Relato: El apache A trav�s del inmenso valle, detr�s de las azules monta�as, el
aullido de un lobo alert� al gu�a de la polvosa caravana. Amartill� el rifle,
prepar�ndose por si aparec�a uno de aquellos feroces animales, pero el sonido
amortiguado entre los viejos pinos le hizo entender que se encontraban bastante
alejados.
Satisfecho, Lobo Gris lo vio bajar la guardia. Acerc� la mano a su cintura. El
filo de su hacha brill� con los �ltimos rayos de sol. Pronto anochecer�a, y el
paciente Lobo Gris sab�a que la espera rendir�a sus frutos. La amarilla
cabellera del gu�a pronto estar�a adornando su penacho de iniciaci�n, y ni el
Gran Oso podr�a negar que estaba a la altura de los mejores guerreros.
Dentro de la estratificada jerarqu�a siux, el nivel de un buen guerrero s�lo era
opacado por la posici�n del jefe mayor, gu�a indiscutible y poderoso, quien a su
vez s�lo rend�a honores al viejo y sabio cham�n, que por manejar el arte de la
magia y los esp�ritus estaba por encima de cualquier comparaci�n. Ser un
guerrero implicaba muchas cosas, y Lobo Gris lo sab�a. Llevaba a�os prepar�ndose
para aquel momento, desarrollando sus habilidades y su cuerpo. Su padre le hab�a
ense�ado a usar el cuchillo, las flechas y el hacha, y durante el proceso su
cuerpo se hab�a afinado, tens�ndose como un instrumento de guerra, listo para el
ataque y la defensa. Como �l, una docena m�s de aspirantes a guerreros esperaban
el momento de su iniciaci�n. Las mujeres de la tribu estaban totalmente fuera de
estas actividades, totalmente viriles y violentas. Lo que suced�a en la gran
carpa roja, solo era observado por varones.
Hacia ya un mes que hab�a empezado el proceso. Los j�venes siux que pretend�an
llegar a ser guerreros estaban apadrinados por un guerrero mayor, usualmente el
padre, un t�o o un abuelo joven y fuerte. Parte del proceso de eliminaci�n
consist�a en hacerlos superar pruebas de destreza y valor. Varios de ellos
hab�an ido sucumbiendo, ya sea por debilidad en sus cuerpos o en su car�cter,
pero no era el caso de Lobo. Contaba con dos excelentes maestros, su padre y su
t�o, hermanos gemelos y respetados guerreros, que por ser id�nticos hab�an sido
llamados Tero y Taro, como las monta�as gemelas que delimitaban el territorio
siux.
Despu�s de todas las pruebas, hubo una reuni�n en la gran carpa roja. El jefe
mayor hab�a convocado a los mejores guerreros con los aspirantes finalistas.
Eran solamente cinco, y entre ellos, Lobo Gris hinch� el pecho y endureci� el
gesto, dej�ndoles ver que no estaba intimidado en su presencia. El jefe era un
individuo prodigioso. Su pecho amplio y sus poderosos brazos aun atestiguaban
los relatos conocidos por todos sobre la forma en que hab�a matado un oso con la
fuerza de sus manos. Sus piernas gruesas y fuertes demostraban que estaba en
plena forma y en medio, bajo el taparrabos, la protuberancia de un sexo
anormalmente grande, seg�n corr�an los rumores entre sus numerosas esposas y
abundantes hijos. A su lado, Taro y Tero, y algunos otros guerreros adultos los
miraban en silencio. Los cinco muchachos estaban casi desnudos. Sus cuerpos
j�venes y fuertes demostraban el trabajo y el duro entrenamiento. Con una se�al,
el Gran Oso hizo levantar a los guerreros que apadrinaban a los muchachos. En el
caso de Lobo Gris, fueron dos, y su padre y t�o se acomodaron a su lado.
- Mu�strenme - dijo el Gran Oso.
Los padrinos removieron los taparrabos. Los muchachos quedaron completamente
desnudos. Los padrinos tomaron aceite, especialmente preparado para la ocasi�n.
El aroma era exquisito, y nadie, salvo el brujo, sab�a los ingredientes. Con las
manos, frotaron los cuerpos, que brillantes a la luz de la hoguera, permitieron
apreciar cada m�sculo y cada fibra de forma clara. Como todos los siux, eran
completamente lampi�os. S�lo el pubis y las axilas mostraban oscuro vello. El
pecho y las piernas eran puro m�sculo, y la piel oliv�cea y perfecta relumbr�
como si fuera acero bru�ido.
Les indicaron que se dieran vuelta, de forma que el Gran Oso apreciara la curva
de sus espaldas y las nalgas rotundas y firmes. Lobo Gris destacaba sobre sus
dem�s contrincantes. Hab�a heredado de su padre un trasero firme y abultado,
marcado con el ejercicio y fuerte como las ancas de un caballo. Para resaltarlo
aun m�s, el t�o y el padre untaron un poco m�s de aceite sobre sus hermosas
nalgas, y el Gran Oso apreci� el bello espect�culo.
Cuando giraron nuevamente, los muchachos pudieron notar que entre las piernas
del Gran Oso algo estaba creciendo. Su ornamentado taparrabos de piel curtida
estaba m�s hinchado que unos momentos antes. El jefe separ� un poco m�s las
piernas, y un oscuro y pesado par de huevos asomaron entre sus ropas.
- Los huevos, - les explic� sin perder el porte poderoso - son la fuente de la
hombr�a. En ellos reside la fuerza y la determinaci�n de un guerrero. Ustedes ya
han comido los test�culos del jabal� para adquirir su fiereza, tambi�n han
probado la simiente de un caballo brioso mezclada con leche de yegua, para
adquirir rapidez. Pero la fuerza de los antepasados es la mejor de todas. Los
guerreros aqu� presentes son conocidos por su extraordinaria bravura, y en sus
huevos, reside el secreto de su fuerza.
Arranc� entonces el taparrabos, mostr�ndoles a todos su enorme sexo. Los chismes
de las mujeres eran ciertos. Su pene, oscuro y a medio levantar, era m�s largo y
grueso que el de cualquier hombre que hubieran visto antes. El gran jefe se sob�
la poderosa verga, y �sta pronto comenz� a cabecear, levant�ndose poco a poco.
Los padrinos comenzaron a sobar las vergas de los iniciados. Los miembros
juveniles se enderezaron bajo las caricias r�pidamente. Lobo Gris, con dos pares
de manos sobre su sexo les gan� a todos en lograr una erecci�n. Para ser un
muchacho, ten�a una verga grande y bastante desarrollada. Su orgulloso padre la
sobaba mientras el t�o le apretaba los test�culos, haciendo que se hincharan y
estiraran con el contacto de sus fuertes dedos.
- Ahora se acercar�n y beber�n de mi fuente poderosa, mientras sus respectivos
padrinos les depositan dentro de su cuerpo la simiente llena de toda su fuerza y
bravura.
Los muchachos se acercaron rodeando al Gran Oso. El pene bestial alcanzaba para
todos. Uno lam�a la gruesa cabeza, mientras otro le lam�a el tronco y un par se
entreten�an en sus enormes huevos. Lobo Gris mam� la punta y altern� su sitio
para poder recorrer con la boca cada cent�metro del enorme miembro. Mientras, a
sus espaldas, los padrinos les sobaban las nalgas brillantes de aceite. Sus
dedos pronto acometieron contra sus anos, que resbaladizos y aceitados no
ofrecieron resistencia alguna. En el caso de Lobo Gris, con el t�o y el padre
atacando su trasero, apenas si se daba abasto. El padre fue el primero en
poseerlo, y su gruesa tranca hizo saltar las l�grimas en sus ojos, pero se cuid�
mucho de demostrarlo. Era una prueba m�s y deseaba superarla con absoluta
perfecci�n. Jam�s pens� que su padre tuviera un pene tan grueso y tan potente.
Parec�a partirle el culo en dos, y solo con enorme esfuerzo y concentraci�n
logr� continuar mamando la verga del Gran Oso sin demostrar el dolor que sent�a.
Cuando casi todos los padrinos hab�an ya terminado, dejando dentro de sus
pupilos su simiente, Lobo Gris tuvo que apechugar todav�a con una segunda carga,
pues su t�o estaba ansioso tambi�n por entregarle su cuota de bravura. Los otros
muchachos lo miraban con envidia, pues ten�a la ventaja de dos dosis dentro de
su cuerpo, pero Lobo Gris hubiera preferido tener solo una, pues la verga
gemela, de igual tama�o y consistencia le estaba sacando l�grimas de dolor
nuevamente. El Gran Oso le sostuvo el rostro, record�ndole lo afortunado que era
por tener a dos padrinos en vez de uno solo, y aferrado a su enorme miembro
marr�n, continu� lami�ndolo para distraerse del dolor. Cuando el t�o termin�,
los dem�s se congregaron junto a Gran Oso, que manipulando su prodigiosa
herramienta arroj� varios chorros de semen que uno de los guerreros se apresur�
a recoger en una vasija. Por turnos, se la fueron pasando todos los presentes,
incluidos los guerreros adultos, que con gran reverencia bebieron el semen
caliente y viscoso. Los muchachos fueron los �ltimos, pero todav�a alcanzaron
varias gotas del poderoso contenido.
Al finalizar tatuaron en sus cuerpos una se�al que los hac�a guerreros, y la
nalga derecha de cada uno de ellos mostraba ahora un s�mbolo f�lico y dos
enormes bolas debajo, la se�al de que eran hombres y estaban preparados para el
combate. Quedaba pendiente el festejo ante toda la tribu, pero para eso hac�a
falta un penacho ceremonial, cuyo principal atractivo era el de estar
confeccionado con las cabelleras de sus enemigos, y entre todas ellas, las
cabelleras rubias de los caras p�lidas eran las que mas valor ten�an. Faltaban
dos lunas para el festejo, y los muchachos, junto con sus padrinos, se alejaron,
planeando la forma de conseguir las cabelleras enemigas.
Una de las primeras cosas que Lobo Gris descubri� como guerrero reci�n iniciado,
fue que la forma en que su padre y su t�o le hab�an pasado parte de su poder y
su fuerza pod�a repetirse tantas veces como �stos desearan. Las noches
siguientes, Lobo Gris apenas si se dio abasto para atender a su padre y su
dispuesto hermano, que estaban ansiosos por traspasarle tanto poder y bravura
como el muchacho pudiera aguantar. Nunca antes se hab�a percatado de la fuerza
viril de su padre, pues como ni�o era un tab� que un adulto tuviera cualquier
tipo de contacto f�sico. Ahora, descubri� que Taro y Tero eran casi insaciables.
Se turnaban para visitarlo cada noche, y a veces, cuando no lograban ponerse de
acuerdo, ven�an incluso en pareja, y mientras uno le depositaba su inyecci�n de
hombr�a y bravura por el culo, el otro se la daba a beber. Por si no fuera
suficiente, otros parientes y amigos estaban muy dispuestos a ayudar, y hab�a
ocasiones en que su padre decid�a que tal vez la astucia de uno de sus primos le
vendr�a bien a su reto�o y dejaba que �ste tomara una dosis de su semen, o que
tal vez la pericia en el arco de alg�n otro le vendr�a bien, y de esa forma,
Lobo Gris se hizo experto en cosas que jam�s hab�a pensado fueran parte de ser
un guerrero.
Una noche, despu�s de la acostumbrada dosis, Lobo Gris le pregunt� a Taro y Tero
c�mo hab�an adquirido ellos en su juventud tanto conocimiento. Los gemelos
sonrieron al recordar como el abuelo Nube Blanca, padre de los dos hab�a sufrido
al tener que repartir entre ambos su simiente, y c�mo fue necesaria la ayuda de
otros parientes para lograr que tuvieran lo necesario para ser excelentes
guerreros. Los recuerdos enderezaron sus vergas nuevamente y Lobo Gris,
arrepentido tuvo que aceptar una dosis extra aquella noche. Al terminar, Lobo
Gris les hizo una petici�n, y los guerreros gemelos escucharon su petici�n. Lobo
deseaba ver sus tatuajes de guerreros, y orgullosos se dieron vuelta, mostrando
las nalgas al muchacho. Los gl�teos fuertes y masculinos de Taro rivalizaban con
los igualmente bien formados de Tero. Como en un espejo, Lobo desliz� la mano
por una y otra protuberante nalga, y la verga se le enderez� sin pensarlo. Los
culos de su padre y su t�o eran algo prohibido para �l, y aunque �stos hubieran
querido complacerlo si Gran Oso llegaba a enterarse podr�a ordenar la muerte de
todos ellos. Viendo el estado en que se encontraba el muchacho, los adultos le
dieron indicaciones de que pod�a masturbarse, y al ver el inter�s que sus
rotundos traseros causaban en �l, se turnaron para ponerse de rodillas y
mostrarle las nalgas, abri�ndose el ojo del culo para que el muchacho, sin
llegar a tocarlo pudiera apreciar su forma y su textura. Fue una venida
memorable la de esa noche, aunque el deseo de probar un culo se hizo entonces
una obsesi�n para el joven Lobo.
Pas� una luna, y el tiempo de la ceremonia de festejo se acercaba. Lobo Gris
recibi� todas las recomendaciones posibles, y parti� de noche, armado con su
hacha y su cuchillo en busca de las cabelleras enemigas. Deb�a ir solo, porque
as� lo requer�an las reglas de la tribu, y montado en su caballo, su padre y su
t�o palmearon sus bellas nalgas, extra��ndolas ya desde ese momento. Lobo Gris
se perdi� en la noche.
Vag� por las monta�as y despu�s de noches de asedio y solitaria espera consigui�
atrapar desprevenidos a dos integrantes de la tribu enemiga, y primero a uno, y
luego al otro, los mat� con descuidada violencia, cuidando mucho que sus largas
y negras cabelleras salieran intactas en el proceso. Las prepar� y guard� en su
peque�o morral de piel y sigui� su camino en busca de la tercera.
Los dioses estaban con �l. Una semana m�s tarde olisque� a lo lejos el olor de
una fogata donde se asaba carne fresca de venado. El olfato lo fue guiando, y en
un claro descubri� toda una caravana de caras p�lidas. El sentido com�n le
indicaba que desapareciera sin hacer ruido. Esos hombres eran fieros y estaban
armados con rifles, armas que los siux desconoc�an. Sab�an que eran letales, y
casi imposible salir bien librado de una de las r�pidas y mortales piedras que
arrojaban. Sin embargo, hubo algo que captur� su atenci�n, uno de ellos, casi
tan joven como �l, luc�a una larga y abundante cabellera rubia. El sol arrancaba
destellos en la amarilla pelambre, y al instante, Lobo Gris tom� la
determinaci�n de conseguirla.
El acecho le tom� varios d�as m�s. De noche dormitaba trepado en un �rbol,
siempre vigilante y cuid�ndose de ser descubierto. De d�a los segu�a a una
distancia prudente, pero sin perderlos de vista, buscando el momento de atacar.
Los hombres permanec�an siempre juntos, y siempre alguno de ellos montaba
guardia armado con un el rifle preparado para el ataque. Estaban en tierra
apache, y ellos lo sab�an. Jam�s bajaban la guardia. Pero como siempre, la
paciente espera de Lobo Gris dio buenos resultados.
La caravana se hab�a detenido junto a un arroyo, y mientras los caballos beb�an,
el gu�a se apart� de los dem�s. Lobo Gris lo sigui� en silencio. El joven rubio
busc� un recodo del r�o, con intenciones de darse un ba�o. Lobo, agazapado
detr�s de unos matorrales lo vio desnudarse. Nunca hab�a visto uno de esos caras
p�lidas desnudo, y su piel blanca le llam� poderosamente su atenci�n. El gu�a
ajeno a su vigilancia termin� de quitarse la sucia y polvorienta vestimenta. Sus
anchas y pecosas espaldas se afinaban en una breve cintura y poco m�s abajo un
par de peque�as y bien formadas nalgas. Lobo las dese� desde el momento mismo de
verlas. Cuando el gu�a se meti� al agua y se dio la vuelta, su pecho cubierto de
vello amarillo y el parche rubio de su entrepierna terminaron de encender el
deseo de Lobo por tenerlo. Ya no pensaba en la cabellera solamente. Ahora
deseaba todos y cada uno de aquellos vellos dorados, y la lechosa piel que hab�a
debajo.
En la espera, su verga se endureci� bajo el breve taparrabos. La dej� escapar y
comenz� a acariciarla mientras no perd�a de vista al desprevenido vaquero.
Cuando sali� del agua buscando sus ropas, Lobo Gris le cay� encima. Contaba con
el factor sorpresa, y ambos cayeron al piso trenzados en feroz lucha. El
vaquero, desnudo y desarmado poco pudo hacer para quitarse de encima al demonio
piel roja que r�pidamente estaba ganando la batalla. Sus piernas blancas
rodeaban su cintura, y le extra�� sentir el miembro del indio, completamente
erecto entre los feroces forcejeos. Finalmente, con el cuchillo hiriendo su
garganta y a punto de ser degollado, el vaquero dej� de luchar. Su rendici�n
llen� a Lobo de una placentera sensaci�n de fuerza y poder. Estaba a horcajadas
sobre el cuerpo vencido, con la rubia cabellera en una mano y el cuello bajo el
filo de su cuchillo. Sin soltarlo, se percat� de su angustiada respiraci�n y de
la forma de su trasero bajo su cuerpo. Sin dejar de amenazarlo con el arma, le
llev� las manos hacia delante y se las at�. Pas� la cuerda por el tronco de un
�rbol cercano, con lo que vaquero qued� boca abajo e imposibilitado de
levantarse. La adrenalina corr�a por la sangre de Lobo, y su erecci�n era m�s
poderosa que nunca. Se arroj� sobre el cuerpo blanco y rubio y le abri� las
piernas cruelmente para colocarse en medio. El hombre rubio y maniatado a�n
trataba de recuperar el aliento, y sentir de pronto sus piernas separadas y sus
nalgas abiertas con violencia le hizo reanudar la lucha. Parec�a un potro
salvaje, y eso no hizo sino aumentar el deseo de Lobo Gris. Con una mano se
arranc� el taparrabos y con salvaje determinaci�n posey� el cuerpo del vencido.
El grito del vaquero cuando la gruesa verga de Lobo lo penetr� debi� escucharse
a varios kil�metros. Seguramente sus compa�eros vendr�an pronto en su b�squeda,
pero Lobo estaba ya como loco. La sensaci�n de tener ese cuerpo c�lido debajo
suyo y el goce infinito de abrir ese culito rosado y seguramente virgen lo
hicieron olvidarse del peligro. No quer�a saber nada que no fuera la incre�ble
sensaci�n de aquel cuerpo joven y fuerte abri�ndose para �l. Sus caderas
chocaban contra las blancas nalgas, sudorosas y resbaladizas bajo su ataque, y
aunque hubiera deseado que durara horas, el impetuoso y joven guerrero explot�
tras breves e intensos minutos. A lo lejos, escuch� el retumbar de los caballos
y eso lo hizo tomar conciencia del peligro. Tom� el hacha dispuesto a obtener la
rubia cabellera, pero los azules y atemorizados ojos le hicieron cambiar de
opini�n. Amordaz� al vaquero para que no alertara a sus compa�eros y jal�ndolo
de la cuerda lo llev� hasta el lugar donde su caballo lo esperaba. Lo carg� como
si fuera un mu�eco, atraves�ndolo sobre su cabalgadura, y conteniendo las ganas
de salir galopando, mantuvo un trote silencioso, mientras buscaba la forma de
escapar.
Conocedor de la zona, se dirigi� hacia una cueva disimulada en un cerro que era
bastante improbable que los caras p�lidas conocieran. Sobre la montura, el
vaquero colgaba como un fardo, con la cabeza hacia un lado y las piernas por el
otro. Eso dejaba sus nalgas a la disposici�n de Lobo y aunque iba huyendo y
atento a cualquier se�al de peligro, no dej� de acariciar las peque�as pero
musculosas nalgas del vaquero, sintiendo su sangre hervir como si no hubiera
gozado con ellas minutos antes. Al meter un dedo entre la raja rosada de su
culo, encontr� la evidencia de su anterior cogida, y el olor de su propio semen
escurriendo entre las hermosas nalgas le hicieron endurecer nuevamente.
Lleg� a la cueva sin que sus perseguidores hubieran encontrado su pista.
Descarg� al vaquero y lo llev� hasta el escondite y regres� a esconder su
montura. Dentro de la cueva todo era absoluta oscuridad. Los ojos entrenados
encontraron el camino correcto y m�s adentro, dejados all� mucho antes en una
anterior visita, los implementos necesarios para encender una fogata. Lobo se
prepar� para pasar la noche. Empezaba a hacer fr�o, y la fogata llen� la cueva
de luz y un agradable calor. El rubio vaquero se ve�a cansado y un poco
maltrecho. A pesar de eso, Lobo lo dese� con intensidad. No pod�an comunicarse,
porque ninguno entend�a el idioma del otro, pero el pene erecto de Lobo no
necesitaba traducci�n.
Se lo acerc� a la boca del rubio, y �ste volte� el rostro repugnado. El brillo
del filoso cuchillo lo hizo entrar en raz�n. Abri� la boca y se comi� el traste
moreno sin asco alguno. Mientras lo hac�a, Lobo descubri� el gusto por sus
peque�as tetillas rosadas cubiertas de suave vello rubio. Mas abajo, el peque�o
sexo del vaquero se perd�a en su sedoso nido de pelos amarillos. Lobo lo tom�
entre sus dedos, sin dejar por eso de meterle su verga en la boca, m�s por
curiosidad que por ganas de procurarle placer. Le ten�a maravillado el peque�o y
suave pene rosado, y el pellejito de carne que le cubr�a el glande,
completamente nuevo para �l. Al manipularlo, el pene comenz� a crecer. Todav�a
con curiosidad, Lobo sigui� mene�ndoselo hasta que la cabeza creci� tanto que el
pellejo rosado se corri� hacia atr�s y el glande rosado apareci� completamente
descubierto. Para entonces, el vaquero respiraba afanoso, y su rostro se ve�a
diferente. Estaba excitado, y eso Lobo pod�a notarlo sin necesidad de que se lo
explicaran.
Habiendo recibido tantas vergas en el mes anterior, se le hizo de lo m�s f�cil
sentarse sobre la estaca rosada del vaquero. Los asombrosos ojos azules se
abrieron como platos al ver al moreno y espectacular piel roja acuclillarse como
si nada y engullir con su culo la verga del excitado rubio. La sensaci�n de
aquellas nalgas de bronce desliz�ndose sobre su hombr�a lo hicieron poner los
ojos en blanco. Seguramente nunca hab�a probado aquel deleite, porque se aferr�
a las hermosas nalgas y dej� que cabalgaran sobre su verga todo lo que
quisieran. Lobo control� las subidas y bajadas, pendiente de cada m�nimo gesto y
pudo anticipar el momento justo en que el pito del vaquero comenz� a hacer
erupci�n dentro de su cuerpo. En silencio, rog� porque aquella simiente
acrecentara sus aptitudes y lo exprimi� hasta la �ltima gota.
El rubio apenas se recuperaba cuando Lobo ya le estaba dando la vuelta,
oblig�ndolo a ponerse como un animal sobre sus cuatro patas. No pod�a hacer
nada, estaba en sus manos y lo sab�a. Esta vez no luch�. La verga busc� acomodo
entre sus nalgas blancas hasta encontrar su agujero. El ano se abri� como una
flor, y el doloroso recuerdo de apenas dos horas antes revivi� en oleadas que
como rayos atravesaron su cuerpo. Esta vez Lobo no se apresur�. Quer�a prolongar
el contacto lo m�s posible, y prendido de su espalda lo mont� por espacio de
media hora. La verga le escoc�a ya de tanto roce, pero el culo estaba
deliciosamente apretado y no quer�a abandonar su amoroso abrazo, a pesar de que
el vaquero se quejaba quedamente, deseando que terminara de una buena vez.
Cuando finalmente lo hizo, cay� rendido sobre su cuerpo, y el amanecer los
sorprendi� todav�a en aquel �ntimo abrazo.
Con la ma�ana, lleg� la dif�cil decisi�n. Deb�a dar muerte al vaquero para tomar
su cabellera. Se acerc� al rubio, acariciando su larga y sedosa mata de pelo. El
vaquero interpret� mal su gesto, pues crey� que ven�a a buscar sexo nuevamente y
sin que se lo pidieran se agach� buscando el pene de Lobo con la boca. Se
sorprendi� de encontrarlo sin una erecci�n, pero los c�lidos labios pronto lo
alzaron en su total longitud. Lobo no pudo darle muerte, ten�a la verga parada y
aplazando la decisi�n se tumb� sobre el vaquero, esta vez vi�ndolo de frente.
Sus piernas se abrieron y Lobo las llev� hacia arriba, hasta tocar los hombros
del vaquero. En aquella posici�n se ve�a terriblemente vulnerable, con las
nalgas completamente abiertas y el culo desprotegido y preparado para la
penetraci�n. Lobo le introdujo el miembro sin dejar de mirar sus claros ojos
azules, y mientras lo hac�a entendi� que no pod�a matarlo. Se lo cogi� con una
mezcla de deseo y rabia, porque sab�a que era suyo pero no pod�a pertenecerle.
El vaquero se masturb� mientras el piel roja lo penetraba, y la comuni�n de
ambos llen� la cueva con sus jadeos de pasi�n.
Antes de salir de la cueva, Lobo empu�� su cuchillo. Tal vez unas horas antes el
vaquero habr�a temido por su vida, pero ahora era distinto, y no sinti� temor al
ver acercarse a Lobo con el arma en la mano. Sin hacer el menor movimiento
permiti� que le cortara la larga melena rubia, y Lobo no lo lastim�, pues cort�
solo el pelo si tocar el cuero cabelludo. Tampoco hizo ning�n movimiento cuando
Lobo se hinc� frente a su sexo y cort� unos cuantos mechones de su pubis rubio.
Lobo guard� los cabellos y pelos en una piel curtida y haciendo un hatajo lo
meti� en el morral. Con un abrazo se despidieron y Lobo le indic� el camino de
regreso mediante se�as. Cada uno tom� su camino, seguros de que �sta jam�s
volver�a a cruzarse.
En la fiesta de celebraci�n Lobo Gris luci� un esplendoroso penacho. Los dem�s
muchachos envidiaron su valent�a, pues a diferencia de ellos, su penacho de
plumas y cabelleras enemigas mostraba unas mechas amarillas que s�lo pod�an
pertenecer a un cara p�lida. Nadie, salvo Lobo, sab�a el valor que ellas
representaban.
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Relato: El apache
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