Cristina
Clara ni siquiera era mi mejor amiga. Era
una esas amigas que uno podría llamar utilitarias, a la que uno recurre
cuando quiere compañía alegre y descomprometida y que operan como
una forma de terapia, sin complicaciones y con la cual se puede abordar temas
superficiales y entretenidos, pero que uno sabe que no desempeñan un
rol significativo en nuestra vida.
Valdrá la pena describir físicamente
a Clara? Yo pienso que no. Baste decir que ambas somos jóvenes, que nuestro
mutuo conocimiento viene desde el colegio y se prolongó luego en la Universidad.
La idea de juntar a Clara con mi hermano Oscar,
surgió justamente en medio de una de esas conversaciones livianas y algo
promiscuas que solíamos tener en el departamento que habitábamos
junto a otras compañeras de la U.
Yo diría que ni siquiera era una idea.
No había ningún plan y ni siquiera un objetivo bien claro. Simplemente
el tema era algo recurrente en medio de bromas sobre hombres con las que dábamos
trabajo a nuestra imaginación, propia de chicas jóvenes, carentes
de experiencias amorosas y sin ningún valor para buscarlas.
Cuando aparecimos en mi casa, al inicio de
las vacaciones de invierno, la atracción entre Oscar y Clara fue mas
o menos evidente. Al menos así podía captarlo yo. Porque en lo
externo no había muestras explícitas de acercamiento.
Esto se debía mas bien al carácter de mi hermano. Era un tipo
mas bien reservado, yo diría que pudoroso con sus sensibilidades, reacciona
a cualquier tipo de manifestación publica de sus sentimientos y predilecciones,
pero hay que reconocer que físicamente es atractivo.
Como Clara tenía que hacer los honores
de recién invitada a mi casa, únicamente las miradas, de evidente
interés entre ambos, eran los únicos indicadores para pensar que,
quizás seria posible algún tipo de contacto entre ellos.
Como nos encontrábamos los tres en ocasiones
diversas, yo fui paulatinamente dejándolos solos, para que Clara pudiera
iniciar avances que la condujeran a situaciones dignas de ser contadas y de
los cuales me informaba detalladamente.
Se dio así, por fin, la tarde en que
quisimos dar un paseo por el bosque cercano. El ambiente era ahí, como
de esos descritos en algunos poemas, pero el olor a la tierra mojada ya no era
únicamente un perfume embriagador sino, que para nuestros deseos era
mas bien un obstáculo pues caminábamos con los zapatos embarrados
en medio de un bosque casi helado. Sin embargo la soledad era nuestra cómplice
perfecta.
Caminaba yo unos cuantos pasos detrás
de la pareja y cuando pude percatarme que iban tomados de la mano, fui acortando
mis pasos hasta que ya no pude verlos en medio de la espesura.
Entonces me detuve hasta el momento en que
el único referente que tenía de la pareja eran las risas cortas
y nerviosas de Clara.
En ese momento sentí como si se estableciera
un contacto eléctrico en mi mente y ella fuera ocupada por una pantalla
en la cual mi imaginación proyectaba mis calenturientas imágenes
Ahí veía a Oscar tratando de desvestir torpemente a Clara liberando
sus pechos morenos, succionando sus pezones locos, mientras sus manos afanaban
contra su falda tratando de arrastrarla hasta el suelo, descubriendo sus muslos,
que yo sabia que eran casi perfectos, buscándose sus lenguas en besos
que nunca habíamos dado.
Todas mis referencias eran del cuerpo de Clara,
porque yo la había visto desnuda muchas veces, así como ella me
había visto a mí, pero yo no tenía ninguna referencia de
un cuerpo masculino, de modo que no podía proyectar nada de eso en la
pantalla de mi imaginación. Y seguí imaginando como Clara se descubría
para Oscar y ya no escuchaba ningún ruido, ni las risas de Clara ni sus
quejidos, porque siempre pensé que en ese momento escucharía quejidos,
mezcla de dolor y placer, Ni un ruido de ramas quebradas. Nada, solo ese silencio
aun más inquietante para mí, porque en medio del bosque sentía
latir mi corazón con tal fuerza que mis pechos agitaban mi blusa y mis
pezones me dolían y mis piernas casi se me doblaban, porque me había
hecho participe de una unión de dos cuerpos que ni siquiera sabia donde
estaban, de modo que caminé unos pocos pasos sin saber si era en la dirección
adecuada y en ese momento los vi.
Caminaban abrazados, Clara como apoyándose
en mi hermano.
Quise ver algún signo en ella, alguna dificultad en el caminar, algo
en su rostro, en su mirada, que me diera alguna referencia del abrazo amoroso.
Pero no había nada, únicamente sonreían con una mueca de
complicidad, o quizás de agradecimiento, total yo era la artífice
de lo que habían vivido.
No había rastro alguno en ellos.
Eso me impresionó. Aún me impresiona el hecho que nada denote
en una mujer que ha estado haciendo el amor instantes antes.
Que un suceso tan importante e impactante no deje una huella visible y que todo
se refiera a la más profunda intimidad.
Eso me hacia sentir desplazada de algo en lo que yo me consideraba integrante.
Pero esta sensación desapareció
de mi mente cuando minutos mas tarde, y mientras Clara tomaba una ducha en su
cuarto, me relataba hasta en sus más mínimos detalles el encuentro
con Oscar en el bosque.
Tendida de espaldas en su cama yo la escuchaba
fascinada mientras su voz me llegaba mezclada con el ruido del agua sobre su
cuerpo desnudo.
Y me hablaba de humedades, de su piel cálida,
de la forma como movía sus caderas y sus muslos y sus brazos y me hablaba
de longitudes y de grosores y de sensaciones de profundidad y de temblores que
la habían recorrido y de la forma como ella se fue dando sin premuras
y que casi no hablaron que todo era labios y ningún dolor, sobre todo
eso, ningún dolor, porque solamente estaban embriagados por el placer
y habían perdido la noción del espacio y que estaban seguros que
yo les estaba mirando y que eso les había producido un placer aun mayor.
Sí. Que el hecho que pensaban que yo
los miraba los había llevado al placer supremo en el instante final.
Cuando Clara abandonó el cuarto de
baño y se presentó desnuda ante mí, me pareció una
mujer hermosa y deseable. De algún modo yo deseaba a esa hembra por el
solo hecho de haber compartido su experiencia de la forma como lo había
vivido.
Ahora en la oscuridad mas negra, en medio de la noche, en la cama de Clara,
desnuda y ardiendo estiraba mis muslos rozándolos para recibir la suavidad
de sus contornos.
El cuarto de Clara me parecía más
grande que el mío y su cama plácida e íntima. Casi pensé
que era porque Clara era ahora una mujer que había tenido sexo.
Así, me dejaba acariciar por la suavidad de esas sábanas que cada
noche acariciaban el cuerpo de mi amiga. Clara esperaba aun el encuentro en
alguna parte del cuarto que yo no quería adivinar solamente deseaba allí
su presencia.
Casi no sentí los pasos sobre la alfombra,
solamente escuche su respiración y en ese momento me invadió una
extraña serenidad, una sensación de estar dispuesta, para todo,
ahora, en este momento. Un deseo incontenible de vivir lo que habría
de vivir, de tener el momento de lo placentero, lo completo, lo prohibido, la
verdad y la mentira en un solo encuentro para el cual mi cuerpo entero estaba
preparado.
Entonces levanté el cobertor y me ofrecí
desnuda y abierta
Sus manos buscaron mis pechos y su rostro
se acomodó en mi hombro mientras sus muslos separaban los míos
estremeciéndome con el brutal contacto.
Aparecía presuroso, con ansias desatadas,
en la búsqueda de mis besos locos y la premura de su virilidad avasalladora
tratando de penetrarme hasta los orígenes de mi ser de mujer.
Oscar jamás habría sido capaz de descubrir que era yo quien me
estaba brindando, o quizás si lo sabía y estaba como yo en el
paraíso no narrable del amor mas prohibido de los amores.
Yo creo que fue así, porque cuando la
claridad le permitió a Oscar ver mi rostro y a mi ver el suyo, no hubo
espanto en nuestros ojos, sino un fuego nuevo, distinto y diabólico que
hacía mas intimo nuestro abrazo, y que ahora seria muy difícil
de extinguir
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