Relato: Ahora o nunca





Relato: Ahora o nunca


Silencio. Hac�a m�s de una hora que la �ltima luz en esa
parte del edificio se hab�a apagado. Estaban despiertos. Pod�an sentirse la
respiraci�n. Ambos estaban expectantes, alertas, esperando algo que iba a venir,
porque sab�an perfectamente que algo ocurrir�a. Y ten�a que ser esa noche.


Si se hubiera tratado de otra noche, a esa misma hora,
seguramente ya habr�an estado dormidos, pero Marcos y Pablo permanec�an
acostados en sus respectivos lechos con los ojos bien abiertos, con todos sus
sentidos preparados para la menor respuesta.


Hac�a meses que viv�an como verdaderos hermanos. De hecho
compart�an todo, hasta aquella peque�a y sobria habitaci�n que ahora les parec�a
el �ltimo refugio del mundo. S�, esa noche era la se�alada, pues al d�a
siguiente todo cambiar�a.


Afuera, brillaba una luna que clareaba toda la habitaci�n, y
la luz entraba sin pedir permiso por la ventana abierta, proyectando la sombra
de la reja sobre la blanca pared del armario. Pero los dos j�venes estaban
demasiado conmovidos esa noche para poder apreciar ese calmo resplandor que todo
lo ba�aba.


Marcos fue el primero en tomar una posible iniciativa. Se
incorpor� y mir� intuitivamente hacia la cama de su compa�ero. Pablo no se
movi�, aunque percib�a cada movimiento, cada gesto y cada mirada escrutadora que
sent�a sobre s�. Marcos apart� las cobijas y sali� de la cama. La luna cay�
sobre su cuerpo �nicamente vestido con aquel camis�n blanco que le llegaba, como
a todos, hasta la mitad de los muslos. Marcos sab�a, a pesar de la aparente
tranquilidad del lecho contiguo, que Pablo observaba cada movimiento, eso lo
sab�a perfectamente. Dio un par de pasos quedando a unos cent�metros de la cama
de Pablo. Marcos llev� sus manos a los botones de su camis�n y los fue
desabrochando uno por uno hasta abrir completamente el escote hasta su ombligo.
Pablo, sin mirarlo directamente, vio emerger el desnudo pecho de Marcos cuando
�ste se abri� el camis�n, dejando que la prenda descubriera tambi�n sus hombros,
sus brazos. La p�lida luz sombre� apenas, pero lo suficiente, el pecho liso y
sin rastros de vellosidad del joven. S�lo un arremolinamiento oscuro de pelos
entre los redondos pezones, las axilas... pero tan tenue que apenas si pod�a
adivinarse. Marcos sostuvo su camis�n a la altura de su cintura antes de dejarlo
caer al suelo para liberarse de �l, y s�lo hizo falta una palabra.


- �Quieres?


Pablo contest� con otra:


- S�.


Eso fue todo. Marcos dej� que el blanco camis�n cayera al
piso y lo dejara a merced de la mirada de Pablo. En medio de la habitaci�n,
Marcos estaba completamente desnudo. Se qued� ah� un instante, como queriendo
mostrarse enteramente, entre desafiante y vulnerable. Pablo volvi� su mirada
sobre �l y la blanca piel de esa juvenil desnudez pareci� iluminar el recinto.
Sus ojos se cruzaron moment�neamente. Despu�s la vista de Pablo descendi� por
ese largo cuerpo, fuerte, joven, puro. A la altura del abdomen percibi� esa
invitaci�n: una suave l�nea de pelos negros orient� su mirada hacia un camino
descendente y delicioso, que culminaba en ese pubis exquisito cubierto por una
mancha de vello suave y sedoso. El pene de Marcos estaba en la mitad de su
erecci�n, como indeciso a�n por el paso que iba a seguir. Era largo y grande.
Pablo dej� que su vista siguiera el recorrido iniciado y se maravill� con las
pesadas bolas que oscilaban bajo el miembro. La zona se hac�a especialmente
peluda all�, anunciando la vellosidad m�s oscura de las firmes piernas.


Marcos dio dos pasos m�s y tom� la s�bana que cubr�a a Pablo.
Lentamente, como queriendo hacer eterno ese momento de sublime atenci�n, fue
descorri�ndola hasta dejarla a sus pies. Pablo, como atra�do involuntariamente
por la imagen casi espectral que ten�a enfrente suyo, se incorpor� qued�ndose
sentado en el borde de la cama. El sexo de Marcos, qued� as� a la altura de su
rostro. Pod�a ver claramente cada detalle de esa verga que se le ofrec�a por
primera vez tan cerca. Entonces la erecci�n de Marcos alcanz� su esplendor en
menos de 15 segundos. La piel suave y virgen de ese manjar se descorri� con cada
latido para dejar al descubierto esa fruta h�meda y redonda que ansiaba ser
devorada. Pablo, sin atinar siquiera a tocar ese ansiado cuerpo, como por temor
a que un misterioso hechizo se desvaneciese, acerc� m�s su rostro a Marcos y sus
labios quedaron a pocos cent�metros de la punta dura del soberbio aparato.
Sinti� su aroma, nuevo para �l, y sin darse cuenta su boca respondi� a ese
misterioso est�mulo abri�ndose y acerc�ndose. Marcos lanz� un sordo suspiro
cuando la boca de Pablo atrap� �vidamente su hombr�a. No pudo menos que
acariciar la rubia cabellera de su compa�ero y contorsionarse de placer ante esa
incre�ble sensaci�n. Jam�s, por m�s que a trav�s de muchas masturbaciones hab�a
intuido ese momento, imagin� ni remotamente que se pod�a sentir tanto gozo.
Pablo abri� su boca a m�s no poder, y esa interminable longitud lo llen� hasta
tocar el fondo de su garganta. Lami� y succion� esa pija magn�fica, encontrando
en ella una fuente inagotable de nuevos sabores. Enseguida quiso probar m�s,
entonces sigui� con su lengua el tronco endurecido hasta la base para pasar a
los delicados test�culos, donde la piel se suavizaba en velludos pliegues.


Marcos, en medio de acallados gemidos, tom� los primeros
botones del camis�n de Pablo haciendo un intento torpe por desabrocharlos. Por
fin, pudo desabotonar uno, luego otro... y as� hasta que el pecho de Pablo qued�
a la vista de Marcos. Pese a su juventud, Pablo era extremadamente velludo. Los
pelos claros y suaves de sus pectorales, se doraban con el resplandor lunar.
Marcos hundi� sus dedos en ese mar de vellos y acaricio las tetas en sus manos,
amasando y reteniendo los grandes pezones. Tom� a Pablo por las axilas y lo
levant� suavemente. Ambos de pi� y frente a frente se miraron un instante antes
de seguir. Entonces Marcos abri� el camis�n de Pablo y lo desnud� r�pidamente.
Su verga estaba levantada y dura, emerg�a de una mata de pelos ondeados que
atrajeron pronto la atenci�n de Marcos. Ambos buscaron con sus manos las r�gidas
pollas y nerviosamente comenzaron a masturbarse. Acercando sus caras abrieron
sus bocas y se unieron en un primer beso deleit�ndose en un constante
intercambio de salivas. A partir de ese momento sus movimientos comenzaron a ser
cada vez m�s veloces a la vez que perd�an paulatinamente el control de sus
actos.


Pero sab�an que deb�an guardar silencio. No solo tem�an a
castigos terrenales esa noche. Pero luego, la situaci�n de clandestinidad fue
dejando de lado a la de culpabilidad, y esa continua exploraci�n de sensaciones
los llev� a una mayor excitaci�n a medida que se adentraban en nuevas oleadas de
placer. Eran c�mplices en esto, y lo sab�an mucho antes de haber dado ese paso
decisivo al resguardo de su blanca habitaci�n.


Marcos se arrodill� y, presa de un deseo incontenible, meti�
de un solo movimiento la dura pija de su amigo dentro de su boca. Por un
instante hab�a pensado en el pecado que estaban cometiendo juntos, pero eso en
ning�n momento le impidi� tragarse la enorme y pendulante pija. El hambre que
sent�a era superior a todos los temores y amenazas de fuegos eternos. Sinti� el
gusto de ese sexo penetrar en su garganta mientras el olor al l�quido preseminal
inundaba su olfato. Chup� toda la zona, y hasta lami� los largos pelos que
rodeaban todo el miembro, sigui� por las entrepiernas y descendi� abriendo los
muslos. Pablo gir� sobre s� mismo y dej� su culo frente el rostro de Marcos,
quien aferr�ndolo fuertemente lo abri� para poder penetrarlo con su lengua.


Los gemidos eran dif�ciles de asordinar, no obstante, ambos
se cuidaban de hacer el menor ruido. Sab�an que muchos o�dos tras esas paredes o
tras la pesada puerta de madera, pod�an descubrirlos.


Cuando el culo de Pablo estuvo completamente mojado, ambos
cayeron sobre el lecho. Ambos cuerpos desnudos, uno sobre el otro, no pod�an
parar de moverse, frot�ndose entre s�. La verga de Marcos se acomod� entre las
nalgas de Pablo. �ste estaba aterrado por lo que ten�a que suceder, pero a la
vez no pod�a abandonar el ansia imparable de seguir hasta lugares ilimitados.
Entonces sinti� la punta de esa dura lanza entrar por su estrecho agujero. La
sensaci�n era sublime. Estaba sintiendo en realidad lo que hab�a esperado e
imaginado por tanto tiempo, ah� estaba Marcos, sobre �l, a punto de penetrarlo,
estaba a punto de sentir en su interior al macho con el que hab�a so�ado
siempre, era el tan deseado Marcos, joven casi hombre, amigo, hermano, amante,
c�mplice. Entonces, ya acostado boca abajo, tom� la almohada, como para darse
valor, y la mordi� para que a la vez sirviera de silenciador a sus
incontrolables gemidos. Sab�a que ahora pasar�a algo que lo estremec�a de miedo.
Marcos abri� con sus manos el trasero de Pablo y siempre con amoroso cuidado
sigui� haciendo presi�n con el solo deseo de franquear el c�lido umbral. El
dolor fue desgarrador, pero la mitad de la gran verga de Marcos ya desaparec�a
dentro de Pablo. Marcos besaba los hombros y la cabeza de Pablo, a la vez que
acariciaba todo su cuerpo y no dejaba de empujar su miembro dentro de ese culo
que lo recib�a ardorosamente. Era tanto el deseo, que por fin el ano de Pablo
pudo acostumbrarse a ese inmenso tronco que parec�a partirlo en dos, y entonces,
las pesadas bolas de ambos se juntaron casi chocando entre s�. Fue entonces
cuando el dolor fue dejando paso al goce.


Los movimientos fueron suaves primero, y a medida que
empezaron a sentirse uno al otro, fueron acelerando el ritmo, mientras sus
entrecortadas respiraciones atenuaban violentos jadeos. Entonces Marcos estir�
una mano, y tom� firmemente la verga de Pablo. Mientras lo penetraba
fren�ticamente, lo masturbaba con el mismo movimiento.


Despu�s de un rato en esa posici�n, quisieron probar otra,
entonces Pablo gir� sobre s� mismo, y, sin que la pija saliera de su culo, qued�
acostado boca arriba. Enseguida aprovecharon esta nueva postura para abalanzarse
uno al otro y besarse de nuevo. Sus alientos fueron uno y ya no pudieron parar.
Pablo sent�a como la verga de Marcos estimulaba todo su interior, haciendo que
su miembro palpitara m�s duro que nunca. La luna sigui� participando de ese acto
de lujuria y amor entre aquellos dos j�venes amantes, ba�ando las siluetas
cambiantes y agitadas. Entonces Marcos no pudo evitar acelerar m�s a�n sus
movimientos y en un leve grito, se contorsion� violentamente sobre su compa�ero,
mientras sent�a un orgasmo tan pleno que crey� morir cuando su semen se
derramaba sin control dentro del culo de Pablo. Por un minuto qued� tendido
sobre el cuerpo tembloroso de Pablo, invadido por los apasionados besos en su
frente, cuello, boca y pecho. Despu�s se miraron y Marcos sac� su a�n enhiesto
armamento del chorreante culo de Pablo. Y sent�ndose a horcajadas sobre �l,
ofreci� su virgen trasero a los labios hambrientos de su amigo. �l mismo se
abri� las nalgas fuertemente dejando a la vista ese hermoso sitio tan �ntimo. El
ojete de Marcos era suave, rosado y rodeado de una sedosa pelusilla que promet�a
transformarse en una selva espesa en una futura adultez. Esta visi�n, a escasos
cent�metros de la cara de Pablo, produjo en �l una renovada excitaci�n, cercana
al paroxismo. Como si hubiera sido la reencarnaci�n de un caballero Templario,
bes� ese agujero tierno y tembloroso como si se tratara del manjar m�s preciado
sobre la Tierra. Su lengua recorri� cada pliegue, cada rinc�n, cada vellosidad
de la caliente y palpitante zona. Y por fin, cuando estuvo lo suficientemente
lubricada, Marcos tom� la dur�sima verga de Pablo y se acomod� de tal modo que
qued� sentado sobre ella. Poco a poco, su culo fue abri�ndose deseoso de
empalarse en ese enorme m�stil. Mordi� sus labios para no gritar, pero esa
posici�n lo ayudaba a dilatarse cada vez m�s, y �l mismo dirig�a la intensidad
de la penetraci�n. La pija de Pablo no tard� en enterrarse del todo en el ojete
de Marcos, que empez� a cabalgar a su amigo con un ritmo parejo y agitado. Su
verga, que hab�a menguado un poco su dureza, volvi� a levantarse e hincharse,
bambole�ndose con cada sacudida y golpeando fuertemente sobre el pecho de Pablo.
En el silencio fantasmal de la noche, ese era el �nico ruido que se escuchaba.
Entonces, para evitarlo, Marcos opt� por cambiar de posici�n, invitando a su
compa�ero a incorporarse y quedando �l en cuatro patas. Pablo lo montaba,
mientras Marcos abr�a sus piernas sintiendo golpear en su culo los pesados
test�culos una y otra vez.


Entonces Pablo sinti� que se acercaba el momento. Tom� por
las tetas a Marcos y lo ayud� a unir espalda y pecho, juntando tambi�n sus bocas
y sus lenguas. As�, movi�ndose sin detenerse un solo segundo, su semen golpe�
las partes m�s rec�nditas de Marcos, chorreando hacia fuera y goteando por sus
piernas. Marcos sinti� que iba a eyacular nuevamente y no pudo evitar jadear
agitadamente. Entonces Pablo se apresur� a meterse la verga de Marcos en la
boca, justo en el mismo momento en el que el blanco l�quido, espeso y caliente,
saltaba otra vez de la verga tiesa.


Los dos j�venes se tumbaron en la cama, exhaustos, y por el
momento saciados. Pero al cabo de media hora volvieron a mirarse y
descubri�ndose a�n desnudos, se amaron nuevamente. Sab�an que esa era la �ltima
noche y quer�an retener lo m�s posible esas nuevas y maravillosas emociones que
acababan de experimentar juntos.


�Era una despedida? Tal vez. Pero, a pesar de esa despedida,
sab�an que no iban a separarse, distanciarse, ni mucho menos. A lo sumo era un
duelo, de algo perdido, de algo no iniciado.


Todav�a no clareaba cuando tuvieron que volver a la realidad.
A�n desnudos y abrazados, los sorprendi� el sonido de repetidas campanadas.


Era el d�a. Tan esperado como temido. Y desde ese d�a, no
volver�an a mirarse y sentirse como lo hab�an hecho esa noche. Estar�an viviendo
bajo el mismo techo de siempre, ya no como seminaristas, sino como dos nuevos
sacerdotes de la congregaci�n. Y en ese d�a que estaba despuntando, contraer�an
los votos sagrados de obediencia, pobreza y castidad.


Obediencia.


Pobreza.


Castidad.


No se sent�an arrepentidos por lo que hab�a pasado esa noche,
por m�s que buscaban una raz�n. Sab�an que aquello hab�a sido una decisi�n
apasionada, como aquellos casos extremos donde uno se sorprende a s� mismo
decirse para sus adentros: "ahora o nunca".





Franco.





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