Relato: Arakarina (20: El bar y Samuel)





Relato: Arakarina (20: El bar y Samuel)

ARAKARINA XX


EL BAR Y GENEALOG�A DE SAMUEL


EL BAR



Si bien el amor funcionaba de maravilla dentro de los muros
del grupo, no era lo usual que aun los esposos dentro de la grey se viesen fuera
de las cuatro paredes de la secta. En esto, ni Sara ni Julio eran la excepci�n.



Por ello cuando Julio le pidi� a Sara que salieran a
divertirse, ella no pudo m�s que sorprenderse. El lugar ser�a un nuevo bar que
se llamaba "On line". Era un bar concurrido, incluso de moda, en el no pod�a
entrarse sin reservaci�n previa. Julio lo arregl� todo.



El bar part�a de un concepto virtual. De hecho el due�o era
un tipo joven, no muy bien parecido, aunque tampoco feo. La idea de su bar le
vino luego de romper una relaci�n sentimental. Le explicaba a un amigo: "Sabes.
Este mundo es m�s miserable de lo que se puede llegar a suponer. �Ves aqu�l
sujeto?, �Es apuesto, no te parece?, Sueno como un envidioso y es que lo estoy.
Mira su chica, mira c�mo le ve, �Percibes el deseo?, �La atracci�n?. Ese cabr�n
es un suertudo de haber nacido tan guapo. A m� las mujeres nunca me tragan a la
primera. Siempre tengo que abrir la boca, prometerles cosas, ser un poco el
amigo, el confidente, el perro fiel e incondicional que mueve su cola gustoso
ante el menor gesto.


No tuve esa suerte de gustar, tal vez tenga la de
convencer, pero no la de gustar. Y eso es realmente pat�tico. Soy de la idea de
que, por m�s que te esfuerces por convencer, por m�s que luches por formarte una
imagen atrayente, todo lo que digas son pamplinas, estas hipnotizando a tu chica
para que se crea la ficci�n de que eres atractivo, si eres h�bil te encontrar�
m�s portentoso, m�s interesante. Creo tambi�n que si se presenta un guapo nato,
romper� tu hechizo por fuerte que sea. Ojal� existiera un bar que no estuviera
hecho para gente guapa, bella, cosmopolita. Ojal� hubiera un bar donde la gente
primero tuviera la oportunidad de conversar y luego de verse, y no viceversa.
Ojal� existiera ese lugar, donde tuvieras la opci�n de poner sobre la mesa tus
cartas, tus virtudes, tus ideales, para que cuando la chica te viese, te
encontrara ya envuelta en el hechizo, o si eres hombre vayas predispuesto a
admitir un cuerpo imperfecto.


Se me ocurre lo siguiente, un bar en el que se
distribuyan un gran n�mero de mesas, las mesas estar�n iluminadas por luces
taciturnas, c�lidas, tenues, sobre cada mesita habr� una esfera con un n�mero
anotado, este n�mero identificar� la mesa en la que est�s. Los muros tendr�n
espejos estrat�gicamente acomodados a manera que desde cualquier punto del bar
puedas divisar a qui�n quieras que te pudiera llegar a interesar, y sobre todo,
a qui�n quieras interesarle. Sobre cada mesita habr� un tel�fono, cada tel�fono
ser� una extensi�n, y el n�mero de extensi�n ser� el n�mero de mesa. Habr�
tambi�n una operadora cerebro que distribuya y env�e los telefonazos. Si una
chica te gusta, marcas el cero y te contesta la operadora, le dices a qui�n
quieres contactar y ella canaliza tu llamada. Los tel�fonos no sonar�n, tendr�n
focos, el verde te dir� que tienes una llamada. Tu podr�s tomar la llamada o
apretar el siete para cancelar la llamada. La operadora podr� cancelar la
comunicaci�n con mesas indeseables, o detener toda llamada si ya encontraste lo
que buscabas. S� que suena complicado, pero la gente con un poco de seso
entender� el procedimiento, de hecho es un procedimiento para gente lista. Ya lo
imagino, recibes la llamada y te tienes que entender con una voz, la voz puede
darte buena o mala espina, puedes hablar, jugar, acercarte, seducir, hacer
magia, luego planear el contacto, la invitaci�n a la mesa. Me parece perfecto"



Sara se arregl� con un vestido corto que resaltaba su cuerpo
en forma muy agradable. Pint� sus ojos un poco a la manera egipcia y su boca la
ti�o de un rojo muy vivo. Su imagen entera despertaba el apetito. Cuando entr�
al bar le pareci� un buen lugar. Hac�a mucho que no se paraba en un sitio
nocturno. No dej� de maldecir la idea de Julio de llegar separados, pues
sinceramente le parec�a est�pida la explicaci�n de que pod�an verles entrar
juntos al sitio, pues en su calidad de mujer casada era igual de censurable que
la viesen entrar sola. Adem�s nada le importaba.



Le asignaron una mesa y un mesero le explic� r�pidamente el
procedimiento de los tel�fonos. Sara no prest� mucha atenci�n, pues no iba ah� a
ligar, sino a una cita formal. No hab�an transcurrido ni tres minutos cuando
empez� a sentirse desesperada de estar sola y a la expectativa de que Julio
llegara. Comenz� a mirarse las manos, sac� de su bolsa un cigarrillo y empez� a
fumar con mucha desgana. Miraba el tel�fono. Todo parec�a callarse. El tel�fono
parec�a ser su acompa�ante, pues �ste parec�a bastante inquieto, su foquito
verde parpadeaba incesantemente. Ella se sent�a halagada y a la vez molesta de
tanto repiqueteo en el foco. De haber puesto atenci�n al mesero, sabr�a que le
pod�a decir a la operadora que deshabilitara su l�nea, pero no fue as�. Sent�a
un dolor en la mu�eca, y un alivio de saberse provocativa.



Foco verde. Su mano indecisa opta por levantar el auricular.
La bocina le dice en voz varonil "�Quieres acci�n?", la respuesta fue el
colgonazo del tel�fono. Foco verde. La voz le dice "Me recuerdas a alguien",
ella contesta "No soy yo", "�C�mo lo sabes preciosa, si ni me conoces todav�a?",
"Porque s� que no me gusta ser recuerdo", la voz le dice "Podr�as no serlo",
igual cuelga.



Foco verde, una idiotez. Foco verde, otra idiotez. Foco
verde, "Te barreno lo que quieras", un colgonazo. Cada verde y colgonazo iba
acompa�ado por una majader�a que Sara dedicaba a Julio por meterla en ese sitio.
�Y si se trataba de un juego de seducci�n?, tal vez Julio quer�a conquistarla
como un perfecto extra�o, hacerse pasar por un desconocido. Eso no le parec�a
mal, le agradaba que alguien jugara con ella al juego de intimar, por un lado
pensaba que merec�a todo tipo de atenciones, por otro que cualquier atenci�n
ser�a buena para ella que nunca las recibe, luego se reprochaba el conformismo y
conclu�a que no estar�a a expensas de un amor falto de talento, lo merec�a todo.



Luego de un rato de despreciar todas las llamadas la
insistencia de los focos verdes fue menor, e incluso lleg� a desaparecer por
cerca de cinco minutos, los �ltimos cinco de los dieciocho que ya llevaba en la
peque�a sillita de terciopelo. Hab�a cosas que Sara no pod�a evitar al estar en
medio de ese juego telef�nico, primero, en cuanto aparec�a un foco verde, sus
ser entero se paralizaba, la bocina se volv�a un misterio, �qu� me dir� ese
espejo m�gico?, alguna peladez, o palabras dulces, de amor, insinuaciones. La
bocina era como un dado con muchos resultados, los cuales no podr�an conocerse a
menos que consintieras prestarles atenci�n. Segundo, entre foco y foco las manos
le sudaban, deseaba que el foco prendiera, pues en su luminoso silencio ella
recib�a una flor el�ctrica que tocaba con sus p�talos filosos su cuello.
Morder�a su labio y dejar�a el foco titubear tres o cuatro veces, y entre una y
otra se har�a mil preguntas.



Quien pudiera adentrarse a esos segundos de preguntas que
llov�an en su cabeza tendr�a el secreto absoluto para hacerla feliz, ah� se
retrataba la mujer apasionada, fr�gil, entregada, valiente, entera y ansiosa de
siempre, en ese espejismo m�gico que resultaba ser el est�pido foco verde
aparec�a ella desnuda, pero desnuda s�lo ante los ojos de quien pudiera tener la
sabidur�a suficiente en las retinas para ver en su espalda las alas.



El foco verde lleg� justo tres segundos antes que su
desesperaci�n. Repiquete� tres, cinco, siete veces. Quien estuviera llamando la
podr�a ver desde su mesa, ver�a la forma tierna e iracunda con que ella miraba
el aparato telef�nico. Su mirada estaba perdida, sin fe, con un rostro que no
correspond�a al cuerpazo que enfundaba su vestido. Ella estir� su mano, tom� con
firmeza el auricular y lo llev� cerca de su oreja, se le hizo raro ser tan
consciente de lo que se sent�a en la piel de su o�do al acercar la bocina.



- Tal vez ya has esperado bastante. No ha sido mi intenci�n
hacerte esperar. S� que ha sido doloroso para ti, pero tal vez te reconforte
tambi�n saber que el precio de admirarte desde donde estoy ha sido muy alto, por
principio, pensar que cada llamada que recib�as era una amenaza potencial, un
abismo cercano. No te enfades, no te muerdas los labios de esa manera en que lo
haces, pues as� como yo he pagado un precio tu lo has pagado tambi�n. �Un precio
de qu�? Te preguntar�s. El precio de que te haya visto, que tenga en claro que
eres lo que realmente deseo. Lo que vi sobre tu mesa es algo que seguramente
quieres escuchar. �Quieres que siga?-


- Sigue


- Veo tus ojos posesos de una virginidad maravillosa. Veo que
est�n preparados para creer, para merecer lo que han cre�do. Tus zapatos me
encantan, tus piernas, las medias que elegiste entre todas las que tienes, tu
vestido que es sencillamente atemporal, es decir eterno. Si no fuera anti
higi�nico te pedir�a que no te lo quitaras nunca. Todo ello lo veo a trav�s de
mis ojos, posesos tambi�n de una sed de ese algo que reconoc� al verte. Te
presagiaba as�, arreglada de esa manera, arreglada as� para mi. Tu rostro es
cosa aparte. Tu boca sencillamente me llama, es como si intuyera en tus labios
el encierro de miles de palabras, millones de ellas, ni de amor ni de odio, pero
millones de ellas, destinadas a que me cuentes tus pareceres del mundo, de c�mo
te parece, de c�mo se te parece. Ah� se fabricar�a la m�sica. Tu barbilla ser�a
un direccionador del aliento y el hueco que tienes entre nariz y boca es algo
as� como la guarida de mi dedo me�ique. Tu nariz es como una flecha a seguir.
Aunque tus ojos. Me cuentan todo, acepto lo que cuentan, lo obedezco, lo abrazo
como tu realidad. -



Sara pens� que era por dem�s extra�o que Julio se expresara
con tanta poes�a, pues si bien le agradaba el gesto de propiciar el suspenso,
ten�a muy acentuado el sentido de la prisa y de la agenda. Crey� oportuno
aclarar � Agradezco los pormenores de este encuentro, y todo lo que dices de mi,
me llena en gran medida, te lo digo en serio. Pero para serte franca, y no
quiero que pienses que soy una aguafiestas, siento que te expresas en t�rminos
muy absolutos, tal cual si estuvieras dispuesto a todo, y en realidad ignoras
mucho de mi, vaya, ni siquiera sabes que tengo una hija, ni el tipo de marido
que tengo.



- S� que no es este lugar el adecuado, ni mucho menos a
trav�s de una bocina, que deba de enamorarme absolutamente. S� que del total de
hombres que ves aqu�, todos sin excepci�n querr�an acostarse contigo. De ellos
la mitad te llevar�an a un hotel, te llenar�an de halagos, sin embargo se
desvestir�an demasiado r�pido, ignorar�an incluso que las pantaletas que portas
no son accidentales, que las elegiste para gustar, acaso apaguen las luces y tu
seas la oscuridad hecha carne, tan exactamente igual que cualquier mujer. Te
har�an bien o mal el sexo, y al acabar con su placer se separar�an de ti con
cualquier pretexto, evitar�an dormir a tu lado, por el riesgo de tener que
abrazar tus sue�os. Si son vanidosos y reconocer tener la m�s m�nima habilidad
para hacer la cama inclusive te dir�an lo que yo mismo he llegado a decir en m�s
de una ocasi�n, el "no vayas a enamorarte". �No crees?



Sara repasaba en su mente las escenas que la voz del
auricular le dec�a con tono tan �ntimo, como si hubiese intervenido los segundos
de despu�s de que ella colgaba el tel�fono luego de cada verde infructuoso. Se
miraba a s� misma acudiendo a esa cita de hotel, y se miraba con rostro de
cordero, atada de pies y manos, con una venda en los ojos y otra en la boca,
sent�a una extra�a excitaci�n y un rezago de autocompasi�n. �Tan pobre era la
visi�n de Julio de esa mujer que ella era?, �Tanto relato era para hacerse el
amplio y disimular que era �l quien tendr�a las directrices de la relaci�n y,
sobre todo, para comunicarle de forma velada la vieja frase "no vayas a
enamorarte"? �Qu� poco la conoc�a!



Habr�a que remontarnos a la casa de Sara para entender su
pensamiento, espec�ficamente habr�a que pararnos al lado y dentro suyo al
momento en que se arreglaba frente al espejo para su cita. Se miraba en el
espejo de cuerpo entero y se gustaba, igual pensaba en que afortunadamente ten�a
el dinero suficiente para una excelente ropa interior que honestamente si ayuda
a la figura, se encontraba hermosa, y sin embargo, al maquillar su rostro, no
pod�a dejar de advertir la promesa de arrugas que se alojaban en su cuello y en
sus ojos, los cuales se volv�an un poco de cristal, y miraban al espejo como un
enemigo. Si se pregunt� hasta d�nde llevar�a las cosas, lo que no hizo fue
contestarse. Le daba risa que hab�a pensado exactamente en la frase "no vayas a
enamorarte" �Qu� dir�a si se la echaban en cara?. Pod�a sencillamente gozar y
hacerse la tonta e ignorar que fue dicha, pod�a por otro lado enfadarse, pues
�Qu� sabe un hombre de una mujer cuando le dice que no vaya a enamorarse? Nada,
no sabe nada ni de la mujer ni de su coraz�n. Si la mujer es como Sara est�
totalmente extraviado. A Sara no le importa ser lo que el futuro, sino s�lo el
presente. Nadie podr�a asegurarle que la relaci�n, prohibida como era, tuviera
alg�n futuro, y en ello nada ten�a que ver lo que ambos llegaran a pensar de la
misma. Lo cierto es que al entrar a un hotel, lo �nico que llevar�an como ropa
ser�a las circunstancias en que cada cual estuviera inmerso, es decir su
realidad, y como cuerpo desnudo el amor que pudieran brindarse, as�, no habr�a
m�s noche que esa en que ella y �l se penetran, y por el contrario, hab�a que
enamorarse, enamorarse profundamente y desde el contexto en que cada qui�n es.
Tal vez y enloquecen de amor dentro de un cuartucho de hotel, se exprimen, se
gozan, se entregan, sabiendo que ella es casada, que �l t�cnicamente no lo es y
es m�s joven, que es quiz� nada responsable o que no es capaz de cargar con la
cruz que implica la mujer que posee, tal vez ese p�nico de ambos los ubica en un
amor extra�o, m�s lo �nico cierto es que no hay fuerza en el mundo que supla esa
pasi�n de las veces iniciales, de los comienzos, tan es as� que hab�a que
beberse los comienzos de una forma abierta, sin ataduras, enteramente, pues aun
suponiendo que el destino quisiese unirlos a Julio y a ella para siempre, aun y
cuando en un futuro �l se casara con ella, que ser�a la aceptaci�n social m�s
gr�fica, nada les garantiza que sus mentes no volaran, a lo largo de los a�os, a
evocar no su estabilidad y su solidez como pareja, sino aquel cuartucho que un
d�a inundaron con olor a sexo, el cual saturaron de calor, del cual no quer�an
salir, acabar�an de todas formas volviendo a aquella mirada de descubridor, al
recuerdo de la silueta descubierta, el gesto del pez�n la primera vez que se le
ve, la confianza de tocarle el culo al otro, el sonido de aqu�l "si" de antes,
la cercan�a del latir ajeno, la sorpresa de saberse oliendo al otro, la belleza
de conocerse, conocer y dejarse conocer. Por ello no le importaba el futuro,
sino el inicio del futuro, y en esa medida, no habr�a peor blasfemia para Sara
que escuchar que se le diga que no se enamore, pues el hombre que se lo dice se
suicida en el coraz�n, pues le pide que no se entregue totalmente, y eso es algo
que ella decide, que ella vigila. En veces pensaba que no ser�a tan descabellado
tomar muchos hombres, pero no prosperar con ellos nunca, siempre demoler las
relaciones antes de que el conocerse terminara, vivir siempre en la magia, nunca
conocer cosa distinta. Luego pensaba que s�lo el trato continuo hace perfecto el
entendimiento sensual.



Volviendo al bar, Sara iba a comenzar a reprocharle a su
interlocutor, de hecho le habl� como a un extra�o, le habl� de usted.



- Disc�lpeme se�or, �Est� usted presumi�ndome que es bastante
capaz de decirle a una mujer que no se enamore de Usted, de ese S�per Usted que
Usted es?


- De ninguna manera. Lo que quiero decirle es que la
estad�stica me importa un bledo, un soberano comino. Si la mitad de los hombres
de aqu� la desean, es algo que tampoco me importa. Lo de tu hija es algo que lo
acepto plenamente, la belleza que veo en tu cara no ser�a la misma sin ese brote
tuyo, sin esa flor. Tu hija se ha escrito en tu piel y como tal ya siento
adorarla, ya siento el deseo de ense�arle cosas, de cuidarla, de se�alarle
caminos de bien, de mostrarle que su madre es una mujer amada y respetada, y que
ello sea un pilar en su vida, y una caricia a su ni�ez o adolescencia. Lo de tu
marido, ah� si tenemos un problema. Te dir� que nunca he sido bueno como amante.
Es decir, nunca he admitido dicha posici�n. Es extra�o, pero piensa si al
tenerme tienes un amante o en realidad tienes dos hombres. Yo s� que es raro que
admitas tener dos hombres porque en este pa�s la mujer ha sido educada bajo la
idea de que deben de tener un solo hombre, y hablar de tener dos ya te etiqueta
como escoria, casi te definir�a como la gran puta, aunque nada hay m�s falso.
Sin embargo piensa. A mi puedes llegar a amarme en forma desmedida, y si lo
haces hasta ahora es porque hasta ahora me has conocido, digamos que yo no
exist�a en tu vida, antes era la nada y sin embargo aparezco con toda la
intenci�n de llenarte, de amarte, posiblemente aproveches esa situaci�n ya sea
porque tu marido no tenga la misma devoci�n que yo o bien porque sin
propon�rtelo te surge una inclinaci�n por mi que no puedes o no quieres evitar,
pero lo cierto es que el hecho de que me quieras no exige que el otro, con quien
te has casado por la causa que gustes, con quien has tenido hijos, tenga que ser
exterminado en amor, puede que tengas que admitir que lo quieres todav�a, que te
conmueve de vez en cuando, que es un eco de recuerdos, que de vez en vez procura
seriamente tu felicidad. Mi amor no debe ser una raz�n para que la hostilidad
nazca respecto de tu marido, pues no soy yo quien invent� que el amor deba ser
�nico. Claro que tu madre nunca te lo aceptar�a, y de hecho muchos te ver�an
como una vulva voraz, pero la verdad es esa, tendr�as dos hombres, y uno de esos
ser�a yo, y ese hombre que soy ver�a la forma de que internamente me prefieras,
y por que no, un d�a decidas que el �nico hombre en tu vida sea este servidor.
S�bete que no me interesa ser tanto tu marido, sino ser el hombre de tu vida, el
que m�s amas, el que te despierta mayor fe por la vida, el que mueve tus c�lulas
al m�ximo, el que est� contigo siempre, al que no puedes traicionar porque te
comprende tanto que aun cosas tan graves como la infidelidad te perdonar�a, por
ser parte de ti, por ser tu decisi�n, aunque no la desee. No ser�a la primera
vez que una mujer no est� casada con el hombre de su vida, lo cual adem�s no s�
si sea lo ideal, aunque as� a primera vista si me suena perfecto.-


- En otras palabras lo que usted me pide es que quiere
convertirse en el hombre de mi vida -


- Eso es absoluto. Cualquier otro plan no me llamar�a la
atenci�n, no porque su cuerpo no merezca la pena de disfrutarse aunque fuese una
sola vez, �que va!, si ser�a el �xtasis supremo, sin embargo la consecuencia,
tr�gica por cierto, ser�a una nostalgia imborrable que acabar�a con mi vitalidad
completa, adem�s, me declaro como el m�s ferviente enemigo del amor en su
modalidad imposible. Todo esto suena demasiado te�rico, d�jame reducirlo a dos o
tres opiniones, me sentir�a como un idiota, te echar�a de menos y me invadir�a
un vac�o inllevable, las tres cosas para el resto de mi vida.


- No conoc�a que tuvieras tanta intenci�n y perseverancia
Julio. Dime d�nde estas, dime todas esas cosas a la cara, considero una trampa
todo lo que dices si no va de por medio una apuesta que esgrimen las miradas.
Dicho de frente suena muy bello, por tel�fono suena muy cobarde.


- S�lo en una cosa que dijiste no tienes raz�n, pero no lo
discutir� por tel�fono, voy a tu mesa.



Sara se qued� sentada y apur� el trago que ya hab�a dejado
bastante olvidado sobre la mesa. Disimuladamente levantaba el cuello como una
avestruz para ver venir a Julio, no quer�a perderse esa mirada de cuando se
estuviera acercando, no quer�a perder detalle si se rascaba la nuca o la
barbilla, si las piernas le temblaban, si se hac�a el casual o si bien se
acercaba como un tigre decidido. Todo eso era importante, eran cuestiones de
amor. Tal vez hab�a llegado el momento de dejar a Deodato en un caj�n y lustrar
las alas de nuevo .No lo ve�a acercarse por ning�n lado.



Mir� a la oscuridad y se mov�an hombres de aqu� para all�,
pero ninguno era Julio. Uno sin embargo se acercaba, sin rascarse ni la nuca ni
la barbilla, con sus piernas que, bajo un pantal�n seguramente de lana peinada y
negro con forro interior, disimulaban el temblor inevitable que casi le hac�an
resbalar, sus brazos, aunque quietos, terminaban en un par de manos que no
pod�an callarse, a la vez que intentaban huir de �l como ara�as frente a una
amenaza de incendio. Su mirada no se acercaba con �l, que ven�a como a veinte
metros todav�a, esa ya estaba ah� con ella, la mirada aquella estaba sentada ya
con ella, en su mesa, la traspasaba, y ni siquiera su pantal�n negro, camisa
blanca, corbata agresiva y saco negro pod�an conseguir vestirlo, pues aunque se
echara encima una boutique entera, �l ven�a desnudo. No estaba mal,
definitivamente, pero no era Julio, no era su nuevo esposo. �Qu� pensar�a Julio
si ella prestaba atenci�n a ese sujeto que se acercaba dispuesto a fundirse con
ella? Habr�a que preguntarle, pues en esos momentos se bat�an las puertas de
entrada y qui�n las atravesaba era precisamente Julio, vestido con pantal�n saco
camisa y corbata tan buenos como los del otro tipo, y tampoco estaba mal, ni se
rascaba la barbilla y nuca, sus brazos terminaban en un par de manos y sus
piernas iban tan firmes como si fuera sobre zancos. �l, pese a que la ubic�
desde el primer momento, y ella se dio perfecta cuenta, no le mir� durante el
camino hacia ella, se hizo el casual. Lleg� de inmediato y se disculp� por
llegar tarde mientras que el otro sujeto disminuy� su paso y puso una cara de
abatimiento total que s�lo le falt� llorar, cerr� sus ojos para tragarse las
lagrimas como si pasase saliva y los abri� con un destello de flamas, hizo dos
especie de piruetas que lo hicieron lucir como un t�tere que desea caer al suelo
y luego a una mesa vac�a para meditar y luego fuese accionado como por un
resorte.



Julio le dijo a Sara "march�monos" y caminaron rumbo a la
puerta. Rode�ndoles, y casi corriendo, avanz� el sujeto por la orilla
accidentada del bar, mientras un mesero le segu�a desesperado creyendo que �ste
quer�a irse sin pagar. Sin saber porqu�, Sara fingi� que uno de sus zapatos de
tac�n se torc�a, lo que les hizo detenerse. No lo hizo ella, lo hizo su alma que
de alguna forma le dio un jal�n, no para enfrentarse con el otro caballero, sino
como una obligaci�n de ver qu� suced�a si se llevaban las cosas al borde de
todo. Tal accidente de calzado permiti� que el sujeto se posicionara sobre el
pasillo principal que daba a la entrada, lo que daba la impresi�n que ellos iban
de salida mientras que ese hombre, pareciera que acababa de entrar. Nunca
despeg� sus ojos de los de ella, y ella tampoco aunque no le miraba.



El tipo se par� frente a ambos y les ataj� el paso. "Hola"
extendi� la mano a Julio, quien en un sentido de formalismo social la tom�,
luego de un muy r�pido saludo estrech� la mano de ella y complet� el hola con
ella, diciendo "Que gusto saludarles. Veo que van de salida y no quisiera
interrumpirlos. Me encantar�a una visita. Cuando gusten, mi mujer estar� ah�." y
extendi� a Sara su tarjeta, la cual fue tomada en forma autom�tica por su mano
izquierda, de hecho la �nica parte de Sara que no se hab�a paralizado era esa
mano izquierda que tomaba la tarjeta como si fuese un bot�n, pues todo su ser se
centraba en ver la apariencia del sujeto, acaso tendr�a tres o cuatro a�os menos
que ella, y muy bien conservado, su rostro irradiaba una fortaleza tierna que la
conmovi� de inmediato, pues pod�a advertirse que era un sujeto sensible, sin
embargo aventurado y tenaz, acostumbrado al �xito, a no perder, quien entraba a
este juego de quererla ya perdido, vencido desde antes, y que sin embargo, pese
a tenerla frente de �l en propiedad de otro, ello no le hab�a desanimado a
intentar un contacto futuro, la tarjeta dec�a secretamente "te espero", el tipo,
emblema casi de la seguridad, yac�a ah� todo inseguro, con labios titubeantes y
parpadeando vigorosamente a la vez que mov�a su cabeza de un lado para otro, y
ella, que no perd�a ni el detalle ni la fe, se dej� absorber por aquellos ojos
inquietos, tal cual si ella fuese un gambucino c�smico que en sus cabellos y
manos sujetara aquellos ojos como un par de bandejas con las cuales se filtra
agua de r�o en busca de oro, una cribadora espiritual, el iris de �l era ese
riachuelo turbulento en que mil cosas ocurr�an, un r�o de emoci�n, mientras ella
era la secreta fuerza ineludible que agitaba esa bandeja que era el alma del
extra�o con dedicaci�n, en el fondo Sara divis� dos enormes vetas de un amor
azul, bell�simo.



Sara guard� en su bolso la tarjeta, aparentemente de manera
instintiva. El se despidi� estrechando c�lidamente la mano de ella, asumi�ndola
en su palma, dej�ndola recostarse, tomando lectura de sus l�neas, busc�ndose
ah�. La de Julio tambi�n la estrech�.


Una vez fuera, Julio le pregunt� a Sara:


- �Le conoces?-


- No estoy segura-


- Yo tampoco, pero puede ser un cliente, o su esposa puede
ser cliente, ex cliente debo decir. Me pasa muy seguido que me abordan sujetos
en la calle, los cuales supuestamente deber�a recordar y sin embargo no
recuerdo. No s�, ya recordar�-



Sara en cambi� comenz� a tratar otro tema, algo que desviara
la atenci�n fijada sobre aquel extra�o.


Ya en la cama Sara volvi� a pensar en el hombre del bar, le
sonaron en el pecho sus palabras y quiso aprovecharse del cuerpo de Julio, quiso
besarle las nalgas, los pies, las axilas, todo aquello m�s como muestra de
declararse a sus ordenes que como placer, pero �ste no entendi� y cerr� sus
nalgas como si le fuesen a poner una inyecci�n de hierro, sus pies los engarru��
violentamente y las axilas revelaron unas cosquillas enfermizas. En cuento a
ella, s�lo sus caderas recibieron la atenci�n debida, y no precisamente con una
lengua. Mientras recib�a los vigorosos embistes, su mente no pod�a dejar de
pensar que era el extra�o quien la tomaba en sus manos, sonre�a l�nguidamente,
mientras se murmuraba "tengo tres hombres".






SAMUEL




�Hab�a causas importantes para que Samuel se cortara el
cabello? Posiblemente no. Tal vez s�lo se trataba de uno de los innumeraos
par�metros mediante los cuales un Mes�as puede poner a prueba a un disc�pulo. No
importa que le pida, siempre que deje en claro que se trata de una auto negaci�n
por �l, por el amor a �l, por obediencia a �l, por respeto a �l, por fe ciega en
�l, por fe imb�cil a �l, si comprueba cualquiera de estas cosas, todo es
razonable.



Pero hab�a razones personales de Samuel para no cort�rselo.


�l trabajaba en el departamento de tr�nsito, pese a su
juventud ya llevaba a�os trabajando ah�. Sus condiciones de trabajo eran
generalmente buenas aunque un poco exhaustivas. Su categor�a en el departamento
hab�a sobrevivido ya varias administraciones municipales, cosa que no era del
todo f�cil, y ello en parte se deb�a a su brillantez. Siempre propositivo e
imaginativo, daba opiniones que despu�s se convert�an en soluciones de menor a
mayor escala. Cuando hab�a problemas en tal o cual �rea, lo asignaban ah�, y eso
bastaba para que las cosas comenzaran a transformarse, pues ten�a una poca
intenci�n de quedarse quieto. Estaba contratado bajo un esquema de base
presupuestal del Estado, lo que lo hac�a una persona sindicalizada.



En M�xico el concepto del sindicato ha hecho m�s da�o que
provecho, pues pese a que en un inicio este tipo de agrupaci�n sirvi� para
obtener logros laborales que beneficiaran a la clase trabajadora, estos han
desvirtuado sus objetivos, por lo que los puestos sindicales son peleados como
puestos pol�ticos, desde los cuales se puede sacar provecho personal. A tal caso
que aquellos que contienden por ser los secretarios generales de los sindicatos
hacen lo imposible por ser electos, pagan a agitadores, reparten dinero,
prometen puestos mejores s�lo a quienes aseguren obtener en su nombre m�s votos,
difaman, chismean, fingen energ�a y furia frente a los patrones y se auto
proclaman temibles, prometen y prometen cosas que luego no podr�n cumplir. Una
vez electos como titulares de un sindicato, visitan a los empresarios para
ponerse a sus ordenes, fijando su tarifa, as� tendr�n una doble funci�n, esp�as
del patr�n, aplacador de trabajadores, ejecutores de trabajadores, mediadores
con intereses difusos, buscan la forma de negociar con las prestaciones que por
Ley cada trabajador posee, pensiones, vivienda, aumentos, incapacidades, todo se
puede arreglar con billetes o con una buena cogida si se trata de mujeres
guapas. Esto es a nivel sindicato miserable. Luego est�n las confederaciones de
sindicatos. Estos ya juegan a la pol�tica m�s grande. Estos son los que cuentan
con mayor numero de afiliados forzosos y sus lideres son verdaderos hampones,
estos comprometen los votos de sus agremiados aunque el voto sea secreto de cada
ciudadano y en elecciones, las campa�as pol�ticas se ven muy nutridas de asuntos
sindicales, por ejemplo, los hay que convocan a sus agremiados a los m�tines, en
los cuales habr� alguien que toma lista, so pena de tomar represalias contra
aquellos que no asistan a los "divertidos discursos pol�ticos de los
candidatos". Y as� todo ha vuelto un mugrero. Existen sindicatos que s�lo se
dedican a arruinar patrones, otros a arruinar a todo mundo. Por ejemplo, en la
ciudad de Tampico, existe un sindicato de pintores que son capaces de voltearle
los botes de pintura y romperle las escaleras a toda persona que pinte su casa
ella misma, exigi�ndole que forzosamente debe ocupar unos pintores para hacerlo,
y si no quiere esta persona contratar pintores, lo de menos es que se inscriba
en el sindicato, pues al pintar se vuelve pintor y por lo tanto debe afiliarse.
Es una estupidez, �Y es legal!.



Estas cosas hacen en gran medida que en M�xico se estile cada
vez m�s contratar trabajadores bajo contratos de servicios personales
independientes, as� los corren cuando les de la gana sin tener que responder
ante nadie, para no dar prestaciones de ning�n tipo como las m�dicas, de
pensiones, etc. Es decir, se ha ca�do en un juego de extremos que han hundido es
poca o gran medida a este pa�s en una fama de haraganer�a a nivel mundial. En
parte se tiene raz�n. Pero s�lo en una muy m�nima raz�n.



Lo que si es cierto es que los sindicalizados son mas o menos
unos pr�nganas y unos z�nganos. Las condiciones generales de trabajo les
permiten no asistir s�bados ni domingos, as� se caiga el planeta si no van,
tienen vacaciones extens�simas e inmerecidas, adem�s de dos d�as que pueden
pedir a discreci�n por mes, los cuales si se pagan, que distribuy�ndose las
vacaciones y d�as de descanso a lo largo del a�o, cada semana podr�a tener s�lo
tres d�as y medio efectivos de trabajo, esto si no pierden el tiempo en sus
horas de trabajo y, claro est�, siempre que no se enfermen.



Una secretaria dio las nalgas casi durante un mes para
obtener una plaza en la direcci�n del registro civil como sindicalizada, con ese
mes de metidas de verga se asegur� el futuro, pues es asm�tica y vive en paro.
Con una inteligente calendarizaci�n de su asma evita que la indemnicen, cotiza
para su pensi�n, cada quince d�as va y cobra su jugoso cheque. En suma trabaja
cerca de treinta d�as al a�o, habr� que preguntarle al l�der sindical si le daba
tos mientras follaban.



Un cabr�n sindicalizado se march� de la ventanilla de
atenci�n al p�blico en atenci�n de multas de tr�nsito porque le negaron el
permiso a ir a lonchar su med�a hora a que tiene derecho diariamente, �Habiendo
una fila insufrible! ante esta negativa se fundi� un foco encima de su cabeza y
esto le sirvi� de pretexto para acogerse al texto de su contrato colectivo de
trabajo que dice que no habr� labores si la iluminaci�n artificial no funcionara
en el �rea de trabajo, siempre que el inmueble lo requiera. Se marcho bajo ese
pretexto aun y cuando su lugar estaba junto a un ventanal que casi deslumbraba
de lo luminoso, y se tomo el d�a para lonchar, pagadito.



La exposici�n cr�nica a este tipo de derechos laborales va
convirtiendo a los trabajadores en seres ventajosos y haraganes, sin saber que
al declararse ideales para gozar todos esos beneficios, venden su dinamismo y
capacidad de crear, crecer, proponer.



Todo lo anterior s�lo se cita para entender que Samuel, pese
a que era de base, es decir, sindicalizado, no se hab�a hecho a esa forma de
ser. Fue de los pocos que decidieron tener horario de nueve a tres y cinco a
siete a cambio de m�s salario, siendo que ning�n soltero lo hab�a hecho, casi no
aprovechaba sus d�as perezosos y nunca enfermaba. En cierto modo le gustaba su
trabajo, que era atender al p�blico respecto a sus problemas viales, y sent�a
que hab�a mucho por hacer desde ah� donde �l estaba, adem�s, sent�a que el
tiempo que requer�a para hacer otras cosas lo ten�a.



Lo m�s tortuoso quiz� era soportar evidenciar el
desenvolvimiento de sus compa�eros, hizo su propia teor�a de la miseria.



Tal vez lo �nico en que se hab�a aprovechado de su calidad de
sindicalizado era que se hab�a dejado crecer el cabello hasta tres cent�metros
abajo de sus hombros, lo que en un funcionario, dependiente de banco etc. es
impensable. De cierto siempre la tra�a peinada en una cola de caballo. Hab�a su
motivo para llevarla.



Samuel hab�a tenido desde chico una afici�n por la lectura,
siempre hab�a sido muy t�mido para preguntarle a los dem�s acerca de sus
sentimientos. Sin embargo le agradaba darse cuenta, aunque fuera por accidente,
fisgoneando con las orejas bien paradas en charlas de otros, de esos otros que
si guardaban en su pecho la confianza como para hablar de si mismos, cualquier
tipo de afirmaci�n que aclarara un poco su propia existencia. Como a gran
cantidad de mexicanos, fue educado bajo lineamientos cat�licos y mestizos que
hacen de la religi�n y el dogma una plasta de temores e inseguridades. Mirarle
de accidente las piernas a una chica era algo cochino y tocarla desde luego era
infectarla con esa cochinez que todo var�n encierra, y s�lo el matrimonio
convert�a en caricias toda aquella caja de intenciones perversas que adem�s se
convert�an en necesarias. Por eso, al leer los libros le llenaba de regocijo
saber que los personajes de una u otra manera se entregaban entre si, y el hecho
de que dentro de una novela una mujer le dijera a un sujeto que le diese un beso
era ya un carnaval.



Poco pens� durante muchos a�os que en su mayor�a los libros
eran escritos por hombres, por lo cual podr�a tratarse de una farsa el cari�o,
la necesidad de las mujeres por tener hombres cerca. Su formaci�n le hab�a dicho
siempre que hasta los bikinis eran inmorales. Los libros eran pues un refugio
para �l, ah� se plasmaban demasiadas situaciones, si un personaje sent�a miedo y
pavor eso era genial, pues �l mismo hab�a sentido miedo muchas veces, y al ver
retratado el miedo en un libro, sent�a que los autores compart�an con �l su
miedo, y as� era con el resto de los sentimientos, el amor, la amistad. Herman
Hesse le ense�� que los seres humanos pueden formar nexos entre si y
pertenecerse de una u otra manera, y que adem�s no siempre era la relaci�n
sexual lo que defin�a la profundidad de un lazo, y eso estuvo bien en su
momento, pues permaneciendo el sexo dentro de lo asqueroso y �l sin pizca de
posibilidades, ni deseo, de casarse, la opci�n de compartirse con alguien aunque
fuera sin sexo era estupenda. Luego descubri� que los libros de Herman Hesse no
se apegaban a su realidad, pues, aunque le parec�a hermoso eso de contar con
alguien, por m�s que volteaba a su alrededor nunca encontraba a esa persona
especial que, como �l, estuviera necesitada de amor, de afecto, aunque fuese sin
compromiso, hasta que lleg� a pensar que sencillamente no exist�an gentes con la
intensidad de los libros de Hesse, pensando que a todos les importaba un cuerno
sus semejantes y que el plan vital de todos era una carrera rumbo a un infierno
en la tierra, donde perecer�an todos de soledad.



Bajo ese sentimiento que le exclu�a del resto del mundo fue
f�cil que se atravesara en su camino un libro de ocultismo: Dogma y Ritual de la
Alta Magia, de Eliphas Levi. El mago le ense�� por principio que ser diferente
no era malo, que al contrario, idiotas eran aquellos que no se preocupaban por
su esp�ritu, por su alma, por sus sentimientos. Aprendi� la palabra vulgo, es
decir, todos aquellos que no profesaran el esp�ritu. A partir de ah� ya no quiso
verse reflejado en la gente com�n, situaci�n que seguido le atormentaba. "Este
ni�o no es normal" le reclamaba su padre a su madre. �Para qu� parecerse a esa
bola de humanoides que caminan por las calles sin sentido alguno, que se
levantan al amanecer s�lo para iniciar el conteo del fin del d�a, que nacen,
crecen se reproducen y mueren, sinti�ndose distintos cada uno del otro y siendo
en el fondo iguales, gente que va al s�per y mira el f�tbol, gente que engorda
de tanto beber cerveza y que renta pel�culas de acci�n en los videoclubes, gente
que oye m�sica tonta y que se sorprende por todo aquello que mefistof�licamente
le tienen preparado los amos de las campa�as publicitarias pensando en la gente
com�n, los consumidores, la gente que se asusta de todo lo que no entiende, cuyo
horizonte normal no acepta nada extra�o.



Dicho esto, si el objetivo era ser un marginal, qu� mejor
libro que el de un viejo gru��n perteneciente a otra �poca que imitaba todav�a
en direcci�n del medioevo como Eliphas Levi. El mago le adiestr� pues en el arte
de ser diferente y encima estar orgulloso de ello. Otra cosa importante era que
nadie manejaba mejor el tema del magnetismo, ya fuere atracci�n o rechazo, que
Levi. Hablaba de un flujo invisible que �ramos capaces de generar, la emoci�n,
la ira, el amor, el genio, todo cab�a dentro de esa c�lida corriente de energ�a
llamada magnetismo o �ter. El viejo dominaba adem�s con suma maestr�a el teorema
de los contrarios, el Jakin y Bohas que despu�s tendr�a que recitar a las
puertas del lumisial, a orillas del templo, en sus palabras masculino y femenino
eran una cosa muy semejante, y ni siquiera ver los hospitales de obstetricia
reventando de parturientas le convenc�a tanto de que hombre y mujer se atra�an
como lo hac�an aquellas sencillas palabras del mago que le indicaban que los
opuestos se atraen irremediablemente, que esa situaci�n es y ser� pese a que
nosotros lo queramos o no. Casi ninguna l�nea del libro de Levi trata el tema de
los amantes, sin embargo, las escasas l�neas que de ello hablaban eran ley
indiscutible para Samuel.



�En qu� medida ley� Eliphas Levi por morbo?
Desde luego el Mago que Eliphas era
no tiene nada que ver con aquel mago de los chistes, ese que dentro de su
botiqu�n de hierbas y p�cimas guardaba algunas que, revueltas, daban como
resultado un poderoso filtro de amor que hac�a que la mujer [u hombre] amada
(o), cayera enamorada de manera fulminante en nuestros brazos, tampoco hablamos
del mago que prescrib�a tratamientos tan exc�ntricos como acudir con el
changuito m�gico y pedirle un besito seguros de que despu�s de cada negativa
crecer�a alguna parte desafortunada de nuestra anatom�a [que conste que el
changuito operaba m�gicamente tanto sobre hombres como mujeres].



Menci�n aparte lleva imaginar qu� tan malo o tan bueno
pudiera ser que existieran tales brujer�as, pues el riesgo que correr�amos ser�a
que alguien decidiera ech�rnoslo en la nuca, que nos enamor�ramos de alguien
inconveniente, aunque no nos dar�amos cuenta de inconveniente alguno si el
hechizo nos sume en un trance de pasi�n ciega, ser�amos, digo yo,
fundamentalmente felices. Seguro que muchos se ver�an beneficiados. Lo cierto
que ante estas posibilidades irreales, a Samuel le conven�a m�s un mago
anacoreta, mis�gino, que no requiere del amor femenino... en teor�a.



Luego vio una pel�cula que se llama Henry and June, de
Philiph Kaufman, basada en los diarios de Ana�s Nin, y ni siquiera la magia le
salv� del encanto de las im�genes de esa pel�cula, de la boca entreabierta de
Uma Thurman que mira vehemente a Mar�a de Medeiros, advirti�ndole que la
devorar�a y �sta, con sus inmensos ojos de cordero lascivo acepta ser parte del
banquete. De nuevo aparecen ante sus ojos las relaciones intensas, en este caso
la art�stica. Compr� los diarios de Ana�s, luego los libros m�s accesibles de
Miller, los tr�picos, la crucifixi�n rosa, primavera negra, el Coloso de
Marousi, Opus Pistorum, etc. Y descubri� que no s�lo se puede ser diferente
dentro del ascetismo, sino que puede caminarse por veredas m�s agresivas sin que
el esp�ritu se corrompa en lo mas m�nimo. Miller le ense�� el desd�n, y con �l
una cosa muy importante, que la obligaci�n de ser siempre diferente puede
resultar una c�rcel tan asfixiante como aquella que te obliga guardar las
apariencias y hundirte en el sistema ordinario de las cosas, del Nacer, crecer,
sobretodotrabajarcomoburroparapoder, reproducirse y morir. En parte colabor� Nin
al narrar que lleg� un momento en que Andr� Berton defin�a lo que era
surrealista y lo que no lo era, cort�ndole las alas a su propio esp�ritu,
convirti�ndose de ave en juez de p�jaros. De Miller aprendi� que la miseria
existe y que �sta no siempre es sin�nimo de la falta de dinero, sino que
miserable es aquel que tiene carencias, miserable el que teniendo su esposa
desea la novia de juventud, el que comprando un chocolate quiera tener dos, el
que est� siempre inconforme, el millonario que sabe que la mujer que le besa en
realidad siente asco por �l y amor por su dinero, el que blasfema porque no
puede entender a Dios, el que llora porque perdi� una apuesta, en fin.



Luego de Miller vino De Sade a explicarle que en muchas
ocasiones los malos ganan. Eso pas� durante cinco largos a�os de b�squeda, y
todav�a no se encontraba.



�Cu�l era su estado mental cuando apareci� en su vida la
autobiograf�a de Klaus Kinski?. Su vida era un suspirar por una vida distinta a
la que llevaba. Correr despavorido por las calles de la ciudad sabi�ndose solo,
incomprendido, sin un Demian, sabi�ndose conocedor de la magia pero admitiendo
su falta de aptitud para ser mago, amo y due�o de la naturaleza, alquimista, sin
una June que lo crucificara en el color que fuese, sin una Ana�s que tuviera fe
en �l, sin miseria en los zapatos que le permitieran siquiera sentirse una
lacra, sin suficiente maldad como para herir al mundo, vamos, si tan s�lo fuese
un hijo de la chingada que gustara de violar catorcea�eras tendr�a al menos una
meta en la vida, o ya de jodido que le tocara ser v�ctima de una dominatress,
pero ni eso. En pocas palabras, todo lo que hab�a aprendido de sus maestros
Hesse, Levi, Miller y De Sade val�a lo que una puta madre, pues de todas formas
era un asistente de la oficina de tr�nsito y su escritorio era similar al de los
otros ocho asistentes, listo como el que m�s no dejaba de ser una hormiga en ese
hormiguero, segu�a sintiendo envidia de los novios que cachondeaban en los
parques, el deseo de las cuarentonas segu�a siendo algo vedado para �l porque ni
la m�s urgida le eleg�a como amante, su dinero no le alcanzaba, y no hab�a
terminado ninguna de las novelas que hab�a comenzado a escribir, esto con la
saz�n de que un cuento que present� en un concurso qued� en el �ltimo lugar,
segu�a tocando la guitarra de manera horrible, su cara nunca pod�a mostrar un
cutis presentable, siempre con barritos y manchitas que no pueden llamarse de
otra forma que manchas de pobreza, segu�a bastante flaco y su cabello no era el
de los comerciales a suerte de haber sido lavado durante media infancia con
detergente, luego con jab�n normalito para despu�s, quiz� demasiado tarde, con
shampoo, los pantalones segu�an sent�ndole mal y cada ma�ana de los d�as pares
ten�a comez�n en un huevo a suerte de su pelambrera rocanrolera que ya excitada
dentro de la erecci�n matinal, que s�lo en veces mitigaba con una sana
masturbaci�n, se mov�a como el centenar de antenas de cucarachas de puerto.



Ese d�a hab�a recibido un dinero extra por comisiones que le
hab�a cobrado a una l�nea transportista, por lo que pens� que ser�a id�neo
comprar unos zapatos que disminuyeran un poco su imagen detestable. En sus
condiciones, el lugar en que podr�a encontrar unos zapatos no tan feos adem�s de
ver una pl�yade de mujeres buenas era ir a la calle Morelos, que por extra�os
azares del destino siempre tiene gran cantidad de desvergonzadas caminando sobre
sus adoquines. Le pas� por la mente la secreta idea de ser un adoqu�n, el
tercero a la derecha partiendo del carrito de elotes, ah� donde las muchachas se
paraban a comprar en sus minifaldas, esa idea se esfum� cuando el elotero
derram� mayonesa con chile sobre �l, sobre el tercer adoqu�n.



Luego volte� a ver como le temblaban las nalgas a una fulana
que ten�a como medio de locomoci�n un caminar que podr�a sugerir que se sal�a a
la calle, no sin colocar entre sus piernas un afortunado consolador en forma
vergoide, para entonces si, hacer un placentero paseo, despu�s mir� con lascivia
a un par de maniqu�es l�sbicos que parec�an gritarle al genero masculino que
dejar�an de serlo si hubiese quien les quitara esa condici�n a vergatazos. La
situaci�n no pudo ser m�s prof�tica, pues Samuel ven�a hechizado por unas tetas
respingonas que se metieron a una librer�a. Cierto que nada ganaba con seguir a
la chica, pues seguro estaba que �sta, con semejantes pechos no se fijar�a en su
humilde persona, adem�s tra�a unos zapatos de mendigo, pues pensaba tirarlos al
probarse los nuevos, sin embargo tampoco perd�a nada. De esta manera ese par de
tetas le fueron indicando el camino, le fueron se�alando su destino. Ella alz�
los brazos pretendiendo alcanzar una antolog�a de cuentos de Mario Benedetti y
sus tetas alcanzaron unos niveles de belleza indescriptible. La muchacha, como
muchas de las tetonas mexicanas, son bajitas, por lo que Samuel vio la
posibilidad de acercarse m�s y acudi� a ayudarle, y de paso le ve�a de cerca el
escote, ella le agradeci� como dici�ndole "ahora m�rchate" pero �l no s�lo no se
marcho, sino que se qued� paralizado. Ella volte� su mirada para tenderle una
emboscada a los ojos de �l y sorprenderlos encima de sus tetas, Samuel, que pudo
intuir el pesta�eo hizo como que miraba unos libros del estante, y se encontr�
con el rostro duro de Klaus Kinski, quien bajo las letras "Yo necesito amor" le
miraba sin empacho las tetas a la fulana, y su boca hac�a una especie de mueca
obscena, sin siquiera sonre�r, ni sacar la lengua, ni mostrar los dientes,
simplemente evaluaba ese par de ubres que ten�a enfrente. La chica se esfum�
molesta pero Samuel se qued� mirando la portada que mostraba a un devorador de
pechos muy seguro de si mismo, m�s desesperado a�n que �l, "Yo necesito amor",
dec�a.



Tom� el libro y lo abri� para leer los comentarios de la
contraportada, y comenz� a atar cabos. �Era este el mismo cabr�n pel�n que tanto
le hab�a asustado de ni�o cuando pasaron por la televisi�n Nosferatu?, s�, pero
s�lo en esa ocasi�n lo ubicaba. Por otro lado record� un recorte que ten�a de un
peri�dico, El Nacional, que durante muchos viernes publicaba dos columnas que le
regocijaban "Garganta Profunda" que hablaba acerca del cine pornogr�fico, sus
actores, su historia, sus aspectos t�cnicos, sus estrenos, sus cl�sicos, las
figuras y en general todo, como el g�nero de cine que es, como la industria
monstruosa que es, todo ello comentado por un sujeto que se declaraba porn�filo
ante la sociedad y le gritaba al mundo que eso era bueno, y m�s abajo otra
secci�n que se llamaba (llamaba porque las suspendieron sin previo aviso para
los lectores) "Sangre, Sudor y L�grimas" que trataba del g�nero gore, es decir
aqu�l que incluye en su casting a la sangre, las v�sceras, v�mitos, fluidos,
pellejos y todo lo asqueroso. Entre ambas columnas hab�an adentrado a Samuel en
estos dos g�neros, vio la pornograf�a cl�sica, vio a Seka, a Anette Heaven, a
John Holmes, a Jonh Leslie, a Ron Jeremy cuando todav�a pod�a autofelarse, a
Ver�nica Hart que era su predilecta, cuya aparici�n en la pel�cula "El Espejo de
Pandora" es realmente divina, no s�lo porque no es ninguna tonta que no sepa
decir m�s de diez l�neas de gui�n, no s�lo porque su cara entera es de zorra, no
de puta, sino de una zorra magn�fica, tan as� que si a �l le ofrecieran filmar
la pel�cula de "El principito", rechazar�a la filmaci�n si no otorgaran a
Ver�nica Hart el papel de la Zorra, y domesticarla y domesticarse, ni siquiera
era genial su actuaci�n porque se la mama a Jerry Butler y a otro de manera
voraz, sino por la intensidad de su mirada cuando se planta frente al espejo y
se adentra a ver las historias que �ste mismo cuenta, una luz ilumina su cara,
pero esta no emana del espejo, sino de sus labios finos, de su nariz de cat�logo
que a nadie importa y de sus ojazos turbios llenos de encanto. Luego vio a la
segunda generaci�n de actrices, a Aja, a Tracy Lords, a Ginger Lynn, a Cristhy
Canyon, y tuvo sus buenas erecciones. En cuanto al terror, conoci� a Dario
Argento, su preferido, a Clive Barker y su sensacional Hellraiser, a George A.
Romero y sus muertos vivientes cuya dieta preferida son los sesos humanos, a
Umberto Lenzi y sus desabridos infiernos can�bales, y gracias a esa secci�n vio
la pel�cula m�s desesperante que hubiera visto, Texas Chainsaw Massacre, donde
lo �nico que pidi� de rodillas es que, por amor de Dios ya terminaran de matar a
la muchacha que pesca Leather face y familia.



Pero en este instante, su mente revisaba sus archivos de
gargantas profundas y sangres sudores y l�grimas, y record� que este tal Klaus
Kinski hab�a sido tratado ya en uno de los tirajes de "sangre sudor y l�grimas",
dec�an que la pel�cula Pagannini era un film maldito que ni siquiera aparec�a en
las gu�as m�s importantes de producciones de cine mundiales, y buscando su
rastro parec�a no haber pruebas validas de que en realidad existiese, dec�a que
Kinski pasaba de la cama al viol�n, siendo igualmente diab�lico en ambas, que en
esa cinta puso a trabajar a toda su familia, asimismo al hablar de Kinski lo
llaman "el llorado Klaus Kinski" �porqu� llorado?, �Tanta es su fama?, �porqu�
no le he visto nunca en pel�culas? y otra cosa, porqu�, siendo Pagannini un film
eminentemente cachondo, seg�n el propio recorte que dice que esta producci�n
ser�a el deleite del que escribe Garganta Profunda, �Porqu� sale en sexo sudor y
l�grimas?



Abri� la p�gina inicial y ley� las primeras cuatro p�ginas,
Kinski interpretando una obra "Jesucristo en malas compa��as", bajando del
escenario, armando revuelo, reventando iracundo contra la idiotez establecida,
reivindicando al Mes�as como el m�s viril e intr�pido sujeto, lament�ndose
secretamente del mundo asqueroso, elevando la violencia que internamente se
lleva dentro. Reconoci� en las palabras de Kinski aquellas palabras que le
hubiera gustado decir, le hubiera gustado armar esa camorra, le hubiera gustado
berrear en defensa de Cristo, le hubiera gustado estar en ese escenario, ser �l
diciendo todo aquello.



Fue a la caja y pag� el libro. Sus zapatos fueron
considerablemente de m�s mala calidad, aunque eso no le import� en lo mas
m�nimo, pues el libro lo embebi� de tal manera que no ten�a fuerzas para prestar
atenci�n en nada que no fuese la infancia y madurez del maestro Kinski. Conforme
m�s le�a el libro se percataba de una divertida libertad, aunque una cosa
pareci� llamarle la atenci�n, ni mas ni menos que su alma, que entend�a a la
perfecci�n los porqu�s de Kinski, claro, claro, seguro que Kinski con lo
violento que es le dir�a "�Y qui�n eres t� para creer que entiendes mis
porqu�s?; Si hubieses vivido cada pasi�n como yo la viv� y aguantado el dolor
tan crudo como tuve que masticarlo, entonces, y s�lo entonces estar�amos
hablando en el mismo idioma" o peor a�n, ni siquiera le prestar�a atenci�n al
idiota que se acerca asegurando semejante cosa, pero pese a lo que Kinski
dijera, Samuel entend�a el porqu� necesitaba amor, porqu� le daba lo mismo
acostarse con cualquiera, pensaba en el amor, el amor.



Muchos han criticado el proceder de Klaus Kinski, le llaman
monstruo, pervertido, degenerado, sin embargo nadie alza la vista y encara a ese
personaje perverso que lo indujo durante toda su vida a actuar de esa manera,
ese enloquecido ente que llamamos amor.



Pues bien, la sonora carcajada de violenciase acalla de una
manera trepidante cuando Samuel comienza a leer el advenimiento del hijo de
Kinski, su babyboy, su Nanhoi. Hasta ah� Kinski era apenas y si un excitado que
sab�a aprovecharse de la falta de vitalidad del resto de la humanidad, era un
cojel�n sin rumbo fijo, a no ser que dicho rumbo fuera otro culo, otro co�o, una
m�quina de follar, una m�quina de amor. Pero ante la llegada de Nanhoi todo
cambia, los continentes de su coraz�n se sumergen sin tregua entre ese oc�ano
que es su hijo, cuya agua lo invade absolutamente bautiz�ndole las venas con
amor, d�ndole un significado. Y a Samuel le parec�a sorprendente que un ser tan
aberrante encerrara una pasi�n tal por su hijo, el cual lo convierte a una nueva
religi�n. Tan avasallador resulta que Samuel jur� llamar Nanhoi a su hijo,
cuando �ste naciera.



Era el mismo sujeto el que hablaba de tirarse a una fulana
por el culo y el que se expresaba de su hijo con amor indecible, superando, �l,
el monstruo, la ternura de Rabrindanath Tagore, resultando m�s bella la venida
de Nanhoi que la mism�sima "flor de champaca"



Las autobiograf�as nunca tienen una conclusi�n, a menos que
el que escriba sepa que va a morirse, digamos de manera cr�nica, y redacte una
p�gina que sirva de final. En el caso de Kinski, su autobiograf�a si cuenta con
un final, pero ese final no puede contarse si no se cuenta las dos p�ginas
anteriores al final, en las cuales Kinski casi muere. Est� en un paraje repleto
de mariposas, es la casa de campo donde vacaciona con Nanhoi, aunque su hijo no
lo acompa�a en esa ocasi�n, le parece sin embargo tan falto de color, aunque
flores lo tapicen, aunque le rodeen mil mariposas de distintos colores, todo le
parece gris porque su babyboy no est� a su lado, hace referencia que las
mariposas est�n en todas partes, luego se da cuenta que su coraz�n hace rato que
no late, su pulso no corre, no retumba nada m�s que un dolor en la sien, su
respiraci�n no describe ya olor alguno, y le sobreviene el pavor, �SU HIJO NO
PUEDE QUEDARSE SIN SU PAPOTE!, sufre s�lo de pensar en la separaci�n, y el cielo
e infierno le parecen poca cosa porque desde ah� no podr� abrazar a su
chiquil�n, luego, as� como ocurre con los frenos que se corren cuando vas a 120
km/h, como el cuerpo que cae del poste cuando la polic�a corta la soga del
suicida, como la eyaculaci�n deseada, as�, como los locos que llegan a su �ltimo
instante de lucidez para barrerse su mente y entrar al pa�s de la incoherencia,
as� Kinski se abandona a un chorro de luz que viene a pintarle su mundo, su vida
entera. "�Pero que idiota he sido!" se dice a s� mismo "Si todas las mariposas
son Nanhoi" y �stas hacen un todo con todo y �l entiende que la ubicuidad de
todo es lo �nico que permanece, que no puede separarse jam�s de su cari�ito. Su
mente se descarrila como un tren sin control, y descubre que el camino tan
ansiado no eran los rieles, sino la inmensidad que les rodea, se siente un tren
que puede andar por donde sea, sin necesidad de ruta, a campo traviesa, sobre
las aguas, sobre el aire, sobre cada c�lula. Deja de ser cuerdo para siempre, y
la �ptica de loco es la �nica que le permite ver el absoluto que representa a
todas las cosas. Deja de necesitar amor porque se convierte en amor, advierte
que el amor est� en todas partes, vestido de un orden muy extra�o.



Luego viene la carta, esa carta p�stuma que escribe para su
hijo una vez que �l haya muerto, emotiva, incandescente, entregada, donde se
abandona absolutamente a la naturaleza, a Dios, es decir, a Nanhoi. "No podremos
separarnos jam�s" escribe "pues somos el mar, el aire, las monta�as, somos la
tierra", y ten�a raz�n.



Samuel no ten�a hijo, ni amaba, muy posiblemente no amaba
nada, sin embargo, reconoc�a en el Maestro Kinski una virtud muy importante, que
hay que entregarse a lo que uno es, aunque ese algo sea algo ingrato, como el
amor, por ejemplo. No hubo meditaci�n, no hubo restricciones, hubo dolor, mucha
pobreza, riqueza tambi�n, pero no era eso lo que importaba, lo indispensable es
que hab�a una intenci�n, y en eso coincid�an Kinski y Samuel, esa intenci�n era
el amor.



Samuel cambi�. Adquiri� lucidez. Cinco veces ley� el libro
antes de pensar que �l ten�a que escribir un gui�n acerca de Kinski. Las cosas
que dijo, su mensaje visceral era algo que deb�a saberse, era algo que deber�an
anunciar en la T.V. Comenz� a hacer un mon�logo de Klaus.



No obstante su buena voluntad de hacerlo, hab�a un
inconveniente, no hab�a visto ninguna pel�cula de Klaus Kinski, es decir, se
forjaba en su cabeza una silueta, la de la foto de la portada de su libro, pero
�C�mo se desenvolv�a?, busc� pel�culas y lo que encontr� en los v�deo clubes fue
pat�tico, "La chica del tambor", otra que no recordar�a ni el nombre en el que
un imb�cil, el estelar con dentadura postiza, observaba una foto de fines del
siglo XIX y descubr�a que un sujeto portaba una ametralladora, el sujeto era ni
m�s ni menos que Kinski, un Kinski viajero en el tiempo, gesticulante en exceso,
con una mirada de dolor muy profundo, "La casa de Madame Claude" donde sale de
magnate, y la de "El precio del placer" donde tambi�n hace de magnate a lado de
Ornella Mutti. �Porqu� las caracterizaciones eran tan malas? Es cierto que el
propio Klaus dec�a que en su mayor�a las pel�culas las hab�a rodado por dinero,
era obvio que le interesaba un cuerno hacer un excelente trabajo, y el colmo era
que Samuel s�lo ve�a ese tipo de filmes.



Afortunadamente el centro Cultural Alem�n decidi� rendir un
homenaje a Werner Herzog, es decir, de caj�n ten�an que pasar las pel�culas de
m�s renombre de Kinski. Si bien es cierto Kinski parece aborrecer a Herzog, sus
mejores caracterizaciones las hizo bajo su direcci�n. Luego de soportar
asquerosidades como "Fata Morgana" o "Los enanos tambi�n empezaron desde
peque�os", pudo ver "Fitzcarraldo", "Aguirre o la ira de Dios", "Nosferatu", y
la inusual "Cobra Verde", y fue hasta entonces que Kinski fue percibido en su
tridimensi�n, adem�s le result� interesante ver que en Cobra Verde escrib�a en
una bit�cora, pero pudo ver que seguramente as� luc�a al escribir su
autobiograf�a.



Esos s�bados por la tarde en que proyectaron las pel�culas la
gente se reun�a en una salita apenas y adecuada para albergar una cuarentena de
personas, y sorprend�a que en ninguna de las funciones se llenaba. Vend�an caf�
y galletas, pues era una especie de caf� cine, y los asistentes eran por lo
regular gente mamoncita que iba en gran parte para hacerse los culturales, los
hippies o los in. Uno que otro iba a re�r con las irreverencias predecibles de
Herzog, las cuales eran de p�simo gusto, por ejemplo una escena de "Los
enanos..." en que crucifican a un mico, o en Aguirre, que coronan a un imb�cil,
y sus risotadas eran tan predecibles y tan de mal gusto como los chistes que les
daban origen.



La tipa que coordinaba el ciclo de proyecciones, o el "cine
club" como ostentosamente deseaba llamarle, no ten�a idea alguna de lo que era
un cine club, las galletas no hac�an un cine club, no se comentaba nada acerca
de la pel�cula.


Samuel se le acerc� antes de que empezaran las pel�culas de
Kinski y le ofreci� su ayuda, obteniendo informaci�n de los filmes, con
comentarios, pero la chica, que en realidad era una muchachita temerosa y fr�gil
que no ten�a el valor de consultar nada en lo absoluto, y no ser�a raro que las
pel�culas de Herzog, incluyendo las de Kinski, le desagradaran por completo, de
ah� que no le interesara saber absol

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Relato: Arakarina (20: El bar y Samuel)
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