Relato: Mellizas (I: La boda)



Relato: Mellizas (I: La boda)


LA BODA .- LAS MELLIZAS 1� Parte



Capitulo 1: 2f/f, 2f/m, V



Conoc�a a mis primas mellizas, Ana y Rosa, desde que era un
ni�o; y ya por entonces ellas, que eran casi tan mayores como mi hermana
Carmela, cinco a�os mayor que yo, eran consideradas como el terror de la
familia.


Pues sus bromas pesadas, y sus mil travesuras diarias, hac�an
que llevaran de cabeza no solo a sus padres, sino a todos sus familiares y
amigos.


Por suerte nosotros solo coincid�amos con ellas cuando �bamos
al pueblo de vacaciones; pues tanto sus padres como los m�os viv�an en ciudades
bastante lejanas al mismo, y solo volv�an a visitar al resto de la familia que
all� resid�a cuando ten�an tiempo libre.


Yo para las mellizas era solo un simple mocoso y, por lo
tanto, me dejaban casi siempre al cuidado de mi hermana peque�a, Pamela, dos
a�os menor que yo, neg�ndose a que compartiera con ellas sus juegos y
travesuras.


Por eso sol�an jugar todo el tiempo con mi hermana Carmela;
quien, debido a su timidez, se dejaba arrastrar a sus diabluras, en las que casi
siempre la sorprend�an con las manos en la masa, ya que no sabia mentir, ni
escabullirse, tan bien como las picaras mellizas.


Yo siempre procuraba espiarlas cuando estabamos todos juntos
en el pueblo, pues era la manera mas divertida que tenia de pasar las tediosas
horas libres, llegando a conseguir una gran habilidad para ver, desde sitios
ocultos, como hac�an sus travesuras mis primas.


Cuando ellas llegaron a la edad bonita, los quince a�os, ya
ten�an la misma cara angelical que tienen hoy en d�a, unida a unos cuerpos tan
curvilineos y bien formados que despertaban los mas malos y perversos deseos en
los hombres.


Dado que las mellizas iban al mismo colegio privado que mis
dos hermanas, en Madrid, las monjas permitieron que compartieran la habitaci�n
con Carmela.


Supongo que las monjas imaginaron que quiz�s el car�cter
dulce y bondadoso de esta se les contagiar�a antes o despu�s. Aunque la verdad
es que no fue as�.


Seg�n supe unos a�os despu�s, cuando se despert� en ellas el
deseo carnal supieron enredar a mi c�ndida hermana en sus escarceos de
adolescente, como de costumbre; pues el desarrollado cuerpo de esta, aparte de
su linda cara, ya demostraba en esa �poca que seria algo espectacular, como lo
es hoy d�a. Las mellizas, gracias a su picard�a natural, no tardaron mucho en
averiguar cuales eran los puntos anatomicos precisos que deb�an tocar para que
la pobre Carmela se retorciera de placer en la cama de su dormitorio, durante
las c�lidas noches de primavera, cuando mis primas se acomodaban a su lado para
masturbarla en silencio, maniobrando expertamente bajo su camis�n para
destrozarla de placer el tiempo que les diera la gana.


Recuerdo lo mucho que me sorprend� ese verano cuando las vi
en el pueblo, mientras las espiaba por la ventana de su dormitorio a la hora de
la siesta, abrazadas las tres, vestidas solo con las castas braguitas;
entregadas a una serie de caricias intimas que a mi, en ese momento, no me
dec�an nada, pero me intrigaban muchisimo.


Eso si, pude apreciar que los pechos de mis primas, aunque
eran bonitos y estaban bien formados, no ten�an ni punto de comparaci�n con los
soberbios senos de mi hermana mayor; que eran ya muy grandes, y firmes, con unos
gruesos pezones puntiagudos de color violeta, que los hac�an aun mas bellos y
apetecibles.


Despu�s, cuando el raro combate llego a su apogeo, y las
mellizas deslizaron las blancas braguitas de Carmela hasta sus tobillos, para
disfrutar de unas estupendas vistas de su rosada almejita, pude apreciar el
curioso contraste que ofrec�a el dorado y escaso vello pubico de mi hermana
mayor, en clara oposici�n a los espesos y ensortijados tri�ngulos oscuros que
mis fogosas primitas restregaban furiosamente contra el suyo, mientras devoraban
al mismo tiempo sus pechos y sus labios con un ansia creciente. Hasta jadear
todas al un�sono.


Debo reconocer que desde ese d�a mis labores de espionaje
iban mas encaminadas a verlas con poca ropa, y a ser posible sin ninguna, que a
presenciar las travesuras que iban a realizar.


Pero ellas segu�an haci�ndolas, y bien gordas. Aunque ese
verano ya demostraron un cierto inter�s sexual por los chicos mas guapos del
pueblo, segu�an jugando mas entre ellas, pero a�adiendo un cierto toque er�tico
a sus bromas y diversiones.


Como yo era el chico que ten�an mas a mano no dejaron pasar
la oportunidad de que les ense�ase, bien a las claras, lo que me diferenciaba de
ellas, y que parec�an conocer mejor que yo.


En estos juegos licenciosos siempre se negaba a participar mi
hermana mayor, que siempre se marchaba avergonzada cuando iban a empezar, por lo
que no tuve la oportunidad de contemplar su cuerpo desnudo tan de cerca como el
de mis primas, que no ten�an el menor reparo en dej�rmelo ver, e incluso tocar,
para que accediera a sus deseos. Asi que pronto aprend� como, y por donde, deb�a
meter mis dedos, para que ellas gritaran de placer.


Claro que en esa �poca mi peque�o aparato de mear no servia
para mucho. Pero un par de veranos despu�s, cuando yo tenia ya los catorce a�os,
cambiaron bastante las cosas.


Mi largo y grueso instrumento ya era capaz de producirme
placer; y, lo mas importante, es que empezaba a adquirir un tama�o mucho mayor
que el del resto de mis amigos.


Por ello, ese c�lido verano mis primas me tuvieron bastante
mas en consideraci�n a la hora de disfrutar del sexo opuesto. Pues ellas se
hab�an convertido a esas alturas en unas jovencitas libidinosas, que disfrutaban
como locas con el mismo, consiguiendo enredar a mi voluble hermana, una y otra
vez, en sus apasionados y frecuentes escarceos amorosos.


Carmela, a pesar de que se entregaba sin oponer mucha
resistencia, segu�a siendo muy t�mida con todo lo que fuera relativo al sexo,
aunque siempre acabara cediendo a todos sus lascibos deseos.


Lo cierto es que no ve�a con buenos ojos las excesivas
libertades que las mellizas se tomaban con sus cuerpos; y, sobre todo, con el
suyo, del que se adue�aban una y otra vez.


Pues por lo visto ellas disfrutaban horrores doblegando su
estricta moralidad, por lo que no paraban hasta que la o�an aullar de placer,
rota entre sus manos.


Pero para ser del todo sincero he de reconocer que mis
viciosas primas fueron unas maestras consumadas, que me ense�aron en muy poco
tiempo todo lo que tenia que saber para satisfacer a una chica, ya fuera con mis
manos o con mi boca; aplicando, como no, mis conocimientos sobre sus ansiosos
cuerpos. Al mismo tiempo ellas me ense�aban como deb�a hac�rselo una chica a un
chico, siempre con ejemplos muy pr�cticos, que acababan en deliciosos orgasmos.


Como mis primas pronto descubrieron el enorme inter�s que
tenia el deseable cuerpo de mi hermana para mi sol�an chantajearme con �l, para
que accediera a cooperar en sus diabluras, y en sus fugas nocturnas para irse de
fiesta con sus amigos a la discoteca.


Fueron muchas las tardes que me pase escondido dentro del
armario de su dormitorio, mientras enredaban a Carmela en sus p�caros juegos
amorosos; ya que ella, siendo muy d�cil, se entregaba pasivamente a los mismos,
a pesar de la poca gracia que le hacian.


Yo me masturbaba, una y otra vez, viendo como mi hermana,
espl�ndida en su desnudez, gem�a en los brazos de las mellizas. Sus pezones
endurecidos coronaban la cima de sus grandes senos temblando sin parar con cada
beso, caricia o mordisco que recib�an. Su tri�ngulo dorado marcaba, como una
flecha, hacia los p�talos de rosa que mis primas deb�an chupar y manipular para
hacerla delirar de gozo.


Recuerdo claramente una ocasi�n, cuando Carmela estaba
totalmente entregada al acto sexual, en la que permiti� que una de las mellizas
le introdujera uno de sus finos y largos dedos por la estrecha entradita
posterior; pues, aunque tuvo que morder con fuerza la almohada para ahogar sus
interminables gritos y hasta rugidos de placer, se neg� en redondo a volver a
repetir semejante experiencia cada vez que alguna de ellas lo intentaba.


Sin embargo no pon�a tantos reparos a que mis primas
utilizaran sus manos para masturbarse, por lo que durante estas picaras sesiones
sol�a tener los dedos siempre ocupados, introducidos en sus orificios, ya fuera
por delante o por detr�s.


Desde mi c�modo escondite pod�a o�r, claramente, sus
conversaciones; y as� fue como me entere de que mi hermana Carmela, aunque tenia
novio formal desde hacia ya algunos meses, segu�a siendo totalmente virgen. Pues
sus orificios nunca hab�an sido mancillados por ningun hombre, reserv�ndolos
para la noche de bodas.


En esto se diferenciaba sobremanera de nuestras primitas, que
se vanagloriaban de haber probado todas las formas conocidas de placer, por
todos los orificios de su cuerpo, incluso tapon�ndolos por varios amantes a la
vez.



Capitulo 2: m/f, �m/f, IN



Todav�a siento escalofr�os cuando recuerdo aquella tarde de
verano, en la que las muy brujas me convencieron para que me metiera en la vieja
despensa de la cocina; y, una vez encerrado, sacara la punta de mi aparato por
el agujero que hab�a quedado en la pared de la misma, despu�s de apartar una
vieja tuber�a. Yo no las tenia todas conmigo, pero las mellizas me aseguraron
que solo quer�an probar sabores nuevos, para asombrar a sus fieles amantes, cada
vez mas numerosos, al mismo tiempo que les daban placer.


Aunque sus apagadas voces se convert�an en d�biles susurros a
trav�s del grueso muro, me entregue enseguida a su p�caro juego, pues sus suaves
lenguas, h�biles como siempre, limpiaban ansiosamente mi r�gido aparato de las
espesas y pegajosas sustancias que les pon�an encima, introduci�ndoselo sin
descanso dentro de sus bocas una y otra vez.


Como comprenderan aguante y retarde cuanto pude el acto
final, pero una de las veces no pude soportar el apasionamiento con que mis
fogosas primas me devoraban el miembro y al final eyacule, abundantemente, en la
boca de una de ellas, que se trago todo cuanto sali� del mismo, con un ansia
desconocida por mi hasta el momento, succionando ardientemente todo mi
instrumento hasta dejarlo completamente limpio de nuevo, y vac�o hasta la
medula.


Cuando por fin me dejaron salir, un buen rato despu�s, pude
ver en sus miradas ir�nicas que algo no marchaba del todo bien; pues esa mirada
era exactamente la misma mirada de satisfacci�n que pon�an cuando alguna de sus
m�ltiples diabluras les hab�a salido redonda, y que yo ya conoc�a bastante bien.


Pero no fue hasta un buen rato despu�s, cuando mi hermana
peque�a, Pamela, se neg� a merendar, cuando intu� lo que hab�a pasado. Preso de
los nervios consegu� sonsacarla, con todo el disimulo que pude, por el motivo de
su inapetencia.


Y la ni�a, pues ella solo tenia doce a�os en esa �poca, con
la confianza que siempre hab�a tenido en su hermano mayor, no tuvo ning�n reparo
en decirme al o�do que hab�a estado jugando a las comidas secretas con las
mellizas.


Mientras me quedaba blanco como el papel o� como la peque�a
me contaba lo bien que se lo hab�a pasado jugando con mis primas en la cocina,
mientras le daban a probar cosas riquisimas, con los ojos vendados, y con la
ayuda de una especie de palo que deb�a chupar hasta saber que era lo que estaba
comiendo; y que por eso no tenia hambre.


Desde ese d�a me aparte de mis primas como de la peste, pues
no quer�a ni imaginarme hasta donde estaban dispuestas a llegar las muy
desalmadas para divertirse, utiliz�ndonos a mis d�ciles hermanas y a mi como
simples marionetas en sus sucias confabulaciones en busca de retorcidos y
oscuros placeres, siempre logrados a costa de otros.


Y el tiempo me dio la raz�n, pues tan solo unos meses despu�s
estuvieron a punto de echarlas del colegio por introducir a unos muchachos en su
dormitorio.


Por suerte una tarde, mientras espiaba a Carmela en su
habitacion pude o�r como esta le contaba a su mejor amiga como hab�an sucedido
los hechos.


Por lo visto, aprovechando la ausencia de la otra chica con
la que compart�an el cuarto ellas y mi hermana, decidieron traerse a sus s�tiros
amigotes al dormitorio, en vez de escaparse con ellos, como ten�an por
costumbre.


El caso es que se presentaron a las tantas de la madrugada
con varios chicos para acabar la fiesta en su cuarto. Carmela vislumbro desde su
cama como se desarrollaba parte de la escandalosa org�a, y decidi� hacerse la
dormida para desentenderse as� de lo que suced�a.


Pero no pudo, porque un par de j�venes, quiz�s animados por
las mellizas, se metieron en su cama, y trataron de obligarla a participar en
sus juegos, aunque fuera a la fuerza.


Ella se resisti� cuanto pudo a sus insidiosas caricias, sus
besos, y sus apretones; pero su debilidad, y su corto camis�n, no eran ning�n
obst�culo para los rufianes.


As� que los chicos pronto descubrieron sus suculentos y
atractivos pechos, indefensos y desnudos bajo el fino tejido, convirti�ndolos en
el centro de sus lujuriosos ataques.


Carmela no soportaba que unos brutos y salvajes desconocidos
abusaran de su cuerpo con tanta desfachatez, pero ced�a a ellos para no formar
un esc�ndalo.


Sus pezones pronto fueron degustados con igual pasi�n que sus
labios y su lengua, aflorando se�ales haya donde sus dientes y sus succiones se
aplicaban con mayor inter�s. Mientras sus manitas eran obligadas a orde�ar los
gruesos aparatos que hab�an desnudado en su honor.


Mi hermana al final se dejo llevar por la pasi�n que la
rodeaba, entreg�ndose de lleno a su labor manual, en la que puso autentico
frenes�, con la vana esperanza de que si lograba desfogarlos de esa manera luego
la dejarian tranquila. Pero no tuvo tanta suerte, pues mientras ella los
orde�aba ellos se dedicaban a despojarla de su ropa, para manosearla con mayor
libertad.


Hasta que por fin, cuando le quitaron las bragas, y empezaron
a introducir sus dedos por donde no deb�an, no aguanto mas, y se puso a gritar y
chillar. Consiguiendo no solo que los chicos la dejaran en paz, sino que
tuvieron que huir a la carrera del internado, con los pantalones a medio subir.


Las monjas no quisieron creerse las torpes excusas de mi
hermana, ni las incre�bles mentiras de mis primas; pero, de com�n acuerdo,
decidieron silenciar los hechos, para no atraer una publicidad perniciosa sobre
el colegio. Desde ese d�a, y hasta que termino sus estudios, mi hermana durmi�
en otro dormitorio; alej�ndose, siempre que pod�a, de mis temibles primas. Las
cuales llevaron esa falta en su expediente durante muchos a�os.


Por todo ello parec�a que las mellizas le iban a guardar
rencor de por vida. As� que, cuando se ofrecieron a ser las damas de honor en la
boda de Carmela, mi hermana mayor acepto en el acto; creyendo, con su ingenuidad
caracter�stica, que por fin iban a hacer las paces.



Capitulo 3: 2F/F, 2F/f, M/F, V



Yo pude escuchar, escondido como de costumbre, como mi
hermana confesaba a las mellizas, un par de d�as antes de la boda, que manten�a
intacta su virginidad, al igual que su novio, y que les hab�a costado un trabajo
�mprobo, a ambos, aguantar en ese estado hasta la boda. Y que si hab�an podido
soportarlo era solo por la gran ilusi�n que les hacia a los dos consumar el
solemne acto en la noche de bodas, como manda la tradici�n.


Luego, mientras las mellizas contaban mil maravillas sobre el
sexo pude o�r, claramente, los suspiros de gozo de mi querida hermana, se�al
inequ�voca de que esta hab�a vuelto a ceder a sus enervantes caricias, una vez
mas, dej�ndose enredar en sus juegos lesbicos.


Las mellizas se quedaron esos dos d�as en mi casa,
compartiendo la habitaci�n con Pamela, que ya era una bella jovencita, realmente
preciosa.


Pues a sus quince a�os pose�a ya las redondeces suficientes
en su lindo cuerpecito como para demostrar que, sin lugar a dudas, seria una
digna sucesora de nuestra espectacular hermana mayor.


Yo, a punto de irme al servicio militar, me cre�a lo
suficientemente adulto y formal como para poder plantarles cara. Pues, aunque no
pod�a olvidar lo que me hab�an hecho aquel verano, su enorme desfachatez, unida
a sus rostros angelicales, segu�a haciendo estragos en mis sentimientos.


Por una parte no pod�a dejar de recelar sobre su extra�a
forma de comportarse con mi hermana; pues no solo eran solicitas y amables con
ella en publico, sino que las picaras mellizas, a la primera oportunidad que
ten�an, sacaban a relucir sus grandes dotes amatorias, y se aprovechaban de
ella.


No ve�a nada raro que Carmela, presa de los nervios por la
cercan�a de la boda, se dejara llevar por el placer, cuando la intimidad se lo
permit�a; pues, al menos en tres ocasiones pude ver, a trav�s de la cerradura,
como se entregaba apasionadamente a sus juegos lesbicos en la soledad de su
alcoba.


Pero por otra me irritaba que mis primas se emplearan, con
igual intensidad, en enredar a Pamela en sus odiosos y frecuentes juegos
sexuales.


A las pocas horas de llegar mis primas a nuestra casa ya se
encerr� una de ellas con mi hermana peque�a en el cuarto de ba�o y, tanto los
apagados gemidos que logre escuchar a trav�s de la puerta, como el fuerte rubor
que tintaba su carita cuando sali�, me convencieron, sin lugar a dudas, de que
ella tambi�n hab�a ca�do en sus redes amatorias.


A la ma�ana siguiente, las ojeras que lucia Pamela, as� como
la rigidez de sus piernas, dec�an, bien a las claras, que la pasada noche hab�a
sido muy larga y ajetreada.


Por otra parte, no me pod�a quejar demasiado, pues tambi�n
tuve mi parte del fest�n.


Aunque eso si, el primer d�a las mellizas se contentaron
solamente con acariciarme el miembro, a trav�s del basto pantal�n, mientras
com�amos, hasta dejarme violentamente excitado.


Pero la tarde del d�a antes de la boda una de ellas vino a mi
habitaci�n y, muy insinuante, me convenci� de que deb�a acompa�arla a otro lugar
si quer�a gozar del todo.


Ese lugar resulto ser el cuarto trastero que tenemos junto a
la habitaci�n de Pamela; a trav�s de cuya puerta entreabierta pude ver poco
despu�s como mi otra prima ayudaba a mi d�cil hermana peque�a a probarse el
casto conjunto que deb�a lucir el d�a siguiente en la boda.


Si en alg�n fugaz momento paso por mi mente el abandonar
dicho escondite, la h�bil boca de mi prima, due�a absoluta del r�gido miembro
que albergaba en su interior, me quito dicha idea de ra�z.


Adem�s, como ya hab�a supuesto, pronto pude asistir a un
estupendo espect�culo er�tico, por el que mucha gente pagar�a bastante dinero
por ver.


La otra melliza empez� su sucio ataque muy inteligentemente,
con breves y enervantes caricias dirigidas a los puntos mas sensibles del cuerpo
de mi preciosa hermanita mientras la ayudaba a quitarse la ropa interior; pues
la convenci�, sin muchos problemas, de que sin sujetador el vestido realzar�a
mucho mas su belleza.


Despu�s, cuando la tenia ya con el vestido desabrochado,
alterno unos suaves besos en la carita y en el cuello con unas h�biles caricias
en sus j�venes senos, en los que destacaban poderosamente la amplia aureola de
sus mamas, excesivamente grandes para sus tiernas y p�lidas manzanas.


El resultado fue el esperado, los gruesos y sensibles pezones
de Pamela se irguieron al instante, para demostrar que ella, al igual que
nuestra querida hermana mayor, es muy receptiva a ese tipo de perversas
caricias. Despu�s, vencida toda posible resistencia, la sent� en su regazo, para
poder mamar c�modamente de sus adorables pechitos, libres ya de toda f�til
opresi�n, mientras sus manos hurgaban a fondo dentro de sus castas braguitas
infantiles.


Los sofocados gemidos de mi hermanita me dieron a entender
que alcanzamos el primer orgasmo pr�cticamente a la vez. Despu�s, mientras mi
viciosa prima se esforzaba en tragar los �ltimos restos de ambros�a de mi
fuente, pude ver como Pamela se esforzaba en obtener el segundo.


Mi prima en esta ocasi�n la obligo a ponerse a cuatro patas
sobre la alfombra, recogi�ndole el vestido hasta la cintura para que vi�ramos
con toda claridad como hurgaba con sus h�biles dedos en su intimidad. No pod�a
creerme que fuera mi dulce y angelical hermanita la que estuviera all�, meneando
fren�ticamente las caderas hasta alcanzar un orgasmo aun mas fuerte que el
anterior, que la dejo totalmente agotada a sus pies.


Cuando las dos amantes abandonaron la habitaci�n, un rato
despu�s, abrazadas como dos buenas amigas, y pudimos por fin salir de nuestro
escondite, fue cuando me di cuenta de que las picaras mellizas, sin tan siquiera
despeinarse un solo pelo, nos hab�an dejado a mi fogosa hermanita y a mi
completamente exhaustos y derrotados.



Capitulo 4: �M/F, M/f, IN


Mas tarde, siendo la v�spera de la boda, y como es de rigor,
se fueron con Carmela y sus amigas a celebrar todas juntas la archiconocida
despedida de soltera.


A pesar de mis temores regresaron temprano, aunque tuvieron
que acostar a mi hermana a escondidas de mis padres debido a la tremenda
borrachera que tra�a la pobre.


Quiso el azar que en el sercicio militar coincidiera con
varios chicos de mi ciudad; y a uno de ellos, que no sabia quien era yo, le o�
narrar parte de lo que sucedi� aquella noche. Nos cont� que �l y unos colegas
hab�an estado de copas en una discoteca con unas chicas que estaban de despedida
de soltera y que unas mellizas convencieron a la novia, que estaba ya muy
borracha, de que hiciera una ultima locura. As� que todos los chicos salieron
por la puerta de atr�s a un callej�n para gozar de ella. No pudieron poseerla
porque era aun virgen, pero la novia dejo que sobaran su soberbio cuerpo a
conciencia, dejando que la desnudaran por completo mientras les demostraba, uno
a uno o a pares, que era toda una maestra en el arte de satisfacer a un hombre
con la boca o con las manos.


Los datos que nos cont� eran tan exactos y precisos que mucho
me temo que tuvo que ser verdad.


Esa misma madrugada, mientras todav�a estaba despierto,
d�ndole vueltas a mi confusa relaci�n con mis primas, entro una de ellas,
completamente desnuda, en mi habitaci�n.


Se deslizo, sigilosa como una gata en celo, debajo de las
sabanas. Como supondr�n con cuatro besos y cinco caricias, me puso a cien,
mientras terminaba de desnudarme a mi.


Despu�s insisti� en ser ella la que dirigiera el juego, si en
verdad quer�a que hici�ramos el amor.


Estaba tan excitado que por supuesto acepte todas sus
exc�ntricas condiciones; y, en solo unos instantes, me vi atado en cruz a la
cama.


La c�nica melliza no se contento solo con atarme con las
cuerdas que hab�a tra�do, sino que incluso me amordazo con un grueso trapo hasta
que apenas pod�a emitir sonidos.


Di por buenos todos estos curiosos preliminares cuando ella,
muy cari�osa, se sent� sobre mi vientre desnudo, restregando su c�lida intimidad
sobre la m�a hasta que ambos estuvimos a punto.


Dada su enorme experiencia, pronto logro que mi r�gido pist�n
llegara hasta lo mas hondo de su cueva. La verdad es que me encontraba en el
s�ptimo cielo, aunque solo ve�a de ella su espalda, pues estaba sentada mirando
hacia mis pies, hasta que entraron las dem�s.


Cre� estar teniendo una pesadilla cuando, gracias a la tenue
luz de la lamparilla de noche, vi como entraban en mi habitaci�n mi otra prima,
y la peque�a Pamela, ambas desnudas.


Mi d�cil hermanita venia hacia nosotros con los ojos vendados
y las manos atadas por delante con un pa�uelo. La otra melliza la tra�a de una
forma muy curiosa, pues mientras la dirig�a tir�ndole de un pez�ncito con una
mano, los dedos de la otra los llevaba firmemente hundidos en su h�meda
intimidad, para que no aflojase el paso, al mismo tiempo que la manten�a
excitada.


Mi hermana se ve�a la mar de nerviosa, pero cuando oy� la
inconfundible voz de la otra melliza tranquiliz�ndola, y se sent� bien abierta
de piernas sobre sus muslos, para recibir mas caricias, se calmo. Mi prima era
muy h�bil, pues la lenta cadencia de sus caderas no solo evitaba que decayera mi
animo, sino que ayudaba a aumentar el estado de excitaci�n de Pamela.


Ni mis apagados gritos ni mis d�biles movimientos
consiguieron atraer la atenci�n de mi hermana, la cual estaba mas que saturada
de turbias sensaciones con las cuatro manos y las dos bocas que la recorr�an sin
parar. No pude evitar, de ninguna manera, que ambos cay�ramos en la sucia
trampa.


Las mellizas estaban perfectamente coordinadas y, para ellas
fue muy f�cil izar a mi ligera hermanita y, dejando salir a mi r�gido monstruo
de la h�meda cueva, dirigirlo a la inmaculada hoquedad de Pamela. Hab�amos
segregado ya tantos fluidos los dos que apenas sent� como romp�a su fr�gil
barrera virginal cuando la dejaron caer sobre mi aparato.


Y tampoco o�a claramente sus gritos de dolor, pues una de las
mellizas devoraba con su boca la de mi pobre hermanita para que no se oyeran.


Mientras, la otra melliza obligaba con sus manos a que las
caderas de Pamela siguieran el ritmo adecuado, hasta que la penetraci�n fue
total; incluso hicieron que pasara sus brazos atados por mi cuello, para que el
mullido contacto de sus firmes y sedoso senos contra mi pecho encendiera aun mas
mi excitaci�n.


Cuando los apagados gritos que emit�a mi hermanita se
convirtieron al fin en debiles gemidos de placer las odiosas mellizas se fueron
turnando en subir y bajar a mi hermana de mi miembro, para que la cadencia fuera
perfecta, y el acto continuara por si solo.


Aunque ambas mellizas lo intentaron en varias ocasiones, no
consiguieron que ninguno de los dos cooperara voluntariamente en el acto. Pero a
la postre dio igual, pues la naturaleza no entiende de parentescos y al final
terminamos por alcanzar un fuerte orgasmo, casi simult�neo, cuando nuestros
cuerpos no pudieron soportar mas la terrible excitaci�n.


Cuando todo acabo se marcharon ambas, en taimado silencio.
Dej�ndonos a Pamela y a mi atados todav�a el uno sobre el otro, para que
pas�ramos juntos la verg�enza de tener que desatarnos mutuamente, aceptando de
esta forma lo que nos hab�a pasado, separandonos luego en silencio.



Capitulo 5: M/f, 2F/F, IN, V



Pero los terribles planes de mis primas no acababan all� y,
pocas horas antes de la boda, supe que aun faltaba por venir lo peor.


Como les hab�a gustado horrores mi papel de forzado mir�n en
los acontecimientos nocturnos, esa misma ma�ana me propusieron un trato.


Estando solos me dijeron que quer�an hacer las paces conmigo
cuanto antes y que, como hab�an pensado gastarle una peque�a broma a la novia,
me brindaban la increible oportunidad de ver a mi hermana mayor desnuda por
ultima vez antes de la boda.


Sab�an perfectamente que argumentos esgrimir, para conseguir
que al final cediera ante sus deseos.


A rega�adientes acced� a que me volvieran a atar y amordazar,
esta vez en el peque�o cuarto trastero, con la excusa de que as� evitar�an que
les chafase la broma, a la espera de que apareciera Carmela a ponerse el traje
de novia; que yo pod�a ver, muy bien puesto, en una esquina del cuarto, gracias
al enorme espejo que las mellizas hab�an tenido la amabilidad de mover, para que
a trav�s de la estrecha rendija de la puerta pudiera ver todo el cuarto.


Pero, como ya deb�a de haber supuesto, quien entro primero en
la habitaci�n no fue Carmela, sino la peque�a Pamela, que entro llorando en
silencio, acompa�ada de una de las mellizas, que le secaba las lagrimas con un
pa�uelo y le musitaba cosas en el o�do.


Estaba preciosa con su vestidito de dama de honor, aunque,
para mi gusto, se marcaban demasiado los gruesos y oscuros pezones en la fina
malla blanca, al no llevar puesto ningun tipo de sujetador.


Seg�n entraron se metieron las dos debajo de una gran mesa de
camilla que all� tenemos, y que rara vez utilizamos. Solo sal�a la cabeza de mi
prima por el lado opuesto a la puerta de entrada, y solo yo sabia que estaban
all� cuando entraron la otra melliza ... y mi futuro cu�ado.


Este entro con su larguisimo rabo asomando por fuera del
pantal�n, pues la lujuriosa melliza se lo iba acariciando, mientras �l jugaba
con sus bellos senos completamente desnudos, liberados a trav�s del amplio
escote del vestido para que pudiera succionarlos con comodidad.


Ella, con sus besos y caricias, le llevo justo al estado de
excitaci�n que quer�a y, en ese momento, insisti� en hacer el amor a su manera,
para que nadie les pudiera sorprender.


Como ya habr�n imaginado mi prima se introdujo bajo la mesa
y, al instante, asomo su culito en pompa, desnudo y completamente dispuesto para
el combate que se avecinaba.


Pero no era su trasero el que ve�amos, sino el de mi infeliz
hermanita, y solo yo lo sabia.


La melliza, quiz�s para acallar las posibles protestas de
Pamela, empez� a pedirle a mi futuro cu�ado que se la metiese por detr�s, pues
era virgen por ese estrecho orificio, y quer�a darle esa ultima virginidad de
regalo.


No se que debi� de pensar el muy tunante, pero lo cierto es
que tenia la cara radiante de satisfacci�n cuando apreso a mi pobre hermanita
por las caderas y empez� a bombear alegremente, forzando su angosto interior.


El miembro de mi cu�ado, aunque era uno de los mas largos que
hab�a visto hasta el momento, era bastante estrecho, por lo que pudo sodomizarla
con relativa facilidad.


Solo puedo suponer lo que sucedi� debajo de la mesa, pero la
cara de placer que tenia la melliza que yo ve�a oculto desde mi escondite
forzoso me hacia suponer, sin mucho temor a equivocarme, que estaba usando su
h�meda gruta para amortiguar los gemidos de dolor de Pamela.


Y los apagados rugidos de "mas fuerte, dame mas fuerte" que
emit�a la otra melliza, mientras la inmovilizaba, hac�an que mi futuro cu�ado
destrozara, con una violencia cada vez mayor, la ultima barrera virginal que le
quedaba a mi tierna hermanita.


Mi futuro cu�ado al final incluso tuvo el placer de eyacular
dentro de su culito, pues las voces de "todo, lo quiero todo" que emit�a una de
las mellizas, mientras este alcanzaba el orgasmo, no dejaban ninguna duda sobre
los supuestos deseos de la dama en cuesti�n.


Nada mas terminar mi prima le saco presuroso de la
habitaci�n, aun a medio vestir, insistiendo en que deb�an continuar en otro
lugar con sus divertidos juegos prenupciales.


Poco despu�s la otra melliza ayudaba a salir a la pobre
Pamela de debajo de la mesa, pues la flojedad de sus piernas apenas le permit�an
caminar. Se la llevo, muy solicita, a alg�n lugar donde pudiera adecentar su
traje, y su cuerpo, sin posibles testigos.


Estuve mas de una hora all� atado, sin saber nada de las
odiosas mellizas, pensando que se hab�an olvidado adrede de mi, hasta que las vi
entrar de nuevo en la habitaci�n, esta vez acompa�adas de mi hermana Carmela, a
la que iban a ayudar a vestirse para la ceremonia.


Y esta vez si que me tem� lo peor, sobre todo cuando las vi
cerrar la puerta con llave para que no las molestara nadie.


Realmente cumplieron su palabra y la desnudaron, supongo que
solo para mi, en cuanto estuvieron solas; incluso la tuvieron desnuda mas tiempo
de la cuenta mientras le pon�an con toda tranquilidad el sensual y ajustado body
blanco, las medias, los zapatos, el liguero y la liga, antes del vestido.


Se negaron en redondo a ponerle las lindas braguitas blancas,
pues dec�an que tra�a mala suerte, y que era la ultima prenda que deb�a ponerse
una novia.


Supongo que a mi hermana le sonar�a todo eso tan raro como a
mi pero, debido a los nervios, ella no le dio la enorme importancia que yo le
di.


Despu�s, mientras la vest�an, la fueron acariciando, de una
manera muy ladina y h�bil; hasta que, justo antes de terminar de abrocharle el
vestido de novia, la ten�an ya tan excitada como quer�an.


Por eso, cuando una de mis primas se arrodillo a sus pies, y
empez� a lamerle su dulce intimidad, no solo no se neg�, sino que se entrego de
lleno a la caricia, cediendo a las frases ardorosas que dec�an, y que la
animaban a hacer la ultima locura antes de casarse.


Mi hermana cedi�, y se abri� totalmente de piernas para mis
primas. Lo que los besos de la melliza no dejaban ver a mi hermana es que la
otra melliza, al arremangarse el amplio vestido, dejo a la vista un enorme
miembro de goma, casi el doble de grande que el m�o, que llevaba incrustado en
su intimidad, y atado a las caderas, de tal forma que parec�a que el gigantesco
falo fuera suyo.


La muy zorra sigui� lamiendo a mi hermana hasta que la llevo
al borde del orgasmo y, en ese instante, le introdujo el monstruoso aparato, de
un solo golpe, casi hasta la mitad.


Ni siquiera la boca de la otra melliza pudo ahogar el
tremendo alarido que, en parte, llego a mis o�dos, cuando Carmela sufri� la
inusitada penetraci�n. Pero ello no amedrento a mi prima, que sigui� entrando y
saliendo hasta que consigui� introducir todo el chisme dentro de mi pobre
hermana. Esta, a su pesar, termino corri�ndose, con un violento orgasmo, que la
dejo sin fuerzas.


Por eso no opuso la mas m�nima resistencia cuando las
mellizas la obligaron a inclinarse sobre la que la penetraba. Carmela incluso
permiti� que mi prima la besara, mientras sus preciosos senos rozaban
insidiosamente los de ella, y el descomunal aparato segu�a introduci�ndose
r�tmicamente, en su c�lido interior, llev�ndola r�pidamente hacia un nuevo
cl�max.


Supongo que no habr�a cooperado de una manera tan d�cil si
hubiera visto como la otra melliza levantaba tambi�n sus faldas para dejar a la
vista un aparato exactamente igual al que ya usaba su fogosa hermana.


Sin prisas se arrodillo detr�s de Carmela y se dedico a jugar
amorosamente con sus grandes senos, ahora desnudos, hasta que crey� llegado el
momento oportuno.


Entonces, sin previo aviso, destrozo su estrecha, y ultima
barrera de una forma igual de violenta o mas que la que hab�a empleado su futuro
marido con nuestra pobre hermanita peque�a, poco antes.


Esta vez, para sorpresa m�a, apenas se quejo; pues, casi al
instante, la sacudi� un intenso orgasmo que la dejo desecha en sus manos.


Satisfechas por su doble triunfo las s�dicas y crueles
mellizas imprimieron aun mas velocidad a sus violentos movimientos, hasta lograr
que mi hermana alcanzara su tercer, y mayor, orgasmo con ambos aparatos
diab�licos empal�ndola hasta la ra�z. Despu�s del cual la ayudaron a vestirse,
diligentemente, pues ya iban a llegar con retraso a la boda.


Mientras me liberaban, poco despu�s, alivi�ndome entre las
dos de una forma r�pida, y manual, de la excitaci�n que me hab�a producido todo
lo que hab�a visto, me confesaban, entre risas, que su venganza hab�a sido
completa.


Fui el �nico invitado al convite que sabia que esa noche no
iba a ser precisamente una noche de bodas tradicional; pues no solo el novio iba
a tener que responder por su falta de apetito sexual, tambi�n la novia tendr�a
que lograr que su marido aceptara la perdida de sus virginidades de una forma
tan ignominiosa como original.


Se preguntaran por que les cuento ahora todo esto.


Ver�n, lo que sucede es que yo me case en el extranjero, con
una mujer divina, a la que mis primas no conocieron hasta que, a�os despu�s, me
volv� a trasladar a la pen�nsula.


Aunque yo no las hab�a invitado al bautizo de mi �nica hija
se presentaron en el, tan atractivas como provocativas, rega��ndome
cari�osamente por mi supuesto "olvido".


La imagen que se me quedo grabada de aquella memorable velada
no tuvo nada que ver con la bella ceremonia, fue despu�s, durante la fiesta.


Fue la cara, roja como un tomate, que lucia mi querida esposa
cuando al fin la localice, despu�s de un buen rato sin saber nada de ella, y la
vi salir apresuradamente del cuarto de ba�o de las mujeres; del que poco despu�s
salieron con mucha parsimonia mis odiosas primas, con esa sonrisa de triunfo que
yo conoc�a tan bien, pintada en los labios.


Aun hoy no se que le hicieron las muy degeneradas all�
dentro; pero, la otra ma�ana, mientras ultim�bamos los preparativos para la
comuni�n de mi hijita, mi esposa me sorprendi� muchisimo al decirme, un tanto
nerviosa, que no solo iban a venir las mellizas a la ceremonia, sino que se iban
a quedar en casa toda esa semana, aprovechando la visita.


Comprender�n mi terror, no solo por lo que le han hecho, y
puede que planeen hacerle de nuevo, a mi dulce esposa, sino por lo que podr�an
tener preparado para mi tierna hija.


Pues, con sus trece a�os, la chiquilla apenas se ha
convertido en mujer hace unos meses, y su cuerpo de ninfa adolescente ya peligra
entre las garras de las perversas mellizas.




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Relato: Mellizas (I: La boda)
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