Una universitaria consigue una beca para estudiar en el
extranjero. Nunca se imagin� que aquello fuera a convertirse en una terrible
pesadilla que la dejar�a marcada para toda su vida.
LA BECA
Les relato aqu� otro caso real que ha llegado a mi
conocimiento, cambiando cualquier dato que permita la identificaci�n de la
persona real.
Patricia ten�a 22 a�os cuando consigui� algo que ven�a
deseando hace mucho tiempo: una beca para perfeccionar sus estudios de historia
en el extranjero.
Llevaba un par de a�os echando solicitudes para cursar unos
meses de estudios en Mosc�, lo cual era su ilusi�n. No hab�a conseguido plaza
all� pero s� en una ciudad de una de las rep�blicas de la antigua URSS. La
verdad es que cuando tuvo noticia de ello, ni siquiera le sonaba el nombre de
esa ciudad, pero estaba contenta.
Enseguida empez� a buscar informaci�n sobre aquel pa�s,
aquella ciudad y aquel centro de estudios donde pasar�a 6 meses perfeccionando
sus estudios.
No era nada f�cil. Aquel pa�s a�n no ten�a embajada
permanente en Espa�a y tan s�lo pudo conseguir algo de documentaci�n e
informaci�n en las embajadas de otros pa�ses pr�ximos y en la de Rusia.
Ahora sab�a que iba a ir a un pa�s donde la situaci�n social
era algo inestable, un pa�s con problemas econ�micos, en medio de una transici�n
pol�tica y mucha corrupci�n, donde los militares y polic�as a�n eran temidos por
el resto de la poblaci�n y con altos niveles de paro y sanidad precaria.
A pesar de todo ello, estaba llena de ilusi�n y no le
importaban todas aquellas circunstancias. Tambi�n hab�a conocido que exist�a
all� un buen centro de investigaci�n hist�rica y que contaban con documentos
hist�ricos �nicos en el mundo. Era una oportunidad excepcional.
Es cierto que le hubiera gustado haber tenido alg�n otro
compa�ero o compa�era de viaje que la acompa�ara en esta nueva experiencia, pero
s�lo hab�a una plaza, y la hab�a conseguido ella. Adem�s, aunque s�lo iba ella
desde Espa�a, all� se encontrar�a con otros 3 becarios de otros pa�ses y seguro
que enseguida entablar�an buenas amistades.
En los 2 meses que ten�a por delante, sigui� acumulando
informaci�n sobre todo aquello, se puso alguna que otra vacuna preventiva y
compr� nuevo vestuario de abrigo. No quer�a llevar mucho equipaje pero la ropa
de abrigo era imprescindible.
El calendario avanzaba y enseguida lleg� el d�a de la
partida.
La familia se reuni� en el aeropuerto para despedir a
Patricia que segu�a enormemente ilusionada con aquel proyecto. Su padre, su
madre y su hermana estaban all� para desearle lo mejor. Sus padres estaban algo
preocupados. La ve�an demasiado joven, demasiado ni�a para salir sola a un sitio
tan lejano, pero no pod�a ni quer�an truncar los planes de lo que su hija tanto
deseaba.
Ella, aunque era muy independiente, sab�a que los iba a echar
de menos. Su hermana Marta, que hab�a vivido esa experiencia hac�a 2 a�os la
hab�a hablado de la soledad que se siente y de cuanto les hab�a echado de menos
a todos y sobre todo al que era su novio y ahora es ya su marido. Bueno, por lo
menos yo no tengo novio, pensaba Patricia.
Con l�grimas en los ojos se despidieron todos y facturaron
una gran maleta azul en la que Patricia hab�a conseguido a duras penas
introducir todo lo que se llevaba, en su mayor parte ropa, libros y productos de
aseo y cosm�tica que sab�a que all� le ser�a dif�cil conseguir.
El vuelo parti� sin retraso de Espa�a y se dirig�a a Berl�n,
donde Patricia deb�a coger un segundo vuelo que le llevar�a hasta aquel pa�s. En
el avi�n entabl� amistad con un chico andaluz que iba a Berl�n tambi�n a
estudiar y el viaje le result� muy ameno.
All� en Berl�n se despidi� de aquel chico y afortunadamente
todos los enlaces salieron seg�n lo previsto y en menos de una hora de espera se
encontraba a bordo del segundo avi�n. Aqu� ya no hab�a espa�oles y en el vuelo
iba junto a un se�or mayor, supon�a que alem�n, que no le dirigi� palabra alguna
en todo el trayecto.
Unas pocas horas despu�s, por fin el avi�n aterriz�. Hab�a
llegado a aquella rep�blica de sus sue�os, aunque a�n no hab�a concluido su
viaje. Ahora ten�a que tomar un tren unos 150 kil�metros hasta su destino
definitivo.
Ahora se encontraba con las dificultades de un pa�s que no
conoc�a y, aunque dominaba el ingl�s, no era f�cil entenderse y hacerse entender
con aquella gente. Por lo menos, su equipaje hab�a llegado sin problemas, pas�
el control de aduana y ahora trataba de preguntar como llegar hasta la estaci�n
de tren.
Ah� empez� a comprender que aquel pa�s estaba a bastantes
a�os de diferencia del nuestro en cultura, comunicaciones, infraestructuras,
etc. Despu�s de mucho preguntar, encontr� un polic�a que a rega�adientes se
molest� en intentar comprenderla y la acompa�o hasta una especie de taxi que
siguiendo las indicaciones del polic�a la llev� hasta la estaci�n de tren.
Despu�s de mucho investigar, por fin sab�a que tren deb�a
coger y en unos minutos estar�a dentro del mismo rumbo a su destino.
Por fin estaba ya dentro de un destartalado tren, sentada en
unos bancos de madera y sin perder de vista su maleta. El traqueteo de aquel
tren nunca lo hab�a visto antes. Era como si la v�a tuviera baches. Sus
compa�eros de viaje eran hombres y mujeres de mediana edad, vestidos con ropas
viejas, serios y que no paraban de mirarla como si fuera un bicho raro. La
verdad es que no era normal que una chica joven extranjera viajara all�. Una
mujer se le acerc� y sonriendo la ofreci� una manzana que cogi� y agradeci� en
ingl�s, aunque ninguno de ellos la entendieron..
El recorrido era de poco m�s de 150 kil�metros, pero a la
velocidad que aquel cacharro alcanzaba y las mil paradas en peque�os lugares que
hac�a, el viaje durar�a unas cuantas horas. Regularmente cada cierto tiempo, una
especie de revisor recorr�a el tren de punta a punta. La primera vez pidi� a
Patricia su billete y la documentaci�n y posteriormente, en cada pasada, no
dejaba de mirarla insistentemente de forma que le resultaba inc�moda.
El tren hab�a parado en otra peque�a aldea. Llevaba unos 5
minutos detenidos cuando apareci� en el vag�n el revisor acompa�ado de 2
polic�as o militares. Enseguida dirigieron sus miradas a Patricia y algo les
dijo el revisor se�al�ndola a ella y a su maleta. Entonces los polic�as se
dirigieron a la chica en tono de pregunta pero ella no entend�a nada. Todo el
mundo miraba. A la vista de que no dec�a nada, elevaron el tono y amarr�ndola
del brazo la pusieron de pie y la llevaron al rinc�n donde estaba su maleta
se�al�ndola. Patricia, en ingl�s, intent� hacerles comprender que no les
entend�a, pero finalmente uno de ellos agarr� la maleta y el otro tom� a la
chica del brazo con fuerza y bajaron del tren.
Una vez en el apeadero, el tren iba a proseguir el camino.
Patricia estaba asustada y explicaba como pod�a a aquellos dos hombres que se
iba su tren y que ten�a que ir hasta su ciudad de destino.
Finalmente el tren se fue y los polic�as y la chica caminaron
hasta a un caser�n viejo y descuidado cerca de las v�as donde hab�a una especie
de comisar�a. Entraron dentro y los dos hombres, hablando en aquel idioma que
ella no comprend�a, se dirigieron a un tercer hombre que estaba sentado frente a
una mesa y que parec�a ser el jefe.
Patricia estaba all� de pie frente a �l, junto a su maleta
que hab�a depositado a su lado. Aquel hombre se levant� de su silla y la mir�
detenidamente de arriba abajo, dici�ndola algo que no entendi�. Volvi� a repetir
aquellas frases a la vez que extend�a su mano, as� que la chica supuso que ped�a
documentaci�n. Sac� un sobre que guardaba en el bolsillo de su anorak y donde
llevaba todos los papeles y se acerc� a la mesa, entreg�ndoselo a aquel hombre.
Durante unos minutos, aquel polic�a examin� detenidamente
cada papel que Patricia le hab�a entregado, mientras los otros dos polic�as
permanec�an impasibles a unos metros de distancia. Cuando termin�, se dirigi� a
sus subordinados indic�ndoles una orden que la muchacha no comprendi�.
Inmediatamente uno de los polic�as se acerc� hasta ella y
agarr� su maleta, situ�ndola sobre la mesa del jefe. Intentaron abrirla pero
estaba cerrada con llave, por lo que dirigieron una frase en tono agrio hacia la
chica que comprendi� lo que quer�an, as� que sac� de su bolsillo una peque�a
llave que enseguida le fue arrebatada de las manos por uno de los polic�as.
Patricia no comprend�a el por qu� de la situaci�n pero evidentemente iban a
registrar su equipaje.
Lentamente comenzaron a sacar sus pertenencias de la maleta,
primero sus libros que examinaron como buscando algo entre sus p�ginas, luego un
peque�o �lbum de fotos familiares, par�ndose a observar una a una las mismas y
coment�ndolas entre ellos en aquel lenguaje incomprensible para Patricia. Se
pararon especialmente en una foto donde aparec�a la muchacha y una amiga en la
playa en bikini, mirando lascivamente a la chica y riendo entre ellos.
Patricia era una chica de cara ani�ada y dulce, m�s bien
bajita de unos 1,60 cm y con pelo moreno largo, un poco regordeta y pecho
mediano, bastante atractiva a la vista y m�s ante la exposici�n en bikini que
aquellos hombres acababan de contemplar.
Prosiguieron luego el registro con los productos cosm�ticos
que hab�a tra�do consigo, los cuales abrieron y les causaron tambi�n bastante
hilaridad. No era habitual para ellos ver ese tipo de cosas por all�.
Por �ltimo pasaron a registrar sus ropas: jers�is, camisetas,
calcetines, blusas... desdoblando todo concienzudamente y por ultimo, el jefe
tom� de la maleta sus prendas �ntimas, desdoblando tambi�n las mismas una por
una y mostr�ndolas desdobladas a los otros dos polic�as prenda a prenda, riendo
y mirando a la chica. Una por una, cada braguita, cada sujetador.
Patricia se sent�a muy inc�moda por la situaci�n y miraba al
suelo ruborizada.
Cuando hubo acabado el registro de su maleta, sin resultados
positivos, acomodaron todo a duras penas dentro de la misma y presionaron con
fuerza hasta cerrarla.
Entonces, tras una conversaci�n entre los hombres, el jefe se
acerc� a la muchacha y le dijo algo. Patricia con gestos intent� explicarle que
no entend�a lo que le dec�a y el hombre, tambi�n con gestos, le indic� que
quer�a su anorak. La chica se lo quit� y alarg� el brazo con cierto respeto para
hac�rselo llegar.
El polic�a lo recogi� y se dispuso a examinar palmo a palmo
el mismo, introduciendo sus manos en cada uno de los varios bolsillos que la
prenda ten�a y mirando lo que iba encontrando: un pa�uelo, un caramelo, el
ticket del tren... nada especial.
Patricia no sab�a que pasaba, por qu� estaba all� y tampoco
que era lo que buscaban aquellos hombres, pero estaba claro que a�n no lo hab�an
encontrado.
El jefe, dejando el anorak sobre una silla, se aproxim� a la
chica que permanec�a de pie en aquella sala. Dio varias vueltas a su alrededor
mir�ndola y se detuvo detr�s de ella, colocando sus manos sobre la cabeza de
Patricia y empez� a rebuscar entre sus cabellos con sus dedos, luego tom� uno de
sus brazos y palmo a palmo cheque� con sus dos manos su brazo desde el hombro
hasta su mano por encima de su blusa de manga larga.
Patricia, que en principio se hab�a asustado al sentir como
aquel hombre le pon�a las manos en su cabeza, comprendi� que iba a registrarla y
se qued� m�s tranquila. No sab�a que buscaban aquellos tipos pero sab�a que no
llevaba nada ilegal consigo.
Aquel hombre que segu�a detr�s de ella, enseguida tom� su
otro brazo y realiz� el mismo procedimiento.
Luego agarr� ambas manos de la chica y se las coloc� sobre la
cabeza, procediendo luego a pasar sus manos por los costados de Patricia,
cacheando palmo a palmo sobre la blusa blanca en sentido descendente con sus dos
manos, una en cada costado, hasta llegar a su pantal�n vaquero.
Entonces aquel hombre se agach� y sigui� chequeando las
piernas de Patricia. Con un ligero golpe hizo que la chica abriera un poco sus
piernas que manten�a juntas hasta ese momento y comenz� a palpar por encima de
su vaquero desde el tobillo, esta vez en sentido ascendente, hasta llegar
arriba, rozando un poco la entrepierna de la chica. Luego hizo lo mismo con la
otra pierna y finalmente introdujo sus manos en los bolsillos de los pantalones,
primero en los delanteros, luego en los traseros.
No hab�a nada. Patricia continuaba all� de pie, con sus manos
sobre la cabeza y un poco inc�moda por la situaci�n.
De pronto sinti� como las manos de aquel hombre que ten�a a
su espalda se colocaron sobre su cuello y prosegu�an su registro. Aquellas manos
siguieron bajando y sin mediar palabra alguna se colocaron sobre sus pechos,
palpando los mismos por encima de su ropa. La muchacha no se atrevi� a decir
nada, ni siquiera a moverse y durante al menos 30 segundos aquellas manos
manosearon sus pechos. Luego lentamente comenz� a descender y fueron palpando su
tripa y espalda. Por �ltimo, llegaron hasta su trasero, palpando el rechoncho
culete de Patricia con todo detalle. Finalmente, una mano desde atr�s se meti�
entre sus piernas y palp� la entrepierna de la chica que dio un respingo.
Evidentemente no hab�a encontrado nada.
Aquel hombre que la hab�a estado manoseando se apart� de ella
y fue junto a sus dos subordinados que, a unos metros y en silencio, hab�a
presenciado todo el registro. Comenzaron a hablar en aquel lenguaje
indescifrable para la chica y parec�an confusos y enfadados.
Tras unos minutos de discusi�n entre ellos, volvi� donde la
chica y en tono elevado le dirigi� unas frases que por supuesto no entendi�.
Patricia con cara de incomprensi�n le miraba asustada. Aquel hombre, con
muestras evidentes de enfado, volvi� a repetir la frase a la vez que con dos de
sus dedos agarraba la tela de la blusa de la chica y la bat�a.
Patricia segu�a inm�vil y entonces... �zas!, recibi� un
fuerte cachete de improviso que la hizo tambalearse. Seguidamente volvi� a
repetir aquella frase a la vez que, esta vez, agarraba la blusa y tiraba de ella
hacia arriba violentamente, sac�ndola parcialmente de dentro del vaquero por la
manten�a sujeta por la parte de abajo y dirigiendo sus manos luego a los
botones.
Entonces, comenzando a llorar y dolorida a�n por aquel
bofet�n, comprendi� que aquel hombre quer�a que se despojara de su blusa.
El jefe de los polic�as sigui� grit�ndola y ante el amago de
un nuevo cachete, Patricia comenz� lentamente a desabrocharse los botones de la
blusa, sac�ndosela y sosteni�ndola en una de sus manos. Entonces el hombre
avanz� de nuevo hasta ella, tomando la blusa y volviendo a colocar las manos de
la chica sobre la cabeza y volviendo a colocarse a sus espaldas.
Entonces, los temores de Patricia se hicieron reales. Sinti�
como aquel hombre volv�a a colocar sus manos en sus pechos, ahora solo cubiertos
por su sujetador blanco y empez� a tantear su prenda. El polic�a buscaba algo
entre sus pechos y su prenda, as� que enseguida introdujo sus manos dentro. La
muchacha sent�a como aquellas manos pasaban una y otra vez por sus peque�os pero
firmes pechos y tanteaban sus pezones. De pronto retir� las manos de dentro y
continu� explorando el sost�n, pasando sus dedos por cada uno de los tirantes de
la prenda desde adelante hasta su espalda, llegando hasta el broche que, para
desesperaci�n de Patricia, abri� con torpeza desabroch�ndolo y sac�ndoselo,
recorriendo con sus tirantes el camino hasta las manos de la chica que
continuaban sobre su cabeza. Una vez all� el sujetador, aquel polic�a apart� las
manos de Patricia de la cabeza para sacar la prenda de sus brazos, momento que
la muchacha aprovech� para llevar sus manos a sus pechos y taparlos sobre todo
de las miradas de los otros dos polic�as que se hab�a colocado frente a ella y
ten�an fijos sus ojos en ellos.
El jefe mientras tanto continuaba un minucioso estudio del
sujetador que ahora ten�a entre sus manos, hasta que desesperado y enfadado lo
lanz� contra la pared.
Entonces, situ�ndose de nuevo tras Patricia, tom� con fuerza
las manos de la chica que cubr�an su pecho y con violencia las volvi� a situar
sobre la cabeza de la muchacha, para regocijo de los otros dos polic�as que
volv�an a mirar babeantes aquellos pechos de tez muy blanca y pez�n oscuro.
Enseguida not� como aquellas grandes manos que ven�an desde
atr�s se volv�an a situar sobre sus pechos, ahora desnudos y los amasaban sin
saber muy bien a que ven�a ahora aquello. Evidentemente aquel manoseo era
totalmente innecesario para el registro al que la estaban sometiendo, pero el
polic�a se dej� llevar y durante unos segundos abus� de su posici�n de
superioridad. Acto seguido, baj� sus manos recorriendo el vientre de Patricia
hasta llegar hasta el bot�n de sus pantalones vaqueros y, sin demora, desabroch�
el primer bot�n.
Patricia se estremeci� y emiti� un audible suspiro, pero no
se atrevi� a moverse ni mover las manos de encima de su cabeza, quiz�s
recordando la bofetada que muy recientemente hab�a recibido.
Sin dilaci�n, aquel hombre fue desabrochando el segundo
bot�n, y el tercero y el cuarto, quedando ya a la vista sus braguitas blancas
que, al contraste con el azul intenso de su vaquero, hac�an las delicias de los
otros dos polic�as que se hab�an situado frente a ella.
Estaba claro que el jefe la iba a despojar sus pantalones y
Patricia lo sab�a, por lo que algunas l�grimas volvieron a asomar en sus
brillantes ojos negros, lo que no se esperaba la muchacha es que fuera tan
inminente. El hombre agarr� el pantal�n con ambas manos por los laterales y tir�
con fuerza hacia abajo, de forma que en un segundo estaban a la altura de las
rodillas de la chica.
Dado lo prietos que estaban los pantalones, producto de aquel
tir�n, las braguitas de Patricia se hab�an bajado levemente, aunque sin
descubrir nada de sus intimidades, pero la muchacha ahora si que r�pidamente
hab�a bajado las manos hasta su braguita a fin de colocarla de nuevo en su
lugar, subi�ndolas los pocos cent�metros que hab�a sido desplazadas y colocando
despu�s sus manos cubriendo de nuevo sus pechos.
Aquel movimiento le iba a costar caro porque el polic�a que
continuaba a sus espaldas hasta ese momento, avanz� y se siti� frente a ella, la
mir� fijamente a los ojos, y otro tremendo bofet�n sali� de su mano derecha
impactando en la cara de Patricia.
Producto del golpe, la chica se movi� desplazada y dado que
ten�a sus pantalones bajados, no pudo mantener el equilibrio y cay� al suelo,
comenzando a llorar sonoramente.
No hab�an pasado ni cinco segundos, cuando el polic�a se
agach� y situ�ndose junto a la muchacha que estaba en el suelo, agarr� una de
sus zapatillas deportivas y comenz� a desliar los cordones, descalz�ndola de su
peque�o pie y examinando el zapato concienzudamente, tanto por fuera como por
dentro. Luego hizo lo mismo con la otra zapatilla y a continuaci�n, despoj� a la
chica de sus calcetines blancos de tenis.
Acto seguido, agarr� los pantalones que Patricia a�n ten�a
bajados pero puestos y los sac� por sus piernas.
Luego, amarr�ndola del pelo y chill�ndola en aquel extra�o
idioma, la puso en pie en el lugar de la habitaci�n donde estaba antes y coloc�
de nuevo las manos de la chica sobre su cabeza.
La humillaci�n que sent�a Patricia crec�a cada vez m�s. Ahora
estaba all� de pie, con sus pechos al descubierto y la �nica prenda que
conservaba puesta eran sus blancas braguitas de algod�n, todo bajo la lasciva
mirada de aquellos hombres, que segu�an sin moverse pero sin perderse un solo
detalle de aquella exploraci�n a la que estaba siendo sometida en busca de algo
que desconoc�a.
Entonces not� como aquel hombre, que se hab�a situado de
nuevo tras ella, empezaba a meter una mano entre sus muslos, oblig�ndola a
separar un poco sus juntas piernas y enseguida esa mano se hallaba en su
entrepierna, palpando sus partes �ntimas por encima de su ropa interior. Luego,
aquella mano intimidatoria se introdujo dentro de su braguita y prosigui� su
b�squeda moviendo sus dedos entre su vello p�bico. Las lagrimas ca�an por las
mejillas de Patricia, la cual apret� con rabia sus dientes cuando not� como un
dedo recorr�a �speramente su rajita desde su ano hasta su cl�toris.
Cuando m�s humillada se sent�a, un decidido tir�n situ� sus
bragas a la mitad de sus muslos y unos empujones la hicieron avanzar tres cortos
pasos hasta la mesa que ten�a frente a s�. All�, entre los 3 hombres la
levantaron en volandas y la situaron boca arriba sobre aquella vieja mesa de
despacho, sintiendo la muchacha un intenso fr�o sobre su espalda y trasero
desnudos que contactaban con aquella dura superficie.
Intent� incorporarse a la vez que forcejeaba pero enseguida
uno de los hombres hab�a tomado sus manos sujet�ndolas sobre la mesa a la altura
de sus orejas, mientras que el jefe y otro de los hombres hab�an tomado cada uno
de sus pies, inmoviliz�ndolos y desplazando torpemente sus braguitas a lo largo
de sus piernas hasta sac�rselas completamente.
Ahora estaba completamente desnuda, tumbada boca arriba sobre
aquella mesa e inmovilizada por aquellos rudos hombres que, al parecer, cumpl�an
con su obligaci�n pero tambi�n en sus ojos se percib�a placer. Sin demora, los
dos hombres que la manten�an sujeta por sus pies, comenzaron a doblarla por la
cintura, echando sus piernas hac�a atr�s, hasta situar las rodillas de la chica
junto a sus orejas. All� cambiaron sus posiciones y uno de los polic�as agarr�
la mano derecha y el tobillo derecho de la muchacha, manteni�ndolos juntos y
unidos sobre la mesa, mientras el otro polic�a hac�a lo mismo con sus miembros
izquierdos.
Patricia se encontraba ahora completamente inmovilizada por
los dos polic�as, en aquella extra�a y forzada postura en que aquellas fuertes
manos la manten�an y con sus partes �ntimas totalmente expuestas a la vista del
jefe, el cual, una vez liberado de su funci�n de sujetarla, enseguida coloc� una
mano sobre su abundante vello p�bico, jugueteando con �l entre sus dedos.
La chica lloraba y suplicaba que la dejasen. No entend�a como
estaba siendo objeto de aquello que consideraba un abuso. En aquel pa�s, este
tipo de acciones no eran tan extra�as por parte de polic�as y militares que,
cumpliendo con su deber, pasaban por encima de cualquier derecho de las
personas. Aunque no era habitual registrar a mujeres, cuando hab�a que hacerlo,
eran hombres los que lo hac�an, dado que no exist�an miembros femeninos en los
cuerpos armados.
Patricia se sent�a terriblemente avergonzada, a la vez que
con mucho miedo. A pesar de su edad, no hab�a mantenido a�n relaciones sexuales
completas y aquello era muy humillante para ella.
Muy pronto sinti� como sus labios vaginales eran abiertos y
el dedo �ndice de aquel hombre se abr�a camino bruscamente en su vagina. En
cuanto el primero de los dedos hab�a conseguido introducirse en su agujero, un
segundo dedo de la misma mano buscaba tambi�n su posici�n dentro de la chica.
Dada la falta de lubricaci�n y la tensi�n que Patricia
manten�a, aquella penetraci�n le estaba resultando f�sicamente bastante
dolorosa, aunque quiz�s el dolor f�sico era lo que menos estaba sintiendo.
Los otros dos polic�as que la sujetaban, inclinaban sus
cabezas hac�a adelante a fin de no perderse detalle de aquel tacto vaginal al
que su jefe estaba sometiendo a la muchacha. Con sus dos dedos dentro y sin
guante alguno, aquel hombre giraba y giraba los mismos palpando con ellos las
paredes de la vagina de Patricia, intentando encontrar algo en su interior.
Tras un par de minutos de registro y de sufrimiento, en los
que la chica no par� de emitir lastimeros quejidos y despu�s de una b�squeda
infructuosa, el jefe de polic�a sac� sus dedos del interior de la muchacha,
resultando para ella un intenso alivio, pero poco dur� su descanso. No hab�an
pasado cinco segundos cuando not� que algo la presionaba ahora en su otro
agujero. De nuevo aquel hombre estaba ahora intentando introducir su dedo en el
ano de Patricia, sin conseguirlo en un primer momento y mientras Patricia
manten�a su esf�nter cerrado cuanto pod�a.
En un segundo intento, m�s violento que el primero, el
polic�a logr� introducir la primera falange de su dedo en el agujero de la
muchacha y acto seguido, de un fuerte movimiento, lo introdujo entero, a la vez
que arrancaba un sonoro alarido de la chica que, sin poder moverse, mostraba
evidentes gestos de dolor en su cara.
Sin demora, un segundo dedo presion� la estrechita entrada
del culete de la chica hasta abrirse tambi�n camino en su interior. Entre agudos
chillidos de Patricia, el hombre realiz� otro tacto, ahora rectal, continuando
con su registro en el interior de la chica, el cual result� tambi�n negativo.
El hombre sac� sus dedos del interior del agujero y con una
se�al indic� a sus dos subordinados que soltaran a la muchacha. Patricia, en un
gesto defensivo, se hizo un ovillo sobre la mesa en que segu�a, entrelazando con
sus manos sus piernas y sin dejar de llorar de dolor, rabia y humillaci�n.
Tras una corta charla entre los 3 hombres, un de ellos abri�
un caj�n y sac� una ropas azul oscuro que ofreci� a la muchacha, mientras el
otro polic�a recog�a del suelo todas las ropas que Patricia llevaba puestas
minutos antes y las introduc�a en una bolsa grande de pl�stico negro.
La chica se apresur� a ponerse aquella ropa de varias tallas
superiores a la suya. Una amplia camisa de botones y un pantal�n el�stico en su
cintura y que arrastraba muchos cent�metros por sus pies. Se agach� y dobl� el
bajo del pantal�n de forma que los deditos de sus peque�os pies quedaban a la
vista.
Aquella ropa no era lo m�s adecuado pero por primera vez
desde hace varios minutos se sent�a aliviada cubriendo su cuerpo de aquellos
hombres.
Los hombres siguieron dialogando entre ellos y rellenaron
alg�n papel. Hab�a ca�do ya la noche y uno de los polic�as se puso su abrigo y
despidi�ndose del jefe y de su compa�ero, sali� a la calle rumbo a su casa.
Hab�a acabado la jornada.
Entonces el jefe tambi�n se visti� un grueso abrigo gris,
pero antes de salir, tom� a Patricia del brazo y la hizo caminar a su lado.
Caminaron hac�a el interior de aquella estancia, traspasando una puerta que
hasta ahora hab�a permanecido cerrada.
All�, a la vista de la muchacha apareci� una peque�a
habitaci�n, de unos dos metros cuadrados, sin ventanas, con una peque�a bombilla
como �nica luz, con un colch�n en el suelo y un artefacto a modo de retrete.
Comprendi� que la iban a encerrar all� y aterrada intent�
retroceder y escapar, pero el polic�a, agarr�ndola fuertemente y de un violento
empuj�n la lanzo dentro de aquel habit�culo, cayendo en el colch�n.
Antes que se hubiera levantado, la puerta se cerr� por fuera,
dej�ndola all� encerrada, mientras o�a como el jefe que tanto sufrimiento ha
hab�a causado, se desped�a del otro hombre y sonaba el portazo de la puerta de
salida.
La primera reacci�n de Patricia fue aporrear la puerta
cerrada que imped�a su salida. Era una puerta de hierro gris oscuro, lisa, fr�a
y con una peque�a ventana tambi�n de hierro a la altura de la cabeza que tambi�n
permanec�a cerrada.
Tras un rato de esfuerzos bald�os, se sent� sobre el colch�n
sin dejar de llorar. Ah� fue cuando por primera vez empez� a sentir los efectos
de las penetraciones que hab�a sido objeto. Sent�a un fuerte escozor en su
vagina y tambi�n en su ano y, al tocarlos con su mano, not� como hab�a sangrado
ligeramente por sus dos orificios. En su vagina muy probablemente a causa de la
rotura al menos parcial de su himen, hasta ese momento intacto y en su ano, la
presi�n le hab�a provocado un peque�o desgarro.
Hab�an pasado unas 2 horas cuando oy� un ruido. Era la
peque�a ventanilla de la puerta que se abr�a y vio como el polic�a que hab�a
quedado de guardia en ese cuartelillo, asomaba su cabeza para verla, la mir� un
par de segundos y sonri�, cerrando de nuevo la ventana, a la vez que desde el
exterior apagaba la peque�a luz que manten�a iluminada la celda.
Ello hizo de nuevo caer en el p�nico a Patricia que de nuevo
chill� y suplic� que le permitiera salir y que encendiera la luz, sin obtener
respuesta alguna. Tras varios minutos de in�til esfuerzo, a tientas y tocando la
pared volvi� a echarse en el colch�n agotada.
Pero a pesar del cansancio, la tensi�n y el miedo le imped�an
caer dormida.
Hab�a pasado otra hora m�s cuando sinti� otro ruido. Sin duda
era la puerta de la calle que se abr�a ya que su ruido era inconfundible, aunque
no oy� voz alguna por lo que pens� que probablemente su guardi�n hab�a
abandonado tambi�n el cuartelillo hasta el d�a siguiente.
Pero no hab�an pasado dos minutos cuando de nuevo se encendi�
la luz y sonaba la puerta de la celda que se abr�a. Patricia, acostumbrada a la
oscuridad, apenas acertaba ahora a ver lo que ocurr�a, pero pudo distinguir a
duras penas que los dos hombres que entraban eran los dos polic�as que hab�an
estado con ella la tarde anterior. R�pidamente y sin dejar capacidad de reacci�n
a la muchacha, se acercaron a ella y agarr�ndola del pelo, la pusieron en pie,
comenzando a manosearla.
Patricia suplicaba e intentaba zafarse de aquellas manos que
la tocaban por todo su cuerpo, pero era in�til. Aquellos dos hombres que la
hab�an contemplado desnuda hace unas horas sin poder ponerle la mano encima,
estaban ahora deseosos de tocar todo aquello que hab�an visto. Sin poder
evitarlo, uno de los hombres, colocando una mano en la nuca de la muchacha,
atrajo hacia s� su cabeza, bes�ndola con violencia en la boca. Mientras Patricia
intentaba con sus manos alejarse de aquel hombre y terminar con ese beso
forzado, el otro hombre hab�a tomado sus pantalones por su el�stico y hab�a
tirado de ellos hacia abajo hasta situarlos en sus tobillos, dejando a la chica
desnuda de cintura para abajo y enseguida unas manos tocaban y pellizcaban sus
nalgas y se perd�an entre su vello p�bico y acariciaban la parte interna de sus
muslos.
Evidentemente aquello no era ya un registro como el que hab�a
sufrido la tarde anterior. Esto era otra cosa y Patricia volv�a a llorar
desesperada y gritaba y suplicaba, pero nadie la pod�a o�r y a aquellos hombres
poco les importaban las s�plicas y quejas de la muchacha que, por otro lado, no
entend�an.
Ahora, mientras intentaba con sus manos zafarse de los
toqueteos que estaba sufriendo en su entrepierna, el hombre que la estaba
besando hab�a empezado a desabrochar su blusa que, r�pidamente se encontraba
completamente desabrochada y sus pechos, desnudos y a la vista de aquellos
hombres, empezaron tambi�n a ser manoseados.
En un abrir y cerrar de ojos, los dos polic�as quitaron las
ropas a la chica y completamente desnuda la empujaron sobre el colch�n.
Patricia aprovech� el momento para colocarse sobre el colch�n
haci�ndose un ovillo intentando protegerse y taparse con sus manos y piernas
cuanto pod�a. Mientras tanto, aquellos hombres se hab�an despojado de sus ropas
y ahora estaban desnudos.
Se volvieron a acercar a la chica y agach�ndose junto a ella
en el colch�n, comenzaron de nuevo a manosearla.
Patricia lloraba, ahora no s�lo por sentirse humillada y por
la verg�enza de estar desnuda. Ahora la iban a violar y no pod�a hacer nada.
Las manos de aquellos polic�as se posaban sobre sus piernas,
sobre sus muslos, sobre sus pechos, pellizcaban sus pezones... aquellos dedos
tiraban de su vello p�bico, tocaban su vagina, presionaban la entrada de su
ano... y as� una y otra vez durante unos interminables minutos, mientras ella no
acertaba a zafarse de cuatro manos que, ansiosas, no dejaban de tocarla.
Sin descanso, unos de los hombres se hab�a colocado entre las
piernas abiertas de la chica y con la punta de su erecto pene estaba tanteando
su entrada vaginal. Patricia le mir� aterrorizada mientras el otro hombre
sujetaba sus manos.
Aquel polic�a abri� con sus manos los labios vaginales de la
chica y coloc� su miembro a la entrada del peque�o agujero y, de una fuerte
embestida, aquel hombre introdujo la mitad de su pene dentro de la muchacha. Los
negros y brillantes ojos de Patricia se sal�an de sus �rbitas y emiti� un
aterrador chillido que, lejos de intimidar a su violador, le anim� a dar otra
fuerte acometida introduci�ndole por completo su verga.
Patricia sent�a como si se fuera a partir en dos. Ya no solo
era la humillaci�n sino el enorme dolor que aquella penetraci�n le estaba
produciendo en su hasta ahora virgen sexo. El hombre entraba y sal�a
violentamente del orificio de la chica y �sta acompa�aba cada penetraci�n con
lastimeros quejidos desesperados. Mientras tanto, el otro hombre se limitaba a
tocarle los pechos con una de sus manos y asir fuertemente las mu�ecas de la
chica con la otra, a la vez que disfrutaba con la violenta escena que estaba
contemplando.
Aquel mete-saca continu� durante unos cuantos minutos, hasta
que Patricia sinti� una inyecci�n de calor en sus entra�as. Aquel hombre se
hab�a corrido dentro de su cuerpo, y mientras sacaba el pene de su interior, la
cara del polic�a mostraba evidentes gestos de placer.
Pero poco dur� el descanso para la muchacha, enseguida el
otro hombre se coloc� entre sus piernas y con sus dedos tanteaba su entrepierna.
Iba a ser violada por segunda vez y ahora ya apenas ten�a fuerzas, ni f�sicas ni
morales, para oponer resistencia.
Notaba como unos dedos recorr�an su rajita de arriba abajo,
empezando en su vello p�bico y terminando cerca de su ano y volv�an a manosear
su maltratada vagina, empezando otra vez el mismo camino. En ocasiones, llegaban
a introducirse algo en su irritado orificio, continuando despu�s su recorrido
por sus partes �ntimas. Durante unos minutos, aquello era lo que la chica estaba
siendo obligada a soportar hasta que en una de las ocasiones, aquellos dedos
bajaron m�s de lo que lo hab�an hecho hasta ahora.
Aterrada, Patricia not� como uno de aquellos rudos dedos
estaba presionando en la entrada de su ano e intentaba abrirse camino. Aunque
unas horas antes hab�a vivido la misma sensaci�n, la situaci�n de ahora era
tremendamente m�s humillante.
Sin titubear, el hombre presion� fuertemente hasta introducir
un dedo por su cerrado orificio anal y de inmediato abri� camino con fuerza para
que meter un segundo dedo. Enseguida la sangre volv�a a brotar del ano de
Patricia, debido sin duda a los recientes desgarros que la muchacha hab�a
sufrido en el registro que el jefe de aquellos hombres le hab�a realizado la
tarde anterior. Los lamentos, lloros y s�plicas de la chica se repet�an
lastimeramente, sin ning�n resultado y se incrementaron a�n m�s cuando not� como
el pene de aquel otro hombre estaba tanteando su entrada trasera.
Sin embargo, la dif�cil posici�n en la que estaban y los
�ltimo esfuerzos de la chica pataleando, lograron impedir aquella penetraci�n
anal, y el polic�a desplaz� con su mano su verga hasta la entrada de la vagina y
de un certero y violento movimiento, la introdujo dentro de Patricia.
Con m�s fuerza aun que su compa�ero, aquel hombre entraba y
sal�a de la destrozada vagina de la muchacha que, al igual que hace unos
minutos, acompasaba cada embestida con lastimeros gritos de dolor. Su anterior
violador la sujetaba ahora sus manos, riendo y animando a su compa�ero que la
estaba penetrando.
Tras unos minutos interminables de tortura, otra corriente de
calor inund� sus entra�as mientras el polic�a descargaba su abundante semen
dentro de la pobre chica, retir�ndose despu�s.
Mientras los dos hombres hablaban y re�an, Patricia exhausta
se gir� sobre si misma y lloraba tumbada boca abajo sobre el colch�n, en el cual
hab�an quedado manchas de sangre producto de la cruel tortura a que la chica
hab�a sido sometida.
No contentos a�n, uno de los hombres volvi� junto a la chica
y comenz� a acariciar sus nalgas a la vez que le propinaba suaves azotes.
El culo regordete de Patricia se hac�a apetecible para
acariciar su suave piel y el polic�a no perd�a la oportunidad. Toqueteaba y
pellizcaba una y otra vez aquel trasero mientras la chica tumbada boca abajo
permanec�a inm�vil.
De improviso, la muchacha not� como las manos de aquel hombre
separaban sus nalguitas y algo presionaba su ano. Aquel hombre, de nuevo con su
pene erecto, estaba intentando penetrarla por su parte de atr�s. Patricia
intent� moverse e incorporarse, pero un certero pu�etazo en su espalda la hizo
caer de nuevo sobre el colch�n con serias dificultades para respirar por el
tremendo impacto.
Aprovechando la ausencia de resistencia de la muchacha que
ahora solo se afanaba en poder respirar, el hombre apoy� la punta de su miembro
en el orificio trasero de Patricia y comenz� a presionar. Con dificultad estaba
consiguiendo introducir la punta de su verga mientras la chica solo atinaba a
dar alg�n manotazo hac�a atr�s sin fuerza ni direcci�n, mientras segu�a
falt�ndole la respiraci�n.
Una vez introducido el inicio de su miembro, de dos certeros
y r�pidos empujones violentos, aquel hombre logr� meter todo su pene en el culo
de Patricia, la cual emiti� un tremendo alarido de dolor que son� entrecortado
en su garganta que segu�a luchando por coger aire suficiente y perdi� el
conocimiento.
A pesar de la inconsciencia de la muchacha, el polic�a sigui�
entrando y saliendo violentamente de aquel cuerpo inerte, destrozando aquel
estrecho culo. Mientras tanto, el otro polic�a hab�a ido por una vasija de agua
que derram� sobre la cabeza de Patricia, haci�ndola recobrar el conocimiento.
Aquel fue el peor despertar de la muchacha, que segu�a
teniendo sobre sus espaldas a aquel hombre que la segu�a penetrando una y otra
vez por su parte de atr�s. Volvieron a o�rse terribles gritos y llantos
desconsolados al ritmo de las acometidas que el polic�a marcaba en aquel
violento mete-saca, hasta que por fin, eyacul� en su recto.
Sin mucha m�s demora, la chica fue levantada en volandas por
los dos polic�as que la sacaron de la celda y la introdujeron en una sucia y
vieja ba�era. All�, con agua terriblemente fr�a, limpiaron a Patricia todo su
cuerpo, en especial sus partes �ntimas y sus muslos por los que chorreaba sangre
y semen. Despu�s de un largo aseo, la vistieron con la misma ropa azul que una
hora antes le hab�an arrebatado y la volvieron a encerrar en la celda.
All� pas� el resto de la noche y por la ma�ana la puerta se
abri� para entregarle leche y una especie de galletas que la chica no pudo
tomar. Patricia ya no lloraba, parec�a no estar presente y como si su mente
hubiera abandonado su cuerpo.
A primera hora de la tarde regres� a la oficina el oficial
jefe que el d�a anterior la hab�a examinado. Tras una charla con sus
subordinados y alg�n papeleo, entr� en la celda de la chica y dici�ndole una
palabras, le entreg� la bolsa con sus ropas del d�a anterior, dejando la puerta
abierta.
Sin decir palabra ni gesto alguno, la chica se visti� con su
ropa y espero a aquel hombre que volvi� a entrar en la celda a buscarla. El jefe
de polic�a encontraba extra�a a la chica y su comportamiento tan sumiso pero no
sospechaba nada de lo ocurrido, sino m�s bien lo achacaba a la soledad de la
prisi�n.
Sin entender ni palabra de lo que la dec�a, la chica fue
llevada de nuevo a la estaci�n de tren con su maleta. All� el tren que 24 horas
antes se hab�a detenido, volvi� a parar y el polic�a subi� a hablar con el
revisor. Al momento, volvi� a apearse e indic� a la chica que subiera mientras
el revisor tomaba su maleta.
Con un d�a de retraso volv�a a su destino.
Las lagunas de memoria de Patricia son grandes en este
momento. No sabe c�mo ni cuando lleg� a la residencia de estudiantes donde hab�a
de hospedarse. Una vez all�, al d�a siguiente y a la vista del estado emocional
de la muchacha, fue conducida por uno de los tutores al servicio m�dico y a su
vez fue conducida a una oficina diplom�tica espa�ola. En ese lugar y por fin en
espa�ol, le explicaron que la polic�a hab�a cometido un error de identificaci�n
y la confundieron con una turista que estaban siguiendo por tr�fico de drogas.
Ped�an disculpas por ello, pero Patricia solo ped�a una cosa: quer�a regresar a
su casa cuanto antes.
Nada cont� all� de lo que hab�a sucedido, ten�a a�n much�simo
miedo y solo quer�a volver con su familia. Fue a su llegada a Espa�a y con su
familia cuando se derrumb� en una tremenda crisis de nervios les cont� todo y
tuvo que ser ingresada en un hospital donde la atendieron de sus secuelas
f�sicas y poco a poco se fue restableciendo de aquel terrible trauma que la
marcar� para siempre.
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