Relato: La huerfana





Relato: La huerfana

Sara escuch� la campanilla repicar varias veces, con
insistencia. Odiaba aquel sonido, era humillante, pero ten�a que afanarse en
correr a la llamada. Si tardaba m�s de lo que se esperaba que tardara ser�a
castigada. La insistente campanilla la hab�a pillado a medio mear, en el jard�n,
detr�s del roble, el lugar que hab�an dispuesto para que hiciera sus
necesidades. Se limpi� deprisa con la mano y sali� escopeteada tras el
abominable sonido. C�mo lo odiaba, lo o�a a todas horas, era una verdadera
pesadilla. Qu� querr�a ahora aquella mujer. C�mo a�oraba a su madre, dios...
hab�an pasado miseria pero se quer�an, la quer�a con locura pero ya no estaba,
ya no estaba en su aldea natal, ahora estaba en casa de su nueva madre, de su
extra�a madre adoptiva, en su lujosa casa de planta y dos pisos con un jard�n
enorme y precioso, aislado del exterior por altos muros electrificados, ocultos
por a�n m�s altos setos verdes y espesos. Era todo muy lujoso, pero no dejaba de
ser una carcel.



"Me llamaba la se�ora? � pregunt� con el m�s humilde de los
tonos que era capaz de emitir cuando lleg� frente a la se�ora."



"No ves que se me ha desprendido el zapato? Venga...
p�nmelo... est�pida..."



"S� se�ora � contest� Sara al tiempo que se inclinaba y
recog�a del suelo el bello escarp�n, de brillante piel negra, destalonado y de
peque�o tac�n afilado que sol�a llevar en casa la se�ora."



"Ret�rate � le dijo cuando le hubo colocado el zapato en el
pie que manten�a en el aire, cabalgada la pierna sobre la rodilla de la otra."



De inmediato do�a Adriana se puso a balancear el pie mientras
retomaba la lectura de su revista de sociedad.


Sara se inclin� haciendo una profunda reverencia y se retir�
a la alcoba de la se�ora, donde antes de que le entraran ganas de mear estaba
lustrando las botas de montar que hab�a usado aquella misma ma�ana. Seguro que
pasar�a poco tiempo antes de que volviera a o�r el sonido de la campanilla. El
zapato, de tanto balancear el pie acabar�a de nuevo en el suelo o bien la
mandar�a que recogiera la ceniza que seguro esparcir�a por el suelo o querr�a
que le acercara el vaso de limonada que ten�a en la mesilla, al alcance de su
mano.



Sara ten�a 14 a�os, era hu�rfana de madre, muerta hac�a seis
meses y a su padre nunca lo conoci�. Gracias a los buenos oficios del cura de su
aldea ingres� en un orfanato regentado por p�as monjitas que comerciaban con las
desvalidas hu�rfanas. Do�a Adriana, por medio de la Superiora del convento tuvo
conocimiento de que hab�a ingresado recientemente una muchacha que parec�a muy
sumisa y devota y que nadie reclamar�a nunca. Do�a Adriana precisaba una chica
para usarla de doncella y por s�lo 3.000 euros la ladina monja pod�a extender un
certificado de adopci�n falso, pero las autoridades no indagaban sobre el tema
pues les resolv�a el problema de qu� hacer con esas muchachas hu�rfanas,
normalmente hijas de madres descarriadas o miserables y padres desconocidos, que
no ten�an pariente que las reclamara y no ten�an donde ca�rse muertas.


El mismo d�a que la trajo a casa, con su pobre y ra�do
vestidito y con una peque�a y vieja maleta en la que estaban todas sus escasas
pertenencias, su nueva madre adoptiva le dej� bien clara la situaci�n.



"Est�s aqu� para servir. Obedecer�s en todo lo que se te
ordene, con rapidez y en silencio. Ni se te ocurra llamarme mam� ni ninguna
memez por el estilo. Para ti soy la se�ora y mi hija es la se�orita. La comida
que recibas te la ganar�s cumplidamente o no comer�s. Est� claro?"



El discurso no era para saltar de entusiasmo, pero Sara no
ten�a nada m�s. Era inculta, apenas sab�a las letras y un poco lo n�meros, no
ten�a una inteligencia demasiado desarrollada y estaba acostumbrada a sufrir.
Era un poco una mula de carga, lo hab�a sido siempre y siempre lo ser�a. Hab�a
pasado del hambre de la miseria al hambre rodeada de lujo, pues como hab�a dicho
su mam� adoptiva, para ella �la se�ora� el primer d�a, para poder comer deb�a
primero obtener el reconocimiento y para ello deb�a pedir permiso.



"Puedo comerme las sobras de su plato, por favor se�ora?" �
esa era la pregunta que hac�a cuando �sta y su hija terminaban de comer. Luego
ten�a que repetir la petici�n a la se�orita Blanca.



Unas veces le daba permiso la se�ora, otras la se�orita, en
raras ocasiones ambas se lo conced�an y cuando ocurr�a se daba un fest�n.


Era tan humillante pedir permiso para comerse sus sobras, que
seis meses despu�s de empezar a servir en casa de su nueva familia a�n no lo
ten�a del todo asumido.



"No... hoy no tienes mi permiso para comerte mis sobras �
sol�a ser una respuesta que tanto pod�a recibir de la se�ora como de la se�orita
� ya te he dicho antes que hoy no te dar�a de comer porque no he encontrado mis
botas con el brillo que espero que les d�s."



Eso era muy duro. La castigaba cualquiera de ellas dici�ndole
que ese d�a no le dar�a sus sobras pero es que ten�a la obligaci�n de, terminada
la comida, pedirles por favor si pod�a comerse los restos de sus platos. Sara
ve�a la cara de satisfacci�n de cualquiera de ellas cuando le negaban la comida.



"Trae el cubo de la basura, Sara � le dec�an cuando le
negaban las sobras."



Sara tra�a el cubo de la basura y entonces, la que la hab�a
castigado sin comer le ordenaba que vertiera los restos al cubo.


En los d�as que pasaba mucha hambre hab�a hurgado entre los
deshechos de la bolsa de basura para intentar rescatar alg�n hueso no demasiado
sucio para roerlo y matar as� un poco la terrible gazuza que no la dejar�a
dormir.



Daba igual, pues cada noche se la pasaba, al menos durante un
par de horas, yendo de una habitaci�n a la otra, detr�s del odioso sonido de la
campanilla.



La se�ora era una mujer muy rica, de casi cuarenta a�os, con
un rostro sereno y bello, con un cuerpo monumental, cabello rubio en media
melena aunque ligeramente oscurecido, de carnes prietas, hermosas y bien
repartidas por su cuerpo. Su hija, la se�orita Blanca, era una muchacha que
acababa de cumplir los dieciocho, como su madre no excesivamente alta pero m�s
altas ambas que la pobre Sara. Ten�a el cabello largo y casta�o, ojos verdes,
rostro angelical, piernas bien moldeadas y bonitos pechos redondos. Sara conoc�a
sus cuerpos a la perfecci�n ya que ten�a que ocuparse de ba�arlas y asistirlas
en todas sus necesidades.




Una hora m�s tarde lo que oy� Sara fue un claxon. Insistente.
Frente a la cancela de la entrada.


Sara sali� corriendo, como llevada por los diablos. Emple�
todas sus fuerzas para abrir el enorme port�n de hierro y cuando lo hubo
conseguido el coche que estaba al otro lado cruz� el patio haciendo chirriar las
ruedas. Sara volvi� a reunir resuello para poder emplease a fondo y cerrar los
pesados portones. Luego se fue corriendo hasta donde el coche que acababa de
entrar hab�a aparcado, junto a otro enorme veh�culo en la parte de atr�s de la
casa. Lleg� resoplando y abri� la puerta del conductor.



"Creo que comes demasiado, Sara, cada d�a est�s m�s lenta.
Por de pronto esta noche ye quedas sin mis sobras � le dijo la bell�sima
muchacha que sali� del auto,"



"S� se�orita Blanca, como usted guste ordenar, se�orita
Blanca."



Sara se inclin� en una profunda reverencia y s�lo pudo ver el
trasero delicioso de su se�orita que se iba hacia la casa. Sara la sigui� para
ir recogiendo piezas de ropa que dejaba caer a medida que andaba, el foulard, el
delicioso sombrerito, la chaquetilla que llevaba a los ombros.


Sara segu�a como hipnotizada el taconeo que los zapatos de la
se�orita hicieron al entrar en el hall.



"Hola mam� � le dijo Blanca a su madre cuando entr� en el
sal�n al tiempo que se agachaba para darle un beso en la mejilla."



"Hola hija, qu� tal?"



"Cansada � respondi� Blanca mientras se dejaba caer en el
sof� frente al que estaba su madre."



"Pero se puede saber qu� haces ah� atorada como un pasmarote?
� dijo la se�ora al ver a Sara con las prendas de la se�orita que hab�a recogido
por el camino � qu� pasa, es que no sabes que tienes que guardar esas cosas y
tra�rle las zapatillas a la se�orita? Venga, mueve ese culo... boba, m�s que
boba � le solt� la se�ora tras lo que se puso a re�r secundada por su hija."



"Tengo la impresi�n que esa palurda necesita una buena raci�n
de dolor para que espabile � coment� la se�orita Blanca."



Sara entr� de nuevo en el sal�n, tra�a las zapatillas de la
se�orita.



"Sal fuera � le grit� Blanca � sal fuera y vuelves a entrar,
a cuatro patas y me traes las zapatillas con la boca, como un perro."



Sara enrojeci�. No era la primera vez que le hac�a aquello y
la disgustaba sobremanera, pero Sara era todo entrega, una muchachita muy
sumisa.



"S� se�orita Blanca, como usted guste, se�orita Blanca."



Segundos despu�s Sara entraba gateando. De su boca colgaban
las zapatillas de Blanca, las llevaba sujetas con los dientes por los
taconcitos. Eran parecidas a las de la se�ora, de fino cuero, destalonadas y con
un poco de tac�n.


Lleg� hasta donde la se�orita estaba sentada. Dej� las
zapatillas ordenadas en el suelo y procedi� a sacarle los zapatos de calle, Tom�
una pierna por el tobillo y la atrajo hacia s�, para poder descalzarla. Blanca
no llevaba medias su hermoso pie qued� al descubierto, era blanco, mejor dicho,
ligeramente sonrosado. El brillo coralino de sus u�as lacadas en rojo atrajeron
la mirada de Sara. Un ligero olor, mezcla de un poco de sudor y del aroma del
cuero del zapato lleg� a su nariz. A Sara no la molest� en absoluto el olor.
Blanca movi� los dedos del pie ligeramente y el olor se hizo m�s intenso.



"�Qu� pasa! Te parece que huelen mal mis pies? � le espet�
Blanca."



"Oh, no... no se�orita Blanca..."



"Entonces mete la nariz bajo mis dedos � le orden�."



Sara subi� un poco la pierna de Blanca al tiempo que
inclinaba la cabeza. Meti� la nariz entre las yemas de los dedos y la esponjosa
y m�ribida planta del pie de Blanca.



"Huele... con fuerza... que te oiga � le orden� Blanca."



Sara inspir�. La calidez de la planta del pie y el olor
ligeramente fermentado le embotaron los sentidos.



"Quiero notar tu lengua... s�cala y lame � orden� Blanca que
disfrutaba como una loca con la humillaci�n de la peque�a exp�sita, que era como
a veces la llamaba."



Sara no dud�. Sac� la lengua y la pas� por las yemas de los
dedos, por la planta. Se restreg� la cara contra aquel pie ancho y tibio. Blanca
mov�a los dedos.



"Entre los dedos... m�teme la lengua entre los dedos � le
dijo sin disimular el placer que le estaba causando la lengua de la pobre Sara."



Sara obedeci�. Hasta que no hab�a recalado en aquella casa no
ten�a la menor idea de qu� era el sexo. Desde que se vio obligada a besar los
pies de la se�ora y de la se�orita, lo cual hac�an para humillarla, comenz� a
experimentar un agradable cosquilleo entre sus piernas.



"El otro pie, qu�tame el zapato y b�samelo."



Sara, sin dejar de tener el pie de Blanca en la cara, busc�
con una mano la otra pierna, la subi� a la altura de la otra y no sin dificultad
le quit� el zapato que cay� sobre el suelo. Con ambas manos sujet� las piernas
de Blanca por los tobillos y mantuvo las plantas de los pies a la altura de su
rostro. Su cara se enterr� pr�cticamente en la suavidad de aquellas deliciosas
plantas. Blanca calzaba una talla media, m�s bien tirando a grande. Sara pod�a
esconder su rostro entre los pies de su se�orita. Se los bes�, se los lami�,
restreg� su nariz y sus mejillas. Lo que no sab�a Blanca era que a Sara no le
disgustaba en absoluto aquella humillaci�n.



"Basta... ponme las zapatillas y ll�vate mis zapatos. Antes
de cenar ver� si los has limpiado como merecen. Si no brillan prep�rate � la
despidi� con esa amenaza."



Cuando la criada, una mulata muy dicharachera que adem�s
ejerc�a de cocinera, hubo preparado la cena, Sara la sirvi� a sus amas. Apartada
un metro y medio de la mesa esperaba que la fueran ordenando lo que quisieran
mandarla, que si la sal, que si el pan, que si el vino... cualquier cosa. Sara
se acercaba, serv�a y volv�a a retirarse un metro, posici�n de firmes, manos a
la espalda y vista clavada en el suelo.



"Cuando te digo "sal" o "pan" o lo que co�o sea quiere decir
que lo quiero inmediatamente. No soporto tu exasperante lentitud... ac�rcate
in�til � le orden� la se�ora."



Sara se acerc� como le hab�an ordenado.



"Arrod�llate."



�PLAAAAFFFFFFFFFFFFFFFFFF! � un tremendo bofet�n le hizo
girar la cara y casi caer al suelo.



Sara ya esperaba la bofetada. Cuando la mandaban arrodillarse
en aquel tono sol�an pegarla.


El anillo de brillantes le hab�a sajado el labio inferior y
un hilillo de sangre corr�a por su barbilla. Hab�a tenido suerte. Otras veces se
hac�an descalzar la zapatilla y le pegaban en la cara con ella. Unas veces con
la suela, pero si estaban enfadadas le pegaban con el tac�n. Tras un castigo
ten�a que besar la mano de quien la hab�a castigado.



Adriana acerc� la mano al rostro de Sara. La muchacha se sec�
las gotas de sangre y bes� el dorso de la mano que acababa de abofetearla.



"Perd�neme se�ora, no volver� a ocurrir, la pr�xima vez ser�
m�s diligente � se disculp� Sara mientras sus labios heridos besaban la suave y
fina mano de su ama."




Cuando termin� la cena, Sara pas� por el humillante ritual de
pedirles los restos de sus platos para comer. Sab�a que la se�orita la hab�a
castigado por la tarde, pero todav�a le quedaba la esperanza de la se�ora.



"Se�ora, puedo comerme las sobras de su plato, por favor? �
murmur� con miedo Sara que se hab�a arrodillado."



"No. Ve a ver qu� te dice la se�orita Blanca."



"Se�orita Blanca � empez� de nuevo el vergonzante ritual Sara
despu�s de haberse arrodillado a los pies de Blanca � puedo comerme la sobras de
su plato, por favor?"



"No, ya sabes que esta tarde te he castigado. Trae la
basura."



Sara fue a buscar el recipiente de la basura y una vez en el
comedor verti� en ella los restos de los platos de la se�ora y de la se�orita.



Qu� hambre iba a pasar la pobre Sara. Tendr�a que esperar al
desayuno de las se�oras. Si se levantaban de buen humor podr�a comerse sus
sobras, pero hasta entonces iba a pasarlo mal. La mulata de la cocina cerrar�a
como cada d�a despu�s de las comidas, los armarios de la despensa e incluso la
nevera siguiendo �rdenes de la se�ora, para que Sara no tuviera tentaciones. Por
otro lado acudir a la compasi�n de Vainilla, as� se llamaba la mulata, era un
recurso que no val�a la pena intentarlo. La primera vez que lo hizo, y lo hizo
porque ve�a a la cocinera una mujer afable y cordial, la denunci� a la se�ora.



"Se�ora, perdone que la moleste, se�ora... Sara me ha pedido
que le d� algo de comida y como s� que usted la hab�a castigado sin comer me ha
parecido oportuno..."



"Bien Vainilla... puedes retirarte... y dile a Sara que
venga."



Sara hab�a permanecido detr�s de la puerta escuchando. Cuando
vio a la mulata chivarse a la se�ora crey� que iba a morir. Se present� a la
se�ora y le cost� pasarse una hora de rodillas, con los brazos en cruz y
sosteniendo en sus manos las botas de la se�ora, cogidas con los dedos por la
parte superior de las vainas. Sara llor� y llor� destrozada, suplic� a la se�ora
que la perdonara, que nunca m�s volver�a a intentar enga�arla, pero la se�ora la
mantuvo dos horas en esa posici�n. Los brazos se le bajaban, le era imposible
mantenerlos en cruz.



"Cada vez que tenga que decirte que subas m�s los brazos
significar� una comida menos. Y si una sola de mis botas se escapa de tus dedos
te cortar� una oreja. Piensa que vas a estar as� dos horas, osea, deja de llorar
y concentrate en acumular fuerzas y energ�as para no bajar los brazos."



La se�ora se pas� las dos horas sentada c�modamente en el
sill�n mientras Vainilla le hac�a las u�as de los pies y contempl� impasible el
sufrimiento horrendo de Sara.


La terrible frase "Sube los brazos" la tuvo que o�r Sara en
tres ocasiones. Al final no se sabe de d�nde sac� las fuerzas pero aguant� el
cruel castigo sin m�s avisos.


Todos los m�sculos, todos, hasta la m�s peque�a de sus fibras
y tendones, los cart�lagos, las articulaciones, todo, todo su cuerpo estaba
contracturado, entumecido. Sudaba, temblaba, ten�a espantosos calambres en los
brazos. Los dedos no se los sent�a desde la primera hora pasada. Las botas
parec�an pesar doscientos kilos cada una. Sara tem�a que al final se le acabaran
escapando de los dedos y cayeran al suelo. La horrible amenaza de cortarle una
oreja hizo que, agarrotados e insensibles como los ten�a, sus dedos aferraran
las botas de su ama con toda su alma.


El rostro desencajado por el horrible dolor, por los
calambres, el agarrotamiento, el dolor en las rodillas, en las manos, en los
dedos, en los brazos, en la espalda... en todo su cuerpo... el llanto
desesperado que no pod�a evitar... Sara daba verdadera l�stima. Incluso la
chivata de Vainilla sinti� compasi�n por la peque�a, pero sab�a que estar a bien
con la se�ora le supon�a poder vivir de un trabajo que, de ser despedida no
podr�a volver a encontrar. As� era la se�ora, vengativa y cruel.


Al final, cuando la se�ora le dijo que pod�a bajar los
brazos, Sara se derrumb� en el suelo destrozada.




El funesto recuerdo de aquel d�a la hizo desestimar la idea
de pedir ayuda a la mulata.


Sara pas� la noche con las tripas vac�as. Con un hambre
atroz, yendo de una habitaci�n a la otra, de la de la se�ora a la de la
se�orita.


A una y a otra tuvo que aliviar sus ardores sexuales con su
boca, su lengua y sus labios.


La se�ora, cada noche, antes de acostarse la llamaba para que
le comiera la vulva. A Sara no le agradaba hacer aquello. Ten�a una cierta duda
sobre sus apetencias sexuales, se sent�a atra�da por las mujeres, pero comerles
el co�o le daba cierto asco.


El co�o de la se�ora estaba siempre h�medo, mojado dir�a
Sara, y ol�a fuerte. Ten�a que separarle los labios con los dedos y luego deb�a
pasar la lengua por sus pliegues. Siempre encontraba grumos de flujo que ten�a
que tragarse y le daba un poco de asco. Pero no se atrev�a a mostrar su
desagrado por miedo a las terribles consecuencias. Ten�a que estar siempre casi
un cuarto de hora pasando la lengua por la vulva de la se�ora e introcuci�ndola
cuanto pod�a en su interior. Al final la se�ora estallaba en gritos. Tumbada en
la cama la agarraba por los cabellos y se frotaba el co�o con su cara mientras
se corr�a y con los talones de sus pies, que ten�a sobre su espalda la golpeaba
con furia hasta producirle terribles moretones.



Luego de adecentarse ten�a que ir a ver a la se�orita a su
habitaci�n. A ella tambi�n le gustaba que Sara le comiera la vulva, pero la
se�orita a�ad�a una variante: adoraba que la pobre hu�rfana le metiera la lengua
en el ano. Eso a Sara a�n la disgustaba m�s porque el sabor acre y el olor del
culo de la se�orita eran desagradables. Adem�s ten�a la fea costumbre de tirarse
varios pedos cuando sent�a la lengua de Sara comenzar a escarbar su esfinter.



Despu�s de satisfacer a madre e hija venga a ir de aqu� para
all�. Ahora una quer�a agua, ahora la otra que la tapara, despu�s una que
apagara la luz, m�s tarde otra que le pusiera el orinal.


Cuando finalmente se hab�an dormido retiraba los orinales de
ambas habitaciones para limpiarlos y se acostaba en el suelo, entre las dos
puertas de los dos dormitorios que estaban uno junto al otro.




Por la ma�ana, despert� a la se�ora y a la se�orita y las
atendi� en sus necesidades. Lo m�s repugnante era otra vez el orinal. La hac�an
permanecer con la cara pegada a la bacinilla, para que oliera los orines
concentrados de la ma�ana. Invariablemente los primeros chorros de orina le
salpicaban de gotitas en la cara al chocar contra la loza. Finalmente con la
mano las limpiaba.


Despu�s se pod�a lavar y r�pido a asistirlas para vestirlas.
Finalmente llegaba el desayuno.



Se hab�a pasado la noche oyendo roncar sus tripas, adem�s de
los ronquidos suaves del profundo y relajado sue�o de sus amas. Sara estaba
hambrienta.


Las se�oras comieron con apetito el desayuno que prepar�
Vainilla y que les sirvi� Sara.


La se�orita Blanca dej� caer al suelo un poco de clara del
huevo pasado por agua.



"L�mpialo Sara � le dijo y cuando la joven se arrodillaba
cambi� de idea � mejor c�metelo, debes tener mucha hambre."



"S� se�orita Blanca, muchas gracias se�orita Blanca � murmur�
Sara antes de inclinar la cabeza hasta el suelo y lamer la clara de huevo."



Cuando hubieron acabado el desayuno Sara pas� por la
humillaci�n de pedir a sus amas que le permitieran comer sus sobras. Esta vez
accedieron. Sara puso los platos en el suelo, entre la se�ora y la se�orita, se
arrodill� dispuesta a comer cuando oy� la voz de la se�ora.



"Sara... las manos detr�s de la espalda."



"S� se�ora, como ordene la se�ora � contest� Sara."



Aquello la obligaba a lamer los platos, a tomar los escasos
restos con la boca.


Su desayuno fue frugal pero le sirvi� para calmar los jugos
g�stricos que los ten�a excitad�simos.



Tras el desayuno, la se�orita Blanca decidi� leer un rato. Se
instal� c�modamente en una tumbona del jard�n y llam� a Sara.



"Sara... desc�lzame y b�same los pies. Me relaja tanto que me
beses los pies mientras leo... � coment� con voz l�nguida."



La pobre exp�sita se arrodill� frente a la tumbona donde
estaba echada la se�orita Blanca, le descalz� los zapatos y comenz� a acariciar
los bonitos pies de aquella altiva joven. Acerc� su cara a las plantas y a los
dedos y comenz� a besarlas, frotando con cuidado sus labios por las yemas de los
dedos, por las plantas, por el arco, por los talones. Luego vuelta a subir de
nuevo hacia los dedos. Al llegar a estos, la se�orita Blanca los abr�a, los
separaba y Sara sab�a que eso quer�a decir que pasara la lengua entre los dedos.
Pasaba la lengua, besaba con suavidad y acababa chupando un dedo, luego otro y
otro hasta que los dedos de ambos pies los recibi� en su boca.


De nuevo Sara se sinti� feliz. El olor suave de los pies de
la se�orita la hac�a sentirse protegida. Sara se refugiaba en ese aroma a
delicado fermento, a ligero olor a sudor muy femenino, nada ofensivo.




Luego tendr�a que lavar a mano la ropa interior de la se�ora
o de la se�orita, tendr�a que sentarse ante el inmenso armario zapatero que
compart�an y lustrar hasta la extenuaci�n, zapatos, sandalias, botas, chinelas y
cualquier elemento que pudiera ser calzado por ellas. Tendr�a que atender
cuantas llamadas le hicieran, corriendo para evitar perder alguna comida o para
evitar que la castigaran. Tendr�a que pasarse horas a cuatro patas con los pies
de una o de otra, si no de ambas, sobre su espalda, para que pudieran estar
c�modas mientras le�an, charlaban o hac�an una cabezadita. Tendr�a que volver a
lamer sus co�os o sus culos, tragarse los pedos que quisieran tirarse en su boca
y limpiarse la cara cada vez que quisieran orinar en el orinal con su cara a
cent�metros del chorro que salpicaba contra la loza.



En definitiva tendr�a que seguir con esa vida que parec�a que
era la �nica posible que pod�a tener una hu�rfana miserable acogida por quien se
hab�a hecho cargo de su vida. Una vida, la de Sara que transcurr�a entre
humillaciones y castigos. No era capza de entender exactamente porqu� hab�a de
soportarlos, s�lo sab�a que aquel era su destino e intentaba complacer al m�ximo
a sus amas para que fueran lo menos crueles posible. Sab�a que era dif�cil,
sab�a que su sufrimiento no siempre depend�a de su aptitud ni de su actitud,
muchas veces depend�a del humor que madre e hija pudieran tener en un momento
determinado.



As� era la vida de Sara, la pobre exp�sita.




Por favor vota el relato. Su autor estara encantado de recibir tu voto .


Número de votos: 1
Media de votos: 10.00


Si te gusta la web pulsa +1 y me gusta






Relato: La huerfana
Leida: 1375veces
Tiempo de lectura: 17minuto/s





Participa en la web
Envia tu relato







Contacto
Categorias
- Amor filial
- Autosatisfacci�n
- Bisexuales
- Confesiones
- Control Mental
- Dominaci�n
- Entrevistas / Info
- Erotismo y Amor
- Fantas�as Er�ticas
- Fetichismo
- Gays
- Grandes Relatos
- Grandes Series
- Hetero: General
- Hetero: Infidelidad
- Hetero: Primera vez
- Intercambios
- Interracial
- L�sbicos
- MicroRelatos
- No Consentido
- Org�as
- Parodias
- Poes�a Er�tica
- Sadomaso
- Sexo Anal
- Sexo con maduras
- Sexo con maduros
- Sexo Oral
- Sexo Virtual
- Textos de risa
- Transexuales
- Trios
- Voyerismo
- Zoofilia


Encuestas

Afiliados



























relato erótico mi vecinita ingenuarelatos porno desde chiquita mis tios y papá me lame rico la panocitarelatos eroticos de sexo abuelo y nietaPapá e hija amor filialRelatos eroticos taxistafollando esposasrelato bolivianas pornoensartaldo 5Embarazada fetiche misrelatospornoleer relatos eroticos pornos d sexo con hermana y vecinitarelatos eroticos iceto padres e hijasmi hijita de 9 añitos relatorelatos eroticos amigas casadas reunidasrelato gay mi padrinorelatos pantaletaschica borracha folladaIncesto con la abuela relatadoscon mi abuela relato eroticorelatos jugando al caballitoRelato Pornos De Dominacion A Chicos TodoRelatotodorelatos pornos con fotos mi tia y mi prima rascada me aprovechoRelato Pornos De Dominacion A Chicos TodoRelatoRelatos porno tiaRelato Pornos De Dominacion A Chicos TodoRelatorelato erotico alquilando a mi hijarelatos porno de hetero primera vezRelatos er�ticos gay osos incestorelatos eroticos dos nenasRelato Pornos De Dominacion A Chicos TodoRelatoRelato Pornos De Dominacion A Chicos TodoRelatorelatos xxx gay con mi abueloHetero penetrado por gays relatosrelato primera infidelidad con mi sobrino preñame coji a mi primita relatomi hijita de 9 añitos relatonovios cachondosrelato erotico mujerrelatos eroticos mis sobrinasRelato de como aproveche que mi vecina estaba borracha para cogermela por el culo en su casadesvirgando primita: relatopornosrelatos porno de incesto con hija pequenaMi hermana mayor me da su culito virgen relatosRelatos eroticos gratis incesto sobrina de 13 añitos primera vezbaches relato pornrelatos porno nenitaRelatos eróticos hombres que han desvirgado culitos gaysRelatos pornode maduroQueria ver un pene de caballo historias eroticashistorias eroticas lesbianas monjasel nena de mi amiga relato pornrelatos porno gratis la vendedora de.com dulceanenas chikitas relatos pornodesvirgada por el portero relatoprimos incestorelatos filial jugando con mi hijahistorias eroticas de sobrinas cojedorasrelatos porno mis hermanosrelatos eroticos papi desvirga hijitaRelatos eroticos gratis incesto sobrina de 13 añitos primera vezRelato xxx mi hijo baron dormido relatos gay mi tio me rompio el culo a los 7porno muy viejasLesbianasMimadre y yorelatosRelatos gratis reales el ginecologo era mi sobrino soy viuda gorda y mi sobrino me enculo por primera ves y me gustoRelatos eroticos hijasrelatos eroticos: padrastros y hijastrasMi abuelo pervertido relato pornorelatos pornos madre sometidaRelatos porno profe fóllemerelatos de mi sobrinito me embarazo relatos pornos follando a.mi hija relatos incesto viendo a mi hija cojerIncesto con la abuela relatadosrelato porno cogido por mi perro a mi 10sexo telefonico con mi suegra relato pornorelatos mi hermana borrachrelato caliente mujer cm te follo el plomerorelato me veia el culorelato erotico la panocha peluda de mamarelato porno paolagratis mujeres follando con perro gratisrelatos eróticos con mi tíaMe coji a una terramoza relatosrelatos porno el msn