Animals
Autor: Elka Schwartzman-Levi
POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO
Dedico de todo coraz�n esta historia a B.E.T.
Como autora de relatos suelo recibir abundante
correspondencia de mis lectores y a menudo me topo con experiencias de vida que
vale la pena procesar con la intenci�n de convertirlas en cuento. Tal es �sta
que hoy me ocupa y que ha merecido especial atenci�n de mi parte.
Hablar� de la m�gica historia de un hombre singular que ha
hecho de la pr�ctica de la zoofilia un arte y que se anim� a revelarme con
paciencia y sin ambages el largo camino did�ctico que tuvo que transitar para
llegar a conocer cu�l es el punto "G" y cu�l el telar sutil que separa las
delicias del placer carnal, de los angustiosos abismos de lujuria que conducen a
la muerte, siempre impl�citos en toda relaci�n sexual con animales.
Espero sinceramente que mis amables lectores la encuentren de
su agrado.
Salud.
E.S.L.
Cap. I
Una gran mayor�a de las historietas que he le�do en este
g�nero me han parecido m�s producto de la fantas�a que de la realidad aunque
ciertamente acaban siendo siempre lecturas agradables por el simple hecho de
hacer disfrutar al lector.
Esa es, digo yo, la parte buena de los relatos, no cabe duda.
Pero a diferencia de todos esos cuentos inventados por tantos autores, quiero
decir que �ste que os contar� a continuaci�n no es ficci�n sino verdad.
Solo pido paciencia a quienes lleguen a leerme, pues los
hechos que voy a relatar no se dieron en forma tan r�pida ni tampoco tan t�cita
como todo el mundo cree o como tantos lo cuentan. Se dicen hoy tantas mentiras
en el contexto de la zoofilia que a final de cuentas no pasan de ser simples
relatos ficciosos.
En mi caso, por el contrario, se trat� de un proceso de
aprendizaje muy largo y en ocasiones hasta tedioso que algunas veces me frustr�
y otras ciertamente me gratific�. Pero preferir�a que fuese el lector quien
juzgue lo que escribo.
Pido perdones anticipados porque hubiera preferido abrir mi
historia sin hacer uso de la desgastada cantaleta con que suelen iniciar la
mayor�a de los relatos er�ticos, pero no creo haberlo logrado. En fin. He aqu�
la historia:
Para empezar debo decir que desde peque�o fui un chico
curioso y precoz para las cosas sexuales y por lo mismo me gusto siempre
observar con ojo cl�nico los sucesos a mi alrededor.
Por lo afilado de mis sentidos descubr� poco a poco los
intrincados secretos del sexo y avanc� r�pido en las cuestiones relacionadas con
el deseo y la pasi�n que la gente mayor siempre esconde.
Fisgoneando atrevidamente espi� a mis padres y los vi coger
varias veces llen�ndome de una insana pasi�n que comenc� a experimentar
l�gicamente mucho antes que otros.
Lo mismo sucedi� con las espiadas constantes a mis hermanas
cuando se ba�aban o iban al toilet, llev�ndome irremediablemente al
descubrimiento de las primeras erecciones y goteos que me embriagaban de
delirio. Obvio es decir que muy pronto el inmenso placer de las primeras
manipulaciones me subyug� tan fuertemente que disfrutaba de varias masturbadas
al d�a y me solazaba en las interminables caricias apretando furiosamente mi
falo y someti�ndolo a fren�ticas sesiones manuales que me hac�an sentir las m�s
poderosas eyaculaciones que a diario me apabullaban.
Esas pu�etas, por lo general, siempre las hac�a pensando en
los desnudos perfiles sinuosos de mis hermanas mayores o de una que otra vecina
que hab�a espiado en mis correr�as.
Confieso que en aquellos tiempos de mi preadolescencia el
voyerismo ocupaba el primer lugar entre mis distracciones sexuales favoritas y
una gran parte de mi tiempo nocturno lo dedicaba a esas candentes pr�cticas
ocultas. Y es que a diario, mientras todos dorm�an, yo me escapaba sigilosamente
de mi dormitorio para salir como un vampiro a la caza furtiva de im�genes,
intern�ndome por los traspatios bajo la oscuridad de las sombras.
Y entonces all� donde viv�a alguna chica; all� donde habitaba
un buen culo, hac�a mi nido y me escond�a como un ladr�n hasta lograr las
mejores y m�s calientes visiones que calmaban mis ansias voyeristas y exaltaban
mi libido. Por dem�s est� hablar de los sensacionales derrames de leche que me
provocaban.
Las constantes sesiones de autodisfrute sexual y la
desbordada pasi�n que experimentaba en esos actos furtivos me llevaron poco a
poco a la b�squeda de mejores cosas y a�n cuando me atormentaban ciertos
sentimientos de culpa, siempre guard� todo eso como algo secreto, como cosas que
hab�a que esconder y no decirlas nunca a nadie.
Es probable, no estoy seguro, que si me hubiera atrevido a
revelar a mis padres lo que hac�a o tal vez a alguien m�s, no me habr�an marcado
tan profundo y para siempre. Pero el "hubiera" no existe.
De ninguna manera est� en mis planes hacer aqu� una historia
de mi larga y tormentosa vida sexual pues seria un cuento demasiado largo y
cansado para todos. Lo que s� deseo tocar y lo digo abiertamente es un tema que
hasta hoy muchos intentan relatar usando casi siempre un fondo fantasioso; mas
yo puedo distinguir tras la tramoya el invento, la imaginaci�n desbordada y
hasta el enga�o.
La cosa es simple: No pueden contar hechos reales porque
jam�s los vivieron. Me refiero por supuesto al tema de las relaciones sexuales
entre un hombre y un animal.
Antes que nada quiero decir que despu�s de tantos a�os yo he
clasificado para mi uso las relaciones zoof�licas en dos grandes rubros: En
primer lugar est�n los grandes mam�feros, los animales mayores, que poseen masas
corporales inmensas, penes enormes, tienen pesos muy superiores al nuestro y su
aprendizaje o grado de participaci�n en cuestiones sexuales es muy dif�cil de
lograr. Por el por otro lado est�n los animales menores, que por sus
caracter�sticas f�sicas no son poseedores de grandiosos atributos sexuales ni
tampoco son tan grandes como nosotros ni de tanto peso. �stos �ltimos, dado su
tama�o, han podido convivir muy de cerca con la raza humana a trav�s del tiempo
y por tanto, siempre se han encontrado m�s cerca del hombre para ser ense�ados,
para ser domesticados, y hasta para ser part�cipes de nuestras ocultas pasiones.
Por esto mismo no creo que los humanos puedan lograr tener
contactos sexuales gratificantes con los grandes animales, pues de suyo es una
cosa francamente imposible. Y por otra parte si lo que uno est� buscando es el
placer, sinceramente no creo que alguien lo pueda conseguir en tal contexto. No
hablo, claro est�, de los deseos fantasiosos de las personas por tener alg�n
tipo de contacto as�. Yo mismo puedo decir que lo he deseado no solo una, sino
muchas veces. Lo que quiero decir es que en la praxis algunas cosas son
imposibles. Intentar� explicarme mejor para que no se mal interprete lo que
digo.
Fantas�as sexuales t�picas de gente cohabitando, por ejemplo,
con caballos, burros, gorilas, monos, cebras, hipop�tamos y otra sarta de
g�neros del gran reino animal, provengan tanto de mujeres como de hombres son,
eso s�, pensamientos deseables. Yo mismo, incluso, los he tenido a raudales, he
fantaseado con ellos y tambi�n he so�ado con ellos. Pero nunca deja de ser
fantas�a pura. Y no niego que no me gustar�a probar. De hecho hasta podr�a
escribir uno que otro cuentillo con esas mentirillas como tema de fondo.
Pero contactos carnales reales de tipo sexual con esa clase
de bestias mayores me parece cosa dif�cil de realizar. Puedo, eso s�, considerar
plausibles, con todas las precauciones del caso, algunos contactos manuales,
como podr�an ser cierto tipo de tocamientos, algunas masturbaciones sobre alg�n
exuberante y fenomenal pene y cosas por el estilo, pero nunca el coito, tal como
�ste se define.
No, a menos que alguien quiera pasarse la vida arriesg�ndose
a ser pisoteado, aplastado, lastimado, traspasado, desfondado, herido, o en el
mejor de los casos sobreviviendo el resto de sus d�as con alg�n tipo de
impedimento f�sico. Eso sin tomar en cuenta la parte ergon�mica. �Cu�n dif�cil e
impr�ctico resultar�a, adem�s de frustrante, el poder ayuntarse con semejantes
bestias!
Pero lo que s� me parece posible y yo dir�a que hasta
pr�ctico es poder utilizar animales del orden menor, preferentemente d�ciles y
domesticados que ya convivan con uno y que con paciencia, empe�o y dedicaci�n se
les pueda inducir a la experimentaci�n de alguna de estas pasiones. Siempre he
pensado que dos de las mayores virtudes para lograrlo, a mi juicio, es la
capacidad para generar paciencia por un lado, y por el otro la comprensi�n que
uno est� dispuesto a demostrar. Y es justo en ese tema donde voy a centrar mi
historia.
Todo comenz� cuando viniendo cierto d�a de la escuela me
encontr� con dos perros cogiendo al aire libre. <Nada del otro mundo>, pens� en
aquel momento. Alrededor del par de amantes se hallaban varios canes que hab�an
sido feroces prospectos para la hembra pero que a la postre hab�an sido
desplazados por el poderoso macho que ahora la montaba. Los perrunos mirones se
conformaban con solo mirar con ansias contenidas a la pareja que cog�a mientras
el macho culeador, emulando el arco m�s grande de Robin Hood, se balanceaba
r�tmicamente detr�s de la grupa de la hembra en �gil e incesante zangoloteo y en
uniforme mete y saca.
Chasquidos, chasquidos y m�s chasquidos era lo que se o�a en
la silenciosa tarde de oto�o. Y gemidos tambi�n. El camino por donde yo ten�a
que atravesar era terroso y apartado y lleno de hojas secas por la estaci�n y
alrededor s�lo hab�a altos pastizales y colosales �rboles de frondosidad
amarillenta. Algunas gentes de cuando en cuando sol�an caminar por all�; por
ello volte� hacia todas partes para asegurarme de que no era visto. Satisfecho
de hallarme solo, me acerqu� lo m�s que pude a la pareja y me agach� para mirar
de cerca el ardiente ayuntamiento.
El macho era un negro y soberbio perro callejero con el
cuerpo lleno de viejas cicatrices, producto de las grandes peleas
precopulatorias con otros de su g�nero a los que hab�a tenido que enfrentar para
ganar los favores de las hembras en turno. Con el cuerpo doblado sujetaba
fuertemente a la perrita por la parte baja de sus patas traseras, impidiendo que
�sta pudiera soltarse del tremendo abrazo.
El negro can de grandes cicatrices bombeaba y bombeaba sin
parar con su rojizo estilete la vulva abierta de la pasiva hembrita, mientras
�sta se ocupaba solamente en mantener los ojos semi cerrados recibiendo los
placenteros ataques del ariete endurecido. La verga del perro se hund�a
implacable en el apretado conducto posterior produciendo muchos chasquidos al
entrar y al salir con velocidad y sincron�a pasmosas. Un l�quido lechoso y
blanquecino escurr�a de la abertura de la hembra, ayudando a hacer m�s
placentera y f�cil la copulaci�n.
Por alguna extra�a raz�n mi pene comenz� a ponerse duro y mi
respiraci�n se aceler� como por arte de magia. Los hoyos de mi nariz se
dilataron y comenc� a resoplar con ansias percibiendo claramente los olores que
desped�an los cuerpos trenzados de los dos perros, que sudorosos, segu�an
extasiados disfrutando del fest�n sexual. Me di cuenta que algunos de los canes
espectadores se fueron retirando poco a poco y de pronto me hall� admirando yo
solo el espect�culo en medio del apartado camino.
La perrita era, por as� decir, de una de esas razas de las
peque�as, que no pueden crecer tanto, y por lo mismo sufr�a los violentos y
fieros embates del macho, eso s�, con una valent�a a toda prueba. Podr�a decirse
que el perro la ten�a como amarrada por los costados con sus formidables patas y
la atra�a con fuerza sobre s� repeg�ndola una y otra vez hacia su propio
vientre, arremetiendo sin misericordia su conducto trasero. Pienso que por eso
mismo y obviamente tambi�n por la brama de la penetraci�n, la perrita lanzaba
quejidos lastimeros y yo dir�a que hasta placenteros ante la salvaje aplicaci�n
culeatoria de su can amante.
Sin apartar ni un momento mis ojos del grandioso espect�culo
puse mis manos en mi entrepierna y apret� con fuerza mi endurecido p�jaro, que
ya formaba la t�pica carpa de circo bajo la tela. Decidido a disfrutar del
momento lanc� mi mochila a un lado y me di a frotar mi polla por encima
deslizando mi mano con pasi�n a lo largo del tallo, mientras observaba
atentamente el caliente y trepidante ayuntamiento.
Si alguien me preguntara cu�nto demoran los perros cuando
cogen no podr�a responder a cabalidad. Lo que s� puedo decir es que normalmente
demoran, demoran y demoran; y demoran bastante. Y aqu� est� la primera mentira
de algunos los autores. En eso mienten los que han escrito sobre sexo canino
ultra r�pido y con servicio express a domicilio.
Claro que hay excepciones como en todo. Alguna vez llegu� a
conocer uno que otro macho que acababa casi en seguida. Lo comprob� en mi larga
carrera como observador de coitos caninos. Pero de eso no hablar� por ahora. La
cosa es que por fortuna este par que ten�a frente a m� eran de los que
demoraban, y todo mundo conoce la ecuaci�n: El tiempo que un coito demora
equivale al cuadrado del placer que se disfruta.
Y si a eso agregamos el gran tama�o del macho que la peque�a
perrita ten�a encima pues ya podr�n imaginar el tremendo esfuerzo que le
significaba poder sostenerse tanto tiempo en posici�n de firmes. De hecho las
cuatro patas le flaqueaban con frecuencia, en especial las traseras. Se le
doblaban de pronto como mantequilla e iba a dar con su vientre al suelo.
Entonces el macho, en una inteligent�sima demostraci�n de sapiencia y poder, por
as� decir, y sin sacar su parada verga de la oquedad de ella la levantaba presto
como si de una pluma de gr�a se tratase, dej�ndola pr�cticamente sobre el aire
empalada y atravesada con su estilete venoso, viol�ceo y ferozmente voraz.
En efecto, a medida que transcurr�a el tiempo, el pito del
negro perro adquir�a ese tono amoratado y oscuro tan caracter�stico en los de su
raza, estimulado sin duda por los salvajes y violentos hundimientos en el
apretad�simo hoyito de su amante. Y l�gicamente su herramienta se endurec�a m�s
y m�s a causa de la tremenda brama que le produc�a el intenso bombeo, provocando
que se babeara abundantemente sobre el suave lomo de la perrita.
Para entonces mi verga ya no estaba oculta sino que era ahora
un palo de carne firme mirando a las nubes y movi�ndose vertiginosamente al
ritmo de mis manos, que implacables, se deslizaban con fuerza alrededor del
tallo. La excitaci�n que sent�a era tremenda, incomparable y �nica.
Francamente debo admitir que esa vez no pude aguantar tanto
la venida y mucho antes de que el fest�n canino acabara ya estaba escupiendo
sucesivos e intensos chorros de leche que se iban a perder en el tupido c�sped.
Sent�a c�mo mis huevos palpitaban por el violento drenaje seminal y mi culo se
estremec�a una y otra vez bajo el influjo de los espasmos.
Sin guardarme la polla segu� atento al cuadro canino al
tiempo que cortaba algunas hojas de las ramas cercanas para limpiarme la leche
de las manos. El salvaje y embramado macho segu�a aferrado a la peque�a grupa de
la pobre hembrita que no paraba de gemir ante los brutales empujones de la larga
verga de su cogedor. De vez en vez las patas se le volv�an a doblar y de nueva
cuenta el negro azabache volv�a a levantarla en vilo con la pura fuerza de su
vigoroso pene sin dejar de arremeterla un s�lo instante. �Incre�ble!
Habiendo pasado largu�simo tiempo horadando la apretada gruta
de la perrita, por fin el macho comenz� a gemir calladamente mientras los ojos
se le cruzaban e intensificaba la violencia de sus fren�ticos empujones. Mi
polla, endurecido por en�sima ocasi�n, era manipulada con golosidad en tanto
atend�a con mirada grosera el fren�tico ayuntamiento perruno.
Los aullidos entrecortados de la pareja me confirmaron lo que
ya sospechaba: El grueso y descomunal alv�olo hac�a su entrada triunfal dentro
de la tierna vulva de la hembra y se perd�a lenta y brutalmente en los
intrincados laberintos de su cavidad. Inesperadamente y como por arte de magia
el macho detuvo sus embates. De pronto los ojos de la hembra se abrieron
desmesuradamente acusando el intenso y doloroso impacto que le causaba la
intrusi�n de aquella tremenda bola de carne perdida en su interior. Sus gemidos
eran en verdad tan lastimosos que por un momento tem� lo peor. �Vaya cogida tan
tremenda!, -pens� aterrado, pero ardiendo en brama al darme cuenta de lo
terrible que la estaba pasando la peque�a perrilla-.
Pero lo m�s cruel vino despu�s. Vi cuando el gran macho pas�
r�pidamente una de sus patas por encima de la grupa de la hembrita para
voltearse de pronto y quedar culo con culo. Ahora los gemidos de la perrita se
transformaron en francos aullidos de dolor al sentir los infames jaloneos que
efectuaba su negro culeador. Tal vez por ser parte de su fisiolog�a o tal vez
por cumplir con alg�n antropol�gico ritual de sexual dominio, el macho comenz� a
arrastrar a la hembra por el suelo mientras �sta se esforzaba in�tilmente por
llevarle el paso sin conseguirlo.
De pronto el espect�culo antes caliente se transform� de
pronto en una despreciable demostraci�n de circo y salvajismo animal. El macho,
poderoso y fuerte como era, materialmente arrastraba por el prado a la abotonada
hembra, que cada vez se hac�a mas da�o sobre todo al intentar ponerse de pie. El
espect�culo me condoli� profundamente, sobre todo al advertir que la peque�a
perrita no podr�a tenerse en pie ante semejantes jaloneos. �Cu�n doloroso debi�
haber sido para aquel animalito el obligado coito a que estuvo sujeta por
naturaleza propia!
Habi�ndome venido varias veces y sinti�ndome satisfecho por
lo acontecido me guard� la verga y decid� seguir de cerca las peripecias
potsculeatorias de la singular pareja tan dispareja a trav�s de la inmensidad de
los ca�averales. Sin dejar de avanzar me acercaba para observar cuidadosamente
el tremendo nudo en que se hallaban abotonados y en especial el estado que
mostraba la t�trica bola de carne que hab�a anudado la brev�sima vulva de la
linda perrita color marr�n. �Tanto que me hab�a simpatizado aquel animalito tan
lindo!
Calculo que debi� pasar al menos otra interminable hora,
insoportable sobre todo para la perrita, hasta que al fin, despu�s de una serie
de intensos estertores de dolor y de haber avanzado como medio kil�metro entre
arrastres y jaloneos, el macho logr� zafar el alv�olo de la tremenda presi�n que
ejerc�a la enrojecida y maltrecha caverna de su receptora. Entonces s� la linda
perrita, vi�ndose liberada al fin, s�lo tuvo patas para correr velozmente en
direcci�n opuesta a su amante. Claro que la vi caer varias veces en su pavorosa
hu�da a causa de la patente debilidad de sus patas.
Viendo que metros m�s all� se hab�a tendido cuan larga era
sobre la hierba no quise atenderla por el momento, sino que prefer� observar al
macho que se encontraba de pie muy cerca de m� con el cuerpo doblado, lami�ndose
sin parar su zona genital. Quer�a ver como hab�a quedado pito reci�n sacado; ver
c�mo se mostraba el tremendo ariete despu�s de la batalla, y sobre todo, admirar
minuciosamente su inmensa y colgante pelota de carne viol�cea, de rojizos tonos,
que segu�a mostr�ndose imp�dica ante mis ojos.
Al verme caminar hacia �l me lanz� un leve gru�ido pero yo
pronunci� algunas palabras para tranquilizarlo. A poco ya estaba en cuclillas
junto a �l observando con atenci�n su zona de guerra. Lo que vi me dej�
perplejo. Era su verga una punta de carne dur�sima, roja y venosa, que deb�a
medir m�s o menos unos 18 cent�metros o m�s. El grosor de la larga paleta no era
tanto pero s� el di�metro de su grueso alv�olo, a pesar de que �ste se hallaba
ya en pleno proceso deflactario. El nudo s� que era tremendamente grueso. No
pude menos que calcular que en la parte m�s ancha y m�s amplia deb�a tener por
lo menos unas 4 o 5 pulgadas. Era inmenso.
Despu�s de la minuciosa inspecci�n pude comprender cabalmente
el enorme da�o que debi� provocar en la peque��sima vulva de la perrita de sus
amores. Volv� la vista y la vi tendida en el mismo sitio leng�ete�ndose con
lentitud su trasero y con la mirada perdida, sin voltear para nada hacia el
macho. Ambos ahora como dos perfectos desconocidos. �Incre�ble! Camin� hacia
ella para auscultar su zona de desastre esper�ndome lo peor.
S� hab�a sangre l�gicamente. El rojo l�quido le escurr�a por
las comisuras de los diminutos labios de su rota vulva mezclado con abundantes
flujos blancuzcos. Pero aparentemente su estropeada grutita, antes palpitante y
enormemente abierta, comenzaba a cerrarse lentamente. Comprend� que era normal
lo que suced�a y en un acto de solidaridad con ella me puse a secarle suavemente
su parte trasera con mi pa�uelo.
Por un rato me mantuve junto a ella sentado sobre el piso
acariciando con mis manos su lomo. Luego de hacerle algunos cari�itos de
despedida cog� mi mochila y me alej� de all�. M�s adelante vi que el macho me
rebas� trotando con soltura y pronto se perdi� entre los matorrales. Fugazmente
hab�a echado una ojeada a su entrepierna d�ndome cuenta que su pene se hab�a
ocultado ya en la felposa funda. Pero de la hembrita ni sus luces.
Casi estoy seguro y lo confieso abiertamente que fue aquella
vez cuando se sembr� en mi mente el oscuro y oculto deseo por tener alg�n
contacto con un animal de esos.
Pasaron los d�as y segu� con mis nocturnas pr�cticas de
voyeurismo. No obstante y con inusitada frecuencia volv�an a mi mente los
fren�ticos y candentes recuerdos del pasado encuentro canino. Y cuando recreaba
las im�genes de los perros ensartados y la forma tan voluptuosa en que cog�an,
el pito se me pon�a dur�simo y ten�a que buscar un lugar apartado para poder
sac�rmelo y masturbarme con violento frenes�. Pareciera que tuviese que pagar un
tributo de placer o alguna ofrenda a la lujuria por aquella prohibitiva visi�n
que tanto me hab�a calentado.
No transcurrir�an ni dos meses de aquel primer suceso cuando
ocurri� una cosa totalmente inesperada. Cierto d�a, regresando a casa luego de
salir de la escuela, distingu� a lo lejos una peque�a y fr�gil figura animal que
ven�a a encontrarse conmigo. Al principio no me extra�� pues es com�n en
cualquier parte cruzarse con perros callejeros. Sin embargo mi sorpresa no tuvo
l�mites al ver que se trataba de la peque�a y linda perrita de pelaje marr�n que
el negro gara��n de las cicatrices hab�a dejado en tan malas condiciones.
Me detuve intrigado de verla como indagando con mis ojos su
estado f�sico. Ella, por su parte, se me acerc� y comenz� a mover la colita
haciendo rodeos amistosos alrededor de m�. Fue cuando aprovech� para echarle un
vistazo a su trasero descubriendo que su vulva no mostraba el menor da�o.
Incluso podr�a decir que se le ve�a bastante bien, como si nada hubiese pasado.
La hembrita comenz� a deslizarse y a repegarse sobre mis piernas, como deseando
agradecerme las muestras de afecto que le manifestara en la ulterior ocasi�n,
cuando su amante la hab�a traqueteado sin misericordia.
Yo la dej� actuar con libertad en tanto bajaba mi mochila al
suelo y me sentaba sobre el piso para juguetear con ella. El animalito se
recost� junto a m� y comenz� a lamerme con suavidad las piernas por encima de la
tela emitiendo una suerte de quejiditos tan dulces y amistosos que me hicieron
sentir bien. Sudoroso como estaba saqu� mi pa�uelo y me sequ� nerviosamente las
mejillas.
Despu�s de varios minutos de estar as� la hembrita se levant�
y empez� a buscar con su lengua alg�n sitio de mi cuerpo que no estuviese
cubierto. Y digo esto porque al ver que la parte baja de mis pantalones se me
sub�a un poco al doblar mis rodillas, comenz� a lamer mis pantorrillas
descubiertas. Al parecer le gustaba hacer eso.
La rugosidad de su lengua y la tibia humedad que de ella se
desprend�a me hicieron estremecer de extra�a forma. Jam�s hab�a sentido la
lengua de un perro y menos acariciar mi piel de ese modo. En casa no hab�a
perros porque a mis padres no les agradaban. Pero ahora que sent�a la sutil
caricia pod�a darme cuenta que el ap�ndice lingual de los perros posee
caracter�sticas poderosas e incomparables.
Los detalles de la �ltima batalla sexual que hab�a visto
vinieron a mi mente manifest�ndose en urgentes deseos en mi bajo vientre. Mi
verga acus� de inmediato el efecto er�ctil y comenz� a estirarse con rapidez
bajo la tela. La perrilla segu�a lamiendo suavemente la piel de mis piernas
subiendo lo m�s que pod�a hacia la parte de arriba. El fuego candente de su
leng�ita me abrasaba y me hac�a sentir cosquilleos inconfesables.
Sintiendo mi pito salvajemente endurecido no pude sustraerme
al �ntimo deseo de pajearme all� mismo. Animado y excitado por las inesperadas
caricias de la lengua de mi dulce amiguita jal� el cierre y me la saqu�. Mi
polla surgi� dura y tensa movi�ndose de un lado a otro con la cabeza roja y los
pliegues protectores de la punta semi abiertos.
Jal� con suavidad el prepucio hacia abajo y la pel�. La
gruesa cabeza emergi� retadora con su �nico ojo viendo hacia arriba. Le pegu�
otro jal�n m�s y otro m�s. Y de nuevo otro. �Oh, qu� delicia! Pronto mi polla se
hallaba sujeta y tensa entre mis manos mientras se balanceaba como un p�ndulo.
Escup� entre las palmas varias veces y la estruj� entre los r�os salivosos.
Ante las oleadas de placer de las manipulaciones cerr� los
ojos y me abandon� entre ricos escarceos y quemantes apretones. De pronto sent�
c�mo algo se acomodaba entre mis piernas. Abr� los ojos y vi a la perrita color
marr�n intentando abrirse paso entre mis piernas. De momento sent� cierto
rechazo por su acercamiento temeroso de que llegara a morderme la pija.
Sin embargo la hembrita no cesaba de moverse inquietamente
sobre mis piernas. En un acto de prevenci�n y maldiciendo mentalmente la
interrupci�n me guard� la verga sin cerrar la bragueta. A�n as� admiraba el
bulto bajo la tela. Habiendo protegido mi pija dej� actuar a la perrita y pronto
la tuve encima de mis muslos. Su peque�o cuerpecito rozaba contra mi p�jaro
endurecida una y otra vez. Como no dejaba de moverse aquello me gust�, pues
estimulaba de modo especial mi regi�n p�bica.
�En esos instantes estaba descubriendo sensaciones nuevas!
Habiendo sentido por primera vez aquellas caricias mi mente comenz� a forjar
ciertos escenarios prohibidos. No obstante yo segu�a neg�ndome a m� mismo lo que
tanto deseaba.
�Y si dejaba que la hembrita siguiera movi�ndose sobre mi
polla hasta que me sacara la leche? �Qu� se sentir�a si la dejaba hacerlo? Pero
si actuaba as� me descargar�a dentro del pantal�n y eso no era conveniente.
Mi cerebro divagaba intentando justificar mis m�s �ntimos
anhelos. �Y si me la sacaba para sentir solamente su peludo cuerpecito roz�ndome
la pija? No, eso no. Era una simple perra callejera y probablemente el roce de
su pelaje podr�a infectarme. Aunque despu�s de todo la hembrita no se ve�a tan
sucia. Por lo visto era un animalito sano y seguramente alguien la estaba
atendiendo, a juzgar por su aspecto. Pod�a sentir su t�pico olor a perra. Yo
estaba luchando con mis pensamientos en tanto mis deseos y mi estado de
excitaci�n crec�an.
De cualquier modo quise asegurarme de no ser visto por nadie.
Estremecido por la brama me puse de pie y tom� mi valija yendo a internarme
entre la espesura. Sin que yo dijera nada la fiel hembrita me sigui� d�cilmente.
En medio de la maleza y protegidos de ojos intrusos, volv� a sentarme sobre el
piso. La perrita retorn� de nuevo a sus gr�ciles movimientos sobre m�. Los
constantes roces de su cuerpo sobre mi apretujada pija me elevaban por los aires
del deseo. De hecho casi estaba a punto de venirme. Fue por ello que la alej� un
poco tratando de retener la amenazante eyaculaci�n.
-Calma, calma....tranquila ni�a...qu�date quietecita -le dije
cari�osamente al tiempo que apretaba el culo para no venirme-
La perrita me miraba con confianza sin dejar de moverse entre
mis manos. Cuando sent� que el aluvi�n de leche retorn� a mis test�culos y las
ganas de venirme desaparecieron la dej� hacer de nuevo sus graciosos
movimientos. De nuevo los apretujones de su peque�o y m�vil cuerpecito me
llenaron de placer. Mi verga se hallaba a punto y todo era cuesti�n de soltar
mentalmente la pr�stata para que los aluviones de leche hicieran el primer
reguero.
Queriendo prever un desaguisado, decid� no venirme bajo el
pantal�n. Arriesg�ndome a todo me levant� y me quit� los pantalones. Esta vez mi
tiesa polla qued� al descubierto y en la punta del capullo sobresal�an gruesas
gotas de semen. Yo las disemin� lentamente con mi dedo alrededor del glande.
�Fant�stico! Volv� a escupir varias veces en mis manos y tall� la savia salivosa
a lo largo de mi parado falo humedeciendo por completo el tronco y la cabeza.
�Genial!
El trepidante jaloneo no se hizo esperar y pronto mi polla se
balanceaba r�tmicamente ante la cara de la hembrita, que miraba fijamente mis
fren�ticas maniobras. La peque�a no dejaba de encimarse sobre mi entrepierna.
Por eso le hab�a puesto el antebrazo como valla protectora. En un momento dado y
ante la intensidad del delirio del cachondeo no advert� cuando la perra logro
subirse sobre m� y se abalanz� sobre mi parada pija.
El primer leng�etazo lo sent� deslizarse quemante alrededor
de mi roja cabeza. En un acto reflejo mov� mis muslos hacia un lado. Quer�a
alejar torpemente mi polla del hocico de mi amiguita. Pero confieso que fue
mayor el gusto que sent� por la lamida. A�n con ciertas reservas fui moviendo mi
verga hacia ella manteni�ndola cubierta con mis manos.
La hembrita, al descubrir frente a su cara el enhiesto pedazo
de carne caliente estir� golosa su leng�ita y volvi� a rozar mi h�medo glande.
�Oh gloriosa sensaci�n! �Todo eso era realmente incre�ble! Habiendo tomado m�s
confianza le acerqu� una vez m�s la punta del pito a la babosa trompa. �Un nuevo
leng�etazo me llev� al reino de la brama! Ya no puse m�s barreras y al fin me
decid�.
Solt� mi polla al aire y acerqu� mi tembloroso cuerpo lo m�s
que pude a su hocico. El animalito, al ver que por fin podr�a disponer de aquel
caramelo oloroso y radiante, se aprest� a saborearlo con toda libertad poniendo
especial empe�o en la gruesa cabeza. No puedo describir con exactitud las
delicias de una mamada canina. S�lo dir� que es algo �nico; algo superlativo.
La extra�a rugosidad y tersura de su lengua, la humedad
candente de su boca, la tibieza de la baba que mana de adentro, la incomparable
sutileza de sus papilas degustativas, la velocidad prodigiosa de su instrumento
lingual, el no cansarse jam�s cuando lamen y muchos otros atributos
inconfesables son los ingredientes que podr� disfrutar cualquiera que intente lo
mismo que yo. Y hasta me atrevo a afirmar que si la perra que te mama es hembra,
mucho mejor.
M�s r�pido de lo que esperaba mi leche surgi� como un volc�n
en erupci�n. La perrita, en un despliegue de destreza inaudita, abrev� una y
otra vez en aquellos manantiales de leche caliente que surg�a a borbotones. Como
si supiera lo que deb�a hacer en los instantes sublimes, sus leng�etazos
aumentaron de tono. Mi pene escup�a y escup�a en sucesivos estertores la tibia
savia de mis huevos y una y otra vez la hembrita degust� con fruici�n el jugoso
n�ctar prohibido.
Tuve que alejar mi polla de su pegajoso hocico, pues no
quer�a dejar de lamerla. �Todo un prodigio! Ya ve�a que la perrita era
incansable para esas lides. Procur� limpiarme los surtidores de leche de mi
cuerpo mientras pensaba en la estupenda mamada que acababa de darme. En
definitiva me hab�a gustado mucho aquello.
Deliberadamente esper� a que mi cuerpo volviera a cargar
semen y media hora despu�s me hallaba listo para repetir la cachonda operaci�n.
Y lo m�s fant�stico de todo fue que mi amiguita volvi� a aplicarse en su labor
como toda una experta. Aquella tarde pude disfrutarla por largas y suculentas
horas descubriendo, experimentando, gozando y eyaculando de lo lindo. �Cu�ntas
delicias inconfesables me prodig� la apasionada lengua de aquella hembrita!
Muchos dicen que los perros son muy inteligentes y sin duda
es as�. Mas yo pienso que este animalito, independientemente de sus dotes
naturales, debi� haber sido ense�ado por alguien a hacer aquello. �Por qu� lo
digo? Porque realmente no he hallado a otra perra que me lo mame igual. �ste
peque�o ejemplar ten�a en verdad maestr�a y doctorado en mamatolog�a canina.
Despu�s de venirme varias veces sobre su larga lengua y
sintiendo mis extremidades temblorosas decid� dar por terminada la sesi�n de
aquella tarde. Deseaba en mi fuero interno adoptar a la hembrita de pelo marr�n,
pero bien sab�a que mis padres no me lo permitir�an. Fue por ello que tuve que
dejarla ir confiando en encontr�rmela de nuevo por el camino.
Cap. II
Sabedor de que los animales, como los humanos, se adaptan
bien con quien les brinda comida y cari�o, me hice de algunos l�cteos
achocolatados procurando traerlos siempre conmigo. Los d�as transcurrieron y no
volv� a ver a la hembrita hasta que pasaron casi dos semanas.
Era l�gico que despu�s de haber estado tanto tiempo juntos la
�ltima vez, la peque�ita se sintiera contenta de volver a verme. Yo, por mi
parte, estaba desesperado por llevarla tras los matorrales, pues confieso que de
tan solo verla se me hinch� la verga como si se tratase de un globo. R�pido como
el rayo camin� en direcci�n de los arbustos y me sent� sobre el piso. Antes de
comenzar me hice de los l�cteos y abriendo uno, se lo exprim� en la boca. El
animalito se goz� con el delicioso l�quido sabor chocolate que pocas veces ten�a
la fortuna de probar.
Despu�s del banquetazo la peque�a se me tir� encima
restreg�ndome la azucarada lengua entre las piernas. Comprendiendo al punto lo
que ella deseaba, me deshice de los pantalones y agarr� mi parada polla. Cog� un
poco de leche y me embadurn� la pija por todo el tallo y en particular en la
gruesa y roja cabeza. En seguida se la acerqu� al hocico. La peque�a pilla
comenz� a leng�etearme el pito con admirable entusiasmo al tiempo que yo me
deleitaba enormemente con las tibias e incomparables sensaciones de mi glande.
Por segunda ocasi�n me abandon� al extra�o e inconfesable
placer de ser lamido por una perra, mientras los r�os de leche sal�an una y otra
vez del interior de mi incansable pene. A pesar de que mis venidas no cesaban mi
polla segu�a manteni�ndose erguida. Incluso puedo decir que entre m�s me la
lam�a, m�s dura se me pon�a. �Era incre�ble! Jam�s me hab�a sucedido antes.
Luego de varias horas de plenitud y disfrute quise de pronto
experimentar algo nuevo. Lo que mi mente me ped�a era saber qu� se sentir�a si
en lugar de que me lamiera la verga se la met�a dentro del hocico. Pens� que
quiz�s el apret�n de sus mand�bulas me regalara la sutil suavidad de algunas
mordiditas mientras enrollaba mi pito con su tibia y tersa leng�ita. �Un
pensamiento bastante tentador!
Plenamente confiado en que mi amiguita jam�s me har�a da�o
tom� el riesgo de hacerlo de esa forma. Hinc�ndome en el piso tom� al animal por
la cabeza y le acerqu� mi polla enhiesta a su babeante trompita. Ella abri� m�s
el hocico como esperando que se la introdujera mientras sacaba la lengua. Le
met� la pija parada en el interior del hocico y se la solt� dentro. La hembrita
reaccion� de un modo inesperada.
Volteando la cabeza se alej� nerviosamente d�ndose la vuelta.
La vi caminar hacia un lado de los matorrales y pens� que hab�a cometido un
fatal error. Maldije el haber intentado hacer aquello y me qued� intranquilo,
esperando a ver si retornaba a m�. No quise llamarla ni ir en pos de ella para
no ciscarla m�s. Y la estrategia dio resultado. A poco, la peque�a regres�
moviendo la colita con ansiedad.
Antes de continuar consider� prudente mandarle algunas
se�ales de confianza y en seguida saqu� otra golosina l�ctea y se puse frente a
la trompa. Antes que acabara de comer aprovech� para volver a embadurnarme la
pija con el dulce, y sin perder las esperanzas, retom� mis intentos por
met�rsela lentamente dentro del hocico.
Esta vez funcion� muy bien, pues mi amiguita, comprendiendo
al fin lo que yo deseaba hacer, se trag�, por as� decir, mi parada polla dentro
de su hocico y comenz� a estrujarla suavemente entre sus dientes mordiendo con
lentitud mi estremecido p�jaro. Su larga lengua se fue enrollando poco a poco
alrededor del tronco e inici� una suerte de mandibuleo muy tenue como si
estuviese masticando un rico hueso. �Qu� sensaciones tan excepcionales!
Simplemente no pueden ser expresadas con palabras.
No puedo describir lo que sent�, pues me volv� a descargar
con violenta furia dentro del hocico de mi amiguita, quien no paraba de chupar
con feroz sincron�a. Fueron varios minutos de inenarrable lujuria y tan intensas
fueron las oleadas de brama y las volc�nicas erupciones de leche que al final me
qued� tendido sobre el suelo hasta que los estertores de mi cuerpo cesaron.
Con aquella nueva experiencia a cuestas podr�n adivinar
f�cilmente qu� fue lo que hice en adelante con mi fiel amiguita. Al menos dos
veces por semana, si es que la hallaba en el camino, nos perd�amos entre la
boscosidad para entregarnos al placer carnal. Era como si ella entendiera
claramente que lo que hac�amos yo lo deseaba ardientemente.
A partir de all� mis abiertas inclinaciones por aquellas
depravaciones con la perra, si es que las puedo llamar as�, suplieron cualquier
otra afici�n en el terreno de lo sexual.
Podr�a decir por otra parte que la peque�a perrita de pelo
marr�n se convirti� en mi fiel amante y yo en el suyo. As� de simple. Entre
nosotros surgi� una extra��sima liga de entendimiento, simpat�a y comprensi�n.
�Incre�ble!. �Por qu� extra�o influjo sucedi� todo aquello? Ni yo mismo lo s�.
S�lo s� que sucedi�.
Pas� el tiempo y nuestra relaci�n, como cualquier relaci�n
entre amantes que se quieren, continu� viento en popa. Y puedo decir que para mi
fortuna jam�s nos descubrieron. Yo me cuidaba muy particularmente de ello. Ante
las facilidades que nos otorgaba la seguridad del bosque segu� manteniendo y
cultivando aquella extra�a relaci�n perra-hombre que tantas delicias me
regalaba. De hecho hasta me olvid� en aquel tiempo de las chicas, por as�
decirlo, para entregarme en cuerpo y alma a mi extraordinaria amante canina.
En ese entonces yo tendr�a unos 16 o 17 a�os, pero a�n as�
mis experiencias zoof�licas crec�an en intensidad y madurez. Me daba cuenta que
como pocos j�venes de mi generaci�n, yo me hab�a atrevido a saltar al vac�o
jug�ndomela con la perrita, y me hab�a dado resultado. As� era de simple.
Por si fuera poco, la producci�n de leche nunca se acababa
sino todo lo contrario. Es posible que por lo mismo me sintiera impulsado a
intentar cosas mucho mas atrevidas con mi amiguita.
Cierta tarde en que la hembrita de mis amores me hab�a
mamando la polla hasta el delirio y sintiendo que mi pene no se aflojaba me
detuve a meditar en la posibilidad de meterle mi polla por la grutita de su
diminuta vulva. Por alguna raz�n hab�a estado recordando insistentemente la
brutal culeada del gran perro negro y de alguna manera yo deseaba gozarla
tambi�n por el mismo hoyo. Al fin y al cabo que ya hab�an pasado varios meses
desde aquellas lastimaduras.
Inici� mis intentos como jugando a tocarle con suavidad la
parte exterior de su afelpado chochito sin ir m�s all�, al tiempo que evaluaba
sus reacciones. Pas� dos dedos por la tersa flor apretujada, tan peque�ita como
la cuquita de una ni�ita de 8 a�os, bordada de corta y suave pelusilla. La
peque�a ni se inmuto. Animado, segu� acariciando la entrada de su rajita
lentamente, sin prisas, mientras mi pito embarrado de leche era chupado
golosamente por su caliente hocico.
Totalmente confiado en su t�cita aceptaci�n y cuando
considere que era el momento apropiado me le acomod� por detr�s sin dejar de
acariciarle la conchita. La perrita se qued� quieta, muy quieta, como esperando
entender lo que yo deseaba hacer esta vez. Su actitud pasiva me anim� a seguir
adelante. Con la verga en ristre y puesto ya de rodillas sobre el pasto, me fui
acercando a su trasero. Teni�ndola a modo, con rapidez le puse la cabeza de mi
pito en la breve entradita.
En ese momento record� la pija del perro callejero y la
compar� mentalmente con la m�a. Entend� que si su vulvita hab�a podido albergar
por completo un pene tan largo y grueso como el del perro, no habr�a problemas
para que yo pudiese enchufarla con mayor confianza, ya que el m�o era mas chico.
Y si adem�s se lo hacia con cuidado evitar�a lastimarla.
Me escup� la verga abundantemente y la humedec� toda antes de
comenzar a empuj�rsela. Luego se la fui metiendo con lentitud. Al sentir la
invasi�n del intruso mi amiguita se doli� ante la embestida recordando quiz� por
reflejo la salvaje cogida de anta�o.
Inesperadamente dio unos pasos hacia adelante y se alej� de
mi lado. Yo esper� algunos minutos antes de volver a acercarme a ella y comenzar
de nuevo a acariciarle el lomo y la cabeza. No deseaba por ning�n motivo
inspirarle miedo. Tem�a en el fondo que no se dejara hacer lo que yo ansiaba. Lo
intent� de nuevo y esta vez su reacci�n fue mucho peor y se apart� por completo
de m�.
Intrigado por los motivos de sus extra�as reacciones pens�
que quiz�s no era el momento adecuado para intentarlo, ya que sab�a que los
perros, sobre todo las hembritas, suelen reaccionar s�lo durante los periodos de
celo.
Frustrado por mi deducci�n desist� en mi empe�o y trat� por
todos los medios de suavizar la tensi�n. Me acerqu� a paso lento y le puse
frente a la cara mi polla endurecida tratando que me la chupara. Pero ella ya no
quiso y de repente de alej� definitivamente. Quise seguirla pero me di cuenta
que ser�a in�til. La deje libre y me fui a mi casa rumiando el coraje y sin
poder entender su actitud.
Cuando me la encontr� unos d�as despu�s no note
resentimientos ni alteraciones en su conducta. Entr� en contacto con ella
mediante las sutiles maniobras de siempre poniendo mucho cuidado en dotarle de
una abundante raci�n de leche achocolatada. Esta vez su actitud mejor� y mis
�nimos se renovaron. Quise reintentar la consumaci�n de mis ganas de cog�rmela
por detr�s.
Aquel deseo no satisfecho me calaba el cerebro. Mi amiguita
por su parte lo que quer�a era mam�rmela, dados sus febriles movimientos sobre
mis muslos. Pero yo aument� deliberadamente las d�divas l�cteas y no me la deje
chupar, sino que me concentr� mejor en las suaves caricias alrededor de su
vulva.
Deseaba hacerla comprender que mi anhelo segu�a siendo el
mismo de la �ltima vez, cuando me hab�a despreciado ol�mpicamente. Entendida
como era mi amante para esas cuestiones debi� captar al punto mis deseos, pues
cuando me acerqu� cautelosamente por detr�s a su chochito entrecerrado vi que
esta vez adopt� una actitud pasiva y quieta.
Tomando confianza escup� abundantemente en mi pene, le
acomod� la roja cabeza de mi pito en su breve entradita e intente irla
penetrando despacio y lento. Para mi fortuna mi amiguita no se movi� de su
sitio. Alentado por ello di el segundo empujoncito tom�ndola suavemente de la
parte baja de su vientre. Quer�a asegurar la inmovilidad de su cuerpo contra mis
ansiosos muslos.
Vi claramente cuando la cabeza de mi verga fue ingresando
lentamente en su breve hendidura. Sinceramente era la primera vez que le met�a
el pito a un animal y puedo asegurar que es una de las cosas m�s deliciosas que
puedan existir.
La vulva de una perrita tan peque�a y graciosa como aquella
era diminuta y suave con paredes calientes y tersas. Y era mucho m�s apetecible
incluso que la de una mujer adulta, y muy parecida, digo yo, a la rajita de una
ni�ita menor de edad. �Toda una delicia! Pero lo m�s agradable fue la sensaci�n
que se experimenta dentro de aquel apretujado t�nel candente, casi quemante.
Porque ciertamente el calor que generan por dentro es extremo.
Sent�a mi pito vibrar como si lo hubiera metido en una sauna
a todo vapor. Empuj� otro tanto reteniendo angustiosamente la feroz eyaculaci�n
que amenazaba con salir. Casi la mitad de mi duro pito se perdi� dentro de su
linda oquedad. Sent� que la perra se movi� tantito como intentando caminar hacia
adelante, pero yo la retuve con firmeza para que no se me zafara.
Acostumbrada a ser montada con violencia, por fin se abandon�
a mis posesivos manejos dej�ndose hacer todo sin oponer ya resistencia. Cuando
entend� su t�cita aceptaci�n quise aprovechar la circunstancia para hundirle
toda mi polla de inmediato.
Un movimiento preciso hacia el frente bast� para penetrarla
por completo. Mi amiguita lanz� un gemido de dolor y de placer, pero muy pronto
se abandon� en tierna laxitud a la pasi�n de mis arremetidas. A poco comenc� a
sentir que su cuquita empezaba a humedecerse m�s r�pidamente de lo que esperaba.
No queriendo tener m�s sorpresas inici� cogi�ndomela muy
despacio, muy lentamente, pero a medida que met�a y sacaba mi verga de su vulva,
el deseo fue aumentando de tono. Pronto mis movimientos arreciaron volvi�ndose
fren�ticos y mi pene entraba y sal�a con velocidad y violencia de la tierna
cosita del animal.
De vez en cuando mi amiguita volteaba a verme como buscando
observar mis reacciones y entonces aprovechaba para acariciarle la cabeza
meti�ndole mis dedos en el hocico. Esa situaci�n fue d�ndole mayor confianza
hasta que comenz� ella misma a echar su grupa sobre m� peluda pelvis con la
intenci�n de que la bombeara m�s adentro.
Igualmente aprovechaba para morderme suavemente la mano, cosa
que incrementaba intensamente mi ardor y mi calentura. Confieso que esa primera
vez no dure mucho cogi�ndomela, pues no pudiendo contenerme m�s, a los cinco
minutos sent� los torrentes de semen que se desbordaban y se perd�an en el
interior de sus entra�as.
No estaba nada mal el chochito de la peque�a, pues lo sent�a
latir y palpitar apret�ndome febril el tallo de mi pene. Por supuesto que yo ya
me hab�a cogido algunas chicas, pero esto que estaba haciendo ahora no pod�a
compararse con nada. Ninguna de ellas lleg� a apretarme tanto el pito como la
conchita de la linda perrita marr�n. En descargas sucesivas acab� estremecido
dentro de ella y me qued� quieto por un rato. Ella por su lado tambi�n se quedo
est�tica como en espera de alguna cosa m�s.
Consider� que tal vez esperaba que yo la arrastrara como lo
hab�a hecho su �ltimo amante, lo cual desde luego no estaba en mis planes.
Pasados los estertores me sal� con lentitud de su chochito y mi amiguita se
volte� para verme atentamente a la cara. Pod�a ver en sus ojos un reflejo de
agradecimiento. Era como si no le agradara ser arrastrada, o tal vez s�, aunque
puedo decir que al menos no en la manera tan salvaje como lo hab�a hecho aquel
negro callejero.
A partir de aquel d�a las relaciones �ntimas con mi amiguita
entraron en una etapa diferente transform�ndose de pronto en una fuerte y
emotiva codependencia entre los dos. Ya no nos limit�bamos s�lo al arte de la
leng�eteada o de la mamada, tan sutilmente prodigiosas, sino que ahora hab�amos
ido m�s all�.
Por lo mismo cada vez que nos encontr�bamos era seguro que le
metiera la verga por la conchita vini�ndomele varias veces adentro. Era claro
que peque�a bribona se solazaba con mis tremendas culeadas que, por otra parte,
eran mucho m�s tiernas y suaves que los salvajes acoplamientos que ten�a por
costumbre practicar con los de su g�nero.
Pero a mi poco me importaba eso, pues sab�a que estando
juntos y solos podr�amos seguir entreg�ndonos mutuamente al grandioso placer
zoof�lico de follar y follar rico y sabroso. Y mientras la peque�a hembrita de
mis pasiones no se negara a seguir regal�ndome su cosita, yo estar�a contento de
verla.
Debimos demorar varios a�os practicando aquella relaci�n
secreta y prohibida y de hecho nunca fuimos sorprendidos cuando cog�amos. A
final de cuentas reconoc�a que ni nos descubrieron, ni tampoco me enferm� del
pene, ni la pre�� con tant�sima leche que le derram� en las entra�as, ni nunca
fui tachado de perverso o depravado.
A�n puedo recordar que cuando cumpl� los 18 segu�a siendo el
amante humano de mi perrita de conchita apretada. Solamente me vi separado de
ella algunos meses, cuando sali� pre�ada de un perro. Pero tiempo despu�s y a
las pocas semanas de haber parido sus cachorritos volvimos a las andadas como si
nada hubiera pasado. Y en ese entonces pude comprobar que su vulvita segu�a tan
normal y apretadita como el primer d�a. Cosas de la elasticidad de la piel, digo
yo.
Desafortunadamente y como suele suceder cuando la pasi�n es
fuerte, una inesperada desgracia me separ� para siempre de ella. Al parecer mi
linda perrita no vio el pesado cami�n que acab� con su vida en la carretera, y
yo tuve que guardarme el intenso dolor por su gran p�rdida.
En los a�os que siguieron a la tragedia s�lo me relacion� con
mujeres, intentando olvidar las experiencias tan calientes que hab�a vivido con
mi antigua amante. Y ciertamente experiment� con ellas gozos de diversos tipos.
Pero ese ser� tema para otro relato.
Con el paso del tiempo casi me olvid� de mi peque�a y linda
perrita de pelo marr�n que hab�a sido la primera y �nica amante de mi vida. El
tiempo fue transcurriendo de prisa hasta convertirme en un hombre casado. Vi que
mis hijos comenzaron a crecer en medio de una vida familiar bastante rutinaria y
como la de cualquier hombre.
S�lo de vez en cuando lograba recordar el quemante secreto
que guardaba tan bien en mi memoria.
La vida sigui� su curso y cuando cumpl� los 38, el �xito
hab�a llegado a mi vida. Por aquel entonces y de modo repentino se me vinieron
encima una serie de sentimientos de furor y calentura que no entiendo bien por
qu� se manifestaron. Era como si tomara mi segundo aire sexual. �Ser�a acaso una
cuesti�n hormonal? No lo sab�a pero tampoco quer�a averiguarlo.
Mientras fuese deseo y calentura todo estaba bien. Malo que
hubiera sido lo contrario. Incluso puedo decir que retorn� a mis ciclos
masturbatorios en apariencia dormidos para volver a toquetearme febrilmente mi
verga y eyacular en solitario cuando la ocasi�n se me presentaba, obviamente
siempre a espaldas de mi mujer.
Cuando me quedaba s�lo disfrutaba con amplitud y generosidad
de las furtivas caricias como un adolescente, pero por tener ahora mucho m�s
experiencia pronto quise aumentar el sentido lascivo de mis manipuleos agregando
una que otra novedad, sobre todo si eran como cositas prohibidas.
Una de las pr�cticas secretas a las que francamente me
aficion� much�simo en ese tiempo fue a usar mi trasero como medio locomotor del
orgasmo. Comenzaba primero dede�ndome suave y largamente el bordecito de mi
arrugado esf�nter para despu�s intensificar los toqueteos con mis yemas
ensalivadas hasta acabar meti�ndome dos o tres dedos por el culo.
Una vez que los hab�a hundido completamente iniciaba una
suerte de apretamientos voluptuosos haciendo palpitar con fuerza mi culito lo
m�s que pod�a, en sucesivos espasmos, y mov�a luego mis dedos en c�rculos en el
interior hasta que lograba saciarme en apetitosos orgasmos.
Reconozco que todo aquello me fue llevando lentamente por una
insana senda de pasi�n que pronto me hizo desear ardientemente meterme algo
mucho m�s vivo por el culo. Pens� inclusive en buscar alg�n hombre con el cual
poder disfrutar en oculto mis desbordados instintos, y aunque confieso que
busqu� un prospecto durante algunos meses, lo cierto es que no hall� a nadie
dispuesto. O quiz�s en el fondo nunca me atrev� a llevarlo realmente a cabo.
Pero las circunstancias, como siempre, habr�an de contribuir
a la experimentaci�n de cosas nuevas, con algo que ni siquiera hab�a esperado.
La compa��a para la que trabajaba me ofreci� en ese tiempo un
ascenso. La �nica condici�n era salir de la ciudad donde viv�a. Como la
oportunidad era bastante buena para nuestra econom�a, mi esposa y yo tomamos la
decisi�n de aceptar. Unas semanas despu�s me hab�a trasladado solo a otra
ciudad, desde donde har�a con toda calma los preparativos para el posterior
menaje familiar.
Por algunos meses vivir�a solo y viajar�a los fines de semana
a casa. Muy pronto me enrol� en la nueva rutina laboral y comenc� a vivir en una
casa que rent� para el efecto. Se trataba de un chalet de mediano tama�o, muy
mono por cierto, que la due�a me alquil� a buen precio, con la �nica condici�n
de que aceptara compartir con ella el mismo patio.
En realidad no era un patio sino se trataba de un gran huerto
lleno de verdor, donde abundaban los �rboles frutales. Y es que la casita hab�a
sido construida en el �rea de traspatio de la residencia de la propietaria, de
modo que ambas estaban protegidas por el mismo vallado, aunque cada una dispon�a
de la privacidad suficiente.
La se�ora, una madurota mujer de cincuenta y tantos, era en
realidad una viuda amable y tranquila, pero muy temerosa, por lo cual ten�a por
costumbre acostarse temprano y se hab�a hecho de un perro ovejero al que soltaba
por las noches para que hiciera la guardia. Viv�a sola con Jaque, que as� lo
nombraba, porque sus hijos se hab�an casado y ya hac�an vida propia.
Aparte de la llave de mi casa, me dio tambi�n la de la
entrada del port�n principal. Con el paso de los d�as el gran Jaque pronto se
hizo mi amigo y cuando llegaba a casa siempre me sal�a a recibir con inquietos
movimientos de cola salud�ndome y levant�ndose sobre sus patas traseras. Yo
aprovechaba la gentil recepci�n para acariciarle el lomo y la cabeza, cosa que a
�l le agradaba mucho.
Cierta ma�ana en que me iba al trabajo me encontr� en la
puerta de la calle con una pareja que llevaba una linda perra encadenada, de muy
buen porte por cierto. Entraron al patio y trabaron pl�tica con do�a Nico, la
due�a. Cuando regres� por la tarde me encontr� con la novedad de que le hab�an
acercado la hembra a Jaque para la cruza.
Aquella circunstancia me hizo recordar de repente mis
antiguos amor�os con la peque�a perrita y esa misma noche tuve que entregarme a
las m�s ansiosas masturbaciones haciendo de paso las delicias de mi cachondo
culo.
Ser�an como las once de la noche cuando comenc� a o�r los
gemidos en el patio. Recordando que la hembra visitante se hallaba en celo,
detuve mi caliente sesi�n de autocomplacencia para ir a escudri�ar entre la
penumbra. R�pidamente me puse el pul�ver deportivo y me sal� al patio. Mientras
mis ojos se acostumbraban a la oscuridad recorr� en silencio el amplio terreno
hasta que descubr� a la pareja en una de las esquinas m�s alejadas.
Dirig� con ansiedad mis pasos hacia all� para ver mejor lo
que hac�an. No tard� en descubrir a Jaque realizando la hermosa labor que tanto
me agradaba. El pastor alem�n se hallaba montado sobre la grupa de la perra, que
por cierto era de su misma raza. La hembrita aquella era un ejemplar de precioso
aspecto y de pelaje brilloso, digna compa�era del enorme Jaque, que por lo visto
no acostumbraba perder el tiempo.
Las patas delanteras del macho manten�an cogida fuertemente a
la hembra que permanec�a inm�vil y en actitud pasiva, en tanto Jaque, doblado en
grueso arco, se dedicaba a un fren�tico bombeo con su enorme pene metido en la
panocha. Como podr�n imaginar el espect�culo me calent� al extremo, pues de
pronto recordaba tan n�tidas como al principio las candentes im�genes de los
perros que hab�a admirado la primera vez en mi etapa adolescente, al igual que
mis encuentros zoof�licos con mi peque�a amante.
Entregados como estaban en su particular quehacer ninguno de
los dos hizo el menor caso de m�, por lo cual me instal� c�modamente a un lado
para observar complaciente el candente encuentro. Antes de entregarme a la
contemplaci�n de las acciones ech� un vistazo a la casa de do�a Nico comprobando
que todas las luces se hallaban apagadas.
Seguro ya de no ser interrumpido me sent� en el suelo y
comenc� a disfrutar de las peripecias sexuales de la singular parejita. A�n
cuando yo esperaba que los canes demoraran cogiendo, en realidad no fue as�,
pues m�s pronto de lo que esperaba escuch� los t�picos gemidos que anteceden a
la venida del macho y que propician la entrada de la gigantesca pelota en la
vulva de la hembra.
Comprendiendo al punto que el feroz ayuntamiento estaba por
consumarse tuve que conformarme con disfrutar solamente del desenlace, pues casi
en seguida Jaque le insert� el grueso alv�olo a la linda perra haci�ndola bramar
de dolor, pero tambi�n de placer. Con una soltura poco usual el inteligente
macho se desdobl� r�pidamente para modificar su posici�n original quedando al
fin pegado y en posici�n invertida contra la grupa de su compa�erita de juegos.
En pocos minutos se hab�a consumado el acto canino llegando a
su cl�max frente a mis