Mi nombre es Bego�a y vivo en una ciudad del norte de Espa�a,
cuyo nombre prefiero no decir para mantener el anonimato de mi relato. Tengo 45
a�os y mi f�sico entra dentro del standard que puede considerarse normal para
una mujer de mi edad: 1,68 m. de altura, pechos m�s bien voluminosos, anchas
caderas, culo apretado, ojos verdes y cabello casta�o. Estoy casada con Juli�n,
de 50 a�os, y tenemos una hija, Cristina, de 22 a�os, y un hijo, Jorge, de 18
a�os.
Pertenecemos a la clase media gracias al esfuerzo de mi
marido, quien se pasa casi todo el d�a trabajando, demasiado tiempo para mi
gusto. Es, como le digo muchas veces, un verdadero adicto al trabajo. Tanto es
as� que sus obligaciones "maritales" las tiene bastante olvidadas por lo que
muchos d�as tengo que autosatisfacerme a escondidas, cuando estoy sola en casa,
para compensar esa falta de atenci�n de mi esposo.
El relato que les voy a contar ocurri� este verano, cuando
alquilamos una peque�a casa en la costa para pasar las vacaciones de verano. Por
razones de trabajo, mi marido solo pod�a venir los fines de semana a estar con
nosotros, y lo mismo ocurr�a con mi hija Cristina, que se qued� en casa porque
ten�a que estudiar algunas asignaturas de la universidad que le hab�an quedado
pendientes para los ex�menes de septiembre.
As� pues, nos encontramos solos mi hijo Jorge y yo en la casa
de la playa (salvo los fines de semana) durante todo el mes de agosto. Jam�s
hab�a pensado que podr�a ocurrir con mi hijo lo que ocurri� ese mes.
Los dos primeros d�as transcurrieron con normalidad, pero el
tercer d�a las cosas cambiaron. Como consecuencia de tomar excesivamente el sol
nuestra piel se hab�a quemado bastante, lo que nos produc�a un cierto escozor y
grandes molestias. Al llegar por la tarde a casa decid� ducharme para quitarme
la sal y la arena de la playa y al terminar le ped� a mi hijo que me diera crema
por la espalda.
- Si quieres, Jorge, me tumbo en la cama para que puedas
extenderme bien la crema por la espalda.
Esta bien, mami, como tu prefieras, contest� �l.
Solo ten�a puesta una toalla de ba�o, as� que me gir� de
espaldas a �l y me tumb� boca abajo en la cama, cubri�ndome solamente el culo
con la toalla. Jorge se ech� crema en las manos y comenz� un lento masaje desde
el cuello. Se entretuvo bastante en mi espalda y disimuladamente trataba de
sobarme la parte lateral de mis pechos que sobresal�an por ambos lados al estar
boca abajo. Despu�s de unos minutos as� not� que empezaba a calentarme
ligeramente, pero enseguida trat� de dejar mi mente en blanco porque el
masajista era mi hijo y esos pensamientos no estaban bien. Lleg� hasta mi culo y
me pregunt�:
- Mami, �te importa si te quito la toalla para darte
mejor la crema?.
- Esta bi�n, Jorge, pero que no se entere nadie que me
has visto desnuda, le dije en broma.
Vamos, mami, hoy en d�a cualquier mujer ense�a sus
nalgas en la playa con esos mini tangas que llevan y nadie se extra�a,
contest� �l riendo.
Comenz� a masajearme las nalgas, apret�ndolas fuertemente
una y otra vez, lo que provoc� un aumento de mi calentura. Al llegar a los
muslos, abr� ligeramente las piernas para que pudiera extender mejor la
crema, siendo consciente de que con este movimiento quedar�a parcialmente a
la vista mi raja aunque segu�a tumbada boca abajo. Y no me equivoqu� porque
con disimulo sus manos llegaban hasta la parte alta de los muslos y me
rozaba con sus largos y finos dedos el inicio de mi vagina. Con estos leves
movimientos mis flujos empezaron a ir en aumento a la par que mi calentura.
A pesar de que mi conciencia me dec�a que terminara esa situaci�n, mi cuerpo
me ped�a lo contrario. As� que le dije:
-Jorge, me gustar�a que me extendieras la crema
tambi�n por delante, si no te averg�enzas de ver a tu madre desnuda.
-Claro que no mami, tienes un cuerpo estupendo y,
adem�s, estamos solos y nadie va a enterarse.
Sus palabras terminaron de convencerme y me gire en la cama,
quedando boca arriba y totalmente desnuda delante de mi hijo. Al principio �l se
qued� medio paralizado. Sus ojos iban de mis tetas a mi muy velludo monte de
Venus.
- Oye, Jorge, dime la verdad. �Nunca hab�as visto a una
mujer desnuda?.
- No, en serio, contest� �l.
Bueno, pues, no pongas esa cara de asombro, le dije
cogi�ndole de la mano para tranquilizarle. Al fin y al cabo todas las
mujeres somos parecidas y alguna vez ten�a que ser la primera.
Aprovecharemos el masaje para darte una lecci�n de anatom�a femenina.
Le puse sus manos sobre mis pechos y no tuve que animarle
mucho. R�pidamente comenz� a masajearlos y a pellizcar ligeramente mis pezones,
al mismo tiempo que con sus dedos rozaba con sensuales movimientos circulares
las aureolas de mis tetas. Mientras realizaba estos movimiento le miraba
fijamente a sus ojos, que no perd�an su aire aparentemente inocente, lo que me
excitaba a�n m�s.
Al llegar a mi monte de Venus abr� descaradamente con mis
propias manos mi raja para explicarle como era una vagina. A su vista qued�
expuesta toda mi intimidad, totalmente h�meda y de un fuerte color sonrosado,
que contrastaba fuertemente con el color negro de mi zona p�bica.
Le cog� su mano y la llev� a mi chocho para que pudiera
palpar y sentir personalmente como era el �rgano femenino, explic�ndole como se
puede dar placer a una mujer. Dej� totalmente expuesto a su vista mi cl�toris,
dici�ndole que ese "botoncito" era el que nos permit�a a las mujeres llegar al
orgasmo la mayor�a de las veces. Estaba realmente embobado con esa visi�n, y su
pene, como dejaba traslucir su corto pantal�n estaba a punto de estallar.
Le expliqu� que las mujeres disfrutan m�s cuando le chupan el
"botoncito", y al mismo tiempo que empujaba su cabeza delicadamente entre mis
piernas para que me lo comiera. Ya no pod�a aguantar m�s. El no opuso ninguna
resistencia y empez� a lamer suavemente con la punta de su lengua mi cl�toris,
d�ndome peque�os mordisquitos, lo que me provoc� un salvaje orgasmo. Eran tan
fuertes mis gemidos que Jorge pens� que me hab�a lastimado. Tuve que explicarle
que no eran gritos de dolor, sino de placer. Llev� otra vez su cabeza entre mis
piernas para que siguiera lamiendo y experiment� una serie de continuados y
maravillosos orgasmos, posiblemente los mejores de mi vida hasta ese momento.
Solo pensar que era mi hijo quien me los produc�a me excitaba sobremanera.
Despu�s de m�s de cinco o seis orgasmos seguidos qued� rendida en la cama. Pero
la cosa no pod�a quedar as� porque mi hijo iba a explotar de un momento a otro.
Para entonces los dos ya hab�amos perdido todo recato y verg�enza.
Le dije que se desnudara y frente a m� quedo expuesta una
polla como nunca hab�a imaginado que pudiera tener un chico a su edad.
F�cilmente ten�a un tama�o casi el doble que la de su padre. Calculo que podr�a
llegar a los 25 cms. de larga, por no menos de 8 cms. de ancha. Literalmente me
la engull�, aunque a duras penas cab�a en mi boca. Inici� una espectacular
mamada, chup�ndole su enorme y rojo glande y recorriendo con la lengua el tronco
de su polla, donde resaltaban sus potentes y j�venes venas. No me dio mucho
tiempo a disfrutarla porque en pocos minutos me di cuenta que se iba a venir y
aceler� el ritmo de la masturbaci�n con ambas manos, soltando un inmenso chorro
de espeso y caliente semen que me llen� la cara, tetas y pelo, tanta cantidad
como si hubieran eyaculado tres hombres a la misma vez, y con una fuerza
tremenda. Nunca hab�a visto algo as�, aunque despu�s tendr�a oportunidad que eso
era algo habitual en �l.
Quedamos los dos abrazados y tendidos en la cama,
descansando, pero al poco m�s de media hora not� como su verga se hinchaba de
nuevo. No lo pens� dos veces y la dirig� directamente a la entrada de mi vagina.
Con algo de esfuerzo, debido a su gran tama�o, me la meti� hasta dentro. Llenaba
todo mi hueco e incluso algunos cent�metros quedaban fuera. Comenz� una
magnifica cabalgada que me provoc� varios orgasmos m�s hasta que se corri� y me
volvi� a inundar por dentro. Ese mismo d�a los volvimos a hacer otras dos veces
m�s y yo perd� la cuenta de mis innumerables orgasmos.
Desde entonces, cuando estamos solos, repetimos nuestras
org�as, lo que ocurre con much�sima frecuencia. En otra ocasi�n les contar�
estas experiencias.