Relato: Las aventuras de Lola



Relato: Las aventuras de Lola

Este relato es absolutamente cierto, por
ello permítanme que omita los
verdaderos nombres de los que en el aparecen, así como el de los lugares.
Pongamos que nos llamamos Lola y Alex. Nos conocimos en la facultad y al
poco tiempo ya éramos pareja. Me hubiera gustado poder decir que ambos,
o
que al menos uno de nosotros, era de una familia acomodada, y que por ello
disponíamos de coche o de una segunda residencia familiar donde tener
nuestros encuentros. Sin embargo éramos unos vulgares estudiantes de
clase
medía, que se veían obligados a recurrir a los parques y/o a los
pubs
oscuros cuando el presupuesto lo permitía.



Yo había tenido otras novias con las
que había recurrido a dichos lugares,
pero a diferencia de Lola, estas ponían muchas dificultades en concederme
mis deseos si las circunstancias no nos concedían una total intimidad.
Con
Lola era distinto. Se dejaba tocar, me la chupaba o incluso follaba en pubs
o en parques siempre que hubiese la suficiente oscuridad o diese la
impresión de que no íbamos a ser vistos. Siendo honestos, por
muy oscuro que
estuviese, si yo podía ver o intuir lo que otras parejas hacían,
seguro que
ellos hacían lo propio con nosotros. Sin embargo nos auto engañábamos
pensando que nadie nos veía, yo porque estaba más caliente que
el palo de un
churrero, ella... ¿por exhibicionismo?.


La primera vez que pensé que podía
ser esa la causa fue un día que la
acompañé hasta la parada del autobús. Vivíamos cada
uno en una punta de la
ciudad y careciendo de vehículo estábamos condenados al uso del
transporte
público. Aquel día nos habíamos entretenido mas de la cuenta
y ella había
perdido el último autobús, con lo cual teníamos que esperar
a que empezase a
funcionar el primero del servicio nocturno, para lo que todavía restaba
una
hora.


La parada estaba en una avenida céntrica,
en la que a esa hora aún hay
mucho trafico de vehículos pero muy pocos transeúntes. Tal vez
porque
sabíamos que la espera iba a ser larga, nos dedicamos a hacer lo que
mas nos
gustaba. Nos besábamos y acariciábamos de la misma manera que
lo haría
cualquier pareja en una situación similar. Sin embargo Lola, tal vez
agradecida de que compartiera con ella la espera de su autobús y que
luego
tuviera que esperar un rato similar al mío, fue un poco mas lejos.


No contenta con sobar mi paquete por encima
del pantalón, bajo mi
cremallera e introdujo su mano en el interior de mi calzoncillo. Pese a la
estrechez, agarró mi miembro y le imprimió un movimiento claramente
masturbatorio. Cualquier observador atento hubiese llegado a la conclusión
de que me estaban haciendo una soberana paja, pero la dejé continuar
auto
engañándome al pensar que nadie se iba a dar cuenta. Pero, puede
que porque
la postura fuese incomoda, o puede que porque simplemente lo deseaba, Lola,
con un movimiento rápido y preciso, extrajo de su jaula al pajarito (en
aquel momento todo un pajarraco) y sin darme tiempo a reaccionar se lo
introdujo en la boca. Protesté, alegue que estábamos en un lugar
público,
que cualquiera nos podía ver, pero en el fondo no hice nada por impedir
que
continuase chupándome la polla.


estábamos en un lugar público
perfectamente iluminado y ninguno podía
alegar que nadie no podía ver, ya que podíamos observar la cara
de sorpresa
de los automovilistas al pasar junto a nosotros y oír los bocinazos que
algunos nos dedicaban. Pese a todo, nadie puede tachar a Lola de haberse
tomado a la ligera el trabajo que estaba haciendo, muy al contrario, ya que
se regodeaba en él, retrasando todo lo que pudo el momento de mi orgasmo.
Cuando me veía próximo al mismo, extraía mi miembro de
su boca y se limitaba
a darle suaves lengüetazos en la punta. Pero tanto va el cántaro
a la fuente
que termina por romperse. En su enésima interrupción, calculo
mal y se
extrajo mi polla de la boca justo cuando yo comenzaba a correrme, y aunque
inmediatamente volvió a metérsela para tragar hasta la última
gota, no pudo
evitar que le llenase toda la cara con mi esperma. En la calle, con mi polla
aún en su mano, con la cara llena de semen y riéndose a mandíbula
batiente,
no era precisamente el retrato de la esposa perfecta que una madre quiere
para su hijo. Sin embargo, tal vez por ello, yo la amaba. Pero para mi
desesperación no volvió a repetir nada similar, ni por voluntad
propia ni a
petición mía.


Como muchas parejas, a los dos años
de noviazgo sufrimos una crisis. Para
estropear mas la situación cometí el error de serle infiel con
una buena
amiga suya, que para remate, después de pedirme que guardase en secreto
el
desliz, corrió a contárselo a Lola. Además de cómo
adultero, quede como un
mentiroso, y la venganza de Lola no tardo en llegar. Salió con una amiga
a
ligar y tras localizar a la víctima adecuada, según me contó
luego tenía que
ser mas guapo que yo para que la venganza fuese completa, le pidió que
la
llevase con su coche a un lugar apartado y allí se dejó follar.
A modo de
despedida, y no sin cierto recochineo hacia mi, después de dejarse follar
le
hizo una mamada. El chico, al que meses mas tarde nos encontramos por
casualidad en un bar, debió pensar que aquella había sido la noche
de la
suerte de su vida.


Al día siguiente, dándome una
lección de sinceridad, me lo contó todo.
Reconozco que, el saber que los cuernos no me dejaba pasar por el marco de
la puerta sin agacharme, me dolió. Sin embargo tenía que reconocer
que su
acto pagaba una infidelidad mía y que, queriéndola como la quería,
estaba
dispuesto a perdonar casi cualquier cosa. Lo que no reconocí, ni siquiera
a
mi mismo, es que cuando Lola me contó lo sucedido tuve una enorme erección.
Conforme me lo contaba, yo le pedía que me explicase los detalles mas
morbosos y disfrutaba con ellos. Me dolían los cuernos, pero también
me
dolía la polla de lo dura que la tenía. Me la imaginaba besándolo,
dejándose
desnudar, gozando con el miembro de otro, limpiándose con un clínex
el
esperma que él le había depositado en su interior, chupándosela,
tragándose
su semen, etc. Y me gustaba. Deseaba poder haber estado allí y haberlo
visto
todo sin ser descubierto.


Durante días, cada vez que pensaba
en lo que Lola había hecho, corría a mi
habitación a masturbarme como un adolescente. Cuando hacíamos
el amor,
imaginaba que era el otro el que la poseía obteniendo unos orgasmos
tremendos. Estaba obsesionado, por ello cuando consideré que la relación
había vuelto a su cauce normal, le insinué la posibilidad de realizar
un
trío con otro hombre. Aunque reconoció que en alguna ocasión
había tenido
esa fantasía, se negó en redondo y yo no me atreví a volver
a proponerlo.


Finalizados nuestros estudios universitarios
y una vez conseguido trabajo,
nos compramos un piso y sin mas dilación nos casamos. Nuestra vida sexual
por supuesto cambió. Teníamos lugar de encuentro y no sin un deje
de
tristeza dejamos de usar los parques y los pubs. El piso no lo teníamos
totalmente amueblado y aún faltaba por comprar las cortinas, pero éramos
felices de vivir juntos. Era un piso alto y teníamos una terraza donde
en
las cálidas noches de verano era sumamente agradable tomar el fresco
con una
cerveza en la mano. Generalmente, por el calor, solíamos ir desnudos
por la
casa durante todo el día, y al llegar la noche, apagábamos las
luces y
salíamos a la terraza de la misma guisa. Estabamos convencidos de que
por la
altura y por la oscuridad era imposible que desde los pisos de enfrente o
desde la calle pudiésemos ser vistos.


Una noche, estando en la terraza desnudos,
nos pusimos cariñosos.
Normalmente, cuando esto sucedía nos íbamos a la habitación
donde
consumábamos el encuentro. Sin embargo aquel día no. Lola, arrodillándose
a
mis pies, comenzó a chuparme la polla, y aunque le sugerí al posibilidad
de
continuar en el lecho matrimonial, hizo oídos sordos a mis ruegos y continuó
chupa que te chupa. Lo prolongó hasta que supongo que dedujo que yo no
me
resistiría y entonces se sentó sobre mi y empezó a cabalgarme.
Yo la tengo
bastante gorda y normalmente es muy difícil que consiga penetrarle en
esa
postura si previamente no lo he hecho en otra mas favorable, sin embargo en
aquella ocasión estaba tan lubricada que entró sin la menor resistencia.
Pese a todo la postura era incomoda y además no confiábamos en
que la silla
aguantase el peso de ambos durante el coito. Por ello la incorporé y
le pedí
que apoyara los codos en la mesa para de esta manera poder penetrarla desde
atrás. Es esta postura podíamos ver la calle y la gente que por
allí pasaba,
aunque estábamos convencidos de que ellos a nosotros no podrían
vernos. El
orgasmo fue tan intenso para ambos, que repetimos la experiencia en diversas
ocasiones.


Una noche salimos a tomar unas copas con unos
amigos por el barrio. A la
vuelta, como la temperatura era agradable decidimos dar un paseo. Al pasar
junto a nuestra casa, por curiosidad miramos a nuestro balcón.
Distinguíamos, pese a la oscuridad, las macetas, la mesa, las sillas
y de
haber habido una pareja follando, a la pareja. Al subir a casa miramos a las
terrazas de los pisos de enfrente y comprobamos que, aunque con dificultad,
veíamos a nuestros vecinos de enfrente. No tuvimos la seguridad de haber
sido vistos, pero, con aunque con menos frecuencia, continuamos haciéndolo
en la terraza. Eso si, nunca hablábamos del tema, nunca nos confesábamos
que
nos pudiese excitar la posibilidad de ser vistos.


Una noche salimos a cenar y bailar. Volvimos
tarde, bebidos y calientes. En
el garaje, al bajarnos del coche Lola se subió el vestido y se quito
las
bragas. Ella sabe que me gusta que vaya sin ellas, por lo que pensé que
su
intención era calentarme con la idea de que debajo del vestido no llevaba
nada. Por ello me sorprendí cuando vi que no se bajaba el vestido y que
de
esa manera se dirigía al ascensor. Aunque era tarde, siendo una noche
de día
festivo y en verano, corríamos el peligro de encontrarnos a algún
vecino que
volviese de fiesta o que simplemente aprovechase el frescor de la noche para
pasear el perro. Mostrando su chocho y su culo, que no deje de tocar en todo
el trayecto, subimos en ascensor y esperamos en el rellano a que pudiese
meter la llave y abrir la puerta de nuestra casa. Reconozco que los nervios
me hicieron tardar mas de la cuenta, no encontraba la cerradura, y que
cualquier vecino pudo vernos por la mirilla de su puerta. Si alguien nos
vio, nada nos dijo en los siguientes días. Pero las sorpresas no habían
acabado por aquella noche.


En aquel verano en el que todavía no
teníamos aire acondicionado, durante
el día teníamos todas las ventanas cerradas para evitar que entrase
el
calor, pero por las noches las abríamos todas para que entrase el fresco.
Antes de irnos de cena las habíamos abierto todas y así las encontramos
al
llegar. Lola recorrió la casa y se dirigió hasta la habitación
encendiendo a
su paso todas las luces. Eso convertía nuestra casa en un escenario
completamente iluminado visible desde las ventanas y terrazas de enfrente,
con el agravante de que aún no disponíamos de cortinas que actuasen
de telón
para la función que se iba a desarrollar. Cuando alguna vez me había
encontrado en mi terraza saboreando una cerveza y disfrutando de la brisa
nocturna y una luz se había encendido en el bloque de enfrente,
involuntariamente había dirigido mi mirada hacía allí y
había observado la
escena, normalmente inocente, que se desarrollaba al, otro lado de la calle.
Por ello estaba seguro que si en aquel momento teníamos vecinos en su
terraza, estarían atentos a lo que ocurría en mi dormitorio. Lola
no es
tonta y seguro que por su cabeza había pasado un pensamiento similar.


Entre besos y abrazos nos desnudamos uno al
otro y empezamos a revolcarnos
en la cama. No tenía la seguridad de estar siendo observado, pero la
mera
posibilidad me excitaba. Lola debía tener pensamientos similares, pues
empezó a desplegar toda su sabiduría amatoria. Comenzó
demostrando que sabía
comerse una buena polla y que lo hacía con calma, deleitándose
en ello.
Cuando lo estimo oportuno me requirió para que iniciásemos un
69,
eso si, colocándose ella debajo. Pero nuevamente pidió cambiar
de postura y
tumbándose con las piernas bien abiertas me pidió que la penetrara.
De
hecho, comenzamos mostrar todos los conocimientos que del Kamasutra
teníamos, manteniendo cada postura el suficiente tiempo como para que
se
quedase perfectamente gravado en la retina de un posible observador. Me
estaba follando, era un mero muñeco a las ordenes de mi esposa que indicaba
en cada momento lo que debía hacer y de que manera. La follé a
cuatro patas,
de lado, se sentó sobre mi miembro, primero mirándome y luego
de espaldas a
mi, y cuando ya no podíamos mas volvió a la postura del misionero
en la que
obtuvimos un inolvidable orgasmo. Al terminar bajó la persiana, apagó
la luz
y nos pusimos a dormir como si no hubiese pasado nada.


A la mañana siguiente, cuando trate
de hablar de lo sucedido la noche
anterior, ella le quito importancia. No habíamos hecho el amor con la
ventana abierta y la luz encendida para ser vistos, simplemente hacía
calor
y a ella le gusta ver bien lo que esta haciendo. Además a esas horas
era
imposible que nadie nos viera. No había exhibicionismo en su comportamiento,
sostenía ella, cuando hace el amor con su marido no piensa en nada mas
ni
tiene en cuenta el entorno. No me convencían sus argumentos, pero tampoco
quise rebatirlos. En cualquier caso, hasta que no pudimos comprar cortinas,
me acostumbré a mantener las persianas siempre altas. Cuando íbamos
a hacer
el amor a la habitación esperaba a ver si ella las bajaba o no, y si
no las
bajaba sabía que aquella noche tendríamos un polvo especial.


Fue aquel verano cuando, casi por casualidad,
descubrimos las playas
nudistas, aficionándonos tanto a ellas que odiábamos la sola posibilidad
de
llegar a tener la mas mínima marca del bañador. Pero también
descubrí que,
además tener el culo moreno, lo que me gustaba de esta playas era ver
la
cara de deseo de otros hombre cuando mi mujer, con su cuerpo desnudo y
contorneándose, se dirigía al agua. Lo que no pensé entonces
fue que a ella
también le gustase recibir ese tipo de miradas.


Tal fue la obsesión que teníamos
por tener "el culo moreno" que, aunque no
fuese verano, siempre que hiciese un día cálido y soleado hacíamos
una
escapada a la playa para tomar el sol desnudos durante unas horas.
Generalmente esos días cálidos de primavera o de otoño
la playa estaba
prácticamente vacía, pero a nosotros nos daba igual. Uno de aquellos
días la
playa estaba desierta, a excepción de un pescador que con su caña
probaba
fortuna. A petición de Lola nos pusimos relativamente cerca de él,
según
dijo porque así le podíamos pedir que vigilase la ropa si decidíamos
darnos
un baño.


Tras colocar las toallas y desnudarnos, el
ritual exigía que nos untásemos
el uno al otro bronceador. Pero una cosa es untar, y otra lo que hizo ella
conmigo. Hizo todo lo posible por excitarme obligándome a ponerme boca
abajo
para ocultar la erección, y cuando lo consiguió, me pidió
que le hiciera a
ella lo propio. Me lo tome al pie de la letra y al igual que ella hice todo
lo posible por excitarla. Pensaba que llegado a un punto ella me pediría
que
la dejase, pero para mi sorpresa me pidió que fuese mas osado y que le
metiese mano sin ningún miramiento. Le recordé que el pescador
no paraba de
mirarnos de reojo desde que nos habíamos desnudado y por toda respuesta
comenzó a frotarme mi erecto miembro.


Me había dado el banderazo de salida
y yo, con mi mástil en sus manos,
introduje mis dedos en su vagina. ¡Estaba chorreando!. Generalmente
dedicamos un buen rato a los juegos antes de iniciar el coito propiamente
dicho, sin embargo estaba vez me urgió para que la penetrase sin mas
dilación. Le volví a recordar que teníamos un espectador
a escasos veinte
metros y que una cosa era tocarnos de una manera mas o menos disimulada y
otra follar descaradamente, pero no le importó. Entré en aquel
mar de flujos
vaginales y con apenas diez embestidas conseguí el orgasmo más
rápido de la
historia de mi mujer. Pensé que aliviada su calentura me pediría
que saliese
y terminaría con la mía de un modo más discreto. Sin embargo
me rogó que
continuase hasta el final, que debo de reconocer que en mi caso tampoco se
demoró demasiado.


Se puso de pie e invitándome a mi a
hacer lo mismo, me cogió de la mano y
juntos nos dirigimos hacia el pescador. No sabía lo que pretendía
hacer
ahora ni me atrevía a preguntarlo. Al llegar a la altura del pescador
se
puso en cuclillas y con la mayor naturalidad le preguntó si no le importaba
vigilar nuestras ropas mientras nos bañábamos. Por la postura
de ambos, el
pescador sentado y ella de cuclillas frente al él, estoy convencido de
que
tubo una magnifica panorámica del coño de mi mujer rezumando leche.
Al
principio pareció que no entendía la pregunta. Su miraba oscilaba
entre el
sexo de mi mujer y charco que empezaba a formar en la arena el semen que de
el manaba, cuando por fin respondió que estaría encantado. Con
los muslos de
Lola mojados de semen, nos dirigimos al agua donde nos dimos un ligero baño
pues la temperatura del mar no permitía muchas alegrías. Cuando
de vuelta a
casa quise hablar de lo sucedido, ella aseguraba que el pescador, pese a
nuestros jadeos nunca había girado la cara y que además estaba
demasiado
lejos para vernos. Por supuesto no recordaba haberse puesto de cuclillas
para que el individuo le viese bien el coño y comprobase que se le habían
corrido dentro. De hecho tampoco me volvió a dar oportunidad alguna de
repetir lo sucedido.


Pero en lo que nuestra manía por las
playas nudista llegó a ser un
inconveniente, fue en el tema vacaciones. Buscábamos un lugar de vacaciones
que tuviera playa nudista, pero en la que la misma no estuviese demasiado
lejos de nuestro alojamiento. No queríamos tener que coger el coche o
hacer
grandes caminatas para podernos desnudar. Así, a través de unos
amigos,
conocimos de la existencia de camping nudistas, donde en la playa (si la
tenía), en la piscina, en el bar, en suma, en cualquier lado podía
estar uno
desnudo.


Finalmente elegimos un camping en la Costa
Brava donde pasaríamos 15 días
en un bungalow con dos habitaciones, salón, cocina y baño. El
camping era
realmente encantador, tenía piscina, zona deportiva, pinares, bar,
supermercado, yakusi y estaba a solo 3 kilómetros de una playa nudista.
Pero
sobretodo, las normas no solo permitían el nudismo, sino que lo obligaban
en
todas sus instalaciones mientras que la climatología lo permitiese. El
ambiente era fundamentalmente familiar, matrimonios con hijos de todas las
edades, aunque también abundaban parejas solas o grupos de dos o mas
parejas.
Los primeros días los pasamos con una cierta rutina. Nos levantábamos
tarde
y tras desayunar nos íbamos a la piscina hasta las dos, hora en la que
tomábamos una cerveza y nos íbamos a nuestro bungalow a comer.
Por la tarde,
a la hora de mas calor, dormitábamos un poco o bien leíamos hasta
que, a
cosa de las seis volvíamos a la piscina hasta que la cerraban a las ocho.
Luego tras ducharnos y cenar nos encerrábamos en nuestro nidito para
hacer
el amor hasta altas horas de la madrugada. Así transcurrió nuestra
vida en
el camping hasta el tercer día, en el que llegaron ellos.


Ellos eran Toñi y Javi. Eran maestros
y aprovechaban todos los años sus dos
meses de vacaciones pagadas, para hacer una gira por distintos campings
nudistas de España y el sur de Francia. Solían para en uno, si
encontraban
"ambiente" se quedaban hasta que se aburrían, si no lo encontraban
se
marchaban al tercer día. Lo que siempre era fijo era que al menos una
semana
la pasaban en el sur de Francia.


Lola conoció a Toñi en el supermercado,
y desde el principio notamos que
ambos tenían muchas ganas de trabar amistad con nosotros. Quedamos esa
misma
noche en invitarlos a cenar en nuestro bungalow. Como la noche era fresca
todos estábamos completamente vestidos, sin embargo ello no fue obstáculo
para que la conversación desembocase en derroteros sexuales. Hasta aquel
momento nosotros pensábamos que, dado el carácter familiar del
camping, la
gente que allí veraneaba lo único que deseaban era poder tomar
el sol
desnudos durante todo el día. ¡¡Inocentes!!. Javi y Toñi
nos hicieron ver en
seguida que además había muchas parejas y matrimonios que lo que
realmente
buscaban era ligar. Ellos, sin ir mas lejos, confesaban que lo único
que
buscaban era gente agradable con la que poder meterse en la cama. Aunque,
para ser mas exactos, el que se metía en cama era Javi. Toñi normalmente
colaboraba en las tareas de seducción de su marido a modo de celestina,
conformándose si acaso, en participar como mirona. Solo en muy contadas
veces se unía a la fiesta de una manera mas activa.


Por supuesto, Javi aquella noche nos propuso
discretamente realizar un
trío con el, y para facilitar las cosas Toñi alego tener mucho
sueño y nos
dejo solos. Sin embargo ni Lola ni yo nos dimos por enterados, aunque cuando
Javi se fue, hicimos el amor y fantaseamos con esa posibilidad. En mi se
había vuelto a despertar el morbo de ver a mi mujer acostada con otro
hombre.


La noche nos resulto productiva. Al día
siguiente veíamos el camping con
otros ojos, intentando adivinar quien se acostaba con quien y quien
simplemente lo intentaba. Tenían razón, había al menos
tres grupos de dos
parejas cada uno en los que resultaba difícil saber a ciencia cierta
quien
era el marido de quien, y quien la esposa. Pero además, observamos que
en la
piscina se entablaban muchas amistades que terminaban en reuniones nocturnas
en la tienda, caravana o bungalow de uno de ellos. Supongo que nuestra
amistad con Toñi y Javi tampoco paso desapercibida para los demás
que,
interpretándola erróneamente, pensaron que nosotros también
estábamos "en el
juego" y empezaron a insinuársenos. Así, nuestros vecinos,
un matrimonio con
dos hijos, el panadero, ella "sus labores", nos invitaron una noche
a unas
cervezas en su bungalow y, entre "niño no toques eso" y "
María dile a tu
hijo que se este quieto", nos propusieron un intercambio de parejas en
nuestro bungalow, "por que aquí los niños se podrían
enterar". Con mucha
educación y halagados por la proposición, la rechazamos porque
"nosotros no
hacemos esas cosas". Sin embargo aquella noche la fantasía durante
el coito
incluyo al panadero y a su esposa.


Pese a la negativa de la primera noche Javi
y Toñi se convirtieron en
inseparables nuestros, sin dejar por ello de insinuar la posibilidad de
meternos los tres en la cama o alabar las virtudes del sexo libre. Viendo
que las insinuaciones no bastaban, cambiaron de táctica. Durante varios
días
Toñi intento sin éxito que yo dejase a solas a Lola y a su marido:
me
invitaba a jugar al tenis, a acompañarla al pueblo, a ayudarle a reparar
el
coche, etc... Lola y yo conocíamos sus intenciones y habíamos
decidido que
si ocurría algo seria estando los dos presentes y sin que nadie se enterase.


Por fin, el jueves por la noche Javi vino
solo a hacernos una visita. Como
hacia fresco y no teníamos ganas de vestirnos nos habíamos encerrado
en el
bungalow. Lola preparaba la cena y yo oía la radio cuando sonó
la puerta.
Había puesto una excusa tonta para visitarnos y la conversación
se notaba
que era de compromiso.


- Quieres que te eche una mano con la cena
cariño - le dije a mi mujer en
un momento en el que el silencio resultaba demasiado incómodo.
- No gracias
- Me dejas que le eche yo una mano a tu mujer - me pregunto Javi con
malicia.
- Si ella te deja... - respondí yo consciente de donde quería
él echarle
las manos a mi esposa.


Sin esperar mas respuesta se levanto y se
dirigió hacia Lola y rodeándola
por detrás, comenzó a besarle una oreja mientras con una mano
cogía un pecho
y con la otra acariciaba su pubis. Estando ambos desnudos era imposible que
mi mujer no notase pegada a su culo la semi erecta polla de Javi. Lola
intento resistirse diciendo; "no, para", pero el no soltaba su presa.
Cuando
intentó revolverse, Javi estampo un beso en sus labios. Fue un beso largo
y
cálido al que Lola respondió con naturalidad. Yo mientras, observaba
la
escena con la polla dura y pensaba; ¡valla un cornudo consentido que estas
echo!.


Cuando sus labios se separaron, ella sin decir
palabra vino al salón. Lo
que había hecho le gustó, pero la habían cogido por sorpresa,
no había
tenido tiempo a reflexionar sobre si quería o no hacerlo, y ahora esperaba
que yo tomase una decisión. "¿Porqué no nos echamos
un rato en la cama para
abrir al apetito para la cena?", pregunte, obteniendo la aprobación
por
unanimidad.


Ya en la cama, Javi se centro en los pechos
y boca de Lola, mientras que yo
me dedicaba a sacarle brillo a su chochete con la lengua, ya que iba a
recibir la visita de un extraño, lo adecuado era que estuviese bien limpio.
Ella, mientras tanto, no se quedaba manca y le dedicaba un solo de zambomba
a Javier que ni la filarmónica de Londres. Pero como Lola toca de oído,
se
ve que los resultados no satisfacían del todo a Javier, que decidió
por su
cuenta y riesgo cambiar la zambomba por la flauta, introduciéndole esta
en
la boca hasta la campanilla. Yo, por mi parte, decidí que ya le había
dejado
el coño suficientemente limpio como para pasar la revista del sargento
mas
exigente de nuestro glorioso ejército, pero que para estar mas seguro,
lo
mejor seria que lo probase yo mismo. Así, con un "alegro maestroso"
comencé
mi mete-saca, mientras que Javier con un "adagio ma non tropo" continuaba
con su chupa-chupa.


La orquesta funcionaba a las mil maravillas
y el concierto se aproximaba a
su ultimo movimiento. Cambiamos de postura y ahora era yo el que disfrutaba
de la mamada y el de la follada. Al principio el cambio no le gusto
demasiado a Lola, Javier la tenía mas corta y no le llegaba hasta el
fondo,
sin embargo poco a poco se fue dando cuenta de que eso tenía también
sus
ventajas, pues gracias al modo especial de meterla, la punta estimulaba una
zona de la vagina próxima al punto G y le proporcionaba un placer extraño.


Javier no era precisamente un corredor de
fondo. Por la cara y los gemidos
resultaba evidente que se encontraba próximo al orgasmo. Sabía
que cuando se
corriese, ella aún no estaría apunto y mi intención era
rematar yo la
jugada. Pero cuando vi su cara de placer y pensé que se estaba follando
a mi
mujer, que la había puesto súper cachonda, que se estaba corriendo
en su
interior y que cuando yo la metiese estaría lleno de su nata, no pude
evitarlo, me puse frenético y le llene la boca con mi semen mientras
él daba
las ultimas embestidas. Javier se disculpo por no haber conseguido que Lola
se corriera, y tras argumentar que se le había hecho muy tarde y que
nosotros teníamos que cenar, se marcho a contarle su victoria a su
mujercita.


Yo lo había acompañado a la
puerta y cuando volví me encontré a Lola
masturbándose. "Por favor acábamelo, con la polla, con la
boca o con lo que
sea, pero acábamelo", me dijo. Mi polla aún no se había
recuperado del
encuentro anterior, pero me parecía lógico dar una respuesta a
su acuciante
grito de socorro, así que me arrodille entre sus piernas dispuesto a
terminar con mi boca lo que no habían conseguido antes dos pollas. Al
principio pensé que me daría asco, pero cuando vi como la leche
brotaba de
su gruta y se deslizaba hasta su ano, me volqué a lamer como un loco
preso
de la excitación. Ya conocía el sabor del semen por que en alguna
ocasión,
tras hacerme hecho una felación, habían encontrado ese sabor en
la boca de
alguna mujer al besarla, y sabia cuando lamía que no era ese sabor lo
que me
enervaba, sino el semen en si mismo. Era la prueba de que un hombre había
gozado en el coño de mi mujer. Rebañe hasta la ultima gota hasta
que note su
sabor picante en la garganta, y entonces, ya con la polla bien dura, me
follé a Lola consiguiendo que se corriera ella dos veces antes de hacerlo
yo.


Como era costumbre en ellos al día
siguiente se marcharon a otro camping de
su ruta. Una vez conseguido su propósito de acostarse con mi mujer, ese
camping había dejado de tener interés para ellos, y marchaban
en busca de
nuevas aventuras en nuevos lugares. Nosotros continuamos allí como habíamos
previsto hasta el final de nuestras vacaciones. Sin embargo, algo había
cambiado en nuestra pareja. Si antes me excitaba fantaseando sobre un
supuesto hombre sin rostro poseyendo a mi esposa, ahora lo hacia con un
hombre con rostro y sobre todo con polla. Si antes especulaba sobre las
posible reacciones que mi esposa tendría ante las embestidas de otro
varón,
ahora recordaba su cara de gozo, su vagina húmeda, sus gemidos y sus
suplicas para que alguien finalizase lo que aquel hombre y yo habíamos
dejado a medias. Comencé a sugerirle la posibilidad de buscar un hombre
para
realizar un trío, y tanto insistí que finalmente ella termino
por acceder.


Teníamos conocimiento de la existencia
en nuestra ciudad, de un local donde
acudían muchos matrimonios en busca de intercambio de parejas y de tríos,
y
allí nos dirigimos para satisfacer mis deseos. Nos abrió la puerta
una rubia
con unas tetas capaces de amamantar a todo un hospital pediátrico,
enfermeros, médicos y celadores incluidos, que ayudo a Lola a quitarse
su
abrigo, que junto con su bolso y mi abrigo fueron a parar a una pequeña
habitación, tras la barra, donde se amontonaban las prendas de otros
clientes. La estancia donde nos encontrábamos no era muy grande y estaba
deficientemente iluminada. En una de sus paredes, ocupándola casi
completamente, se encontraba una barra donde además de la rubia pechugona
servia un hombre que deducimos debía ser su pareja. En un extremo de
la
barra pendía, sobre un soporte, una televisión en la que se emitían
películas pornográficas, supongo que para hacer ambiente. Tras
asegurarse de
que sabíamos donde nos habíamos metido, la rubia de prominentes
pechos se
ofreció a enseñarnos el resto del local., que además de
la zona de bar
constaba de una pista de baile y de una zona de reservados con unos sofás,
no demasiado cómodos, dispuestos en semicírculos entorno a mesitas
bajas.


Nos explicó que, en el fondo, aquello
funcionaba como un bar cualquiera. La
gente venía, pedía una copa y trataba de ligar con quien le gustase,
con la
única diferencia de que lo hacía en compañía de
su pareja. Pero había otra
diferencia más, las parejas tímidas podían solicitar los
servicios de la
rubia pechugona o de su compañero para que mediaran como celestinos con
otras parejas o chicos. Nos sentamos en la barra y pedimos unas
consumiciones. El local comenzaba a llenarse y la clientela era variopinta.
Había parejas de elevada edad, ellos barrigudos y calvos, ellas tratando
de
camuflar la edad con abundancia de maquillaje y con modelitos excesivamente
cortos, excesivamente escotados o excesivamente ceñidos. Al verlas se
me
antojaba pensar que a cualquiera de aquellas "marujas" podía
encontrármelas
en la cola de la charcutería y no sospechar a que se dedican por las
noches.


También había parejas de treinta
y tantos. Ellas aunque vestían
provocativas lo hacían con una cierta discreción, del mismo modo
que
cualquier mujer un poco presumida pudiera hacerlo en una ocasión especial.
Igual que con los mayores, no intuía en ellos nada especial que me
permitiese reconocerlos en la calle como asiduos a club de contactos.


Por ultimo había chicos de distintas
edades, siempre solos, que consumían
sus bebidas repartiendo las miradas mas directas e insinuantes a diestro y
siniestro. Algunos estoy seguro que no tenían demasiadas dificultades
en
ligar en circunstancias normales, pero venían aquí a buscar experiencias
fuera de lo normal. Los había también que lucían anillo
de casado. Según la
rubia de la prominente pechuga, o bien sus esposas no querían ni oír
hablar
de estos temas, o bien ellos no querían compartirlas con nadie aunque
se
acostasen con las esposas de otros.


El local se había llenado a rebosar
y nosotros seguíamos atrincherados en
la barra con miedo a cruzar una mirada con nadie. Se notaba a legua que
éramos novatos, que éramos carne fresca, sin embargo nadie parecía
tomar la
iniciativa de ligar con nosotros, tal vez porque la camarera no sabía
aun
bien que era lo que buscábamos. De hecho ni siquiera nosotros lo teníamos
demasiado claro. Por fin la tetuda rubia se nos acerco acompañada de
un
joven de unos veintinueve años. Nos lo presentó como "un
chico muy especial"
llamado Ricardo.


Ricardo nos llevo a la parte de dentro y nos
sentó en un reservado donde,
tras decirnos que era médico y que tenía una novia que no sabía
nada de
estas historias, empezó a contarnos sus experiencias en aquel lugar.
Mientras hablaba ni Lola ni yo perdíamos detalle del espectáculo
que se
desarrollaba a nuestro alrededor.


Justo enfrente de nosotros había un
grupo de unas ocho personas de ambos
sexos. Mientras seis de ellas hablaban con toda normalidad dos follaban
frenéticamente. La mujer de unos cuarenta años se había
remangado el vestido
de noche y, sin bragas, se había sentado sobre el miembro de un ejecutivo
gordo y sudoroso. Los demás daba la impresión que no le prestaban
atención,
sin embargo no estaban ni a un palmo de ellos. El gordo se corrió. Ella
malhumorada porque se había quedado a las puertas del orgasmo se levanto
y
tapo su vagina con la mano para que la lefa que le goteaba de la misma no lo
manchase todo, y así, con el vestido remangado, se fue al lavabo a
limpiarse. Cuando volvió del servicio, ya con la indumentaria decentemente
arreglada, recogió al que debía ser su marido, y que no era precisamente
el
gordo sobre el que había trotado, y se marcharon.


En otro rincón dos hombres desnudaban
a una mujer mientras esta les chupaba
los miembros alternativamente. Terminaron follándosela por turnos, como
buenos hermanos, primero uno luego otro, cambiando de postura en cada
relevo. Mientras una pareja sentados enfrente de ellos, sin quitarles los
ojos de encima se masturbaban mutuamente.


A mi espalda empecé a oír los
gemidos que antecedían a un orgasmo. Me gire
y pude ver como una chica a cuatro patas chupaba la polla de un hombre
sentado en un sofá mientras un segundo chico le barrenaba el chocho con
su
enorme falo. Ella estaba vestida, simplemente le habían subido la falda
y le
habían bajado las bragas hasta los tobillos. Lucia unas medias y un liguero
de lencería fina. El orgasmo lo tenía próximo pero la polla
de la boca le
amortiguaba los gemidos. Completaba el cuadro una segunda mujer que, con una
mano entre las piernas repartía besos y caricias a los miembros del terceto.


La conversación y el espectáculo
nos tenía a cien. Ricardo se excuso un
momento para ir al lavabo, por lo cual aprovechamos para comentar la jugada.
Aunque ninguno de los dos estaba completamente seguros de hacerlo, ella por
miedo a que yo luego tuviese celos o simplemente la considerase una puta, y
yo por miedo a que ella me reprochase que la había obligado a acostarse
con
otro y que eso era prueba de que había dejado de quererla, finalmente
decidimos continuar adelante. Ricardo había regresado del lavabo
interrumpiendo nuestra conversación, sin embargo ya estaba todo dicho,
ya
estaba todo decidido. No sabía como dar el primer paso por lo que confiaba
que Ricardo, con mas experiencia que nosotros, tomaría la iniciativa.
De
todos modos para facilitar las cosas dije que iba al servicio. Lola me miró
y supe que sabía que la estaba entregando al sacrificio al dejarlos a
solas.


Me demoré en lavabo todo lo que pude
para dar tiempo suficiente a Ricardo
para seducir a mi mujer. Pero cuando volví me asuste. No estaban en el
reservado donde les había dejado y por un momento pensé que se
habían
marchado a casa de Ricardo dejándome con un palmo de narices y otro de
polla. Me tranquilizo ver que el tabaco y el encendedor de Lola estaban
allí. Los busque con la mirada y por fin los vi bailando. Hasta aquel
momento no había prestado atención a la pista de baile y a lo
que allí
ocurría, supongo que porque era la zona mas oscura del local y con lo
que
había visto en otros sitios me había bastado. Ahora, pese a la
oscuridad,
podía intuir, mas que ver, que en la pista tampoco se quedaban mancos.


En un rincón, apoyada a la pared una
mujer era follada de pie por un
hombre mientras con una de sus manos masturbaba a un segundo. Un grupo de
cuatro personas bailaban juntos mientras se intercambiaban besos y caricias
a diestro y siniestro. Algunos solo bailaban con su supuesta pareja
regodeándose con la contemplación de lo que ocurría a su
alrededor.


Pero lo que acaparaba mi atención era
ver como un hombre estaba besando a
mi mujer y como ella no solo se dejaba hacer sino que respondía con pasión.
El entonces bajo una mano y la introdujo entre las piernas de Lola. Subió
la
corta y ajustada falda lo suficiente para que pudiese ver sus braguitas
blancas y como la mano se introducía en las mismas. Le estaba metiendo
los
dedos en la raja y ella se estaba dejando, pero no solo eso, sino que además
estaba tomando también la iniciativa y le estaba sobando el miembro por
encima del pantalón. Yo estaba al rojo y dudaba entre levantarme y unirme
a
ellos o masturbarme allí mismo. Lola le saco entonces el miembro y comenzó
a
masturbarlo. Ella había insistido en quedarse en el borde de la pista
para
que yo pudiese verlo todo, pero el la empujo hasta la pared y le bajo las
bragas. Quería follársela allí mismo.


Lola forcejeaba porque aunque estaba muy excitada
no lo estaba lo
suficiente como para dejarse follar por un desconocido en publico, además,
sabia que desde ese nuevo sitio yo podría ver poco o nada de lo que
acontecía. Ella estaba dispuesta a follar con otro y conmigo, incluso
con
otro solo, pero yo debía de estar allí participando aunque solo
fuera como
mirón, sino se sentiría adultera, sucia, culpable. Me incorporé
y me dirigí
hacia la pista. Me resulto un poco difícil convencer a Ricardo para que
continuásemos en casa pero al final accedió, ante la perspectiva
de o todo o
nada no cabían dudas.


Montamos en su utilitario y nos dirigimos
a nuestra casa. El había sugerido
la posibilidad de ir a otro lugar de encuentros donde había una enorme
cama
redonda, allí la gente solía venir con su pareja o con alguien
más,
comenzaba a follar y cuando se quería dar cuenta estaba liado/a con algún
desconocido/a de la otra punta de la cama. Una autentica orgía, nos dijo.
Rechazamos cortésmente la oferta, era la primera vez que juntos hacíamos
algo por el estilo y nos parecía demasiado su ofrecimiento. Lola se sentó
delante y él, como no, aprovechaba los cambios de marcha, primero para
rozar
la rodilla, luego para acariciar los muslos y por ultimo, en los semáforos,
para tocarle descaradamente la entrepierna. En el numerito de la pista
Ricardo había quitado las bragas a Lola, y cuando decidimos ir a casa
fueron
directamente al bolso, por lo que cada vez que se ponía el semáforo
en verde
unos dedos impregnados de flujo se agarraban al volante.


Una vez en casa pusimos unas copas para perder
los miedos, sin embargo
nadie tomaba la iniciativa. Ricardo era el experto, pero no hacia nada para
demostrarlo, hablaba de vaguedades y eludía cualquier acercamiento a
Lola.
Así que decidí poner una película porno con temática
de tríos por si con el
ejemplo... Al principio parecía que aquello tampoco iba a funcionar,
Lola y
yo, que estábamos hartos de ver aquella película la mirábamos
como si de
algo nuevo y desconocido se tratase, y Ricardo, a la izquierda de Lola no
movía ni un dedo.


Cinco minutos de película bastaron
para que me decidiera yo a tomar el
primer paso que nadie parecía querer tomar. Comencé a besar a
Lola mientras
que con una mano le acariciaba los pechos. Por el rabillo del ojo pude ver
como Ricardo comenzaba a tomar posiciones en el coño de ella, que al
sentirse tocada por él giro la cabeza y comenzó a besarlo. Nos
habíamos
colocado ya en la parrilla de salida, y entre besos y caricias, cuando nos
quisimos dar cuenta estábamos los tres desnudos. El se arrodilló
entre sus
piernas y comenzó un concienzudo cunilinguis, yo no sabía muy
bien que hacer
pero no me quería quedar en fuera de juego, por lo que opte por subirme
al
sofá e introducirle el miembro en la boca a Lola.


Estaba muy excitado y tenía miedo de
correrme antes de tiempo y tener que
quedarme el resto de la velada como simple mirón, así que propuse
ir a la
cama donde, de manera mas cómoda, podíamos pasar a mayores. Lola
se tumbo
boca arriba y yo aproveche que su chocho estaba ahora libre, para comenzar a
cabalgarla. Ahora era Ricardo quien se sentía desplazado, por lo que
opto
por colocarse junto a la cara de Lola y meterle el rabo en la boca. La
postura no era muy cómoda para el, pero tan poco lo era del todo para
mi,
pues me estaba follando a mi mujer con una polla a menos de diez centímetros
de mi boca.


Entonces Lola, que hasta ahora había
estado chupando gustosa, en un rasgo
de generosidad que le honra, se sacó la polla de la boca y me la puso
en mis
labios. Por un instante dude en aceptarla, no porque no la desease, sino
porque me daba vergüenza mamar un rabo delante de mi mujer. Pero como la
carne es débil y la de aquella polla era tan dura, la ocasión
la pintan
calva y tenía los huevos llenos de pelos, mas valía polla en la
boca que
ciento volando. Al principio me líe un poco, pero luego le cogí
el truquillo
a aquello de chupar y follar y empecé a pasármelo divino. Tanto
es así que
tuve que volver a parar y ceder mi puesto a Ricardo que sin dudarlo acepto.


Ricardo la coloco a cuatro patas y empezó
a bombearla, supongo que quería
evitar la postura anterior y sufrir el riesgo de tener una polla a escasos
centímetros de su rostro. No puse inconvenientes al cambio ya que me
permitía sentarme al otro extremo y, agarrándola de las orejas,
marcar a
Lola el ritmo de felación. Lola comenzó entonces a correrse, dejando
de
mover la cabeza aunque sin sacarse el miembro de la boca, con lo que sus
gemidos recordaban a los de un trompetista con sordina.


Satisfecho de su triunfo, Ricardo intento
cambiar de agujero, pero Lola al
percatarse de sus intenciones le interrumpió aduciendo que ya que la
iban a
encular y tenía dos pollas a su disposición, le gustaría
probar la doble
penetración. Fui al cuarto de baño por vaselina y cuando volví
encontré a
Lola trotando como una loca sobre el. ¡No hijo no!, proteste, el ser el
marido da derecho a elegir agujero, si tu has sugerido culo, tu te quedas
con el culo, le dije.


Me tumbé en la cama y la senté
sobre mi miembro inclinándola hacia adelante
para que Ricardo le pudiese untar la vaselina. Le costo un poco entrar pero
cuando lo consiguió todo fue como coser y cantar. Notaba su miembro en
cada
embestida y parecía que estaba separado del mío por una pequeña
membrana que
estallaría cuando menos nos lo esperásemos. Sin embargo a ella
no parecía
que le hiciese daño, mas bien al contrario, gemía y casi gritaba
de gusto.
Podía ver la cara de ella y si me giraba un poco la de él, la
de ella no era
precisamente la de una santa esposa, la de el reflejaba la proximidad de un
orgasmo.


Aceleré el ritmo, pretendía
hacer coincidir mi orgasmo con el de Ricardo y
a la vez provocar el de ella. Entonces noté como una vibración
atreves de la
pared vaginal, se estaba corriendo. Lola debió sentirse inundada por
detrás
porque automáticamente comenzó a correrse provocando con sus gemidos
a su
vez mi orgasmo. Ricardo y yo nos quedamos rendidos y sudorosos en la cama
mientras que Lola se iba a lavar, a su vuelta el comenzó vestirse comentando
que se lo había pasado muy bien con nosotros y que si queríamos,
podíamos
quedar otro día, para lo cual nos dio su teléfono.


Al quedarnos solos comentamos lo sucedido
y rememorándolo nos sentimos tan
cachondos que tuvimos que volver a pegarnos un polvo. Casi gozamos mas
entonces que antes, porque conforme recordábamos lo sucedido nos
explicábamos lo que habíamos sentido en cada momento.


A la mañana siguiente, al despertarme,
la descubrí llorando
desconsoladamente. Decía que era una puta, que había follado con
dos
hombres, que me había puesto los cuernos, que había hecho todo
lo posible
para llevarse a la cama a un hombre que no era su marido, y que encima le
había gustado. Le trate de hacer entender que no era una adultera porque
yo
estaba delante, estaba de acuerdo y deseaba lo ocurrido. Pero sus
remordimientos eran tan fuertes que me hizo prometerle que no volveríamos
ha
hacerlo más. Yo le prometí que nunca mas lo haríamos, a
no ser que ella
consintiera en ello. Y no mentí. Sin embargo desde entonces, varias veces
al
año me concede una noche loca y en ella buscamos a un chico o a una pareja
con la que tener una aventura.


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Relato: Las aventuras de Lola
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