2002 Prima en La menor
Marcela es mi prima. La menor. �C�mo describirla? La
regalona, la caprichosa, la consentida. La m�s linda. Claro que en realidad
estos son recuerdos, porque hace 20 a�os que no nos vemos. El derrotero de mi
vida se fue alejando de la familia y en las pocas ocasiones que visit� la vieja
casa familiar, ella no estaba. Cuando con sus padres hacemos el repaso de la
parentela obtengo noticias escuetas de su casamiento, de su separaci�n, de sus
viajes y de sus andanzas por el mundo, pero no puedo saber, (ni preguntar), si
mantiene a�n la impresionante calidez canela en la mirada, o si su pelo todav�a
sigue sedoso, oscuro y sugerente. Y, llegado el caso, si sus tetas dejaron de
ser aquel perfecto esbozo de quince a�os y se convirtieron finalmente en
soberanas. Demasiada agua corre bajo el puente. Demasiados naufragios contamos
en estos a�os.
Durante el verano me decid� a contentar aquella familia con
un recuerdo telef�nico. Afectuoso, grato, de gratitud. Ya son gente grande mis
t�os y un saludo les da tema para un mes. Les da sobre vida por un tiempo. Mi
llamado cae de casualidad justo el d�a en que Marcela cumple 35 a�os.
Se sabe como son esas comunicaciones. Cuando est�s marcando
el n�mero sent�s una emoci�n especial, de reencuentro, de alegr�a. Despu�s que
pasa el primer di�logo ya te apuran las ganas de despedirte, pero falta hablar
con el t�o, o con tu prima, o con el marido, o "un minutito con la Yaya Conce,
que siempre te recuerda".
Ese d�a de fiesta hablo con todos. Con mi prima mayor, con su
marido. Con la del medio, con su marido. Paso por todos y en el final,
ineludible, la cumplea�era.
Ambos nos sorprendemos por la facilidad de la conversaci�n,
recordamos un par de travesuras secretas y nuestra afinidad m�s all� de mi
condici�n de primo casi una d�cada mayor. No hemos dialogado en 20 a�os y me
maravilla marc�ndome como al pasar un par de mis defectos m�s queridos y algunos
de mis gustos m�s ex�ticos. Su voz es desconocida y rara, adem�s se pierde entre
tantas carcajadas y sonrisas. Extendemos a rabiar la despedida y me queda una
sensaci�n de m�nima felicidad gracias a alguien que reconoce profundamente mi
existencia despu�s de tanto tiempo.
Paso toda la semana en estado de alegr�a inexplicable, ni el
ajuste "made in FMI", ni la precariedad de lo intangible de mis dep�sitos, ni
las consabidas coimas parlamentarias borraron mi sonrisa. Ni siquiera la
amargura del Director General de la empresa hizo mella en mi buen humor. El pico
del efecto dur� 7 d�as. Al mes soy el mismo Mart�n de siempre.
Sigue mi vida su recorrido aburguesado, ahora sin so�ar con
autos importados en cuotas, ni vacaciones planeadas en ex�ticos destinos, cosas
que vuelven a ser, (como corresponde), para personal ejecutivo con empleo en el
primer mundo y no para "colaboradores gauchos con plata prestada". Penosa
experiencia c�clica argentina.
La realidad me hace hura�o y ciego as� que cuando en el
subterr�neo tropiezo con una sonrisa dedicada, primero me sorprendo, despu�s no
puedo creer que sea para m� y por �ltimo necesito una explicaci�n de los
motivos.
Nadie sonr�e en Buenos Aires sin un incentivo monetario.
La sonrisa contin�a instalada en la boca, los ojos de la
misma cara est�n mir�ndome, sin dudas. Extraigo de alg�n arc�n perdido una
actitud varonil y positiva, me decido a saludarla ri�ndome.
"Hola. �Te conozco de alg�n sitio?"
"S�. Ten�s que hacer memoria, pero nos conocemos muy bien"
Bueno, a menos que antes fuera pelada, picada de viruela,
deforme, cochambrosa y maloliente no puedo ser tan est�pido para haber olvidado
una mina con esos ojos, esas piernas y tan mullido culo apoyado en el asiento,
sobretodo si nos conocemos tan bien como dice. Aunque siendo extremamente
sincero, me doy una oportunidad.
"Puede ser, pero estoy seguro que no te conozco. Ayudame"
"�No! Ten�s que recordarlo solo"
El tono de su voz no es imperativo sino risue�o y jod�n.
Alegre. Acorde con la sonrisa que sigue desplegando en su boca y con las chispas
que brotan en su mirada.
La invit� a cenar.
Destruyo el l�mite de cr�dito de mi tarjeta VISA con una cena
en Puerto Madero. El restaurante explota de turistas que mastican la mejor carne
del mundo, regada por vinos exclusivos, al mismo precio d�lar que un Big Mac en
New York. El valor incluye las ensaladas, la elecci�n de un postre y el caf� do
Brasil.
Hace tiempo que no me divierto tanto. Ella parece tener una
gu�a con mis gustos anotados, y muchas de sus ideas y sus chistes resultan
calcados de los m�os. Cuenta cada cosa m�a que recuerda y pregunta si todav�a
toco jazz, o cuanto hace que no lo hago en p�blico. Me conoce, no hay duda.
Me dice que se llama Clara.
"�Mi mam� se llamaba Clara!
Lo digo sin pensar. Libre de segundas intenciones. Ella
parece tomarlo como un cumplido y termina el vino de su copa. Algunas chispas se
hacen m�s intensas, casi centellas, en sus ojos. Sigo sin recordar de donde la
conozco y ella se r�e. Estoy seguro que nunca tuve nada que ver con alguna
"Clara".
M�s intrigado pido el postre. Casualmente elige lo mismo que
yo. Frutillas, con crema y helado de frutilla.
Veo su boca envolviendo la fruta roja y madura sin morderla,
casi absorbi�ndola, en un gesto muy sensual. La apoya sobre el labio inferior y
separa el superior como para un beso lascivo mientras roza la piel �spera del
fruto carnoso. En ese gesto lo engulle casi a desgano, se ayuda empuj�ndolo un
poco con el dedo y se le hacen pozos en las mejillas a�n repletas del sabor. La
cuchara viaja hasta la crema y repite el recorrido. Vuelve por el helado y de
nuevo a la boca d�nde el cubierto se detiene un segundo dem�s para girar
aplastando su contenido contra la palma de la lengua. Cuando sale sus labios
brillan, los relame con las papilas excitadas, erizadas por la mezcla de sabores
y entrecierra los ojos. Ya le cont� diez frutillas, faltan otras tantas.
Es un martirio.
Si tan solo pudiera recordar si alguna vez hicimos el amor,
no ser�a tan dif�cil y me servir�a de consuelo, porque tengo la pija de hormig�n
y se rebalsa de leche.
La conversaci�n se transforma en di�logo de miradas
intencionadas, de gestos compulsivos. Cada fruta que ingresa en su boca es una
incitaci�n. Un reto. Un desaf�o.
"�Me das una?"
"�Vos ten�s las tuyas!"
"Quiero esa. Esa que est�s por comer. Mejor dicho, la
mitad."
Acepta compartirla, acomoda el fruto entre sus labios y se
acerca esperando los m�os. Tengo que inclinarme hacia delante para morder.
Mientras corto la mitad con los dientes nuestras bocas se rozan provocando la
descarga el�ctrica del deseo. Vibra el mundo alrededor.
De regreso a mi silla la situaci�n se pone peor. Por debajo
de la mesa su pie se apoya en mi verga, apret�ndola, acarici�ndola y sobre la
mesa sus manos se estrujan con las m�as mutuamente sudadas, calientes.
"�Cu�nto hace que est�s al palo?"
"Desde la primera frutilla."
El taxista nos mira incr�dulo. Esas tetas desbordan la
imaginaci�n. Blancas y exuberantes, mayores que mi mano, duras, firmes y
redondas, salen sin prejuicios de su envoltorio ante la mirada atenta del
chofer. Los pezones tercos y duros apuntando hacia mi boca, como misiles
teledirigidos, se dejan besar y chupar. Menos me importa que el tipo mire como
la mano de Clara invade mi pantal�n y se roba mi pija, liber�ndola. El se
quedar� con la "paja consuelo", o su pareja recibir� un buen polvo gracias a
nuestra actuaci�n en el auto.
Nos deja en un hotel cercano. La ropa apenas acomodada y la
calentura sin bajar.
Cuando estoy al borde de una cogida siempre alguna imagen del
pasado aparece. El aborto con Chiquy, las mamadas de Paty, el regreso de Vicky.
Ahora surgen fotos antiguas m�as jugando "al Doctor" con mis primas. Ese
despertar al roce y al frotamiento er�tico, esa desesperaci�n por tocar una teta
incipiente, una piel distinta, un pedazo furtivo del sexo opuesto.
Veo a Clara desnudarse para m�. Clavados sus ojos en mi
mirada se quita primero la pollera para lucir sus piernas impecables, se inclina
y me besa, erguida otra vez se desabrocha lentamente la blusa, bot�n por bot�n,
la retira primero de un brazo y luego del otro, se abraza apretando sus globos y
se contornea excitada. Excitante.
Las medias negras contra la piel tan blanca enmarcan su
lascivia. El juego de su ropa interior blanca no combinada con las medias revela
que no supon�a un polvo durante la jornada. Igual es hermosa, no como esas
bellezas imposibles casi inexistentes, sino cercana. Una mujer habituada a ser
deseada, a ser mirada. Una mujer desarrollada en el esplendor total de su
poder�o �ntimo.
Concreta, imponente. Resuelta.
Asentado muy firme sobre esas piernas perfectas, duro y
erguido, su culo precioso me invita a tocarlo. Se niega, retrocede, me incita
una vez m�s. Se nota que lo cuida, que lo trabaja y que sabe manejarlo orgullosa
del deseo que produce. Se quita la peque�a tanga blanca acarici�ndose feliz.
Su cintura sigue flexible y lleva mis ojos por sus curvas
perfectas hasta la insolente presencia de las tetas. La misma exuberancia que
pude apreciar en el taxi ahora se impone por deseo y lujuria.
Sus ojos me deslumbran permanentemente. Muy c�lidos, marrones
sin ser oscuros, intrigantes, p�caros.
La duda resurge por momentos. Algo me dice que s�. Que la
conozco. Los ojos se parecen mucho a los de mi mam�.
Mi pedazo no se detiene a pensar en el asunto.
En un gesto natural con los dedos atrapo sus pezones,
pellizcando pretendo torcerlos en el sentido de las agujas del reloj. Despu�s en
el inverso. Los rozo y los aprieto alternativamente con la palma o con el rev�s
de cada mano. Los estiro. Su dureza me excita m�s. Tienen el grueso de mi dedo y
parecen pedirme que los chupe de tan altivos que se pavonean.
Mi lengua se pierde en su boca y se entrelaza con la de ella,
apenas respiramos. La necesidad de cogernos es urgente, el deseo nos golpea en
la cabeza.
La volteo y la empujo apenas sobre la cama, se deja caer
despacio, primero inclin�ndose y despu�s apoy�ndose con las manos en el colch�n
hasta que queda expuesta para m�. Le recorro la espalda con mis dedos llegando a
sus nalgas; s�lo entonces consigo apretar y comprobar la dureza y el vigor de
ese culo magn�fico. Con la lengua recorro su agujero trasero mientras mi mano se
encarga del cl�toris, los gemidos aumentan y su fluido abunda sobre mi palma.
Deslizo dos dedos en la cavidad y ella empuja para atr�s
clav�ndose m�s profundo mientras sigo lamiendo en c�rculos su orto. Le meto un
dedo m�s en la concha y despu�s el otro. Afuera queda s�lo el pulgar y sin
dudarlo tambi�n se lo clavo. Todos mis dedos se juntan por las yemas y se curvan
en un gesto de pregunta iniciado dentro de la vagina.
Empujo m�s y ella se desploma sobre la cama. La cara se le
contrae y enrojece, la boca pide aire y se queda absorta en el fulgor de un
orgasmo imprevisto y potente. Extiendo en su interior la mano sin abrir los
dedos y penetro m�s, mi contorno se despliega en su interior y as� su cuerpo
parece una extensi�n de mi brazo. S�lo puedo ver mi pulsera saliendo y entrando
de su concha.
Grita, fren�tica, y miles de convulsiones la recorren. Se
agita y patalea. Acaba y se contrae en una sucesi�n ininterrumpida de orgasmos
violentos, repetidos y profundos. Cuando retiro mi mano de la caverna la tengo
empapada.
"�Esper� esta noche veinte a�os! Realmente vali� la pena.
Nunca tuve tantos orgasmos seguidos"
"�Vos sos Marcela! �Mi prima! Esto no esta nada bien"
"�Ahora me vas a decir que no te gust�? �O quer�s dejarlo y
que salgamos?"
"No, nada de eso. Lo que no est� bien es que reventaste de
orgasmos y yo sigo esperando una "mano amiga" que me saque la leche."
"�No te da lo mismo una boca amiga? �Mejor dicho, una boca
prima!"
Estoy sorprendido y caliente. Clara es Marcela y todas mis
im�genes, mis prejuicios y mis problemas se hicieron humo. De repente record�
cada instante lejano en los que yo era su referente y, a veces, su h�roe.
Record� tambi�n su eterna man�a de quedarse horas escuch�ndome tocar y su
persistente ayuda durante toda la enfermedad de mi vieja. Aquella era una nena,
la nuca que sube y baja sobre mi pija es la de una mujer. Muy hermosa y
extremadamente voluptuosa.
Y una experta chupando.
Acabo en su boca, inmensamente feliz en mi venida. La
calentura, la espera, el deseo, las frutillas, el vino, todo se suma aunque lo
que me excita m�s es este sabor prohibido y morboso de familia.
Marcela es mi prima. La menor. �C�mo describirla?
Clara es mi amante.
No tenemos el mismo apellido, solo compartimos algunos genes.
Y la cama.
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