Relato: Mi linda sobrina





Relato: Mi linda sobrina

Mi sobrina Eva



Tengo 34 a�os y mi vida siempre se ha caracterizado por una gran inestabilidad
en mis relaciones �ntimas. Soy atractivo y me conservo en una forma f�sica
envidiable para mi edad, practico mucho gimnasio y desde hace tiempo cultivo una
imponente musculatura por lo que nunca me han faltado candidatas con las que
mantener una corta aventura, pero con la edad se va perdiendo el inter�s y ya no
funciona cualquier tipo de relaci�n. Por eso en los dos �ltimos a�os he pasado
la mayor parte del tiempo en soledad, con encuentros espor�dicos con el sexo
opuesto que no sobrepasaban el par de semanas de duraci�n.



Aunque vivo solo, apenas a un par de calles de mi vivienda se encuentra la de mi
hermano, cinco a�os mayor que yo. Gracias a �l tengo una sobrina y un sobrino.
La mayor se llama Eva y ha sido mi favorita desde que naci�, porque ambos
conectamos bien y he compartido sus inquietudes desde la m�s tierna infancia.
Sus padres trabajan los dos y es frecuente que caigan en cierta dejadez en la
atenci�n de sus hijos, lo que sin duda favoreci� desde siempre nuestro
acercamiento.



Lo que quiero contar sucedi� cuando ella ten�a 15 a�os, edad a la que comenz� a
cursar estudios en un nuevo colegio privado, lo que la oblig� a tomar el tren
todos los d�as, tal como hac�a yo para ir a mi trabajo. No era infrecuente que
coincidi�ramos en el camino de vuelta de la estaci�n, trayecto en el cual
acostumbr�bamos a charlar de muy diversas cosas.



Poco a poco nuestras conversaciones fueron ganando intimidad y ella me hablaba
con mucha franqueza de los problemas de la adolescencia, de los cuales no era
menor el relativo abandono al que la somet�an sus padres, circunstancia que la
hab�a convertido en una chica un poco independiente pero a la vez insegura. La
ausencia del referente de sus padres en los temas m�s delicados la llev� a
conceder demasiada importancia a mis opiniones.



El tema sexual tambi�n aflor� alguna vez, pero de forma discreta. Ella era
partidaria de esperar a enamorarse antes de tener ning�n tipo de relaci�n. Sus
ideas y su inseguridad hab�an provocado que desembarcara en los quince sin que
nadie la hubiera besado. A veces habl�bamos de un chico que la gustaba mucho,
llamado Fernando, del que por supuesto se sent�a enamorada y con el que
acariciaba la posibilidad de cumplir alg�n d�a sus ilusiones.



El verdadero inicio de esta historia data del d�a en el que decidi� hablarme de
una amiga de su misma edad, llamada Elena, que era tan inexperta como ella, pero
que deseaba como fuera desembarazarse del lastre de su ignorancia. El asunto era
que Elena, al contrario que Eva, prefer�a experimentar con alguien que no fuera
nadie en su vida, con un cualquiera atractivo con el que no arriesgase nada,
antes que con una persona importante con la que sus errores pudieran poner en
peligro una relaci�n. Elena era una chica, por lo visto, muy dominante y mi
sobrina aparentaba mantener una fuerte relaci�n de dependencia con ella. Un d�a,
ante mi sorpresa, me cont� con cierta desgana que le hab�a hablado de m� a
Elena, que le hab�a dicho que era muy majo y muy experto y que ella le hab�a
preguntado si podr�a tener alg�n tipo de encuentro conmigo.



Yo, pasado mi esc�ndalo inicial y a pesar de que el asunto no parec�a hacerle
mucha gracia a mi sobrina, no pude o no quise negarme. El ostracismo de mi vida
actual inspiraba que la idea de tener una relaci�n, por m�nima que fuera, con
una quincea�era supusiera un mundo por descubrir.



Mi sobrina organiz� muy a su pesar una cita en un cine pr�ximo al colegio de
ambas, donde podr�amos encontrarnos los tres porque hab�a un pase de pel�cula a
la hora de comer, �nico periodo durante el cual pod�an ausentarse del colegio.
Era la �nica posibilidad de tener un encuentro porque su amiga ten�a que estar
en casa despu�s de la escuela. Quedamos en que yo las esperar�a a la puerta del
cine, ya que Elena no se atrev�a a ir sola y entrar�amos dentro. A esa hora no
sol�a haber casi nadie en la sesi�n.



As� lo hice y al poco de esperar en la entrada vi aparecer a mi sobrina con su
amiga. Ambas vest�an el uniforme del colegio, una blusa blanca cerrada con un
corbat�n y una falda gris de tablas. Llevaban calcetines hasta la rodilla,
porque no les permit�an vestir medias enteras, y unos insulsos mocasines.



Aunque ambas ten�an la misma edad, su f�sico era muy dispar. Elena era m�s
agraciada que mi sobrina, era un poco m�s baja y un poco m�s gruesa. Aunque
probablemente, cuando creciera, sus curvas empezaran a suponerle un problema, a
los 15 luc�a un pecho precioso suficientemente desarrollado y tenso y un trasero
prieto y formado, atractivo porque todav�a no hab�a ensanchado las caderas en
exceso. En contrapunto, mi sobrina era m�s alta, delgada y larga de piernas.
Luc�a una cintura infinitamente m�s estrecha que la de su compa�era y era
evidente que en 10 a�os su cuerpo estar�a a a�os luz del de Elena, pero en la
actualidad sus pechos eran muy peque�os y era menos bonita de cara. Ten�a los
ojos grandes y la boca atractiva, con labios suficientemente gruesos, pero le
afeaba un poco la nariz.



Los tres estabamos algo nerviosos por la situaci�n. Entramos en el cine sin
saber muy bien qu� iba a pasar y nos fuimos directamente a la fila de atr�s. Yo
me sent� con mi sobrina a mi izquierda y su amiga a la derecha. M�s all� estaba
la pared.



Comenc� a acariciar el cabello de Elena con cierta premura y, sin m�s ceremonia,
acerque mis labios a los suyos, d�ndola tiernos besos. Cuando cre� ganada la
intimidad, los humedec� con la lengua y ella, instintivamente, los abri�, pero
cuando mi ap�ndice traspas� el umbral de su boca me encontr� con sus dientes, no
suficientemente abiertos. Me esforc� por empujar y mi lengua se col� entre ellos
alcanzando el tacto h�medo del correspondiente �rgano de Elena. Casi al
instante, como obedeciendo a un instinto primario, su lengua comenz� a describir
c�rculos con tanta insolencia como la m�a. Mi sobrina mientras tanto, apartada
de todo, fing�a ver la pel�cula, aunque supuse que nos miraba de reojo.



L�gicamente yo hab�a besado una infinidad de veces durante toda mi vida, pero el
hecho de ser participe de aquellos besos virginales me provoc� una incre�ble
excitaci�n. Ella en cambio se limitaba a corresponderme casi de forma mon�tona,
aunque quise creer que tambi�n era presa de una agitaci�n similar a la m�a. No
pude contenerme m�s y ard� en deseos de acariciarla. Puse mi mano en su pierna y
palp� suave su rodilla, mientras hac�a intenci�n de remontar bajo la falda, pero
la mano de ella me lo impidi�. Decepcionado, intent� tambi�n acariciar sus
pechos, pero recib� un nuevo rechazo. Estaba claro que ella deseaba practicar
besos conmigo, pero nada m�s. Sus tesoros m�s �ntimos parec�an reservarse para
alg�n otro m�s importante.



Pero yo estaba demasiado excitado. Quer�a acariciar aquel cuerpo juvenil que se
me negaba como un completo poseso. Jadeaba de pasi�n y decepci�n. Supongo que
entonces se apoder� de m� el animal ancestral que s�lo desea apoderarse de los
tesoros del sexo opuesto sin reparar en nada m�s. No puedo decir qu� motiv� mi
extra�a e inesperada reacci�n. Solo s� que sucedi�.



Despacio deslic� mi mano por la espalda y, nuevamente con suavidad, la deposite
en la rodilla derecha de mi sobrina. Not� como ella dio un respingo.



Durante unos momentos prolongu� el grotesco cuadro que formaba besando a una
adolescente por un lado y posando mi mano en la rodilla de otra. Esperaba un
rechazo y el final de aquella aventura, pero mi sobrina no se movi�. Aquello me
excit� a�n m�s y comenc� a acariciar el muslo de Eva, aquel muslo virginal de 15
a�os que hab�a visto crecer, tanteando por debajo de su falda.



No s� si Elena se dio cuenta de mi maniobra, o si ya hab�a obtenido lo que
quer�a, o si se ten�an que volver al colegio, pero abandonando mi abrazo ella se
puso de pie y dijo que ten�an que marcharse. Mi mano se retir� de inmediato y mi
sobrina tambi�n se puso de pie. Yo permanec� sentado. En la oscuridad mir� a Eva
y vi un extra�o brillo en sus ojos que no supe interpretar.



Permanec� en la oscuridad de la sala hasta el final de la pel�cula, si bien no
la prestaba atenci�n. No dejaba de pensar en lo que hab�a sucedido entre una
adolescente, mi sobrina y yo. Ten�a miedo de la reacci�n de esta.



Tard� varios d�as en volver a ver a mi sobrina. Probablemente ella estuvo
esquivando encontrarse conmigo en el tren y yo por mi parte evit� ir a casa de
mi hermano. Supuse que ambos est�bamos avergonzados de lo que hab�a sucedido y
que no se volver�a a repetir.



Una semana m�s tarde, sin embargo, me sorprendi� recibir una llamada suya en mi
casa. Sus padres no estaban y procuraba que no la oyera su hermano. Me cont� con
voz llorosa que su amiga Elena se hab�a enrollado con el chico que le gustaba a
ella, con Fernando y durante una hora no par� de lamentarse de su inseguridad,
de por qu� siempre iba a remolque de su amiga, del hecho de que Elena hubiera
sido m�s espabilada y por eso era ella la que estaba ahora con Fernando, y de lo
mucho que se avergonzaba de su inexperiencia. Yo trat� de consolarla, pero evit�
hacer la m�s m�nima menci�n al suceso del cine, algo que ella tambi�n eludi�.



Durante otra semana nuestras vidas volvieron a la normalidad. Ella estaba algo
m�s melanc�lica, cosa normal, pero no volvimos a tener ning�n asomo de
acercamiento at�pico entre t�o y sobrina. Elena hab�a comenzado a salir con
Fernando y yo esperaba que el enamoramiento de Eva acabar�a evapor�ndose en el
tiempo.



A la semana, una nueva llamada de mi sobrina me dej� perplejo. Me dec�a que
Elena le hab�a pedido que organizara otro encuentro entre nosotros, pero su tono
delataba que cumpl�a el encargo a rega�adientes. Yo comprend� que aquello le
har�a mucho da�o a Eva, pero recordaba la excitaci�n del primer encuentro con su
amiga e intu� que aquella segunda ocasi�n me permitir�a acariciarla por debajo
de la ropa. Avergonzado de m� mismo, acept� la cita. Mi sobrina no pudo
disimular su decepci�n. Ella hab�a esperado que dijera que no.



No me era ajena la forma como Eva se manten�a encadenada a la amistad de Elena,
como una esclava, y me sent� despreciable por comportarme como lo hac�a, pero
una vez m�s se impuso el instinto de posesi�n sexual: quer�a acariciar a aquella
adolescente en sus partes m�s intimas aun a costa de lo que fuera.



La nueva cita transcurri� igual que la anterior, salvo que Eva eludi� mirarme a
la cara. La disposici�n de asientos fue la misma, aunque esta vez yo estaba
seguro de que mi sobrina no miraba de reojo, sino que deseaba que todo acabara
pronto para marcharse de all�. Su inseguridad le hab�a impedido plantarnos cara
y acabar con aquel juego diab�lico y ello le hac�a sufrir.



Mi sorpresa lleg� cuando, una vez iniciados los besos, esta vez de forma menos
protocolaria, trat� de acariciar a Elena y nuevamente me rechaz�. Qued� por un
momento pasmado, porque no hab�a previsto que el objetivo de esta cita fuera el
mismo que el de la anterior.



Pronto comprend� que estaba en un error cuando sent� escandalizado como la mano
de Elena se posaba en mi entrepierna, apretando el bulto que bull�a bajo el
pantal�n. No pod�a creer lo que me suced�a con aquella quincea�era: me estaba
bajando la cremallera y, ante mi estupor, introdujo su peque�a mano de
adolescente por ella, hasta llegar a mi pene desnudo, que acarici� con suavidad.
Elena me estaba masturbando. Comprend�a cual era el objetivo de aquella nueva
cita y desde luego no se basaba en ninguna de mis pretensiones. Me sent�a
esclavo de aquella ni�a, al igual que mi sobrina.



No pod�a aguantar m�s la excitaci�n, pero ella no me dejaba que la acariciase.
Nuevamente se apoder� de m� ese instinto sexual por el que s�lo deseaba
acariciar las partes m�s intimas de aquella ni�a mujer y fue muy grande mi
sufrimiento al no poder conseguirlo. Me ceg� la pasi�n y probablemente perd� el
sentido de las cosas. Recuerdo mis actos ante aquella escena como los de un
aut�mata que no es due�o de s� mismo. Sin poder evitarlo, deslic� mi mano,
frustrada y rogativa, hac�a la rodilla de mi sobrina. Estaba avergonzado hasta
el infinito y supuse que, esta vez s�, Eva me rechazar�a furiosa, porque no
pod�a decepcionarla m�s.



Pero Eva no hac�a nada, se dejaba acariciar el muslo en silencio, como si de una
obligaci�n se tratara. Aquello me maravill� y, cegado como estaba de excitaci�n
al sentir la mano de Elena subir y bajar por mi glande, propici� caricias m�s
atrevidas sobre la pierna de Eva y remont� su muslo por debajo de la falda. No
pod�a creer lo que estaba haciendo. Poseer las partes m�s �ntimas de mi sobrina
Eva me causaba mayor felicidad y placer del que nunca hubiera pensado sentir
sobre la tierra. Elena me masturbaba, pero yo solo pensaba en mi sobrina, mis
sentidos estaban concentrados en mi mano que trepaba por la cara interna de su
muslo hasta hacerse un hueco en la entrepierna, a las puertas de su vello
p�bico, apenas velado por su ropa interior. Eva segu�a sin inmutarse y yo,
vuelto a Elena como estaba, no pod�a ver su expresi�n. Cre� sentir que su piel
temblaba, pero no emiti� ning�n sonido. Tambi�n cre� o�r el ruido de su garganta
al tragar saliva.



Casi sin querer mis dedos tocaron la tela de sus braguitas, culminaci�n de mi
atrevido viaje, y aquello fue como el banderazo de salida para la encendida
excitaci�n de mi pene masturbado. Casi al instante me corr�. Elena, conociendo
que hab�a conseguido su objetivo, liber� mi miembro de su mano, tratando de
mancharse lo menos posible y eyacul� desamparado sobre los pantalones. Saqu� mi
mano de debajo de la falda de Eva, que tampoco pareci� moverse. No s� siquiera
si se dio cuenta de lo que hab�a sucedido en realidad.



Elena, insolente y henchida de orgullo, se levant� y, como la cita anterior, se
llev� a Eva con ella. Esta vez no me atrev� a mirar a mi sobrina en la penumbra.
Permanec� en las tinieblas de la sala, manchado de semen y profundamente
avergonzado por mi comportamiento. Le hab�a fallado a Eva, me hab�a comportado
como un imb�cil. Era su �nico soporte en su laberinto adolescente y le hab�a
fallado. Nunca me lo perdonar�a.



Pasaron quince d�as sin que nos vi�ramos. Me sent�a como si hubiera roto un
adorno de porcelana y ya no se pudiese reparar. Mi hermano me coment� que mi
sobrina estaba muy rara, que com�a poco y a menudo ten�a s�ntomas de haber
llorado. Aunque yo cre�a conocer la causa de sus males, hice esfuerzos por
restarle importancia ante mi hermano, fingiendo que el origen podr�a estar en un
desenga�o amoroso que se curar�a con el tiempo.



Un d�a escuch� la voz de mi sobrina al otro lado del tel�fono y parec�a al borde
de la desesperaci�n. Me cont� entre sollozos que Elena se hab�a acostado con
Fernando, que aquello supon�a el final de su "decadencia" por el mundo, que
nunca encontrar�a a nadie que la quisiera, que se sent�a muy inferior a su
amiga... lloraba como una Magdalena y me daba infinita l�stima. Trat� de
consolarla aventurando que la experiencia de Elena no habr�a sido muy edificante
y acert�: hab�a sido un desastre.


El preservativo hab�a roto el encanto, �l la hizo mucho da�o
y no disfrut� nada; pero todo aquello parec�a no importarle a Eva, que sufr�a
m�s que nada por su orgullo pisoteado y por sus frustradas ansias de tener un
encuentro �ntimo con Fernando, o al menos eso cre�a yo. Cuando le dije que no se
preocupara por Fernando, que ya encontrar�a otro chico que la quisiera, me
espet� "Fernando es un imb�cil, ya no me importaba nada". Me dijo que se hab�a
comprado una caja de anticonceptivos y que iba a empezar a tomarlos. Aquello
sonaba como una amenaza y me maldije por, de alguna forma, haber llevado a mi
sobrina a tal estado de inseguridad que parec�a dispuesta a acostarse con
cualquiera con tal de dejar atr�s la inexperiencia que tanto complejo la
ocasionaba. Un d�a coincidimos en la estaci�n y emprendimos juntos el camino a
casa. La conversaci�n era tensa, pero logramos charlar de cosas intrascendentes.
No me atrev�a a preguntarle por su amiga Elena para que no me malinterpretara.


Tem�a que en alg�n momento desatara contra m� la bater�a de
reproches que sin duda merec�a, pero no fue as�. Al contrario, cre�a ser
merecedor de una atenci�n mucho m�s intensa de la que hab�a recibido en el
pasado por parte de ella. Ten�a la sensaci�n de que se quedaba mir�ndome en
silencio. Me hice a la idea de que quiz� siempre hab�a sido as�, pero yo no
hab�a querido darme cuenta. Yo tambi�n la miraba de reojo porque por primera vez
me sent�a fascinado por sus delgadas piernas interminables y por su
incomprensible m�todo para introducir una blusa tan ancha como la del colegio
por una cintura tan delgada como una sortija.



Pronto llegamos a su casa, m�s cercana que la m�a. Sab�a que sus padres no
estaban, pero no pod�a soportar la idea de despedirme de ella. Le puse la excusa
de que hab�a comprado un nuevo CD como pretexto para hacerme acompa�ar hasta mi
piso y ella acept� sin m�s preguntas. Recorrimos el trecho hasta mi piso en
silencio, pero durante aquel intervalo de tiempo mi mente urdi� las m�s
disparatadas ideas que jam�s se me hubiera ocurrido que podr�a llegar a
maquinar. De repente parec�an no tener importancia nuestros 15 a�os de estrechos
lazos familiares, mi comportamiento dudosamente honorable cuando ella siempre me
hab�a idolatrado desde la infancia, la confianza que hab�a depositado en m� para
que yo desenredara la intrincada vor�gine de su tormentosa adolescencia...



Cuando traspasamos el umbral no pude contenerme m�s. Sin mediar ceremonia la
agarr� por la cintura y la empuje contra la pared. Me enloquec�a la idea de que
no ten�a que disimular m�s, que pod�a ser rechazado pero en franca batalla,
luchando abiertamente por mi trofeo.



Aproxime mi rostro al suyo y nunca imagin� encontrarme con lo que vi. Eva estaba
excitada al extremo, hasta el punto que parec�a faltarle aire para respirar.
Jadeaba como si acabara una carrera de mil metros. Nos mir�bamos a los ojos
comprendiendo todo lo que nos pasaba y mucho m�s, como si el mundo ya no tuviera
secretos para nosotros.


Ella ten�a la boca abierta y su lengua afloraba atrevida
entre sus labios, en un gesto que hubiera resultado grotesco, casi de burla, si
yo no supiera que era su inexperta forma de ofrec�rmela para que implantara el
sello del primer beso. Yo hubiera querido ver en ella la ni�a de 15 a�os
rebosante de romanticismo, la cenicienta que espera el beso de amor ganado m�s
all� de las campanas de medianoche, pero nuevamente estaba cegado por la pasi�n
y solo ve�a su �rgano h�medo y sensual inmolarse para m�. Y no pude imaginar
premio mayor en el mundo que probar el gusto de su saliva, de la virginal saliva
de mi sobrina.


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Relato: Mi linda sobrina
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