RETRATO EN OLEO
El sol tenue la despert� en sus brazos. El le tom� la mano y
la pas� por su cuerpo para que lo reconociera. Descubriese a aquel hombre con el
cual hab�a compartido tantas noches, los dedos volvieron a recorrerlo, a
sentirlo, pero nunca hasta ahora hab�a sido tan palpable. Comenzando por su
rostro, un rostro lleno de huellas que el fr�o de la cordillera fue dejando como
testimonio de sus andares. La piel se le hac�a �spera y por momentos suave
dependiendo de los lugares por donde transitaba. Se detuvo en cada pliegue,
relieve, convexidades, penetrando en fosas oscuras, despertando polvos dormidos.
La boca desanduvo el camino transitado horas atr�s, ese sabor agridulce que
tantas veces sabore� sin degustar, ahora se instalaba en el paladar,
convid�ndola a rastrear el terreno una y otra vez. Como si fuera una en�loga
cat� cada sorbo que �l le brindaba, regode�ndose, palade�ndolo, a fin de quedar
impregnado en su garganta..
Registro cada gesto, cada mirada, dej� guardada en su retina
la voluptuosidad de sus muecas.
Aprendi� a conocer su respiraci�n, gemidos, susurros, jadeos,
s�plicas, gritos, suspiros.
Con los ojos cerrados, evocaba las asperezas, suavidades,
pliegues, fosos, sabores, miradas, inhalaciones y exhalaciones, despabilando su
sexo. Y como una ni�a desvelada invitaba a su compa�ero a volver a jugar. Juego
que ambos sab�an bien c�mo actuar, qu� olores repasar para excitarse, que
llamador tocar para que las puertas se abrieran, que palabras decir para
arrebatar gemidos, que zonas transitar para terminar confundidos en un abrazo.
Sus manos grandes, �speras, buscaban imperfecciones en la
espalda, los dedos tocaban cada v�rtebra, como un pianista arranca cada sonido
de las teclas.
La lengua que fue escalando su cuerpo al igual que �l
escalaba la monta�a en busca del cobre.
Desde su vientre flu�an los jugos maduros que �l beb�a.
Pod�a sentir como su cuerpo, su casa era visitada... una vez
alojado, el invitado al principio se mov�a lento como estudiando el terreno,
ayudado por sus dedos de explorador, hurgaba en las grietas, los agujeros, las
curvas, los llanos, las cimas. Una vez conocido el terreno, se mov�a �gil,
seguro del espacio que palpaba.
No dej� puertas sin abrir, cortinas sin descorrer, permiti�
que habitara su morada, que hiciera un fest�n en ella. Su guarida, un volc�n
adormecido que �l supo trepar hasta despertar en una gran erupci�n, la lava
descendiendo por sus paredes los fue fundiendo con su calor hasta ser uno solo.
No hab�a lugar, ni hora, para que �l la visitara.
Convirtiendo sus cuerpos en un recreo qued�ndose all� hasta dormirse.
Y yo contin�o aqu� observ�ndolo todo,
testigo ciego de un placer del cual jam�s ser� protagonista.
Marcela