Relato: Memorias de la frontera (3)



Relato: Memorias de la frontera (3)

MEMORIAS DE LA FRONTERA (III)


En el ambiente que desarroll� mi trabajo como agente
migratorio en Chiapas, M�xico, fui adquiriendo algunas perversiones como el
vouyerismo y el sadismo. Quiz� esta tercera parte de mis memorias deber�a entrar
en la categor�a de "primera vez", pero lo he colocado en esta categor�a porque
esa primera vez, fue la que pas� una noche como celador en �rea femenil de la
c�rcel.


Esto de �rea femenil es puro formalismo, pues no exist�a tal
separaci�n. Todos los detenidos, sin importar su edad, nacionalidad o sexo, eran
conducidos a las mismas instalaciones, recluidos bajo el mismo techo, y
separados en mujeres y hombres por una franja imaginar�a, o para ser m�s claros,
correspond�a a los celadores la vigilancia de la convivencia entre hombres y
mujeres.


Como se imaginar�n amigos lectores, durante el d�a; las
oficinas se encontraban ocupadas por nuestros jefes e inspectores, as� como por
el director general del centro de reclusi�n, sin embargo, cuando ca�a la noche,
s�lo qued�bamos a cargo los celadores. Toda la poblaci�n de reclusos quedaba a
nuestro cargo y nos convert�amos en los due�os de esas vidas.


Mi primera noche en el �rea femenil inici� a las 7 de la
tarde cuando se cerr� el turno de la oficina y se sirvi� la cena. Fue como a los
3 d�as despu�s de capturar al grupo de indocumentados donde ven�a Isela la
negrita violada. La cena fue servida en el patio de recreo, una enorme plancha
de concreto rodeada de las paredes de los edificios. Los vigilantes nos
colocamos en los accesos y en las azoteas, todos est�bamos fuertemente armados.


Mi extra�eza fue ver que primero llamaron a las mujeres, las
formaron en fila y les entregaron un plato con muy pocos alimentos y agua. A
pesar de que la comida era mucha, no comprend� porque se racionaba de esa
manera, por cierto que las mujeres �tal vez unas 30� tomaron sus platos y se
retiraron a comer en pleno suelo, pues no les fueron proporcionadas mesas ni
sillas. Ver comer a esas mujeres, arrodilladas en el concreto, como animales
salvajes me llen� de tristeza, pero poco a poco fui entendiendo la mec�nica de
eso.


Algunas mujeres se arrodillaron, pusieron sus platos en el
suelo y se inclinaron a comer, sus traseros quedaban as� expuestos a nuestras
miradas, los senos les colgaban y los guardias tambi�n los pudimos contemplar a
nuestro antojo. El uniforme de una reclusa consta de una falda amplia y larga y
una blusa, adem�s de unas pantaletas color blanco, no se les proporciona
brassier, as� que en esos minutos de la cena, nos fue ofrecido a los celadores
un espect�culo de senos, piernas, muslos, nalgas, cuellos y dem�s partes del
cuerpo femenino. Todo en un surtido que iba del color amarillo de unas
orientales, hasta el color negro de Isela, hab�a mujeres todos tipos y edades,
pero eso s�, no muy viejas ni demasiado feas, quiz� porque el comandante y otros
funcionarios se encargaban de escoger a las primeras deportadas. Recuerdo entre
esas mujeres en desgracia a tres ni�as, una de 9 a�os con su madre y otras dos
de unos 13 y 15 a�os, a�n no sab�amos de qu� parte del mundo ven�an pero se
distingu�an por su delgadez y sus rostros muy hermosos, semanas posteriores nos
enterar�amos que ambas ni�as eran de nacionalidad rusa.


Como les dec�a, al comer esas mujeres en el patio del centro
de reclusi�n, sus cuerpos fueron expuestos a nuestras miradas lujuriosas, el
ambiente de por s� c�lido aument� m�s su temperatura, pues quellos cuerpos,
contone�ndose bajo las ropas �speras al caminar, aquellos senos que se banceaban
, esas miradas de extra�eza y de inocencias, fueron poco a poco despertando
nuestros instintos m�s ocultos.


Pero si nosotros los celadores nos fuimos calentando,
imag�nense qu� ser�a de los presos varones que desde sus dormitorios observaban
como nosotros ese desfile de mujeres deliciosas. Como nosotros esos hombres
observaron a las mujeres que se alimentaban y el calor los fue invadiendo, sus
vergas seguro se levantaron y ansiaron entonces tener esas masas de piel en sus
brazos al precio que fuera.


Si yo que era nuevo en el �rea me d� cuenta de inmediato, los
celadores m�s viejos ya ten�an un conocimiento m�s profundo de lo que ocurrir�a
en esa noche. Como les dije la comida que se les sirvi� a las recluidas fue
poca, por lo que r�pidamente la terminaron, como estaba previsto, su hambre no
qued� satisfecha, y comenzaron las peticiones de servir m�s comida. El jefe de
la operaci�n contestaba que no hab�a m�s, que no alcanzar�a si les daban m�s
alimentos y agua.


Los alimentos fueron entonces llevados al interior de un
edificio, en el �rea m�s alejada, ah� se pusieron custodios armados. Mientras
las reclusas protestaban, se comenz� la negociaci�n con los varones que hab�an
asistido al espect�culo. Tal negociaci�n era simple, si un preso quer�a tener
sexo con una reclusa, en ese instante, lo pod�a hacer siempre y cuando nos
llegara al precio, que consist�a en informaci�n de embarques de m�s
indocumentados, informaci�n sobre armas, nombres de gente que estuviera
vinculada con delitos, por supuesto que informaci�n sobre drogas, y en general
todo aquello que a la polic�a puede interesarle y que nosotros les gan�bamos sin
necesidad de tortura.


Otra moneda de cambio eran sus propios cuerpos, varios
celadores de preferencia homosexual pactaban la entrega del cuerpo m�s joven
entre los detenidos, ellos se encargaban de llevar al chico elegido por el
celador a un ba�o, atarlo, y dar aviso que todo estaba listo. M�s adelante les
contar� sobre estas violaciones y este tr�fico de cuerpos masculinos. Aunque
parezca incre�ble, en los momentos de transacci�n entre los recluidos hombres,
sal�an muchos tipos de "bienes", como cigarrillos de tabaco, joyas, algunas
drogas y hasta armas.


�La gordita mi jefe, la gordita, mire le doy 3 relojs� Y nos
ofrec�an las 3 prendas por permiso para cogerse a la gordita que les hab�a
gustado, a la ni�a, a la flaca, a la negrita, a la chaparrita, a esa culona de
ojos azules, a la del pelo negro, a la ni�a con su mam�.


Las emociones sub�an, las vergas se levantaban, la boca
comenzaba a aflojarse, y nosotros caz�bamos informaci�n, dinero, joyas,
denuncias, confesiones, todo lo que despu�s nos servir�a para los negocios
il�citos que reliz�bamos.


Para ilustra c�mo ocurr�a ese comercio, me enfocar� en que
aqu�lla noche uno de los presos nos ofreci� casi medio kilogramo de coca�na, que
hab�a escondido no supimos d�nde y que a pesar de nuestras revisiones nunca
detectamos. Ese medio kilo de droga fue el precio de tener a una mujer de unos
30 a�os, ya madura, regordeta, de piel muy blanca, rostro hermoso y bastante
nalgona.


Recuerdo bien a esa mujer poque fue la primera en ser llamada
para darle m�s comida. Los celadores la llamaron con su plato y dijeron que s�
les dar�an m�s alimentos pero que pasar�an de una en una a la cocina, entre las
detenidas se vio la alegr�a, estaban ansiosas de comer m�s, pero algunas aquella
noche comieron una raci�n no esperada de carne caliente.


Esa mujer madura, camin� por un largo pasillo, hasta llegar a
donde los agentes le sirvieron, pero no la dejaron regresar al patio con sus
compa�eras, sino que le indicaron que fuera a su dormitorio, quiz� esto le
pareci� normal, pero estaba prevista muy bien su violaci�n, porque para llegar a
su dormitorio tuvo que pasar por los ba�os pestilentes.


La escena que vi fue simple, dos presos la esperaron
escondidos en las sombras de la noche, cuando ella cruz� por los ba�os uno le
tap� la cara con un trapo, le agarr� las manos, y la derrib� al suelo. Sin
perder tiempo ni mediar palabra, uno de los atacantes, la sujet� y le golpe� el
vientre para inmovilizarla. Acostada boca abajo, levantaron su falda, bajaron su
pantaleta blanca y el hombre que nos dio el medio kilogramo de coca�na la
penetr� desde atr�s con fuerza brutal, apenas y se escucharon los gemidos de la
mujer pero se ve�a en el rostro del atacante el placer de sentir su pene
hundirse en la vagina de esa mujer tan inquietante.


Despu�s que ambos reos la montaron, seguramente que por ambos
aujeritos, la arrastraron semi inconsciente la ba�o, y se alejaron a su
dormitorio, en el patio quedaron la comida de esa mujer y rastros de sangre y
orina, que sin duda proven�an de ella como resultado de tanta brutalidad.


La violaci�n tard� apenas unos 5 minutos, y en ese mismo
lugar y de la misma forma fueron violadas 4 mujeres. Las cuatro hab�an sido
compradas previamente por los reclusos que las disfrutaron, d�ndonos a los
celadores el espect�culo de la violencia y las ganancias del comercio carnal.
Horas m�s tarde de las violaciones se sirvi� la cena a los varones y fueron
encontradas las mujeres ultrajadas. S�lo dos se atrevieron a denunciarlo, pero
como se imaginar�n, nadie les hizo caso a sus denuncias, digo a sus denuncias
porque a ellas, las seguimos exprimiendo, si algo aprend� en ese lugar fue que
una mujer violada era una mina de oro.


Por el momento me despido, queridos lectores. Les doy gracias
por sus comentarios y sus reclamos, ofrezco mi direcci�n de correo para que se
pongan en contacto conmigo quienes lo deseen,
POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO. GRACIAS ESPECIALMENTE A LA CHICA QUE ME
COMPARTI� SU TRAUM�TICA EXPERIENCIA. UN BESO.




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