Tras mi divorcio de Laura, la que hab�a sido mi mujer por m�s
de cinco a�os, nunca imagin� que mi vida pudiera reprenderse de una manera
normal.
Al principio, era incapaz de abandonar los h�bitos que hab�a
adquirido con el paso del tiempo y la convivencia.
Todas esas respuestas mec�nicas tales como mirar el reloj
antes de salir del trabajo para ver si llegar�a a tiempo de comer, cuando en
realidad nadie me esperaba con la comida hecha, o el gesto instintivo de poner
el brazo delante del asiento del copiloto ante un frenazo brusco, a pesar de ir
solo en el coche, todas estas peque�as tonter�as se me hac�an insoportables.
Nuestros amigos comunes pasaron a ser los amigos de Sebasti�n
y los amigos de Laura.
Mis relaciones con ellos no variaron en absoluto. Yo acud�a a
todas sus fiestas y ellos respond�an a mis invitaciones de la misma manera.
En el caso de Laura, aunque la mayor�a segu�an profes�ndole
su amistad, cuando ten�amos que coincidir en una reuni�n o en una fiesta,
procuraban evitar tales encuentros dej�ndola al margen.
Mi ex-mujer perdi� una parte de sus amigos con nuestra
separaci�n, y m�s concretamente por los motivos que la causaron, pese a que yo
nunca llegu� a cont�rselo a ninguno de nuestros amigos.
Por ese motivo, Laura dej� de frecuentar nuestro circulo.
No soportaba la idea de ser juzgada cada vez que se reun�an,
y tampoco soportaba el hecho que algunas de sus amigas, de las que ya conoc�a el
talante desde hac�a mucho tiempo, hicieran cola para intentar ser la primera en
consolar al reci�n estrenado soltero.
Yo por mi parte no atend�a a sus peticiones. A�n no me hab�a
hecho a la idea de mi solter�a y no quer�a pasar de nuevo por una decepci�n
amorosa.
Pero todo esto cambi� gracias a un buen amigo, del que
omitir� el nombre, que viendo una tarde mi decaimiento, me propuso salir de
fiesta con �l.
Al principio me pareci� una solemne memez, pero sus dotes de
comercial hicieron mella en m�, y acabamos saliendo de marcha por la ciudad.
Esa noche, en una concurrida discoteca de moda, mi amigo me
dijo que lo que ten�a que hacer era aprovechar mi divorcio. Ahora era libre para
hacer todo lo que antes, pese a desearlo, me negaba a hacer.
Yo le respond� que estaba muy equivocado, que nunca me hab�a
planteado ser infiel a mi esposa.
Y �l me respondi� algo que me dej� perplejo. Me dijo que eso
era porque ten�a esposa, en el supuesto caso que fuera verdad que yo nunca me
hab�a fijado en otra, cosa que �l pon�a en duda.
Pero ahora no ten�a esposa. No exist�a el mecanismo de bajar
la cabeza para no fijarme en el escote de la secretaria, o cambiar de posici�n
si en el metro mi paquete rozaba con el trasero de una universitaria.
No m�s h�bitos de casado. Ya no lo estaba.
Entonces vi como mi amigo me presentaba a una guap�sima
camarera, llamada Maica, a la que conoc�a desde hac�a alg�n tiempo por ser uno
de los habituales de la discoteca.
Yo me fij� primero en sus dos enormes ojos verdes, con una
sombra de ojos amarilla sobre sus p�rpados, una sonrisa encantadora y la frente
perlada de sudor. Tambi�n me fij� en sus labios, bastante finos, y en su larga
melena rubia.
Hac�a a�os que no miraba as� a una mujer, a la cara. Con
total tranquilidad y sin el cosquilleo de la conciencia indic�ndome que no deb�a
dar pie a nada, porque estaba casado.
Y tambi�n me fije en que tenia una cara de guarra que
asustaba.
Ahora entend�a porque mi amigo hab�a elegido esa
concurrid�sima discoteca en lugar de un tranquilo pub para echar unos tragos.
Me estaba lanzando un anzuelo, y si bien esa noche s�lo le di
dos besos a Maica y me present�, me lo hab�a tragado hasta el fondo.
Mis ojos estaban abiertos ya. Y, por feo que resulte decirlo,
mi bragueta tambi�n.
Mi actitud frente al sexo opuesto cambi� radicalmente.
Yo por entonces ten�a fama de ser una persona completamente
fr�a y distante en el trato, tanto entre mis compa�eros de trabajo,
especialmente entre mis compa�eras, como entre aquellas amistades a las que
solamente consideraba como gente conocida.
Desde ese momento empec� a cambiar mi comportamiento frente a
ellos.
En mi lugar de trabajo empec� a relacionarme con todas mis
compa�eras, para alegr�a de alguna de ellas, mostrando un car�cter extrovertido
que hasta entonces jam�s hab�a mostrado en p�blico.
Entre bromas y comentarios distendidos, empec� a distinguir
cuales eran las mujeres, algunas apenas muchachas, a las que interesaba como m�s
que un amigo, y a las que simplemente se alegraban de el cambio de personalidad
de su compa�ero de trabajo.
Por ello, aprovechaba la menor oportunidad para lanzar
determinados comentarios, piropos inocentes y elogios de todo tipo hacia
aquellas de entre mis compa�eras que eran m�s de mi agrado.
Por otra parte, y seg�n me coment� uno de mis mejores amigos
en la empresa, se hab�a abierto la veda de Sebasti�n.
Era la comidilla de todos los corros que se formaban en la
empresa.
Si eran mujeres las que lo formaban, apostaban a ver cual de
ellas conseguir�a algo m�s que unas bonitas palabras por mi parte, y en el caso
de los hombres me pon�an a parir, bien por envidia o bien por no comprender
porqu� un reci�n divorciado no se lanzaba a probar a todas y cada una de las
mujeres que tan evidentemente se me ofrec�an casi a diario.
Pero yo sab�a que lo mejor estaba por llegar.
Pocas semanas despu�s de las vacaciones de navidad, las
primeras en solitario desde hacia mucho tiempo, se incorpor� a nuestra plantilla
una hermosa mujer a la que llamar� Anje simplemente.
Anje era de nacionalidad noruega. Era uno de los fichajes m�s
recientes para nuestro departamento de M�rqueting Internacional, que pasar�a a
dirigir de inmediato.
Y he de admitir que no solo era hermosa.
Media aproximadamente lo mismo que yo, aproximadamente 1�80,
y con sus tacones a�ad�a varios cent�metros a esa soberbia percha, cosa que
parec�a amilanar a m�s de uno de sus colegas de departamento.
Adem�s, Anje era un de esas aut�nticas rubias n�rdicas, fr�as
como valkirias, con ojos azules como retales de cielo y con una tez blanca, casi
n�vea.
Se enfundaba en unos ajustados trajes-chaqueta que realzaban
su imponente figura, y por encima de todo, realzaban su busto.
Trat� de imaginarla desnuda varias veces, imaginando el
tama�o de sus pechos con exactitud.
Pero se escapaban de mi imaginaci�n. Aqu�l cuerpo de diosa
del norte, con piernas interminables y un portentoso trasero se convirti� para
mi en mi primer objetivo, mi primera presa tras muchos a�os de sucumbir a la
rutina.
Empec� present�ndome en un correcto alem�n, que seg�n
descubr� era su lengua materna, ya que solo era noruega de nacimiento.
Ella agradeci� mucho el detalle y me pregunt� que qui�n era
yo. Un poco ofendido, pero con gran disimulo, le expliqu� qui�n era, que mi
trabajo nada ten�a que ver con el que desarrollar�a en su departamento, pero que
al dominar el tambi�n el alem�n, si necesitaba que le echasen una mano, yo
estar�a encantado a prestarme voluntario.
Utilic� expresamente una versi�n literal de la expresi�n
"echarle una mano", de modo aparentemente inocente. Vi como sonre�a y me
contest� en un excelente espa�ol que me lo agradec�a pero que no le hacia falta
un traductor.
Con una de mis mejores sonrisas me desped� de ella con un "Se
de i morgen", expresi�n en noruego que significa "nos vemos ma�ana", me di media
vuelta y me alej�.
La cara que puso de asombro vali� la pena. Al menos hab�a
llamado su atenci�n, y eso era m�s de lo que pretend�a cruzando solo unas
frases.
Los d�as posteriores me dej� querer por varias de mis
compa�eras de oficina, mostr�ndome risue�o y alegre con ellas, a sabiendas que
Anje nos contemplaba.
Cuando nos cruz�bamos yo la saludaba, en espa�ol por
supuesto, bastante efusivamente, pero sin detenerme apenas, cosa que a ella le
causaba entre intriga y rabia, por lo que pude deducir.
Una tarde, Anje se acerc� y me dijo que como a�n no tenia
muchos amigos en la ciudad y necesitaba hacer unas compras, que si yo pod�a
hacerle de cicerone durante unas horas, a lo que yo me ofrec� encantado.
Quedamos a la salida del trabajo y la llev� de tiendas, y
ella compr� bastante ropa, algo de maquillaje y algunas piezas de bisuter�a.
En un momento dado, Anje me pidi� que la acompa�ase al
interior de una mercer�a, si no ten�a reparos en ello.
Entramos los dos y ella, o me lo pareci� a mi, trat� de
elegir los conjuntos m�s provocativos que dispon�an en la tienda.
Fue entonces cuando pude hacerme una idea del tama�o de sus
pechos, cuando al probarse una talla 100, pidi� a la encargada el mismo modelo
pero una talla superior.
Cuando hubo terminado me pidi� que la acompa�ase a su casa,
ya que se encontraba exhausta.
Yo le contest� que a lo mejor le apetec�a que fu�semos a
cenar los dos a un bonito restaurante que conoc�a, ya que en vista de su
cansancio seguro que no le apetec�a tener que cocinar.
Anje sonri� seductoramente y asinti�, pregunt�ndome si yo
acostumbraba a cenar tan temprano.
Me apresur� a contestarle que as� era, en efecto. As� pod�a
aprovechar la noche para hacer cosas mucho m�s interesantes.
Ella se ri� y me pregunt� que cu�les eran esas cosas.
Yo ten�a la intenci�n de hac�rselo descubrir muy pronto.
Cenamos en un incre�ble restaurante que conozco, al que hab�a
llevado s�lo a mi ex-mujer Laura en ocasiones especiales.
A la hora del postre, y tras una buena botella de vino tinto,
Anje se mostraba charlatana y alegre como nunca antes la hab�a visto.
La m�scara de ejecutiva fr�a y profesional hab�a dado paso a
la de sus sonrosadas mejillas y nariz, probablemente a causa de la bebida.
Yo aprovech� para acercarme a ella, coger sus manos y tocar
su suave piel, aparentemente de manera totalmente inocente.
Ped� la cuenta y nos dispusimos a marcharnos del local,
cuando ella me pidi� que la esperase, que ten�a que ir al servicio.
Educadamente la acompa�e hasta la puerta y ella entr�.
Mientras la puerta estaba abierta, me fij� que los servicios
el restaurante eran relativamente peque�os.
Una habitaci�n con un peque�o tocador daba paso, al fondo, a
un �nico servicio.
No pude ver m�s pero aparentemente s�lo una persona pod�a
entrar en el ba�o a la vez.
Y esto fue lo que me hizo lanzarme al ataque.
Entr� en el servicio de se�oras y me dirig� al ba�o d�nde Anje deb�a haber
entrado.
Rogu� para que la puerta no estuviese cerrada ya que en mis
planes hab�a un elemento important�simo, llamado sorpresa, que pod�a dar al
traste con mi plan.
Estaba terriblemente excitado, y mi paquete estaba a punto de
explotar.
Empuj� de golpe la puerta del ba�o y me encontr� a Anje
sec�ndose con papel higi�nico.
Ella puso una cara de total sorpresa, y antes que ella
pudiese reaccionar, empec� a bajarme la bragueta, sac�ndome mi inhiesto pene a
continuaci�n.
Le dije que pod�amos seguir esperando o repetir postre all�
mismo. En cualquiera de los dos casos mi oferta no iba a durar demasiado.
Anje, que tenia su falda arremangada y sus bragas por los
tobillos, se hinc� de rodillas, tiro de mi miembro hacia ella y se lo meti� por
completo en la boca, empezando a mamarlo golosamente.
El morbo a ser descubiertos hac�a que la situaci�n fuera
especialmente morbosa para los dos.
Tas un par de minutos le ped� que se detuviera. La hice
sentarse en el inodoro, le quit� las bragas y le indiqu� que se abriese de
piernas para m�.
Hasta entonces no hab�a podido ver su co�o, con un precioso
monte de venus rematado por una fina l�nea de vello rubio, y unos jugosos labios
rojizos, que destacaban como una herida entre su blanca piel.
Me arrodill� ante ella y empec� a lamer su co�o con fruici�n.
Mordisqueaba su cl�toris y lo chupaba, arrancando de Anje gritos que ella
trataba de ahogar con el reverso de su mano.
Mi lengua empez� a hurgar en su interior, haciendo que ella
abriese las piernas al m�ximo, como si de una gimnasta se tratase. Mis dedos
siguieron el camino de mi lengua, llegando a introducirse tres de ellos a la vez
en su vagina.
Anje estaba como loca. El color de su cara se hab�a
transformado, de un blanco n�veo, rematado por sus encendidas mejillas, hasta un
rojo pasi�n, producto de su excitaci�n.
Anje estaba desconocida. Su cabello, antes perfectamente
arreglado, ca�a sobre su cara y se agitaba al aire cada vez que ella se contra�a
de placer por mis caricias.
Cuando no pudo m�s estall� en un apagado orgasmo, ahogando
sus gritos de tal manera que pens� que se iba a destrozar la garganta.
Pasado un primer brutal orgasmo, se levant� de golpe y
poni�ndose de espaldas a mi, se inclin� hacia delante, separando bien las
piernas y apoy�ndose en la pared.
Yo, proced� a penetrarla lentamente por detr�s.
Me sorprendi� el extremo calor que not� en su interior. Su
co�o estaba empapado y sus jugos ca�an por sus piernas.
Parec�a que la mujer de hielo se estuviera fundiendo por
culpa de mi comida de co�o.
Empec� a moverme lentamente, enterrando mi pene tan adentro
de Anje como me era posible. Ella aguantaba mis embestidas y gem�a d�bilmente.
Aproveche mi posici�n para empezar a desabrochar su blusa
mientras me la follaba. Separ� la ropa y trat� de que uno de sus enormes pechos
saliera de su encierro, para poder estrujarlo a mi antojo.
Cuando empec� a amasar sus tetas, que se me antojaban las m�s apetecibles que
hab�a tenido en mis manos, ella volvi� a correrse.
Sus brazos casi no pod�an sostenerla, pero yo no cej� en mi
vaiv�n. Todo lo contrario, aument� el ritmo, para deleite de los dos.
Anje me suplicaba que me corriese ya, que su co�o no
aguantaba m�s. Pero yo deseaba retrasar ese instante lo m�ximo posible. En ese
momento sus dos senos estaban ya al descubierto y se bamboleaban al ritmo de mis
acometidas.
Acompasaba mis penetraciones retorciendo con sutileza sus
pezones, tirando de ellos para soltarlos de improviso.
Ella estaba como loca. Cada vez retroced�a m�s salvajemente,
haciendo que su culo golpease mis pantorrillas.
Y un tercer orgasmo le lleg� de improviso, en medio de un
sorprendente grito en su idioma natal que no acert� a descifrar.
Para entonces, varias l�grimas rodaban por sus mejillas.
Estaba desencajada y no pod�a m�s. Yo not� como flaqueaban sus piernas y su voz
era tan temblorosa que era incapaz de emitir sonido inteligible alguno.
Entonces saque mi pene de su interior y le orden� ponerlo
entre sus pechos.
Me apetec�a correrme entre sus tetas, sobre las que tantas
veces hab�a hecho comentarios con mis compa�eros de oficina.
Ella como una criada sumisa se apresur� a poner mi miembro
entre sus senos y empez� a amasarlo y a moverlo para mi deleite.
Anje empez� a decirme que tenia ganas de follarme desde el
primer d�a que me vio, y que nunca antes nadie la hab�a follado as�. Sus
susurrantes palabras me excitaron tanto o m�s que la vista de sus manos
aplastando sus pechos contra mi polla, sacudi�ndome como una descarga el�ctrica.
No tard� en anunciar la llegada de mi eyaculaci�n, que se
estrell� contra su barbilla primero, y su boca y parte de su cuello despu�s.
Termin� la faena limpiando mi pene con su lengua, succionando
mi glande con fuerza para extraer por completo todo su contenido.
Transcurridos unos segundos los dos recordamos en qu� lugar
nos encontr�bamos y decidimos vestirse ella y arreglarme yo, tan deprisa como
nos fue posible.
Evidentemente, ella no tubo tiempo de limpiarse, ya que
exactamente cuando ella terminaba de abrocharse el �ltimo bot�n de su blusa, una
mujer entr� en los servicios.
Al verla a ella con todo el rimel corrido por la cara y su
pelo desali�ado, incluyendo mi presencia en el servicio de se�oras, puso cara de
pocos amigos.
Yo le dije que "era una ri�a de enamorados" y le gui�� un
ojo. La mujer me devolvi� el gui�o c�mplicemente y sali� del servicio.
Anje se ri� con ganas mientras se arreglaba el pelo
r�pidamente. No dejaba de repetirme que nunca en su vida se lo hab�a pasado tan
bien, que nadie la hab�a follado as�, y que desconoc�a esta faceta de los
espa�oles.
Yo no pude asegurar que todos fu�ramos buenos amantes, pero
le dije que cuando dispusi�ramos de tiempo, esta noche la recordar�a como un
aperitivo.
Ella corri� y se lanz� a mis brazos, d�ndome un beso con
lengua que me paraliz� por un instante.
Salimos los dos del restaurante, y por las caras de algunos
camareros, todos sab�an lo que mi acompa�ante y yo hab�amos estado haciendo.
Cogimos mi coche y la acompa�� a su residencia. Una bonita
casa, de reciente construcci�n, apenas a diez minutos de nuestro lugar de
trabajo.
Anje me sugiri� que continu�semos en su dormitorio lo que
hab�amos empezado en el restaurante. Pero yo cort�smente le dije que ella tenia
una reuni�n a primera hora de la ma�ana, y lo que yo ten�a pensado para ella no
la permitir�a caminar durante un d�a por lo menos.
Ella reaccion� ante estas palabras cerrando los ojos y
llev�ndose una mano a la entrepierna. tubo que morderse el labio inferior para
reprimir un escalofr�o.
Le dije que nos ver�amos por la ma�ana en la oficina, y que
no hiciera planes para el fin de semana.
Cuando me march� vi por el retrovisor c�mo ella contemplaba
mi marcha desde la acera, sin moverse.
S�lo el hecho de pensar lo que iba a hacerle a Anje ese fin
de semana, hizo que me empalmase de nuevo.
Pens� para m� que esa noche hab�a pegado el mejor polvo de mi
vida. Y me re� como un loco camino de mi casa, poniendo m�sica a todo volumen y
cantando a pleno pulm�n durante todo el trayecto.
Continuar�...
PD: Gracias por todos vuestros comentarios sobre nuestro
primer relato. Esperamos puntualmente responder a todos ellos.