Relato: El depredador aficionado



Relato: El depredador aficionado

EL DEPREDADOR AFICIONADO (1)




El depredador


A menudo pienso. Comienzo a pensar y pienso que todav�a
desconozco porque hemos venido a este mundo. Y es entonces cuando tambi�n pienso
que si yo nunca hubiese venido tampoco hubiese pasado nada. Pienso que si me
hubiese quedado en el vientre de mi madre unos meses mas (unos anos mas)
seguir�a sin pasar nada. Nada relevante. El mundo seguir�a igual. Las mismas
guerras y las mismas miserias. Los mismos pedrastras en las puertas de los
mismos colegios y los mismos asesinos agazapados en las mismas sombras. Siempre
lo mismo. Yo no voy a salvar al mundo, pero tampoco lo voy a hacer peor. Soy
como soy. No puedo hacer m�s. Intento ser uno de vosotros pero jam�s lo
conseguir�. Como no puedo hacer nada para mejorar el mundo es que he decidido
pasarme al bando de los malos. El motivo es bien simple, es mucho mas divertido.


La conoc� (bueno, la vi) por primera vez a la salida de un
colegio. Pero ella no era una de las ni�as, era una de las madres. Una de esas
madres de mediana edad a caballo entre la esplendida madurez y una reci�n
perdida juventud. Su sonrisa era la propias de una joven pero sus arrugas las
inevitables de una mujer madura. Sus pechos eran magn�ficos pero seguramente
liberados del sost�n opresor caer�an como consecuencia de los a�os. Todo acaba,
indefectiblemente, aunque acudamos a cirujanos, psiquiatras o mec�nicos de
coche. Todo tiene un final. Incluso aquello que no lo tiene.


Se llamaba Carmen, media alrededor de 1,70 y pesar�a entre 60
y 65 kilos. Ten�a una media melena negro azabache, totalmente lacia y recortada
alrededor de la cara como si de una consorte egipcia se trataba. Sus ojos eran
negros y grandes, su boca era rosada y peque�a. Su cuello era nervudo y
mordible. Su cuerpo era m�s que interesante. Su culo todav�a no hab�a comenzado
a adquirir la desproporci�n de cualquier edad madura pero tampoco era la
inexistencia de nalgas de una joven anor�xica. Era simplemente perfecto. Cientos
de veces, apostado a la salida del colegio, agazapado tras un nogal al otro lado
de la acera, hab�a admirado ese culo mientras se agachaba a besar a su hija.
Falda o pantal�n, fuese lo que fuese lo que vistiese, la tela se ce��a a su
trasero como un guante marcando unas formas solo comparables a la de la mejor de
las vestales.


Definitivamente iba a ser m�a, le gustase o no. Quisiese o
no. Me lo impidiese o no. Toda obsesi�n alimenta una acci�n. Mi obsesi�n por
aquella mujer hab�a comenzado un d�a caminando por la calle frente a aquel
colegio. Ella me hab�a pedido fuego. Yo no fumo. Ella simplemente sonri� y me
dijo "bueno, gracias igualmente". Desde aquel d�a hace casi un a�o que no he
dej� de espiarla. Hubiese podido intentar un acercamiento "normal" a aquella
mujer pero estaba casada y parec�a inteligente. Adem�s, yo tampoco soy un
seductor precisamente que se diga, con mi prominente barriga, mi calva y mis
gafas de culo de botella. De acuerdo. No soy un sex symbol, no soy ning�n
seductor. Reconozco que no soy una persona que tenga f�cil el acceso a una mujer
como aquella. Pero iba a ser m�a, le gustase o no. Quisiese o no. Me lo
impidiese o no.


La mayor�a de las veces ella llegaba al colegio antes de
tiempo y se recostaba contra la puerta de entrada para fumarse un cigarrillo.
Otros d�as (los que menos) llegaba apresuradamente mientras su hija llevaba
esperando un tiempo. Pero siempre llegaba. Si quieres secuestrar a una persona,
saber que siempre estar� en el mismo lugar a la misma hora facilita las cosas.
Escog� un d�a de lluvia. La ciudad estaba abarrotada de coches y la gente
permanec�a agazapada bajo sus paraguas mirando el suelo con cuidado de no meter
un pie en un charco. Era el d�a ideal. Alquil� una furgoneta y fui a la entrada
de colegio con la esperanza de que ella hubiese llegado antes. All� estaba,
recostada contra la pared, protegida bajo un paraguas, fumando un cigarrillo.
Tal y como la hab�a imaginado. Simplemente perfecta. Con un abrigo hasta media
rodilla, falda y camisa. Zapatos planos y sin ninguna joya, tan solo dos
diminutos pendientes y el anillo de casada. Como muchas otras veces. Esper� a
que la calle estuviese desierta, detuve la furgoneta frente a ella, abr� la
puerta del copiloto y le hice una se�a, ella me mir�, lanzo su cigarrillo al
suelo y se dirigi� a mi.


-Usted perdone �comenc�- es que me he perdido. �Sabe donde
esta la calle�?


Inmediatamente descend� mi tono de voz para que el sonido de
la lluvia fuese mas fuerte que el de mi propia voz. Ella se acerco un poco mas,
entonces me abalanc� y de un solo tiron la met� dentro de la furgoneta. Cerr� la
puerta pasando por encima de ella (sin poder evitar una lluvia de pu�etazos,
patadas y gritos) y despu�s saque la pistola que apoy� en su frente.


-C�llate.


Ella no dijo nada. Simplemente comenz� a temblar. Saque dos
pastillas del bolsillo del mono y se las met� en la boca.


-Tr�gatelas.


Ella neg� con la cabeza.


-Tr�gatelas o nunca m�s volver�s a ver a tu hija. No es una
broma.


Le acerqu� un botellin de agua, ella meti� las pastillas en
su boca y despu�s bebi�. El plan hab�a funcionado. Inmediatamente estaba
inconsciente. No por las pastillas que eran simples aspirinas que ella no hab�a
tragado (como hab�a imaginado) sino por el narc�tico liquido que conten�a el
agua. Hay que ser previsor. La cogi y la pas� por encima de los asientos a la
parte posterior de la furgoneta. En esos momentos tuve unos deseos irrefrenables
de quitarle toda la ropa pero no lo hice. Las madres comenzaban a agolparse en
la puerta de la escuela. No era prudente.


Estuve conduciendo cerca de media hora hasta llegar a la
torre de mis padres en la costa. No hab�a peligro, nadie se acercar�a hasta all�
hasta el viernes y est�bamos martes. Una suerte que hubiese comenzado a llover
en martes. Ten�a tres d�as para hacer con aquella mujer lo que me viniese en
gana. La cogi y la llev� hasta un colch�n que hab�a dispuesto en el garaje. All�
hab�a ordenado una provisi�n de cuerdas, comida precocinada y zumos. La ate las
manos a la espalda y la tend� en el colch�n. Me hubiese gustado quitarle toda la
ropa en ese momento pero prefer�a que estuviese despierta as� que me limite a
sobarla por encima de la ropa y despu�s me sent� en una silla frente a ella. Se
despert� al cabo de una hora m�s o menos. Estaba confusa, intentaba moverse pero
no pod�a. Cuando se acostumbr� a la luz de la d�bil bombilla me mir�
directamente a los ojos.


-�D�nde estoy? �pregunto torpemente.


-En mi casa.


-�Y mi hija?


-No te preocupes, ella esta bien.


-�Qui�n eres?


-Tu captor.


Supongo que entonces ella record� el incidente de la
furgoneta porque comenz� a revolverse encima del colch�n.


-�Estas preparada? �pregunte.


Sus ojos se abrieron desmesuradamente.


-�Qu� vas a hacerme?


Yo sonre� pero no contest�. No iba a acabar con su vida, soy
demasiado cobarde para hacer eso. Pero sab�a que su miedo iba a ser un arma a mi
favor. Deje de sonre�r y me acerque a ella, despu�s comenc� a desnudarme
lentamente. Ella comenz� a gritar. Yo cog� una mordaza y se la puse en la boca.
Despu�s continu� quit�ndome todas y cada una de las prendas que llevaba,
incluido el reloj y un nomeolvides que me hab�a regalado mi ultima novia el d�a
de nuestra despedida. De eso hacia 12 a�os. Despu�s puse la c�mara de video en
una esquina del garaje, faltaba luz, encend� una linterna de gran potencia y el
enfoque hacia mi presa. Ahora la c�mara de video ya recog�a su cuerpo temblando
con perfecta definici�n. Me la quede mirando a trav�s de la c�mara, era
excitante. Comenc� a masturbarme, ella me mir� e intento levantarse pero perdi�
el equilibrio y cayo de nuevo sobre el colch�n. Me acerque a ella sin dejar de
masturbarme y me puse a escasos cent�metros de su cara. Ella comenz� a llorar y
cerr� los ojos. Mi semen cay� por toda su cara, impregn� la mordaza, se mezcl�
con sus lagrimas, incluso manch� su perfecto pelo. Yo me masturbaba diariamente
varias veces recordando a esa mujer. Ahora acababa de hacerlo delante de esa
mujer y eso era solo el principio.



--



La presa


Mi nombre es Carmen, el apellido no importa. Tampoco importa
demasiado como comenz� mi particular calvario. Lo �nico que recuerdo es que
estaba esperando a mi hija a la salida del colegio y de repente alguien me meti�
a golpes en una furgoneta. Intent� zafarme de el pero me fue completamente
imposible. Lo siguiente que recuerdo es que estaba encima de un colch�n, con las
manos atadas a la espalda y un hombre masturb�ndose a escasos cent�metros de mi
cara. Despu�s de eyacular en mi cara se fue. Entonces empec� a recordar todo. A
aquel hombre paseando alg�n d�a frente al colegio, a aquel hombre pregunt�ndome
la direcci�n de una calle desde su furgoneta, a aquel hombre d�ndome unas
pastillas que me narcotizaron. Pero no pensaba en aquel hombre, en lo �nico que
pod�a pensar en esos momentos era en mi hija. Esper�ndome en la puerta del
colegio. Y aun segu�a pensando en ella cuando volvi� a aparecer aquel tipo
completamente desnudo.


Entend� que resistirme no servir�a de nada. Me desnud�
completamente, con exagerada lentitud, recre�ndose en cada cent�metro de mi
cuerpo. Explor�ndome de una manera totalmente anormal. Despu�s me viol�
r�pidamente, sin ning�n tipo de compasi�n. No me doli�, su pene era peque�o.
Solamente me molestaba su carne blanda y aquel olor a sudor. Me penetr� por
todos lados. Su semen cubri� cada parte de mi cuerpo. Me azot�. Me lanz� cera
caliente por el cuerpo. Me golpeo. Me sac� fotos. Me oblig� a masturbar a un
perro. Filmo todo en video y despu�s me abandon� completamente desnuda en una
carretera. Pero durante todo ese tiempo lo �nico que pens� fue en mi hija.
Hab�an pasado 48 horas y cuando la polic�a me llevo a casa all� estaba
esper�ndome mi familia. Mi hija estaba bien. Ya nada importaba. Pronto el
depredador se convirti� en presa y lo metieron en la c�rcel. Hab�a cometido
cientos de fallos. Un aficionado, vaya. Un obseso. En el juicio intentaron
demostrar que era un enfermo mental, pero no lo consiguieron. Aun debe estar en
la prisi�n. No le deseo nada malo, simplemente no le deseo nada. A veces sue�o
que vuelve a suceder todo y me despierto sudando a medianoche, es entonces
cuando voy al cuarto de mi hija, me siento a su lado y pienso que podr�a haber
sido peor porque vivimos en un mundo repleto de depredadores. Y todos somos sus
victimas. As� lo veo yo. Pero sigue mereciendo la pena salir cada d�a a la
calle. A pesar de todo ello.



--


(Este relato es absolutamente ficticio y ha sido escrito como
consecuencia de mi intenci�n de abarcar todos los estilos y g�neros. No juzgu�is
al autor, simplemente disfrutad de la obra si os apetece)


--



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