ESPEJO, ESPEJITO
N. del A.: En este relato intervienen los protagonistas de
los cuentos "", "" y "Espadas, Traiciones y
Vampiros ( y
)". Recomiendo leer antes estos relatos para una mejor
comprensi�n de la historia. Este relato est� dedicado a Andr�s, que logr� que lo
terminase gracias a su perseverancia. Gracias por tu apoyo.
I. LA SENTENCIA
El viento era fr�o en el patio de armas del castillo de
Mar�n. Estaba desierto, excepto por una persona. Oic�n asest� un golpe al pelele
de madera en el centro del patio. Jade� mientras golpeaba una y otra vez.
Resopl� y apunt� al mu�eco con su espada. No era satisfactorio. Cambi� su arma
de mano, pasando a empu�ar el acero con su mano derecha lesionada. La espada
resbal� al suelo, provocando un estruendoso sonido met�lico que rebot� contra
las paredes de piedra. Oic�n blasfem� mientras aguantaba las l�grimas.
-Calmaos, caballero. Los progresos son lentos.
Oic�n se gir� hacia la voz. Era otro de los caballeros del
reino, Sir Yasio.
-El galeno dijo que jam�s volver�a a recuperar el uso de la
mano derecha. Tengo que demostrarle que se equivoca.
Yasio se aproxim� conciliadoramente y apoy� su mano en el
hombro de Oic�n. -Deb�is ser paciente. Sab�is que est�is en nuestros corazones,
si necesit�is apoyo o consuelo, no dud�is en...
Oic�n retir� bruscamente el hombro. -�No necesito vuestra
compasi�n!
Yasio dio un paso hacia atr�s, sobresaltado. Su rostro se
torn� m�s serio y su voz m�s fr�a. �De acuerdo. S�lo ven�a a deciros que dentro
de un par de horas se os comunicar� el resultado de vuestro juicio.
-Perdonadme, por favor. No me encuentro en mi mejor momento.
Tan s�lo hace un mes que Tagor...
La voz de Yasio continu� distante. �Lo entiendo. No ten�is
nada que explicarme.
Oic�n contempl� impotente c�mo el caballero daba media vuelta
y cruzaba la puerta con rapidez. Con una maldici�n, Oic�n arroj� la espada
contra el mu�eco. Vol� en el aire y pas� sin rozar siquiera al monigote,
estrell�ndose contra el suelo con un estridente ruido. La figura de madera
pareci� observarle burlonamente.
El rey Leopoldo ley� la Sentencia con gravedad.
"...Consideramos, por tanto, que fallasteis inexcusablemente en vuestro deber de
proteger al difunto rey Pontus, mi padre. No obstante, y teniendo en cuenta
vuestro excelente historial de abnegada dedicaci�n a nuestro pa�s, seremos
clementes en vuestro castigo. Por lo tanto, os condenamos al destierro por
tiempo indefinido del reino de Mar�n."
Oic�n abri� los ojos como platos, mientras la atestada sala
se llenaba de murmullos. Nadie se lo pod�a creer. Lo que parec�a que iba a ser
una rutinaria vista hab�a desembocado en una sentencia que condenaba al
caballero a una de las penas m�s graves con las que se puede castigar a un
noble.
El mayordomo real se levant� contrariado. �Pero se�or, el
destierro es desproporcionado, considerando que el caballero Oic�n hizo todo lo
que pudo para evitar el regicidio...
-�Silencio! �La voz del apuesto conde Leti�n, uno de los
advenedizos nobles que hab�an comenzado sin demora la tarea de adular al nuevo
monarca, se dej� o�r en la sala. �Es la voluntad del Rey y como tal debe ser
acatada.
Oic�n abandon� la sala sin poder cre�rselo todav�a. Tan solo
se detuvo para abrazar a Magda, una paje a la que conoc�a y que rompi� a llorar
desconsolada. ��nimo, chiquilla. El destierro no es perpetuo. Pronto volver�.
Pero la voz del caballero era insegura. �Cu�date, Magda. Te
echar� mucho de menos.
La figura de Oic�n se perdi� en el horizonte.
El pr�ncipe Leopoldo apret� el paso por el corredor del
castillo. A su lado, al conde Leti�n le costaba seguirle el ritmo. Leopoldo
sab�a que "�l" estar�a busc�ndole y no estar�a de muy buen humor. De pronto
ambos se detuvieron al escuchar la burlona voz.
-�D�nde vais tan deprisa, mis ratoncitos?
Leopoldo cerr� los ojos, sobrecogido. En cambio, el rostro
del conde Leti�n se enrojeci� de ira mientras se giraba hacia el lugar del que
proven�a la voz.
-�Qui�n sois? �C�mo os atrev�is?
Un alto personaje embutido en un oscuro traje avanz� hacia
ellos con elegancia. Leti�n qued� boquiabierto al contemplar la similitud entre
el pr�ncipe y el extra�o. Era como si fuesen hermanos, aunque el desconocido
tuviese el pelo m�s largo y un blanco mech�n de cabello descendiese desde su
frente hasta su cuello. Su piel era asombrosamente p�lida, contrastando con sus
oscuros labios y sus ojos, cada uno de un color distinto.
-Eh... Disculpad, Lord Ythil. Pensaba informaros de la
partida de Oic�n en cuanto me fuese posible y...
-Sois un necio. Os prohib� expresamente que le desterraseis.
-�Pero c�mo os atrev�is a llamar necio al rey? �Leti�n estaba
genuinamente indignado, pero estaba todav�a m�s sorprendido al percibir sin
dificultad el temor y el servilismo en la voz de su soberano.
-Vuestro buf�n es... muy molesto. Est� consiguiendo
irritarme.
-Por favor, Lord Ythil, el conde Leti�n es un importante
noble de Mar�n. Yo... pens� que lo mejor era desterrar a Oic�n de la Corte.
-Deber�ais saber que es conveniente mantener cerca a los
aliados y a�n m�s cerca a los enemigos. Sin duda partir� hacia el sur. Intentar�
averiguar pistas sobre mi origen, para poder encontrar el modo de destruirme.
-Oh... Pero yo no cre� que...
-Ment�s muy mal, Leopoldo. Ese era vuestro plan. Vuestros
pensamientos os delatan... Tened mucho cuidado. No tolero la traici�n.
-�Os�is amenazar al rey?
Ythil sonri� siniestramente y contempl� al conde. �Leti�n es
vuestro nombre, �verdad? Venid aqu�... ratoncito entrometido.
El conde Leti�n se encontr� avanzando sin propon�rselo hasta
la alta figura. Qued� boquiabierto cuando el p�lido extra�o se arrodill� ante
�l, a la altura de su entrepierna. Balbuce� al hablar.
-�Y... Ythil es vuestro nombre?
-LORD Ythil, para vos, si no os importa. Mmm... No est�is
nada mal, �lo sab�ais? Pero que tonto soy... Pues claro que s�. �C�mo no vais a
saberlo?
Con los dientes, Ythil baj� expertamente los pantalones del
noble mientras sujetaba sus caderas. Ante �l apareci� el abultado pene del
conde, quien no pudo evitar gemir cuando el hombre lo introdujo en su helada
boca. Aquel desconocido era todo un experto. La lengua se retorc�a con destreza,
transportando al conde al para�so. Con facilidad, el extra�o lam�a el mango y
test�culos, mientras Leopoldo sospechaba aterrorizado el desenlace de aquella
escena.
Pr�ximo al orgasmo, Leti�n ech� hacia atr�s su cabeza cuando
el placer le invadi�. Ythil gru�� antes de clavar sus afilados colmillos en el
duro mango. El grito del conde fue desgarrador. Intent� golpear la cabeza de su
agresor, que todav�a engull�a con avidez su verga, pero con inhumana rapidez las
manos del p�lido hombre sujetaron f�rreamente las suyas. Sin abrir los ojos,
Ythil continuaba chupando, como si estuviese degustando la m�s dulce de las
golosinas.
Paulatinamente, el cuerpo de Leti�n fue balance�ndose hasta
caer inerte al suelo. Su cuerpo qued� grotescamente ca�do, con su desgarrado
pene asomando desnudo entre las ensangrentadas ropas. Ythil se incorpor�,
mientras clavaba sus zarcos ojos en Leopoldo. Su barbilla estaba ba�ada en
sangre y un l�quido blanco ca�a desde la comisura de sus sonrientes labios.
-Vuestro amigo estaba exquisito. �Sus ojos se oscurecieron.
Con rapidez avanz� hasta Leopoldo y antes de que pudiese reaccionar, estamp� un
h�medo beso en los labios del rey. �No olvid�is lo que puede sucederos si me
traicion�is, mi querido pariente.
Ythil se desvaneci� como si nunca hubiese estado all�.
Leopoldo se limpi� temblorosamente sus ensangrentados labios con el extremo de
la manga. Con furia llam� a unos sorprendidos guardias para que retirasen los
despojos del conde.
II. LA MISI�N DE PRESA
Lord Ythil contemplaba la luna a trav�s de la ventana con
aire ausente. Su enguantada mano descansaba sobre su vieja espada, a la que
Presa hab�a visto moverse m�s r�pida que el ojo. Presa todav�a jadeaba. Hab�a
acudido a toda prisa cuando su se�or le hab�a convocado. Cuando tu amo es un
vampiro no-vivo con m�s de quinientos a�os a sus espaldas, es conveniente
obedecer su m�s nimio deseo antes de que aparezca en la cabeza de tu se�or.
Presa carraspe� suavemente, mientras observaba varios libros
voluminosos apilados en la mesa a su izquierda.
-S�... El �ltimo de los libros ha de estar en poder del
anciano mago... �Ythil se volvi�. Por un momento pareci� sorprendido al ver a
Presa a escasos metros, como si hubiese olvidado que le hab�a hecho llamar hac�a
unos instantes.
Presa enarc� una ceja. A menudo, Lord Ythil hablaba como si
estuviese solo en la habitaci�n. A pesar de conservar el aspecto de un hombre
joven, el cambiante conoc�a su verdadera edad. Quiz�s su mente estuviese
deterior�ndose, pero Presa lo dudaba.
-�Se�or?
-Ah, s�, Presa. Llegas justo a tiempo. Debo encargarte una
misi�n muy importante. Debes recuperar un libro para m�.
-�Un libro, mi se�or?
-As� es. Contiene cierta informaci�n sobre los vampiros que
podr�a ser muy perjudicial que cayese en ciertas manos. Por ejemplo, las de
Oic�n.
El rostro de Presa se ilumin�. De pronto fue consciente de su
error y baj� su cabeza, mientras rezaba por no delatarse. De reojo, intent�
discernir cualquier cambio en la expresi�n de su maestro. Quiz�s no se hubiese
dado cuenta.
-Es un libro negro. Muy voluminoso. M�s tarde te indicar�
c�mo es. �Ythil permaneci� en silencio durante varios minutos. Cuando volvi� a
hablar, el cambiante se sobresalt�. -Presa...
-�Si, maestro?
-Eres un necio.
-�Perd�n, se�or?
-No puedes ocultarme nada. S� lo que sientes por ese est�pido
caballero.
Presa se ruboriz�.
-No, mi se�or. Yo...
Ythil ri� repentinamente. -�Crees que �l y t�...? Es lo m�s
divertido que... �Las risas le atragantaron, evitando que el vampiro pudiese
continuar hablando. Presa apret� sus pu�os, hasta que sus nudillos se
emblanquecieron. Permaneci� en silencio hasta que su se�or dej� de
desternillarse.
-Ah.. Presa. Eres tan ingenuo... A veces me pregunto qu�
ser�a de m� si no te tuviese a mi lado. Recuerda, mi querido amigo. Los dos
somos dos engendros malditos. Los hombres a nuestro alrededor nos destrozar�an y
arrojar�an al fuego nuestros restos si pudiesen. �Sabes lo que har�a contigo tu
querido Oic�n? Te cortar�a tu linda cabecita y se har�a una bonita alfombra con
tu pellejo lupino. Recu�rdalo. S�lo nos tenemos el uno al otro.
-S�, mi se�or.
Presa abandon� la estancia lo m�s r�pido que pudo.
III. CAZADO
Presa intent� moverse, pero no pod�a. Una especie de campo
invisible le rodeaba, aprision�ndole. No hab�a sido una misi�n tan f�cil como
hab�a supuesto en un principio. Hab�a llegado a la guarida del mago donde se
hallaba el libro que le hab�a ordenado robar su maestro y se hab�a deslizado en
ella sin mayores problemas. Pero se hab�a confiado y en ese momento estaba
pagando el precio. Alg�n tipo de magia le hab�a atrapado. Con rapidez, el
cambiaformas adopt� su aspecto totalmente humano. Sab�a que muchos magos
anhelaban experimentar con cambiantes como �l.
En pocos minutos, Presa divis� dos figuras que avanzaban
hacia �l.
-�Qu� tenemos aqu�, mi querido Stephan? Parece que la trampa
ha dado resultado.
-As� es, maestro.
Presa escrut� a sus dos captores. Uno de ellos, el m�s alto,
era sin lugar a dudas Zanfax, el mago due�o del condenado libro. El cabello
sobre su cabeza era totalmente blanco, como la nieve m�s pura, as� como el de su
frondosa barba. No obstante, su figura estaba lejos de parecer la del inofensivo
anciano que su se�or le hab�a descrito. Era alto y atl�tico y su mirada era dura
y en�rgica. El otro era un joven muchacho rubio, de mirada desafiante. Sin duda,
un aprendiz del hechicero. No obstante, Presa tembl� a su pesar cuando observ�
la extra�a insignia en la solapa de la t�nica del mago. S�lo la hab�a visto una
vez, y en esa ocasi�n estuvo a punto de morir. El mago pertenec�a a los
Cazadores, una organizaci�n que se enfrentaba a las criaturas sobrenaturales que
amenazaban a la humanidad. Por desgracia, Presa, como cambiante, estaba incluido
en esa amenaza. Trag� saliva. Cualquier descuido por su parte le conducir�a a la
tumba.
-Y bien, �qui�n eres?
De las puntas de los dedos del mago pareci� crepitar
electricidad, mientras se acercaba hacia el atrapado ladr�n. Presa pens� lo m�s
r�pido que pudo.
-Mi nombre es Presa y no soy m�s que un insignificante
ladr�n, mi se�or, que ha cometido el terrible error de intentar robar a quien no
deb�a.
El cambiante escuch� un sonido seco y se vio libre del campo
m�gico. Cay� al suelo rudamente, pero en lugar de incorporarse, Presa se abraz�
a los pies del mago.
-Perdonadme, mi se�or. Har� cualquier cosa que dese�is si
conserv�is mi miserable vida. �El ladr�n intent� resaltar las palabras
"cualquier cosa". El mago ri�.
-Vaya. Parece que tenemos una peque�a putita con nosotros,
�no, Stephan?
-Desconfiad, mi se�or. Creo que deber�ais acabar con �l
cuanto antes.
"Maldito hijo de puta" pens� Presa. Aferr� con m�s fuerza los
pies del mago mientras los besaba servilmente.
-Oh, vamos, querido Stephan. Creo que puede proporcionarnos
mucha diversi�n. �El hechicero se dirigi� hacia el ladr�n a sus pies. �Debes
saber que soy un amo muy exigente.
-Entonces, me esforzar� por hacerlo lo mejor que pueda, mi
amo.
-Demu�stralo.
En silencio, Presa busc� el pene del hechicero dentro de la
t�nica gris que vest�a. Cuando lo encontr�, no pudo sino gemir. Era gigantesco,
y parec�a hincharse por momentos. Jam�s hab�a visto uno igual. Tomando aire,
Presa lo introdujo en su boca y lo lami� a conciencia. Chup� con lentitud el
glande hasta que el hechicero tom� su cabeza con las manos y empuj� su nuca
contra la monstruosa verga, enterr�ndolo con violencia en la boca de Presa.
Crey� ahogarse mientras el anciano mago marcaba el ritmo, despiadadamente. Los
gemidos presagiaron el orgasmo y Presa sinti� c�mo el mago eyaculaba en su
garganta, inundando su interior con su salada esencia. Presa tosi�, mientras
sent�a c�mo el mago continuaba descargando su pur� sobre su rostro. Una arrugada
mano del hechicero le sujet� por la barbilla hasta que sus miradas se
encontraron mientras con la otra mano le apartaba los restos del semen de la
comisura de sus labios.
-Lo has hecho muy bien, peque�o ladronzuelo. Ser�s un juguete
muy interesante. Stephan, cond�cele a mis aposentos. Y aseg�rate de que no se
pueda escapar.
Presa se dej� llevar sin resistirse. Hab�a considerado la
posibilidad de golpear al aprendiz e intentar huir, pero sab�a que no lo
lograr�a. El mago estar�a alerta y acabar�a con �l. Deb�a pensar en otra cosa.
Stephan le condujo a una lujosa habitaci�n y le empuj� para que se tumbase. Con
hosquedad le desnud� y le coloc� unas esposas en las mu�ecas. Sonri�
interiormente. Si cambiaba a su forma lupina, podr�a escapar f�cilmente. De
pronto frunci� el ce�o cuando Stephan le coloc� un collar en el cuello. Estaba
muy ajustado.
-Por favor... El collar apenas me deja respirar. �No
podr�as...?
-�Silencio! �Stephan le golpe� el rostro con una bofetada.
Presa se relami� los labios.
-Tienes miedo, �verdad? De que tu maestro se encapriche de m�
y te olvide.
El aprendiz enrojeci� de ira. -�C�mo te atreves...? �Con
rapidez se acerc� a una de las paredes y asi� un peque�o l�tigo ornamental.
Stephan se coloc� a espaldas de Presa y buf� el l�tigo en sus desnudas nalgas.
El muchacho continu� su castigo hasta dejar su culo rojo como una cereza. De
pronto, advirti� que el ladr�n no gem�a de dolor sino que re�a.
-�Sigue! �No tengas piedad de m�!
Las risotadas hicieron desistir al aprendiz de hechicero,
quien se detuvo y termin� de cerrar las cadenas.
-Eres un maldito pervertido. Me das asco.
-Oh, vamos. Te crees superior por servir a un Cazador
cuando... �Presa se mordi� la lengua. �Maldito bocazas! Si no ten�a cuidado iba
a salir del cubil del mago con los pies por delante. Intent� cambiar de tema lo
m�s r�pidamente posible. -�Por qu� no me dejas escapar?
Stephan sonri� pero se mantuvo en silencio.
-Vamos, har� lo que quieras.
-�Por qu� deber�a hacerte caso? Ya tengo todo lo que puedo
querer de ti.
Stephan lami� dos de sus dedos antes de dar la vuelta a Presa
e introducirlos por su ano. Una vez dentro, los abri�, ensanchando su orificio.
Presa se mordi� el labio para no gemir. El hechicero liber� su propia verga y la
coloc� sobre la entrada del culo del ladr�n. Poco a poco fue penetr�ndole hasta
que el interior de Presa alberg� casi toda la estaca de Stephan. Sujet�ndole por
los hombros, el muchacho le sodomiz� con fuerza, cabalg�ndole con un r�tmico
movimiento hasta descargar sobre la espalda del ladr�n. El muchacho se tumb�
sobre la espalda de Presa sin salir de su interior. A continuaci�n le mordi� con
fuerza el l�bulo de la oreja. Presa tembl�, de un involuntario escalofr�o. Hizo
acopio de toda su fuerza de voluntad, ya que el placer pod�a provocar un
repentino e involuntario cambio de forma de su cuerpo.
-Quiz�s no sea tan mala idea que seas nuestra mascota, Presa.
Te garantizo que antes de que pasen dos d�as, toda tu arrogancia se habr�
esfumado. Como has podido ver, mi maestro est� muy bien dotado. Veamos lo que
sucede esta noche.
-Yo te garantizo otra cosa. Antes de que pasen dos d�as, me
habr� escapado. Y te prometo que volveremos a encontrarnos, y no te alegrar�s de
verme.
-�Ah si? �Y qu� es lo que har�as conmigo?
-Te prometo que las "atenciones" de tu maestro te parecer�n
un juego de ni�os comparadas con lo que te har�.
Presa qued� solo cuando Stephan sali� de la sala, riendo en
voz alta. Estudi� la estancia en la que se hallaba. Sobre una mesa se hallaban
varios libros. Puede que el que buscase fuese uno de ellos. Tan cerca de su
misi�n, pero a la vez tan lejos. Presa se maldijo en silencio. �C�mo pod�a haber
sido tan descuidado? Estaba perdido. M�s pronto o m�s tarde esos dos magos
ninf�manos se dar�an cuenta de que no era un humano corriente, sino un
cambiaformas. Y entonces acabar�an con �l. O quiz�s acabasen con �l de placer.
Deb�a escapar de all� cuanto antes. Mir� a sus cadenas. Eran s�lidas. El collar
evitaba que pudiese transformarse si no quer�a morir estrangulado.
Un sonido le hizo volverse. Una rata le contemplaba desde una
esquina de la habitaci�n.
-Vaya. Creo que es la primera vez en mi vida que me gustar�a
poder transformarme en rata en vez de en perro.
La rata, asustada por su voz, corri� por la habitaci�n hasta
detenerse frente a lo que parec�a un gran espejo de pie cubierto por una manta
apolillada. El roedor se detuvo, contemplando su propio reflejo min�sculo por un
roto en la tela que lo cubr�a y, en cuesti�n de segundos, unos extra�os
tent�culos plateados surgieron de la superficie del espejo, atrapando a la rata
y engull�ndola. Presa permaneci� durante unos segundos con la boca abierta
est�pidamente. Hab�a o�do hablar de artefactos como aqu�l. Si no se equivocaba,
se trataba de un espejo m�gico, que transportaba a una dimensi�n desconocida a
todo aquel que contemplaba su reflejo en �l. S�, eso explicaba por qu� estaba
cubierto con un manto. Zanfax, el mago, deb�a utilizarlo como c�rcel de sus
enemigos.
Presa sonri�. Quiz�s no estuviese todo perdido.
IV. ESPEJO
El mago abri� la puerta. Presa se hallaba tumbado en el
suelo, pensativo.
-�Y bien, mi peque�o esclavo? �Preparado para complacerme?
-Por supuesto, amo. Pero, �podr�ais quitarme el collar?
Apenas me deja respirar.
-Creo que no hay problema en ello. Pero intenta cualquier
cosa y... �El mago le apunt� con un dedo mientras sonre�a maliciosamente. Presa
trag� saliva. Si un rayo o alguna otra zarandaja m�gica le alcanzaba... Adem�s,
el mago era m�s alto y fuerte que �l, a pesar de tratarse de un anciano. Si
quisiese, podr�a doblegarle con una sola mano.
Momentos despu�s, la cadena estaba en el suelo y Presa
engull�a con avidez el gigantesco mango del mago.
-Mmm... No es la primera vez que haces esto, �verdad?
Zanfax acarici� los cabellos pelirrojos de la cabeza del
ladr�n, mientras �ste continuaba su labor.
-Eres m�o. No te resultar� un se�or demasiado duro, s�lo un
amo muy concienzudo. Cuando logres pensar �nicamente en complacerme, d�a y
noche, y a cada momento, las cosas te ser�n mucho m�s f�ciles. Ahora quiero que
te rindas a m�.
El mago elev� las piernas de Presa, sujet�ndolas con sus
hombros, mir�ndose ambos frente a frente. El cambiante estaba asustado. La verga
de Zanfax era imponente y sin duda aquello le iba a doler. Y mucho.
-Esperad, amo. Creo que...
-Llegar� el d�a en que no ver�s nada aparte de m�, como si yo
fuera el sol y la luna, un d�a en que yo lo ser� todo para ti: comida, bebida y
el aire que respiras. Entonces ser�s m�o de verdad, y estas primeras
lecciones... y placeres... no parecer�n nada.
Presa grit� cuando el pene se abri� paso por sus entra�as.
Era como si fuese literalmente empalado. El cambiante sinti� como su ano ced�a
ante las embestidas del anciano. Su verga parec�a llenar su interior totalmente,
restreg�ndose por sus intestinos. El cambiante aguant�, mientras mord�a su mano
para no gritar.
-Unggg... S�... Una verdadera sorpresa... su tama�o...
Arggg... Aunque yo guardo otra para vos... Amo...
Zanfax abri� los ojos, extra�ado por las palabras de Presa.
Justo en ese momento alcanz� el cl�max y descarg� en el est�mago del ladr�n. Sus
ojos se abrieron a�n m�s cuando contempl� el rostro de Presa. Ante �l ya no
estaba el muchacho bermejo al que hac�a una fracci�n de segundo estaba
haci�ndole el amor. Entre sus piernas se hallaba un ser de apariencia lobuna,
sobre el que estaba eyaculando. Su rostro, a escasos cent�metros del mago,
terminaba en un hocico jadeante que le sonre�a perversamente.
-�Sorprendido, "amo"?
-Eres un... �Zanfax empuj� al cambiante, pero �ste, que lo
esperaba, cay� sobre las patas traseras. ��Eres un apestoso cambiaformas!
-Para serviros. �Presa retrocedi� un paso.
-�Maldito...!
El mago se abalanz� hacia �l, con la intenci�n de agarrarle,
pero el cambiante lo esquiv� con facilidad.
-Demasiado lento, viejo.
En un movimiento fluido, Presa se arroj� al suelo mientras
agarraba la manta que cubr�a el espejo a su espalda. Se cubri� con ella,
mientras escuchaba el terrible grito que emiti� el mago al reflejarse en el
espejo. De pronto, el chillido ces� en seco. Aguard� durante unos momentos, pero
nada sucedi�. Con extremo cuidado y sin mirar la superficie del espejo, volvi� a
cubrirlo. El hechicero hab�a desaparecido.
Con rapidez, Presa se dirigi� hacia la mesa, en direcci�n a
los libros. Todav�a le dol�an su entra�as, pero sonre�a ferozmente.
Distra�damente, mientras hojeaba los gruesos tomos, restregaba contra su
est�mago el abundante semen que el anciano hab�a descargado sobre �l.
-No follabas mal, viejo. Pero hablabas demasiado.
V. EP�LOGO
Stephan deposit� la redoma sobre la mesa, mientras terminaba
las tareas que su maestro le hab�a encomendado. Fue entonces cuando repar� en el
perro que se acercaba hacia �l. El animal, que parec�a un lobo, m�s que un
perro, se detuvo a escasos metros de �l y mene� el rabo demostrando su alegr�a.
-Vaya. �Y de d�nde sales t�, muchacho?
El perro no contest�, evidentemente, pero se acerc� m�s hacia
el aprendiz de hechicero y, extendiendo las patas delanteras, se sent� y rod�
sobre s�. Stephan sonri�. Sin duda, se trataba de uno de los animales que su
maestro utilizaba para sus experimentos, que habr�a logrado escapar de su jaula.
Agach�ndose, acarici� al perro en la cabeza y le rasc� tras las orejas. El perro
ladr�, mostrando su regocijo.
-Eres todo un encanto. �C�mo te llamas, chico?
El perro sonri� de un modo imposible y se incorpor�
lentamente, mientras Stephan escuch� los crujidos de sus articulaciones.
Gradualmente, el perro adopt� una postura b�peda y su rostro cambi�, tomando una
forma m�s humana. Su hocico form� una sonrisa maligna y gui�� un ojo al
aterrorizado Stephan. Esta vez s� que respondi�.
-Me llamo Presa.