Relato: Mariela (II: El reencuentro)





Relato: Mariela (II: El reencuentro)

Así pasaron 15 años. Hacía
tres meses que mi última relación estable había terminado
y realmente me estaba tomando unas vacaciones en lo que al amor se refiere.
Por supuesto, tenía 2 o 3 "amigas" con alguna de las cuales
me veía de vez en cuando, sin ningún compromiso de mi parte y
mucho menos de parte de ellas. Todas estaban "felizmente" casadas
y vivían "tranquilas" con sus cornudos maridos.


Cierto día, buscando en una boutique
un regalo para mi madre volví a encontrarme con Mariela. Estaba tan bella
como siempre, y su sonrisa seguía siendo la misma, aunque ya no brillaban
sus ojos como antes. Su cara reflejaba asombro, cariño, alegría,
todo junto. La saludé apretándola fuerte contra mí, sintiendo
sus carnes con mis manos y nuestras bocas, inevitablemente, terminaron fundidas
en un beso. Creo que ese fue el beso más sincero que había sentido
en toda mi vida.


La invité a tomar algo y charlar un
rato. Nos sentamos en un café cercano y comenzamos a contarnos nuestras
vidas. Mariela, 2 años después de nuestra separación, se
había casado con un joven que la adoraba en silencio desde que eran niños.
Un año después tuvieron una niña, Camila. Me enseño
la foto y era realmente preciosa, pero era alta y muy desarrollada físicamente
para su edad. Tenía los ojos igual a su madre y la inocencia de su rostro
la hacía más hermosa aún. Le comenté a Mariela lo
bella que era y me respondió que precisamente ese era su temor. Ya en
la calle los hombres más respetuosos le decían piropos, mientras
los más groseros le prometían un rato inolvidable jugando con
sus vergas. Resulta que su esposo había fallecido en un accidente cuando
Camila tenía 6 años y desde entonces Mariela se había dedicado
única y exclusivamente a su hija. Es cierto que tuvo 2 o 3 aventuras,
pero nadie quería cargar con una mujer y su hija, sobre todo ahora que
la vida estaba tan cara. Temía que en cualquier momento se enamorase
de alguno que le pintase castillos en el aire y pasase con más penas
que glorias.


Ya eran cerca de las 2 de la tarde. La invité
a seguir conversando en mi departamento, claro, si podía y quería
hacerlo. Me respondió que estaba bien, Camila estaría en el cole
hasta las 5:00pm, así que tendríamos un rato para continuar platicando.
Nada, que pagué la cuenta y nos marchamos a mi casa. En el auto la conversación
se tornó cada vez más cercana, recordando nuestra juventud. Poco
a poco me fui dando cuenta lo mucho que había cambiado Mariela, aún
cuando me esforzaba en seguirla viendo como 15 años atrás. Sus
formas eran más redondeadas, sin dejar de seguir siendo apetecibles,
pero el cambio principal estaba en su manera de ver la vida. Estaba claro que
no había sido todo lo feliz que esperó, y no creo que fuese únicamente
por la pérdida prematura del esposo. Había una insatisfacción
mucho más profunda, algo así como un deseo irrealizado, como un
sueño que había estado al alcance de la mano y se le había
escapado. Lo curioso era que así mismo era como yo me sentía a
veces cuando pensaba en ella. Además, su conversación era ahora
mucho más abierta y desprejuicida que antes. Por supuesto que la vida
no transcurre en vano, pero en ocasiones nos creemos que los demás siguen
siendo los mismos de años atrás.


Llegamos a casa y nada más entramos
nos enfrascamos en un apasionado beso. Era el beso que llevábamos dentro
de nosotros por más de 15 años. El ambiente transpiraba pasión
y deseo, la lujuria estaba desatada. El erotismo intrínseco de su forma
de ser se le desbordaba por cada poro de la piel, sus manos sudaban copiosamente
y su pecho subía y bajaba al mismo ritmo con que supongo latía
su vagina. De mí ni hablar, mi polla era un monumento al deseo, erecta
como mástil y dura como hierro. Se erguía con la misma fortaleza
de mi juventud, cuando follar como loco era cosa diaria.


Entre besos y caricias fuimos dando tumbos
hasta el cuarto. Sin dejar de besarla la fui desvistiendo, y en cada pedacito
de piel que descubría deposité mis labios para quedarme con su
sabor para siempre, ese sabor que tantas veces había imaginado. Ella,
claro está, no se quedaba atrás, y luego de aflojar el cinto y
sacar mi verga, se arrodillo a mis pies y me la chupó como solo ella
sabía hacerlo. Sólo que esta vez no perdí el control. Supe
que hoy sería mía al fin, que de alguna forma extraña tendría
su virginidad perdida y conservada al mismo tiempo.


Mariela fue cubriéndome de besos, acariciando
todo mi cuerpo, entreteniéndose en mi pecho, sin soltar mi polla, pajeándome
lentamente, sopesando mis huevos cargados de leche. Mientras tanto terminé
de desvestirla. Sus tetas, aunque un poco caídas, seguían siendo
hermosas, y a pesar de haber parido, su cintura continuaba estrecha y sus nalgas
eran tan rotundas como antes. Con mucho amor la recosté en la cama y
comencé a besar sus pies. Mis labios recorrían sus piernas y ascendían
por sus muslos, buscando fundirse con su concha, ansiando sorber sus jugos,
aquellos que manaban tan abundantemente como cuando éramos jóvenes
y nos besábamos en el cine. Al fin llegué a su entrepierna. Ahora
llevaba depilada la concha, lo cual la hacía más apetecible aún.
Me dediqué a besarla despacio, deleitándome con su sabor, jugando
con mis labios y mi lengua, recorriendo cada pliegue y recoveco, hasta que utilizando
mis dedos, abrí su concha y me apoderé de su clítoris.
Sus gritos de placer se hicieron sentir de inmediato, mientras su cuerpo temblaba
en medio del orgasmo que le habían provocado mis caricias. Gemía
sin parar, apretando con sus manos mi cabeza, como si quisiese meterme dentro
de ella, empujando su pelvis presa de múltiples contracciones, derramando
un río de exquisitos jugos en mi boca, los cuales sorbía desesperado,
insaciable. "Métemela", me suplicó entre jadeos, "quiero
sentirte dentro de mí, quiero ser tuya de una puta vez". No demoré
ni un segundo en complacerla, ese había sido exactamente mi deseo 15
años atrás y no dejaría pasar la oportunidad.


Y colocándome entre sus piernas, dirigí
mi polla hasta la entrada de su vagina y de un solo golpe que le arrancó
un grito, la penetré profundamente. Sus uñas se enterraban en
mi espalda, mientras me besaba toda la cara y el cuello sin parar. Comencé
entonces a moverme desesperado, con las ganas de mucho tiempo reprimidas, con
el deseo inaudito de volver a tener 18 años y no dejar de hacerle el
amor nunca. "Así, mi amor, así ..., más duro",
me pedía entre sollozos, "hazme sentir mujer por primera vez en
la vida". Los movimientos de su pelvis se acompasaban a los míos,
haciendo más profunda la penetración, llevándola nuevamente
al borde del orgasmo. No pude contenerme más. Cuando sentí que
ella se corría, el potente chorro de semen brotó de mis entrañas
y la llenó por completo. "Sí, mi vida, sí..., sigue
así que estoy sintiendo tu leche caliente mi interior", gritaba
desesperada mientras se corría entre convulsiones y saltos. Sus piernas
se cerraban fuertemente sobre mi espalda, como si temiese que escapase en cualquier
momento y la privase de la felicidad de sentirse mujer a plenitud.


Continué dentro de ella por un rato,
mientras nos besábamos los labios tiernamente. Increíblemente,
mi verga no había perdido su dureza. Es que un sueño de tanto
tiempo nos llena de energías. Al fin salí de ella, despacio, con
delicadeza, y sin dejar de besarla la acosté boca abajo. Le fui besando
la espalda, sintiendo como su piel se erizaba al contacto de mis labios, acariciando
sus tetas y jugando con sus erectos pezones, esos grandes pezones color café
que tanto me gustaban. Y con mis besos llegué a sus nalgas, las cuales
fui separando con mis manos, para besar su entrada oculta, que se contraía
a cada beso mío. "Dios mío, ¿qué es esto?,
tú estás loco", decía entre suspiros de placer, "¿qué
me haces, mi amor?". Con mi lengua acariciaba su ano, lo mojaba y trataba
de penetrarlo suavemente. Cuando estuvo bien mojado introduje con dulzura uno
de mis dedos. Su esfínter se cerró rápidamente alrededor
de mi dedo, pero mis palabras llenas de dulzura le inspiraron confianza y poco
a poco se fue relajando. Ya mi dedo se movía con libertad, así
que con la otra mano empecé a acariciar el clítoris, proporcionándole
un leve masaje, para distraer su atención. Las caricias pronto surtieron
efecto y sus muestras de placer invadieron el ambiente. Aproveché y le
introduje otro dedo, que ingresó en su interior con más facilidad
que el primero, a pesar de un leve salto de su parte. Mis dedos en lo más
profundo de culo y mis caricias en su clítoris la estaban calentando
mucho más de lo que yo esperaba. "Sigue, sigue, no pares..., mueve
tus dedos, que me voy a correr", decía con voz entrecortada, pero
no era mi intención que se corriese todavía. Quería excitarla
al máximo, quería que me pidiese ser follada por su precioso culito.
Por eso retiré mis dedos de su interior y mi otra mano pasó a
acariciar sus muslos, mientras besaba su dilatado ano. "No pares, continúa",
casi me grita. "Quiero algo más", le dije entonces. "Haz
lo que quieras, pero no te detengas, soy tuya, quiero correrme de nuevo contigo",
me respondió moviendo las caderas adelante y hacia atrás, buscando
ser penetrada nuevamente. Me levanté y lentamente introduje mi polla
en su encharcada vagina. Sin perder ni un instante, se echó para atrás
buscando más verga. Y se la clavé nuevamente hasta lo último,
pero esta vez mis movimientos fueron mas lentos, buscando prolongar el placer,
tratando que estuviese más caliente aún. "Más duro,
más rápido, amor", me pedía desesperada, cercana ya
al orgasmo. Ese era el momento que esperaba con ansiedad. Sin darle tiempo a
nada, saqué mi verga de su concha y la metí de un golpe en su
culo, hasta lo más profundo, hasta que mis bolas chocaron con su concha.
Su grito desaforado de dolor se escuchó en toda la casa, por eso me detuve
y besándole la espalda esperé a que pasase el dolor y su ano se
adaptase al grosor de mi polla. "Sácala por Dios, que me duele",
me suplicaba Mariela. Pero yo no le hacía caso y continuaba con mis besos,
que al fin lograron calmarla, mientras con una de mis manos acariciaba sus tetas
y con la otra hurgaba en su vagina. Pronto ella sola comenzó a moverse,
ya el placer había sustituido al dolor. Sujetándola de las caderas
comencé entonces a sacarla y a meterla lentamente. La sacaba casi por
completo y volvía a meterla despacio, para que sintiese todos y cada
uno de los centímetros de mi dura verga.


Sentir lo apretado de su culo y su calor interior,
me hicieron aumentar el ritmo, hasta que se transformó en una carrera
desesperada por llegar al orgasmo. "Dame, mi vida, dame más duro,
párteme toda, rómpeme el culo, que quiero ser tu mujer para siempre",
gritaba en medio del paroxismo de placer, "sigue, sigue así, dame
tu leche, lléname toda, nunca me he sentido con nadie como contigo".
Hasta que ambos estallamos en gritos, mientras nos corríamos, ella estremeciéndose
sin dejar de acariciarse la concha, yo, llenándole el culo con mi leche,
tal y como ella me lo había pedido.


Caímos rendidos en la cama, sudorosos
y jadeantes, sonrientes, besándonos repetidas veces, mientras mi ya flácida
verga salía de su culo, del cual se escurría un hilo de semen
que corría por sus muslos y llegaba a la cama. "Eres fantástico",
me dijo, "ahora comprendo que he perdido 15 años de mi vida".
La besé con ternura, prolongado la magia del momento. "Yo también
estado muerto hasta ahora", le respondí, "pero si lo deseas
podemos hacer que esto dure para siempre". Me miró a los ojos y
sonrió, y nuevamente volví a ver el brillo que creí perdido.
"Ahora soy tuya, tu amante, tu esclava, tu todo. Ahora que sé lo
que es ser mujer, no estoy dispuesta a perderte, por ti soy capaz de hacer cualquier
cosa".


Y nos besamos nuevamente. Eran cerca de las
4 de la tarde y debía recoger a Camila en el cole, así que nos
bañamos entre besos y caricias. Después la llevé hasta
el centro, donde había dejado su coche, y quedamos en que por la noche
la visitaría. Nos despedimos con un beso, que era una promesa de nuevos
placeres.




Nota: Soy Raúl, de nuevo estoy con ustedes. Espero sus sugerencias, comentarios
o críticas. Les estaré agradecido eternamente. Por favor, escriban
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