Relato: El Museo (4)



Relato: El Museo (4)

El Museo (IV)




Molly Mathews


Recordemos que Miguel y Moli hab�an continuado atormentando a
Silvia hasta que �sta tuvo un orgasmo. Pero Moli sinti� envidia y pidi� a Miguel
que tambi�n se ocupara de ella como merec�a.


�No vas a castigarme?, volvi� a preguntar Moli. Por supuesto,
preciosa, contest� Miguel, y cogi�ndola por la mano la llev� hasta los
diferentes instrumentos de tortura m�s complejos desentendi�ndose completamente
de la rubia.


En primer lugar le ense�� una silla de hierro recubierta de
protuberancias y pinchos y correas por todas partes, Moli no necesit� muchas
explicaciones para saber c�mo se utilizaba eso, pero con un gesto indic� a
Miguel que a�n no estaba preparada para algo tan brutal.


A su lado hab�a una pir�mide puntiaguda de metal sostenida
sobre tres patas. Esta es la cama de Judas, a�adi� Miguel. Un suplicio atroz.
�C�mo se usaba?, pregunt� Moli comprobando con el dedo que la punta pir�mide era
muy afilada. Miguel lo explic� fr�amente. La prisionera era suspendida con
cuerdas manteniendo su culo encima de la punta de la pir�mide o s�lo unos
cent�metros por encima. �Y qu� ocurr�a entonces?, pregunt� Moli. Bueno, hab�a
muchas variantes. Lo m�s suave era dejar que todo el peso de la mujer recayera
sobre su ano o sobre su co�o encajado en la punta de la pir�mide. Pero esto
pod�a empeorar mucho si se met�an carbones encendidos en la pir�mide o si se le
colgaban pesos de los tobillos. �Y qu� m�s?, pregunt� Moli respirando muy
agitada. Eso en s� mismo provocaba dolores insoportables, pero todo pod�a ser
mucho m�s bestia si el inquisidor se empe�aba en dejar caer la pelvis de la
muchacha sobre la pir�mide. Lo m�s habitual era que se rasgara el ano o la
entrepierna de la condenada. Si la cosa se repet�a lo m�s probable ser�a que la
condenada muriera.


Moli se estremeci� por las palabras de Miguel. �Lo has
utilizado alguna vez?, pregunt� con temor. No, contest� �l, por ahora no me he
atrevido nunca, �quieres probar?. Moli contest� que no decididamente con la
cabeza. Ya me parec�a, es demasiado, por eso yo prefiero esto de aqu�, y
diciendo esto, Miguel ense�� a Moli un caballete de madera sobre cuatro patas,
en la parte superior del mismo hab�a una cu�a de madera rugosa y afilada.
Tambi�n se trata de un castigo muy duro, pero es m�s suave que la cama de Judas.
Me encantar�a subir a este aparato a un par de t�as buenas como vosotras
completamente desnudas, cara a cara y "cabalgando" con todo el peso de su cuerpo
sobre su cl�toris, seguro que se me ocurre un mont�n de cosas para haceros
cosquillas. Moli tambi�n contempl� la posibilidad, pero sinti� dolor en la
entrepierna s�lo de imagin�rselo. Eres un s�dico, Miguel, le dijo. �qu�
prefieres? �Que las mujeres gritemos de dolor o de placer?. Me es indiferente,
contest� Miguel cogiendo a Moli del brazo con cierta violencia y llev�ndola
hasta el potro de tortura. No sab�a por qu� sospechaba que eso gustar�a m�s a su
invitada.


Y esto de aqu� es el potro. Moli no contest�, se puso roja y
el coraz�n se le aceler� m�s de lo normal. Miguel adivin� la turbaci�n de la
muchacha. Supongo que conoces su funcionamiento, le dijo sin aparente intenci�n.
Moli afirm� con la cabeza mirando con atenci�n el complejo ingenio. Con este
juguetito se puede conseguir que una esclava confiese lo que sea, dijo Miguel.
Las dos j�venes acusadas de brujer�a fueron sometidas a la tortura del potro, y
terminaron confesando cualquier cosa aunque fuera mentira con tal de librarse de
eso. �Nunca has tenido la fantas�a de estar atada desnuda a un potro de tortura
completamente a merced de tus verdugos?.


Moli baj� la cabeza, hab�a tenido esa fantas�a muchas veces
mientras se masturbaba y normalmente pensar en eso le hac�a llegar casi siempre
al orgasmo. Vamos Moli, Miguel se acerc� a ella y le acarici� el rostro rojo y
caliente de rubor. �No quieres hacerla realidad?. No, por favor, me da miedo,
dijo ella en un susurro, no me obligues. Miguel se apart� entonces de ella y
cogiendo una fusta que estaba en una mesa amenaz� con ella a la chica. Moli le
mir� abriendo mucho los ojos. �Qu� vas a hacer?. Vamos esclava, desn�date y al
potro. No, por favor. �Qu� me har�s si dejo que me acuestes ah�?. Eso lo
comprobar�s ahora mismo. Venga esclava, estoy perdiendo la paciencia y t� lo
est�s deseando, no lo niegues.


Moli se vio sobresaltada por el tono autoritario de Miguel.
Estuvo a punto de replicarle, pero finalmente decidi� obedecer y se fue quitando
el mono roja de verg�enza y sin rechistar. A Miguel se le fue poniendo dura a
medida que Moli se iba quedando desnuda delante de sus ojos. La joven ten�a un
cuerpo delgado y flexible de una gran belleza. Primero se abri� el mono por
delante dejando al descubierto sus hombros delgados y su espalda larga y
atl�tica. Los pechos eran peque�os y el vientre muy plano. Cuando se qued�
completamente desnuda delante de Miguel, Moli baj� la cabeza y se cubri� los
pechos con los brazos manteniendo las piernas bien juntas y prietas entre s�.
Date la vuelta y separa las piernas, le orden� secamente, y ella obedeci� con
sumisi�n.


Miguel le propin� entonces un fustazo en el trasero. Moli
grit�, pero no protest�. Los brazos arriba esclava, ponlos detr�s de la nuca
inmediatamente. Ella obedeci� al momento y puso los brazos tras la nuca.
Inmediatamente su espalda se arque�, marcando las costillas y realzando
ligeramente los pechos. Moli ten�a el abdomen plano y la cintura bastante
delgada, pero lo mejor eran sus piernas y su trasero. Miguel se puso a pasear la
fusta suavemente por los costados y el torso de Moli admirando su cuerpo
escultural e imaginando posturas de bondage para ella. As� me gusta, putita,
desnuda y dispuesta para lo que quiera tu amo. Y diciendo esto le dio otro
fustazo en el trasero. Moli volvi� a gritar y su primera reacci�n fue protegerse
las nalgas con las manos, pero Miguel le fren�. He dicho que las manos arriba,
puerca. Nuevamente Moli obedeci�.


Muy bien, esclava. Y ahora acu�state en el potro y no te
muevas mientras te ato. Moli estaba muy caliente y le quemaba la cabeza. Los
fustazos le hab�an creado unas marquitas rojas en el culo que le escoc�an, pero
como no se apresur� a cumplir la orden con la suficiente presteza se gan� otro
golpe. Deprisa, haz lo que te digo. Moli volvi� a quejarse y se sent� en la
madera del potro, entonces subi� las piernas y se tumb� en �l r�pidamente.
Acostada en el potro empez� a acariciarse el cuerpo pues ten�a la piel de
gallina y temblaba de fr�o y nervios. Miguel cogi� bruscamente sus tobillos y
los coloc� en los agujeros de un cepo de madera que se encontraba en la base del
instrumento. Hecho esto cerr� el cepo y lo fij� con un tornillo. Moli estaba muy
mojada y excitada pero dej� sumisamente que Miguel la atara al potro. De este
modo, Miguel le estir� los brazos por encima de la cabeza y le fue atando las
mu�ecas a unas argollas de metal forradas de piel. Esto evitar� que se te
despellejen las mu�ecas, le dijo. A Moli se le fue mojando el co�ito a medida
que Miguel le ataba al potro y se restring�an sus movimientos. Por fin la
maniat� completamente y Miguel accion� el cilindro del potro de tortura. El
cilindro se movi� con un siniestro crujido y un clic, clic r�tmico y continuo
reson� en los o�dos de Moli, la cual comprob� que algo tiraba de sus mu�ecas
hacia atr�s. Esto, sin embargo, s�lo dur� unos segundos. Miguel se apart� un
momento s�lo para traer una mordaza de goma para la joven. Abre la boca, le
dijo, y como �sta obedeci� al instante, le encaj� la mordaza entre los dientes y
la at� a su nuca. Hecho esto, Miguel se march� de la c�mara de tortura,
observando de reojo a la pobre Silvia que segu�a sufriendo el tormento del
estrapado y que gem�a y babeaba con los agujeros bastante irritados.


Moli mir� atentamente desde el potro c�mo Miguel se marchaba.
Gimi� algo a trav�s de la mordaza, pero Miguel ni siquiera se volvi� a mirarla.
Cuando �l sali� de la habitaci�n, cerr� la puerta dejando solas a las dos
muchachas. Repentinamente se hizo el silencio solamente quebrado por los gemidos
de Silvia. Moli levant� la cabeza e intent� decirle algo, pero s�lo pod�a emitir
sonidos incomprensibles. Dej� caer otra vez su cabeza y reflexion� un momento
sobre su situaci�n. Estaba completamente desnuda e indefensa, esperando a ver
qu� se le ocurr�a a Miguel hacer con ella. Ya hab�a visto lo que le hab�a hecho
a Silvia, as� que pod�a hacerse una ligera idea. Este t�o es un s�dico
pervertido, aunque no creo que sea un sic�pata, pens� Moli. De todos modos, poco
pod�a hacer ya, pues estaba completamente a merced de �l. Eso la excit� y
atemoriz� al mismo tiempo. De pronto sinti� la necesidad de masturbarse. Tir� de
sus manos para intentar liberarse, pero eso era completamente imposible, los
grilletes eran muy s�lidos. Tras varios intentos Moli desisti� y volvi� a dejar
caer la cabeza intentando relajarse y calmar sus nervios.


Los minutos pasaron as� lentos, muy lentos, mientras Silvia
continuaba gimiendo cada vez m�s inc�moda y dolorida, hasta que por fin se abri�
la puerta y entr� un t�o completamente desnudo que s�lo llevaba puesto un
capuch�n de cuero sobre la cabeza y los ojos, y unas botas negras. Era Miguel
que se hab�a disfrazado de verdugo. Con �l tra�a un carrito lleno de cosas y
ven�a con la polla tiesa y brillante. Miguel la ten�a larga, gruesa y bastante
atractiva, una de esas pollas que dan ganas de de com�rselas s�lo con mirarla,
adem�s era un t�o proporcionado aunque no musculoso y con un pecho muy bello y
un culo redondo y muy atractivo. Te he preparado una sorpresa, le dijo a Moli,
refiri�ndose a las cosas que tra�a en el carro. La chica levant� la cabeza a
duras penas para ver a qu� se refer�a. No pudo ver bien lo que tra�a en el
carrito pero advirti� que hab�a varios objetos de metal, unas velas y unos
cables el�ctricos. Moli comenz� a respirar agitadamente un poco inquieta.
Entretanto Miguel dej� el carrito y comenz� a acariciar el cuerpo desnudo de la
joven: los muslos, el vientre, el costado, la piel tersa y firme de su bella
esclava. All� estaba ella a su merced, preparada para lo que �l quisiera. No
hab�a ninguna prisa por empezar, as� que quiso deleitarse unos momentos antes de
comenzar el juego. Se agarr� la polla dura como una roca y comenz� a acariciar
el pecho de ella con la punta del rabo. Miguel notaba perfectamente c�mo el
pez�n izquierdo de Moli se iba poniendo duro y turgente a cada pasada del glande
de su polla. Empez� entonces a acariciarla en su sexo, que ella ten�a inundado
de jugos vaginales. Moli gimi� y todo su ser se estremeci� a punto de correrse.
Miguel a�n la acarici� un rato, disfrutando de deslizar sus dedos entre los
l�quidos viscosos del co�o de la muchacha, pero no le permiti� llegar al
orgasmo.


Ahora, preciosa, nos vamos a divertir de verdad. Y diciendo
esto, Miguel se limpi� los dedos de la mano derecha en el pecho de ella y cogi�
los mandos que accionaban el potro con las dos manos. Lentamente forz� la rueda
del instrumento de tortura, �sta comenz� a moverse lentamente con un crujido
siniestro, las cadenas se tensaron y el propio cuerpo de Moli, ya muy tenso,
comenz� a estirarse a�n m�s. La bella joven gimi� tras su mordaza al sentir sus
brazos ahuec�ndose de sus hombros y todos los m�sculos y fibras de su cuerpo
tens�ndose y estir�ndose vencidos por una fuerza sobrehumana. El delgado y
flexible cuerpo de Moli se fue levantando en vilo a medida que Miguel segu�a
apretando el dispositivo. Pronto la joven empez� a sentir un dolor muy intenso y
gimi� con un quejido que hizo que a Miguel se le pusiera dura como una piedra.
Sin embargo se sonri� y dej� de apretar el potro. �Duele?. Moli le mir�
implorante y dijo que s� con la cabeza. En realidad, apenas he empezado, todav�a
har� avanzar algunos dientes y doler� mucho m�s, pero antes vamos a hacerte
cosquillas.


Ante �l se encontraba el cuerpo de Moli, con el torso
ligeramente arqueado y las costillas perfectamente perceptibles. La joven
respiraba nerviosa y buena parte de su piel brillaba por el sudor. Tras un
momento de duda, Miguel cogi� el primer instrumento del carro y se lo mostr� a
su prisionera. Moli lo mir� atemorizada, se trataba de una ruedita de metal
dentada enmangada en un tornillo giratorio. Miguel se pas� la ruedita por la
palma de la mano haciendo un peque�o gesto de disgusto. Ay, esto duele, dijo
medio de burla.Y diciendo esto, se lo acerc� al muslo derecho. Grita lo que
quieras, no te cortes, le dijo antes de empezar con ella, nadie puede o�rte
aqu�. Dicho esto empez� a pasear la ruedita dentada por el terso muslo de Moli.
Al notar los pinchazos continuos en su pierna, ella puso un gesto de disgusto.
Miguel sigui� paseando la rueda un poco y despu�s la levant�. El co�o de Moli
estaba tan mojado que Miguel pod�a ver perfectamente las gotas de l�quido
vaginal desliz�ndose por las caras internas de las nalgas de ella para caer en
la madera del potro. Veo que lo pasas bien, esclava, y mientras le dec�a esto se
puso a castigarle en el vientre con pasadas un poco m�s r�pidas y fuertes de la
rueda de metal. Moli volvi� a gemir y estremecerse. Miguel pasaba y pasaba la
rueda una y otra vez dejando unas lineas rojas a cada pasada. Poco a poco,
Miguel fue visitando otras zonas del cuerpo de ella como los costados. Despu�s
fue subiendo lentamente la ruedita de marras por el costado derecho hacia la
axila, y Moli se sacudi� moviendo su cuerpo hacia los lados y quej�ndose de una
manera un poco m�s evidente cerrando los ojos con cierta crispaci�n. Miguel
estuvo a punto de correrse, las gotas de semen transparente ya sal�an de su
enderezada polla, pero a�n quiso prolongar el placer un rato. Esta parte es
mucho m�s sensible, dijo pasando la ruedita una y otra vez por el mismo sitio
con una insistencia un poco s�dica. Y esto duele a�n m�s, y diciendo esto,
atrap� el seno derecho de Moli y se puso a pasearlo una y otra vez por medio del
pez�n , lo hizo con sa�a una y otra vez deformando el grano duro de la bella
joven y arrancando de ella gritos diversos y s�plicas de piedad. Moli se
retorci� sobre s� misma gritando sin control, y sigui� gritando y suplicando
cuando Miguel le hizo lo mismo en el otro pecho. Miguel tuvo que parar, no
obstante, cuando el semen se le empez� a escapar a borbotones de su estirado
miembro. Lo de correrse fue inevitable. Las convulsiones y gemidos de esa joven
preciosa fueron superiores a �l. Sin embargo, una vez hubo eyaculado, el verdugo
sinti� un repentino cari�o por su v�ctima y se puso a lamerle delicadamente los
pezones mientras con la mano derecha la masturbaba lenta y dulcemente. Moli no
tard� mucho en correrse tambi�n ante ese festival de impulsos el�ctricos y
sensaciones contrapuestas que acud�an a su cerebro. Ante este resultado Miguel
recuper� la erecci�n lentamente y sigui� torturando a Moli sin inmutarse.


De este modo, volvi� a las ruedas del potro con intenci�n de
apretarlas un poco m�s. Ahora vamos a avanzar otro diente, peque�a, �est�s
preparada?. Moli lo mir� angustiada y gimi� diciendo que no, pero Miguel no le
hizo caso y apret� otro diente. El potro se movi� y Moli gimi� desesperada
cerrando los ojos con fuerza. El poderoso instrumento repercuti� en todo su
cuerpo, pero especialmente en sus hombros. Miguel sab�a que �stos no se
dislocar�an aunque �l apretara m�s y m�s. Ver�s, le dijo al o�do, el cuerpo es
muy flexible, y antes de que se te disloque la articulaci�n de los hombros a�n
te puedo estirar algunos mil�metros, y eso es lo que voy a hacer exactamente.
Moli le miraba aterrorizada. Por supuesto, eso significa dolor, y diciendo esto
Miguel cogi� otra vez los mandos y haciendo fuerza consigui� que el potro se
estirara otro diente. Silvia vio a Moli lanzar un estremecedor alarido con los
ojos crispados de dolor. El delgado cuerpo de Moli estaba completamente estirado
y brillante de sudor, las convulsiones y la respiraci�n nerviosa le hac�a
estremecerse y agitarse. Ella misma apenas pod�a resistir la tortura del
estrapado, pero pens� que Moli estaba siendo sometida a una prueba a�n m�s
intensa. De todos modos, con los dos consoladores zumbando en sus agujeros y el
espect�culo de ver sufrir de esa manera a su amiga y amante, Silvia fue
lentamente progresando hacia su propio orgasmo.


Entretanto, Miguel hab�a cogido un mechero y estaba
encendiendo varias velas. Eran de esas de color rojo metidas en recipientes
transparentes de pl�stico. La cera de la vela no tard� m�s que unos segundos en
licuarse, y cuando esto ocurri� Miguel empez� a derramar gotitas sobre el
vientre de Moli. Esta gimi� inmediatamente al sentir la quemaz�n en su piel. La
cera produc�a la inmediata sensaci�n de que le quemaban con un cigarrillo, pero
esta impresi�n moment�nea se desvanec�a al momento. De todos modos, el tormento
consist�a en echar gotas y chorros de cera sin pausa ni descanso. Miguel
encendi� varias velas y alternativamente se las fue echando sobre la desnuda
piel de Moli. La joven gem�a y se convulsionaba dolorida y a la vez muy
cachonda. Miguel fue derramando gotitas por el vientre, el torso, los pechos,
los costados de Moli. Todo el cuerpo de la esclava fue cubierto por una delgada
pel�cula roja mientras ella no dejaba de gritar y llorar. Poco a poco, la
atenci�n de Miguel se fue desplazando lentamente a los muslos y la entrepierna
de Moli, y �sta empez� a gritar m�s fuerte cuando las primeras gotas de calor se
deslizaron entre los labios vaginales y el interior de la vagina. A Miguel se le
puso muy dura cuando percibi� que ese �ltimo tratamiento hab�a sido
especialmente doloroso. Miguel pens� que Moli respond�a a la tortura de una
manera especialmente sexy y excitante. No todas las t�as tienen la misma
sensibilidad al dolor y al placer. Moli se cimbreaba encantadoramente sobre la
mesa del potro como si experimentara los orgasmos uno tras otro. Cada fibra de
su cuerpo respond�a a los est�mulos dolorosos y eso la hac�a m�s apetecible.
Asimismo, su rostro, sus gemidos y sus peticiones de piedad iban en la misma
l�nea. As� pues, Miguel pens� que ya hab�a llegado el momento de utilizar un
juguetito el�ctrico sobre su nueva esclava.


No obstante, antes hab�a que quitarle de encima toda esa cera
seca. De este modo, cogi� una manguera de agua a presi�n y enchuf� con ella el
cuerpecito de Moli. La joven empez� a gritar muy fuerte, mientras la cera se iba
desprendiendo de su cuerpo. El agua fr�a impactaba sobre la chica con cierta
violencia, lo suficiente como para que la cera se desprendiera en gran parte.
Miguel pas� la manguera una y otra vez arriba y abajo hasta que apenas qued�
cera. Hecho esto, se acerc� a la prisionera y la observ� con detenimiento. Moli
estaba completamente empapada, y jadeaba gimiendo quedamente por el castigo.
Aqu� y all� hab�a peque�as porciones de piel ligeramente enrojecidas por las
quemaduras. Miguel toquete� esas quemaduras y elimin� con los dedos los restos
de cera que quedaban, por ejemplo en las comisuras de la entrepierna de la
chica. Hecho esto cogi� un extra�o consolador forrado con unas delgadas l�minas
de metal y se lo fue introduciendo por la vagina. Moli estaba tan mojada por el
agua y por sus propios jugos que el consolador entr� en su interior con
facilidad. No obstante, la chica se preguntaba qu� demonios ser�a eso. Todo su
cuerpo tiritaba de fr�o, pero a Miguel eso no le inquiet� en absoluto. Muy al
contrario, y ante la alarma de ella, volvi� a coger los mandos de la rueda del
potro y haciendo fuerza tens� un poco m�s el cuerpo de Moli. El dolor se hizo
esta vez casi insoportable y ella grit� con todas sus fuerzas pidiendo piedad
desesperada. Sin embargo, el instrumento avanz� y avanz� lentamente crujiendo y
estirando de los doloridos miembros de la esclava. Moli volvi� a gritar, pues
sus brazos estaban a punto de dislocarse. Esto, sin embargo, no ocurri�.


Miguel cogi� la cabeza de Moli, que colgaba hacia atr�s y le
oblig� a mirarle a la cara., ense��ndole un peque�o bastoncillo de metal del que
parec�a colgar un cable. �Hab�as visto antes uno de �stos?. Moli mir� el aparato
y neg� con la cabeza. Primero te voy a dar unos toquecitos con �l a baja
potencia, y luego vamos a ir subi�ndola poco a poco. Y diciendo esto, Miguel
movi� una ruedita de un peque�o mando. Despu�s cogi� el bastoncillo y coment�
antes de posarlo sobre el vientre de Moli. Est�s empapada de agua y eso
aumentar� la sensaci�n. Dicho esto, pos� el bastoncillo y casi m�gicamente se
movi� todo el cuerpo de la joven convulsamente. Ella puso un gesto de sorpresa
pues sinti� como una sacudida que recorri� sus entra�as desde el vientre al
interior de su vagina. Fue entonces cuando la joven comprendi� que Miguel le
hab�a aplicado los electrodos en los labios de la vagina y todo su cuerpo
actuaba como conductor de la electricidad cada vez que le tocaba con ese
bastoncillo. Miguel sonri� y se acarici� la polla con el aparato. Me encanta,
dijo, es mi tortura favorita. Y dicho esto le volvi� a tocar el costado
arrancando de ella convulsiones y gritos de desaprobaci�n. No importaba, daba
igual. Moli estaba indefensa y completamente en su poder, as� que Miguel le
volvi� a poner el bastoncillo el�ctrico en el sobaco, en el lateral del pecho,
otra vez en el vientre, sin piedad. Moli se convulsionaba y gritaba desesperada
por los calambres y sacudidas de la electricidad a trav�s de su cuerpo,
descubriendo para su pesar la creciente sensibilidad al dolor de las zonas de su
piel escogidas por Miguel.


El bastoncillo quemaba en la zona escogida por su verdugo y
esa quemaz�n se expand�a por todo su cuerpo. Miguel opt� pronto por subir
significativamente la intensidad de las descargas, y as� acerc� el bastoncillo a
los pechos de la muchacha. Primero un toquecito corto en el pez�n derecho que
hizo que Moli se sacudiera violentamente. Despu�s otro en el izquierdo, y otra
vez en el derecho, y as� sucesivamente. Cada toque era respondido por un
tremendo alarido. La joven ped�a piedad cuando era capaz de articular palabra,
pues las descargas el�ctricas en sus pezones le produc�an unas intensas y
violentas reacciones en todo su cuerpo. Deseaba con toda su alma que Miguel
parara de una vez, pero eso no parec�a ocurrir nunca. Sin embargo, finalmente
ocurri�. Miguel dej� por un momento la tortura el�ctrica y mir� satisfecho a la
sudorosa y jadeante Moli. Esta estaba agotada y con los ojos en blanco por el
castigo. Las l�grimas sal�an de sus ojos manchando su bello rostro.


Entonces Miguel cogi� el instrumento y poni�ndolo a m�nima
intensidad se lo introdujo a Moli por el ano. Esta vez la joven no se
convulsion� ni not� dolor. Por el contrario, una inmensa oleada de placer
invadi� su cuerpo y tuvo dos orgasmos seguidos, uno tras otro, gimiendo y
tensando todo su cuerpo de placer.


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Relato: El Museo (4)
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