Relato: Metamorfosis





Relato: Metamorfosis

Metamorfosis



Autor: Incestuosa




POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO


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Por haberme parecido procedente publicarla, y de paso cumplir
una formal promesa compartida, quiero narrar esta historia que uno de mis
lectores me confi� hace poco, pidi�ndome que fuese yo quien la contara y
poniendo como �nica condici�n el obvio prurito de ocultar su nombre. Por
supuesto que lo hice. Y me parece que adem�s, en este caso, he hecho con
puntualidad las dos cosas que deb�a hacer: Primero, proteger como es debido el
anonimato de mi confidente, y segundo, intentar dar a sus propias confesiones la
forma de relato, de manera que ustedes, apreciados lectores, puedan conocer la
verdadera vida que se oculta tras el tel�n conductual de �ste singular personaje
que, habiendo sido heterosexual comprobado, de pronto se ve envuelto en la
extrema y explosiva fogosidad del placer homosexual, que lo absorbe y lo conduce
lenta y paulatinamente por los extra�os laberintos del delirante mundo gay,
satisfaciendo los fantasmas del deseo escondidos en su propia mente, sin
hab�rselo propuesto por s� mismo. Ser�n ustedes, en todo caso, quienes juzguen
si he cumplido a cabalidad mi promesa.



Por no haber sido capaz de hacer esta historia m�s compacta y
menos cansada; pido anticipadamente disculpas a mis lectores. Debo decir, en
descargo, que existe una raz�n para que esto fuera as�: Es tan copiosa la
correspondencia de mi confidente que, de todo lo revelado por �l mismo, no quise
dejar en lo absoluto un solo punto sin tocar. De cualquier manera, no s� si para
bien o para mal, me parece que he hecho lo correcto.



Comienzo ahora, dejando la palabra al propio protagonista:



Salud.




Incestuosa.




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Cap. I.



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Querida Incestuosa:



"�Siempre consider� ser un hombre heterosexual, con una vida
normal y feliz, hasta los 32 a�os, fecha en que comenzaron a suceder los
acontecimientos que ahora narrar�. Debo aclarar antes de empezar mi historia,
que la homosexualidad me hab�a sido indiferente hasta entonces y por lo mismo no
pasaba de ser para m� un asunto trivial y sin importancia durante mi vida de
hombre casado. Tengo mi esposa, bastante joven y apetecible, y tres hijos, con
los cuales llevo una relaci�n familiar excelente, a no ser por el exceso de
trabajo que en cierto modo me manten�a alejado de ellos. Represento yo a una
firma importante en la ciudad donde vivo y no me va mal econ�micamente, por lo
cual nuestro estilo de vida es m�s o menos aceptable y holgado.



Hay una segunda cosa que tambi�n quiero aclarar, para que no
se sientan agredidos aquellos que son, como yo lo he sido, asiduos cibernautas
consumados: No es que me considere una v�ctima m�s del Internet, pues sabido es
que cada quien tiene la libertad de hacer con su vida lo que quiere; pero s�
debo reconocer que todo comenz� cierto d�a en que por propias necesidades de la
compa��a, tuvimos que contratar ese servicio en la oficina para poder
comunicarnos con las otras sucursales del pa�s usando el correo electr�nico.
�Por qu� digo esto? Porque fue a partir de entonces que por las noches, cuando
todo el personal se retiraba, yo me encerraba con llave en mi privado y
aprovechaba la soledad para entrar a p�ginas porno para ver videos, fotos y
todas esas cosas magn�ficas que uno puede hallar all�. Eso fue algo que
realmente me fascin�. Hab�a escuchado comentarios sobre lo que uno pod�a admirar
en Internet, pero jam�s imagin� las extraordinarias posibilidades de admirar
todas las cosas relacionadas con el sexo de un modo tan f�cil y directo. De
manera que en pocos meses me convert� en un h�bil usuario de la Web y un asiduo
aficionado a todo lo que fuera pornograf�a. Hab�a d�as en que me iba yo a mi
casa hasta las dos o tres de la ma�ana, despu�s de saciarme hasta el delirio con
aquellas im�genes virtuales, que finalmente me provocaban tremendas y brutales
erecciones que me llevaban sin remedio a que me masturbara como un loco, sin
pudor ni recato alguno.



Mi esposa lleg� incluso a reclamarme algunas veces dici�ndome
que estaba trabajando demasiado. Pero lo que ella no sab�a era la verdadera
causa por la que estaba llegando tarde a casa. En realidad s�lo descansaba de la
Internet los fines de semana, dedicando, eso s�, los s�bados y domingos a mi
familia. Pero de lunes a viernes, mi deseo m�s intenso consist�a en estar metido
por la noche en la PC, disfrutando de todas aquellas delicias que el sexo
virtual nos puede regalar por esa v�a. Aunque para ser sincero, debo confesar
que en efecto, hubo una cosa en que la Internet me ayud�: Cuando por alguna
raz�n no me sacaba la leche en la oficina, llegaba a casa con unas ganas tan
intensas de coger, que gozaba a mi mujer con una lujuria inaudita. Me la follaba
como un poseso, y por supuesto, a ella eso le encantaba. Pienso que quiz�s eran
esas sesiones de sexo tan intenso las que hac�an que nuestro matrimonio no
hubiese naufragado a causa de mi obvio distanciamiento, pues sol�amos
desfogarnos frecuentemente por esa raz�n, y por lo tanto mi esposa se mostraba
contenta conmigo. Lleg� el momento en que inclusive ella dej� de reclamarme por
estar llegando tan de madrugada. Tengo que confesar que aquellas pr�cticas
nocturnas y furtivas que practicaba durante la semana, encerrado a piedra y lodo
en mi propia oficina, de pronto se volvieron una dulce y excitante costumbre
para m�. Me daba cuenta que de repente me estaba transformando, sin duda alguna,
en un cibernauta �vido de sexo virtual, sin que me sintiese nunca saciado de ver
y ver tanta pornograf�a.



Mantuve esa rutina por meses, hasta que cierta noche
encontr�, por azar, una p�gina de videos gay. Antes de eso, mientras navegaba
por la Web, todos los portales que conten�an temas de shemales o gays, como os
he dicho, me hab�an sido indiferentes. Pero esa noche hice clic en "entrar", m�s
por curiosidad que por morbo. Y entonces descubr� por primera vez el sutil mundo
de la pornograf�a homosexual, que sin saber por qu�, al tiempo que navegaba
viendo fotos, videos y escenarios prohibitivos, estimularon de un modo inusual
mi libido y me provocaron una excitaci�n mucho mayor incluso de la que sent�a
cuando ve�a en el monitor a mujeres desnudas cogiendo. Me detuve a reflexionar
un momento. �Ser�a posible que esas im�genes me calentaran tanto o m�s que las
otras? �Pero por qu�? �Acaso no era yo heterosexual? Siempre me hab�an gustado
las mujeres, y por tanto jam�s en mi vida hab�a tenido relaciones sexuales con
otro hombre. Quiz�s alguna vez, en mi lejana memoria de adolescente, se forjara
alg�n deseo homosexual reprimido, que de inmediato procur� despejar. Pero lo
cierto es que en la praxis, los hombres nunca me hab�an atra�do, a no ser por el
t�cito reconocimiento de la belleza masculina, cuando es manifiestamente
atractiva en alguna persona que ocasionalmente ve�a por all�. Pero s�lo eso. Os
lo juro.



Sumido en mis pensamientos, continu� explorando esa noche las
fotos y videos durante horas y horas. Y poco a poco me fui introduciendo en ese
nuevo y fascinante �mbito, antes desconocido por m�, observando sobre todo
pel�culas de varones en pleno acoplamiento, mientras mis sentidos se exacerbaban
hasta el delirio a causa de lo que la pantalla me mostraba. A ra�z de ese nuevo
descubrimiento, mis masturbaciones se fueron haciendo m�s continuas y tambi�n
mucho m�s intensas, adem�s de placenteras. �Qu� experiencia tan deliciosa la que
estaba viviendo! Sin saberlo cabalmente, estaba siendo absorbido por la vor�gine
de un nuevo estilo de vida pornogr�fica, donde hombres con hombres manten�an
relaciones sexuales sin ning�n pudor, mostrando a las claras que lo disfrutaban
con generosidad y pasi�n.



Desde entonces y con el paso de las semanas, a diario
esperaba impaciente a que llegara la noche para quedarme solo en la oficina.
Despu�s que se iba el personal, me encerraba enseguida para disfrutar de la
pornograf�a masculina, no haciendo otra cosa que buscar de inmediato las p�ginas
gay. Y casi a diario me masturbaba con delirio admirando con fruici�n todo lo
que se ofrec�a ante mis ojos. �Ten�a que reconocer que estaba descubriendo una
novedosa faceta de mi vida! Pero en el fondo, aunque yo lo sab�a, segu�a
intentando neg�rmelo a m� mismo. A medida que me adentraba en ese lujurioso
mundo del porno masculino, mis sentidos se prendaban con mayor fuerza y lujuria
de las escenas candentes de ver vergas insert�ndose en el culo de los hombres.
Disfrutaba con amplitud la contemplaci�n de las figuras de dos machos desnudos,
uno cogi�ndose al otro, o bien mam�ndose sus parados pitos sin reservas de
ninguna clase. Y ciertamente hab�a visto ya algunos ejemplares que me
cautivaban; que llamaban poderosamente mi atenci�n. La mayor�a de ellos estaban
provistos de penes demasiado largos y gruesos. Casi siempre me pon�a a calcular
el tama�o que tendr�an sus pitos y eso me encend�a a m�s no poder. Y la verdad
es que yo, debo admitirlo con honestidad, nunca fui tan bien dotado en esa parte
de mi cuerpo. Ten�a yo un pito normal, tirando m�s bien a peque�o, ni tan
delgado ni tan grueso, pero que por fortuna me hab�a servido adecuadamente en
los encuentros sexuales con las conchas de las mujeres que me hab�a cogido hasta
entonces, aunque a la verdad no hab�an sido tantas.



Sab�a, por ejemplo, que a mi mujer le gustaba mi tolete, pues
cuando cog�amos se ven�a varias veces, gozando como pose�da, y yo casi siempre
me esperaba para eyacular hasta el final. Y por si fuera poco, en ese tiempo se
me hab�a presentado la oportunidad de follarme a una joven compa�erita de
trabajo llamada Eva, muy linda por cierto, que estaba casada. Una vez al mes nos
encerr�bamos en los moteles de las afueras de la ciudad para dar rienda suelta a
nuestros deseos m�s lascivos. �Y c�mo disfrut�bamos de las salvajes culeadas!
Eva me hab�a dicho, en medio de esas confesiones mutuas que se dan despu�s de
una placentera relaci�n sexual, que Jorge, su marido, ten�a la verga m�s grande,
larga y gruesa que la m�a, pero que no la hac�a gozar tanto como yo, porque �l
siempre eyaculaba prematuramente, y que yo le gustaba m�s porque no era igual
que �l. Y en efecto, yo siempre aguantaba la venida hasta que ella estaba llena,
cansada y sudorosa. Desde luego que sus palabras estimulaban mi ego y me hac�a
sentirme un supermacho. Si. El cl�sico ego mal entendido del macho dominante.
Jummmm.


Por esa raz�n me preguntaba a m� mismo: �Qu� estaba pasando
conmigo? �Por qu� ese deseo tan intenso e irrefrenable por ver de pronto figuras
masculinas teniendo sexo? �Por qu� ese af�n tan manifiesto de admirar vergas
desnudas? �Qu� oculta motivaci�n me estaba llevando a disfrutar de esas
im�genes, supuestamente prohibidas para un macho tan machista como yo? En
realidad no lo sab�a. Jam�s lo supe. Lo cierto es que por semanas y meses me fui
hundiendo m�s y m�s en la desesperada ruta de la pornograf�a gay, auto
disfrutando de todo lo que ve�a, para despu�s masturbarme con locura al final de
la noche, cuando llegaba al paroxismo de la lascivia, en la soledad de mi propia
oficina. Como es natural, poco a poco se fue acallando en mi interior aquella
voz silenciosa, quiz� proveniente de mi masculinidad probada, que de modo
inaudible me dec�a que parara de ver todo aquello. Pero yo no hice caso. Como
era l�gico, pronto abandon� los pocos prejuicios que me quedaban y me dej�
llevar por mis insanos instintos intern�ndome sin tapujos en la jungla virtual
del homosex, descubriendo con avidez todo lo que los hombres pueden hacerse
entre ellos mismos, al disfrutar del sexo sin ambages. All� aprend� de todo,
aparte del coito homosexual convencional. Admir� hombres meti�ndose objetos en
el culo. Descubr� que algunos de ellos utilizaban vibradores realmente
gigantescos para masturbarse. En esas p�ginas apreci� las diversas poses en que
dos hombres pueden culear, mientras se deleitan en la manipulaci�n de sus
propios penes. Definitivamente era un mundo totalmente distinto, at�pico, nuevo,
pero que en definitiva me encantaba.



Mi casa estaba ubicada en una zona residencial un poco
apartada de la ciudad. La colonia se compon�a tan s�lo de unas cincuenta casas a
lo sumo, separadas todas, rodeadas de un verdor espl�ndido. Por lo tanto, yo
ten�a que recorrer en mi autom�vil unos cinco o seis kil�metros desde la
oficina, para despu�s desviarme y tomar un caminillo estrecho que me conduc�a a
ella. En realidad se trataba de una zona particularmente boscosa y llena de
�rboles frutales, de una exhuberancia poco ordinaria. Casi toda esa regi�n
estaba dedicada al cultivo de pastizales y de diversos tipos de sembrad�os
agr�colas. Por falta de tiempo, jam�s se me hab�a ocurrido explorar las bellezas
boscosas que rodeaban el lugar, pero no por eso dejaba de admirar el bello
paisaje de altos e inmensos �rboles de sombra cuando conduc�a de d�a por el
camino de acceso. Por esa misma raz�n, mi esposa y yo hab�amos escogido aquella
zona para vivir, por la tranquilidad que significaba el poco tr�fico y lo
apartado del sitio.



Pasaban los d�as y yo continuaba sumido en la exploraci�n de
mi nuevas fantas�as homosexuales, hasta que cierta noche decid� experimentar mi
acostumbrada sesi�n masturbatoria de un modo diferente. A fuerza de ver los
consoladores que los hombres utilizaban en los videos, se hab�a despertado en
m�, de manera inconfesable, el irrefrenable deseo de meterme algo por detr�s que
me hiciera sentir lo mismo que apreciaba en las im�genes. Ya deseaba probarlo;
lo confieso. Antes de eso, no puedo negar que en ocasiones, y sobre todo cuando
me ba�aba, acariciaba mi esf�nter con los dedos disfrutando de la suavidad del
agua jabonosa que se escurr�a lentamente por la l�nea curva de mi trasero.
Incluso hab�a llegado a meterme varias veces uno de mis dedos hasta el nudillo,
movi�ndolo despu�s con intensidad y placer dentro de mi culo hasta que alcanzaba
el orgasmo. Pero la cosa no pasaba de all�. As� que ese d�a, por la tarde, hab�a
ido premeditadamente a la farmacia cercana para comprar un tubo de desodorante,
de esos cil�ndricos, y un bote de crema humectante, que bien podr�an servirme
para gozarme como yo quisiera en la soledad de mi oficina. Y as� lo hice,
escogiendo por supuesto el m�s largo y grueso que encontr�. Por la noche,
despu�s de haber navegado por horas en m�ltiples p�ginas gays, y hall�ndome
perdido en el paroxismo de la brama, no pude m�s y me desnud� por completo.
Saqu� el objeto y lo unt� con mucha crema; hice despu�s lo mismo con la
entradita de mi culo y puse el tubillo sobre la silla. Luego me fui sentando con
suavidad sobre el alargado instrumento hasta que sent� que tocaba la puerta de
mi esf�nter. La sensaci�n que experiment� fue deliciosa. Lo confieso. Lo saboree
por largos instantes, as� de fuera, toc�ndome solo la estirada puerta sensible
de mi culito, al tiempo que me mov�a suavemente sobre �l. Poco a poco me lo fui
metiendo, haciendo c�rculos con mi grupa y moviendo mi culo lentamente, hasta
que un pedazo del objeto de pl�stico ingres� en mi rugosa oquedad. Me detuve un
poco al sentir un dolorcillo en el hoyo de mi culo. Lo saqu� con cuidado para
dejar que la molestia pasara. Mientras tanto, continuaba haciendo clics y m�s
clics sobre los videos, en tanto la temperatura de mis deseos aumentaba a su
m�ximo nivel. D�ndome cuenta que el dolorcillo hab�a desaparecido, me anim� a
intentarlo de nuevo. Repet� la maniobra con cuidado, no sin antes embadurnar
nuevamente con crema aquel tubo que aparentemente hab�a de ser mi primer amante
artificial. Esta vez me fui sentando sobre �l con calma, disfrutando de la
novedosa y lasciva penetraci�n. Ahora ya no dol�a. Por el contrario, me gust�.
Continu� poco a poco impulsando mi cuerpo sobre �l, hasta que advert� que se me
hab�a metido m�s de la mitad. Me detuve de nuevo. Quer�a gozar de las extra�as
sensaciones que aquel intruso me produc�a en el apretado conducto anal. Observ�
que mi pene estaba completamente parado, rebosando l�quidos l�cteos que
auguraban la primera venida. Me di a sobarlo con una mano en tanto que con la
otra me acomodaba mejor el tubito en mi trasero para mantenerlo firme. De vez en
cuando buscaba en la PC un nuevo video para excitar, m�s de lo que ya estaba, mi
calenturienta imaginaci�n.



A los pocos minutos ya lo ten�a casi todo dentro de m�.
Comenc� a moverme despacio, sin prisas, cerrando ahora los ojos para acentuar
a�n m�s las placenteras palpitaciones de mi esf�nter, que ansiosamente me ped�a
tragarse de un golpe todo el objeto del deseo. Pero yo sab�a que no deb�a
meterlo todo. El riesgo que conlleva hacerlo podr�a tener consecuencias. S�lo
quer�a gozar. Necesitaba hacerlo. Quer�a saber lo que sent�an aquellos hombres
que hab�a visto en la Internet, cuando se insertaban cosas por detr�s, como yo
lo estaba haciendo ahora. En un momento dado, seguramente ayudado por la
abundante cremosidad, el tubo se me hundi� de repente, provoc�ndome las m�s
ardientes sensaciones que hab�a sentido en mi vida. Quise apretar el culo para
trag�rmelo hasta el fondo de mis intestinos, hasta donde pudiera llegar. Pero el
temor me inst� a sacarlo. Baj�ndome de la silla y poni�ndome en cuclillas, puj�
con fuerza, meti�ndome dos dedos por el conducto, hasta que logr� desaforarlo de
la herramienta. Ahora me hab�a dado cuenta que cuando uno se traga todo el
objeto se siente mucho m�s rico; mucho m�s delicioso. Deb�a ser por el sensible
efecto que la fina piel del esf�nter experimenta al abrirse y cerrarse de
repente. Pero no quer�a correr riesgos. De pronto me vino una idea. Si pudiera
amarrarle unas ligas, quiz�s podr�a absorberlo totalmente y sin riesgos,
controlando a mi capricho la regia succi�n. Y as� lo hice. Abr� el escritorio,
amarr� varias ligas unas con otras hasta formar una suerte de collar, largo y
el�stico, y lo at� en el extremo del tubo abriendo antes la tapa. Cerr� de nuevo
el cilindro apret�ndolo con fuerza; lo embadurn� otra vez de crema y volv� a
ponerlo sobre la silla. Para entonces se hab�an apoderado de m� ciertos
temblores que casi no me dejaban actuar. El objeto aquel se bamboleaba entre mis
manos estremecidas de deseo. Tan fuerte era mi brama. �Qu� delicia!



Me lo coloqu� en posici�n de ataque, con mi culo apuntando a
la punta roma del desodorante. Me fui sentando nuevamente con lentitud, con la
finalidad de disfrutar al m�ximo de la ansiada introducci�n. En tanto que mi
esf�nter se abr�a, mi verga se pon�a m�s tensa. Algunas gotas de leche segu�an
asom�ndose por la punta de mi pito parado y se derramaban a lo largo del tronco
endurecido. Tom� un dedo y lo puse sobre la redonda gotita de blanco el�xir, que
apenas quer�a deslizarse hacia abajo por mi verga palpitante. Llev� la lechosa
humedad hacia mi boca y la succion� con avidez. �Qu� rico sabor tiene mi leche!
�Mi propia leche! Mi dulce atacante, mientras tanto, segu�a ingresando por el
laberinto oscuro de mi trasero. Las sensaciones eran realmente incre�bles.
Llegu� a pensar en lo tonto que hab�a sido al no descubrir antes aquellas
delicias de la carne. Pronto sent� que el tubillo penetr� totalmente mi
conducto. Me detuve. Hice clic de nuevo sobre otro video. Lo que ve�a me
embramaba a�n m�s de lo que ya estaba. Un hombre le estaba metiendo la verga al
otro, en tanto manten�a una de sus manos agarrando su parada verga.
�Sensacional! Las ganas de venirme me apremiaban. Volv� a detenerme. Necesitaba
hacer una pausa para obstruir el aluvi�n de semen que amenazaba con salir de mi
enhiesto pene. Dej� pasar un par de minutos. La sensaci�n de la venida se
esfum�. Ahora s� pod�a intentarlo de nuevo. Reanud� los movimientos con mis
nalgas abiertas en tanto el aparatito segu�a desliz�ndose hacia dentro. Y
entonces me penetr�. Sent� que se me fue. Los pliegues de mi esf�nter se
dilataron al m�ximo para recibir al intruso, que lentamente se fue perdiendo en
el estrecho conducto rectal. �Qu� sensaci�n tan incre�ble y maravillosa! Quienes
lo hayan probado, sin duda sabr�n de lo que estoy hablando.



Por horas y horas me mantuve reteniendo la eyaculaci�n, al
tiempo que devoraba con mi culo aquel instrumento hundido hasta lo m�s profundo
de mis intestinos. Hasta que lleg� el momento del gozoso orgasmo. Fue
inevitable. Los r�os de leche me sacudieron todo el cuerpo, al tiempo que hac�a
esfuerzos supremos por tomar la copiosa lluvia blancuzca entre mis manos. Un
poco de leche fue a parar al piso. Pero logr� atrapar un buen caudal de mi
pegajosa savia. En medio de los estertores de la venida y completamente pose�do
por la brama y la lujuria del momento, llev� mis dos manos a mi cara y me
embarr� una y otra vez con aquel l�quido parduzco. Lo sent� tibio, casi
caliente. Pod�a sentir claramente su caracter�stico olor a leche. Puse mis manos
en mi boca para degustar un poco de l�quido l�cteo. Estaba descubriendo cosas
nuevas y deliciosas. No hab�a duda. De pronto, una nueva venida me tom� por
sorpresa. Maldije no haber previsto la segunda tormenta de leche, que arrib� sin
aviso. La mayor parte de mi semen fue a parar al suelo. Como un loco me baj� de
la silla y recog� toda la que pude para beb�rmela con delectaci�n. �Qu� rico era
saborear mi propio semen! Despertaba en m� las sensaciones m�s voluptuosas y
candentes. Era la primera vez que lo probaba abiertamente. Y lo cierto es que yo
mismo estaba ahora descubriendo que me gustaba com�rmelo. Tras esos instantes de
lujurioso frenes�, retorn� al asiento para seguir deleit�ndome con el tubo
dentro de mi culo. M�s pronto de lo que esperaba, un nuevo aluvi�n volvi� a
salir con fuerza de mi parado pito. �Era incre�ble! Jam�s hab�a logrado tres
eyaculaciones sucesivas. �Qu� me estaba pasando? �Acaso era posible que un
hombre se viniera tres veces seguidas, sin que se le acabara la leche?
�Maravilloso! Para mi sorpresa, un c�mulo de nuevas palpitaciones de mi culo me
llevaron al paroxismo de la lujuria, provocando de inmediato una cuarta
eyaculaci�n; eso s�, menos copiosa que las anteriores. �Oh, cu�nta leche estaba
derramando! Aquello era un prodigio. Y aqu� si que me di gusto saboreando mis
propios el�xires, poniendo especial atenci�n en saborearlo lentamente, como si
fuese el bocado m�s exquisito que un hombre pueda probar en su vida.



Disfrutaba a m�s no poder de aquella tormentosa sacudida
l�ctea, tan abundante por cierto, que confieso que me llen� de placer y
satisfacci�n desconocidos. Con el paso de los minutos, poco a poco mi furor se
fue calmando. Hab�a alcanzado cuatro venidas casi sucesivas, como nunca lo hab�a
logrado en mi vida. Era algo incre�ble para m�. Anonadado por el suceso, pero
contento de mi descubrimiento, me di a limpiar los restos de semen del suelo con
toallas sanitarias. Limpi� tambi�n mis manos, completamente embarradas del
cremoso l�quido. Despu�s me agach� para sacarme del culo a mi compa�erito de
juegos. Tome la punta del collar de ligas que ten�a entre mis nalgas y tir�
suavemente de ella. Sent� c�mo el tubo intruso iba saliendo poco a poco,
resbalando por las paredes de mi cavidad rectal. Era delicioso sentirlo ahora de
salida. Era una sensaci�n muy parecida al acto de defecar. Era como si lo
estuviera cagando. Por fin lo tuve en mis manos. Observ� el instrumento de mis
deseos con extremo placer, d�ndome cuenta de que ten�a restos fecales a su
alrededor. Tom� m�s papel y comenc� a limpiarlo cuidadosamente. Ten�a que
dejarlo reluciente, pues de ahora en adelante pensaba guardarlo bajo llave en mi
escritorio para utilizarlo cuantas veces quisiera. Despu�s de limpiarlo bien con
crema, lo met� en un sobre de papel y lo escond� entre mis cosas del caj�n.
Luego cerr� con llave el escritorio. Me puse la ropa, abr� mi oficina y me fui
al cuartito de ba�o. Necesitaba asearme el trasero, la cara y las manos. Despu�s
de salir del ba�o, regres� a mi privado. Apagu� la computadora, sal� de la
oficina y me dispuse a irme a casa.



Cuando sub� a mi autom�vil vi el reloj. Casi las tres de la
ma�ana. �Caray! Ma�ana tengo junta a las diez. Hay que irse a dormir. Tom� el
camino rumbo a mi casa. Conduje por la carretera hasta llegar a la desviaci�n.
Dobl� el recodo y divis� a lo lejos las oscuras siluetas de las primeras casas
de la colonia. Las l�mparas de calle alumbraban tenuemente la densa oscuridad
del entorno. Cuando llegu� al peque�o c�rculo de c�sped que adornaba la entrada
de la calle, las luces de mi coche alumbraron una figura masculina. Fren� el
auto para rodar m�s despacio. Distingu� al hombre parado en el centro de la
glorieta, fumando un cigarrillo, mientras sosten�a su bicicleta con las manos.
Me detuve por completo frente a �l y baj� el cristal.



-Buenas noches, patr�n, �Ya a descansar? �me dijo con una
sonrisa-


-Si, Jos�.como siempre se me hizo tarde. �le contest�-


-Ya son m�s de las tres. Usted siempre trabaja hasta muy
tarde. �volvi� a decirme-


-Si�.en realidad hay mucho trabajo�ya sabes que por eso
siempre salgo tan tarde.


-Ya lo creo que s�usted me lo ha dicho. Siempre lo veo
llegar de madrugada�


-As� es, Jos�, pero qu� le vamos a hacer�.hay que cumplir�
�Qu� novedades hay?


-Nada�todo tranquilo �me respondi�-


-Bien�pues entonces nos vemos ma�ana. �le dije-


-Si�est� bien�.lo acompa�ar� hasta su casa.



Siempre lo hac�a. Realmente mi casa quedaba tan s�lo a la
vuelta de la cuadra. As� que adelant� el autom�vil lentamente hasta llegar a la
entrada de mi cochera. Me baj� del auto y saqu� la llave para abrirla. Y como
siempre, all� estaba Jos� detr�s de m�, vi�ndome maniobrar el candado. Abr� las
dos hojas de hierro de la entrada. Me sub� al auto y lo aparqu� en el garage.
Apagu� el motor y sal� de nuevo. Como siempre lo hac�a, Jos� estaba montado en
su bicicleta, con un pie sobre la calzada. Era un hombre como de mi misma edad,
posiblemente unos dos a�os menor que yo, de aspecto juvenil pero r�stico. Ambos
�ramos casi del mismo perfil corporal, casi tan alto y delgado como yo. En
realidad nos hab�amos hecho amigos con el paso de los a�os, pues ya llevaba
tiempo trabajando de velador en nuestra zona habitacional. Todo mundo lo conoc�a
y la mayor�a de los vecinos le apreciaban por su dedicada labor de vigilancia
nocturna. No hab�a noche que faltara a su trabajo. Su rutina era llegar como a
las nueve de la noche y abandonaba la colonia a las seis de la ma�ana. Yo
siempre lo ve�a cuando regresaba de la oficina, ya de madrugada. A veces lo
ubicaba en el mismo lugar, en la glorieta de la entrada, fumando un cigarrillo
tras otro. Quiz�s lo hac�a para no dormirse. Otras, recorriendo despacio en su
bicicleta las calles de la zona residencial. De esquina en esquina se deten�a y
soplaba su silbato. De esa manera los vecinos sab�amos que �l vigilaba. Aunque
lo cierto es que el lugar donde habit�bamos hab�a sido siempre un sitio
tranquilo. Tambi�n lo ve�a a veces los s�bados, cuando est�bamos en casa, cuando
se dedicaba a cobrar su cuota semanal. Todos los fines de semana, durante el
d�a, Jos� los dedicaba a cobrar su sueldo. Cada uno de los vecinos le
aport�bamos una cantidad fija, poca en realidad, que le ayudaba a sobrevivir y a
sostener a su familia. Sab�a por su propia boca que era casado, ten�a dos ni�os
peque�os, y ahora su esposa estaba embarazada esperando el tercero. Sus
facciones, aunque agradables, denotaban a leguas su origen campesino. Y tambi�n
su vocabulario y su modo de expresarse. Pero era un tipo sencillo, amable y
honesto.



En las breves pl�ticas que hab�amos mantenido por las noches,
Jos� me hab�a contado que hab�a nacido en un rancho lejano, perdido en la
inmensidad de la sierra, y que su padre lo hab�a perdido todo en una mala
cosecha, cuando entr� un fuerte hurac�n que devast� la regi�n. Fue entonces
cuando el viejo decidi� venirse a la ciudad con su familia. Y fue aqu� en la
ciudad donde conoci� a su esposa, una chica humilde pero de agradable car�cter.
A veces su mujer lo acompa�aba los s�bados y domingos en la colecta de su
salario. Tanto a m� como a mi esposa nos la hab�a presentado en cierta ocasi�n.
Jos� era el prototipo cl�sico del r�stico campesino iletrado, que apenas hab�a
estudiado la primaria, y que por lo mismo se dedicaba a hacerla de vigilante. No
sab�a hacer otra cosa m�s que trabajar en el campo. Pero en la ciudad no se
pod�a dedicar a eso. A nosotros realmente nos agradaba la pareja. Muchas veces
le ayud�bamos con alg�n dinero, sobre todo cuando alguno de sus hijos enfermaba,
o cuando se presentaba alguna necesidad familiar apremiante. Por esa raz�n el
joven estaba agradecido con nosotros y consecuentemente se mostraba m�s que
sol�cito conmigo cuando llegaba a casa.



Saqu� un billete de cien pesos y se lo di. Jos� lo tom� en
sus manos y lo guard� dici�ndome:



-Gracias, don Joel�.usted siempre dispuesto a ayudarme. Viera
que hay gente de aqu� mismo que nunca me da nada. �Me dijo sonriente-


-No Jos�t� te lo ganas con tu trabajo. �le respond�-


-Con esto le comprar� leche a mi peque�o�.le juro que no
traigo nada en la bolsa. �Me coment� con la t�pica sinceridad de los campesinos-


-No agradezcas nada, Jos�.te repito que t� te lo ganas.
Bueno ya tengo que acostarme, porque me voy temprano a la oficina.


-Que usted descanse �me contest�, subiendo a su bicicleta y
retir�ndose por la calle-



Entr� en mi casa. Sub� a la alcoba, donde vi a mi esposa
durmiendo pl�cidamente. Mientras me desnudaba para meterme en la cama pude o�r
los silbatazos que Jos� emit�a con fuerza en cada esquina, con intervalos de
varios minutos. Pensando en eso, me qued� dormido.



�


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�


�


Cap. II



Querida Incestuosa:



Pasaron las semanas entre el ajetreo del trabajo y mis
acostumbradas sesiones de autocomplacencia nocturna, metido en las p�ginas gay.
Desde el d�a aquel en que por primera vez hab�a gozado con el tubo de
desodorante, �ste se hab�a convertido en mi amante silencioso, acompa��ndome en
las sudorosas noches de lujuria oculto en la secres�a de mi propia oficina. No
hab�a noche en que no lo disfrutara intensa y voluptuosamente, meti�ndomelo en
el culo todo embadurnado de crema. Los deslizamientos que me provocaba en el
interior del esf�nter eran una delicia para m�. Hab�a descubierto una nueva
forma de darme placer hasta alcanzar las m�s intensas venidas de mi vida. �Y
vaya que lo disfrutaba! Casi todas las noches me entregaba al desenfrenado y
excitante placer de meterme el tubo por el ano, viendo que cada d�a lo gozaba
m�s y m�s, al tiempo que ve�a videos de hombres culeando. Las sensaciones que me
produc�a la penetraci�n eran francamente inigualables. Por supuesto que eso era
algo que le ocultaba por completo a mi esposa. Yo sab�a muy bien que deb�a
mantenerlo en secreto. Y s�lo los d�as en que ten�a que salir de viaje por
razones de trabajo, me privaba de la lujuria desbordada de mi propia pasi�n,
viendo videos y fotos de hombres culeando, con el consolador metido hasta el
tope en mi ardiente trasero. Pero cuando regresaba, de inmediato retomaba yo mis
calientes costumbres, entreg�ndome sin pudor a mis lascivas maniobras anales. Me
acostumbr� tanto a esas calientes pr�cticas, que pronto tuve que buscar algo
mucho m�s grueso y largo, pues sent�a que mi propio culo me ped�a m�s placer. Al
parecer, el desodorante de mis amores se estaba convirtiendo por lo visto en
rutina, aunque no por eso dejaba de disfrutarlo casi a diario. Igualmente me
convert� en el cibernauta m�s asiduo a las p�ginas de homosexuales, e incluso me
suscrib� a algunos sitios de paga, donde pod�a deleitarme con mucho mayor gusto
y amplitud que en los sitios free.



Y siempre que regresaba a casa, como siempre de madrugada, me
encontraba con Jos�, el vigilante. Todas las noches me deten�a e
intercambi�bamos alguna corta pl�tica. Luego me acompa�aba hasta la cochera y
despu�s se retiraba. Cuando ten�a dinero, le daba uno que otro billete, cosa que
�l me agradec�a profundamente. Jos� siempre me dec�a:



-Ya sabe, don Joel, cuando haya alg�n problema que resolver,
usted nadam�s d�game a m�, que yo me encargo. No importa lo que sea. Cualquier
cosa, ya sabe usted.



Yo me re�a de sus ocurrencias. Pero no hab�a duda de que el
muchacho, por agradecimiento, estaba dispuesto a hacer lo que fuera por m�.
Confieso que hasta esta parte de mi historia no se me hab�a ocurrido para nada
acercarme a alg�n hombre para tener sexo en vivo. En el fondo segu�a sujeto a
mis principios de mostrarme como el padre de familia que era, guardando con ello
mi reputaci�n de la mejor manera posible. Yo era, en realidad, un hombre
respetado, al igual que mi familia. Ten�amos varios amigos en la colonia, a
quienes en ocasiones frecuent�bamos los fines de semana. Pero nada m�s. Mi
esposa Ana tambi�n era muy apreciada en la zona habitacional. Algunos s�bados,
cuando me levantaba, a veces al filo del mediod�a, hab�a encontrado a Jos�
platicando con ella y con mis hijos. Se ve�a que el velador hab�a trabado cierta
amistad con mi familia. Mis ni�os tambi�n lo quer�an, especialmente porque
portaba su arma, siempre metida en un costado de su pantal�n. A veces ellos le
ped�an que se la mostrara. Pero Jos�, con toda precauci�n, s�lo se las ense�aba
de lejos. Mi esposa y yo nos re�amos cuando eso suced�a. �ltimamente siempre le
pregunt�bamos c�mo iba el embarazo de su mujer. Y a Jos� le agradaba el inter�s
que nosotros mostr�bamos por saber de sus seres queridos.



Con el paso del tiempo, aprovechando uno de mis viajes, ya
hab�a yo conseguido comprar un dildo de l�tex en forma de verga, firme, grueso y
movible, provisto de una bola gorda como base, que simulaba a la perfecci�n los
huevos masculinos. El objeto aquel me encant� desde que lo vi. Era un pene
artificial de una plasticidad incre�ble. Por supuesto que de inmediato me
deshice de mi antiguo tubillo de desodorante, compa�ero de tantas batallas
nocturnas, para dar paso a aquel salvaje y bello instrumento que de tan solo
mirarlo, despertaba en mi interior las m�s bajas pasiones que se pueda uno
imaginar. Como he dicho, mi culo me hab�a estado pidiendo �ltimamente m�s
llenura, y de plano aquel extraordinario pito me procur� las complacencias m�s
lascivas, haci�ndome gozar hasta lo indecible. Las noches que pasaba encerrado
en mi privado eran ahora de una lujuria insoportable, debido sobre todo a la
gran maniobrabilidad con que mi culo pod�a manejar aquella nueva herramienta del
placer. Por otra parte ya era un gran consumidor de cremas humectantes, de las
que pronto daba cuenta a causa del frecuente uso del dildo. Adem�s, a mi me
encantaba ensartarme a mi amiguito manteni�ndolo siempre cremoso y deslizante.
Sin duda asociaba el olor tan caracter�stico de aquel catalizador, con mis
calientes y maravillosas sesiones onan�sticas. As� que procuraba usar la misma
marca. Y ahora, con mi nuevo juguete, me entregaba a las m�s salvajes y
desbordantes noches de perversi�n, con aquel nuevo consolador que tanto placer
me proporcionaba.



Jugaba con �l con descaro, mientras ve�a como siempre los
videos gay. Para hacer m�s intensos los escarceos preliminares que me llevaban a
las fronteras del gozo y del deseo, me lo met�a antes en la boca y lo mamaba
goloso, imagin�ndome que ten�a en la boca la verga de uno de esos hombres que
ve�a en la pantalla. Sol�a igualmente tallarlo previamente por todo mi cuerpo
desnudo, por mi rostro y mis pechos, y por las duras bolas de mis nalgas,
sintiendo el suave roce del singular material de l�tex sobre mi piel
estremecida. No puedo describir con certeza todo lo que gozaba a solas en esas
noches de lujuria extrema. Simplemente puedo decir que para mi era algo tan
extraordinariamente caliente que no deseaba dejarlo de hacer jam�s. A pesar de
las salvajes penetraciones que me hac�a yo mismo con aquella verga de hule,
gruesa y larga, notaba que mi culo se manten�a firme y cerrado. Me parec�a
inconcebible que al otro d�a de haber jugado con el tremendo instrumento, mi
culo volviera a adquirir f�cilmente las diminutas dimensiones de siempre.
Parec�a como si jam�s me hubiese metido nada por detr�s. Era como si jam�s me
hubiera roto yo mismo el esf�nter. Casi siempre, cuando me ba�aba, me pon�a a
observar mi hoyito trasero con un espejo entre mis piernas. En ocasiones pon�a
el espejo en el piso y me agachaba para verme bien la entradita. La sonrosada y
peluda estrella de mi esf�nter aparec�a inc�lume en el reflejo. Y aquello me
agradaba. Y tambi�n me daba �nimos para continuar sin ning�n temor con mis
fant�sticas pr�cticas anales.



Cierta noche de calenturienta brama, sintiendo que era tanta
mi lascivia por penetrarme m�s profundo, y teniendo el dildo metido hasta el
tope, advert� gozoso que mi culo me ped�a m�s y m�s verga. No s� a qu�
atribuirlo, pero lo cierto es que yo sent�a que esa noche no me llenaba; como
que me faltaba algo. Me daba cuenta de la insaciable exigencia de mi trasero por
ser llenado con una cosa mucho m�s gruesa. Entonces se me vino la loca idea de
probar a met�rmelo al rev�s. S�lo de ver la tremenda bola que formaban los
huevos, hizo estremecer mi cachondo ano. Pero ahora ten�a esa fijaci�n en mi
mente. �Me cabr�a todo eso, tan grueso y palpitante, dentro del apretado hoyito
de mi culo? Record� las im�genes de la ma�ana, cuando hab�a visto mi peque�o
hoyito reflejado en el espejo, y un intenso temblor me invadi� por dentro. Era
algo casi imposible. Pero la angustiosa petici�n de mi conducto pudo m�s. De
modo que, embarr�ndolo todo de crema, me dispuse a gozar de aquel novedoso reto,
que ya de tan solo pensarlo provocaba en mi verga intensos estertores de brama.
Me sent� sobre la silla y sub� las piernas totalmente abiertas sobre la mesa del
escritorio. Coloqu� los huevos humedecidos en la entrada de mi culito, y comenc�
a empujar con mis manos aquella pelota de l�tex, intensamente gruesa y deforme.
Debo decir que los primeros intentos fueron vanos e in�tiles. Pero con paciencia
e inteligencia, le fui encontrando poco a poco el modo. D�ndome cuenta que
necesitar�a de alg�n ingenioso mecanismo que lanzara dentro del interior de mi
conducto aquella herramienta sin par, decid� doblarlo completamente, quedando la
punta por as� decir pegada al borde de la base de los huevos. Aparec�a ahora
como una verdadera verga doblada por completo. Pens� que eso, con un pito
natural, ser�a imposible de hacer. Pero con aquel instrumento s� que se pod�a.
Sonre� gustoso por haber tenido ese pensamiento tan genial. Apret� el doblez con
mi mano, tom� una liga y la amarr� alrededor del doblado falo. Acto seguido me
lo volv� a colocar en el centro de mi hoyito trasero, que sent�a palpitar de la
intensa brama que experimentaba. Habi�ndole echado suficiente crema, me fui
sentando lentamente sobre el apreciado instrumento, hasta que despu�s de varios
intentos consegu� que por fin fuera ingresando poco a poco en mi culito.



Cuando advert� que ya ten�a adentro m�s de la mitad, as�
doblado como estaba, recorr� con mis dedos la liga y la fui quitando poco a
poco. Ya sin la amarra de por medio, me volv� a sentar con fuerza sobre �l,
d�ndome cuenta que al fin se me meti� por completo. Lo que sigui� despu�s fue lo
m�s maravilloso que me ha sucedido en la larga historia de mis tormentosas
masturbaciones en solitario. El dildo, despojado de su atadura, y despu�s de
haberme penetrado totalmente, se fue desdoblando dentro de mi cavidad rectal,
abriendo gradualmente las paredes de carne de mi conducto, que pronto se dilat�
como si fuese de hule espuma. Sent� claramente c�mo aquel largo pito de l�tex se
revolv�a furioso dentro de mis intestinos, tratando de volver a su forma
natural. Ay. Definitivamente fue algo glorioso. El objeto, con la fuerza natural
del hule macizo de que estaba construido, se desdobl� al fin produci�ndome las
m�s exquisitas y terribles sensaciones de lujuria que haya sentido antes. Los
orgasmos que alcanc� esa noche fueron incomparables; de campeonato. Deb� haber
eyaculado como seis o siete veces seguidas, en una lluvia torrencial de semen
que me transport� al otro mundo. �Qu� fascinante y fant�stico era todo aquello!
Sin duda alguna hab�a descubierto una nueva forma de masturbarme, que rebasaba
con mucho las cosas que hasta ahora hab�a hecho. De modo que convert� aquel
hermoso instrumento en mi amante favorito, trat�ndolo con mucho cari�o a causa
de la lujuria que me proporcionaba. Lo besaba, lo leng�eteada y lo acariciaba
como si fuese un pene de verdad. Le dec�a palabras bonitas, palabras de amor,
cual nunca imagin� decirlas jam�s, demostrando en la intimidad mi eterno
agradecimiento por los placeres recibidos de su parte. Lo trataba como si fuese
un instrumento con vida propia. Las fantas�as desbordaban mi calenturienta
mente, haciendo cosas indecibles durante los tremendos momentos de brama tan
intensa. �Todo aquello ere fant�stico! Me daba cuenta que aparte de mi tendencia
y gran gusto por los placeres anales, tambi�n me estaba transformando en todo un
fetichista adorador de objetos f�licos.



El tiempo sigui� su curso sin que mis ansias menguaran en lo
absoluto. Advert�a que debido a mi juventud en plenitud, estaba gozando con
aquellos extra�os y nocturnos aquelarres sexuales de un modo realmente
fant�stico. Debieron pasar muchos meses antes de que sucediera lo que ahora os
voy a confesar. Todo comenz� cierta noche en que regresaba a casa de madrugada.
Como era mi costumbre, acababa de disfrutar en la soledad de mi oficina de una
de mis sesiones masturbatorias m�s intensas, y sent�a que no me quedaba una sola
gota de leche en los huevos. Pero la satisfacci�n iluminaba mi rostro. Me sent�a
pleno y lleno de gozo. Desde que dobl� el recodo para entrar en la zona
habitacional, vi que Jos� hab�a dejado su bicicleta sobre la calzada y me que me
hac�a se�as con una mano. El joven conoc�a perfectamente todos los autom�viles
de la colonia, y en especial el m�o, pues yo era siempre el �ltimo en llegar a
mi casa. Al parecer me estaba esperando. Llegu� junto a �l y baj� el vidrio.
Jos� me dijo:



-Oiga, don Joel, f�jese que acabo de ver a unos tipos
cruzarse la alambrada que da hacia el bosque�y de plano les avent� un tiro al
aire. No pude evitarlo.


-�En serio? �Y cu�ndo fue eso? �Crees que sean ladrones? �le
pregunt� alarmado-


-Pues no lo s�.la verdad no los reconoc�.pero quiero irme a
dar una vuelta para ver si regresan. �me contest�-


-Mmmm �le respond� dudoso- Mejor no te metas en problemas. Si
les disparaste, estoy seguro que no regresar�n. Ser�a mejor que vigilaras bien
las casas.


-No, no, d�jeme explicarle. Sucede que ayer vino una patrulla
de la polic�a para alertarme de que andan robando en las otras colonias que
est�n pegadas a la carretera. Y no quiero que aqu� pase una cosa as�. �me dijo
decidido-



Vi que tocaba la cacha del arma sin cesar y que adem�s estaba
como ansioso. Seguramente se hab�a asustado al verse obligado a disparar. Me
qued� pensativo por unos instantes sin saber qu� decir.



-Bueno �Y qu� crees conveniente hacer? -le pregunt�-


-Yo digo que ser�a bueno que fu�ramos a ver donde le digo. No
quiero ninguna sorpresa en esta colonia. Es la colonia que cuido, y usted sabe
que soy capaz de jugarme la vida por ella.


-Oh Jos� �le respond�- Por favor no te lo tomes tan a pecho.
Hay que tener cuidado con esas gentes.


-Si, lo s� �me contest�- Pero es que los vi cruzar�cr�amelo.


-Lo s�, Jos�.yo te creo.


-�Entonces que dice? �Me acompa�a usted?



Sin responderle nada ech� un vistazo hacia la oscura zona que
me hab�a se�alado.



-Pero no se ve nada �le dije-


-No, claro. Pienso que con el disparo que hice, debieron
esconderse muy bien�.pero no estoy seguro.


-Bueno, �Y entonces qu� hacemos? �le pregunt�-


-No quisiera ir en mi bicicleta porque es arriesgado. Y mi
l�mpara casi no alumbra. Por eso lo estaba esperando para ver si usted iba
conmigo en su coche. As�, con las luces del auto, podremos checar mejor.


-Est� bien, vamos �le contest�-


-S�lo d�jeme guardar mi bicicleta en aquel portal y nos vamos
�me dijo retir�ndose-


-Aqu� te espero.



Cuando Jos� regres�, le abr� la puerta de copiloto y se meti�
en el coche. Yo le pregunt�:



-�Por donde nos vamos? La verdad no conozco para nada estos
caminos �le dije con sinceridad-


-No se preocupe�yo lo guiar�agarre derechito por esta calle
y vamos a doblar en aquel recodo. All� en la mera esquina est� la caseta donde
resguardan la bomba de agua que surte a la colonia. La vigila un se�or, a quien
conozco, pero a estas horas siempre est� durmiendo. A veces me vengo para
hacerle pl�tica, pero casi nunca me contesta. Al dar la vuelta ver� un caminillo
que nos llevar� directo al bosque.



Conduje lentamente por donde �l me dec�a. Vi que mientras
tanto, Jos� ya hab�a sacado su arma y la llevaba en la mano, escudri�ando una y
otra vez los altos y oscuros �rboles del costado del camino. Pronto llegamos a
la caseta, dobl� a la izquierda y entramos en un sendero terroso, donde apenas
si cab�a un s�lo veh�culo. Voltee a ver la peque�a casita que estaba a oscuras.
Puse las altas pero luces s�lo me mostraban los intensos y altos pastizales que
se alzaban a los lados. Avanzamos como cuatro de kil�metros, ahora con las luces
bajas, alej�ndonos cada vez m�s de la colonia. Jos� iba en silencio y yo
tambi�n. Despu�s de un rato de avanzar, arribamos a un sitio mucho m�s tupido y
boscoso, donde pr�cticamente el camino se perd�a, viendo solamente frente a
nosotros los matorrales y el verde follaje. Puse la luz alta y le dije:



-Oye, Jos�parece que aqu� se acaba el sendero. No puedo
seguir m�s adentro. �le dije-


-As� es, patr�n. Para all� ya no hay camino. Pero fue hacia
ac� donde esos cabrones salieron corriendo �me contest�- Deje usted que me baje
para echar un vistazo.



Abri� la puerta y yo me qued� sentado dentro del auto. Vi,
entre la oscuridad de la noche, cuando Jos� se meti� entre el intrincado
follaje. Como pasaran casi veinte minutos y no regresaba, decid� bajarme del
coche y me met� en la intrincada espesura, con la intenci�n de seguirlo. La
verdad me sent�a demasiado cansado para estar esperando tanto tiempo. Avanc�
entre los matorrales hasta dar m�s adelante con un clarillo bordeado de altos
�rboles con inmensos copos. Reconoc� que no obstante la oscuridad, aqu�l era un
sitio solitario muy agradable. Camin� un poco y explor� entre las sombras, pues
la luna alumbraba con poca claridad el lugar. Pero no ve�a a Jos� por ning�n
lado. Me acerque al tronco de uno de los �rboles y me sent� a esperar, pensando
que quiz�s deb�a haberse adentrado hacia el lado extremo del claro, donde la
densidad del follaje se volv�a a hacer m�s intenso. Pasaban los minutos y todo
segu�a silencioso. Comenzaba ya a desesperarme, cuando escuche un leve siseo.
Dirig� mis ojos hacia el lugar de donde proven�a el ruido, y distingu� la figura
de Jos�, acuclillado detr�s de unos matorrales, como a treinta metros de donde
yo estaba. �l me hizo se�as indic�ndome que me acercara. Me levant� y camin�
despacio hasta donde se �l encontraba. Cuando llegu� me hizo la se�al de
silencio con su mano y me inst� a que me agachara junto a �l. Hice lo que me
ped�a y le pregunt� en voz baja:



-�Qu� pasa? �Viste algo? �le pregunt�-


-Si �me dijo- Vi un par de siluetas correr all� adelante �me
respondi� indicando la direcci�n con el dedo-


-�En serio? Oye, no se te vaya a ocurrir volver a disparar.
No sabemos de qui�n se trata. Podr�as cometer una grave equivocaci�n. �le
asegur� para calmarlo-


-No. �Me contest�- Es s�lo que quiero asegurarme de que no
regresen por ac�.


-Est� bien �le dije- Pero no puedo estar mucho tiempo aqu�.
Necesito dormir. Deben ser cerca de las cuatro de la madrugada.


-No se preocupe usted. Esperemos solamente un ratito m�s.



Continuamos los dos en estado de alerta, acuclillados detr�s
de la espesura en el bordecillo del claro. Una leve y acariciante ventisca,
propia de la madrugada, soplaba apacible, meciendo suavemente las copas de los
�rboles. El agradable susurro proveniente de las ramas que se mov�an, se
escuchaba claramente. Pude sentir el olor a sudor que el cuerpo de Jos�
desped�a. El joven usaba una camisola de algod�n, de ese color beige tipo
militar. Seguramente yo deb�a oler a crema humectante �pens� sonriendo para mis
adentros-. Suspir� profundo y volv� a sentir el olor acre que desped�a su cuerpo
bajo su gruesa camisa. Seguramente el andar en bicicleta le hac�a sudar
demasiado. Los minutos pasaban y yo no dejaba de percibir el singular aroma del
cuerpo del velador.



-Creo que no vendr�n �le dije-


-Si. De seguro se escurrieron. Pero ma�ana estar� atento para
que no me sorprendan otra vez. �me contest�-


-Est� bien. Ser� mejor que regresemos.


-Si, vamos.



Nos levantamos y caminamos hacia el claro. Un poco m�s
tranquilo, volv� a admirar la belleza del lugar y la extra�a soledad que lo
rodeaba. Los rayos de luna se esparc�an sobre el verde musgo, haci�ndome sentir
relajado. Jos� sac� la cajetilla de cigarros y me ofreci� uno:



-�Quiere fumar? �me ofreci�-


-Si. �Por qu� no? Me apetece un cigarrillo �le respond�-



Tom� el cigarro y me lo puse en los labios. Jos� hizo lo
mismo, busc� las cerillas en el bolso de la camisa y encendi� una lumbre. Aspir�
el fuego con mi boca y exhal� al aire el humo caliente. Los dos nos quedamos
unos instantes parados en el centro del claro.



-Ah �le dije- Qu� lugar tan hermoso. Viviendo tan cerca y
jam�s imagin� que existiera.


-Si �me contest�- Est� muy bonito aqu�. Es un lugar muy bueno
para sembrar. Pero quien sabe de quien ser�. Si me lo prestaran, sembrar�a
algunas patatas.


-�T� ya hab�as venido aqu� antes, Jos�? �le pregunt�
interesado-


-Si, muchas veces. He estado buscando alg�n lugar para ver si
me lo prestan y siembro alguna cosa. Hay que buscarle, don Joel.


-Si, claro. �Y has encontrado algo?


-No, para nada �me respondi�- Lo cierto es que nadie viene
por aqu�. De vez en cuando, en mis rondines, me doy una vuelta hasta ac� por si
acaso. A veces me fumo un cigarrillo contemplando las estrellas. Me gusta ver
como alumbran. Aqu� se ven claritas claritas.


-Oh qu� delicia �le dije- Ciertamente es un sitio muy
placentero.


-Se ve que le gust� aqu� �Verdad?


-Si. Me gust� mucho. �le contest�- Est� como escondido. Ahora
mismo nadie sabr�a que estamos aqu�.


-Pues cuando quiera usted venir, nom�s d�game y yo lo
acompa�o. Hasta podemos fumarnos un cigarro y tomarnos una cerveza. Le aseguro
que nadie nos molestar�, y menos a estas horas.


-Si, no es mala idea �le dije sonriendo-



Habiendo acabado de fumar, caminamos hacia el auto. Yo le
segu�a mientras �l se abr�a paso entre el follaje. Llegados al veh�culo, nos
subimos y arranqu� el motor, d�ndome la vuelta con cuidado para regresar por el
sendero de tierra. Jos� me dijo:


-Ma�ana le dir� a la polic�a todo esto que pas�. Quiero que
est�n enterados por si las dudas.


-Si �le dije- Ser� mejor que lo hagas. Y �ndate con cuidado.



Volvimos a pasar por la peque�a caseta de la bomba de agua y
volv� a mirar hacia all�. Estaba en penumbras. Dobl� la esquina y alcanc� la
calle pavimentada. Cuando llegamos al lugar donde hab�a guardado su bicicleta,
Jos� se baj� del coche y me agradeci� por haberlo llevado. Yo le dije que no
hab�a problemas, que como vecino era mi obligaci�n ayudarlo. Al fin y al cabo
era mi colonia. Me desped� de �l y le dije gustoso:



-Quiz�s unos de estos d�as te pida que me acompa�es al claro
para tomarnos una cerveza. Ese lugar es de una belleza incre�ble. Y me gusta la
soledad que hay all�.


-Cuando usted quiera, patr�n. Ya sabe que estoy para
servirle. �me dijo estrech�ndome la mano-


-Gracias, Jos�. Entonces hasta ma�ana.


-Hasta ma�ana y que descanse usted.



Conduje lentamente hasta mi casa pensando en la hermosura del
follaje de aquel sitio tan escondido. No cab�a duda de que el claro era un lugar
perfecto para estar a solas con alguien.



Al d�a siguiente, estando en la oficina, por alguna raz�n
ven�a a mi mente el recuerdo de lo sucedido la madrugada anterior. Pens� en
Jos�, cuando ambos est�bamos en cuclillas escondidos entre la espesura. Volv� a
sentir sus olores. Era el t�pico olor intenso del sudor de un hombre de campo.
Ya ve�a que Jos� no se perfumaba como yo. No ten�a recursos para eso. Apenas si
deb�a alcanzarle el dinero para mantener a su familia. Pero al fin y al cabo era
su olor natural. El t�pico olor de un hombre de campo. Cuando me qued� solo en
la oficina volv� a encerrarme para hacer las delicias de mi culo con mi amante
favorito de l�tex. Como siempre, estuve varias horas auto deleit�ndome con aquel
pene del delirio, hasta que me vine tres veces. Sin saber por qu�, pensaba en
Jos� en el momento en que me met�a aquel p�jaro plastificado en mi ano, en tanto
que me gozaba viendo los videos de homosexuales en el monitor. Esa noche acab�
un poco m�s temprano que de costumbre. Vi mi reloj. La una de la ma�ana. Bien,
por hoy era suficiente. Arregl� todo y sal� de all�. Conduje hasta mi casa y
como siempre, al doblar el recodo, vi de nuevo al velador parado sobre la
glorieta, con la bicicleta detenida entre sus manos. Detuve el auto junto a �l y
le pregunt�:



-�Qu� hay de nuevo, Jos�?


-Nada, don Joel�.todo sin novedad. �me respondi�- Esta noche
no he visto nada extra�o.


-�Ning�n movimiento raro como el de anoche? �le pregunt�-


-Nada. Todo est� tranquilo. �me dijo-


-Oye �le coment�- me gustar�a tomar una cerveza contigo. Pero
ya es tarde, y no creo que las vendan por aqu� a estas horas.


-C�mo no �me contest�- Yo se de un lugar aqu� mismo donde me
atienden. Si usted quiere, voy a comprarlas.


-Si �le dije- sacando mi billetera.



Le di el dinero y me dijo:



-Espere aqu� que no me tardo.



Mont� en su bicicleta y se alej�. Yo le segu� con la vista.
Por alguna raz�n extra�a, el cuerpo me comenzaba a temblar. Pero en el fondo
toda aquella situaci�n, de suyo tan novedosa, me comenzaba a gustar y tambi�n me
excitaba. Pronto regres� Jos� con un paquete de latas de cerveza.



-Est�n bien fr�as �me dijo sonriente-


-Qu� bueno. No me gusta tomar la cerveza sin enfriar. �Le
contest� devolvi�ndole la sonrisa-


-Bueno �Qu� hacemos, don Joel?


-Vamos all� �le contest� con rapidez-


-Entonces esp�reme usted. Deje guardar mi veh�culo de dos
patas �me respondi� sonriendo de nuevo-


-Anda�.aqu� te espero.



A poco regres� y se subi� en el auto. Conduje hasta la
esquina de la calle, y al llegar a la caseta de la bomba de agua, volv� a mirar
hacia ella. Todo estaba oscuro. Dobl� a la izquierda y tom� el caminillo de
tierra que ya conoc�a, intern�ndome poco a poco en lo profundo del bosquecillo,
hasta llegar a la orilla cercana al claro. Jos� me dijo:



-Deje el coche aqu�.es seguro.


-Est� bien.



Nos bajamos del auto y nos dirigimos al claro del bosque.
Cuando llegamos, Jos� mismo se encarg� de buscar el sitio ideal para poder
sentarnos a beber y a fumar.



-Aqu� est� bien -me dijo, se�al�ndome un tronco ca�do, que se
hallaba junto a un grueso �rbol.


-Si �le dije- Es un lugar estupendo.



Nos sentamos. Jos� tom� dos latas y las abri�, ofreci�ndome
una. Nos tomamos el primer sorbo al mismo tiempo.



-Ahhh �coment�- Qu� sitio tan agradable. Insisto en que no
hab�a visto otro lugar tan exuberante y solitario.


-Si. Ya se lo dije. Y adem�s aqu� nunca viene nadie. �me
respondi�-


-�C�mo lo sabes? �le pregunt� con inter�s-


-Porque yo soy el velador, don Joel. Y siempre estoy al tanto
de lo que sucede en esta colonia. F�jese que en los a�os que llevo de vigilante,
nunca he visto a nadie cruzar de noche hasta ac�, ni a pie ni en coche. S�lo
camina gente por aqu� en el d�a.


-�En serio? �le dije-


-Es la verdad. Aqu� puede uno estar solo y hasta dormirse si
quiere, sin tener temor de que a alguien se le ocurra venir, se lo aseguro.


-�Y que me dices del hombre que cuida la caseta de la bomba
de agua? �le pregunt� m�s para saber de quien se trataba que porque dudara de lo
que �l me dec�a-


-No, tampoco, patr�n. Es un hombre que pr�cticamente vive
all�. Es el cuidador. El municipio le paga un sueldo para que no se lleven nada
de all�. Pero siempre est� encerrado. Es muy raro que salga por las noches.


-Oh, pues qu� bien- le contest�, volviendo a empinarme la
cerveza. Recuerda que es mejor que nadie sepa que venimos aqu�.


-Si, patr�n, no se preocupe usted. �me respondi� con
seguridad-



Nos mantuvimos por largo rato bebiendo. Jos� me ofreci� un
cigarrillo y me lo encendi�. Fumamos en silencio. La claridad de la luna era
estupenda. Aunque a decir verdad, y debido al intenso follaje que rodeaba el
lugar, no se alcanzaba a distinguir nada m�s all� de unos veinte metros de
distancia. Yo le pregunt� a Jos�:



-Y dime, �C�mo est� tu familia?


-Pues bien en lo que cabe �me dijo- Mis hijos ah� van
creciendo y mi esposa con su embarazo.


-Ah s�, lo hab�a olvidado. �Y cu�ntos meses tiene?


-Ya va para ocho. Hace un mes que la llev� al sanatorio y el
doctor nos dijo que pronto nacer� el beb�. Pero ahora eso me trae de cabeza.


-�Por qu�? �le pregunt�-


-Pues porque el m�dico nos prohibi� tener relaciones. �Se
imagina usted? Ya va para un mes que no toco a mi mujer. Y yo tan acostumbrado
que estoy a ella.


-Si, ya veo. Pero eso es natural. Es por el bien de la
criatura �le asegur�-


-Pues s�, don Joel, pero usted sabe que uno tiene sus
necesidades�y pues yo tiene varios d�as que quiero y no puedo hacer nada.


-Oh, no me digas que no te puedes aguantar �le dije
sonriente-


-Pues f�jese que no. Y le dir� algo aqu� nom�s entre
nosotros. Van varias veces que me lo tengo que hacer yo mismo para andar
tranquilo.



�


�


Cap. III



Querida Incestuosa:



Me qued� silencioso. La inquietante e imprevista revelaci�n
de Jos� me caus� un estremecimiento extra�o. Mis pensamientos volaron como el
viento pensando en la vaga posibilidad de seducirlo. �Qu� me estaba pasando?
�Por qu� de pronto me encend�a con esos lascivos pensamientos que antes no hab�a
experimentado por un hombre? �Acaso me estaba convirtiendo en bisexual? �Es que
estaba siendo testigo de una metamorfosis sexual en mi propia conducta? No lo
sab�a a ciencia cierta. Y no obstante que acababa de masturbarme con locura en
la oficina, sent� c�mo mi miembro se tensaba ante tales cavilaciones. Mas si me
decid�a a hacerlo, ten�a que ser cuidadoso. Jos� era un hombre de campo, y yo en
realidad no sab�a como reaccionar�a en caso de que le hiciera una propuesta de
�ste g�nero. Su reacci�n me parec�a impredecible y podr�a haber problemas. Hasta
ahora �l nunca h

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Relato: Metamorfosis
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