Por Malachi
Tras un largo viaje en automóvil llegue
a una ciudad del norte, cuyo nombre me reservo, cercana a la casa de mis tíos,
donde me dirigía a pasar unos días de vacaciones aprovechando
el buen tiempo.
Yo soy del sur de España, por lo que me sorprendió el clima de
aquellas latitudes, algo frío para la época.
Llegue a la ciudad un domingo a media tarde, y como todavía quedaba camino,
pensé en pasar la noche en un hotel que conocía.
Aparqué junto a la puerta principal entré, algo cansado.
En recepción me recibió una chica; nos dio las buenas tardes en
gallego y nos acompañó a las habitaciones. Era una joven alta,
morena, de unos veinticinco años. Vestía un grueso jersey y una
cortisima minifalda roja. Sus piernas se escondían bajo unas medias de
lana amarillas. Me imaginé que dos maravillosas obras de arte ocultarían
aquellas inoportunas medias. En aquel momento se le cayó una de las llaves
y al agacharse a recogerla su cortísima falda fue subiendo hasta que
descubrí las dos esculturales redondeces de su trasero. Eran dos bellos
ejemplares de nalgas femeninas, ocultas bajo unas delicadas bragas blancas,
que se le introducían por la raja del culo sensualmente.
La visión duró unos instantes. La chica, muy meneona abrió
la habitación, penetró en la estancia y abrió las cortinas.
Luego dio media vuelta y tras despedirse con una cariñosa sonrisita,
salió de la habitación. El cuarto era espacioso y estaba bien
amueblado. El ventanal daba a un patio con flores y arbustos. Al fondo se veían
las habitaciones del ala oeste del hotel.
Abrí la maleta y empecé a sacar mis cosas, pensando en lo buena
que estaba la recepcionista y lo cansado que estaba después de tanto
viaje.
Mirando por la ventana me pareció ver bastante jaleo en las habitaciones
de enfrente, llenas de adolescentes que correteaban de aquí para allá
y algunos profesores intentando imponer respeto infructuosamente.
Acabé de ordenar la ropa y tras cerrar la puerta de la habitación
con llave me dirigí a conocer el hotel.
La chica de recepción estaba en su sitio, escribiendo algo. Alguien comentó
que había llegado un autobús con chicos en viaje de estudios.
"Vaya, más follón", pensé. Espero que no me molesten
mucho.
Después de dar una vuelta y tomar algo en el bar del hotel me fui a la
habitación dispuesto a dormir como un lirón, para recuperar fuerzas
de cara a mañana.
Miré por la ventana, antes de acostarme y contemple las ventanas de enfrente.
Solo algunas ventanas entreabiertas dejaban ver una tenue luz.
En una de las habitaciones, un grupo de chicos parecían jugar a algo.
Entonces uno ellos se levantó de la silla y se asomó a la ventana.
Se percató de mi presencia y sonrió. Luego dijo algo a los demás,
que echaron un vistazo hacia donde yo estaba y saludaron .Yo les devolví
educadamente el saludo. Algunos tendrían diecisiete años. Entonces
tres de los muchachos que estaban allí se levantaron tras conversar con
otro que parecía mayor y se dirigieron a la ventana.
Ante mi sorpresa se dieron la vuelta y lentamente bajaron sus pantalones dejando
al aire sus culos, que mostraban en dirección a donde yo estaba situado,
mientras el resto de chicos reían y hacían burlas de los tres
"castigados". Se oían las risas y, de repente, alguien cerró
las cortinas bruscamente, privándome del espectáculo.
Que cosas, pensé, hacen estos chavales para llamar la atención.
Entonces me metí en la cama dispuesto a dormir. Cuando empezaba a coger
el sueño alguien tocó a la puerta.
Maldije la hora y me levanté a ver que pasaba, oyendo sonrisitas tras
la puerta.
Eran los tres chicos que momentos antes me habían mostrado sus culos
en el apartamento de enfrente.
Los tres llevaban puesto una especia de albornoz y unas zapatillas de andar
por casa.
Uno de ellos, el más gordito, me dijo: "Déjanos entrar, por
favor"
El chico era rubio, con ojos azules. Sus blanquísimas mejillas estaban
un poco enrojecidas y parecía nervioso, al igual que sus compañeros.
Yo, asombrado, les indiqué que entrasen.
"Somos estudiantes de un Instituto de Madrid y estamos de viaje de estudios.
Como somos los novatos del curso, los veteranos nos hacen novatadas. Por eso
nos han mandado a tu habitación y antes hemos tenido que enseñarte
el culo. Nos han dicho también que tenemos que cambiarte nuestros calzoncillos
por unos tuyos si queremos volver a nuestra habitación.
¿Nos los darás, por favor?"
"Bueno" dije, "di por unos calzoncillos no vais a poder volver,
no quiero ser el causante de que paséis una noche a la intemperie".
Mis tres visitantes sonrieron. Se abrieron las batas y se quitaron los calzoncillos
rápidamente, volviendo a ocultar sus preciosos atributos masculinos.
Ante mis ojos habían aparecido tres pollas bien distintas unas de otras.
Uno de los chicos, el más moreno, de pies y pelo, resultó tener
un miembro excesivo para su edad. La del otro chico, también moreno pero
más guapo y musculado, era del tamaño adecuado y dejaba entrever
una semierección por la excitación del momento.
La polla del muchacho gordito apareció entre el albornoz no muy grande,
pero si rolliza y apetitosa. Seguro que los tres sabían usarlas bastante
bien.
Los tres me dieron sus calzoncillos y el gordito se presentó: "Me
llamo Eduardo"
Luego se presentaron sus compañeros. El más guapo se llamaba Paco
y el morenito se llamaba Carlos.
A todo esto mi cipote había pasado en pocos segundos de tener el tamaño
de una piña a ponerse como una banana.
Luego busqué en mi maleta unos slips y se los di a Eduardo.
Dado que el pantalón del pijama se me ceñía bastante al
cuerpo, los tres jovencitos ya se habían percatado de las evoluciones
de mi pene, intercambiándose alguna misteriosa mirada y hasta tímidas
sonrisas. Entonces Paco dijo: "Tengo una idea. Estamos aquí a costa
de las risas de los veteranos, ¿no? que sin duda ya se han llevad un
buen chasco, pues nos han visto que hemos entrado en la habitación y
no sólo no nos ha pasado nada sino que además hemos conocido un
bello y simpático chico andaluz ¿no?"
Los otros dos escuchaban atentamente a Paco y se miraban cómplicemente.
"Pues bien. Si él nos lo permite vamos a pasar aquí toda
la noche, si el nos deja"
Los tres se volvieron hacia mi esperando la respuesta.
Yo les dije que si, que podían quedarse y fastidiar a sus castigadores.
"Eso, que se fastidien" dijo el gordito.
Entonces Paco me miró con cara de travieso y dijo a sus compañeros:
- Que os parece si jugásemos a algo con este chico andaluz? Por ejemplo
podríamos quitarle el pijama para dejarle en igualdad de condiciones
que nosotros.
"Estupenda idea",gritaron los otros dos.
"Tendréis que luchar para conseguirlo", les dije divertido.
Entonces los tres se abalanzaron sobre mí, todos a una, tratando de inmovilizarme
mientras yo me revolvía entre sus brazos.
"¡No vale hacer daño!", grito uno de ellos.
"¡Sois tres contra uno!", grité haciéndome el
mártir.
"Cogedle los brazos y tu Eduardo, ayúdame a bajarle los pantalones",
ordenó Carlos.
Los tres se empleaban a fondo para reducirme. Paco consiguió sujetarme
bien los brazos y, tendidos los tres en perpendicular y de espaldas a la cama,
junto al borde, en esta posición, Carlos y Eduardo comenzaron a tirar
de mis pantalones. En esta posición mis pies tocaban a menudo las pollas
de mis violadores debido al forcejeo.
Poco a poco mis pantalones fueron cediendo, mi cintura quedo desnuda, apareciendo
entonces mi polla, tiesa como un cirio, exhibiendo el glande con el mismo orgullo
con que un pavo real exhibe su cola a la hembra antes de fornicar con ella.
Mis atacantes mostraron gran regocijo al ver aparecer mi polla, tan dura y ávida
de sexo.
Exhortados por la visión de tan singular objeto, Carlos y Eduardo tiraron
con más fuerza de mis pantalones hasta que me los sacaron.
Entonces me tumbaron en el centro de la cama y sujetándome me sacaron
la camiseta.
Eduardo entonces, se quitó el albornoz y subiéndose a la cama
montó encima mío.
Entonces se puso de rodillas, mostrándome todo el trasero e iba bajando
la cabeza hasta atrapar mi polla con su boca. En esta posición, yo tenia
al alcance de mi lengua la rosa de su ano y no perdí la ocasión
de saborear aquel agujero adolescente.
Mientras los otros dos comenzaban a meterse mano y lamerse mutuamente.
Entretanto Eduardo había conseguido que mi polla alcanzará el
tamaño máximo, y como en sus labios y su lengua trabajaban expertamente
en el glande pronto estuvo a punto de reventar.
Yo, con la lengua metida en el ano de mi amiguito, saboreaba aquel tesoro escondido
entre el pelo y lamía de vez en cuando sus huevos.
Eduardo logró que mi banana escupiera un buen chorro de liquido blanco,
quedándose con los morritos blancos, como si acabara de beberse un vaso
de leche.
Entonces se dio la vuelta y me sugirió que hiciera lo mismo, a lo que
yo respondí lamiendo su pene suavemente para introducirlo acto seguido
y lograr que eyaculara en mi cara a los pocos minutos. Quedándonos tumbados
y relajados.
"Ahora me toca a mi", exclamo Paco. El se puso a cuatro gatas de rodillas,
abriéndose las nalgas mostrándome su encantador culo. Aquello
me puso a cien.
El ano de Paco reclamaba mi polla ardientemente.
Conduje mi mano hacía el culo del chico y muy despacio empecé
a penetrarle el ano.
Él estaba a cuatro patas, ligeramente echado para atrás, con el
trasero un poco levantado, la cabeza completamente bajada, apoyado sobre los
brazos entrecruzados. Recordaba a una gatita esperando la embestida de un semental.
Yo iba introduciendo mi polla poquito a poco, a fin de causarle el mínimo
dolor al chico.
No quería lastimarlo con brusquedades. El ano de Paco se fue dilatando
por la presión de mi polla. El muchacho, que al empezar a ser penetrado
había exhalado pequeños quejidos de dolor, ahora acompañaba
su acelerada respiración con gemidos de placer. Más de dos terceras
partes de mi polla entraron en el sensual túnel.
De pronto Carlos se puso detrás de mí y colocó su polla
a la entrada de mi culo, mientras besaba mi oreja. Yo me situé adecuadamente
y fue poco a poco metiendo su rabo en mi ano.
Al poco los tres gozábamos de nuestros cuerpos a un ritmo acompasado,
mientras Eduardo se masturbaba mirándonos.
Unas embestidas más y me corrí dentro de Paco que también
se corrió, y momentos después, note como Carlos eyaculaba en mi
interior, inundándome con su delicioso néctar, abundantemente.
Los tres caímos en un abrazo reconfortante hasta que nos venció
el sueño.
Cuando desperté por la mañana no había nadie conmigo, solo
tres calzoncillos que junto a la almohada me recordaban que no había
sido un sueño.
Comentarios y sugerencias a: POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO