Relato: Dulce despertar dominical





Relato: Dulce despertar dominical

Un sonido, lejano, insistente, poco a poco va meti�ndose en
mi cabeza y sac�ndome del profundo sue�o en que a�n estoy sumido.


�Que ocurre? Apenas abro un poco los ojos y me deslumbra la
tibia luz que entra por las ranuras de la persiana a medio bajar de mi ventana.
Y ese ruido! Constante, repetitivo.


No, por favor, otra vez no! Todos los domingos lo mismo. �No
hay nadie en este maldito barrio que vaya a esa iglesia a decirle al viejo cura
que nos toca los cojones con sus jodidas campanas de mierda todos los domingos
por la ma�ana?!


No puedo evitar esa r�faga de mal humor. Tengo la cabeza
embotada, resacosa. Y hace calor. Tendr� que pensar en cambiar la programaci�n
del sistema de calefacci�n, ya no es necesario calentar tanto, lleg� la
primavera y pasaron los rigurosos frios del invierno. Retiro la s�bana hacia
abajo y aprecio la dulce suavidad del roce del sat�n sobre mi piel. Eso me calma
un poco.


�Qu� ocurri� anoche? Entre brumas recuerdo que hubo una
fiesta en la casa de no s� muy bien que amiga de no recuerdo qu� compa�ero de
trabajo. Si, eso es. Una bonita casa, grande, lujosa, mucha gente, un enorme
jard�n, una piscina iluminada, comida, m�sica, alcohol. Mucho alcohol. Deb�
regresar tarde, sin duda. Y seguramente beb� mucho, demasiado, como vengo
haciendo ultimamente cada vez que salgo, es decir, dos o tr�s veces por semana.
Otra de las cosas que voy a tener que cambiar.


Oigo el delicado sonido que produce un cuerpo resbalando por
entre las s�banas de sat�n. Pero� yo no me mov�!


Me doy la vuelta y descubro tu presencia. �Qui�n eres? Me das
la espalda. �Que haces en mi cama? Lo primero que me llama la atenci�n es tu
pelo, negro, liso, en una melenita corta, a lo Cleopatra, ese tipo de peinado
tan femenino y que tanto me gusta. La mitad superior de tu cuerpo est�
descubierta, desnuda. Avanzo la mano, la coloco sobre tu delicado hombro y lo
acaricio suavemente, haci�ndola bajar despacio por tu espalda. Tu piel tiene la
suavidad de la seda, es increiblemente dulce y tersa. Me confieso a mi mismo que
ya hac�a mucho tiempo que no experimentaba tal sensaci�n al acariciar, mucho
tiempo que mi mano no tocaba un cuerpo tan tierno y suave.


Sientes mi caricia y te das la vuelta. Tu preciosa carita
queda a pocos cent�metros de la m�a y puedo ver el maravilloso color azul de tus
ojos entreabiertos y a�n cargados de sue�o. Dios m�o, que joven eres, pareces
una ni�a! �Cual es tu nombre? En mi cabeza se enciende una lucecita, como una
peque�a alarma, y me pregunto cual puede ser tu edad, esperando que al menos
tengas dieciocho a�os, y d�ndome cuenta de que lo que es seguro es que no tienes
m�s de veinte.


Tu mirada se clava en mis ojos. �Qu� ves t� en la m�a? No lo
puedo saber pero, �sabes? No me importa en absoluto. Porque lo que ves en ella,
sea lo que sea, provoca en t� una hermos�sima sonrisa, amplia, fresca, franca.
Una sonrisa que ilumina tu virginal rostro y provoca que olvide todo temor por
tu joven presencia, que desaparezca toda ira por las replicantes campanas, que
quede como petrificado ante tu tierna belleza y sonr�a tambi�n.


Acaricias mi cara con tu dulce manita, con una delicadeza
infinita, y de tu boca sale, sonando poco m�s que como un dulce susurro un�
"Hola."


No me atrevo a decir nada. No me atrevo a moverme. Mi mirada
empieza a resbalar por tu piel, descendiendo por la hermosa forma de tu cuello.
Veo tus pechos. Deliciosos. Tus pechos que, en contraste con el resto de tu
cuerpo, menudo y delgado, son voluminosos. Espl�ndidos, coronados por unos
tentadores pezones, anchos y oscuros. El deseo de besarlos, de rozarlos con mis
labios y la lengua suavemente, e introduc�rmelos dentro de la boca para
saborearlos es inmenso. Pero no me atrevo a hacerlo. Solo retiro un poco m�s la
s�bana y sigo mir�ndo y admirando tu cuerpo� tus brazos, tu barriguita, tu
delicada cintura, tu bajo vientre cubierto por el casi inexistente tanguita
negro, tus muslos� Mi deseo se enciende, crece y se manifiesta de manera
incontrolable.


Vuelvo a mirarte a los ojos. Tu sonrisa sigue iluminando tu
carita, aunque ahora tiene una expresi�n un tanto picarona. Esa expresi�n mezcla
de feminidad satisfecha y deseo que manifestais las mujeres cuando sabeis que
teneis al hombre rendido ante vuestra diab�lica belleza. Sin duda la expresi�n
que ten�a Eva al hacer morder la manzana a Ad�n.


Nuestras bocas se van acercando la una a la otra, poco a
poco. Cuando se encuentran los labios y sentimos mezclarse el calor de nuestros
alientos, los ojos se entornan y nuestros cuerpos resbalan sobre la s�bana,
busc�ndose el uno al otro. Nos abandonamos a la creciente intensidad de nuestro
beso y fundimos en un abrazo que me provoca una incontrolable y violenta
descarga de ternura y placer.


Mis manos comienzan a explorar tu cuerpo, muy muy despacio,
roz�ndolo delicadamente, como si temiera poder estropear tu delicada y dulce
piel con mis caricias. Lo recorren entero, descubri�ndolo y ador�ndolo, para
finalmente venir a detenerse sobre tus pechos, acariciarlos m�s intensamente y
pellizcar y apretar suavemente entre las yemas de mis dedos tus duros pezones.


Por tu parte, una de tus manos se hundi� en mi pelo y
acaricia mi cabeza. La otra baj� por mi cuerpo acariciando mis hombros, mis
biceps, mi pecho, mi vientre, y continu� su descenso hasta llegar a mi sexo y
encontrase con mi pene, erecto, duro, ardiente de deseo, que con exquisita
delicadeza empiezas a acariciar con la palma de la mano, sinti�ndolo quemarte la
piel, y despu�s agarras m�s fuerte con tus tiernos deditos y comienzas a
masturbar, despacio, con suaves movimientos de arriba abajo que me provocan tal
sensaci�n de placer que no puedo evitar dejar escapar un intenso gemido.


Tambi�n tu gimes sintiendo la caricia de mis dedos sobre la
delicada tela de tu tanga. Nuestras bocas dejaron de besarse ante la imperiosa
necesidad de expresar nuestro intenso placer con esos gemidos.


Vienes a colocarte sobre m�, siento el ligero peso de tu
cuerpo sobre el m�o, frotas tus tiernos senos contra los m�sculos y el vello de
mi pecho, gimiendo suavemente, sintiendo mi pene duro pegado contra tu vientre,
acariciando mis brazos, desde los hombros y bajando por ellos hasta que nuestras
manos se encuentran y entrelazan. Besas mis labios, los morisqueas, besas
tambi�n mi barbilla y mi cuello, que imagino un poco rasposos por la naciente
barba, pero tus besos son c�lidos, intensos, me hacen cerrar los ojos y
abandonarme completamente a t�, dejarte hacer, como un adolescente t�mido e
inexperto se abandonar�a al saber hacer de una amante madura y experimentada. A
pesar de que, en nuestro caso, soy yo el que, seguramente, te doble la edad.


Sigues bajando, me besas el pecho, me acaricias con la punta
de la lengua, haci�ndome de nuevo sentir flotar de placer. Continuas tu
descenso. Siento tus pechos rozar mi pene y atraparlo entre ellos. Al mismo
tiempo, con un sensual movimiento, haces deslizar tu tanguita por las piernas y
te lo quitas, abrazas una de mis piernas con las tuyas y colocas tu sexo h�medo
contra mi piel, apoy�ndolo fuerte y frot�ndolo intensamente. Mi movimiento
reflejo y mi suspiro te comunican el intenso placer que siento colocado entre
tus senos y comienzas el m�s sensual de los movimientos, lento, c�lido, sin
detener tu descenso, continuando hasta que es tu dulce boquita la que entra en
contacto con mi inflamado glande, febril de deseo. Lo besas y lames dulcemente,
d�ndole suaves caricias con tu delicada lengua, al tiempo que acaricias todo mi
pene y mi test�culos con tu mano, sin dejar de moverte y rozar tu sexo contra mi
pierna, haci�ndome vivir y sentir un placer increible.


Me miras a los ojos, intensamente, una mirada mezcla de
inocencia y puro vicio, que me hipnotiza, me hace perder toda capacidad de
decisi�n, toda voluntad propia, todo control. Sin dejar de masturbar mi verga
con una mano, llevas la otra a tu boca y chupas muy sensualmente uno de tus
dedos, sin dejar de mirarme, dejando caer un hilito de saliva sobre mis
test�culos. Vuelves a introducirte la cabeza de mi pene en tu boquita y al mismo
tiempo me penetras el ano con el dedito que empapaste de tu saliva. Cuanto m�s
profundo introduces tu dedo en mi cuerpo, m�s adentro introduces mi pene en tu
boca. Y cuanto m�s me oyes gemir de placer, m�s intensos se hacen tus
movimientos.


El deseo bruto, animal, empieza a ganar terreno a la
delicadeza y la ternura iniciales. Tus boca acapara una buena parte de mi sexo y
lo chupa intensamente. Tu dedito sigue penetr�ndome, cada vez m�s prof�ndamente
y tus piernas se van abriendo m�s y m�s.


Abraz�ndome con ellas, vuelves a subir desliz�ndote sobre mi
cuerpo, acariciando cada cent�metro de mi piel, lamiendo las partes mas
sensibles con la puntita de la lengua y jugando con mi vello entre tus deditos.
Poseida por el deseo, gimiendo, subes m�s y m�s hasta que, apoyando las manos
contra la pared, haces llegar tu sexo hasta mi boca. Separas las piernas lo m�s
que puedes y mis labios comienzan a besar tu suave, dulce y casi completamente
depilado co�ito. Lo beso saboreando tu delicado y tierno sabor a deseo y
entrega. Acaricio tus nalgas, firmes y suaves, apret�ndote m�s contra mi para
poder lamer mejor tu sexo y sentir en mi boca tu humedad, tu calor. Lo acaricio
con la lengua, de arriba abajo, lo lamo intensamente, tomo tu cl�toris entre mis
labios y lo chupo con fuerza, como si quisiera absorberlo del todo dentro de mi
boca, y lo lamo con la punta de la lengua, con un movimento r�pido e intenso. La
humedad creciente de tu sexo, tus movimientos y tus intensos suspiros, me
confirman que mi deseo de proporcionarte placer se est� realizando plenamente.
Eso me anima y continuo mis caricias, intensific�ndolas, haci�ndolas m�s
profundas, hasta que tu placer se hace tan intenso e incontrolable que un fuerte
orgasmo sacude todo tu cuerpo. Intento prolongar al m�ximo la intensidad y
duraci�n de tu orgasmo continuando con las caricias de mi lengua sobre tu sexo
durante y despu�s del mismo.


Cuando cesan los temblores de placer de tu cuerpo y tus
m�sculos se realajan un poco de nuevo, vienes a buscar mi boca y nos fundimos en
un nuevo beso. Nuestras lenguas se rozan con ternura y sensualidad, nuestras
manos se pierden entre nuestros cabellos y nuestros sexos se rozan. El m�o sigue
excitado al m�ximo y deseoso de penetrar tu adorable cuerpo angelical, pero me
obligo a esperar que recueperes el aliento tras el intenso orgasmo que acabas de
disfrutar y que pase el tiempo necesario para que el deseo vuelva a insinuarse
en ti.


No me haces esperar demasiado. Al cabo de solo unos minutos,
que pasamos abrazados y bes�ndonos, vuelves a buscar mi pene para acariciarlo
con tu delicada manita. Lo sientes grande y duro. Lo agarras m�s fuerte y lo
colocas sobre tu sexo. Juegas con �l, movi�ndolo contra tu co�ito que vueleve a
humedecer, frotas la punta inchada contra tu cl�toris y gimes de placer. Sigues
jugando as� un par de minutos m�s haciendonos a ambos sentir el deseo
dispararse, invadir todo nuestro cuerpo y no pensar ya en otra cosa que no sea
en poseernos fisicamente el uno al otro. Colocas la punta de mi pene a la
entrada de tu sexo y comienzas a sentarte sobre �l. A empujar hacia abajo,
hacerlo entrar en tu co�o estrechito pero muy mojado, sentirlo invadirte y
llenar toda la vagina y no paras hasta quedar completamente empalada.


Te quedas quieta durante unos segundos, erguida, con los ojos
cerrados, los brazos levantados y agarrando tu cabeza por detr�s, la boca
entreabierta y suspirando de placer. Yo observo tu magn�fico cuerpo, tus pechos
tersos y levantados, tu vientre plano y bronceado, tu carita de ni�a lujuriosa
abandonada al placer que le proporciona mi penetraci�n. Mis manos vienen a
acariciar tus tambi�n morenos y duros muslos mientras que las tuyas vuelven a
apoyarse contra la pared dej�ndo tus pechos a poca distancia de mi boca pero
inalcanzables a mis labios.


Empiezas entonces un suave movimiento de cabalgada sobre mi.
Despacio al principio, lo vas intensificando poco a poco, excit�ndome de manera
salvaje e intensa con tus gemidos y el movimiento de tus pechos.


Tambi�n tu deseo crece y, tras unos minutos de suaves
momvimientos preliminares, colocas tus manitas sobre mi pecho y comienzas a
moverte m�s deprisa, a cabalgar m�s fuerte sobre m�. Yo, poseido por el deseo y
el placer, agarro fuerte tus nalgas y acompa�o tus movimientos con empujones
ascendentes, provocando que, cuando nuestros movimientos se sincronizan, mi
verga venga a entrar completamente dentro de t�, fuerte, casi con violencia,
clav�ndose por completo en tu cuerpo, hasta el l�mite, hasta que fisicamente es
imposible entrar m�s adentro y a�n as�, tan poseidos estamos por el deseo,
seguimos empujando m�s y m�s, con fuerza.


Oigo tus gemidos, veo tu maravilloso cuerpo sobre mi y siento
tan intenso placer que s� que no voy a poder aguantar mucho m�s. Tambi�n tu
est�s al borde del �xtasis. Cuando mis manos tocan y aprietan tus pechos, las
tuyas vienen tambi�n a acariciarlos y te pellizcas entre las yemas de los dedos
la punta de los pezones, gimes y cabalgas sobre m� casi descontrolada. Bajas a
buscar mi boca y comenzamos a devorarnos mutuamente. A comernos nuestras lenguas
y a lamernos la cara. Nos abrazamos y damos la vuelta. Quedo entonces sobre t�,
me empiezo a mover r�pido, fuerte, clav�ndote de nuevo mi pene entero en cada
embestida y, a los poco segundos, nuestros gemidos se convierten en gritos,
nuestras caricias en ara�azos, y casi perdemos la consciencia ante la intensidad
del fort�simo orgasmo que sentimos practicamente al mismo tiempo.


Quedamos inm�biles, abrazados, intentando recuperar el
sentido, volviendo poco a poco a la realidad. �Cuanto tiempo?


Vienes a acurrucarte contra m� y yo te acojo entre mis
brazos, abraz�ndote y apret�ndote contra mi cuerpo. Quedamos acoplados, como dos
cucharas, tu cuerpo menudo casi desaparece dentro de mis brazos y solo se oye el
ruido de nuestras respiraciones a�n agitadas. Nos abandonamos completamente y en
silencio a ese estado de felicidad pura y de paz, viviendo intensamente ese
viaje al paraiso que estamos compartiendo y sumi�ndonos en un delicado sopor que
sin duda nos conducir� a un dulce sue�o.


Cuando siento que me duermo mi inconsciente me hace abrazarte
m�s fuerte, como queriendo impedir que puedas desaparecer, sintiendo el temor,
la terrible angustia, de que cuando despierte ya no est�s aqu� y compruebe que
todo esto, en realidad, no fu� m�s que un sue�o.


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