. "Ven. Siente aqu�. �Es normal esto?" dijo ella,
y en su acento corrobor� mi destino.



Me acerqu�. La tela del pantal�n era tan exquisita que mis
piernas se sent�an maravillosamente dentro de ellos. Me sent� detr�s de ella
pero sin tocarla, aunque m�s valdr�a hacerlo, pues ninguno de los dos ten�a sus
pies fuera de la cama, lo que hace una sutil diferencia de estar juntos en una
cama y no estarlo. Con mis manos comenc� a tocarle muy cl�nicamente el cuello,
como si de verdad quisiera sencillamente dictaminarle alg�n posible esguince,
pero de inmediato di paso a tocarle el cuello con fines m�s de placer que de
otra cosa. Ella remolineaba el cuello conforme se lo apretaba, como si la
estuviese estrangulando deliciosamente. Del cuello me pas� a sus mand�bulas, las
cuales s� estaban verdaderamente tensas. Recorr�a su hueso con mis dedos, y ella
eventualmente se quejaba. Sus quejidos me pon�an muy caliente, pues no s�lo se
quejaba, sino que dec�a cosas. Ella se arranc� la s�bana de las piernas y para
mi sorpresa vi que lo que antes era un kimono en realidad era medio kimono, pues
de la cintura para abajo no llevaba nada puesto.



Yo segu� d�ndole ese masaje en el cuello, pero clavando la
vista en ese par de nalgas que se abr�an debajo de la cintura como una inmensa
pera sentada en el horizonte del mundo. Su piel era tan blanca y tan fragante, y
sus formas tan redondas, que mi verga se hab�a activado de tal manera que hac�an
una carpa circense en el aguado y negro pantal�n, mostrando una verga en
relieve. Le desat� el kimono para desnudarle la espalda. Dios, segu�a tan
maravillosa como en su foto de bodas. Le di un masaje muy relajante en toda la
espalda. Su co�o comenzaba a despedir un aroma muy dulce y embriagador. Le
empuj� la espalda para que su cara quedara recostada en la cama, como por
instinto subi� las nalgas, dej�ndome ver su co�o. Lo ten�a de un rosa precioso.
Sus brazos manos estaban a la altura de su cara, as� que le tom� las manos y se
las coloqu� en la espalda como si le fuese yo a poner esposas, y las acomod�
cruzadas y con las palmas boca arriba. La ten�a en una posici�n encantadora,
sobre sus rodillas, con el culo al aire, con su cara recostada en el colch�n y
con las manos a su espalda. Coloqu� crema en cada una de sus manos, que estaban
tensas aun, y comenc� a darle un masaje muy confortable en las manos, pero
cuidando de encajar mi boca en su co�o. Entre mis dedos sus manos pataleaban
como un par de ara�as moribundas, pero lo hac�an al ritmo que mi lengua tocaba
en su co�o.



Sus partes ol�an a dulce, sab�an a dulce, y el calor que
guardaban era extraordinario. Los labios de su vulva besaban los labios de mi
boca, y yo sent�a la suavidad y la carnosidad de su co�o en mis labios, en mi
barbilla, en mi nariz, pues me met�a tanto entre sus muslos como si me quisiera
adentrar en su cuerpo con mi cabeza. Lam�a como un perro y con mis labios daba
mordiscos desdentados a su sexo. Su cl�toris no tard� en endurecerse y me puse a
jugar con �l como si se tratase de un caramelo. En ning�n momento dej� de
masajear sus manos, las cuales de vez en vez quer�an empu�ar mis manos en vez de
entregarse al masaje, pero no lo permit�.



Segu� chupando con verdadero frenes�. Con una mano sujet� su
par de mu�ecas, pues no quer�a que bajase las manos y con la otra mano met� un
par de dedos en su co�o, desliz�ndolos por entre las paredes jugosas, tanteando
el calor que en breve ba�ar�a mi verga. Su co�o era tan estrecho y tan
voluptuoso. Mientras le met�a los dedos en el co�o le mord�a las nalgas, y con
mis dentelladas los poros se le erizaban. Era una parlanchina, pero no me
importaba.



Como pude me quit� el pantal�n y la trusa. Mi verga estaba
muy parada y muy dura. No le permit� que se enderezara de ninguna manera. Lo
justo hubiera sido empalarla en el acto, pero en cambio hice otra cosa.
Aprovechando que sus manos segu�an cruzadas a mitad de su espalda y con las
palmas boca arriba, me sub� a la cama y coloqu� entre sus manos mi verga. El par
de ara�as moribundas y llenas de crema se abalanzaron sobre mi tronco, tanteando
su tama�o y, satisfechas con esto, comenzaron a masturbarme con dificultad, una
bombeando mi verga y la otra aprisionando mis test�culos como una trampa para
osos. Cada vez que la mano empu�aba mi aparato y le atestaba un desfloramiento
manual, la cadera de ella se mov�a como si un ente invisible la penetrara. Con
mis manos le alternaba nalgaditas en sus nalgas redondas. Por fin tuve piedad,
de mi, por supuesto, y me dirig� al co�o para empalarlo. Coloqu� mi glande en la
caliente gruta y de un solo tajo me dej� ir hasta el fondo. Dios m�o, aquel
agujero estaba muy caliente y muy estrecho, y a cada metida lo iba yo abriendo.
El gemido de la mujer era ebrio y depravado, como si sintiera alivio cada vez
que la ten�a metida hasta adentro y suplicio y desdicha cuando se sal�a siquiera
unos cent�metros. Se la dej� ir tan al fondo para que cualquier extracci�n no
pudiera sino considerarse metida tambi�n. Sus nalgas eran un par de lunas llenas
en medio de las cuales mi verga se extraviaba gustosa. Con mis manos le magreaba
las nalgas, y el abdomen, que afortunadamente no estaba plano, a mis embistes le
hac�a temblar las pesadas tetas que reposaban parcialmente en la cama. Su carita
era una carita de golfa que disfruta mucho de tener a alguien detr�s haci�ndole
cosas.



Sin sac�rsela pegu� mi abdomen a su columna vertebral, el
recorrido de mi verga toqueteaba por simples leyes el�sticas, su culo de color
pi��n, y mi boca, que ya hab�a quedado a la altura de su da�ada nuca, la mord�a
suavemente en cuello y orejas. La muy puta bramaba como una desquiciada. Dada mi
posici�n ella me estaba sosteniendo pr�cticamente, pues con un brazo le sujetaba
uno de los pechos y con la otra mano, que pasaba por debajo de nuestros cuerpos,
le toqueteaba el cl�toris. Luego de varias metidas ella sufri� un orgasmo, y
verdaderamente lo sufri� porque grit� como de dolor, pero con una sonrisa
magn�fica en los labios.



Supuse que a pesar de que le estaba metiendo bien duro la
verga, el orgasmo hab�a sido m�s bien responsabilidad de mi mano jugando en el
cl�toris mientras se sab�a bien enculadita. Me sal� de su co�o y me tend� a
mamarle el co�o para probar ese sabor a orgasmo reci�n tenido que tanto me
gusta. Me acord� de la canci�n que dice "Eres tan claro como el amor despu�s de
hecho". Su miel era dulce, su sensibilidad especial, pues al menor roce parec�a
venirse otra vez. Le dije al o�do de su co�o muchas palabras con lo lengua.
"Dime marranadas" me pidi�. Lo hice.



La tend� boca arriba y la abr� de piernas. Pude mamarle el
co�o todav�a un poco m�s. Luego me acomod� para joderla as� abiertita como
estaba. La penetr� hasta los huevos. Ella balbuce� algo que en otro planeta
significa gracias y m�s a la vez. Nos besamos en la boca y ella prob� su sabor
en mis labios, cosa que parec�a ponerla muy caliente, pues me tom� la cara en
sus manos y comenz� a libarme el rostro como una mariposa adicta a su propio
jugo. Mientras yo resorteaba una y otra vez en su co�o, sintiendo el apret�n de
sus caderas. Le coloqu� una de mis manos en el rostro para acomodar nuestros
besos, pero ella se dio la ma�a de zafarse de mi mano para comenzar a chuparla,
tal como si mis dedos estirados fuesen una verga. Y tal era su talento para
chuparme los dedos que sent� el impulso inmediato de darle de mamar mi verga. Me
sal� de mi co�o y me tend� encima de su boca, meti�ndole la verga a veces hasta
la garganta y a veces dej�ndola fuera un poco para que ella pudiera jugar. Ella
me manipulaba el tronco con gran maestr�a y a mi me pon�a caliente ver aquella
cara tan linda meti�ndose mi grotesca verga en la garganta, como si la belleza
sucumbiera a lo vulgar, el hombre al animal. Por un momento quise no ser grosero
y dejarla hacer con la boca, pero con un empujoncito de sus manos me hizo saber
que ella no estaba buscando mi respeto, sino todo lo contrario. As�, comenc� a
joderla por la boca, sin escr�pulo y sin pensar que la boca es menos profunda
que el co�o.



Ella me alz� un poco y me clav� la lengua en el ano, con sus
manos me manipulaba la verga llena de convicci�n, como si toda su vida hubiese
jalado vergas. Su lengua m�gica me hac�a sentir experiencias muy dispares, pero
todas ellas deliciosas. Me alc� y le levant� una pierna disponi�ndome a
empalarla de nuevo. La penetr� y con un sencillo doblez me las ingeni� para que
cada embiste pasara revista por su hinchado cl�toris. En un golpe de suerte
descubrimos su capacidad de correrse muchas veces. Era como un efecto mec�nico y
predecible, mi verga as�, su pierna as�, su cl�toris presionado de tal forma y
listo, un orgasmo. Llegamos a contar once orgasmos. Yo estaba m�s sorprendido
que ella, no porque a ella no le sorprendiera, sino porque a partir del quinto
orgasmo ella no era quien para sorprenderse.



Ella extendi� una de sus manos y hundi� uno de sus dedos en
mi culo. Extra�a reacci�n, mi cadera dejo de moverse, no por miedo a que me
penetraran, pues el dedo ya mandaba ese riesgo al pasado, sino porque la verga
se me puso tan dura que sent�a que un mal giro me la quebrar�a. Pero ella no me
iba a dejar parar. Si yo no pod�a mover la cadera sino s�lo quedarme quieto con
la verga m�s dura que una barra de metal, ella se encargar�a de mover las
caderas. Era como si el dedo en el culo activara mil sensores en mi verga. Eso
no me hab�a pasado nunca. Su placer era m�s si dec�a cosas sucias. Quise que
ella sintiera lo mismo, as� que le clav� dos dedos en su culo, lo cual fue
posible porque lo ten�a muy dilatado y lleno de su propio jugo. Sent�a en los
dedos un calor muy intenso, y tambi�n una viscosidad delirante, y del otro lado
sent�a como mi verga iba y ven�a dentro de su ser. Ella dej� de moverse en forma
tan atrevida, los dos quedamos como puestos en velocidad lenta, pero sedosos,
restregando nuestros cuerpos como un par de caracoles viciosos, sintiendo cada
m�sculo del otro, como si nuestros sexos estuviesen m�s grande que nunca, como
si nuestros dedos en nuestros culos fuesen el tim�n de toda la acci�n.



Ella sac� su dedo de entre mis nalgas y yo saqu� los m�os de
entre las suyas. Comenc� a penetrar muy fuerte. Ella llev� su mano a mi pene y
lo reacomod� coloc�ndolo en la puerta de su culo. La empal� con un poco de
cuidado, aunque su culo ya soportaba mi verga con gran comodidad. Con la mano
que no le hab�a manipulado el ano le met� unos dedos en la vulva mientras la
penetraba analmente. Ella estaba abiert�sima. Comenc� a regarme en su culo,
sintiendo a mi semen perderse para siempre, percibiendo cada latido de su
coraz�n en el arillo de su culo, que abrazaba mi manguera que no dejaba de
pulsar y de manar leche. Bram� como una bestia que entrega el ser. Ella ten�a el
l�xico m�s majadero que hubiera yo escuchado. Y as� nos quedamos un rato.
Bes�ndonos en la boca como si mi verga en su culo fuese algo tierno. Ni ella ni
yo busc�bamos ternura, pero la est�bamos teniendo, ni nos juramos amor, pero lo
est�bamos sintiendo.



Nos ba�amos. Bajo la regadera termin� de masajearle cada
m�sculo. A la salida ella me pidi� mi n�mero de tel�fono m�vil. Se lo di. De un
caj�n sac� la medalla imitaci�n oro del marido. Me la colg� en el cuello y
tent�ndome el paquete me dijo "Eres un campe�n". Yo no discut� eso, pues me daba
gusto creerlo.



La llev� a la cama y, recostada, la pein�. "Descansa. Vas a
sentirte bien. Ma�ana no sentir�s nada" le dije, y ella me espet� "Prefiero
sentir". Ella qued� profundamente dormida. Con una de mis alas le abanicaba una
brisa fresca en su sonrisa, con la otra le rozaba el tobillo.



Mand� llamar un taxi y sal� a la calle a esperarlo. Por fin
lleg� y me trep� en �l. A escasas dos calles de la casa de ella un hombre y yo
nos quedamos mirando a trav�s de las ventanillas de los autos en que viaj�bamos,
el al volante y de subida, yo de pasajero y de bajada. �l not� mis labios
hinchados y sonrientes, yo su playera de artes marciales negra...


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Relato: Cuentos de peep show (5)
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