INFIELES
(Cuarta parte: El arte de dejarse atrapar)
La cita con Sonia hab�a sido de lo m�s oscura. Al salir de su
casa me hab�a despedido con un beso y me hab�a dicho que lo m�s dulce de
nuestras vidas estaba por venir. Era una idea que me gustaba, pues si la vida
hab�a sido buena hasta ahora, no estaba nada mal que se fuera a poner mejor.
Hab�a sin embargo una inquietud, �Qu� significaba para esta obsesa "lo m�s
dulce"? Podr�a significar cualquier cosa.
Ya con los cabrones del programa de Infieles tras mis huesos
no hab�a oportunidad de echar marcha atr�s. La convivencia con Rebeca se hab�a
vuelto una farsa. Se supone que lo malo de la infidelidad no es ni siquiera la
promiscuidad, sino la mentira, es decir, el hecho de convivir sin la menor
verg�enza de estar enga�ando al otro, haciendo la pantomima de que todo est�
bien, igual que siempre, pero callar el secreto de que est�s haciendo
carboner�as. En ese sentido, �qu� podr�amos decir de que ella me tuviera en
observaci�n por los hijos de puta de Infieles y que en la casa fingiera que todo
estaba bien?. Rebeca me hablaba con mucho cari�o, me mimaba como pod�a o hasta
donde se lo permit�a su aversi�n. Si hac�amos el amor, ello era con una pasi�n
fingida. Yo sabiendo de mis andanzas con Sonia, ella sabiendo que hab�a echado
unos sabuesos tras de mi. Yo deseoso de que me pescaran y que Rebeca me
rechazara para siempre, ella deseosa no s� de qu�, si de descubrir que no hay
nada extra�o conmigo, que soy fiel, o deseosa de atraparme en la mentira.
Supongo que todo aquel que hace seguir a su pareja por unos investigadores en
realidad se muere por que su pareja est� jodiendo con otro y poder tener as� la
raz�n. El mundo es muy raro.
Yo estaba sin embargo en las garras de Sonia. Mantener la
relaci�n con ella era la �nica forma de que mi plan de meses pudiera cumplirse
como yo lo hab�a planeado. Adem�s, este plan era de lo m�s importante para mi,
pues defin�a c�mo ser�a mi vida emocional en lo futuro. Estaba pues en garras de
Sonia, a quien no pod�a botar por demente que estuviera.
La oficina comenz� a cimbrarse. Al lunes siguiente de que
Sonia y yo hab�amos ido de compras, ella comenz� a vestir m�s sugerente. Ese
lunes ella se llev� un pantal�n blanco que le hice comprarse, y si bien a la
mayor�a de las mujeres les desagrada ponerse alg�n pantal�n que les marque los
gajos del co�o, a Sonia parec�a gustarle, al grado de que descart� ponerse un
pantiprotector que hubiera resuelto ese problema de explicitud. La blusa que
llevaba era ce�ida. Su cabello, siempre sin peinar, ahora iba peinado.
Sorprendente, llevaba unos zapatos de tac�n que daban ganas de tirarse a sus
pies y besarlos mientras caminaba por los pasillos de la empresa. Atravesaba
toda la compa��a para ir a invitarme a almorzar y a su paso un ej�rcito de
vergas erectas se preguntaba "�Qui�n es esa chica?" La respuesta, ya que daban
con la identidad de la due�a de aquel par de nalgas siempre era una sorpresa.
�C�mo? �Es Sonia la de Satelitales? �Qu� no era machorra? �D�nde compr� esas
nalgas? �Qui�n se la est� cojiendo?.
La fama de Don Juan la adquir� de manera inmediata, pues los
compa�eros conclu�an que entre toda la bola de machos de la compa��a hab�a
habitado desde siempre una hembra buen�sima y hab�a permanecido encubierta, pero
luego de todo ese tiempo uno de ellos, un verdadero h�roe y visionario, o sea
yo, hab�a tenido la inteligencia suficiente para apostar por ella y vaya que si
hab�a logrado un menudo descubrimiento. Fue como buscar las Indias y descubrir
Am�rica, aunque fuera por error. Era como una especie de triunfo masculino en el
que, de ah� de donde no hab�a nada, de ah� de un caso perdido, de un barro
inerte, hab�a sacado yo una hembra.
Las mujeres envidiaban la hormona de Sonia, y los hombres me
envidiaban a mi. La situaci�n tomaba identidad y existencia propia, y ello
comenz� a no gustarme. De a rato Sonia era el deseo secreto de todo var�n de la
empresa y objeto de envidias de toda mujer. Nuestra historia era un mito
interempresarial donde cab�a toda serie de elucubraciones y especulaciones, pese
a que nadie sab�a a ciencia cierta qu� era lo que pasaba entre nosotros. En casa
este romance era tambi�n un mito temible, con un peso tan grande que Rebeca ya
hab�a vuelto a su posici�n fr�a e indiferente; mientras que para los de Infieles
constitu�a una materia para trabajar.
Pero �Qu� hab�a de realidad detr�s de Sonia y de mi? La
verdad hab�a comenzado a rebasar por mucho la imaginaci�n de quienes hac�an
especulaciones acerca de nosotros. Se rumoraba que ten�amos sexo, es m�s, los
chismosos de siempre que habitan en toda oficina ya se hab�an regodeado
demasiado en la duda de si �ramos una relaci�n de puro sexo o si hab�a amor, es
decir, ya olvidando el punto de si ten�amos sexo �punto que ya daban por hecho-,
pasaban a la pregunta siguiente, si �ste era por puro vicio o por verdadero
amor. Sin embargo, el cerebro de chorlito de los chismosos era un desierto
comparado con lo que Sonia ten�a reservado para mi.
Todo comenz� de una forma muy simple. A los pocos d�as de
convivir con Sonia me preguntaba c�mo era posible que no la hubiese descubierto
antes. Me sent�a tan a gusto a su lado y nos re�amos casi todo el tiempo. Una
relaci�n saludable es aquella en que los integrantes se hacen re�r mucho. Sonia
me hac�a re�r a mares y yo era su payaso particular. Su risa era una especie de
combustible del cual aparentemente ya no pod�a prescindir. Tanta risa no ser�a
recomendable una vez que uno iba a la cama, pues uno no se acuesta y folla en
medio de carcajadas. El mundo era para nosotros un universo gracioso, un juego
ligero y di�fano. Pero su casa, su casa era una cueva del mal y la perversi�n.
Cada vez que nos acerc�bamos a su casa sent�a una presi�n en el est�mago, pues
adentrarnos a sus dominios era pertenecerle. Que habr�a sexo era seguro, eso no
atrapaba mi atenci�n, era el c�mo lo que siempre era incierto. Acercarme a la
puerta de su casa era como ver la pel�cula del exorcista y avanzar con la c�mara
hacia el cuarto de la chica endemoniada. Un pavor me atra�a y me jalaba como si
tuviese un collar de perro. Cruzado el umbral la risa dejaba de ser lo que era
afuera y pasaba a ser su risa, la risa del victimario.
A la segunda cita me at� deliberadamente a una silla tipo
medieval que ten�a en su rec�mara y me dec�a que no era mi cuerpo lo que ataba,
que ataba mi alma. "Tu alma me pertenece. Pobrecito de ti. Te voy a mandar al
infierno porque te voy a dar tanto placer que te olvidar�s de Dios
completamente" me dijo. Las sogas bloqueaban mi circulaci�n y ella me manten�a
atado a la silla. A punta de mamadas me produc�a una erecci�n tan intensa que
rayaba en el dolor. Se sentaba en mi verga dej�ndose clavar por el culo,
asi�ndose de la silla no de los descansa brazos, sino de las sogas, y hac�a que
me regara en su culo, luego me desataba y acompa�aba el cosquilleo de la sangre
que por fin nutr�a mi cuerpo con besos suyos. Luego nos �bamos al sof� de la
sala y platic�bamos. Yo le preguntaba si era cierto aquello de que era due�a de
mi alma, y ella se re�a como una ni�a traviesa y me dec�a que no era cierto pero
se escuchaba profundo, y que en todo caso no era ella la que me apartar�a de
Dios, aunque exist�a el riesgo de que yo eligiera eso. Sal� de su casa como
vac�o. Tal vez s� se hab�a quedado con mi alma.
Esa vez no fue tan significativa aunque me alert� que era
posible que no importara que yo consintiera o no la profundidad de nuestra
relaci�n, pues ser�a tan honda como Sonia quisiera. Fue la segunda vez la que
marc� una diferencia. Esa vez hab�a sido muy normal, no hab�a habido ni sogas ni
l�tex, hab�amos bebido unos tragos y nos hab�amos ido como cualquier pareja que
vive junto a la habitaci�n, la cual estaba tendida como la casa de cualquiera.
Hab�amos empezado una rutina tambi�n convencional. Le hab�a yo besado su sexo
por unos diez minutos, saboreando ese sabor dulce que destilaba de su cuerpo,
hinch�ndole los labios. Ella se hab�a inclinado para hacer un sesenta y nueve
pero yo se lo hab�a limitado, pues quer�a yo aplicarme a ella exclusivamente,
olvidando que el mamar podr�a ser algo que le gustaba, pues despu�s de todo a mi
me gustaba mucho besarle el sexo a ella. La puse muy caliente. Ella me tendi� en
la cama y me comenz� a comer el miembro con tanta fuerza que me volv�a loco, a
la vez jugaba con mis test�culos con sus dedos. Corrientes de placer me
rasgu�aban la espalda como garras de un gato invisible. Ella se sent� encima de
mi y permaneci� como a quince cent�metros de mi pelvis, dejando entrar en su
sexo apenas un par de cent�metros de mi verga. Jug� con el per�metro de su sexo
y mi glande. Me volv�a loco y se volv�a loca ella. Luego se fue sentando tan
lentamente en mi sexo y comenz� a menear con un ritmo tan conciso y tan r�tmico
que me puso a hervir. Sin darme cuenta, estaba yo con las piernas abiertas en
comp�s y ella con sus piernas juntas, en una posici�n de misionero, pero era
ella la que estaba encima dando embistes furiosos y r�tmicos. Me tomaba las
piernas de las corvas, como si fuese yo la mujer penetrada y pompeaba con
fuerza, luego solt� mis corvas y mis piernas se quedaron abiertas por placer,
como toda una dama, y ella, como caballero, baj� sus manos y me agarr� de las
nalgas mientras pompeaba. Recordaba haber vivido aquello, pero era yo el de
encima, yo el que pompeaba, yo el que hac�a las piernitas de mi mujer a un lado
y la amaestraba para que las dejara as�, abiertas, y yo el que bajaba las manos
hasta las nalgas para empujar la pelvis en direcci�n de que mi hueso de la
pelvis moliera un poco el cl�toris de mi mujer y hacerla sentir un orgasmo fruto
de verse presa de una fuerza masculina, yo el que buscaba el ano con mis dedos
para habitar un poco aquel agujero y saturar por completo la cadera de mi mujer,
y ya con medio dedo en el culo pretender tocar mi miembro pese la distancia de
la pared interior de su cuerpo con mi pist�n . As� era, pero al rev�s. Cuando
ella escuch� mi jadeo que se aceleraba, sus embistes se pusieron m�s veloces y
sus manos apretaron m�s mis nalgas. Me aguijone� el culo con uno de sus dedos y
mi capacidad de aguantar lleg� a su fin, todo pareci� disponerse y, como si mi
cuerpo fuese demolido por un sismo, se hizo pesado a fuerza de abandono. Yo
comenc� a regarme en su vientre de una manera salvaje, y ella me terminaba de
poseer.
Me hab�a gustado aquel salvajismo y aquella fuerza, todo
hab�a terminado y nos bes�bamos en la boca. Ella me tocaba el rostro con sus
manos, como si fuese hermoso. Yo sent� ganas de llorar de puro gozo. Lo hice y
ella me abraz� con una dulzura para m� desconocida. Yo le dije:
-Como hombre ser�as un amante extraordinario.
-Rep�teme eso.
-Que como hombre ser�as un amante extraordinario- dije entre
jadeos. Ella se qued� callada y tambi�n llor�. Supongo que llorar implica cierto
grado de intimidad, no s� por qu�.
-Siempre cre� que no hab�a lugar para m� en esto. Por eso
lloro. Porque s� cu�l es mi lugar y s� que soy bienvenida. Se que me quieres. Es
la �nica seguridad que tengo.- Complet� ella.
Yo cerr� mis ojos, pues no quer�a que ella advirtiera de mis
ojos la triste realidad: que yo no estaba seguro de nada en este mundo.
Todo fue muy dulce y ni ella ni yo hab�amos hablado del
detalle del dedo en el culo, mismo que yo no pude impedir porque no era lo
apropiado. Ella me cit� luego y me dijo que me ten�a una sorpresa, como si todo
lo que ocurr�a a su lado no fuera precisamente eso. Cuando llegu� a su casa ella
abri� la puerta, estaba vestida de hombre, con un traje sastre que le sentaba
muy bien. Con su cabello peinado muy al ras de la cabeza, sin maquillaje, con un
sost�n que oprim�a sus encantadores pechos, con el saco, el chaleco, el cintur�n
y los zapatos, parec�a medianamente un var�n. Yo me desconcert�. Ella se
desanim� un poco, pues le hubiera gustado que yo me riera. Me invit� a pasar con
la voz m�s gruesa de que ella era capaz. Entre la pl�tica ella me ped�a que le
hablara como si fuese un camarada m�o, alg�n amigo de la infancia que luego de
los a�os se hubiese transformado en eso; yo me resist� y propuse que mejor
imaginar�a que un genio la hab�a transformado a ella en un hombre, pero que en
el fondo era mujer. Ella acept�. Para mi fue una cita de gran confusi�n, pues si
bien los gays me eran indiferentes, yo estaba seguro de no ser gay, y si
aceptaba tanta putedad y tanta ambig�edad era por la certeza que ten�a de que
Sonia era mujer. La cosa desvari� cuando ella acomod� la pl�tica para que yo
dudara de su hombr�a, a lo que ella dijo:
-Hay una forma de saber cu�l es mi sexo-
Tom� mi mano y la llev� hacia su pelvis. Yo ya hab�a colocado
mis dedos en la forma en que los coloco cuando voy a empezar a masajear un co�o,
pero para mi sorpresa sent� un grueso cilindro perfectamente acomodado justo
como yo acomodo el m�o cuando tengo una erecci�n socialmente inoportuna. Quit�
la mano como si estuviera a punto de tocar una rana venenosa del Amazonas. Ella
se ri�.
-Es solo un juego- Aclar�.
-Tal vez a mi no me guste jugar a que me estoy follando a un
hombre-
-Nadie te est� pidiendo eso. Est�s seguro de lo que soy
�Cierto?, si me penetraras por detr�s lo disfrutar�as mucho �Cierto?. No te pido
que me jodas creyendo que soy un hombre, sino que me jodas mientras yo creo que
soy un hombre. �Ves la diferencia? Es muy sutil, por eso es tan encantadora. �No
me vas a cumplir ese capricho?.
-Est� bien.
Me sent� en el sill�n y sin quitarse una sola prenda comenz�
a mamarme la verga, con tanta hambre que por poco me hace reventar. Mientras
mamaba, con la mano izquierda manipulaba mi miembro y con la derecha abr�a la
bragueta de su pantal�n y masajeaba su verga falsa. Yo estaba preso de una
dignidad tan poco aut�ntica. Ella me com�a con tanta voracidad y empu�aba su
verga con tanta fuerza que no sab�a yo qu� pensar. Vaya, si fuese un hombre
verdadero no notar�a yo la diferencia, sin embargo la idea de hacerlo con un
hombre me era imposible. Sutilezas de g�nero, supongo. Me aclar� a mi mismo que
se trataba de alguna cuesti�n energ�tica, alg�n tipo de polaridad en el cual
esta misma caricia inflingida por un polo igual ser�a inadmisible mientras que
regalada con la polaridad femenina de Sonia era especialmente atractiva.
Ella se par� y me plant� un beso en la boca a la vez que
restregaba mis labios en sus mejillas y barbilla, meti�ndome la lengua hasta
donde pod�a, como si quisiera convidarme de mi propio sabor. S� que era puto
esta Sonia. Me arrastr� hasta enfrente de un espejo y se empin� justo frente de
�l. Se liber� el cintur�n y su pantal�n cay� arrugado hasta sus tobillos. Ning�n
detalle hab�a escapado a su mente, pues tra�a puestos unos calcetines iguales a
los que yo usaba en ese momento. Me tom� de la verga y la dirigi� hasta la
entrada de su orificio. Yo la penetr� de inmediato y comenc� a pompearla con
fuerza. Ella se miraba al espejo como un hombre que estaba siendo penetrado.
Mientras m�s la barrenaba ella se masajeaba la verga falsa con mucha pasi�n,
como si en verdad sintiera algo de tocarla, pero no en la mano, sino en el
miembro.
No s� cuanto tiempo permanec� hipnotizado con la imagen de
c�mo se meneaba su propia verga, lo cierto es que hab�a pasado ya largo tiempo y
yo ni siquiera lo hab�a sentido.
-Imagina que es tu verga la que masturbo.- Me orden�. Su mano
la empu�aba como si en verdad sintiera algo en el miembro, sus nudillos
brillaban, sus huesos luc�an m�s prensiles y aterciopelados que nunca. En
realidad deseaba que fuese mi verga la que estuviera en sus manos, aunque no
estaba seguro de querer cambiarla de sitio.
Todo mi cuerpo se fue llenando aun de m�s calor. Por mi mente
no pas� la idea de que si era mi verga la que ella estaba masturbando, luego yo
era ella, luego alguien me barrenaba el culo y yo tan campante. Esa idea no me
vino hasta que ella me dio una nueva orden.
-Me siento tan atrapada. Quiero ver c�mo te la jalas tu
mismo. Toma mi verga y j�lamela como si fuera la tuya.- Yo lo hice. La estaba
penetrando pero a la vez le estaba meneando su verga. Ella mov�a la cadera como
si fuese un hombre que al ser masturbado pompea al aire. Su verga comenz� a
manar leche y cuando esto ocurri� yo la solt� con miedo. Ella se ri�.
-No te asustes, yo la he hecho estallar. Se programa por
tiempo. Le puse quince minutos.
O sea que hab�a estado d�ndole duro a su culo por quince
minutos, aunque a mi me hab�a parecido mucho m�s. Yo me comenc� a regar tambi�n.
Ella se quit� de ah� y me coloc� frente al espejo y empinado, y empez� a hacer
aquellas maravillas que ella sab�a hacer con su lengua, atac�ndome el culo sin
piedad. En una lengueteada muy audaz, cerr� un poco las nalgas. Ella dijo:
-�Acaso quieres que pare? Soy tu mujer, puedo hacer esto si
quiero. Puedo penetrarte si quiero. No hay conflicto. Somos seres sin g�nero,
todo nuestro cuerpo es placer. �Vas a decirme que pare?
-No.
-�No qu�?
-No pares.
Mi alma estaba vendida. No hab�a yo distinguido la
importancia de ceder en ese abstracto punto de que en pareja no hay g�nero, pues
sin saber, hab�a vendido a cambio de treinta monedas de plata toda mi tradici�n
machista heredada a lo largo de la historia. Segu�a siendo hombre, pero un
hombre capaz de ser mujer si su mujer es hombre.
Un hecho un tanto t�trico ocurri� en medio de todo esto. Una
broma del destino, probablemente. Llegu� yo a la casa de Sonia y �sta portaba en
el cuello una pa�oleta id�ntica a la pa�oleta de la suerte de Rebeca. Esto me
puso muy tenso porque yo no creo que las coincidencias existan, y sin embargo
estaba ella, ah�, frente a mi, con una pa�oleta exactamente igual a la prenda
fetiche por excelencia de mi todav�a esposa. Dir�a que tienen gustos muy
diversos, que son incluso opuestas, pero est� mi cuerpo para desmentir este
criterio tan arbitrario, por una u otra causa ambas han consentido a abrir las
piernas a las m�as. Pero caramba, la pa�oleta, jurar�a que es la misma. Sonia la
lleva al cuello y va vestida con un abrigo, y aunque hace fresco, estoy seguro
que no es por esa raz�n por la cual lleva encima el abrigo, m�s bien adivino que
debajo del abrigo va desnuda. Me sobreviene la sensaci�n del exorcista de nuevo.
Me hace pasar. Me adentro por propia voluntad a su infierno particular.
Ya dentro comemos un pescado que ha preparado con muy buen
saz�n. Se dirige a la sala y, como si fuera una experimentada desnudista, deja
caer el abrigo tras de s�. Se le ven las nalgas mejor que nunca. En cada muslo
lleva una liga. Las ligas no sostienen nada, no detienen ni alzan nada, est�n
ah� como para marcar un contraste con su piel blanca, la tensi�n que el par de
ligas negras hace en los muslos crean un efecto de estrangulaci�n. Tal vez esa
sea la �nica raz�n de ser de estas dos ligas, la de apretar los blancos muslos,
crear en quien los ve una sensaci�n de asfixia visual, y la seguridad de tener
en la lengua el descanso a esa incomodidad. Las venas de los pies se yerguen un
poco, parecen el cuello de un secuestrado que respira trabajosamente mientras
calcula el filo de la navaja que lo amaga, la mano de un gimnasta suspendido en
los aros, la actual apariencia de mi verga debajo de mis pantalones.
Me acerco de rodillas y arranco las ligas con violencia.
Cuando la sangre llega a la punta de sus pies toco con mi lengua su sexo. Me
quedo cual cachorro mamando sus mieles cual R�mulo moderno luego de matar a
Remo. Ya que me dol�a la tirilla de piel que impide a mi lengua extenderse hasta
mi pecho, ella me levanta de la barbilla y me acerca a sus labios para sentir a
qu� sabe su cuerpo mezclado con mi saliva. Me recarga en un mueble de madera y
me baja la bragueta, y comienza a comerme. Me tiene loco con su boca. El mueble
se mueve. Por un momento pienso que se trata de Rebeca emputecida por un hechizo
que la ha hecho salvaje y distinta, de la que s�lo me queda la pa�oleta. Ella se
quita la pa�oleta y con ella ata el tronco de mi verga, y como si fuese una
manivela, agita con el nudo de la pa�oleta la piel de mi miembro, en vez de mano
maneja el arillo que estrangula mi pene. A punto ya de eyacular hizo un r�pido
nudo en mis test�culos y realizando varios amagues me dosific� el orgasmo en
seis partes, quedando mi verga como un elefante muerto de gripa gozosa.
Ya no pens� m�s en la mascada. Moment�neamente me sent�
atrapado. Pero nada qu� ver.
Otro d�a Sonia me invit� a que recorri�ramos la ciudad, pero
puntualiz� que quer�a que nos movi�ramos en metro y no en autom�vil. Yo le
pregunt� para qu� y ella me dijo que para que entendiera m�s a las mujeres. Ella
levaba una falda algo lijera y una blusa no muy provocativa. Era una trampa.
Primero fuimos al cine, en realidad a besarnos, pues ni vi la funci�n. A media
funci�n, y amparada por la oscuridad de la sala, me tom� la mano y la arrastr� a
su entrepierna. Yo segu� la direcci�n que me indicaba mi instinto y me encamin�
a su sexo, s�lo para descubrir, con gran desagrado, que ah� estaba aquella verga
falsa. A partir de ah�, cada segundo se dividi� en dos pensamientos a la vez,
uno, lo que fuera que estuviera pensando y, dos, la verga de Sonia. Nos seguimos
besando en el cine, pero yo ya sab�a que estaba besando a una mujer con verga.
Salimos y nos subimos al tren subterr�neo, ella se colocaba detr�s de m�,
abraz�ndome dulcemente. Los dem�s pasajeros nos ve�an con la condescendencia que
se puede tener respecto de dos reci�n casados, pero no sab�an que en medio de
aquel dulce abrazo, aquella mujer me estaba restregando su verga en el culo.
Toda la tarde se dio a la tarea de colocarme en situaciones en las que me
arrimaba la verga como quien no quiere la cosa a las nalgas. Efectivamente
comprend� el acoso a que se ven expuestas las mujeres diariamente.
Me condujo a un hotelucho del centro. Mal franqueamos la
puerta de la habitaci�n que alquilamos y me pregunt�:
-No nos hagamos locos. Te vas a dejar penetrar si o no. Es
cuesti�n de tiempo cari�o. Si no te ha surgido la curiosidad todav�a dame un
voto de confianza y atiende mi recomendaci�n: te va a gustar.
Yo tendr�a sin duda la cara de resignaci�n, la cara de quien
se sabe sin voluntad. Asent� con la cabeza. Me dio la mejor mamada de verga que
he recibido en mi vida y luego me comenz� a trabajar el culo. Me instruy�:
-No pierdas tiempo en preguntarte lo que sentir�s, pues
pensando en la penetraci�n te perder�s todo lo que te haga antes. Recibe cada
cosa a su tiempo y siente s�lo lo que debas sentir de cada cosa. Olv�date que
eres hombre, hoy ser�s mi eso, mi culito.
Era una orden sabia. Con su lengua me hac�a toda serie de
caricias en mi ano, luego con sus dedos lo distend�a, luego me daba una nalgada
para hacer a�icos mi nerviosismo. Se sent�a extra�o saber que todo aquel trabajo
era para un fin determinado de usar luego el arillo. Por fin me acomod� sobre
una almohada y me puso las nalgas hacia arriba. Mi verga estaba m�s parada que
nunca. Se arranc� la falda y ah� estaba la verga de ella. Me puso m�s lubricante
en el ano y comenz� a jugar con su verga de pl�stico en �l. Ya nada importaba.
Sent�a dolor pero ten�a la esperanza de que se volviera placentero, despu�s de
todo a todas las mujeres con las que hab�a estado en mi vida les hab�a
encantado, y desde luego entre su culo y el m�o no hab�a diferencia. Sent� c�mo
me entraba aquel cilindro. Pens� en lo que dir�an mis amigos o mi madre si me
vieran en aquel instante, pero sonre� con un orgullo tal vez gay pensando que no
pod�an juzgarme hasta que lo vivieran. Me quedaba claro que si habr�a de
experimentar algo como esto, s�lo ser�a posible en compa��a de Sonia. Cerr� mis
ojos y la dej� hacer. Era muy delicada, muy considerada. De ser hombre ser�a un
amante que las volver�a locas. Comenz� el vaiv�n de aquel trozo, y yo me sent�a
cada vez mejor.
Un ruido estridente cimbr� la habitaci�n. Una decena de
hombres entraban a rodearnos, unos con c�maras, otros con micr�fonos, una
l�mpara, todos de negro, y en medio de ellos Rebeca. Al verse atrapada, Sonia ni
hizo el intento de sac�rmela, y con su peso me mantuvo tirado en el suelo culo
arriba. Cuando Rebeca vio lo que pasaba, sus ojos se abrieron tanto que cre� que
se le saldr�an los globos oculares. Se llev� la mano a la boca y con un tono
entrecortado dijo:
-Cornelio� por� Dios.
-�Cornelio� por Dios!- Dijo Sonia entre sorprendida y
decepcionada.
-Gonzalo Cornelio � Dije yo bien jodido.
El inspector de Infieles tom� a Rebeca de los hombros para
que no se desmayase y dijo �Esto parece explicarlo todo�