Relato: La ni�a de la calle





Relato: La ni�a de la calle

Bien, ac� me tienen otra vez. Soy Jaime Vargas, "El Vargas".
Ya me pudieron leer en el relato "El Vargas y Mayra", que escribi� y public� mi
buen amigo Caronte. En ese relato yo seduc�a a una joven, pero en el que sigue,
el joven soy yo. Les voy a contar quiz� la historia m�s importante de mi vida,
la que me hizo ser como soy y estar donde estoy. Como no s� muy bien por d�nde
empezar, empezar� por el principio, que es por donde suelen comenzar estas
cosas.


Como ya sabr�n, soy argentino, de la ciudad de Rosario. All�
nac� y all� pas� mi infancia, casi encerrado en mi casa a consecuencia de una
mamita agoraf�bica. Pues bien, la historia nos remonta a cuando yo ten�a seis
a�itos, hace ya casi una eternidad. En esa �poca, mi mayor divertimento era el
mirar a la gente que pasaba por debajo del balc�n de mi casa, hasta que la noche
ca�a, como un gigantesco monstruo oscuro, sobre las calles de Rosario. Pero
sucedi� que un d�a vi a una ni�ita, de unos ocho o nueve a�os, que me atrajo la
atenci�n. Su cara sucia y su ropa- unas braguitas y una camiseta que manten�an
bien poquito de su blanco original- me dejaron claro que era uno de los llamados
ni�os de la calle. Los ni�os de la calle son esas personitas que por no tener,
no tienen ni edad para comprender por qu� carajo son tan pobres. Al principio,
ven�a s�lo por las noches, pero despu�s, justo un mesecito antes de que yo
cumpliera los siete a�os, se empez� a quedar tambi�n por el d�a.


Esa ni�a sobreviv�a gracias a lo que ganaba pidiendo, y
cuando no ganaba lo suficiente, robaba una hogaza de pan de cualquier tienda,
para poder sobrevivir un d�a m�s en el infierno de su vida. Yo, en cuanto mi
profesor particular, un joven universitario que se sacaba algo de plata
ense��ndome a m� por las ma�anas mientras mi mamita se pudr�a en su cuarto o en
el sof�, se marchaba, yo me sal�a a buscar con la mirada a esa nenita de carita
sucia y ojos negros, y casi siempre la encontraba, con un platito roto delante
de ella, con unas monedas casi siempre insuficientes para comprar cualquier tipo
de comida. As� pues, un d�a la pillaron afan�ndose una barrita de pan, y la vi
huyendo de dos polic�as corpulentos, que la alcanzaron justo debajo de mi
balc�n. Entre insultos y patadas, los polic�as le ense�aron lo malo que es
robar, pero no le dijeron ninguna otra forma de sobrevivir. Cuatro semanas le
duraron las marcas de la cara, haciendo que mi s�ptimo cumplea�os fuera el m�s
triste de mi corta vida. La ficharon en las tiendas del barrio, y no tuvo m�s
que liarse a robar comida a los viandantes. Sin embargo, me gustaba lo que
hac�a, por que s�lo robaba a los que se lo pod�an permitir, que en Argentina
eran bien poquitos, y muy desconfiados. Sin embargo, ella siempre consegu�a un
pedacito de pan que llevarse a su boquita.


Ella desconoc�a mi existencia hasta un jueves diez de marzo.
Ese d�a yo la vi rondando a una abuelita ricamente vestida, que llevaba dos
grandes bolsas, una en cada mano. Entend� que le iba a ser muy dif�cil que
consiguiera algo sin ayuda as� que entr� a casa, y cog� mi bal�n de River que me
regalaron mis t�os de Chile, sin saber que mi equipo, por lo menos el de mi
papito, era Rosario Central. Lanc� el bal�n por la ventana, procurando que
botara cerca de la viejecita pero sin darle.


- �Se�ora! �Se�ora!- le grit� desde mi balc�n, un primer
piso.- �Pod�s lanzarme la pelota? Es que estaba haciendo una chilena como
Valdano, y se me fue.- Si esa viejecita hubiera estado al tanto, hubiera sabido
que el fuerte de Jorgito Valdano no eran las chilenas. La anciana dej� las
bolsas en el suelo, pero la ni�a no parec�a entender. Sin embargo, cuando me
mir�, y vio que yo la sonre�a con la boca y la animaba con los ojos, meti� sus
manos en una de las bolsas y sac� una barra de pan y una bolsita de dulces con
una rapidez y habilidad que ya hubiera querido el tal Ars�ne Lupin del que mi
maestro me hablaba. Despu�s de dos intentos nulos, la viejecita col� el bal�n en
mi casa, recogi� las bolsas y continu� andando sin darse cuenta de nada.
Mientras se marchaba, la ni�a de la calle me lanz� un beso con su manita, pero
yo lo sent� como si me lo hubiera dado directamente al coraz�n. Si yo hubiera
tenido algunos a�os m�s o hubiera sabido qu� significaba esa palabra, habr�a
dicho que estaba profundamente enamorado de esa ni�ita.


- �Baj�! �And� baj�!- me grit� desde la calle.


- No puedo, mi viejita no me deja.


- �Venga! �Y os invito a dulces!- dijo, agitando la bolsita
de dulces que se hab�a afanado con mi complicidad.


- Un momentito.- le dije mientras entraba en casa y me
aseguraba que mi mam� dorm�a. Mi mam� no dorm�a, mi mam� roncaba como un cerdo.
Volv� al balc�n- Ahorita bajo.


En cuanto pis� la calle a la que tanto miedo le ten�a mi
mam�, la ni�ita se me ech� al cuello y me estamp� un sonoro beso en la mejilla.
Aunque ella no se diera cuanta, mis mejillas se volvieron tan rojas o m�s que
sus diminutos labios.


- �Gracias!- me dijo- �Ya cre� que hoy me quedaba sin comer!


- No fue nada.- dije, devorando el dulce que me tend�a.


- �C�mo os llam�s?


Vos primero, que s�s m�s linda- le dije, sonriendo y haciendo
que ella tambi�n se sonriera. Mir� t� por d�nde, esa sonrisa qued� en mi memoria
muy bien guardadita, e incluso ahora parece como si la estuviera viendo sonre�r.


- Me llamo Marta, Martita Valdez, aunque no creo que ahora
importe mucho, mi apellido.


- �Por qu�?- pregunt�, en mi bendita inocencia.


- �Ayy, boludito!- dijo, pas�ndome su mano por mi pelo,
despein�ndome.- Pues por que mis viejitos me botaron de casa.


- Lo siento


- Vos no tuvisteis la culpa �Por qu� lo sent�s?- no supe qu�
carajo contestar.- No me dijiste tu nombre.


- Jaime Vargas- le respond�.


- Vargas, bonito apellido, �Lo puedo usar? Es que el m�o no
me gusta ya.- No entend�a c�mo una chiquita tan interesante como Marta quer�a
usar el apellido de la aburrida familia Vargas. Sin embargo, acept�.- �Qu�
lindo! De ahorita en adelante, me llamar� Martita Vargas.- dijo, volviendo a
sonre�r.


- �JAIMEE! �D�nde carajo te metiste?- era la voz de mi
viejita, as� que me desped�.


- Me tengo que ir, adi�s- dije, mientras entraba al portal.


- �Adi�s!- me grit� la peque�a Martita Vargas, esa hermanita
que mis papitos se negaban a darme por cuestiones meramente econ�micas, y que,
parad�jicamente, la calle me la hab�a dado.


- �Estoy ac�, mamita! Baj� a ver i hab�a correspondencia.-
era la primera vez que le ment�a a mi madre, pero lo volver�a a hacer. Si en
todo el mundo hab�a un solo motivo para mentirle a mi mamita, ese motivo era
Marta Vargas.


Esa noche, le deslic� unas mantas y una almohada a Marta,
pues el invierno se aproximaba y sab�a que la iba a necesitar. Desde ese d�a,
Martita comenz� a dormir justito enfrente de mi balc�n. Adem�s, algunas tardes,
mientras mi mam� dorm�a, yo me bajaba con Marta y juntos habl�bamos, nos
mir�bamos en silencio o me ense�aba a besar. Ella ten�a tres a�os m�s que yo,
pero nos quer�amos, nos quer�amos mucho. Yo, siempre que pod�a, le pasaba comida
o ropa que me ven�a grande, sin que mamita se enterara. De mi papito, en cambio,
no estaba tan seguro, por que siempre que me ve�a en el balc�n, se sonre�a, pero
no dec�a nada. Y es que �l s� que iba a la calle pronto todos los d�as, a
trabajar, y ve�a dormidita a Marta, y se sonre�a, la acariciaba la cabeza y se
marchaba. Y yo eso lo sab�a por que me levantaba cuando �l cerraba la puerta, yo
me levantaba, e iba a ver a mi �ngel, dormidito, enfrente de mi balc�n.


Una tarde me asust� al ver manchas de sangre en las mantas de
mi �ngel. Sin embargo, ella me coment� que era algo normal, que le pasaba a
todas las mujeres, y que, si se lo preguntaba a su mamita, seguro que le iba a
responder lo mismo. Yo no se lo pregunt� a mi madre, con el tiempo hab�a llegado
a verla loca, pero s� que se lo pregunt� a mi papito, que me explic� muy
detalladamente el tema de la menstruaci�n femenina. Entonces, fue cuando me
tranquilic�.


Sin embargo, una noche ocurri� algo muy extra�o, era tarde,
muy tarde, yo no pod�a dormir y me sal� al balc�n a ver como dorm�a mi Martita,
iluminada por el halo de una farola. Muchas veces me hab�a pasado lo mismo, y me
quedaba dormido en el balc�n, mirando a Marta. Pero siempre despertaba en mi
cama y por la noche, cuando llegaba mi pap�, �l s�lo sonre�a y no dec�a nada.
Pero esa noche fue distinta. Yo ya ten�a ocho a�itos, y Martita once, y mientras
dorm�a, un hombre muy alto y muy vestido de negro, se acerc� a Martita. La
despert� con una de sus enormes manazas, sacudiendo a mi diminuto �ngel mucho
m�s de lo que me hubiera gustado.


De repente, mientras Marta se frotaba los ojos, el hombre
alto sac� un fajo de billetes de d�lar del bolsillo, y le dijo algo al o�do a mi
peque�o �ngel. Martita asinti� y el hombre, que estaba en cuclillas, se levant�.
Entonces se abri� la bragueta del pantal�n y sac� una pilila muy grande, y muy
llena de pelos. Cuando Martita la toc�, pude ver que tambi�n era dura, y
entonces mi �ngel se meti� esa pilila tan grande en la boca. El se�or alto
comenz� a coger la cabeza de Marta y a moverla adelante y atr�s, mientras Marta
tragaba y devolv�a esa verga (ella me ense�� que se llamaba verga). El hombre
alto estaba gimiendo algo, pero como era en ingl�s no lo entend�a. S�lo a�os
despu�s sabr�a lo que significaba "�Yeah! �Oh, yes, little bitch!". Entonces, el
hombre movi� la cabeza de Marta muy r�pido justo antes de dejar, durante varios
segundos, su verga completamente dentro de la boquita de Marta, esa boquita que
tantas y tantas veces me hab�a sonre�do. Martita hizo como que se atragantaba,
pero el hombre no la dej� mover su cabeza de donde estaba. Entonces el hombre
sac� su pene (mi profesor era el que me ense�� que se llamaba pene) de la boca
de Marta, se lo guard� en la bragueta y le tir� el fajo de billetes al suelo.
Marta no tard� en cogerlo y ocultarlo debajo de las mantas. Yo miraba la escena
entre asustado y excitado, pues mi pene era una dura ramita dentro de mi
pantal�n.


Sin embargo, cuando vi que Martita intentaba escupir lo que
ese se�or le hab�a dejado en la boca, me sent� m�s asustado que excitado, y mi
pene se retrajo un poco. La excitaci�n desapareci� por completo cuando vi que
Marta se acercaba a una papelera y comenzaba a vomitar. Cuando termin�, volvi� a
su "cama" si es que eso se pod�a llamar cama, pero me vio. M�s concretamente,
vio mi carita de preocupaci�n.


- No os preocup�s, no es nada. Y adem�s tengo plata.- Me dijo
bajito y sacando de su escondite el fajo de d�lares.


Sin embargo, s� me preocup�, y le pregunt� qu� hab�a pasado a
la tarde siguiente.


- Eso, bebito, es una mamada.- me dijo, secamente. A ojos
vista, poco quedaba de la dulce Marta que me lanzaba besos con la mano.


- �No me llam�s bebito! �Sab�s que lo odio!- le dije, pues
era verdad.


- �Vos quer�s que te haga lo que le hice al gringo?- me
pregunt� pero no supe qu� decir.- Ven�.


Me cogi� de la camiseta con las manos y me llev� al portal de
mi casa, meti�ndome justo en el hueco que quedaba debajo de las escaleras, a
salvo de miradas. Me baj� los pantalones y, aunque intent� imped�rselo, tambi�n
los calzoncillos. Al descubierto quedaron mi diminuta verga y mis igualmente
diminutos huevitos. A ella no pareci� importarle, pero a m� s� por que no pod�a
compararme con la vergota del gringo. Sin embargo, ella se arrodill� delante de
m�, y mi diminuto pene se cans� de ser diminuto y comenz� a par�rseme. Ella
sonri� complacida y comenz� a chuparme mi miembrecito mientras yo empezaba a
sentir un calorcito interior muy rico. De repente, el calor fue aumentando, y
sent� buenas ganas de hacerme pis. Mi cuerpo se convulsion� y llegu� a mi primer
orgasmo sin siquiera correrme, pues a�n no estaba suficientemente desarrollado.


�Qu� me pas�?- le pregunt� mientras me sub�a los
calzoncillos.


Eso, Jaime, es que tuviste un orgasmo.


�Y eso es bueno?- pregunt�, inocentemente. Marta se ri� y
dijo:


Pues claro que es bueno, tont�n. �Que no te gust�?


S�, claro que me gust� pero...


Sin peros, bebito.- fui a protestar, pero puso un dedo en mi
boca- a eso es a lo que me voy a dedicar a partir de ahorita. No me gusta, pero
se gana plata, mucha plata.


�Y para qu� quer�s vos plata?- dije llorando, a�n no s� por
qu�.


Para marcharme de ac�. Quiero irme a otro pa�s, all� lejos,
muy lejos. Quiero ir a Espa�a. Me han dicho que un hombre viejo y malo, que
hac�a mucho da�o a sus ciudadanos, muri� hace poco y que las cosas est�n
mejorando mucho. As� que quiero irme all�, a un pa�s donde no haya ni�os de la
calle como yo. Quiero dejar de ser pobre, y �sta es mi �nica opci�n.


No te march�s Martita, no te march�s.- le supliqu�- �Que har�
yo sin vos?


Lo siento cari�o, pero si consigo la plata suficiente, me
marchar� y no volver� a verte. Lo siento, pero es lo mejor, para ti y para m�.-
dijo, intentando ocultar unas l�grimas furtivas, que no llegaron a brotar.


Pero hasta que lo consigas...- �sa era mi �nica esperanza-
hasta que lo consigas �Te quedar�s conmigo?- como �nica respuesta, me dio un
beso en los labios, que yo interpret�, acertadamente, como un s�.


Yo no sab�a qu� hacer. Martita se iba a ir, y yo me quedaba
todas las noches mir�ndola, para ver si en sus sue�os, a�n se acordaba de m�, o
s�lo so�aba con aqu�l nuevo pa�s. El hombre alto sigui� viniendo todas las
noches, y todas las noches Marta le hac�a mamadas, como ella las hab�a llamado.
Martita com�a bien todos los d�as, e incluso se compr� una cajita de aluminio
con un candado para mantenerla cerrada y guardar all� la plata. Desde entonces,
siempre llevaba la llave colgada al cuello. Pero lleg� un d�a que el hombre alto
lleg� con no uno, si no dos fajos de billetes. Marta pareci� extra�ada, mientras
yo lo ve�a todo desde mi balc�n. El gringo le dijo otra cosa al o�do y despu�s
de un momento de duda, Martita asinti�. Entonces el hombre alto comenz� a
bajarle las bragas hasta los tobillos, y Martita, obediente, se las quit� del
todo. Entonces el gringo sac� otra vez su vergota del pantal�n, pero esta vez no
se la meti� en la boca, empuj� a Martita contra la pared y se la meti� en lo que
mi pap� hab�a llamado "vagina", al explicarle la regla. Se la meti� muy fuerte y
muy dentro, y Marta no pudo ocultar un grito que desgarr� el silencio de la
ciudad. El gringo la besaba para ocultar sus gritos, pero no ten�a nada para
ocultar sus l�grimas. Martita lloraba y lloraba de dolor, pero al gringo parec�a
no importarle. La penetraba con violencia creciente, y parec�a que disfrutaba
con el dolor de mi �ngel. Cuando acab�, al igual que hab�a hecho el resto de
noches, se guard� su vergota y tir� el dinero al suelo. Martita lo cogi� y lo
guard� en su cajita m�gica, como ella la llamaba. Entonces, mientras ese maldito
gringo que tanto la hab�a hecho llorar se marchaba, Marta mir� su vaginita y vio
que sangraba abundantemente. Yo tambi�n me di cuenta y le dije:


- �Voy a llamar al doctor!


- �Ni se te ocurra!- me grit�, fuerte y seca, vestida s�lo
con su camiseta.


- �Esper� que ahora bajo!- no tard� en bajar, bien surtido de
servilletas, vendas, y todo lo que encontr� en el botiqu�n de mis papitos. Una
hora tardamos en frenar la hemorragia, con vendas y gasas.


- Gracias, amor- dijo, plant�ndome un beso en todos los
labios, e intentando meter la lengua. Yo abr� lentamente mi boca y ella se
introdujo en m�. Nuestras lenguas batallaron, m�s por instinto que por t�cnica,
y yo la volv� a sentir mi �ngel durante los segundos que dur� ese beso.


- No pod�s seguir as�, de verdad. Har� lo que quieras, le
pedir� de rodillas a mi papito que te pague el viaje a Espa�a, pero no sigas,
por favor.- le ped�, suplicante.


- Lo siento, mi amor, pero tengo que irme solita. Cuando me
vaya, te dejar� sin debernos nada m�s que alguna carta de vez en cuando. Lo
siento pero si puedo seguir.- me sub� llorando, m�s por impotencia y rabia que
por miedo, y me tir� en la cama, a ahogar mis gritos en la almohada.


El gringo sigui� viniendo durante mucho tiempo, dejando plata
y m�s plata, y tambi�n sangre y m�s sangre, por que desde ese momento ya no
quiso m�s que Marta se la chupara, ahora quer�a foll�rsela.. La cajita casi
estaba llena y Martita cada d�a estaba m�s feliz.


- Creo que ya queda poco, Jaime. Dentro de una semana estar�
de viaje a Espa�a.- me dijo un d�a, diez de marzo, el mismo d�a que me conoci�.
Sin embargo, ese d�a feliz fue un d�a muy triste. El gringo no volvi� es noche,
ni la otra, ni la siguiente. Ya nadie le pagaba a Martita, que cada vez
engordaba m�s y m�s, y las tetitas le crec�an m�s y m�s. Como si supiera lo que
hab�a hecho, el gringo desapareci� de nuestras vidas dejando pre�ada a Martita.
S�lo yo me ocupaba de ella, y le iba a comprar comida, y le insist�a en llevarla
a un hospital. Ella no quer�a, se negaba en rotundo, pero yo segu� a su lado.
M�s de una vez me qued� dormidito a su lado, y por la ma�ana mi papito me
despertaba y me mandaba para arriba, no fuera que mam�s se fuera a enfadar. Y
por fin, un veintiuno de septiembre, que mi pap� estaba de viaje de negocios,
pas� lo inevitable. Yo estaba en casa, y eran las ocho de la noche cuando
Martita comenz� a gritar. Ten�a que hacer algo, ten�a que llamar a alguien, a un
m�dico, pero necesitaba a mi madre.


- Mam�, a M...- estuve a punto de llamarla Marta, pero mi
mamita no pod�a saber que la conoc�a.- Mam�, a esa ni�a le duele.


- Dej�la, ni�o, son mierda.- fue la �nica respuesta que
obtuve.


- Pero mam�... Hay que llamar a un m�dico,- nuestra
conversaci�n casi no se o�a por los gritos de Marta. Me lanc� a coger el
tel�fono para llamar a un doctor, pero mi mam� me lo impidi� cogi�ndome por las
axilas y levant�ndome del suelo. Yo gritaba para que llamara a alguien, pero mi
mam� estaba loca, y yo lo sab�a. Su agorafobia hab�a empeorado y se hab�a vuelto
dura y arisca. Me arrastr� a mi cuarto y me ech� dentro. Luego, lo que m�s me
doli�, es que cerrara la puerta con llave.


A�n pod�a escuchar los gritos de Marta, y yo aporreaba la
puerta de mi habitaci�n pidi�ndole piedad a mi madre, piedad para m� y piedad,
sobre todo, para Marta. Viendo que mi madre no respond�a, me lanc� hacia la
puerta ciego de rabia.


- �Martaaa! �MARTAA! ���MARTAAAAAAA!- gritaba y golpeaba la
puerta, pero ni mis gritos ni mis golpes la mov�an. Media hora estuve aporreando
sin descanso la puerta, gritando el nombre de mi �ngel, escuchando sus gritos de
dolor. Al final, ca� agotado. El brillo del sol en mi ventana me despert�.
Estaba en la cama, y la puerta estaba abierta. Baj� corriendo a la calle,
pasando por delante de mi madre sin querer decirle nada. Esperaba ver a Martita
sentada en sus mantas, sosteniendo un peque�o bebito en sus brazos, pero me
encontr� otra cosa. Un grupo de mujeres de avanzada edad conversaban sobre lo
ocurrido. "Una desgracia, �Verdad?", "Se la encontr� un barrendero, y a�n
respiraba", "No pudieron hacer nada en el hospital, ni por ella, ni por el
ni�o". Yo romp� a llorar. Sub� llorando, casi a ciegas por el r�o de l�grimas
que inundaba mis ojos. Llegu� a mi casa, y no s� que barbaridad le grit� a mi
madre, pero fue una muy gorda por la cara que puso. Llegu� a mi habitaci�n e
intent� apagar mis lloros con la almohada, como hice aquella vez, que tambi�n
llor� por ella. Mi padre lleg� esa misma ma�ana de su viaje. Yo s�lo o�a lo que
se dec�an �l y mi viejita.


�Qu� pas�? �Por qu� hay tanta gente all� bajo?


�Bah! Esa sucia ni�ita que rondaba por ac�, pari� y muri� en
el parto- era mi mam� la que hab�a hablado.


�Pero c�mo? �No la atendieron bien?


No, no la atendieron. Tu hijo quer�a llamar a un m�dico, pero
no lo dej�. Ser�a tirar el dinero.- Entonces se oy� una sonora bofetada, un leve
"Est�s loca", y mi padre vino corriendo a mi cuarto.


Ha muerto, pap�, ya no est�.- le dije, llorando.


S�, hijo, s� que est�. Est� ac� dentro.- me dio un golpecito
en el pecho- en tu coraz�n, y si no la olvidas, jam�s morir�.


Los dos, padre e hijo, nos fundimos en un abrazo.


�Qu� pasar� con... ya sab�s, su cuerpo?


�Ay, hijo, no ten�a plata, as� que la enterrar�n como una
do�a nadie, y si la entierran!- mi pap� era muy franco, pero no llor�.


S� pap�, s� que ten�a plata.- Baj� a la calle, con los ojos
todav�a brotando l�grimas, me introduje entre el marem�gnum de cotillas y
buitres, y me puse a escarbar en sus mantas. Saqu� la cajita de plata, la apret�
contra mi pecho, volv� a cruzar entre la multitud y se la ense�� a mi padre.


Sab�s, papito. Ella dec�a que era de este color por que antes
era de madera, pero que ella la sumergi� en el R�o de la Plata y que se volvi�
de plata. �Qu� tonto verdad?- Era tan tonto, que volv� a llorar. Lloraba por que
al final no iba a viajar a Espa�a, ni se iba a hacer rica all�, ni la iban a
adoptar. Su vida acab� cuando a�n so�aba con angelitos. Igual que yo, yo so�aba
con ella, con mi �ngel.


Fuimos al hospital a recoger la llave que siempre llevaba al
cuello. Nos hicimos cargo, mi papito y yo, de todas las exequias, y la
enterraron en un cementerio muy bonito, en una tumba muy bonita, que pon�a:


MARTA VARGAS



1977 � 1989



semper viva


in mai alma


Y encima de la l�pida, c�mo no, un angelito que cuidara de
sus sue�os, de su sue�o, sue�o eterno. A su lado, tambi�n enterramos al ni�o. Lo
llamamos Rom�n Vargas, como mi papito, a petici�n m�a.


Pocas, poquitas personas fueron a su entierro. Sus viejitos,
los que la botaron de casa por que su pap� abus� de ella (me lo cont� una noche
que andaba algo tristona), y su mam� la llam� mentirosa cuando se chiv�, pues
sus viejitos tambi�n fueron al entierro. Y cuando preguntaron "�Por qu�
�Vargas�?", yo no tuve fuerzas para contestar, y mi papito lo hizo por m�.


- Por que ella lo quiere.- dijo abraz�ndome un poquito m�s
fuerte.


Sus papitos lloraron. Despu�s de botarla a la calle lloraron
su muerte. Es como prender fuego a un �rbol y llorar por que se han muerto los
pajaritos que anidaban en �l. Les habr�a puesto de hip�critas hasta arriba, pero
yo tambi�n estaba llorando.


Despu�s de eso, fui yo el que viaj� a Espa�a. Y a cada
monumento que ve�a, lo iba describiendo, como si ella estuviera a mi lado,
sonri�ndome de esa forma que tanto me gustaba.


A�n guardo su llave. Su cajita, seg�n mi papito, qued�
estupenda como maceta para las flores de su tumba. De su tumba y de la de Rom�n,
ese hijito que tanto estar� cuidando en el cielo.



FIN


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Relato: La ni�a de la calle
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