Hacia años que nuestra querida
amiga Pepi había abandonado su vieja casa de madera para buscar
a su padre, que se dedicaba al noble oficio de la Piratería en el
Caribe. Nuestra amiga Pepi, después de encontrar al barbudo de su
padre, y estar unos años con él, decidió volver a
visitar a sus amiguitos. Ese par de mozuelos que compartieron sus correrías.
Lo cierto es que esos cinco años
habían cambiado bastante a Pepi. Pepi se había convertido
en una preciosa chica de dieciocho años, pelirroja. Había
ganado algunos kilos, que distribuía muy bien por todo su cuerpo,
había crecido bastante y había desanchado sus caderas. Estaba,
eso sí, más morena y pecosa, pero resultaban sus pecas hasta
hermosas en aquella cara redondeada por la buena vida en el Caribe. Seguía
siendo pelirroja, y conservando sus dos coletas, aunque ahora le caían
sumisas a ambos lados de los hombros. La verdad es que Pepi no esperaba
ser reconocida por sus dos amigos cuando llegó a su casa de madera,
montada en su precioso caballo de raza kanpdrups y su monito sobre su hombro.
Conservaba aún su precioso vestidito, pero ya le quedaba bastante
pequeño, de manera que sólo le cubría, cuando estaba
de pié, la mitad del muslo, mientras sentada, podían vérsele
sus famosas calzas largas que le habían quedado ya pequeñas.
De sus calzas asomaban unas espléndidas y bronceadas piernas que
habían llegado a rajar la costura de sus calzas.
Era aún de madrugada y por
eso, procedió a dormir un rato y descansar de su largo viaje. Se
tendió sobre la cama y se cubrió con la colcha que encontró
amontonada sobre la silla. No se despertó hasta el mediodía,
como consecuencia de los lametones que su monito le daba en la nariz. Se
sintió con hambre, pero sentía calor, así que se bajó
los tirantes del traje para deshacerse de la camiseta. Estaba orgullosa
de sus tetas que le asomaban ambos lados de la delantera.
Tenía Pepi unos senos pequeños
pero muy redondos. Sus pezones eran de color suave y grandes. Se untó
unas tostadas de pan con mantequilla y mermelada. Al probar el primer bocado,
un poco de mermelada le cachó en el pecho. Su monito, el señor
A., fue rápidamente a lamer la mermelada de su cuerpo. Se movía
nervioso y era muy gracioso.
Al menos así pensaba Pepi,
ya que se untó un poco de mermelada en el pezón. La lengua
áspera y nerviosa del señor A. le hacía cosquillas,
y Pepi se reía. Abriendo su boca, de largos y gruesos labios, en
los que eran inconfundibles sus dos grandes paletos en la dentadura.
Pepi se bajó las calzas,
o bragas o pantaletas, como se le quiera llamar, y un precioso estropajo
de color rojo hizo acto de presencia entre sus ingles. Metió el
dedo en el bote de mermelada y depositó con suavidad un poquito
de ella debajo de su masa de pelos rojiza. El monito no tardó en
darse cuenta del nuevo manjar y comenzó a lamer de la misma forma
la rajita de Pepi. Pepi, que estaba sentada en la silla, abrió sus
piernas para que el señor A. llegara con suma facilidad al más
escondido rincón donde hubiera mermelada.
Pepi comenzó a sentir la
excitación, y como tenía otros planes, le dio un manotazo
al mono que salió disparado un metro. El señor A. la miró
y comenzó a emitir unos chillidos que no podían ser otra
cosa mas que una recriminación.
Pepi puso agua en el enorme barreño
en que se bañaba. Ya no era tan enorme y apenas le cubría
hasta el ombligo, cuando después de desnudarse se metió en
él, siempre dejando las piernas fueras del barreño. Pepi
cantaba mientras se enjabonaba "Soy Pepi Lanstrom..."
Sonó el timbre de la puerta
de la calle. Pepi salió del baño mal-liándose una
pequeña toalla alrededor del cuerpo. Abrió de sopetón.
Ante él estaba un chico de diecinueve años, alto, rubio,
guapo, fuerte. Pudo reconocer en aquel muchacho a su amigo, el joven Laars
¿Qué no se llamaba Laars? Bueno, Pepi no se acordaba en ese
momento como se llamaba, pero se puso tan contenta al verle que se abrazó
a él, dejando caer la toalla al suelo.
Laars se vio abrazada por una chica
desconocida que terminó identificando como Pepi Calzas Largas. Pepi
estaba acostumbrada a hacer nudismo en las playas salvajes del Caribe,
pero Laars, a pesar de ser escandinavo, no. Aquel chico que se dejaba manejar
tan fácilmente antaño, ahora le sacaba la cabeza a Pepi.
Pepi tomó de la mano a Laars
y le invitó a entrar. Laars estaba sorprendido de aquel torbellino
que le desnudaba rápidamente y le invitaba a compartir el barreño
en la que Pepi tomaba su curioso baño. Antes de que se diera cuenta,
Laars estaba metido, desnudo en el barreño. Pepi se empeñó
en meterse con él.
Estaban los dos juntos, el uno enfrente
del otro. Como Pepi se había metido después que Laars, sus
piernas estaban sobre las de el chico, y su sexo quedaba justo encima del
de Laars. Pipi, fruto de la alegría de ver a su amigo no dejaba
de abrazarse a él, que ensimismado observaba y sentía la
fricción de sus senos contra su fuerte pecho.
Pronto, el sexo de Laars asomó
su cabeza encima del agua como si se tratara de una tortuga que estira
su cuello para otear el horizonte. A Pepi aquello le hizo mucha gracia,
y como era gran amante de las tortugas, comenzó a acariciar la cabeza
y el cuello del pene de Laars. La tortuguita parecía agradecer las
caricias de Pepi estirándose más aún, hasta que Laars
se levantó de sopetón visiblemente enfadado.
Pepi Calzas Largas no podía
consentir que aquel reencuentro con su amigo acabara en un enfado, así
que se incorporó y se puso en cuclillas para agarrar, metida en
el barreño, el pene excitado de Laars y metérselo en la boca.
Laars no pudo rechazar las caricias
que su vieja amiga le dispensaba y se quedó allí, de pié,
mientras acariciaba la pelirroja cabellera trenzada de Pepi, que se estaba
descubriendo como una experta en estos trances. Su lengua lamía
las zonas más sensibles del prepucio de Laars, mientras se afanaba
en engullir la mayor parte de su pene, moviendo su cabeza rápido
pero rítmicamente.
Laars quiso apartar la boca de Pepi
cuando se sintió eyacular, pero Pepi insistió en no apartarse
y recibir el semen de su amigo como un segundo desayuno, tras lo cual,
los dos jóvenes volvieron a meterse en el barreño como lo
estaban en un principio, y comenzaron a jugar con el agua, echándosela
mutuamente y vertiéndola sobre las respectivas cabezas del compañero.
Laars contó a su hermana
Aida ¿Cómo? ¿Qué la chica no se llamaba Aida?
Bueno, el caso es que Pepi no se acordaba de cómo se llamaba. Como
digo, Laars contó a Aida que Pepi había llegado a su casa.
Aida se emocionó mucho de saber de su regreso y no tardó
en ir a visitarla, mientras Laars se iba a la universidad, ya con un considerado
retraso.
Al entrar Aida a la casa de Pepi,
se encontró la puerta abierta. Aida llamó oralmente a Pepi
y se introdujo en la casa. Por fin divisaba a Pepi en la cocina. Pepi estaba
totalmente desnuda, y sólo estaba tapada por un corto delantal.
Pasa. Aida. Te estaba esperando.-
Aida se había convertido
en una mozuela de dieciocho años. Su cuerpo se había desarrollado
a la vez que el de Pepi. Sus pantalones vaqueros ajustados dejaban ver
unas caderas anchas y un trasero grande pero muy bonito y bien hecho. Llevaba
un suéter amarillo en el que podía adivinar unos pechos grandes.
Aida tenía el pelo castaño oscuro y los ojos de un azul intenso.
Sus dientes eran de un blanco marfil y su naricita era achatada. Tenía
una cara muy simpática.
-Ven, Aida. Vamos a preparar un
pastel para hacer una fiesta-
Pepi besó a Aida en la mejilla.
Así era Pepi, a Laars se lo había comido a abrazos y a Aida
apenas le daba un beso. Los ingredientes del pastel estaban preparados
sobre la desordenada mesa. Harina, leche, huevos, miel, levadura, azúcar
molida...
Pepi le daba órdenes a Aida
que obedecía con diligencia. Que si tráeme la harina, que
si echa en la cazuela un litro de leche. Pepi se iba alborotando por momentos.
Aida pudo apreciar en sus paseos por la cocina la desnudez total de Pepi
bajo el delantal. Incluso, al mirarle el trasero, podía observar
unos pequeños flecos rojizos de pelos que le caían desde
su sexo.
Pepi comenzó a jugar con
los ingredientes, y empezó por tirarle la masa de harina y leche
a Aida, que le soportó dos o tres veces estoicamente que la manchara,
pero a la cuarta vez, harta, le devolvió a Pepi la masa lanzada,
tirándosela, visiblemente enfadada. Pepi continuó tirándole
la masa con mayor rapidez y Aida le respondía. La masa caía
sobre la piel de Pepi y la ropa de Aida. Pronto las dos estallaron en un
torrente de carcajadas.
Pepi se empeñó en
lavar la ropa de Aida, Que sí, que no, que se va a enfadar tu madre,
que no se va a enterar. Al final Aida accedió y Pepi pudo observar
los dos melones más hermosos que había visto en los últimos
tiempos, en medio de cada uno descansaban dos enormes pezones cuyos límites
se difuminaban con el resto de la piel de los senos. Aida se quitó
los pantalones, las bragas y toda la ropa.
Como Aida no estaba satisfecha con
el resultado de la pelea, cogió la leche y la vertió sobre
la cabeza de Pepi, que estaba vuelta de espaldas y desprevenida. Pepi aguantó
el chaparrón, pero entonces cogió el tarro de miel, metió
el dedo y embarduñó los senos de Aida del dulce líquido
viscoso. Comenzó la pelea de nuevo. Pero esta vez utilizaron el
azúcar glacé, que quedaba pegado a los cuerpos desnudos de
las dos chicas por el efecto de la miel y la leche.
Pepi agarró a Aida y comenzó
a restregarse en su cuerpo, de manera que la masa, la miel, la leche y
el azúcar formaban una masa continua por el cuerpo de ambas chicas.
Rieron y se sentaron exhaustas sobre
la mesa. Aida pasó un dedo sobre el muslo de Pepi. Aquella masa
no estaba mala. Los dedos de cada chica tomaban la rica masa en el cuerpo
de la otra chica, cada vez en zonas más comprometidas. Pepi fue
la primera en pasar el dedo por los pezones de Aida.
Pepi tuvo la excelente idea de tumbarse
sobre la mesa y pedir a Aida que se pusiera en sentido inverso, sobre ella.
Comenzaron a lamerse todas los zonas de su piel. Las piernas, las costillas,
el ombligo, los pechos. Pepi se dio cuenta de que no tenía masa
en su sexo, así que disimuladamente agarró un poco de masa
que había quedado en la mesa y se lo colocó sobre el sexo.
Luego, dirigió la cabeza de Aida hacia su sexo, y comenzó
a sentir su lengua inexperta y juguetona lamiendo su raja.
Pepi pensó que dado que Aida
había empezado el juego, ella lo continuaría, y así,
comenzó a lamer el sexo de Aida, con lametones intensos que lamían
toda la raja de Aida. Para que Aida no se le escapara, cruzó una
pierna sobre el cuello de la chica, de manera que su cabeza quedara bien
sujeta contra su conejo. La miel que pronto probaban ambas chicas ya no
la fabricaban las abejas. Sus cuerpos se estiraban y comprimían
al ritmo que les marcaban sus bajos instintos, y pronto, se corrieron ambas
y volvieron a mancharse mutuamente de su miel.
Se lavaron un poco la cara. Se vistieron
y fueron a comprar una tarta a la pastelería. ¿Para qué
más complicaciones? La pastelería estaba regentada por un
viejo a punto de jubilarse. Eligieron la tarta más grande, pero
al llevársela, el viejo les dijo que su precio era de cuarenta coronas.
Pepi se extrañó mucho de que hubiera que pagar.
Se puso a discutir con el pobre
viejo, que no comprendía en qué se podía extrañar
Pepi. Aida intervino para darle explicaciones al viejo, de que Pepi venía
de una isla donde las relaciones entre los vecinos eran muy buenas. De
pronto, Aida observó en el viejo una repentina cara de felicidad.
Miró a su alrededor y Pepi había desaparecido.
Aida divisó la cabeza de
Pepi, tras el mostrador, apoyada en el vientre del viejete. Al fijarse
mejor observó que Pepi le había bajado los pantalones al
viejo y le estaba haciendo una felación. El anciano, en plena paranoia
sexual, agarró a Aida, y subiéndole el suéter, comenzó
a magrearle los preciosos y abultados senos.
Aida siguió las indicaciones
del viejo y se sentó encima del mostrador, de manera que el viejo
mamaba tiernamente de sus senos con su desdentada boca mientras Pepi le
mamaba a él. Las piernas de Aida caían a ambos lados de la
cabeza de Pepi. Pronto el viejecete se corrió ante los masajes manuales
que Pepi le prodigaba a lo largo del pene, mientras le lamía la
piel del escroto, que había conseguido sacar de los pantalones.
El poco semen del viejo cayó sobre el hombro desnudo de Pepi.
Pepi y Aida ya tenían su
pastel. Qué sorpresa recibiría Laars cuando se enterara de
la fiesta. Pero aún quedaba mucho tiempo para que volviera Laars
y comenzara la fiesta, así que Pepi convenció a Aida para
dar un paseo por el campo con su caballo Kanpsdrup. Aida aceptó,
por que ya era imposible que llegara puntual al Instituto, haciendo novillos
por vez primera en cuatro años.
Pepi montó primero en su
caballo, y a continuación tomó la mano de Aida, que de un
ágil brinco se metió entre Pepi y la cabeza del caballo.
Se dirigieron lentamente hacia el campo, por un camino que contorneaba
el cercano bosque. Era un camino deshabitado en general, y vacío
de gente. Aida se sentía segura a la grupa del caballo. Sintiendo
detrás la protección que le brindaba su amiga, que llevaba
las riendas del caballo, de manera que ella simplemente se entretenía
en agarrarse a las crines del caballo.
Aida sintió la Boca de Pepi
en su cuello, lamiéndolo de una manera sensual. Le debía
de quedar, quizás, un poco de miel de la que se habían echado
cuando prepararon el pastel. Pepi animó a Aida a que cogiera las
riendas del caballo, y cuando las hubo cogido, aprovechó para meterle
las manos por debajo del sueter y comenzar a amasarle tiernamente los senos
mientras le seguía besando el cuello.
Aida se ponía súper
excitada por momento. Sentía, por otra parte, el roce de la grupa
desnuda del caballo contra su sexo, y eso le hacía excitarse aún
más. En ese momento, Pepi dio un orden a su caballo, que comenzó
a moverse con un trotecillo alegre. Las tetas de Aida votaban en las manos
de Pepi. Mientras sentía en sus ingles como se empotraba el trasero
de su amiga. Ambos conejos se restregaban contra el lomo del penco. Pepi
todavía se acercó más a Aida para restregar sus senos
en la espalda vecina.
El trote del caballo tuvo un efecto
fulminante en el sexo de las jinetes, que no tardaron en correrse al unísono.
Pepi no tardó en tomar de
nuevo la batuta de la situación. Ordenó parar al caballo
y saltó al suelo de un vote. Luego agarró con ambas manos
a Aida que al tirarse al suelo botó con sus senos contra el cuerpo
de Pepi, que la estrechó fuertemente contra sus brazos.
Pepi llevó a Aida al bosque,
tras dejar a su caballo pastando en un campo plantado de trigo, verde,
tierno, exquisito.
Pepi y Aida de adentraron en el
bosque con la excusa de buscar cierta seta. Cuando llegaron a un pequeño
claro, Pepi comenzó a demandar a Aida el peaje por montar en el
caballo. Aida no comprendía nada. A Pepi no se le ocurrió
idea mejor que obligar a Aida a ponerse a cuatro patas. Se acercó
a ella, y tras besarla en la boca, la cogió del pelo y la obligó
a agacharse. Pepi se sentó sobre la grupa de su amiga como antes
lo habían hecho ambas sobre el lomo del animal.
Pepi dio la orden a Aida de avanzar,
que se arrastraba sobre la hierba, portando encima a Pepi, que dejaba colgar
ambas piernas a cada lado de Aida. -¡Arre, caballo, Arre! -
Pepi pidió a Aida que relinchara
-¡Hihihihimmm!- Obedeció Aida. -¡Jo, con estas tetas,
más que un caballo pareces una vaca!- Repuso Pepi. Entonces, comenzó
a tirarle del sueter para dejarla desnuda de tronco para arriba. Entonces
comenzó a acariciar, de rodillas, la espalda y el costado de su
amiga.
El dueño del prado de trigo
estaba enfurecido de ver a aquel caballo testarudo y hambriento pastar
en su campo. Había intentado espantarlo, pero tras dar unos trotecitos,
el caballo seguía en el campo. Si hubiéramos estado en España,
lo más seguro es que el buen hombre hubiera agarrado un palo y le
hubiera dado un estacazo al jumento, pero no olvidemos que esta acción
se desarrolla en un país nórdico.
Se adentró el buen hombre
en el bosque, buscando al propietario del animal, cuando vio la preciosa
escena de cómo Pepi, tumbada en el suelo, se había colocado
debajo de Aida, que a cuatro patas aún dejaba caer su pecho sobre
la hambrienta boca de Pepi, que no dejaba de mamar, como si de un ternerillo
se tratara.
Pepi, como por arte de magia, adivinó,
al ver moverse una rama en un arbusto cercano, que estaban siendo vigiladas,
y muy de cerca. Entonces cambió de orientación, de manera
que les ofrecían ambas chicas la visión de su sexo al campesino.
Aida, todavía con la tela del pantalón, y Pepi, con la falda
remangada le ofrecía la visión de sus famosas calzas largas.
Pepi comenzó a desabrochar
el botón del pantalón de su amiga, y tras bajarle la bragueta,
comenzó a tirar de los pantalones hacia abajo. Pronto el campesino
tuvo una espléndida visión del sexo de Aida, tapado con las
bragas. Entonces buscó su mano el comienzo de las bragas en la cintura,
para transgredirlo e introducir su mano todo lo hondo que podía,
primero hasta el matojo de pelos que cubría su sexo, y más
tarde, tras descubrir el montículo de carne que correspondía
a su clítoris, y sentir como los pezones de Aida crecía en
su boca cada vez que le rozaba su botoncito, comenzó a hundirlo,
pero esta vez en el sexo de su amiga.
Aida no quería quedarse atrás,
así que comenzó a buscar una hendidura en las calzas, por
donde acceder a la puerta del deseo de Pepi. Primero se conformó
con mantener la mano sobre el sexo vestido de Pepi, pero como veía
que su amiga era más decidida, y le estaba sacando ventaja, metió
su dedo entre sus calzas y el muslo, y comenzó a buscar la hendidura
del sexo de Pepi, lo que no tardó en encontrar.
Pronto las dos movían su
mano en el sexo contrario, buscando una victoria rápida de la una
contra la otra. Aida llevaba las de perder, por haber comenzado tarde su
ataque y por su inexperiencia. Se desentendió un poco, y comenzó
a balancearse al son que la mano de Pepi le marcaba, mientras sus tetas
pasaban una y otra vez por la cara de Pepi que intentaba atrapar con su
boca sus escurridizos pezones.
El campesino no tardó mucho
en quedar, detrás del matorral, fuera de combate, pero no se fue
sin ver a Aida moviéndose alocada sobre Pepi, y agarrando la mano
de ésta para que no la sacara de su sexo.
Por otra parte, Pepi no se conformaba
con la falta de interés de Aida para con su conejo, y ella misma
se prodigaba hábiles masajes que no tardaron en llevarla al orgasmo,
con la cabeza puesta en que aquel campesino las había visto sin
que Aida se diera ni cuenta de lo ocurrido.
Volvieron por el caminito por donde
habían vuelto, mientras Aida asistía sin explicarse a que
se debía las carcajadas que de vez en cuando le venían a
Pepi. Sin duda cuando llegaran Laars ya habría vuelto de la Universidad
y podrían celebrar la fiesta.
Cuando llegaron, llamaron a Laars
a través de la ventana. Pronto apareció la cabeza rubia de
Laars y ambas chicas le invitaron a unirse a la fiesta, a lo que Laars,
a pesar de tener un importante examen unos días después,
no se pudo negar. El motivo era muy simple y no era otro más que
Pepi le estaba haciendo señas desde la ventana con las calzas en
la mano.
La fiesta resultó, en un
principio, un poco sosa, pues tras cortarse cada unos un trozo de pastel,
le dieron el resto al caballo, que era el auténtico protagonista
de la fiesta, pues celebraba el animal, cincuenta años, lo cual
no sólo es digno de celebrarse, sino de escribir en el libro Guinness
de los récords.
Entonces a Pepi se le ocurrió
una idea genial. Laars estaba estudiando medicina, así que jugarían
a los médicos, sólo que Pepi sería la médico,
Aida la veterinaria y Laars el paciente. -¡Necesito dos batas blancas!-
Gritó Pepi.
Pepi no lo pensó dos veces
y corrió a casa de sus amigos, y tras tocar a la puerta, le abrió
el padre de sus amigos. El buen hombre se llevó una grata sorpresa
al ver a Pepi, que estaba hecha un primor. Pepi simplemente le saludó
y sin pedir permiso subió a la habitación de Laars. El padre
se asomó a la escaleras y pudo ver como las piernas de Pepi se contorneaban,
e iban haciendo unas curvas deliciosas hasta donde debían estar
sus calzas, en lugar de las cuales encontró el sexo desnudo, tan
sólo tapado por una maraña de pelos pelirrojos. El pobre
hombre se quedó embobado, esperándola para verla bajar, como
así fue. Al pasar por su lado, Pepi le besó -¡Muuuuacc!-
y se fue hacia su casa, con las dos batas blancas colgadas del brazo, moviendo
descaradamente las caderas.
Laars debía esperar fuera
mientras Pepi se ponía la bata y le ordenaba a Aida que se pusiera
la otra bata, pero totalmente desnuda, como ella. Era la primera consulta
médica nudista del mundo. Laars recibió la orden de entrar.
Al abrir la puerta, su hermana lo llevó hasta la mesa de la cocina,
donde Pepi lo esperaba, sentada en una silla, con la bata abierta.
-¿Qué le pasa hombre?-
Nada que tengo un malestar - ¡A ver! ¡Échese aquí!-
y le indicó Pepi la mesa de la cocina. Laars se tumbó sobre
la mesa. Pipi entonces comenzó a colocar una tapa de bote sobre
el pecho de Laars a modo de fonicular, para escuchar los latidos de su
corazón. -Le veo nada más que regular, amigo - repetía
mientras desabrochaba un botón más de su camisa a cuadros
hasta dejar su torso totalmente al desnudo.
¿Es grave, doctora Calzas
Largas? - No, esto lo sé curar yo muy bien, y comenzó a desabrochar
los pantalones del joven Laars. Pronto los pantalones estaban más
debajo de la rodilla y los calzoncillos junto a los calzoncillos. La mano
de Pepi agarraba el miembro de Laars con fuerza, y éste veía
como su miembro crecía dentro de palma de su amiga. Aida estaba
ruborizada y no sabía donde mirar.
Pepi se subió a la mesa y
se sentó encima de Laars que notaba asombrado como Pepi iba introduciendo
su instrumento en su húmeda rajita. La bata abierta de Pepi dejaba
ver sus senos flotando al aire. Pepi iniciaba el movimiento rítmico
de su cintura, para engullir todo el pene de Laars dentro de su sexo y
darse así el gustillo. Laars se agarraba a la mesa para no caerse,
debido al miedo que sentía de los meneos que Pepi le metía.
Pepi se acariciaba los senos mientras
estiraba el cuello mirando al techo. De pronto se fijó en Aida,
sentada al otro lado de la habitación, extasiada y la invitó
a subir sobre Laars. Aida aceptó con timidez y se sentó encima
del ombligo de Laars, de manera que éste sentía la humedad
y el calor de la almejita de Aida.
Desde esta perspectiva, Laars se
sorprendió de las buenas tetas de su hermana, máxime cuando
desde atrás, Pepi le desabrochó la bata y comenzó
a tocarle los senos y besarle el cuello como lo había hecho cuando
montaron a caballo. El pobre de Laars no se podía ni mover con ambas
chicas sobre sí.
Pepi se corrió al sentir
en su interior cómo se derramaba el semen de Laars, que se puso
de pronto a sudar. -¡Ay, Aida!,¡Tú no has disfrutado
nada!¡Ven!. Las dos se levantaron de encima de Laars que quedó
así tumbado, agotado, encima de la mesa.
-Ven, Aida, tú también
tienes que disfrutar de un buen polvo- Aida miraba sorprendida aquello
que parecía el aparato de su hermano, pero más flácido
y grande y que Pepi se ataba a la cintura mediante unas hebillas que servían
para ajustar unas correillas. Aida estaba temerosa, pero era incapaz de
decirle nada a Pepi.
Pepi la subió por las escaleras
a su habitación, donde había una enorme cama antigua con
un colchón viejo de lana. Aida se tumbó en el colchón
por indicación de Pepi, y antes de que se diera cuenta, Pepi estaba
entre sus piernas, con el aparato introducido en su sexo y cantando una
canción
- Un elefante se balanceaba sobre
la tela de una araña, y como veía que no se caía fueron
a llamar a otro elefante, dos elefantes...-
Aida sentía que aquello la
inundaba y le producía sumo placer, sobre todo por el fuerte ritmo
con que Pepi lo metía y sacaba, sin tener en cuenta nada más
que el ritmo de aquella canción que se iba acelerando. La tela de
la araña empezó a caerse cuando iba por los cuarenta elefantes.
Aida comenzó a sentir que el orgasmo era inminente y empezó
a susurrar, primero, y luego a dar pequeños y cortos chillidos de
placer, que dieron paso a hondos susurros de satisfacción.
Laars y Aida no tardaron en irse
de casa de Pepi, pues tenían que dormir para ir al día siguiente
a seguir con sus estudios. Aquello les había roto sus esquemas pero
la vida continuaba, aunque la proximidad de Pepi Calzas Largas les iba
a proporcionar, sin duda, más de una satisfacción en el futuro
En realidad, no nos podemos escandalizar
con el comportamiento y la forma de ser de Pepi Calzas Largas. Ella sigue
siendo así, como ha sido siempre, libre, sincera, espontánea,
desinhibida, irresponsable ...un poco golfa tal vez. Todos tenemos un poco
de culpa. Laars y Aida, por consentir manejarse por Pepi desde que eran
pequeños. Sus padres, por no vigilar las compañías
de sus hijos y no cortar de raíz las relaciones de sus hijos, con
Pepi, con mucha más personalidad y tan increíblemente dominante.
El padre de Pepi, por olvidarse
de buscar a su niña desesperadamente cuando la perdió en
aquella tormenta caribeña. El ayuntamiento, por su relajada política
de asistencia social, al abandonar a una niña como Pepi, a su libre
albedrío, sin escolarizar.
Los psicólogos, por ponernos
de ejemplo a Pepi Calzas Largas como el paradigma de una niña libre,
sin complejos. Nuestros padres, que se escandalizaban por lo corta de la
falda de Pepi, sin entrar a analizar y explicarnos lo grotesco del personaje.
La ingenuidad de los niños,
que veíamos en Pepi el personaje rebelde, sin padres, que podía
con los mayores en sus enfrentamientos. En fin, los creadores de la serie,
que pretendieron crear una heroína infantil que se correspondía
con todo lo que precisamente no es la imagen de la infancia en la sociedad
nórdica: mala educación, falta de higiene... y falta de escolarización.
Cualquier similitud de los personajes
de esta historia con los de cierta serie infantil escandinava de los setenta,
es pura imaginación del lector.
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