Relato: Radicales y libres 1998 (2)





Relato: Radicales y libres 1998 (2)

RADICALES Y LIBRES 1998


(Segunda Parte)



En la Casa de Estudiante Emiliano Zapata nos cont�bamos
nuestra vida y nuestras experiencias, pero nunca habl�bamos de la escuela, ni de
c�mo nos iba ah�. D�bamos por hecho que no existir�a maestro que fuese capaz de
reprobarnos s�lo de saber que pertenec�amos a esta agrupaci�n. La raz�n era
sencilla: los maestros no perd�an la ocasi�n para hacer plantones en las
escuelas para exigir mayores salarios, o vacaciones aun m�s grandes de las que
ten�an de dos meses. Pareciera l�gico que se quejaran de sueldos bajos, no por
que lo fueran, sino porque era f�cil presionar al de los sueldos para que los
subieran. Aunque no hay que subestimar que la gente no siempre act�a para
obtener cosas reales contantes y sonantes, no, sino que el poder, como juego que
es, a todos gusta. A los maestros les gustaba contar con esa seguridad de que
ning�n director o superior les habr�a de restringir en nada, permisos para
faltar con goce de sueldo, hab�a que otorgarlo, por las causas que fueran, el
d�a del acad�mico, el d�a de las madres, el d�a de muertos, el d�a del maestro,
el d�a del investigador, o alg�n d�a que se atravesara entre un d�a festivo y el
fin de semana, o por el mero gusto de faltar, tampoco se les pod�a exigir metas
de ning�n tipo, o esfuerzos superiores a los que banalmente hac�an a diario. No
consentir todos sus caprichos tra�a como consecuencia que hicieran un paro en la
escuela de que se tratara, con apoyo de nosotros, los estudiantes, sin importar
que estudi�semos en esa escuela o no, �bamos a hacer bola, encend�amos fogatas
en los estacionamientos, extend�amos pancartas de "Director represor", "Alto al
abuso", "Viva el Ch�", "Exigimos el cumplimiento del pliego petitorio", y as�.
los maestros eran intocables, y nosotros irreprobables. Y adem�s nos pagaban.



Sin embargo, alguno que otro maestro era tan est�pido de no
ver los inmensos beneficios que tra�a consigo aliarse con nosotros y actuaban
dentro de una idiotez inexplicable. Regularmente en estos casos se trataba de
maestros idealistas que daban importancia a su supuesto amor por educar, a su
supuesto compromiso con la honestidad, maestros pobres diablos que no se daban
cuenta que su idealismo s�lo sirve para mantenerlos pobres, con plazas peque�as,
sin ascensos. Este tipo de maestro fil�sofo era muy molesto porque pasaban de
los m�tines y las manifestaciones; si tom�bamos una escuela, ellos quer�an
entrar, o daban clases en un lugar diferente a los estudiosillos obsesivos, no
acud�an a las marchas y si les entrevistaban no se cortaban ni tantito para
vociferar que la manifestaci�n no gozaba de la aprobaci�n de la totalidad de
plantilla de maestros. Por lo que a nosotros concierne, nos disgustaban porque
esos maestritos s� nos reprobaban, no importa que luego, en ex�menes de
recuperaci�n se viesen forzados por el director para que nos acreditase le
gustara o no, pues se consolaban con saber que hab�an manchado nuestro kardex.



Aquel d�a me sorprendi� que Argelia se hubiese ba�ado tan
escrupulosamente y se hubiese acicalado su cabello rizado. Se hab�a puesto una
minifalda que le quedaba muy ajustada, la cual daba realce a sus bien formadas
nalgas. Encima llevaba una blusa de esas ombligueras, que permiten ver el
vientre. El suyo era un buen vientre aunque no gozara de lujos como m�sculos
marcados o una firmeza a toda prueba que sobreviviera aun si se doblara hacia
delante, pero ello no importaba, con aquellos hoyitos suyos que se le hac�an
bajo los ri�ones y sobre la cadera bastaba para que nadie prestara atenci�n a su
ombligo.



"A d�nde vas?" Le pregunt�.


"Necesito hablar con el cretino del maestro de �tica"
contest� mientras se hac�a una cola en el cabello, alzando para ello sus brazos,
acentuando a su vez sus pechos que, inusualmente, ahora estaban dentro de un
sujetador. Ella, seg�n entend�a, no usaba sost�n por convicci�n feminista, por
ello, no dejaba de sorprenderme que ahora portara una de esas prendas, y no s�lo
eso, sino que era de esos dise�ados para darle volumen incluso a la llanura m�s
�rida.


"�Y para hacer eso necesitas ir tan guapa?"


Ella volte� y disolvi� su sonrisa por un breve segundo, me
mir� a los ojos con los suyos como dagas y me dijo: "Mire camarada, �No estar�
crey�ndose que soy de su propiedad, cierto? No te van los celos"


"�C�mo sabes que no me van los celos?"


"F�cil, lindura, porque me has elegido a mi por novia, y a mi
me choca que me celen"


"Es una buena raz�n. �Quieres que te acompa�e?"


Me mir� con una mezcla de l�stima y simpat�a que por s� s�lo
contestaba que ni en sue�os, sin embargo, tuvo la delicadeza de decirme "No
gracias. Tu conf�a en tu chica"


"Si. Conf�o"


"Vuelvo con un cien, ya ver�s"



Me qued� en la casa de estudiantes. Triste. Deprimido. Solo.
Enfurecido e impotente. Confiar�a en que no se entregar�a a aquel imb�cil, al
cual me hab�a tocado ver alguna vez, flaco y como muerto. Tom� un portarretrato
que ten�a sobre el bur� de mi habitaci�n, en �l yac�a una foto que le hab�a
tomado a Argelia, de espaldas, con sus hoyitos a flor de piel, sus caderas
enfundadas en un pantal�n de mezclilla el�stica, ajustad�simos, delante de un
fondo blanco, con sus brazos alzados y doblados en forma de estar presumiendo
musculatura , volteando hacia atr�s, con esa sonrisa eterna que me subyugaba y
con su mirada �nica. Coloqu� la foto sobre un clavillo que hab�a sobre la
cabecera de mi cama y me arrodill� ante ella como si le rezara. Abr� la bragueta
de mi pantal�n y comenc� a masturbarme viendo la foto. A tres mu�equeos tom� la
acertada decisi�n de que, si me iba a sentir miserable, lo iba a hacer bien.
Dej� de masturbarme y fui a la habitaci�n de Argelia para tomar de su caj�n el
lubricante. Me entristeci� aun m�s ver en su caj�n una caja de condones, dentro
todav�a de una bolsa de pl�stico y con una tira de caja registradora grapada.
Nosotros no us�bamos condones. Fisgone� los datos de la tira, Farmacias M�xico,
del 12 de abril, �las mercanc�as?, una caja de condones y un tubo de lubricante.
Bueno, al menos la fecha de compra era de tres semanas antes de que nos
conoci�ramos. Pero la cajilla de preservativos me retumbaba en la cabeza y me
susurraba que ella no era m�a. Al despedirse me llam� camarada, como si
perteneci�ramos al partido comunista, y en su voz lo �nico que me sonaba
comunitario era su cuerpo, su sexualidad. �C�mo sac� el tubo de lubricante sin
romper la bolsilla de pl�stico o desengrapar la tira de la registradora? Lo
ignoro. Me enteraba que era maga.



Me fui a mi habitaci�n m�s miserable que nunca y retom� mi
posici�n de devoci�n. Ya de plano me quit� los pantalones y la trusa. As�, de
rodillas, me puse lubricante en la verga y comenc� a casc�rmela. Mientras lo
hac�a sobrevino a m� el m�s absoluto sentimiento de fidelidad que un hombre
puede dar a una mujer, la de su mente, pues ah�, pudiendo poseer a la mujer que
mi fantas�a dispusiera, la eleg�a a ella. Fui feliz apret�ndome el tronco del
pene con la mano derecha y ahorc�ndome los huevos con la izquierda, echando a
hervir el semen dormido. Mi frenes� fue tan ciego que de rato no s�lo mis manos
estaban dando estirones firmes y acompasados, sino que mis caderas comenzaron a
responder, independientes, embistiendo a la nada, a la escasa vulva que ofrec�an
mis manos y la presi�n atmosf�rica. Jadeaba con los ojos abiertos y fijos en la
foto, pero con mi alma viendo una pel�cula mucho m�s rica en im�genes y sonido,
en la cual representaba la imagen de Argelia abierta en comp�s, con su sexo
lleno de vello, carnoso, caliente y h�medo, recibiendo mi miembro; la imagen de
sus pechos con los pezones muy erguidos; el eco de sus gemidos y sus gritos, con
la imagen de esa sonrisa suya de estar experimentando un orgasmo perpetuo, la
fragancia de el aire que emana cuando exhala por su nariz, con un olor fuerte a
su interior y reminiscencias de fuego y yerba; se agolpan tambi�n las im�genes
se su boca devota mamando con el mayor profesionalismo, la imagen de su mano
tratando mal mi verga, como si se tratase de un animal que ha atrapado y al cual
desea amaestrar para su propio placer, sujet�ndolo en un pu�o fort�simo y
mir�ndolo con la piedad que se mira a algo muy nuestro, lanzando su condena de
placer. Y luego, rebelde como es, su imagen escapa de mi control y voluntad y
comienza a hacer cosas a mis espaldas. La miro entonces con su minifalda y su
blusa, est� de rodillas, miro su cola en el cabello, veo en mi mente como el
asqueroso maestro de �tica la toma de esa cola del cabello para manipular la
boca de Argelia mientras �sta le come su verga, veo como �l le pide que le lama
los test�culos y ella comienza a hacerlo con descaro, meti�ndose los peludos
huevos en la boca para jugar con ellos con su lengua y labios. Me aqueja en la
frente la sensaci�n de que ella lo est� disfrutando. En mi mente ella se gana su
cien en �tica ofreci�ndole a aquel bastardo sus nalgas de yegua, dispuestas a
dejarse empalar. Y entonces moment�neamente estoy ah�, en el privado de la sala
de maestros, como un fisg�n infeliz, viendo c�mo el maestro le mete su miembro
en medio de movimientos torpes. Ella, decepcionada de la inexperiencia del
escu�lido maestro, lo tiende en su silla ejecutiva y lo comienza a montar, la
verga del maestro, seguramente blanda, se retuerce como un gusano barrenador en
la carne de ella, quien se golosea en su propia putedad metiendo en su cuerpo no
s�lo la verga del maestro, sino que le pide que le meta tambi�n un par de dedos
en el culo, para siquiera sentir un poquito, y yo imagino por instantes que soy
�l, que soy yo quien la fornica y le mete los dedos en el culo. En ese momento
todo mi ser se estremece porque comienzo a eyacular por envidia. El cristal del
portarretrato me da cuenta exacta de mi mueca animal, brutal y triste,
reflejando mi cara de quien pre�a el viento, con los labios abiertos en algo que
no es una sonrisa, con los dientes presionados unos contra otros, como si en
medio estuviese el coraz�n de aquel maestro de �tica. El semen brot�
abundantemente y de manera tan violenta que lleg� incluso a dolerme, y m�s aun
porque escuch� la puerta abrirse, y tras ese fondo musical, un solo de tacones
de Argelia, el bell�simo sonido que sus tacones hacen a fuerza de sostener
aquellas piernas preciosas y obedecen su ritmo de moverse, con un sonido de
presi�n y ritmo que reconocer�a entre miles.



Inhibido por el estertor que me hab�a producido aquel orgasmo
me limpi� la mano y el sexo de manera muy torpe. Intent� pararme pero mis
piernas estaban dormidas debido a que, hincado como estaba, hab�a obstruido mi
circulaci�n. Me ergu� un segundo s�lo para caer despu�s en medio de un calambre.
Tirado en el suelo como estaba, me comenc� a vestir con toda la prisa de que era
capaz. Argelia hab�a llegado y no quer�a yo que me viese en ese estado, reci�n
descargado por una pu�eta, con esa mirada de perro que sabe que se ha cagado en
la orqu�dea de la ama. Me acicalo de la manera m�s inexperta y me siento sobre
la cama aguardando el instante en que Argelia toque mi puerta y yo le abra, yo
le abra y ella note algo raro, note algo raro y yo anticipe su pregunta con una
respuesta, una respuesta que ella tildar� de mentira, mentira que me colocar� a
mi en posici�n de traidor que oculta algo, ocultar algo, una acci�n que ella no
tendr� que hacer a estar yo en la lona y ella encima, yo apenado por lo que he
hecho, ella fuerte y con ventaja de tomar por tema mi verg�enza como estrategia
para no discutir la suya, esa que sin duda debiera de tener luego de ganarse su
cien de �tica.



Pero nada de eso pas�, la m�sica del tamborileo de sus
tacones, esos que me hacen imaginar sus piernas y seguirme de largo hasta casi
oler su sexo, no se inclin� hacia mi puerta, sino lo contrario, se fue a su
cuarto, y m�s que a su cuarto, a su ba�o. El chillido de la regadera me ense��
que, al menos f�sicamente, se sent�a sucia.



Me qued� largo rato esperando sentado sobre la cama. Un
chillido de la llave me avis� cu�ndo termin� de ba�arse. Conozco tanto a Argelia
y la he visto ba�arse tantas veces que mi mente segu�a cada paso de su aseo,
como en play back, y termin� de ba�arse justo cuando yo lo supuse, imagin� sus
movimientos y como se vest�a, ahora parec�a escuchar otro sonido, el de sus
talones. Nuestras habitaciones son vecinas, podr�a dispararle desde mi
habitaci�n sin ver, s�lo suponi�ndola a partir del rumor que su existencia hace
mediante infinidad de sonidos, sus talones, su tos, su respiraci�n, guiarme por
esas pistas, le dar�a entre ceja y ceja, o en pleno coraz�n. No se necesita ser
un genio para saber que el vecino del otro cuarto es testigo fiel de cada cosa
que hacemos, pues ha de escuchar, como yo lo har�a, hasta el sonido que hace una
verga al meterse lentamente en un ano.



Pero no llam� a la puerta cuando lo pens�. Pasaron antes unos
minutos de silencio en los cuales s�lo percib� un eco lejano de unos dedos que
esparcen part�culas verdes en el centro de un grueso tomo de �tica. Tanta
ansiedad me dej� en claro una cosa: Yo le pertenec�a ya completamente, y ella a
mi no. Estaba l�nguido en la palma de su mano, impotente de quejarme, impotente
de discutirle, impotente de enfadarme, pues cualquier cosa que sucediera era
suficiente para mi si garantizaba que ella me quisiera. Fue una pesadilla
personal que se disolvi� cuando escuch� que tocaban a la puerta. Sab�a que era
ella. Abr�. No me inquiri� ni jug� a la culpa como yo supuse, tampoco me
pregunt� qu� hac�a. Con su sonrisa, la de sus ojos, me conmovi� al instante,
luego la de su boca. Me inaugur� como parte de su propiedad. Me dijo:



"�No quieres un churrito?"


"Lo necesito."


"Ven a mi espacio" Su deseo era una orden para m�.


"�C�mo te fue con el maestro de �tica?"


"�Bah! El maestro es un pendejo."


"�Obtuviste tu cien?"


"Por supuesto."



Iba a preguntar alguna otra cosa, pero ella puso su dedo
�ndice en mis labios y me acerc� el cigarrillo. Me beb� todo el humo. Luego me
la beb� a ella. Todo hab�a pasado, menos mi convicci�n de pertenecerle.



As� transcurri� el tiempo, en forma dichosa. De hecho la
dicha tuvo alg�n tipo de efecto aligerante, pues para cuando menos pens�, ya
hab�a transcurrido m�s de un a�o de mi llegada, que hab�a sido un d�a primero de
mayo, casi el mismo tiempo que llev�bamos Argelia y yo de estar juntos. Durante
ese a�o hab�amos hecho el amor de manera muy constante, quiz� en promedio de
cinco d�as por cada siete, sin contar en esta estad�stica los d�as en que ten�a
menstruaci�n, una semana que se puso muy mal por comer unos tacos de la calle, y
los periodos en que ella y yo permanec�amos separados por atender asuntos en
otras localidades, que duraban por lo com�n cuatro o cinco, aunque uno de esos
periodos dur� veinte d�as. Yo la verdad no s� c�mo explicarlo. En las
concentraciones de estudiantes revolucionarios hab�a mucha facilidad para tener
sexo con compa�eras de otras localidades, b�sicamente porque las tomas de
oficinas p�blicas o universidades est�n plagadas de tiempo libre para los
manifestantes. El ocio te lleva a buscar la forma de matar el tiempo, y una
buena forma era fornicando. Yo en cambio, no sucumb� f�cilmente a la tentaci�n
de poseer compa�eras de lucha civil de otras regiones, de hecho s�lo una vez, en
todo este a�o, lo hice con una mujer distinta a Argelia, y eso porque se trataba
de una tabasque�a buen�sima a la que yo le ca� muy bien. Desgraciadamente mi
actitud hura�a hizo que nos pudi�ramos entender ya al final de aquella toma de
las oficinas de la Secretar�a del Trabajo, cuando se resisti� el gobierno a
aumentar el salario a los trabajadores del metro. Vale decir que fue un tanto
decepcionante ese encuentro. Yo supon�a que todas las mujeres eran m�s o menos
como Argelia, sexualmente muy emprendedoras y en definitiva viciosas de la
verga. �Qu� equivocado estaba! Esta chica, aunque bella, era m�s bien pasiva. Me
supo a cad�ver. Fuera de esa vez, aprovechaba de estas salidas para reposar un
poco mi pobre pero gozosa verga, que de tanto cilindrar a Argelia se encontraba
inmersa en una sensaci�n de dolor permanente. Un dolor delicioso, hasta eso.
Supongo que en las tres veces que se ausent� Argelia por motivos similares, ella
aprovech� a su vez para dejar descansar sus caderas, y estando yo fuera igual,
pues seguro que no se acostar�a con los cretinos de la Emiliano Zapata.



Uno despierta por la ma�ana y realmente desconoce si a lo
largo del d�a conocer� a una persona que venga a cambiarlo todo. Hay d�as,
semanas y meses terribles. Se nos comunic� que en nuestra ciudad iba a haber una
movilizaci�n muy fuerte, la primera raz�n para hacer esa movilizaci�n era para
dejarle bien claro al gobierno que el pueblo no estaba contento y que ya
estabamos hartos de tanta injusticia, enfermedad y hambre, que ya est�bamos
hartos de tanta corrupci�n y tanto abuso, de tanta represi�n a los ciudadanos.
Dado que nuestra causa era justa, la har�amos coincidir con el 10 de junio,
fecha de conmemoraci�n de la matanza de estudiantes ocurrida en los setentas en
Michoac�n. Esta movilizaci�n se har�a en la ciudad de Morelia.



Hab�a un apoyo muy extra�o. La gobernatura del estado reca�a
en un funcionario que no era del mismo partido pol�tico que la mayor�a del
congreso local, esto causaba grandes desavenencias. El gobernador era bastante
malo, pero parece que el ciudadano com�n estaba hipnotizado por una historia
diferente, pues lo tildaban hasta de justo. A nosotros, el congreso local nos
hab�a rentado una enorme casa que quedaba a las afueras de la ciudad para que
lleg�ramos ah� a dormir, y por qu� no, pasar algunos d�as ah�. La casa ten�a
amplios jardines y hasta alberca. La idea era abrirle los ojos a la poblaci�n,
que vieran que su gobernador no ten�a tacto pol�tico para atender problemas como
el que nosotros, t�cnicamente, �bamos a hacer. Tomar�amos la casa de gobierno y
la avenida principal, armando un caos que reflejara el caos del gobernador.



Eso no es lo relevante, lo relevante era que para infundirnos
todav�a de m�s esp�ritu de lucha y de revoluci�n, nos visitar�a Rosso. �Qui�n
era Rosso? Nadie sab�a su nombre real, el mote ven�a por el lado de que �l era
pelirrojo y de ascendencia italiana, entonces, en vez de decirle rojo, le dec�an
Rosso, es decir, lo mismo pero en italiano. Rosso hab�a estado en la Plaza de
Las Tres Culturas la noche del 02 de octubre de 1968, es decir, la noche de la
matanza de Tlatelolco, que es ni m�s ni menos que el m�s brutal ejemplo de
represi�n estudiantil. �l hab�a sido un luchador en ese entonces y lo era aun
hoy. Su persona estaba rodeada de toda serie de mitos, siendo el m�s fuerte el
que varios falsos camaradas, al ver la violencia, abandonaron sus mochilas que
conten�an propaganda impresa y fondos econ�micos que hab�an sido recolectados, y
�l, se adentr� en el fuego cruzado, o ni tan cruzado, pues s�lo los asesinos
disparaban, y carg� el solo hasta cuatro maletas, dando una muestra heroica de
compromiso con los ideales de la revoluci�n.



Cuando llegamos a la casa de Morelia, todos est�bamos muy
excitados de saber que ver�amos en persona al c�lebre Rosso. Sent� un poco de
celos porque Argelia hab�a forjado un cigarro de marihuana con un papel
especial, y hab�a seleccionado s�lo las mejores hojas, y lo ten�a reservado para
que lo comparti�ramos con aquella leyenda viva de la contra.



Rosso lleg�. Ten�a 47 a�os ahora, a los 17 le toc� ver la
muerte por primera vez. Le acompa�aba un hombre mayor que �l, de unos 50 a�os,
que llamaba la atenci�n por su estatura y sus gafas negras que hac�an concluir
que era ciego. Rosso era de complexi�n m�s bien regordeta, y su cabello era
todav�a rojo, aunque con algunas canas, su piel era tostada. Se organiz� una
fogata en el jard�n de la casona y tuvimos la suerte de sentarnos junto a ellos.
Esa noche, Rosso nos narr� c�mo hab�a visto �l, con sus propios ojos, lo
ocurrido aquella triste noche, obviamente nos cont� el incidente de las
mochilas. Yo sent� celos de ver con cuanta admiraci�n miraba Argelia a este
sujeto. Si bien yo lo respetaba y me sent�a honrad�simo de conocerlo, sent�a
celos s�lo de saber que nunca hab�a yo provocado aquella mirada en Argelia.
Ella, dijo no s� qu� estupidez s�lo para alabar a Rosso, dijo:



"Es fascinante todo lo que dices, en serio. No nos ir�s a
desairar un cigarrito, �Cierto?" y como maga que era, de su manga extrajo el
churro de mota. El Rosso sonri� y dijo "Har� lo que sea que me hermane con
ustedes. Ver tanta juventud entusiasmada con los ideales del cambio y de la
resistencia me conmueve, me hace sentir que los a�os no transcurren en quien
tiene el esp�ritu fuerte, que mientras tengamos sangre de revoluci�n en nuestras
venas, el entusiasmo ha de ser como el del primer d�a. Claro que fumaremos. Ser�
nuestro pacto, nuestro ritual."



El ciego, que tambi�n form� parte del movimiento y estuvo en
la noche del 02 de octubre, era mucho m�s discreto. Su historia hab�a sido
distinta, �l no pudo ver nada, s�lo escuch�, y le perdonaron la vida porque los
hampones consideraron que ciego estaba medio muerto. Le llamaban El Monje, pues
seg�n esto meditaba. Vaya mote m�s c�nico.



A la ma�ana siguiente, un d�a antes de la movilizaci�n, Rosso
pas� cerca de donde estaba yo y me pregunt�:



"Tu has de ser P�pe, el novio de Argelia, �Cierto?"


"Si"


"Tengo una misi�n para ti. Es muy importante para la causa
que la cumplas fielmente. Muchas cosas dependen de ello. Deber�s salir de aqu� a
las tres de la tarde y montar guardia afuera de las oficinas del procurador de
justicia. Es un miserable de gran estatura, toma, en esta foto ver�s de qui�n se
trata. Detr�s de su oficina hay un lote bald�o al cual te puedes adentrar, pero
con ropa gruesa porque hay muchas espinas, ah�, hay un �rbol al cual podr�s
subir. Desde ah� se ver� la ventana de su privado, nunca la cierra. Necesito que
te quedes ah� a observar desde las tres hasta las diez de la noche. Es
importante que permanezcas ah� y que nadie te vea. Necesitamos saber si le
llevan a su oficina un embarque de armas, pues es muy posible que se las lleven,
y si lo hacen, habr�n problemas el d�a del mitin. Tu lo notar�s muy r�pido, pues
ver�s que le llevan a su privado unas treinta o cuarenta armas, probablemente
llegue el mismo n�mero de francotiradores, y es probable que incluso los retenga
ah� para darles instrucciones. Si eso sucede deber�s, llamar por tel�fono a este
n�mero �me lo extendi� en un papelillo- y ya te indicar� si debes regresar
todav�a o no. No vengas sin llamar. Si te atrapan, es preferible que tragues el
papel. �Te sientes lo suficientemente comprometido para hacer eso por todos
nosotros?"


"Si" contest� con orgullo aunque no sin algo de temor.


"Tu eres de los m�os. De estar en Tlatelolco tu tambi�n
hubieras sobrevivido"



Llegada la hora me marche al sitio que me fue indicado y
comenc� a vigilar. El procurador entraba y sal�a muchas veces de su oficina.
Ten�a todo el porte de la autoridad pero en el fondo no parec�a mala persona.
Una de esas veces sali� y se ausent� por largo rato. Una mano me tom� por el
hombro y me tumb� de la rama en la que estaba sentado. Ca� de nalgas y levant�
la vista, asustado, para encontrarme con la incisiva mirada, ni m�s ni menos que
del procurador. Es fecha que no me explico c�mo lleg� hasta mi sin hacer ruido,
sin contar que yo nunca so�� siquiera que alguien tan formal, con esa ropa de
tintorer�a, se metiera a este lote bald�o y mugroso, y adem�s que, sin saber si
yo estaba armado o no, me tumbara de un jal�n sin hacerse acompa�ar de ning�n
guardia. Yo quise llevarme el papelillo del tel�fono a la boca, para lo cual
quise meter la mano en la bolsa de mi saco, pero �l no me lo permiti�, ante la
amenaza de que yo extrajera cualquier cosa, desenfund� una arma autom�tica y me
enca�on� justo a la cara.



"Ni lo pienses �dijo- �Qui�n te env�a?-


"No puedo decirlo"


"D�jate de pendejadas o te mato aqu� mismo"


"Tendr� que matarme"


"No es necesario. Olvidaste sacudir tu saco, y en �l traes un
horrible cabello pelirrojo. De manera que el pinche rojo quiere venir a joder a
mi ciudad otra vez. No necesitas decirme nada, les conozco a todos ustedes, son
unos miserables predecibles."


"No somos esclavos" dije un poco resignado a morirme.


"Te dir� que miserables como tu no s�lo son esclavos, sino
que son esclavos de esclavos. Yo te pregunto, �Tienes novia?"


Yo me sorprend� de su pregunta, sin embargo le contest�
afirmativamente.


"�Y est� buena?"


"Si"


"Pendejo. En estos instantes el pinche rojo le est� metiendo
la verga por todos los agujeros que le quepan, mientras est�s tu ac� pasando
hambre y espi�ndome como el maric�n que eres. �No sospechaste nada? El rojo
todav�a coje, sin duda, y si no coje ya, no le vendr� mal ver que otros lo hagan
por �l. Piensa. �Era necesario que vinieras ac� a espiarme? �Cu�nto tiempo debes
espiarme, dos, tres horas? Por favor. Crees que algo importante lo voy a hacer
ante las narices de todos. Cr�eme. Esta misi�n no tiene otro fin que el que te
alejes para que no est�s molestando mientras se joden a tu noviecita. D�jame
adivinar, �Tienes que llamar o avisar de alg�n modo tu regreso? �Qu� infantil!."


"Si me va a matar m�teme, pero no se burle"


"No mereces, por ahora, otra cosa. L�rgate de aqu�. D�le al
pinche rojo que en este mundo no cabemos los dos, que ya no le quedan muchos
lugares donde se esconda."



Me retir� del lugar, agitado y convulso. Desde luego no llam�
para avisar mi regreso. Tir� el papelillo del tel�fono. Llegu� a la casona y el
ambiente estaba demasiado sereno, como si no hubiese nadie en casa. Pero si lo
hab�a. A lado de una cortina de carrizos estaba un grupo de compa�eros haciendo
una fila extra�a, uno de ellos se sobaba encima del pantal�n su verga. Todos
miraban hacia dentro del espacio que ocupaba una enorme sala. La sangre se me
volc� de pies a cabeza, un dolor en las sienes me aquej� de manera instant�nea.
Esperaba ya lo peor.


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