Relato: El ajuste de cuentas



Relato: El ajuste de cuentas


El ajuste de cuentas



Un relato de Charles Champ d�Hiers




Nunca te ha pasado, un d�a lluvioso quiero decir, que
caminando pisas un charco y te mojas los pantalones y adem�s te los ensucias y
te cagas en todo lo habido y por haber.


S�. Siempre que piso un charco.


�Y qu� es lo que haces?. Te limpias con un pa�uelo y sigues
andando, �no?.


S�, si no tengo prisa, s�.


Y entonces� �zas!: de nuevo pisas otro puto charco y esta
vez te manchas m�s a�n que en el anterior.


No s�.


�No sabes?. Bueno, pues esa es la historia de mi vida.
Siempre pisando charcos, chico. A�n no me he secado del anterior y ya tengo
los pies metidos en otro.


Vaya� �Has tenido problemas en casa otra vez?. Porque ya
sabes que si yo�



La respuesta se qued� asomada entre los labios de Roberto. Un
leve movimiento de las cejas de su compa�ero le indic� que deb�a dejar sus
problemas para mejores momentos. Los otros acababan de llegar.


El coche, un turismo sencillo y discreto aparc� a escasos
metros de donde estaban estacionados. Instantes despu�s, dos siniestras sombras
se apearon del mismo mientras ellos tambi�n sal�an de su autom�vil.


No llov�a, pero amenazaba. La larga mirada que uno de
aquellos dos tipos dirigi� al cielo mientras se encaminaban hacia ellos pareci�
decirles que ten�an prisa, que les dieran toda la informaci�n, dos besitos y
ahuecaran el ala lo m�s r�pido mejor, que ellos har�an su trabajo y se largar�an
tambi�n cagando leches.



�Qu� hay?. �Sin pre�mbulos, tras el apret�n de manos bajo
la seguridad de la escasa luz que hab�a ya a esa hora, su voz son� como un
disparo a bocajarro.


Les tenemos a los dos. �l est� dentro, lleva dos horas.
Ella acaba de entrar en el bar de la esquina, ha ido a tomarse un caf�, lo
suele hacer siempre a esta hora. En unos diez minutos subir� de nuevo. Siempre
igual.


�Solo dos?. �La inexpresiva voz de la otra sombra no
delataba sorpresa, ni preocupaci�n, ni siquiera inter�s. Tan solo sonaba a
rutina. Estaba claro que para aquellos dos tipos aquello no era m�s que
rutina.


S�. Siempre est�n ellos dos solos. Ni una sola visita en
seis d�as.


Gracias.



Se hab�a acabado. Esta vez no hubo ni un apret�n de manos,
tan solo bajaron sus cabezas sumisas, volvieron a entrar en el coche, y pusieron
rumbo de nuevo hacia el centro de la ciudad, dejando a sus espaldas a aquel par
de hombres. Ahora para ellos todo hab�a acabado. El resto lo leer�an en los
peri�dicos de ma�ana, si algo hab�a que leer.


Ol�a a limpio en el descansillo. Cuatro puertas, dos a cada
lado. La letra D era la suya. Llamaron al timbre con suavidad. Un solo toque.
Unos pasos hacia la puerta. Una �ltima mirada entre ellos. La llave en la
cerradura. Ten�an suerte, aquel tipo no hab�a tenido un pap� que le dijera que
siempre, siempre, siempre, antes de abrir la puerta hab�a que preguntar primero.


Diez cent�metros de acero en forma de ca��n, detr�s, la
muerte disfrazada de plomo y p�lvora, delante la cara asustada del que en dos
d�cimas de segundo debe hacerse a la idea de que su vida a dejado de valer lo
poco que hasta entonces val�a. Frente a �l, bajo el umbral de su puerta, dos
sobras negras y enormes.


Un empuj�n: la puerta del recibidor. Un nuevo empuj�n: la
sala de estar. Un �ltimo empuj�n: el sill�n, sobre el que cay� hecho ya un
gui�apo asustado y quebradizo. Ahora ya no era una sino dos las pistolas que le
apuntaban a la sesera. Tras ellas, y ahora con m�s luz, las sombras cobraron
forma humana.


Dos tipos serios, de cera, de unos cuarenta a�os, le miraban
como se mira a un pollo en la carnicer�a. Nada, excepto su respiraci�n
entrecortada y los latidos de su coraz�n parec�an poder romper con aquella
tenebrosa frialdad. Parec�a como si estuvieran dentro de una foto de la secci�n
de sucesos de alg�n tabloide sensacionalista.



Ponte c�modo. �La voz de uno de ellos son� como si acabara
de llegarle desde el mismo infierno.


Yo�yo�


T� te vas a callar y vas a ser ni�o bueno.



No hab�a m�s que decir. Un pa�uelo de seda limpio acompa��
aquellas palabras entrando en su boca. Una cinta de esparadrapo cerr� el asunto
convenientemente. Silencio total. Solo latidos descontrolados y respiraci�n
desbocada.


Siempre hab�a sido la ni�a mala de la familia. La primera que
descubri� el sexo. La primera que descubri� las drogas. Y la primera que
descubri� que lo mejor de las drogas era cabalgar a su costa y no con ellas.


Primero, un poco de caballo por aqu� y otro poco por all�.
Luego, un par de bolsitas de nieve reci�n tra�das desde los Andes. Despu�s de
todo un poco. Para todo hab�a clientes y la competencia era brutal. Hoy eran
pastillitas en una discoteca, ma�ana coca en una mansi�n, y pasado lo que
saliera a la puerta de un colegio, donde jam�s hab�a hecho la prueba con un
pastel, pero lo suyo se lo quitaban de las manos desde que daban la altura para
llegar a ellas.


No se lo tom� a mal. Pod�a haber mandado al cadalso a diez, a
cien o a mil, pero ella era una profesional. Hay cosas que vienen de oficio. Ser
recibida en casa por una o dos pistolas era una m�s, no la �nica, y ni siquiera
la peor. Call�. Entr� hasta el sal�n y se qued� contemplando la cara de su
compa�ero abotargada tras la tira de esparadrapo.


Poco pod�a hacer ya. Se sent� en el sof�. Al menos morir�a
c�modamente.



Ser� breve �La palabra breve permaneci� gravitando por la
peque�a sala como un fantasma durante unos segundos que se hicieron eternos
para los destinatarios del mensaje- Hab�is sido chicos malos. Hab�is meado en
el jard�n de otro y hab�is ganado mucho a su costa. Quiero su dinero. Lo
quiero ya y lo quiero todo. �De nuevo call�, como si meditase lo que a
continuaci�n iba a decir- Si sois buenos, os dejaremos seis horas para que
desaparezc�is de esta ciudad. Si sois malos�



La respiraci�n de su amigo parec�a el corifeo de aquella
tragedia, acompa�ando con r�tmica desesperaci�n cada nota que brotaba de las
gargantas de aquel par de hombres. Nunca hab�a valido para este tipo de
negocios, pero el amor era ciego y �l un rey en la cama.


La peque�a caja fuerte se abri� excitada al contacto de sus
yemas. Dentro, un par de fajos de billetes de diversos colores adornaban un
interior aderezado con tres bolsitas de polvo blanco y otras dos de pastillas de
un color verdeazulado. Sac� todo y lo puso sobre la mesa. Dos meses de trabajo,
gastos de representaci�n excluidos. Comprenda usted, una tiene sus caprichitos y
no iba a dejar pasar la oportunidad de comprarme ese vestido pudiendo pagarlo.


Los ojos fr�os y calculadores de uno de los hombres se
posaron sobre el alegre mosaico de billetes con la serenidad de un banquero de
Zurich. No era mucho. Tampoco poco. Mir� a su compa�ero como pidiendo consejo.
Aquello estaba en orden, pero �ser�a suficiente?.


�l comprendi� la mirada al instante. Ya eran tres a�os
guard�ndose las espaldas como para no entender lo que significaba un silencio.
Mir� a la chica, mir� al tipo del sill�n. Eran tal para cual: ella, pura sangre
fr�a. Esto quer�is, esto ten�is. Unas veces se gana y otras se muere. �l,
pat�tico. Bajo aquella cara de �ngel se escond�a un ni�o asustado. Seguro que
era ella la que llevaba todo el negocio.



Desn�date. �El ca��n de su pistola apuntaba directo a su
entrepierna.


�Y si me niego?



La voz de la mujer son� valiente. Joder, aquella tipa ten�a
un par bien puestos. Eso s�, nada que dos segundos de enca�onamiento a la
entreceja de su amorcito no solventaran. Mira, esto es lo que hay: o lo tomas o
lo dejas. A m� me da igual cien que ciento y o te desnudas a la voz de ya o
ma�ana pasas a engrosar las listas de los que se han dado de baja en la
Seguridad Social.


Un poco tarde para velar armas por su honra y su apellido. La
chaqueta de cuero con la que hab�a bajado a la calle fue la primera en
despegarse de su cuerpo. Guapa chica. Morena y alta, con el pelo casta�o claro,
de ese tipo que cuando llega el verano se vuelve casi rubio, cayendo hasta la
mitad de su espalda suelto y lacio. Ojos verdes, nariz peque�a, boca de corte
firme pero sensual, p�mulos y barbilla reciamente angulosos. Cara de mujer mala.
Lo que era.


Un cuello largo y delicado vio alejarse sin remisi�n el
cuello de la camisa verde, debajo, un sujetador de puntilla negro trataba de
retener dos generosos pechos, abajo, un vientre suavemente curvo y unas caderas
contundentes acaban en un pantal�n de tela negro que cay� tan pronto como la
camisa abandon� las mu�ecas de su due�a. Dos piernas largas y firmes holladas
por un tanga negro saludaron al respetable con la piel de gallina. El fr�o, tal
vez. Tal vez la muerte.


Sin pedir permiso, nada le indicaba que fuese menester, se
llev� los dedos a la cintura y comenz� a bajarse el tanga. Seis ojos clavados en
su suave anatom�a lo vieron deslizarse muslos abajo hasta ir a caer entre los
tobillos de la chica y de all� a la libertad. Un recortado pubis negro amaneci�
sobre sus abultados labios cuando volvi� a alzar su cuerpo.


Era guapa. Muy guapa. Casi tanto como valiente. No hab�a que
ser Shelock Holmes para saber que el inter�s antropol�gico de aquella visita no
se quedar�a en el mero estudio de sus ropas y la forma de quit�rselas, y sin
embargo ni un suspiro se escap� de su resignada boca. Lo uno eran gajes del
oficio, lo que le esperaba ahora, gajes de su g�nero. Era un mundo de hombres y
la venganza no se cobraba con la misma divisa dependiendo del sexo de la
v�ctima.



T�mbate en el sof�, bomb�n, que voy a contarte un
secretito.



La voz de uno de los tipos son� como debi� de sonar la
bienvenida que el lobo dispens� a Caperucita disfrazado de abuelita. La pistola
de su compadre acerc�ndose a escasos dos cent�metros de la sien del chico era
una licencia po�tica, genialidad del d�o de invitados que, si bien pod�a
resultar algo prosaica, dejaba a las claras que las bromas y ellos no eran
�ntimos ni mucho menos.


No gimi�. Al menos al principio, mientras notaba como la
lengua del primero de ellos surcaba su cuerpo con la avidez de un lobo. �l, ni
siquiera hizo amago de desnudarse. Tan solo se baj� la bragueta, sac� un enorme
falo, se subi� sobre su cuerpo rendido e inm�vil y la penetr� casi en un solo
movimiento. El dolor de aquel brusco movimiento ya no lo pudo disimular. Cerr�
los ojos de dolor y asco. No quiso mirar la cara desencajada del tipo que la
cabalgaba. Tan solo sent�a dolor y asco. Tampoco dur� mucho. En menos de un
minuto un h�medo y c�lido jadeo inund� su cara, mientras dentro de ella �l se
corr�a violentamente.



Te toca. �Dijo satisfecho mientras se sub�a los pantalones
y apuntaba con su pistola a los ojos cerrados del compa�ero de la chica.



Su compadre era m�s amigo de jueguecitos que �l. Tom� a la
chica de las manos y le obligo a arrodillarse en el suelo justo frente a su
paquete. Arque� el brazo hasta apoyar la boca de su pistola contra la cabellera
de la chica y, con un par de suaves golpecitos, le indic� muy a las claras por
donde quer�a empezar.


El otro, jadeando a�n, se fij� de nuevo en la cara
descompuesta y amordazada del chico. Ten�a los ojos cerrados y los apretaba con
todas sus fuerzas, mientras dos hileras de l�grimas ca�an por sus mejillas. Su
respiraci�n ahora trataba de contener unos llantos que se agolpaban con furia
contra el esparadrapo.



Toda una fiera esa mujercita tuya, hombre. Te felicito de
veras. �Ninguna respuesta obtuvo de aquel pelele amordazado, ni tampoco la
esperaba, sin embargo, pens�, tampoco era cosa de que solo la mujer pagara los
platos rotos- Vamos, vamos, �no me digas que no quieres mirar?. �No quieres
mirar?. Bueno, pero si nos ha salido t�mido el pobre. Bien y bien y bien.
�Quieres que te lo cuente yo?.



El fr�o tacto de la pistola sobre su sien no le dejaba lugar
a la disputa dial�ctica: movi� sumiso la cabeza de arriba abajo sin abrir los
ojos. Una voz asquerosamente melosa empez� a penetrar por sus o�dos. Tal vez le
hubiera sido menos repulsivo no haber cerrado los ojos nunca, pero ahora ya era
tarde. Aquel tipo parec�a disfrutar con la idea y estaba claro que ya no iba a
cambiar de tercio. Tocaba la suerte de banderillas y que Dios repartiese idem.


Chico, le hab�a comenzado a decir la voz tan pronto como �l
hab�a movido afirmativamente su cabeza, yo no s� a ti, pero a mi compa�ero esa
hembra le est� haciendo una mamada de muy se�or m�o. �No quieres mirar?. �No?.
Bueno, creo que te comprendo, porque parece que llevase seis meses a pan y agua,
solo hay que verla como tiene sus dedos clavados en el culo de mi amigo mientras
se introduce tres cuartas de palo por la boca.


Vaya, vaya, vaya. Creo que cuando acabe con �l voy a repetir
postre. F�jate como se mete esa verga en la boca. Y no se atraganta ni nada. Se
ve que la chica no es virgen, eso cae por su propio peso. Y ahora se la lame. Y
le mira la muy puta. Se dir�a que lo est� disfrutando m�s que �l. Ser� que
quiere que se le corra ya y que no le penetren otra vez, porque ese masaje con
la lengua y ahora con las manos no lo aguanta cualquiera. O eso o es la m�s puta
del pa�s.


Ja, ja, ja, menudo es mi colega para estas cosas. Cuando se
pone, se pone, y ya le pueden hacer maravillas que �l es de piedra. �Hala!,
vuelta al sof�. No, mira, mejor no te tumbes, ven ponte a cuatro patitas. Joder,
que par de tetas tiene su se�ora, amigo. Y mira, ah� va �l.


AHHHHHHHH!


�Nunca le hab�as dado por el culo?. Por el grito que acaba de
pegar parece que no. Vaya carita que se le ha quedado. Eso es bonita, respira,
respira. As�, buf, buf, buf. Menuda guarrilla que es tu parienta, colega. Y como
se la est� montando mi amigo. Y ese par de tetas, como se mueven. �R�mpela t�o!.


Ahora s�, mira, ahora si que se la mete por donde debe. Vaya,
parece que ella est� disfrutando. �Oyes c�mo jadea y c�mo suspira?. Mira, pero
si se ha tumbado porque ya no aguanta m�s a cuatro patas. Mejor, m�s f�cil para
mi colega, que ahora puede apoyar los pies en el brazo del sof� y hacer m�s
fuerza.


�Verdad que aguanta mi amigo?. S�, es un puto campe�n. Mira
como sigue d�ndole. Mira, hombre, no quieras perderte esta escena, que te
aseguro que vale la pena. Mira la cara de tu mujercita con la boca abierta y los
ojos cerrados por el placer. S�, creo que voy a repetir en cuanto se corra
dentro de ella.


Un suspiro bronco y gutural acompa�� el orgasmo del hombre,
poco despu�s, mientras a�n daba los �ltimos coletazos dentro de ella, un sonido
apagado, amortiguado por el coj�n que mordi� con furia, demostr� a todos los
presentes que tambi�n ella se hab�a corrido.



T�, traficante, ven aqu�, anda. � La voz del otro mat�n
son� con rudeza.



Su amante segu�a con los ojos cerrados con fuerza, llorando,
desesperado, mientras o�a los pasos de su compa�era acerc�ndose hacia �l.
Aquellos apagados jadeos que hab�a acompa�ado a su orgasmo le dol�an m�s que
cien tiros. Con dificultad se lleg� frente a ambos. No eran m�s que seis pasos,
pero el culo y las caderas le dol�an horrores.



Vamos, ponte de rodillas y hazme con la boca lo que le has
hecho a mi amigo, �quieres?.



Se agacho resignada y, poni�ndose entre la polla del tipo y
su chico comenz� a chupar aquella enorme verga mientras masajeaba con su mano
derecha sus test�culos.


Las manazas de aquel hombre se asieron sobre su cabellera y
comenzaron a empujarla con fuerza contra su pubis, oblig�ndole a tragar hasta
que le dolieron los labios. Esta vez aquel tipo estaba decidido a durar mucho
m�s que cuando la hab�a penetrado, eso estaba claro.


De pronto, de un empuj�n, el hombre separ� la boca de la
mujer de su polla y comenz� a frotarse furioso su pene contra la cara de la
chica, golpe�ndola a veces con la punta de su prepucio. Un enorme chorro de
esperma sali� por fin manch�ndole la cara a ella y a �l los pantalones.


La puerta se cerr� tras ellos. No queremos volver a saber de
vosotros por aqu�. Esta vez hemos sido buenos�




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Relato: El ajuste de cuentas
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