Aquel d�a, la profesora de
Geograf�a mand� unas tareas demasiado complejas. Por eso
Giorla se reuni� con su compa�era para hacerlas juntas. Luego
de varias horas de libros y mapas, el trabajo estuvo terminado y Giorla
se march� a su casa. ella viv�a a unas 20 cuadras de la casa
de su amiga, pero decidi� hacer el recorrido caminando.
A mitad de camino, una sorpresiva
y violenta tormenta se descarg� sobre la ciudad. Giorla iba por
un barrio residencial, muy interno, lejos de avenidas y sin un solo negocio
donde meterse para esperar a que el chubasco pase. As� que se resign�
a hacer aquellas diez cuadras bajo esta imprevista tormenta veraniega.
Los trabajos de geograf�a estaban en bolsas impermeables, por lo
que no la preocup� su destino. S�lo ella se mojar�a.
Ten�a puesto un vestido de
algod�n, muy liviano, ya que hasta el primer trueno y aun con las
nubes cubriendo el sol, la temperatura aquel d�a era muy alta. Cabe
detenernos en se�alar ciertas cosas sobre Giorla: tiene 17 a�os
y un cuerpo peque�o y delicado, con formas sutiles pero atractivas,
no llega a 1,60 de estatura y usa el pelo corto, que enmarca su carita
ani�ada decorada por una boca angosta pero carnosa y unos enormes
ojos verdes. El vestido empapado, abrazaba sus formas y quiz�s eso
atrajo la mirada de aquellos hombres.
Es que al pasar Giorla por el frente
de un terreno bald�o, vio c�mo un grupo de hombres se refugiaban
bajo una especie de alero que formaban unas chapas que cerraban dicho lote.
Ella no le dio mayor importancia a aquello. S�lo hasta que le pareci�
o�r que alguien se acercaba pisando charcos. Al darse vuelta ya
ten�a encima a tres tipos que la tomaron de los brazos y en medio
de forcejeos la arrastraron hasta el interior de aquel terreno.
All�, Giorla pudo advertir
que no eran s�lo ellos tres, los que estaban con ella: eran por
lo menos seis. Todos perec�an de entre 30 y 40. Y all� estaban,
empapados mir�ndola con ojos desaforados. Uno le tapaba la boca
para que no grite. La lluvia ca�a torrencialmente. Las manos de
los hombres estaban en todas partes en el cuerpo de la joven. El trabajo
de geograf�a se ahogaba en un charco.
R�pidamente, las manos pasaron
de hacer su recorrido sobre la tela empapada del vestido a desgarrarlo
para sentir la suave piel de Giorla, que se sacud�a para poder zafar
de sus raptores. Pero ellos eran muchos y muy fuertes. Cada uno de los
hombres la duplicaba en peso. Y lograban sostenerla con firmeza y al mismo
tiempo visitar cada rinc�n de aquel fr�gil cuerpo adolescente.
Ya hab�a dedos hurgando en
el interior de sus agujeros. Y no de una manera muy delicada que digamos.
Giorla sent�a que se desgarraba. Pero no pod�a precisar qu�,
d�nde... a la tormenta del cielo se sumaba la tormenta de sensaciones,
con todas esas manos rozando cada cent�metro de su piel, apoder�ndose
de cada prominencia de su cuerpito. Sent�a como si algo fuera a
estallar. Y algo estall�: casi al mismo tiempo en que varios sosten�an
su cuerpo a la altura de sus cinturas en posici�n horizontal, boca
abajo, un enorme miembro perfor� su conchita virgen. Un grito le
castig� la garganta. Y otra enorme pija aprovech� su boca
abierta.
El que hab�a enterrado su
miembro en su entrepierna le hac�a sentir a Giorla todo su espesor
entrando y saliendo acompasadamente, lentamente pero llegando al fondo
de la cavidad de la joven con todo su largo. Pero no era el d�a
de las sutilezas. Y el que ten�a su miembro en la boquita de nuestra
amiga, empujaba para hac�rsela sentir en la garganta. Las l�grimas
se mezclaban con el agua de la lluvia.
Luego, otro de los hombres se tir�
al suelo boca arriba, en medio de un charco, con su verga erguida como
un garrote y sobre ella acomodaron a Giorla, que en medio del v�rtigo
de todo aquello, pudo sentir c�mo �ste miembro era m�s
delgado que el anterior, pero parec�a que jam�s terminar�a
de entrar por completo: cent�metros y cent�metros de carne
rozaban las paredes de su interior. En medio de la lluvia ella o�a
las risas y los jadeos de sus captores. Les suplicaba clemencia, les rogaba
que la suelten. Pero no era por su caballerosidad que estos hombres se
destacaban. Mucho menos el que la empuj� hacia adelante y con la
boca pegada a la orejita de la joven, le dijo: "ahora, me voy a dar
el gusto de mi vida, siempre so�� con romperle la colita
a una nena como vos...".
Lo que vino despu�s fue una
sensaci�n de vac�o en el est�mago de Giorla, que sent�a
c�mo se iba enterrando esa enorme pija en su cola. Todo esto mientras
el otro largo miembro se manten�a alojado en su conchita. El constante
bombeo de los dos hombres, m�s los apretujones en sus tetas que
le propinaban las manazas del resto, hac�an que por momentos la
joven estuviera al borde del desmayo. Hubo in�tiles intentos de
zafarse de los tipos, pero esto s�lo aumentaba su ensa�amiento.
Un instante despu�s, un chorro
de semen se estrell� en su cara. La ni�a oy� que uno
de los tipos dec�a: "no, in�til, as� no se hace...
fijate y aprend�". Entonces el tipo tom� de los cabellos
a Giorla y acomod� su pija entre los labios semiabiertos de su boca
y al segundo, descarg� toda su leche sobre la lengua de la chica.
Ella, sin poder controlarse ya, empez� a emitir unos quejidos que
sus violadores interpretaron como gemidos de placer. "�hey!
�le gusta!" dijo el tipo que se ocupaba de su cola, entusiasm�ndose
y aumentando el ritmo de sus embestidas que terminaron en un copioso chorro
de semen descarg�ndose dentro de la ni�a. Lo mismo pas�
con el que hab�a ocupado su vagina.
Dejaron a la ni�a tirada
boca abajo y exhausta en el barro. Otro tipo lav� la conchita con
el agua de la lluvia y levant� las caderas de Giorla y se puso a
saborearla metiendo la lengua entre los labios de la peque�a, jugando
con su cl�toris y metiendo un dedo en su ano. Esto la estremeci�.
Pareci� perder el conocimiento en medio de una sensaci�n
nueva y poderosa que le sacud�a todo el cuerpo: era un orgasmo brutal,
que la llev� a aferrarse al pasto, como se aferraba a las s�banas
cuando se masturbaba en su cuarto. Pero, claro, no estaba en su cuarto,
estaba en manos de uno de sus seis raptores, que enterraba su lengua en
su concha, que le daba peque�os mordiscones a su cl�toris.
Otro de los tipos le exigi� que lo masturbe. Ella se aferr�
a un enorme miembro, casi sin verlo pues la lluvia torrencial golpeaba
sus p�rpados, y empez� a menearlo, a sacudirlo. El otro dej�
de jugar con su boca, la hizo poner en cuatro patas y aferr�ndose
a su cinturita, le introdujo un nada despreciable falo, que se abri�
paso en su vagina con no poca violencia. Giorla, abandonada a su instinto,
se llev� la pija que estaba masturbando a la boca. Las risotadas
burlonas de los hombres rebotaban en su cabeza. "Qu� hermosa
pendeja me estoy cogiendo" gritaba el que la estaba penetrando. "���Probale
la cola... vas a ver lo que es bueno!!!", lo alentaron los dem�s.
Y eso hizo el tipo. Sac� su mastil de la conchita de Giorla y lo
acomod� en la puerta del estrecho tesoro de la adolescente. Y all�
se enterr�, descarg� todo su peso dentro del culito de la
hermosa Giorla, que dio un grito estremecedor que hizo coro con un violento
trueno que anunciaba m�s tormenta. Giorla qued� acostada
boca abajo por el impulso de la embestida. El tipo, encima suyo, entraba
y sal�a con deleite de su cuerpo. Ella pudo ver c�mo un tipo
se arrodillaba frente a ella masturb�ndose, la tomaba de los cabellos
y le dec�a "yo todav�a no prob� tu colita...".
"Hijos de puta su�ltenme" balbuce� la joven. "Primero
te hago la cola, despu�s te soltamos". Pero le lleg�
el turno a �l y no la soltaron. Luego vino otro y otro y otro. Nuevamente
fue violada por dos a la vez. Terminaban unos y se repon�an otros.
Y casi todos acababan en su boca. Un dejo amargo se mezclaba con el sabor
del barro.
Giorla ya era una mu�eca
de trapo sometida a la voluntad del violador de turno, cuando oy�
que los tipos se iban. Estaba boca abajo con la cara semisumergida en un
charco, esperando encontrar fuerzas para poder levantarse. A cent�metros
de su cara vio un papel. Lo tom� y reconoci� en �l
una borroneada y embarrada parte de su trabajo de geograf�a. Mir�
con atenci�n a su alrededor y hab�a papeles por todos lados.
Su vestido estaba unos metros m�s all�, al pie de un arbusto.
Oy� un ruido y mir�.
Era un muchacho de su edad. Desnudo y embarrado. "�Todav�a
est�n ac�?" pregunt� Giorla. "No, solamente
estoy yo", contest� el muchacho. La chica no ten�a fuerzas
ni para pedirle que la ayude a levantarse. El chico se acerc�, se
arrodill� junto a ella, le tom� la cabeza con sumo cuidado
y la apoy� sobre sus muslos y comenz� a acariciarle el pelo
dulcemente. A Giorla esto la confundi�, pero en el fondo la reconfortaba
un poco de delicadeza despu�s de casi una hora de constantes embates
violentos.
Unos segundos despu�s, Giorla
sinti� algo en su frente. Era la pija del chico, que poco a poco
iba ganando en rigidez. Ella lo mir� a los ojos. Eran ojos tristes
pero hermosos. Tom� ese miembro y lo acarici� con dulzura.
Se lo llev� a la boca y comenz� a chupar como hab�a
mal aprendido en aquel terreno bald�o. Bes� los test�culos.
Lo recorri� con su lengua. Como pudo se puso de rodillas de espaldas
al muchacho. "�C�mo te llam�s?" dijo Giorla.
"Mart�n" contest�. Volc� su cuerpo hacia
adelante, en cuatro pero con el pecho y la cara sobre el suelo. Un trueno
acompa�� su pedido: "Mart�n... te quiero dentro
m�o". Mart�n acomod� su pija en la cola de la
chica y empez� a despedirse de Giorla. A qui�n jam�s
volvi� a ver. A quien jam�s pudo olvidar.
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