Relato: Almendros en flor : Martires gays





Relato: Almendros en flor : Martires gays


ALMENDROS EN FLOR



M�RTIRES GAYS





Cuando estuve haciendo mi tesis de
filolog�a en lengua �rabe, tuve que pasar encerrado muchos d�as en las
principales bibliotecas que en el sur de Espa�a contienen maravillosos libros de
poetas, fil�logos y sabios, que en esta lengua nos legaron su sabidur�a durante
los muchos a�os que vivieron entre nosotros.


Pero de lo que voy a escribir hoy no es de ninguno de ellos,
lo har� en otra ocasi�n porque en la literatura gay que nos dejaron, que es la
que me interesa, hay escritos verdaderos tesoros.


No s� si por equivocaci�n del archivador encontr�, buscando
incunables musulmanes en la Universidad de Granada, un pergamino muy antiguo, no
era un libro como lo entendemos actualmente, sino un rollo de hojas de papiro
que hab�a que tener verdadero cuidado no estropear al desenrollar e intentar
leer y que por su escritura jerogl�fica me pareci� m�s originario de zonas
pr�ximas al sol naciente que al oriente medio.


Tuve la suerte que en aquellos d�as, seg�n me dijo el
bibliotecario al que ense�� lo encontrado, quien tuvo la amabilidad de
present�rmele, estaba estudiando en el mismo centro un sabio japon�s, que acept�
dedicarme algo de su tiempo. No pudo darme todo el necesario para descifrar a la
perfecci�n el manuscrito, pero robando horas a su estudio, me lo tradujo de
manera que me fue posible entenderlo.


Qued� maravillado de la historia que contaba. Intentar�
narrarla buscando palabras propias que os puedan conmover como me lo hizo a m�.


Describe la muerte en una remota antig�edad de unos m�rtires
de la homosexualidad, adolescentes, que se opusieron al poderoso y desafiaron su
enojo por defender el mutuo amor que sent�an brotaba incipiente en su interior.


Se desarrolla durante el reinado del emperador Gosai,
lo que sit�a la historia en el siglo IV antes de J.C., en una de las
islas del archipi�lago japon�s de de las Kiw-Siw, de nombre Hundo.


He buscado su emplazamiento y comprobado no es de las islas
m�s grandes ni de tampoco de las peque�as. Tiene, como la mayor�a de sus
hermanas, un monte c�nico en el centro, considerado sagrado por sus habitantes,
de nombre Akido, donde hace milenios, un volc�n vomitaba fuego,
lava y piedras, que amontonadas sobre el lecho marino, dio origen a la
existencia de la isla.


Me fue posible vislumbrar fotograf�as actuales del enorme
cr�ter, ahora apagado y de las verdes laderas del Akido, trazadas
en perfectos escalones, donde feraces y muy cuidadas tierras de labrant�o se
extienden hasta las orillas de un mar azul, produciendo todas las numerosas,
desconocidas y sabrosas especies vegetales del oriente.


En las coralinas orillas de ese oc�ano azulado que la rodea,
rico en especies marinas comestibles, muchos barquichuelos de madera y junco,
recogen actualmente, todos los d�as, una gran cosecha de pescado que
posteriormente se vende y distribuye por la isla.


Leo tambi�n algo de su historia y costumbres.




"Los habitantes de la isla de Hundo,
como la mayor�a del resto del Jap�n estaban divididos, en aquella �poca, en dos
castas, los samur�is, nobles, ricos descendientes de guerreros y
poseedores de las tierras y los somanes o gente com�n. Estos estaban
totalmente sometidos al dictado de los primeros, que les dirigen, explotan y a
los que deben total obediencia. Los somanes no sufr�an grandes hambres o
penalidades porque lo que produc�a la isla y lo que les proporcionaba el mar,
era suficiente para su alimentaci�n y para pagar los impuestos que deben hacer a
su casta dirigente, pero s� sufren su tiran�a".






- - - o o o - - -



La Fiesta de la Primavera
era y sigue siendo una de las principales celebraciones del Jap�n. Coincide con
la m�xima floraci�n de los �rboles frutales, cuando alcanzan su plenitud y la
naturaleza les viste de multicolores y bellas flores. El almendro, el �rbol m�s
bello de los que crecen en este lugar del mundo y que m�s atenci�n suscita, se
cubre en esta �poca, cuando los fr�os y helados d�as desaparecen y el sol
calienta las tierras de labrant�o, de las m�s blancas y maravillosas flores que
un ser humano pueda admirar. Se le elige en todo el imperio, por su belleza,
como imagen representativa de esta celebraci�n.


Los almendros son venerados en todo el archipi�lago japon�s
porque para los campesinos son los que se�alan la magnanimidad de sus dioses
para con los hombres que trabajan y viven del campo. El a�o que aparecen muy
florecidos y adornados de hermosos capullos, significa que las divinidades est�n
satisfechas y bendecir�n las tierras cultivables con sus dones, para obtener
frutos abundantes y sabrosos.


Los festejos de los que viven de la tierra, aclamando la
marcha del crudo invierno y la llegada del buen tiempo, se desarrollaban en
todos los rincones campesinos del archipi�lago. Eleg�an como mejor lugar de
celebraci�n donde la naturaleza mostrase su mayor pujanza y belleza y �sta
coincid�a siempre con la existencia de una concentraci�n de almendros en plena
floraci�n.


En la isla de Hundo donde m�s los hab�a era en
las laderas de la monta�a Akido, las que estaban orientadas al
sur, donde recib�an m�s calor del sol. En ordenados pelda�os, perfectos
escalones y alineados parterres, la rica tierra se hab�a mezclado con la lava
que el viejo volc�n deposit� durante siglos y generaciones de campesinos,
plantaron, podaron, cuidaron y recogieron las mejores almendras que se pudieran
encontrar en todo el Jap�n y que siempre estaban presentes en la mesa del
palacio imperial de Tokio, donde las enviaban, en cuanto se recog�a la cosecha.


Los almendros de estas laderas, cuando mostraban sus bellas
flores, ten�an fama de ser los mejores de toda la regi�n septentrional de Jap�n
y acud�an a contemplarlos todos los a�os durante la Fiesta de la Primavera, el
propio mandatario, los principales samurais y gente noble de los
alrededores, acompa�ados de vistosos s�quitos, formados por guerreros a sus
�rdenes, cuidadores de su seguridad y de multitud de servidores para atenderles,
as� como en algunos casos de su familia y principales concubinas.


Una gran explanada, al acabar la ladera, permanec�a reservada
para poder celebrar la fiesta. Estaba prohibido sembrar en ella, permitiendo
s�lo crecer la hierba, que se aprovechaba como pasto comunal, despu�s de
terminada la fiesta. All� se montaban las tiendas donde los principales de la
isla e invitados forasteros, gozar�an de la vista de la ladera blanca de flores
y del resto de festejos en honor de la llegada del buen tiempo y de los dioses
de la fecundidad.


En una zona anexa, separados por una valla de seguridad
cuidada por guerreros armados, todos los campesinos de la regi�n participaban en
los ritos religiosos que daban las gracias a sus dioses por lo florido de los
almendros que les auguraba una buena cosecha, mientras gozaban de unos alegres
festejos anunciadores que, el tiempo del fr�o se hab�a alejado, y era el momento
de sembrar sus tierras con el resto de las especies vegetales que se cultivaban
en el Jap�n.


En la isla de Hundo, como en todas las
importantes del imperio japon�s, la m�xima autoridad estaba representada por el
sakuy elegido por el emperador, representante de su dios en la
tierra, al que se le deb�a total sumisi�n, como la correspondiente a alguien que
tiene autoridad, por concesi�n divina, sobre la vida y la muerte de todos sus
s�bditos. Lo hac�an entre la casta dirigente de los samur�is y
quien por representaci�n y delegaci�n suya, se le deb�a obedecer y pagar los
impuestos que despu�s obligatoriamente har�a llegar a la capital del reino.


El sakuy de esta isla viv�a en un palacio de la
capital, situada en la orilla m�s cercana a Tokio, donde habitaba el dios del
Sol Naciente, hacia sido construido varios siglos antes para ser habitado por
quien ostentase el mando de ella. En los tiempos en que sucedi� lo que narraba
el manuscrito, se llamaba Okwezi, era un samurai que se hab�a
distinguido durante las guerras en defensa de Dubai, su emperador
y �ste lo hab�a pagado con su nombramiento.


En este inicio de primavera, cuando comienza nuestra
historia, los almendros de la monta�a Akido estaban en todo su
apogeo floral. Los miles plantados en sus laderas hab�an florecido
y se mostraban m�s hermosos, fuertes y poblados que nunca. Una comitiva
presidida por el sakuy, siguiendo una costumbre ancestral, se iba
a acercar hasta el monte para celebrar la Fiesta de la Primavera de ese a�o y
admirar la belleza que les ofrec�a la naturaleza y tambi�n permitir que los
somanes
pudieran dar las gracias a sus dioses por la buena cosecha que se
anunciaba.


La comitiva reunida en torno al palacio del sakuy,
con Okwezi a la cabeza, acompa�ado de un s�quito formado
por todos los nobles de la regi�n y los de lejanos lugares que hab�an sido
invitados, sali� hacia las laderas de los almendros al asomar en el cielo los
primeros rayos del sol, para estar en el lugar cuando el astro rey estuviese en
su apogeo.


Abr�an la marcha de la larga caravana los carruajes del
propio mandatario, tres nagg, grandes carros de viaje tirados por cuatro
parejas de fuertes y robustos mulos de carga que transportaban las tiendas, los
v�veres, los vestidos y �tiles necesarios para un buen desarrollo de los
festejos y tres begg o carros ligeros, arrastrados solamente por
una pareja de animales, en los que viajaban c�modamente el mismo Okwezi,
con su ayudante principal, su wakashu,
dos elegidas concubinas, el mayordomo y cuidadores personales.


Detr�s segu�an los m�s diversos veh�culos, en los que
viajaban todos los nobles invitados a la fiesta y multitud de guerreros a
caballo.


Criados, guardas y campesinos andando, entonando canciones,
marchaban tras el s�quito de sus due�os y se�ores.





- - - o o o - - -





Los wakashu
eran muchachos de buenas familias que entre los 13 y 20 a�os pasaban a estar
bajo la protecci�n de un prestigioso hombre mayor que les ense�aba y preparaba
para su vida de adulto, acorde al rango que exigiese su nacimiento. Aprend�an
las artes de las armas tanto a caballo, como pie a tierra, con su katana
o largo sable o el peque�o pu�al que llevaban en el cinto, la conversaci�n
cortesana y nociones de la vida que llevar� posteriormente, as� como la
direcci�n de sus posesiones si las iba a heredar y otras artes necesarias para
ser un buen samurai.



El wakashu que viajaba en el s�quito del
mandatario de la isla se llamaba Kon�n y ten�a trece a�os cuando
fue puesto bajo su protecci�n. Ahora alcanza los 16 a�os y era un muchacho muy
bello, despierto, amable y cari�oso. Fue el propio emperador Gosai
quien lo hizo. Habi�ndose quedado hu�rfano y siendo su madre prima de la
emperatriz, consigui� fuese el propio Sol Naciente quien le buscase protector
adecuado. Fue asignado Okwezi, para ense�arle las artes, que de
joven, le hab�an dado fama de ser un terrible y temido guerrero samurai.


Permanece sentado en uno de los begg junto a
dos de las concubinas que su protector ha elegido para acompa�arle en este
viaje. Durante los tres a�os de estancia bajo su protecci�n hab�a cumplido con
la obligaci�n de atender y respetar a su maestro en todo lo que le solicit�, y
aprendido r�pidamente todo lo que le pidi�, menos en una cosa que a Okwezi
le hac�a muy desgraciado.


Su preceptor se hab�a enamorado de �l perdidamente en cuanto
le vio cerca de s� y durante los tres a�os que llevaba bajo su custodia hab�a
intentado se rindiera a su adoraci�n. Le hab�a hablado del amor, de los
sentimientos que le iban a florecer, de los deseos sexuales que le inundar�an al
crecer y le cont� la historia de por qu� en aquella isla el amor homosexual se
llamaba duanxiu (manga cortada), era el m�s aceptado y el que m�s
representaba la entrega total, el amor puro y desinteresado del ser humano.



- Ha tomado ese nombre, que la tradici�n oral ha mantenido,
para se�alar la sublimidad del amor entre hombres, por una acci�n que efectu� en
tiempos remotos, uno de los hijos del Emperador del Jap�n en ocasi�n que visit�
esta isla. Delante de todos los asistentes a la gran fiesta que hab�an preparado
para �l, fue capaz de cortarse la manga de su maravilloso, rico y bordado
kimono, delante de todos los asistentes, por no despertar al joven que le
acompa�aba, que se hab�a quedado dormido sobre su brazo.


Tal se�al de amor, viniendo de tan gran se�or, cal� en el
alma de los s�bditos de Hundo y quedado como muestra del amor m�s sublime
que se puede sentir".



Cuando su maestro quiso ejecutar con �l duanxiu se
defendi� dici�ndole.



Se�or quiero cumplir con lo que me has ense�ado. Deseo que en
un futuro pueda entregar mi amor a la persona de la que est� enamorado. Quiero
ser como aquel pr�ncipe antiguo que fue capaz de sacrificarse por el ser que
amaba.



El sakuy tuvo que aceptar tan sabias palabras
del chiquillo, aunque en su fuero interno comenz� a acumular no solo amor sino
enfermizos celos hacia la persona que fuese capaz de entrar y abrir el coraz�n
del joven, que deseaba solo para s�.


Se dec�a.



- Kon�n debe de ser para m� solamente. Si no puedo
conseguir su amor de hombre lo har� manteniendo su respeto de wakashu y
cuando crezca le adoptar� y ser� amor filial el que sienta por m�. Pero que
nadie ose intentar quitarlo nunca de mi lado.



El chiquillo mientras se mece en el begg y mira
hacia la monta�a que se va acercando, recuerda cuando llevaba muy poco tiempo en
el palacio e intentaba atender y sobre todo obedecer lo que su maestro le
ense�aba, como le hab�a ordenado hiciera su madre, cuando la dej� llorosa en su
casa.


Lo �nico que le desagradaba de su protector, en aquellos
primeros tiempos, eran los intentos constantes de caricias y de besos con que le
premiaba cualquiera de las acciones que hiciese, siempre consideradas buenas y
merecedoras de premios en forma de besuqueos constantes o toqueteos de su cara o
cuerpo.


Pasado un tiempo entendi� perfectamente lo que deseaba de �l
con estos demostrados afectos, pero vali�ndose de que era wakashu
y utilizando las mismas palabras que le hab�a ense�ado consigui� apartarle
f�sicamente.


Lo que no hab�a conseguido evitar era su constante
vigilancia, lo que se traduc�a en desear que estuviese siempre en palacio y solo
saliese cuando iba en su compa��a.


Mientras fue creciendo y lleg� a notar que sus hormonas le
bull�an nacientes e inquietas en su interior, como le hab�an pronosticado, mas
nadie supo que no le encaminaban a desear seres femeninos, sino a ser amado por
un chico como �l, a quien pudiera entregar todo el amor, que como el volc�n
tiempo atr�s encendido y llameante de la monta�a sagrada, nac�a en su ardiente
coraz�n.


No hab�a encontrado ese amor que esperaba so�ando y mirando
al cielo azul durante el d�a y las brillantes estrellas por la noche, a la vez
que solicitaba a su dios preferido Zuy� que representaba la
juventud, la fuerza y el amor.


- Dame prontamente un chico al que amar porque un fuego
interno me quema y consume y necesito compartirlo con alguien.





- - - o o o - - -






En una de las carretas,
puestas a disposici�n de la servidumbre de los nobles forasteros, marchaba
sentado alegre y sonriente, un chiquillo llamado Hedu-san.


Ten�a catorce a�os y era chigo del sakuy
de la isla de Dongein m�s peque�a que Hundo, menos
rica e importante, que asist�a a los festejos de la primavera como invitado de
honor.


Cercanas a �l, sentadas en varios sacos de paja, le
acompa�aban dos de las criadas j�venes de su se�or, que cuchicheaban entre s� y
que de vez en cuando le miraban, se�alaban y hac�an gestos burlescos.


El lento caminar de la larga columna marcada por el paso de
los animales de tiro, el polvo que levantaban tantas personas en marcha y el
calor que comenzaba a ofrecer el sol, hac�an que las chicas adem�s de frescor
para su cuerpos busquen diversi�n que las entretenga y se divierten lanzando
puyas a Hedu-san que las mira despreciativo.


No le importa en absoluto su opini�n ni tampoco las muecas de
atrevimiento que le hacen, mediante levantamientos intencionados de sus
vestidos, ense��ndole sus desnudos, rollizos y sabrosos muslos con la intenci�n
de encenderle sexualmente y burlarse despu�s de �l, cuando notasen el
abultamiento de sus atributos sobre su corto vestido.


Ellas desconoc�an que solamente se le hubieran alborotado sus
genitales si fuesen chicos como �l y le ense�asen lo que ellas le mostraban o
cuando dejaba volar su imaginaci�n y so�aba encontrarse con alguien hermoso y
bello que le deslumbrase y le hiciera suspirar de pasi�n, del que despu�s se
enamorara y comparar�a su cuerpo.


Los chigos eran tambi�n chicos que pod�an pasar
al servicio de un se�or protector desde los 10 a los 17 a�os. Este deb�a
cuidarles, defenderles y ense�arles algo que les valiese posteriormente para
ganarse la vida. Los utilizaban como pajes, servidores o para ayuda de los
trabajos del campo. Muchos de ellos serv�an de solaz sexual de su due�o.


El chigo se pon�a bajo esta protecci�n por
decisi�n de sus propios familiares o por el anciano jefe del consejo del pueblo
que presid�a los actos de justicia en el lugar y quien hac�a su asignaci�n como
pago de una deuda o protecci�n del ni�o desamparado. El protector pod�a cederle
a otro de sus mismas condiciones, aduciendo no pod�a alimentarlo, aunque la
cesi�n ten�a que ser aceptada por la autoridad.



Hedu-san Hab�a sido transformado a chigo
cuando ten�a once a�os. Su padre era pescador de la isla de Dongein
y se ahog� debido a una fuerte tormenta que lo arrastr� a las profundidades
del mar. Su madre no lo pod�a alimentar porque aunque trabaj� duramente, no
pose�a tierras y ten�a dos hijos m�s peque�os. Le ofreci� de chigo
y por influencia del anciano del tribunal de asignaci�n de su pueblo, le pudo
colocar en el palacio del se�or de la isla.


Hasta ahora hab�a tenido suerte, aunque su nuevo due�o era un
d�spota y a veces terrible en los momentos de ira, su sexualidad solamente se
inclinaba hacia las mujeres, de las que pose�a multitud de concubinas y le hab�a
utilizado hasta entonces como criado para ayudar en los menesteres del palacio.




- - - o o o - - -





Cuando llegan los
diferentes begg y calesas de los se�ores importantes que van a
asistir a la fiesta son acercados hasta el lugar reservado para ellos, al borde
de la pradera donde comienzan los almendros en flor, debajo de un enorme toldo
que les d� sombra.


Mientras admiran la colina floreada, casi en el mismo centro
del campo se inicia el montaje de una enorme tienda. Ser� en ella donde se
desarrollen los actos comunitarios m�s importantes, el banquete y los festejos
preparados para los nobles locales y los que les visitan en esta ocasi�n.



Kon�n, al lado de todo el s�quito de Okwezi,
admira tambi�n la ladera de la monta�a Akido. La vista se le nubla
ante tanta belleza, parece estuviese nevada por millones de p�talos blancos de
los floridos almendros y vuelve la cabeza para que las concubinas que permanecen
a su lado, no vean que se le han escapado dos l�grimas de sus ojos.


Siente de pronto un v�rtigo en su cerebro y un escalofr�o en
todo su ser, como si un trozo de hielo recorriese su columna vertebral. Acaba de
ver pasar por su lado, para dirigirse hacia la zona donde se desarrolla el
montaje de la tienda principal, al chico que, desde siempre, estaba esperando en
sus sue�os.


- Es bello como una flor de loto, gr�cil como el tallo de
un jacinto y hermoso como un icono celestial
- dice su coraz�n que intenta
salirse de su pecho pero se contiene y disimula su turbaci�n y no grita
llam�ndole locamente. Ha aprendido durante la estancia en el palacio del
sakuy,
a sentir interiormente, sin que su rostro manifieste lo que su
cerebro y mente anidan.




- - - o o o - - -





Va a comenzar lo que todos
esperan, el gran banquete. Ya han estado visitando los almendros, se han
conmovido con la imagen de "campo nevado" que presentaba aquella
enormidad de �rboles en flor. Han rezado a los dioses, junto a sus s�bditos,
d�ndoles gracias por las futuras cosechas que esperan feraces y retirados a la
gran tienda, se preparan a festejar mediante un banquete especial, ofrecido por
Okwezi
, mientras los
somanes
toman posesi�n de los campos
designados para ellos, para comer y bailar por su cuenta.


Despu�s de terminado el gran fest�n se desarrollar�n los
c�nticos, bailes de grupos elegidos y el resto del espect�culo, con
malabaristas, acr�batas y recitadores, que se ha preparado para pasar un d�a
feliz.


Todos van tomando posici�n arrodillados o sentados sobre una
multitud de suaves y blandos cojines de seda bordada que hay desparramados sobre
el suelo, al lado del peque�o estrado de madera que servir� de mesa. Visten sus
mejores galas que han transportado los ba�les de fuerte cuero cosido, hasta
all�. Los kimonos que lucen rivalizan en colores, dibujos, filigranas y adornos
y los samur�is portan sus largas katanas que indican
su poder�o, que dejan posadas junto a ellos en la mesa.


Sabrosos manjares en bellos y adornados platos comienzan a
salir de una puerta lateral, llevados por un grupo de chicos y chicas ataviados
con cortas t�nicas que dejan ver parte de su n�bil cuerpo, y los van depositando
ante los comensales regresando por m�s.



Okwezi, que preside el fest�n, ocupando el centro de
la tarima, enfrente de la puerta de salida de las viandas, observa como
Kon�n
que se sienta cinco puestos a su derecha, ha posado su mirada, muy
exaltado, sobre uno de los gr�ciles chiquillos que porta la comida y no est�
dispuesto a retirarla hasta que �ste no la cruce con �l.


Sigue los movimientos del criado, sin apartar los ojos de �l,
por ver su reacci�n cuando note la mirada de su wakashu posada en
su cuerpo y mientras siente un pinchazo en el pecho al ver la cara de arrobo que
Kon�n esta poniendo.


Al pronto se da cuenta que le pueden observar y se dice para
calmarse.



Es un chigo bello, dej�mosle que le admire, que su
sexualidad se despierte y comience a encenderse, as� me ser� m�s f�cil
convencerle para que me acepte.



Pero no puede dejar de atender la nueva aparici�n de aquel
casi ni�o, que va vestido de una manera tan provocativa, dejando ver sus
hermosos muslos y el bulto de sus genitales, tapados por un solo trapo blanco,
que hasta a �l mismo estaba encendiendo.


Mas esta vez se da cuenta, que aquel ser desgraciado, posaba
los ojos en su Kon�n, daba un peque�o traspi�s que casi le hace
tirar el plato que porta en sus dos manos, porque nota que su wakashu
le est� mirando con arrobo desde que ha aparecido por la puerta y que
seguidamente le sonre�a con agradecimiento y aceptaci�n.


Casi no atiende a sus invitados que le hablan a su lado y va
trasegando tazas de sake, que un solicito criado colocado detr�s,
le llena cada vez que aprecia est� vac�a.


Unos terribles celos se est�n apoderando de su cerebro y le
martillean inmisericordes las sienes dej�ndole incapaz de atender a sus
invitados.


- Solo ser� para m� . . . . - dice creyendo hablaba
solo para s�.


- �Qu� ser� para ti? - pregunta Sumiko Kiyouka,
sakuy de Dongein, a su derecha.


- ��Ah nada !!, �� nada !!, pensaba en alto - le
sonr�e y vuelve a vaciar su taza de fuerte sake


Ya han sacado a la mesa suficientes alimentos para que los
invitados puedan ir comiendo y los ni�os que han acercado las fuentes, descansan
ahora al lado de la puerta que da a las cocinas, a la espera de una se�al del
mayordomo para retirar los platos utilizados.



Okwezi no come, solo hace beber y beber, al comprobar
que la mirada de su querido y amado Kon�n no se aparta de la de
aquel chigo, que se sonr�en embelesados, que su wakashu
no prueba bocado y que su rostro irradia una felicidad que deseaba fuese
solamente para s�.


Los celos le cubren el cerebro, el desasosiego le invade, la
ira le inunda y no se da cuenta que comienza a balbucear inconexas palabras, que
los que est�n a su lado no entienden lo que habla y dejan de atenderle porque
piensan est� totalmente borracho.



Se da la orden de retirar las fuentes utilizadas y en su
delirio celoso le ha parecido ver que aquel chiquillo, medio desnudo, con una
sonrisa de boca a boca, al acercarse al lugar de Kon�n, ha hecho
un gesto de asentimiento con su cabeza, al haberse �ste tocado sus genitales,
invit�ndole a encontrarse sus cuerpos.


Intenta llamar a su wakashu para que se acerque
y quede sentado junto a �l, pero su trabada lengua solo acierta a soltar sonidos
guturales sin ning�n significado.


Siente ahogarse en su ira e intenta levantarse para que
Kon�n
le pueda escuchar y atender y al sentirse torpe para levantarse
recoge su katana que tiene posada a su lado para ayudarse como si
de un bast�n fuese y le ayude a elevarse.


Mientras realiza todos estos lentos y torpes movimientos
Hedu-san
ha recogido fuentes vac�as, las ha llevado hasta la cocina y
aparece por la puerta de nuevo portando una fuente llena de frutas, en la que
destaca un hermoso y colorado melocot�n en saz�n, que acerca y presenta a
Kon�n
.


Es ahora cuando sucedi� todo, sin que nadie fuese capaz de
participar y evitarlo.



Kon�n se levanta sonriente y ante todos los
asistentes lo recoge y muerde y luego se lo ofrece al chigo, que
posa la fuente que porta en le suelo, lo toma, lo besa y muerde a su vez.



Okwezi que ha presenciado la escena y que ha
conseguido levantarse, cegado por los celos y el odio hacia el atrevido criado,
desenvaina la katana y se lanza en pos de �l.


No golpea con el sable, intenta ensartar, pinchar, atravesar
el cuerpo de aquel que ha osado poner los ojos en su amor, su querub�n, su �ngel
en la tierra, aquel que ha conseguido abrirle el pecho y llegar a su tierno
coraz�n.


La punta de la espada encuentra la espalda de aquella hermosa
y joven carne y la atraviesa, la horada sin piedad, pero sigue impulsada por la
fuerza de unos enfermizos celos hasta encontrar el cuerpo de Kon�n
que se ha levantado r�pidamente y abrazado a su reci�n encontrado amor y la
katana
se hunde tambi�n en su cuerpo, llega hasta su coraz�n de
adolescente, que acababa de saber lo dulce que es el amor, al que atraviesa.


Cuando cayeron ambos cuerpos exang�es, ensartados por aquella
fatal estocada, se pudo ver al mordido melocot�n quedar alojado entre ellos, a
la altura de sus parados corazones.


Nadie pudo hacer nada por sus vidas.


Desde entonces en Hundo el amor homosexual se
denomino longyang yu (el amor del melocot�n mordido)


El pergamino no me dec�a que hab�a sido de Okwezi
pero quiero pensar que al ser su wakashu puesto bajo sus
�rdenes por el propio emperador, fue despojado de todos sus bienes, y
castigado por �ste a morir en la horca, como sol�a ocurrir en aquellas lejanas
tierras por desobedecer al Dios del Sol Naciente.


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