Relato: Confesiones de una mujer casada (3)





Relato: Confesiones de una mujer casada (3)


CONFESIONES DE UNA MUJER CASADA


III - PARTE




Para los que no hayan le�do ninguno de mis anteriores
relatos, dir� que me llamo Conchi y tengo 38 a�os. Bueno, el mes pasado cumpl�
39. No es que con mi marido mantenga pocas relaciones sexuales, todo lo
contrario, pero el problema es que en mi fuero interno no soy una mujer de un
solo hombre y necesito con cierta frecuencia..........."cambiar de aires". Por
eso he cometido ya adulterio en varias ocasiones y pienso seguir haci�ndolo
mientras mi cuerpo me lo pida. Adem�s, el hecho de ser est�ril desde los 18 a�os
(debido a una negligencia m�dica que ya expuse en mi primer relato) me est�
dando ahora las ventajas que anteriormente me quit�, puesto que puedo hacer el
amor sin preservativos y sin peligro de que me dejen pre�ada. Y despu�s de �ste
pre�mbulo os paso a relatar mi �ltima infidelidad, sucedida a principios del mes
de julio pasado.



Todo comenz� cuando decidimos sustituir el viejo sof� cama
del sal�n por un confortable sill�n de tres plazas, moderno y muy bonito. El
establecimiento donde lo adquirimos inclu�a en el precio el transporte a
domicilio, pero no la retirada del sof� antiguo, por lo que, aprovechando el
hecho de que mi marido trabaja en una empresa de transportes, contratamos, por
el m�dico precio de 30 euros, dos mozos que proceder�an a bajar al trastero el
sof� cama. El nuevo sill�n lo tra�an el jueves despu�s de comer, por lo que cit�
a los dos mozos para el mismo jueves a primera hora de la ma�ana. Por descontado
que me tuve que ocupar yo de organizar el traslado ya que mi marido se pasa todo
el d�a fuera de casa.



A las nueve de la ma�ana del jueves en cuesti�n los dos mozos
se personaron en casa puntualmente. Al abrir la puerta para recibirlos descubr�
el porqu� de su tarifa tan econ�mica. Se trataba de dos inmigrantes,
presuntamente ilegales, que se ganaban la vida a base de este tipo de chapuzas.
Uno de ellos, de nombre Abdul, era un marroqu� de no m�s de veinte a�os con el
pelo muy negro, corto y rizado, los ojos negros, la piel muy morena, de mediana
estatura y extremadamente delgado. El otro se llamaba Mat�as y era de raza
negra. Hab�a venido a Espa�a desde Guinea Ecuatorial. Ten�a el t�pico pelo negro
azabache caracter�stico de su raza, unos bonitos ojos color miel y los labios
muy carnosos. Era bastante m�s alto y corpulento que su amigo y aparentaba unos
veinticinco a�os de edad.



Despu�s de presentarnos mutuamente les indiqu� el objeto de
su trabajo. Cogieron el viejo sof� cama en volandas y se dispusieron a bajarlo
por las escaleras hasta el trastero. Eran cinco pisos m�s los dos s�tanos, por
lo que tardar�an un ratito en cubrir esa distancia. Mientras tanto yo me baj� en
el ascensor, abr� la puerta de la peque�a habitaci�n correspondiente a nuestro
trastero y me sent� en el suelo a esperarles. Al cabo de unos quince minutos los
dos muchachos aparecieron acarreando pesadamente el viejo mueble. Ten�an el
rostro cubierto de sudor y sus camisetas luc�an amplios cercos bajo sus axilas.
Finalmente franquearon con bastante dificultad la puerta del trastero y
colocaron el sof� cama en el suelo, contra una de las paredes, siguiendo mis
indicaciones.



Luego, tras agradecerles encarecidamente sus servicios,
proced� a entregarles los 30 euros pactados y 10 euros m�s de propina. Entonces
ellos se deshicieron en alabanzas y agradecimientos ante aquel gesto. Mat�as se
acerc� hasta m� y me propin� un beso de despedida en cada mejilla. Abdul se
dispuso a imitar a su compa�ero de faenas y se coloc� frente a m�, pero en lugar
de girar nuestras cabezas en sentidos diferentes, para proceder a besarnos las
mejillas, lo hicimos en el mismo sentido quedando nuestros labios enfrentados,
momento en el que el joven marroqu� aprovech� para besarme t�midamente en los
labios. Aquella confusi�n me hizo mucha gracia pero no me sal�an las palabras.
Ante mi pasividad y silencio, Abdul me cogi� la cara con ambas manos y acercando
de nuevo sus labios a los m�os me volvi� a besar, pero esta vez con algo m�s de
intenci�n.



Segu�a paralizada ante aquella situaci�n, y notaba como el
marroqu� intentaba abrirse camino con su lengua entre mis labios, los cuales yo
manten�a sellados. En un nuevo intento Abdul me acarici� el pelo y el cuello con
sus manos. Al comprobar que yo no rechazaba sus caricias sigui� descendiendo por
mi cuello hasta posicionar sus manos sobre mis pechos. Como no me hab�a puesto
sujetador debajo del vestido, mis pezones notaron el calor de sus palmas y
comenzaron a marcarse desafiantes bajo la fina tela. Entonces cerr� los ojos y
not� como mis labios se entreabr�an en un acto reflejo, por lo que su �vida
lengua se interno en mi cavidad bucal y comenz� a inspeccionar las enc�as. Sus
lujuriosas pero delicadas maniobras terminaron por excitarme gratamente y
entonces le abrac� y comenc� a responder a su morreo entrelazando mi lengua con
la suya.



Mat�as, que segu�a de cerca la jugada del marroqu�, cerro por
dentro con llave la puerta del trastero y, situ�ndose por detr�s de m�, empez� a
tocarme el culo. Abdul mientras segu�a bes�ndome desabroch� h�bilmente dos o
tres botones de mi escote y, deslizando una de sus manos por dentro, me acarici�
los pezones. Luego not� como las manos del guineano me sub�an el vestido hasta
la altura de las bragas y comenzaban a acariciar mi entrepierna, pero tambi�n
pude ser consciente de que las braguetas de ambos muchachos se hab�an hinchado
considerablemente y se restregaban contra m� cuerpo. Abdul lo hac�a contra mi
vagina y Mat�as sobre mi culo.



Al poco rato intercambiaron sus quehaceres. Ahora era el
guineano quien me besaba en la boca y me sobaba las tetas mientras que el
marroqu� se ocupaba de magrearme los muslos, el culo y la entrepierna. Entre
besos y caricias me fueron despojando del vestido y de las bragas, por lo que
ahora me encontraba totalmente desnuda y el contacto de sus manos era directo.
Mi excitaci�n iba en constante aumento y ya, no solo estaba entregada a ellos
respondiendo a sus besos, sino que adem�s comenc� a palparles sus sexos por
encima de la tela de los pantalones.



Not� que Abdul se retiraba un poco de mi espalda y cesaba en
sus caricias. De reojo pude observar que el joven marroqu� estaba abriendo el
sof� cama que acababa de bajar con la ayuda de Mat�as, improvisando una cama en
mitad del trastero. Luego me invitaron a que me tumbara sobre ella y, tras
despojarse de sus camisas, pantalones, slips y zapatillas, se tumbaron junto a
m�, situ�ndose uno a cada lado. Abdul mostraba un cuerpo enjuto pero fibroso y
entre sus piernas brotaba un magn�fico miembro erecto de unos 18 cm. de
longitud, totalmente descapullado. Mat�as era bastante m�s corpulento. La
totalidad de sus desarrollados m�sculos se dibujaban en relieve bajo su tersa y
brillante piel de �bano. Su miembro, tambi�n ya totalmente erecto y
descapullado, era sensiblemente m�s largo que el de su compa�ero pero mucho m�s
gordo. En aquella posici�n les agarr� la polla a los dos a la vez y comenc� a
masturbarles lentamente, mientras ellos me met�an mano por todas partes y
besaban m� boca por turnos.



Poco a poco sus glandes comenzaron a dejar restos del lechoso
l�quido pre-seminal en mis manos, al mismo tiempo que mis jugos vaginales
lubricaban el interior de mi co�o. Ahora Abdul se dedicaba a comerme
literalmente las tetas y los pezones. Mat�as hundi� lentamente el dedo �ndice de
una de sus manos en mi vagina, movi�ndolo, una vez dentro, en todas direcciones.
Luego me meti� dos dedos y despu�s tres. Apunt� el dedo �ndice de su mano libre
en la entrada de mi prieto ano y, empuj�ndolo muy despacio, lo introdujo hasta
el fondo. Para entonces mi boca se encontraba recubierta de una mezcla de sus
espesas salivas, producto de los lujuriosos morreos a los que me estaban
sometiendo ambos.



Despu�s de un buen rato de masturbaciones, tocamientos y
morreos a granel, Abdul se coloc� de rodillas entre mis piernas, recostando su
rostro sobre mi pubis. Me separ� bien las piernas para que mis labios vaginales
se despegaran dejando a la intemperie el orificio de mi co�o, y comenz� a
lam�rmelo de arriba abajo, deteni�ndose arriba, de cuando en cuando, para
chuparme el cl�toris.




El negro aprovech� la ocasi�n para colocarse en cuclillas
delante de mi rostro, apoyando luego sus rodillas a ambos lados del mismo y, de
esta manera, ofrec�a su enorme rabo a escasos cent�metros de mis labios.
Entreabr� mi boca invitando a su polla a penetr�rmela, lo que sucedi� de
inmediato. Primero me introdujo el glande y despu�s sigui� empujando, lenta pero
inexorablemente, hasta que sus negros y peludos huevos chocaron contra mi
barbilla. Las considerables dimensiones de aquel m�stil de �bano me llenaban
totalmente la boca de carne, llegando incluso a producirme cierta dificultad al
respirar, pero no me importaba en absoluto porque era una verdadera gozada notar
su potente capullazo latiendo c�lido en m� garganta. Entonces me invadi� un
tremendo cosquilleo, y es que la lengua del marroqu� me estaba arrancando un
espectacular orgasmo a base de trabajarme el chocho con paciencia y dedicaci�n.
No tengo palabras para describir el placer que produc�a que me estuvieran
comiendo el co�o, al mismo tiempo que una enorme polla negra follaba mi boca sin
parar. Tanto es as� que me sobrevino un segundo orgasmo sin apenas propon�rmelo.



Minutos m�s tarde Mat�as se retir� de mi boca y comenz�
nuevamente a lamerme las tetas y los pezones. Abdul por su parte dio por
concluida la sesi�n de cunnilingus y se coloc� de rodillas entre mis piernas con
su rabo apunt�ndome directamente al co�o. Con una gran consideraci�n por su
parte, antes de penetrarme, me pregunt� si pod�a hacerlo sin cond�n, a lo que yo
asent� encantada, pero justo antes de que me la metiera, su compa�ero cambi� los
planes de actuaci�n. Mat�as se tumb� boca arriba y me situ� a horcajadas sobre
�l. Luego, sin perder ni un solo segundo, apunto su cipote negro entre mis
labios vaginales y lo fue hundiendo despacio hasta conseguir met�rmelo hasta el
fondo. Una vez echo esto me oblig� a recostarme sobre su pecho, momento que
aprovech� Abdul para penetrarme el ano sin dificultad, ya que no era la primera
vez que me daban por el culo. Con las dos estacas clavadas profundamente en mis
dos agujeros comenzaron a follarme al mismo tiempo. Al ratito el placer era
indescriptible. Primero comenc� a sollozar y luego a gritar de gusto mientras me
corr�a una y otra vez sin remedio.



A petici�n del marroqu� intercambiaron sus posiciones y
siguieron follando sin parar, arranc�ndome nuevos orgasmos. Los dos muchachos
ten�an sus pollas a punto de reventar, por lo que de nuevo me consultaron si
pod�an hacerlo dentro de m�. En cuanto les di luz verde para ello, comenzaron a
descargar su leche en mis entra�as, entre sollozos y convulsiones. Aquello de
ver a dos t�os inyect�ndome sus jugos en el co�o y en el culo, simult�neamente,
me produjo un nuevo y tremendo orgasmo que finaliz� justo cuando ambos
terminaron de correrse.



Exhaustos, nos sentamos los tres sobre el sof� cama y
encendimos un cigarrillo cada uno. Mientras fum�bamos, los dos chavales no
hac�an m�s que halagarme dici�ndome lo bien que follaba y lo buena que estaba.
Cuando consumimos los cigarrillos acordamos recoger todo aquello y salir del
trastero por separado, pero al ponerse de pi� pude observar que los rabos de los
dos sujetos se hab�an vuelto a empalmar a tope. Yo ya estaba satisfecha pero no
pod�a dejarles marchar de esa forma, as� que les propuse hacerles sendas
mamadas, a lo que ellos accedieron con sumo gusto.



Dici�ndoles que permanecieran en pi�, me arrodill� entre
ambos y comenc� a chup�rles la polla por turnos. Un ratito a Abdul y otro a
Mat�as. Para darles m�s placer y retardar un poco sus eyaculaciones, comenc� a
lamerles los huevos y el capullo. Luego engull�a por completo sus estacas y les
masturbaba con el �nico roce de mis ardientes labios. Y por �ltimo, despu�s de
un buen rato, me ayud� con las manos. Mat�as, el negrazo, fue el primero en
comenzar a escupirme copiosos borbotones de leche espesa y tibia, que me iba
tragando a medida que se depositaban en mi lengua. Cuando su erupci�n ces�, se
la relam� entera recogiendo con mi lengua los restos de lefa que se hab�an
quedado en su capullo, hasta tragarme la �ltima gota. Sin pausa ninguna me gir�
hacia Abdul, que mientras me beb�a el semen de su compa�ero se hab�a estado
masturbando despacito para no correrse, y le hice lo mismo que a Mat�as. El
esperma del marroqu� era menos espeso, pero mucho m�s abundante. Me tragu� toda
su leche y luego le reba�e el capullo con la lengua, al igual que hab�a hecho
anteriormente con el guineano.



Tras plegar el sof� cama nos vestimos los tres y abandonamos
el trastero por separado, para no levantar sospechas entre el vecindario, aunque
por fortuna no nos encontramos con nadie. Debo reconocer que hasta aquel d�a
jam�s me hab�a acostado con dos hombres a la vez, y puedo certificar que ha sido
una de mis mejores experiencias sexuales.




- FIN -



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