EL HOMBRE MARAVILLOSO
Tengo que contar la historia que me liga a Rub�n. Yo nac� en
un peque�o pueblo de la provincia de Buenos Aires, en un hogar humilde, de madre
soltera. El hombre m�s rico del pueblo, temido por todos por sus caprichos y
extravagancias era Rub�n Dar�o Peletez Unzue, quien fue mi primer amante. Bueno
tambi�n mi primer amor, tal vez el �nico. Desde peque�o se not� que yo iba a ser
el muchacho m�s hermoso del pueblo, talvez de la regi�n. Si bien nunca supe
quien era mi papi, la verdad es que me hizo muy bien. Mi delicada piel dorada,
mis ojos azules como el mar, mi cabello de seda y oro puro. A los 12 a�os
comenc� a desarrollar, mi cuerpo se estir�, mi espalda se ensanch� con las
largas tardes de nataci�n en el r�o, mi cuerpo se puso duro y a los 15, un
delicado vello dorado cubri� todo mi cuerpo.
Desde los 14 supe que cuando me cruzaba por casualidad con el
Sr. Rub�n Dar�o aquel me miraba de una manera especial que me produc�a
sensaciones encontradas, temor y excitaci�n. Al otro d�a de cumplir 18 a�os, el
Sr. Rub�n Dar�o se present� a la salida de mi trabajo, unas oficinas de la firma
del propio Dar�o y apenas bajando el vidrio oscuro de su espl�ndido auto
plateado, uno de los 8 autom�viles que posee, me indic� que esa misma noche a
las 22 exactamente me presente en su mansi�n junto al lago. Yo sab�a
perfectamente que cuando algunos muchachos que manifestaban inclinaciones
particulares cumpl�an la mayor�a de edad eran invitados a pasar unas misteriosas
veladas en la mansi�n del lago, propiedad inmemorial de los Peletez Unzue. La
diferencia es que todos ellos se lo tomaban a gracia, y cuando concurr�an a la
mansi�n ya hacia tiempo que manten�an sexo entre ellos, o con muchachos e
inclusive hombres de otros pueblos o de la capital que ven�an por el pueblo. En
cambio en mi caso, no se si por temor o por incertidumbre o esperando algo
especial, yo nunca hab�a tenido ning�n contacto sexual con nadie. Solo de vez en
vez una masturbaci�n para poder resistir la fuerza del empuje de mi producci�n
de semen. Es decir que esa noche me dirig� a la mansi�n envuelto en el velo de
la pureza, no sab�a a que...
Despu�s de atravesar el magnifico parque con fuentes y
estatuas de hombres desnudos, algunos de cuyos cuerpos se parec�an notablemente
al m�o, llegu� a la puerta imponente del castillo. Golpe� y esper� entre
excitado y temeroso. Me abri� la puerta directamente Rub�n, ya que esa noche
hab�a dado libertad a todos sus sirvientes. Rub�n a la saz�n contaba con 45 a�os
y era extraordinariamente atractivo. Alto, con aterciopelada piel morena, igual
que sus hermosos ojos negros, que al mirarme parec�an echar fuego, de ardientes.
Estaba vestido con una larga bata de seda roja con algunas flores de lis doradas
en el ruedo, y anudada con un grueso cord�n de oro. La bata estaba abierta por
delante hasta el pubis, dejando ver su extraordinario pecho cubierto por denso
vello negro como la noche, mucho m�s denso cuando llegaba al pubis. La bata era
larga, y al caminar y ser arrastrada se entreabr�a por delante dejando ver las
hermosas piernas de Rub�n, gruesas, musculosas, largas, morenas y cubiertas por
el terciopelo c�lido de su vello. Iba descalzo y sus grandes pies eran
perfectos, morenos y con grandes y pulcramente recortadas u�as que brillaban
como el cristal.
Apenas me abri� la puerta quise entregarme a sus brazos. Un
deseo nunca antes experimentado me enloquec�a. Me bes� suave y delicadamente en
los labios y me dijo de pasar. Apenas pas� me dijo que deseaba conocerme hacia
mucho, que sab�a de mi pureza, y que le parec�a el hombre m�s hermoso que jam�s
hab�a visto. Y que quer�a poseerme y as� hacerme su hombre. A ello, por mi
orgullo contest� que no, -Que yo no quiero saber nada con putos viejos. No se
porque dije semejante estupidez, ya que por dentro solo quer�a ser amado por ese
hombre maravilloso. Rub�n no dud�: Me abofete� brutalmente primero con la palma
y despu�s con el dorso de su hermosa mano cubierta por anillos. No pude resistir
el llanto, a lo que cordialmente Rub�n, para que me tranquilice me dio una copa
de cristal tallado llena de un exquisito licor de color rojo. El licor era
exquisito con sabor dulce y amargo al mismo tiempo Me oblig� a beberla toda y
despu�s ya tranquilizado me condujo por los ambientes de la lujosa mansi�n a un
enorme cuarto de ba�o con la ba�era m�s grande que hab�a visto nunca. Estaba
llena de transparente agua tibia donde flotaban p�talos de blancos jazmines. Del
el agua se elevaba un exquisito aroma tibio a jazm�n y clavel. Rub�n me indic�
que me desnude y me sumerja en las aguas tibias. Embriagado de deseo hice lo que
me indicara y de apoco me fui quitando mis ropas. Rub�n se sent� en un
confortable canap� a ver mi desnudo. Sus ojos echaban rayos de deseo y de amor.
El amor m�s verdadero e intenso, el que siente un hombre maduro por el joven
virginal que pronto ser� su amante y al que va a iniciar en el placer er�tico.
Yo, embriagado por el licor, disfrutaba desnudarme delante de
quien iba muy pronto a ser mi amante y mi desvirgador. Lo sab�a y lo disfrutaba.
Primero me saqu� la remera y mi torso relumbr� como el oro a la luz apagada de
las velas, despu�s las zapatillas y en un solo movimiento me quite el jean y los
calzoncillitos, as� Rub�n pudo apreciarme en toda mi desnudez. Y pude ver que
por pliegue de su bata, su pene en erecci�n empujaba la seda para liberar el
enorme abultamiento de su glande, rojo y brillante, hermoso como una joya. La
visi�n del sexo de Rub�n me excit� locamente. Nunca hab�a visto un miembro tan
vigoroso, tan grueso, tan brillante en la tensi�n de la erecci�n. El peque�o
agujero central parec�a abrirse, rosado y aterciopelado para dejar paso al
primer semen lubricante que ya goteaba sobre la seda de la bata, formando unas
peque�as perlas nacaradas de divino licor viril.
Me sumerg� en el agua perfumada y me dej� llevar por la
sugestiva m�sica oriental que llenaba la habitaci�n. Rub�n poni�ndose de pie,
muy satisfecho me indic� los impecables tohallones blancos y me dijo que apenas
termine me dirija a la recamara y lo espere....
CONTIN�A