Relato: recuento anverso Para quienes hayan le�do el relato l�sbico �cuento anverso� aqu� les viene contado desde el otro sexo, para los que no lo leyeron, disfr�tenlo.
Ya he perdido la lucidez a esta hora de la madrugada, tengo la mente en blanco y el cerebro me truena seguido. Que molesto se ha hecho (para m�), con el paso del tiempo soportar la fatiga de amanecer transpirado y hostigado despu�s de una mala noche, pero ya se ha hecho costumbre �ltimamente. Y la mal�sima mezcla que hago para componerme de mescalito con masturbaci�n ya no me reanima. Lo �nico que hace es traerme a la mente alucinadas escenas del pasado; el intelecto ya me patina y me pega feo todo esto.
Tras que ya ha salido el sol, todav�a me estoy repantigando en mi lecho, acicate�ndome con los recuerdos de la Cori; me estoy estremeciendo lo necesario para ponerme a tono y venirme con una eyaculaci�n buenaza. Pero luego me aqueja la fatiga y quiero quedarme quieto para echarme un sue�ito, no obstante el perracho sue�o no me llega.
Es como aquella tarde en que regresabas temprano de la escuela porque no hab�a clases, atravesaste calladita por la puerta de calle y una vez que llegaste a la lavander�a abriste el grifo y acomodando tu cabeza por debajo, dejaste que te chorreara el agua hasta que se te entro por el cuello y el chorrillo se meti� debajo de tu mandil.
Desliz�ndote por debajo de la lavander�a llegaste hasta mi puerta y tocaste quedito, luego susurrando me llamaste, yo en esa tarde me encontraba medio adormilado, tumbado en la cama por la superabundante calor que hac�a y no quer�a ni salir a abrir la puerta ya que no quer�a ni ver el sol porque me iba a dejar chino, pero reconoc� tu voz y entonces te ped� que entrar�s, yo estaba con los ojos entreabiertos y con una flojera que no quer�a ni moverme de la cama, o� como cerraste la puerta y como te escabulliste hasta mi lecho, llegaste gateando y te asomaste lentamente hasta el borde de mi cama, te incorporaste lentamente (lo que no hab�a o�do al momento que entraste es cuando te sacaste las prendas, por lo que me preguntaba si lo hiciste antes de entrar y c�mo lo habr�as hecho sin que nadie te viera), al filo de la cama asentaste tu conejito para que yo lo tuviera a mi disposici�n.
Me encantaba tener as� a mi alcance tu conejito (que para entonces todav�a estaba limpio de todo pelillo pero no libre de pecado gracias a m�) de pronto interrumpiste mi contemplaci�n y te montaste sobre m� para que te relamiera el conejito, mientras que acomodando uno de tus brazos por detr�s tuyo metiste la mano por debajo de mi calzoncillo y me frunciste el tolete, despu�s de un buen rato as�, me deshice de tu peso y vire a un costado, nos quedamos en absoluto silencio y yo segu�a so�oliento y desentendido de todo.
Cuando volv� a abrir los ojos era tu hermana la Peque la que estaba a m� lado, boca abajo sin quitarme la vista de encima esperando a que yo despertara. Como siempre la encontr� con la falda de su vestido rojo subido hasta la nuca y su calz�n amarillo bajado hasta los talones de sus zapatos.
Acto seguido, suspiro tan hondamente que se le movieron los hombros y sin quitarme los ojos de encima tom� mi mano y la beso para luego colocarla en medio de su traste, como siempre estaba esperando a que le d� gusto y le ensanche el ojete, pero como siempre empec� por recorrer sus dos nachas con la palma de mi mano para reencontrarme con su calor y la sensaci�n de su piel a mi tacto, al manoseo respondi� con un cosquilleo y se mene�. Con toda serenidad me deslice hasta ponerme al nivel de sus caderas y me puse a contemplar con todo gusto sus abultadas curvas y a aspirar su suave aroma.
A la potranca le gustaba el tiro al blanco o mejor dicho tiro al negro al estilo perrito, a mi me ven�a muy bien de todo, especialmente de ella que era tan dispuesta que parec�a adecuarse a todas las pretensiones con inocencia y discreci�n, disimulaba todo, as� nadie se enteraba de nada o todos callaban lo que sab�an. Y yo sab�a lo de su t�a.
La pobre Peque aparec�a de repente llora que llora y la t�a que le daba de cuerazos por todo y por nada (la viejuca se inventaba de todo para castigarla), y con ese pretexto la empujaba hasta su cocina, una vez ah� dentro la arrullaba con mimos para que se calmara y entre arrullo y arrullo le sacaba el calz�n con una ma�a deseable y con una rapidez sorprendente, posteriormente le pasaba pomada de saliva con todo y leng�ita por las posaderas y por el sapito, a la vez lograba sentarla en su regazo, se desabotonaba la blusa y se bajaba los tapasenos de aumento para hacerle tetar a la Peque, mientras le iba diciendo -teta, teta hijita- y mientras le iba repitiendo aquello y otras cosas m�s la Peque tetaba a dos tetas, y las manos de la t�a se mov�an bajo su falda. Yo lo ve�a todo por la ventana de su cocina que daba al patio.
Al poco tiempo la Cori se trajo un pollito a su corrompido nidito de amor, nomas para molestarme porque le hab�a dicho que ya no me gustaba, pero el c�ndido amante se dio el sopet�n apenas se hubiera instalado en el lecho de amor, pues la Cori, diestra en la t�cnica de paladear el pajarito, acobard� al peregrino de buenas a primeras y lo espanto por completo cuando no escamoteo ni un poco en exponerle todo su pudor ya resquebrajado, el fulano de un salto sali� disparado por donde pudo. �Ay fulanito creyendo en diosas primorosas se fue a dar con la diosa de la lujuria y donde �l cre�a que iba a encontrar su mermelada por primera vez, otros ya hicieron su dulce y profundo enjambre.� Me acuerdo muy bien como fue al principio, jugaba con ella y sin pensarlo le toque el topito, ella fue rapidito a avisarle a su ruca lo que hab�a hecho mientras jug�bamos; luego todo pas� muy de prisa mientras nos divert�amos muy de noche en el patio.
Ahora la Cori me sale con otra, me sale con que quiere casarse con su prima, yo le digo que eso es imposible pero ella esta empecinada. Ella misma, su prima le dijo: � entre nosotras no nos dejan-, pero desde que los ruegos y la tenacidad, de la que antes fuera mi amante, han surtido efecto, las cosas han cambiado y desde entonces las dos viven juntas, se conducen viviendo pecaminosamente y se fueron a ocupar una casa grande y despoblada que parece m�s bien un canch�n.
La Cori comenz� a enamorarse de su prima desde que ella ven�a a vernos y no precisamente las caras. A su entrada la prima nos miraba y con gracia nos dec�a -no me tengan miedo no me los voy a comer, m�s bien son ustedes los que me van a comer- y as� diciendo iba sacando su pa�uelito y lo tend�a en el piso, en el cual luego de quitarse su buso azul y sus dem�s prendas �ntimas y dejando al descubierto sus carnes de la cintura para abajo posaba sus nalgas en el pa�uelito y abriendo las piernas de par en par nos invitaba a disfrutar de sus jugosas entrepiernas y de todo lo dem�s. Aunque sus jugos vaginales estaban reservados desde un principio, pues la prima ten�a predilecci�n para entregarle primero su topito precisamente a ella, la Cori y as� sucedi� todo lo dem�s.
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Relato: recuento anverso
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