Relato: La esquina La Esquina
Se notaba presurosa, el camino hab�a sido largo y extenuante;
recordaba el papeleo, las tareas laborales; quer�a llegar a su casa cuanto
antes. Llego a la estaci�n del tren, ah�, en donde el cansancio se hace m�s.
Acaba de bajar del servicio colectivo, y en el transcurso del viaje, hab�a
experimentado toda clase de caricias y empujones masculinos; estaba harta; la
falda negra preferida por Mario, su esposo, era mas corta que las que usaba
com�nmente, y a ratos se le sub�a mas de la cuenta, ense�ando un poco ese intimo
ligero negro, que sosten�a sus medias negras trasparentes que delineaban con
erotismo su fuertes piernas. Esperaba que el metro estuviese vaci�, pero su
sorpresa fue contraria. Patricia se quedo paralizada, se miro la ropa, y de
inmediato quiso salirse, pero al recordar su traves�a por el colectivo, se dio
cuenta que era lo mismo, y peor aun, era mas riesgoso viajar hasta su casa por
esa v�a, era tarde y los robos era cada vez mas frecuentes. <<Me ir� en una
esquina>> pens� Patricia, creyendo as�, que evitar�a las caricias morbosas. Se
bajo la falda lo mas que pudo; se cerro un poco m�s la blusa blanca de ceda que
llevaba, pero no era de botones, por lo que se le abr�a de inmediato, dej�ndole
ver a los extra�os la media copa de encaje que lucia en su intimidad. Se puso el
saco como si le estuviera pidiendo ayuda, pero aquel peque�o saco apenas le
cubr�a hasta la cintura; se enfado mas, hizo una mueca de molestia consigo
misma; llego el vag�n, miro hacia la entrada, y camino hacia el, los hombres,
simplemente miraban su caminar: sugerente y exquisito.
Patricia no era una mujer provocativa, si bien, apenas lo era
con su esposo, pero en realidad no era una mujer que le gustaran los deslices �
las aventuras; era una mujer leal y hogare�a. Sensual en la intimidad se
consideraba; haciendo el amor era sin igual, ella lo sab�a; sin embargo, nunca
hab�a experimentado a bien una infidelidad, todo eso de los juegos prohibidos y
las relaciones fugaces, le parec�an una perdida de tiempo.
Entro apenas, la gente aglutinada no le permit�a moverse;
ve�a con lejan�a aquella esquina anhelada, y se conformo con quedarse est�tica
en ese tubo de metal; lo tomo con fuerza por las manos, se acurruco hacia el, y
simplemente deseaba que el metro recorriera el camino lo mas r�pido posible.
El calor era cada vez m�s sofocante, y para variar, el aire
acondicionado estaba descompuesto; afortunadamente la blusa era la adecuada para
el momento; un aire liviano le entraba por esa abertura natural de la blusa, y
le reconfortaba de verdad.
Miraba su reloj, cuando el tren se detuvo de improviso;
parec�a se iba la luz, pero regreso de inmediato.
Pasaban los minutos, y poco despu�s el tren prosigui�.
Llegaron a la tercera estaci�n, y mucha gente se bajo. Miro hacia la esquina,
pero nadie se baja aun; hizo una mueca nuevamente de molestia. Faltaban cinco
estaciones m�s.
Camino a la siguiente estaci�n, ya con m�s espacio para
moverse, Patricia pensaba en su esposo que se encontraba fuera de la ciudad
trabajando. Pero ahora el problema eran las miradas; se sent�a invadida; le
miraban con morbo, con excitaci�n.
La siguiente estaci�n significo la liberaci�n de esa esquina,
Patricia se solt� de ese eterno tubo de metal, c�mplice de sus caricias
nerviosas. Pero una multitud de gente entro de improviso y avent� a Patricia
hasta el fondo, de su esquina, su salvaci�n. Quedo en una posici�n bastante
incomoda, dejando su trasero a disposici�n de cualquiera, ella lo sab�a, por lo
que quiso voltear, pero le era imposible. Se hab�a golpeado contra el cristal,
por lo que hab�a tardado en reaccionar, ese hab�a sido el error. Una vez mas la
eterna mueca de molestia. Yac�a ah�, contra el vidrio, indefensa; solamente
pod�a mirar a trav�s de el a la gente que estaba tras de si, y afortunadamente
parec�a haber solamente mujeres.
Una mano parec�a acariciarle la espalda, y amenazaba con
bajar hasta sus voluptuosas nalgas, que hasta ese d�a, permanec�an v�rgenes ante
los extra�os, ya que solamente Mario las hab�a sentido, pero nadie m�s en su
corta vida las hab�a tocado, as� que rogaba por que no lo hiciera. La mano
bajaba lentamente, y pod�a sentir esa tela tan delgada que cubr�a apenas su
terso trasero. Patricia hizo una mueca de derrota, hab�a cometido un error, lo
sabia. Quer�a voltear, pero a�n no pod�a. La mano le acariciaba con lentitud,
con cari�o; eso le sorprend�a; pensaba seria mas salvaje; pero hasta cierto
punto no le era del todo desagradable; era de temer el asunto. Le sigui� tocando
las nalgas por largo tiempo. Llegaron a la estaci�n, y Patricia anhelaba que la
gente se bajara, pero su sorpresa no fue esa, a penas y se bajaron cinco
personas, pero no lo suficiente para quedar liberada, as� que se resigno y se
quedo como estaba. Le parec�a extra�o que aquella mano no le acariciara mas, por
lo que suspiro. De pronto una persona detr�s de ella se movi�, y por fin
Patricia pudo moverse un poco; observo a un joven detr�s de ella, no era nada
feo, pero la sensaci�n de saber que aquel muchacho la hab�a tocado, le daba
coraje; le quer�a reclamar, pero no estaba segura de que fuese �l, en realidad
ese no era la excusa, le hab�a gustado.
El joven le miro fijamente, ella sostuvo la mirada, pero
Patricia no le vio con enojo, m�s bien con aceptaci�n. El desconocido, acerco su
mano hacia su parte trasera, Patricia le miro y sin mas acepto sus caricias; por
dentro se dec�a que estaba loca, pero la sensaci�n le invadi� por completo y se
dejo llevar. El desconocido hacia muecas de placer, sabia que aquella mujer era
del todo bella, la hab�a visto caminar hacia el vag�n, y todo el camino espero
el momento adecuado para disfrutar de ella; cerraba los ojos, disfrutando de la
piel entre tela de Patricia; ella simplemente se dejaba disfrutar. El muchacho
se movi� de una forma en la que tenia el control de la situaci�n, Patricia
apenas le pod�a ver, sin en cambio, el extra�o si pod�a mirarle de frente;
aprovechando la situaci�n, con su mano izquierda no dejaba de acariciarle los
gl�teos, le miro r�pidamente sus senos, observo que la blusa apenas le alcanzaba
a cerrar, de manera que hab�a una peque�a, pero sensual abertura que le dejaba
ver sus senos; observo con detenimiento su delicada piel, sus senos parec�an
perfectos, redondos, el encaje de la media copa que sosten�a sus hermosas perlas
le excitaron mucho mas; con su mano derecha bordeo la abertura de su blusa,
tocaba suavemente la ceda, esa tela que apenas pod�a esconder sus pezones
excitados por la situaci�n. Meti� la mano a profundidad, y sinti� con anhelo
aquellas esmeraldas; el encaje; sus senos eran invadidos impetuosos, era
violentados er�ticamente. Patricia cerr� los ojos, sintiendo de manera
placentera las caricias de aquel afortunado. Era una marea de erotismo
desbordado; sin ataduras; sin prejuicios.
El tren se detuvo, y con ello, ambos amantes reaccionaron de
esa sesi�n hipn�tica de placer desenfrenado. La recatada Patricia solamente
volteo a ver si nadie hab�a visto su entrega. Se sent�a extra�a, vil. El joven
la miro, con un gesto le dijo que bajara. Patricia pens� r�pidamente; solamente
faltaba una estaci�n para llegar a su casa, la cual no estaba del todo lejos,
pod�a irse en taxi, no seria mucho el recorrido.
Era noche, la estaci�n se encontraba semivac�a. El extra�o
caminaba hacia la salida, ella le segu�a. Doblo a la izquierda, Patricia lo
perdi� de vista; sigui� caminado, cuando de pronto este la jalo del brazo
izquierdo y la arrimo hacia su cuerpo. Patricia se quedo perpleja, no pod�a
moverse; le miro a los ojos y el sujeto le dio un beso apasionado en la boca,
Patricia solo jadeo y le respondi� el beso. La tomo por la cintura, al mismo
tiempo que le halaba el cabello; poco a poco fue bajando las manos, hasta que
llegaron a su derrier; el joven noto que sus nalgas se sent�an libres, por lo
supuso llevaba una diminutas pantaletas. La hizo separarse de �l, y le dijo que
conoc�a un lugar, que le siguiera.
Caminaron por un pasillo solitario, en donde el muchacho se
meti� en una peque�a puerta; Patricia miro hacia adentro y observo que era un
cuarto de servicio, miro hacia ambos lados, nadie la ve�a, por lo que se decidi�
a entrar. El joven la miro de pies a cabeza, noto que Patricia era una hermosa
mujer; t�mida ella, pero muy sensual. Patricia le miro con timidez, el
desconocido le dijo que cerrara la puerta, ella lo hizo; le dijo que se acerca
un poco m�s; la tomo de la mano y la tomo de nueva cuenta por su peque�a
cintura. << �Eres casada? >>, le pregunto el muchacho; Patricia solamente
afirmo.
El joven la beso, la acaricio suavemente por la espalda, el
cabello. Patricia simplemente se dejaba sentir. <<No hagas tonter�as>> pensaba
Patricia; el hombre le tomo una pierna, se dio cuenta de lo firmes y suaves que
eran, le toco las nalgas y la beso con frenes�; Patricia de a poco permit�a, y
eso, a la larga sabia que era peligroso, no pod�a contenerse cuando alguien la
pon�a de esta manera, as� que simplemente levanto la cabeza, dej�ndole besar su
cuello, cerro los ojos, solt� los brazos.
La volteo, le subi� la falda; Patricia simplemente volteaba
de vez en vez para darle un beso, disfrutaba cada caricia, cada palabra. Ah� se
encontraba, con la falda hasta la cintura, dej�ndole ver a ese desconocido ese
ligero negro, y esas medias tan sencillas, tan deseables; le miro el extra�o la
peque�a tanga negra que apenas cubr�a sus nalgas; le hizo a un lado la peque�a
lencer�a, <<No� no lo hagas>> le dijo con voz apenas fuerte; obviamente el joven
hizo caso omiso a esa petici�n, subi� la pierna derecha de Patricia a una mesa,
y de un movimiento la penetro; Patricia simplemente jadeo, se retorci� ante
aquella embestida; el muchacho se mov�a lento, disfrutando de su cuerpo;
Patricia sent�a cada vez mas placer; gem�a suave, quedo.
El movimiento del macho se volv�a m�s r�pido y fuerte; el
sonido de las redondas nalgas de Patricia, siendo golpeadas por el abdomen del
hombre se escuchaba cada vez m�s fuerte. <<Vamos nena>> le dec�a aquel joven,
Patricia se comenzaba a mover con �nfasis, cada vez m�s sensual; arqueaba el
cuerpo, tomadole del cabello a su amante, dici�ndole: dame m�s. La tomo por las
caderas y embisti� mas fuerte; el trasero de Patricia simplemente se mov�a con
�mpetu; el joven disfrutaba la escena, sonriendo cada vez que penetraba a
Patricia. Ambos soltaron un grito silencioso, pero revelador; Patricia sent�a
caliente dentro de su cuerpo; una lagrima recorri� sus entra�as, bajando por sus
piernas; el desconocido se salio de ella, se abrocho el pantal�n, beso en la
cara a Patricia, le dijo un gracias y se retiro. Patricia apenas se repon�a de
aquella sesi�n de infidelidad, a�n tenia la falda hasta la cintura, bajo la
pierna de la mesa, se acomodo su peque�a tanga y se bajo la falda, sonri�
pensando en su esposo; nunca se imaginaria Mario que Patricia, aquella mujer tan
hermosa, escultural hab�a sido usada como un objeto cualquiera, del que tan
r�pido obtuvieron, se deshicieron de el. Patricia salio de aquel cuarto, camino
por ese pasillo de nuevo y se salio de la estaci�n, tomo un taxi y se dirigi� a
su casa. El taxista la miro, Patricia tambi�n lo hizo y cruzo las piernas para
que el conductor apreciara su er�tico ligero, este paso saliva y le dijo:
- Disculpe se�orita, tengo que pasar a recoger unas cosas, no
tardare, �le molestar�a?
- Para nada, tengo tiempo�
Enrique Monroy.
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Relato: La esquina
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