Relato: Il Bambino (3: Leonardo)





Relato: Il Bambino (3: Leonardo)


IL BAMBINO (III): LEONARDO



EN CONMEMORACI�N DEL QUINTO CENTENARIO DEL DAVID DE MIGUEL
�NGEL



Tensi�n en el ambiente. Algunos ilustres ciudadanos que
entraban o sal�an de la Signoria se quedaban parados y observaban, sin �nimo de
ocultar su inter�s, a los dos hombres que acababan de entrar. Bueno, al hombre
arreglado con ricos ropajes y a su criado, un mozo atl�tico y sonriente. El
rostro del artista era inconfundible, y el aspecto de su compa�ero no dejaba
dudas sobre la identidad de los personajes. Algunos hac�an extra�as reverencias
y otros, pocos por fortuna, aplaud�an al paso apresurado de Miguel �ngel.


Ascendiendo la noble escalera Urbino se adelant�. El pintor
aprovech� para observar los andares de su pupilo. Hab�an cambiado mucho en estos
diez meses que hac�a que lo ten�a bajo su techo. Ya no parec�a un pastor o un
campesino. Hab�a aprendido pronto a comportarse con delicadeza y a fingir
se�or�a y caballerosidad; hipocres�a, al fin y al cabo: el peor pecado pero
tambi�n la mejor virtud para un ciudadano notable. Observ� c�mo la tela amable
de sus pantalones dibujaba una rendija deliciosa que evolucionaba a cada paso.
Gran parte de la carne de sus abultadas nalgas se balanceaba al andar, y la
ranura solemne insinuaba la entrada al encanto que s�lo �l, supon�a, conoc�a.


La Sala del Cinquecento era una estancia grande y vac�a. All�
se encontraba el Secretario, que con una mueca censur� la presencia del menor. A
su lado hab�a algunos criados y obreros, pero ninguno vest�a con t�nica, tal
como �l esperaba. A pesar del nerviosismo y de las ganas de presentarse en el
palacio a primera hora, Miguel �ngel se hab�a hecho esperar deliberadamente, un
gesto un tanto inmaduro que delataba inseguridad. Si Leonardo estaba al tanto de
que iban a compartir espacio para sus expansiones art�sticas, sin duda deb�a
esperar el encuentro, y el hombre, mucho m�s experimentado y versado en las
relaciones con los poderosos, dominar�a la escena si �l no sab�a demostrar
convicci�n. Respetaba profundamente a Leonardo, pero no quer�a parecer un novato
o un segund�n ante el genio. Por ello hab�an demorado planificadamente su
llegada: los m�s importantes siempre se hacen esperar. Y ahora se hallaba solo,
en el centro de la sala, escuchando sin ganas al Secretario mientras los criados
se alejaban en medio de un sinf�n de reverencias.


-As� que este es el muro �certific� ante la autoridad.


-No. Os equivoc�is �respondi� el funcionario-. �ste es el que
ha elegido vuestro... oponente.


-�Oponente? �Acaso cre�is que Leonardo y yo rivalizamos?


-Podr�a creerse. Aceptasteis muy r�pido el encargo.


El artista disimul� su enojo recorriendo con la vista los
otros muros de la sala. Se fij� en el que le correspond�a, peor orientado y, por
lo tanto, peor iluminado. Leonardo hab�a elegido bien. Ya le hab�a dado la
primera lecci�n.


-Venid a mi despacho y hablaremos de dinero, si lo dese�is.


-De acuerdo. Pero, �d�nde est� el maestro?


-Ah, da Vinci... Sali� a buscar unos cartones para comenzar
con los bocetos...


Antes de alejarse, Miguel �ngel le se�al� el muro a Urbino.
Con un gesto evidente, le indic� que se quedara frente a la pared y tomara
posesi�n de ese espacio. El chico sonri�, adopt� un adem�n militar y se
despidi�.


-No tardo �le anunci� en voz baja, cuando ya estaba lejos.


Urbino no hab�a visto una sala tan grande en su vida. Claro,
hab�a entrado en muchas iglesias y en la impresionante catedral de la ciudad. Su
amo le hab�a ense�ado la nobleza de sus piedras y no hab�a escondido una cierta
admiraci�n por Bruneleschi. Aprovechando sus influencias, hab�an ascendido a la
c�pula para estudiar su estructura. El muchacho hab�a quedado deslumbrado de lo
atrevido de su construcci�n, y el pintor, sin poder ocultar la envidia que
sent�a por los comentarios halagadores del chico, anunci� solemnemente:


-Un d�a, no muy lejano, yo tambi�n construir� una c�pula.


Urbino asinti�, sin atreverse a llevarle la contraria. Todo
el mundo lo consideraba un gran artista, pero hasta ahora no hab�a visto m�s que
bocetos y estudios en l�piz sobre papiros y pergaminos. Por la belleza de sus
dibujos quedaba claro que era un gran artista, pero... �cu�ndo lo ver�a
trabajar? El inmenso bloque que deb�a ser una imponente estatua estaba
abandonado en los talleres de la �pera del Duomo. El muchacho estaba impaciente
por ver aparecer, de entre la dureza del m�rmol, una bella figura masculina.
Dudaba que se le pareciera, pero ten�a la confianza de que al menos algunos
rasgos de su corpulencia conservara.


Una presencia lo distrajo de sus observaciones. Era una
figura rara, un hombrecillo de mediana estatura, vestido con t�nica color crema,
con una barba larga hasta la barriga y unos ojos curiosos, husmeantes. El pelo,
casi blanco, lo llevaba largo. Se pregunt� qu� har�a un mago o brujo como �l en
el palacio, y lleg� a la conclusi�n de que los nobles son exc�ntricos e
imprevistos. El curioso sujeto se acercaba hacia �l, pero se detuvo a unos diez
metros, cuando estaba en medio de la sala, y le dirigi� unas palabras.


-As� que te has quedado marcando el territorio de tu due�o...
Bien, eso es un ejemplo de lealtad.


Urbino no acert� qu� responder. De hecho, no hab�a entendido
muy bien el comentario. Sonri�, pero el hombrecillo ya miraba hacia otro lado y
solicitaba el apoyo de alguien a quien no ve�a.


-�Salai!


Finalmente apareci� el que parec�a ser Salai. Era un muchacho
bastante guapo, m�s alto que �l, bastante fuerte y vestido de paje. Llevaba un
sombrero que le pareci� rid�culo, unos calzones de terciopelo y unas medias
claras. Tendr�a unos diecis�is a�os. Resoplaba y se quejaba de lo inc�modo que
era transportar los cartones que llevaba. Cruzaron una mirada fugaz.


Leonardo indic� al muchacho d�nde deb�a dejar los cartones y
se sac� una cuerda de un bolsillo que no hab�a visto. "Magia", pens�. Luego
hombre y criado pasaron m�s de un cuarto de hora tomando las medidas del muro
con la cuerda, y haciendo subdivisiones en ella mediante una brizna de carb�n.
No se perdi� detalle de esos movimientos, as� que cuando Miguel �ngel regres� a
su lado se extra�� de no haberle visto llegar.


-F�jate, ese es Leonardo. Qu�date aqu�, voy a saludarlo.


Vio c�mo los dos hombres se saludaban sin tocarse ni hacerse
reverencias. Intuy� una sonrisa entre la poblada barba del mago, que fue
correspondida indefectiblemente por su amo. Ve�a a Miguel satisfecho, seguro de
si mismo, a gusto con el desconocido. Hab�an comenzado una conversaci�n cordial,
que denotaba una familiaridad espont�nea entre los dos. Pero se cruz� en medio
del campo visual una figura insinuante que se acercaba lentamente, algo
indolente.


-As� que t� eres David.


-No. Soy Urbino.


-Bueno, ser�s David, en un futuro muy pr�ximo.


-Y t� eres Salai.


-S�, Salai, el factotum de Leonardo. Oye, eres muy guapo.
Realmente el modelo adecuado para una gran estatua. Pero demasiado joven.


-�Para ser David? Te equivocas. La Biblia dice que ten�a mi
edad cuando mat� a Goliat.


-�Lo has le�do t� o te lo han contado?


-Lo he le�do.


-O sea que sabes leer.


-S�.


-Veamos, �qu� pone aqu�?


Le mostr� un brazalete no muy ancho, con una inscripci�n
extra�a. Record� la noche en que su amigo traduc�a un poema del griego.


-S� leer toscano, no griego. �T� sabes leerlo?


-S� lo que dice, pero te confieso que no s� leer griego. Eres
muy listo. La mayor�a de la gente piensa que es un c�digo extra�o inventado por
el maestro Leonardo Da Vinci. �Sabes? �l tambi�n fue modelo cuando era joven.
Pos� para Verrochio, su maestro, nada m�s y nada menos que� un David. Pero� nada
que ver contigo.


-Es brujo, �verdad?


-S�, claro, y despedaza las piedras con la mirada. Y yo, en
vez de un escudero, soy un sapo encantado.


-No me tomes el pelo.


-Bueno, a �l le gusta desconcertar a la gente. Que lo tomen
por loco, por brujo, por alquimista...


-�Alquimista?


-S�, esos que buscan la piedra que convierte en oro todo lo
que toca.


-�Eso existe?


-Si existiera seguro que comer�amos m�s a menudo. Es una
artista, como tu Miguel �ngel. Escultor, pintor, matem�tico, astr�logo,
inventor, cocinero... Un hombre completo, vaya.


-�Y qu� ha inventado?


-�Sabes lo que es una bicicleta?


-No. �Qu� es?


-Un extra�o artilugio que lleva dos ruedas, te lo colocas
entre las piernas y te transporta.


-Eso es brujer�a.


-No. Es tecnolog�a. S�lo le falta perfeccionar las ruedas,
que tienen que ser muy ligeras.


-No me creo nada de lo que me est�s contando.


-Un d�a te lo mostrar�. Tengo entendido que vamos a pasar una
larga temporada en Florencia. Por lo menos hasta terminar este mural...


-�Cu�nto tiempo ser� eso?


-�Por qu�?


-Porque temo que se retrase el David. Mi amo dice que lo ve,
que lo tiene claro, pero nunca empieza a esculpir.


-Vaya, otro igual.


-Dice que la escultura ya est� dentro, que s�lo hay que
vaciar todo lo que sobra. Pero nunca se decide a empezar, y yo tengo ya ganas de
poder verme... Oye, �por qu� has dicho "otro igual"?


-Porque mi amo tambi�n es muy lento. Se pasa mucho tiempo
proyectando, estudiando, calculando... y la obra nace poco a poco... hasta que
descubren que eres un sinverg�enza.


-�Un sinverg�enza? �Por qu� lo dices?


-Por nada. Bueno, s�, te lo cuento. Hemos pasado los �ltimos
tres a�os y pico en Mil�n, trabajando para el Duque. All� mi maestro recibi� el
encargo de pintar "La �ltima cena" un fresco para Santa Maria delle Grazzie.
Bueno, pues para pintar los personajes ocup� unas dos semanas. Pero la mesa...


-�Qu� le pasa a la mesa?


-Ya sabes, es la �ltima cena... El maestro dijo que no le
ven�a la inspiraci�n. Y consigui� del Duque toda la indulgencia necesaria para
pasar grandes ratos en la cocina del castillo. Las cocineras, encantadas.
Leonardo es muy simp�tico y siempre te r�es con �l. Cuenta ocurrencias y
aventuras... Pues bien, all� en las cocinas iba experimentando para encontrar la
composici�n perfecta para la mesa del cuadro. Cientos de pruebas, cientos de
comidas desechadas... algunos inventos...


-�Qu� inventos?


-�Sabes lo que son los tagliatelle?


-No.


-�Y la pasta?


-No.


-Tu amo tiene que estar m�s al d�a. Ya me pasar� por su
cocina. �Qui�n manda ah�?


-Pancracia, el ama de llaves.


-Pues visitar� a Pancracia y ver�s el cambio. Mira, la pasta
es una comida que Marco Polo trajo de la China.


-Perdona, no entiendo nada. �Qui�n es Marco Polo? �Y la
China?


-Da igual. Es una comida especial, como una masa que se
aplana hasta que queda como un pergamino.


-�Y se come?


-Est� sabrosa. Se puede envolver carne o se pueden hacer
capas. Pero a mi amo, que es vegetariano, se le ocurri� cortarla a tiras finitas
y... exquisito. Se puede hervir y sazonar con cebolla, pimiento, sardina... o
rallar queso.


-�Rallar queso?


-Otro invento de mi amo.


-Pues s� que es especial tu amo. �Se porta bien contigo?


-Muy bien. �Y el tuyo?


-Tambi�n.


-Claro que, con esas nalgas, no me extra�a que est� loco por
ti.


Mientras pronunciaba la frase, Salai alcanz� con mano firme
la nalga derecha de Urbino y la sospes�. Por causa de la elasticidad de la tela
pudo llegar a insinuar la presencia de un dedo en las inmediaciones del ano.
Urbino se sobrepuso r�pidamente a la sorpresa del tacto inesperado. Desde muy
peque�o hab�a notado las manos de los hombres palpando sus redondeces; algunos,
disimulando su incursi�n, otros, mir�ndole descaradamente a los ojos, como ahora
lo hac�a el chaval. Electrizado, el menor no atinaba a separarse. No lo deseaba.
S�lo se preocupaba por ver qu� hac�a su amado.


-No temas �dijo Salai-, a Miguel �ngel no le importar�.


Justo en ese momento los dos genios se acercaban hacia donde
ellos esperaban pacientemente. La mano que atesoraba el culo del chavalillo se
separ�, pero el brazo del mayor se pos� sobre sus anchas espaldas, reteni�ndole
cerca.


-Muchachos �explic� Leonardo- debemos ir a ver al Secretario.
No os mov�is de aqu�. Si quer�is aprovechar para yacer un rato, esa puerta da a
una sala de descanso.


-�Yacer a estas horas? �se extra�� Urbino.


-S�, claro �respondi� su due�o-. Una siesta, si es que est�is
cansados.


-Yo no estoy cansado �protest� el menor, deseando acompa�ar a
su amado.


El artista ni siquiera se volvi�. Se alej� al lado del hombre
que parec�a un brujo como si fuera su aprendiz. Se notaba una gran intimidad
entre los dos. Se re�an a menudo, y dec�an palabras en una lengua extra�a.


Urbino mir� a Salai y recibi� una sonrisa espl�ndida y
seductora. El brazo del criado estaba a�n sobre sus hombros, y empuj�
ligeramente el cuerpo del atleta para animarlo a avanzar.


-�Vamos?


-�A d�nde?


-No querr�s que nos quedemos aqu�, de pie, vigilando que no
nos roben las paredes...


-No, claro...


Una puerta enorme comunicaba con un peque�o sal�n amueblado
con dos divanes, mal colocados. M�s que una sala de reposo parec�a un almac�n,
puesto que en el suelo se hallaban algunos cuadros y libros. Urbino observ� con
extra�eza que todos ten�an un extremo quemado, como si alguien hubiera salvado
in extremis de la hoguera aquellas obras antiguas. Sin dejar de abrazarlo, Salai
explic�:


-Alguien lo salv� de Savonarola...


-�Qui�n?


-Nadie. Un malnacido. Un loco. Por fortuna, �l tambi�n
termin� en la hoguera. Y nadie intent� salvarlo.


-No entiendo nada.


-No te preocupes. Ya aprender�s. Ven, vamos a sentarnos.


Salai no ocultaba su excitaci�n. Respiraba nerviosamente con
exhalaciones breves. Pas� su mano sobre el hombro del muchacho y se pos� en el
cuello, donde inici� una suave caricia. Con la otra mano se introdujo en la
camisa de Urbino y recorr�a con suavidad los alrededores del ombligo.


-Tienes la piel muy suave. No me creo que t� fueras un
campesino.


-�Qui�n te ha dicho que yo era un campesino?


-No s�, circula por ah�...


-Yo soy hijo ileg�timo de un noble... del que s�lo me queda
el nombre.


-Seas lo que seas, eres puro terciopelo...


El rostro de Salai se acercaba peligrosamente a la boca de
peque�o. Sus labios ya se tocaban... maliciosamente, el mayor se separ� cuando
el chaval ya entreabr�a la boca. Le mir� a los ojos y capt� toda la sabidur�a de
siglos, acumulada en el entendimiento de los j�venes que aman a los hombres. Se
divert�a provoc�ndolo, pero Urbino cort� la provocaci�n, lanz�ndose hambriento a
la boca de su rival, conquistando espacios sin contemplaciones, buscando la
saciedad a�n siendo consciente de que no existe. En medio de sus piernas, un
bulto enorme anunciaba su disposici�n al intercambio de caricias. De reojo se
percat� el mayor, que dirigi� all� su mano, sin dejar de suspirar.


El pastor ten�a ya su sexo monumental al aire libre. Ahora
entend�a por qu� su amo quer�a que siempre usara pantalones el�sticos. Notaba
c�mo su coraz�n bombeaba sangre a borbotones para hinchar su aparato, que
se�alaba con autoridad y poder�o hacia el techo. Con la mano busc� el paquete
del otro, y no qued� decepcionado. Al tacto, el sujeto dispon�a de un armamento
de primera magnitud, m�s o menos como el suyo. Not� el grosor a trav�s de la
tela, y anhel� conocer su sabor, pero no sab�a c�mo hacer para despojar al
placer de las vestimentas impuestas. Despu�s de un breve forcejeo, Salai se alz�
y arroj� lejos medias y calzones. Urbino, que ten�a sus ropas en los tobillos,
lo imit�. Pens� por un momento que corr�an un gran riesgo estando en un espacio
p�blico, pero hac�a m�s de una hora que la sala se hab�a quedado vac�a, sus
respectivos maestros se hab�an marchado y se acercaba la hora de comer. Adem�s,
la estancia s�lo ten�a la puerta que comunicaba con la gran sala, y si alguien
se acercaba podr�an escuchar sus pasos multiplicados por el eco de un espacio
enorme pero vac�o.


As� que se abandonaron al placer de intercambiar
experiencias. A�n de pie a causa de la maniobra de desnudarse, los dos chicos se
besaron. La mano de Salai recuper� su plaza privilegiada en las nalgas del
pastor. Ahora nada imped�a que palpara con total deseo la humedad del hoyo del
peque�o. Pero sab�a esperar, y con un ligero gesto, apoy�ndose en la nuca,
oblig� a Urbino a acercarse a su sexo. Visto de cerca, el tronco era m�s grueso
que el suyo. Tendr�a el miembro de su rival unas 6 � 7 pulgadas. Era muy recto y
suave, algo que contrastaba con su dureza. En la boca la carne se antojaba
apetitosa y gustosa. Abr�a la garganta para contener tanta extensi�n como pod�a,
pero no se concentraba �nicamente en el tronco, puesto que los test�culos de
Salai, que a penas le llenaban la mano, eran muy dignos de merecer un masaje.
Not� la mano de su nuevo amigo acariciarle suavemente la testuz, algo que le
parec�a tan natural como una costumbre ancestral. Suspiraba el criado, y
exclamaba de vez en cuando:


-�Dios, que bien la comes!


Era cierto. El muchachito hab�a adquirido una habilidad
prodigiosa estos �ltimos meses de tanto agasajar el miembro rutilante de su amo.
El pintor enloquec�a cuando el muchacho se tragaba entera toda su polla,
regocij�ndose en clavar los labios alrededor de la ra�z y notando el aroma de
sus huevos. El rabo de Salai era algo distinto, pero sabroso al fin y al cabo y
sensible como el de su due�o. Se hab�a excitado con la nueva compa��a y de nada
le hubiera servido intentar disimularlo. Sab�a que estaba hecho para el placer,
y al placer, sin remordimientos, se entregaba. S�, se le apareci� la imagen de
su tutor como si presenciara la escena, pero en ese espejismo Miguel �ngel
sonre�a y le animaba a disfrutar de su cuerpo escultural sin tapujos, sin
l�mites, sin derechos de propiedad. Intuy� que el inter�s de sus amos por
recomendarles una siesta era algo sospechoso, as� que se entreg� al disfrute de
la variedad de sabores que la naturaleza le ofrec�a.


Salai se hab�a incorporado y devoraba su sexo con la misma
dedicaci�n que �l. Gloriosos escalofr�os recorr�an los j�venes cuerpos, en una
comunicaci�n que parec�a desarrollar procesos que se iniciaban en uno y se
transmit�an al otro. Ahora suspiraban los dos, y jadeaban excitados. Al ya
cl�sico placer de mamar y ver correspondida la mamada, se le sumaba el goce de
la novedad, del ensayo, del descubrimiento. Calcul� el modelo las horas que su
compa�ero habr�a pasado en brazos de su se�or, y sinti� como si envejeciera de
repente. Se vio con diecis�is o diecisiete a�os, m�s fuerte a�n, quiz� famoso
porque su retrato presid�a la catedral. Se vio abrazado a Miguel, inventando
siempre caricias nuevas para �l, llen�ndolo de placer y de inspiraci�n. Pens� en
�l y lo ech� de menos, pero los suspiros de su amante actual lo retornaron a la
realidad, y se convenci� de que ten�a que disfrutar el presente cuando los dedos
del adolescente entraron en su culo. Estaba a punto.


Salai inici� la penetraci�n de una forma un tanto salvaje,
olvidando la delicadeza que su juventud requer�a. No le doli�, m�s bien le
sorprendi� esa falta de refinamiento. Bajo las formas sofisticadas del criado de
un genio, bien pod�a esconderse un pasado labrador, u obrero, o menestral; una
rudeza propia de las clases populares. Record� los empujones brutales de su
hermano, o de los segadores temporeros que visitaban su aldea. Sus nalgas
siempre hab�an contado con adeptos fieles, amantes ocasionales, clavadores de
urgencia. Miguel �ngel era otra cosa, y de nuevo lo a�or�. Suavidad, respeto,
sutileza, exquisitez... Y otra vez lo olvid� cuando el balanceo le anunci� el
vaiv�n enriquecedor. Entraba bruscamente en su interior esa flecha lanzada con
br�o. Sal�a al instante, hostil y descort�s, dejando un vac�o desconcertante.
Ocupada con prontitud la vacante, el placer se iba concentrando a medida que el
proceso se repet�a, el goce se almacenaba llenando cavidades que
incuestionablemente tendr�an que desbordar. Con las piernas levantadas, sent�a
el empuje y el peso de su contrincante llen�ndolo de complacencia y alegr�a.
Sudaban. Los anchos muros del palacio resguardaban del calor estival que
inundaba la Toscana. En la estancia casi hac�a fr�o cuando entraron momentos
antes. Ahora el calor desbordaba previsiones, como un fuego que se siente muy
adentro y que calienta el entorno por radiaci�n.


Urbino hab�a conseguido no pensar en nada, s�lo sentir. La
lengua de Salai visitaba su garganta de vez en cuando, cuando el ritmo de la
respiraci�n pod�a espaciarse un poco. Su miembro, sin embargo, no hab�a cedido
ni un momento a la energ�a de la penetraci�n. Una dureza inmutable masajeaba su
recto y lo transportaba al ed�n. Se sent�a feliz, pero sab�a que no se iba a
rendir tan pronto. Esperaba con paciencia la explosi�n para renacer en el amor.
Y cuando not� que la fuerza del empuje anunciaba la descarga se abraz� como para
apropiarse de ese instante y liber� su esp�ritu como en una gloria m�stica.
Salai grit� y grit�, pero ninguno de los dos tem�a una incursi�n for�nea. Se
relajaron mientras se besaban, impregnados de un sudor que los soldaba. As�,
enlazados, rodaron por el div�n. En una lucha imaginaria, los dos disputaban la
supremac�a. Urbino hab�a estado ya mucho rato con la espalda contra el lecho.
Salai, sin embargo, se resist�a. En un descuido del rival, el m�s joven
consigui� su prop�sito, y el mayor cedi� un momento, justo el tiempo de
recuperar fuerzas. Se confi� cuando not� que el chaval reservaba sus mejores
caricias y besos para ese momento, ignorante de que iba a recibir una lecci�n.
Se entreg� a engullir la lengua del pastor y a dejar que ganara terreno,
devolvi�ndole luego la efusi�n del beso. Y cuando no lo esperaba, la boca que
devoraba desapareci�, apareciendo en un instante y sin espacio para la reacci�n
en su otra boca, ese culo bregado que el muchacho escond�a bajo unos calzones
anchos pero que Urbino hab�a sabido apreciar de una ojeada. El agujero era casi
tan tierno como el suyo, y se rend�a a los envites de la lengua. Suspiraba el
mayor de nuevo sin reparos. Manten�a los ojos cerrados y la boca semiabierta,
jadeante, soltando m�s aire del que engull�a. Se sent�a tremendamente feliz por
esa inesperada caricia, y manten�a su mente despojada de distracciones. As�,
cuando al cabo de un rato el criado de Miguel �ngel alz� la testa para
observarlo, lo hall� extasiado y dispuesto. Un morreo furtivo para confirmar la
continuaci�n de la brega y el glande enorme se situ� a la entrada. Hurg�
suavemente unos segundos, buscando la propia complacencia y el aumento del deseo
ajeno, y entr� s�lo un cent�metro, afianz�ndose en el espacio. Otro empujoncito
m�s, otro cent�metro. El ano del muchacho se abr�a hospitalario, pero no
mostraba avidez. Unos mil�metros m�s y ya hasta el fondo sin prisas pero sin
paradas. Una vez toda la carne en el asador, Urbino ensanch� el espacio mediante
unos movimientos circulares. Busc� los labios de su rival y los mordisque�
suavemente. Busc� su oreja e hizo lo mismo. Busc� su cuello, acarici� su pecho,
irgui� los pezones de su amante. Y cuando �ste, extasiado como si se encontrara
en presencia de dios gem�a de locura, comenz� el vaiv�n. Aunque mon�tona, la
banda sonora del encuentro son� fuerte y expresiva. Bombeo, latidos, gemidos y
lamentos. Besos que truncaban suspiros. Suspiros que cortaban gimoteos. Gimoteos
que amputaban besos que esperaban reemprenderse. Gozaron ambos como dos
expertos, entregados y radiantes de frescor y juventud. Se enlazaron como si
vivieran vidas paralelas, indiferentes al hecho de que se acababan de conocer.
Sin saber qui�n marcar�a el final o tan siquiera si el final existir�a, dejaron
que su br�o los llevara a poseerse hasta que la calidez del derrame inund�
estrechos cobijos, en un caso, lechos desorbitados, en el otro.


Felices, Leonardo y Miguel �ngel descargaron tambi�n contra
el suelo, sin apartarse de la claraboya que les hab�a permitido seguir el
proceso amatorio de los dos j�venes.


-�Cu�nto me gustar�a poder inmortalizar la perfecci�n de esos
dos j�venes derrochando belleza y pasi�n! �exclam� el hombre.


-No me dig�is que nunca hab�is dibujado escenas voluptuosas
�inquiri� el joven.


Leonardo se limit� a sonre�r. Sobraban las palabras, ya que
sus esp�ritus compart�an complicidades. Una hora antes hab�an acortado
distancias con tan s�lo una mirada.


-Lo siento �hab�a comenzado Leonardo-. Ten�a muchas ganas de
conocerte, pero tardabas demasiado, y he decidido aprovechar el tiempo...


-Ten�a algunos quehaceres urgentes... �minti� Miguel.


-Ya s� de qu� tipo de quehaceres se trata �ironiz� el otro,
mirando a Urbino.


-Os equivoc�is. Eran asuntos m�s bien administrativos...


-Querido Miguel �ngel, si te parece, podr�amos dejar la
hipocres�a y la palabrer�a est�pida para los pol�ticos y mercaderes. T� quer�as
hacer una entrada triunfal pero has llegado demasiado tarde. Conmigo no tienes
que fingir. T� y yo sabemos que somos especiales, que estamos por encima de una
sociedad ancorada en el pasado.


-Disculpadme, yo... �balbuce� el artista, tembloroso como un
ni�o pillado en falta.


-Nada que disculpar. Vamos a hablar de t� a t�. Yo s� que
eres un genio, no lo he dudado ni un momento. Desde tu etapa en casa de los
M�dicis he seguido tu trayectoria. Y t�, bueno, t� eres muy orgulloso y te
cuesta reconocer mi genialidad, pero eres demasiado inteligente para negarla. En
definitiva, me siento muy feliz de poder conocerte. Nos separan algunos a�os,
pero reconozco que no podr�a ense�arte casi nada. Mis experiencias s�lo me
sirven para m�. En cambio, siempre estoy dispuesto a aprender, y s� que t� me
puedes ense�ar mucho.


-Maestro...


-�Vas a ser sincero?


-Claro, yo...


-Pues entonces te dejo hablar. Ibas a decir que t� no tienes
nada que ense�arme... pero eso no es cierto, y t� lo sabes.


-Yo no me planteo ense�ar a nadie. Miro de contentarme a m�
mismo.


-Haces bien, pero no olvidas que te debes a la sociedad. Te
gusta que te agasajen.


-Claro.


-Ya lo superar�s. Lo que nunca superar�s es la conciencia de
que eres un ser superior. No en dignidad, que es igual para todos, sino en
ciencia, en cultura, en creatividad. �Sabes? Dentro de unos a�os tendr�s
problemas con el Papa. Lo he visto en los astros. El Papa, un mezquino entre los
mezquinos. Los ineptos se eligen entre ellos. Vas a hacer grandes obras en Roma,
Miguel �ngel. A pesar de la sordidez de la Iglesia. No te dejes avasallar nunca,
si quieres un consejo.


-No pienso dejarme avasallar nunca...


-Pero seguramente tendr�s que ser un poco m�s diplom�tico. S�
generoso con los d�biles y los in�tiles. Dentro de quinientos a�os la historia
nos recordar� con admiraci�n, mientras que nadie sabr� quien era el papa.
H�blame del chico.


-�Urbino? Es un encanto: atl�tico, sociable, generoso...
aunque algo mentiroso.


-�Eres feliz con �l?


-Claro. Ha sido una bendici�n encontrarlo. Da sentido a mi
vida.


-Y algo m�s. Te va a dar seguridad y confianza. La estatua
que vas a esculpir ser� una obra maestra. Un hito en la historia del arte. Un
cl�sico que superar� a los cl�sicos.


-Maestro, yo...


-Deja de llamarme maestro o yo har� lo mismo. Tu fuerza
creadora la llevas muy adentro. Necesitas elementos externos que la hagan
brotar, manifestarse, expandirse. Urbino es uno de esos elementos. No s�lo vas a
trasladar su belleza a la piedra. La vas a superar. �l es la excusa para
arrancarte ese arrebato creativo que todos deseamos, y que en ti es desbordante,
arrollador. Terrible. Tu Piet�...


-�La hab�is visto?


-No, no he estado en Roma, pero escuchando a quien se debe
escuchar he sabido que es demoledora, joven, amable, serena y noble. Exquisita.
No es una madre, es una esposa. La madre nos ha llevado en su interior. Perder a
un hijo es como perder un miembro propio. La madre es el desconsuelo, la
desesperaci�n. La esposa... ha vivido grandes momentos con el difunto, se
apacigua porque conoce el futuro, cree en la resurrecci�n, se sosiega porque
sabe que el mejor regalo de su vida ha sido conocer a su amante, haber vivido
experiencias extraordinarias junto a �l...


-Pero yo no pensaba en eso, cuando la esculp�.


-Quiz� no eras consciente. Pi�nsalo. Es importante que tomes
conciencia de ello, porque en el futuro te har� falta. �En qu� piensas?


-En que supuestamente somos rivales, y estamos hablando con
naturalidad y sinceridad...


-Dejemos las rivalidades para los est�pidos que lo necesitan
para sentirse importantes. T� y yo estamos por encima de eso. �Qu� miras?


-Te observaba. La tradici�n dice... que de joven eras muy
bello. Miraba qu� se puede encontrar a�n de esa belleza adolescente que
enloqueci� a tantos.


-Ya nada. S�, es verdad. Era muy bello, de joven. Y me
aprovech�. La belleza abre muchas puertas. Pero si la belleza est� sola... si no
est� el talento...


-Eso le sucede a Urbino. No s�lo es bello, es inteligente y
despierto. Generoso y amable... ...Perdona.


-No te preocupes. S�, reconozco que me gusta hablar de m�
ahora que ya no tengo las cualidades que me distingu�an. T� y yo hemos
compartido algunas camas.


-Es cierto. Pero nunca me he sentido prostituido. Acostarme
con Lorenzo, por ejemplo, para m� era algo natural. Me apetec�a tanto como
observar arte antiguo junto a �l. Era envolvente, carism�tico.


-S�. Por eso debiste huir con su familia. Eras parte de un
entramado que estuvo a punto de desaparecer.


-�De qu� entramado habl�is?


-Nuestra sensibilidad nos empuja a amar a los muchachos, como
los antiguos. S� que lo tienes asumido, no hay m�s que verte junto al chico.
Pero la Iglesia es un poder intransigente, que atenta contra las libertades del
individuo, que quiere reservar el goce s�lo para unos privilegiados, que niega
el derecho al placer...


-�Os refer�s al nuevo orden de la Rep�blica?


-Me refiero a Savonarola, claro. Suerte del valenciano ese,
otro corrupto al fin y al cabo, que lo llev� a la hoguera.


-Estoy confuso. No s� exactamente c�mo sucedi� todo� Yo
estaba en Bologna...


-�Sabes c�mo llaman en Mil�n a la sodom�a? Pecado veneciano.
Por lo visto all� hay muchos hombres que lo practican.


Miguel �ngel sonri� pero no a�adi� nada.


-�Y sabes c�mo llaman al pecado veneciano en Venecia?
�continu� Leonardo-. Pues, pecado florentino. O sea que en todas partes cuecen
habas.


-Bueno, es evidente que entre las relaciones sociales de
nuestra ciudad hay una cierta tendencia a compartir placeres entre los hombres�


-Exactamente. Lo practican casi todos los ciudadanos. Ello no
impide que de vez en cuando te puedas llevar alg�n susto. Yo mismo, cuando ten�a
tu edad, viv� un a experiencia desagradable. Fui denunciado y�


-�fuisteis liberado por falta de testigos. Pero eso era en
tiempos de los M�dicis.


-Savonarola muri�, pero hay guardianes de su esp�ritu
fundamentalista. No fue �l solo quien destruy� obras de arte y quem� libros. Y
los artistas� Botticelli cambi� su estilo mitol�gico, y otros tambi�n se
rindieron ante el terrorismo cultural que practic� el monje. No olvidemos que
muchos de los miembros de sus escuadrones de acci�n moralizadora est�n a�n entre
nosotros.


-�El secretario?


-Y el presidente.


-Sin embargo, tengo entendido que hubo una peque�a rebeli�n
contra las leyes totalitarias de Savonarola.


-�Una peque�a rebeli�n? Fue una aut�ntica revoluci�n contra
la Dictadura de Dios. Florencia se hab�a tornado irrespirable. Aquella ciudad
culta y refinada se hab�a transformado en una aldea vulgar y pueblerina, donde
la represi�n, la delaci�n y las envidias reinaban. Las tabernas cerraban pronto,
los j�venes eran controlados y aleccionados en el fanatismo religioso para
denunciar a aquellos que eran sospechosos del terrible pecado� hasta que en
1497, de forma espont�nea, grupos de hombres, j�venes la mayor�a, desafiaron
esas leyes terribles y reclamaron su derecho a una sexualidad libre. Muchos
salieron a la calle abrazados a su pareja masculina, y antiguos partidarios de
los M�dicis tomaron el palacio y obligaron al Primer Magistrado a renunciar. El
Papa aprovech� la rebeli�n para iniciar un proceso contra el monje, que culmin�
con su ejecuci�n en 1498. Y desde entonces, el clima es m�s benigno. Piero
Soderino tom� el gobierno y mi amigo Machiavello, desde la sombra� Bueno, t� ya
lo sabes, puesto que has regresado de tu exilio�


-S�, pero no estaremos tranquilos hasta que un nuevo M�dicis
reine en la ciudad.


-No todos los M�dicis son como Lorenzo. �Ah, si �l no hubiera
muerto, quiz�!


El coloquio continu� entre los dos genios para afianzar su
amistad naciente. Hablaron de pintura, de escultura, de ingenier�a, de
arquitectura� y de muchachos. Leonardo cont� a su amigo c�mo hab�a recogido al
peque�o delincuente que ahora era su criado, m�s que su disc�pulo, cuando
contaba s�lo 10 a�os, despertando el inter�s del pintor por el apuesto joven.
Despu�s Miguel se colm� la boca de alabanzas hacia su amado, que unos cuantos
metros por debajo se dejaba acariciar el pelo por su nuevo amigo.


A la ma�ana siguiente, Urbino estaba un poco nervioso. Miguel
lo not� y lo atribuy�, acertadamente, a dudas que atribulaban al peque�o despu�s
de haber conocido al hombre m�s influyente del Renacimiento, sin olvidar a su
criado. Finalmente se atrevi� a preguntar:


-Maestro, �d�nde puedo hallar las esculturas de Verrochio?


-�Verrochio? �Te interesa ese viejo? Algunas en plena calle,
otras en casa Barghello� �Qu� te interesa en concreto?


Urbino tard� en responder. No quer�a bajo ning�n concepto
ofender la sensibilidad de su due�o, pero de pronto record� la conversaci�n de
hac�a un par de noches. Miguel �ngel le hab�a insistido en que deb�a sentirse
libre.


-Su David.


El pintor sonri� y no pudo contener un gesto de cari�o hacia
el chaval. Se acerc� a su mirada expectante, se desvi�, le bes� el cuello y le
acarici� la nuca, bajo su pelo enmara�ado. Le gustaba su olor. Era un olor seco,
viril, muy agradable. Los h�bitos higi�nicos se hab�an consolidado al fin en la
conducta del muchacho. Se ba�aba a menudo, procurando secarse completamente
desnudo cerca de las habitaciones de su amo. En esos momentos adoptaba a menudo
la posici�n que el genio le hab�a ense�ado para posar: cabeza ladeada, cuerpo
apoyado en una pierna, mirada lejana� y una honda imaginaria en la mano
izquierda. El maestro se re�a de su insistencia, y le respond�a con un ambiguo
"pronto, pronto".


-En casa Barghello.


-�Puedo ir?


-Naturalmente. Di que vas de mi parte.


El chico bes� al maestro en la boca y se apresur� a salir.
Pero una llamada de su amado lo detuvo.


-Espera. �Podr�as encargarte de llevar esta carta a Leonardo?


-Claro.


Indic� al chico d�nde encontrar�a al genio y lo despidi� de
nuevo con un beso. Luego se sent� a dejar correr la imaginaci�n.


Urbino tuvo que llamar repetidas veces a la gruesa puerta de
madera de la entrada de casa de Leonardo. Finalmente se abri�, y apareci�,
sonriente, la figura llamativa del hombrecillo con la t�nica.


-Ah, eres t�� No esperaba verte tan pronto. Siento haberte
hecho esperar. Cre� que Salai estaba en la casa. Ahora que recuerdo, lo mand� a
un encargo. Bien, �qu� se te ofrece?


-Mi amo me manda traeros esta misiva.


-Ah, que gentil. �Y qu� mensajero tan apuesto! Entra, las
gruesas paredes de esta vieja casa resguardan del calor veraniego.


Leonardo dej� la carta a un lado y comenz� a observar
resueltamente al muchacho.


-De verdad que eres muy bello.


-Eso dicen.


-Hasta Salai qued� impresionado por tu belleza.


-�Salai? �pregunt�, temiendo que el chaval hubiera explicado
a su amo sus juegos amorosos.


-S�. Es raro que no hay�is coincidido en la calle. No hace
mucho que lo mand� Iba hacia tu calle�


-Es que vine dando un rodeo.


-Puedes ponerte c�modo si lo deseas. Quiero decir que puedes
despojarte de tu ropa si te apetece. La verdad es que este verano est�
resultando tan caluroso que hasta en el interior de las viejas mansiones
toscanas llega su ardor. Yo, con tu permiso, voy a quitarme esta t�nica�


El cuerpo de Leonardo apareci�, blanquecino y reseco aunque
elegante, cubierto s�lo por una especie de taparrabos a base de lienzos de
algod�n.


-As� est� mucho mejor.


Y se qued� pasmado mirando descaradamente a Urbino. �ste,
despu�s de unos segundos de titubeo, se quit� la camisa.


-Realmente eres muy fuerte. Parece incre�ble en un chico de
tu edad.


Se acerc� y roz� suavemente con el reverso de la mano los
pectorales del chaval, que se estremeci� y respir� hondo.


-Veamos, levanta el brazo. Mmmmm, �que axila m�s bella!
F�jate c�mo se eleva el m�sculo pectoral al alzar el brazo. Dime, �te gust�
Salai?


-No s� es un chico bastante culto. Me habl� de cosas que no
pude entender.


-Vaya, te quiso deslumbrar. �Te parece guapo?


-S�, �por qu� no?


-S�, es bastante guapo, pero su belleza no tiene la fuerza de
la tuya. T� emanas vigor, fiereza y contenci�n al mismo tiempo. Eres arte
viviente.


-Sin embargo, su cabello�


-S�, esas dulces ondulaciones� quiz� en eso te supere.


Leonardo se alej� un poco estudiando la pulcra anatom�a del
muchacho. Tom� un pedazo de papel y se puso a dibujar.


-Maestro �interrumpi� el joven-, �un modelo no pertenece a un
solo artista?


-Ah, s�, perdona. Me he descontrolado. Toma, �Lo quieres?


Y le entreg� el tosco papiro donde se ve�a recortada su
atl�tica figura. Urbino lo recogi� y quiso guardarlo, pero no llevaba camisa,
as� que lo dej� a un lado y mir� al artista.


-�Quieres que lo termine?


-�C�mo?


-Es s�lo una silueta. Trae, voy a completarlo. La fortaleza
de los m�sculos de las piernas se transparenta, pero� �qu�tate los pantalones!


-Es que�


-Vamos, yo ya estoy casi desnudo. �No tendr�s miedo de un
viejo!


El chaval se despoj� de sus calzones. Debajo no llevaba nada.
Mir� al artista esperando su aprobaci�n.


-Delicioso, eres perfecto. �Qu� bellos test�culos! Y ese
miembro� �exquisito! Luego vas a tener que dejarme que lo pruebe. De momento,
quiero dibujarlo.


Pero perfilar el sexo de David no era tarea f�cil, porque
estaba en plena transformaci�n. Como si se tratara de un proceso absolutamente
natural, Leonardo esper� a que se hallara en su plenitud, se acerc�, se agach�,
propici� un par de lamidas al glande vigoroso que presid�a la erecci�n y volvi�
a alejarse para encontrar perspectiva.


-�Magn�fico!


Entreg� el dibujo al modelo, que lo contempl� con verdadero
deleite. Se le parec�a mucho, aunque era s�lo un boceto. Su polla estaba bien
contorneada y le llegaba hasta el ombligo. Sus hombros aparec�an enormemente
anchos, tan anchos que crey� que estaban exagerados. El artista se hab�a
acercado y respiraba los efluvios de sus huevos, sospes�ndolos con una mano.
Lami� de nuevo su glande, y acto seguido se trag� la mayor parte del aparato.


-Maestro, me encantar�a un dibujo visto de espaldas. Dicen
que mis nalgas son irresistibles, pero como comprender�is, es imposible que yo
las vea en toda su plenitud�


-Luego, hermosa criatura, luego�


Por lo visto la menci�n de sus grupas hab�a despertado un
anhelo excitante. Ahora sent�a la lengua del hombre rebuscar a ciegas su
agujero. Se incorpor� un poco y abri� sus piernas.


-�Oh, Dios, qu� belleza! �Qu� columnas d�ricas! �Qu�
capiteles prodigiosos! Desde tu culo la espalda se ensancha hasta dibujar el
horizonte del para�so.


Urbino se sent�a halagado por los comentarios, pero deseaba
que el hombre callara y se dedicara plenamente a chupar su hoyo. Lo hizo al cabo
de poco rato, despu�s de arrastrarlo hacia un div�n donde lo ayud� a tenderse
boca abajo con las extremidades separadas. Observ� un momento el altar que iba a
adorar y se sumergi� en el escenario del placer. Era una lengua experta la que
recorr�a su anillo y realizaba irrupciones de vez en cuando, cuidando de
sorprender. El muchacho estaba en la gloria, entregado plenamente a recibir
jugosas alabanzas. Pero una humedad sorprendente, revestida de dureza, le
provoc� un espasmo. Ante su entrada se hab�a presentado un invasor, un
asaltante, un conquistador, duro como el acero y grande como un pu�o, y llamaba
a la puerta. Se dio la vuelta de un salto, sin forcejeos, atrapando al salteador
en plena carrerilla para la embestida final. Sus ojos no daban cr�dito. Leonardo
pose�a un miembro colosal, de m�s de veinte cent�metros de largo, pero de un
grosor excepcional. No era de extra�ar que le hubiera parecido un pu�o. Su
di�metro deb�a ser como de cinco pulgadas o m�s. Juguet�n, Urbino decidi�
explorar ese portento antes de darle cabida, si ello era posible. Se acerc� y
lami� suavemente, y la polla se enardeci�. Sigui� la ruta a trav�s del tronco, y
el hombre arroj� un suspiro exagerado. Intent� contener el capullazo en la boca,
pero no pudo. Le dol�an los labios de tanto abrirlos, as� que desisti� y se
content� con albergar solamente la punta, r�gida y sabrosa. Mientras tanto, los
h�biles dedos del genio hab�an atravesado su vest�bulo y buscaban en las paredes
del recto una salida del laberinto.


-Vamos. No lo retrases m�s.


-�Es que es enorme! Quisiera comerme algo tan excepcional.


-Otro d�a. Ahora debes sentirla dentro.


El chico obedeci�, se abri� tanto cuanto pudo y dese�
dilatarse para no sufrir. El monstruo arremet�a contra el anillo que guardaba su
delicia. �l ayudo con las manos, separando las nalgas. Notaba una humedad
exagerada y viscosa. "Se habr� ungido con alg�n b�lsamo", pens�. Pero toda su
fuerza se concentraba en abrirse de par en par, para poder gozar de un invasor
tan cualificado. Not� como un desgarro y sinti� que era empalado, pero no quiso
quejarse y resisti�. El dolor era alucinante, pero la cabeza majestuosa avanzaba
dentro de sus entra�as, y el dolor se iba calmando. Dese� trocarlo por goce,
pero el momento no hab�a llegado a�n. Esper� un minuto a que el extra�o se
aclimatara al aposento e indic� a su asaltante que todo iba bien, que pod�a
seguir, con un movimiento de pelvis. Leonardo balance� su enorme cosa dentro del
chaval y comenz� el bombeo. Urbino se sent�a lleno, completo, colmado. El
miembro que cobijaba se acercaba y se alejaba, se adentraba y hu�a, pero a �l le
quedaba una sensaci�n angustiosamente placentera, ardorosamente penosa. Se
sent�a turbado. No sab�a si gozaba o se mor�a, si se deleitaba o era torturado.
Pero algo estaba muy claro: deb�a continuar. La voz del genio lo certific�.


-Oh, criatura amabil�sima, nada m�s lejos de mi �nimo hacerte
sufrir. T� ya sabes c�mo funcionan estas cosas, lo que ahora es un penetrante
dolor se convertir� pronto en un intenso placer. Pronto gozar�s, y entonces yo
ser� due�o de la belleza m�s excepcional que he visto en mi vida, y t� de una
satisfacci�n irrepetible.


Acompa�aba estas palabras con unas sabias caricias en los
hombros y el cuello, que infund�an en nuestro h�roe confianza y serenidad. Ya se
iba alejando el dolor, y una luz poderosa y brillante ven�a a iluminar un camino
que hasta entonces s�lo se hab�a insinuado. El ritmo de la penetraci�n era �gil,
y su predisposici�n total. Le pareci� haberse dilatado tanto que podr�a dar
cabida a otro monstruo como ese. Pero s�lo era una sensaci�n, ya que su recto se
abrazaba a esa lanza como expresi�n del instinto de propiedad. El tiempo
desapareci� y s�lo qued� un espacio, un territorio, el del roce entre los dos
cuerpos. Unos gemidos ilustraban la secuencia, sin pauta, desordenados,
aleatorios. Las respiraciones se aceleraban, las exhalaciones hac�an sonar
quejidos sobrenaturales. Entraron en una especie de tr�nsito desconocido,
inexplorado, acogedor. Se abandonaron al m�s puro placer del roce de pieles, y
el goce tuvo su fruto sonoro y prolongado, sus humedades viscosas esparcidas por
el ambiente.



El muchacho se hab�a quedado pensativo. Notaba a�n la
presencia del artista dentro de si, escuchaba su jadeo junto a su o�do,
apreciaba sus caricias suaves y amables. Quer�a hablar, pero tem�a ser vulgar o
prosaico. Quer�a agradecer el inmenso placer que hab�a recibido, pero no atinaba
a pronunciar las palabras adecuadas. Finalmente fue el hombre quien habl�.


-T� no eres de este mundo, David. T� desprendes un fulgor que
iluminar� a generaciones y generaciones. Los j�venes del futuro, pongamos dentro
de quinientos a�os, se masturbar�n ante tus nalgas perfectas, lamentando no
haber nacido siglos antes para conocerte. Nunca podr� agradecerte
suficientemente que me hayas dejado probar tus delicias. Desde hoy mismo soy tu
servidor, tu esclavo.


-Maestro, soy yo quien debe agradeceros estos momentos de
pasi�n. Jam�s hab�a sentido nada igual, y si no fuera porque le debo lealtad
absoluta a mi due�o os juro que os suplicar�a que se repitiera a menudo.


-Oh, no, no van as� las cosas, mi peque�o. Lo que ha habido
hoy entre nosotros ha sido excepcional porque ha sido �nico. Cuando las cosas se
repiten siempre decepcionan, y es que la memoria tiende a jugarnos malas
pasadas, permitiendo que sobrevaloremos las sensaciones que se circunscriben a
unos momentos concretos. Ha sido genial, pero las genialidades van escasas.


Se quedaron lago rato abrazados, dolidos de haber de
separarse. Se sucedieron caricias y alabanzas, abrazos tiernos y cadenciosos. La
conversaci�n fluy� espont�nea y natural, tal como viene sucediendo entre j�venes
y adultos desde el origen de los tiempos.


-Por cierto, maestro, de joven�


-En eso no he cambiado. Era tan ardoroso como ahora.


-No, quiero decir que estabais un poco escu�lido, pero
atl�tico al fin y al cabo. Y vuestro rostro� denota equilibrio y sensualidad.
Erais muy bello.


-Vaya, has visto la escultura de mi maestro. Gran hombre,
Verrochio. Ten�a la cualidad m�s grande y m�s dif�cil en un maestro: reconocer
la grandeza del alumno. Pronto se dio cuenta de que yo aprend�a m�s de la
naturaleza que de sus consejos. La ma�ana siguiente de pintar el �ngel del
Bautismo de Cristo me ech� de su taller. Por todo ello siempre lo he respetado.
Debes ver la estatua ecuestre que tiene en Venecia. Es impresionante.


-�Y el David?


-Se parece al de Donatello, poca fuerza, escaso vigor, casi
sin vida. Demasiado previsible. Tu David ser� distinto.


-�Conoc�a vuestro maestro vuestras "aptitudes"?


-Demasiado bien que las conoc�a. �Por qu� crees que llevo esa
falda rid�cula? No se atrevi� a esculpir un sexo como el m�o. La Inquisici�n lo
hubiera juzgado por actos contra la moral, ja, ja, ja.


-Maestro, �vos cre�is que el miembro del hombre tambi�n
participa de la belleza?


-Una buena polla siempre es bella. Sobretodo en estado de
exaltaci�n. Yo he rendido culto toda mi vida a ese aspecto de la personalidad
viril.


Urbino se hab�a incorporado y su sexo se encontraba frente al
rostro del artista. Despu�s de haber cedido un poco, se volv�a a levantar.


-F�jate �explic� Leonardo-, el glande redondeado, levemente
puntiagudo, el tronco grueso y recto, o casi recto, los huevos separados y
grandes� Si no estuviera a punto de regresar Salai, te mostrar�a mi completa
rendici�n ante la belleza inequ�voca de una polla. Pero debes irte. Espera,
antes ponte de espaldas. Completar� tu dibujo.


El joven se visti� con lentitud sus breves ropajes y abandon�
con cierta tristeza la casa del pintor. Se pregunt� sobre la carta que hab�a
llevado, puesto que Leonardo no la hab�a abierto delante de �l, ni hab�a
mostrado urgencia para conocer su contenido.


Cuando lleg� a la casa de Miguel �ngel se cruz� de repente
con Salai. Se dieron un abrazo y el mayor le bes� acaloradamente los labios. Por
el olor que desprend�a sospech� que, como �l mismo, hab�a sido v�ctima de un
ardid.


-�A ver c�mo andas? �se burl� el milan�s.


-�T� tambi�n viniste a traer una carta? �desvi� Urbino.


-Una carta no, un sobre. Un sobre vac�o.


Se despidieron afablemente. Sin renunciar en absoluto a la
felicidad que aquella ma�ana hab�a experimentado, cuando sinti� el abrazo amable
de Miguel �ngel y su cari�o envolvente Urbino not� que una humedad incontenible
ven�a a sus ojos. Fundidos ambos en un beso entregado, el peque�o no se preocup�
por encubrir su llanto.


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Relato: Il Bambino (3: Leonardo)
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