Relato: El Don (1)



Relato: El Don (1)

La casa no era muy grande. Una m�s entre las muchas de
aquella urbanizaci�n a las afueras. Pero era agradable a la vista. El lugar
tampoco estaba mal. Parec�a tranquilo. A pesar de ser media ma�ana, no se ve�a
un gran movimiento de gente.


Me acerqu� a la puerta principal, sin dejar de asombrarme de
lo hermosa que pod�a ser una casa si se decoraba sin demasiadas pretensiones.
Pero mi trabajo all� no era admirar la belleza del entorno, sino otra muy
distinta. Tomando una gran bocanada de aire, no porque necesitara hacer acopio
de valor, sino porque me gusta respirar el aire puro cuando me alejo de la
ciudad, llam� a la puerta.


Al cabo de unos momentos, un ojo apareci� ante la mirilla,
escudri��ndome. Con un apagado grito de reconocimiento y de sorpresa, la puerta
se abri� mostrando a una morena ama de casa, rondando la treintena de a�os, que
vest�a un ch�ndal azul y llevaba una toalla en la mano. Su pelo estaba mojado.
Sus ojos reflejaban la misma sorpresa que su voz no hab�a podido ocultar a
trav�s de la puerta.


- �Carlos! Dios m�o. �Que haces aqu�?


Con una sonrisa, me encog� de hombros.


- Pasaba por aqu�, y se me ocurri� entrar a hacerte una
visita.


- Pero... pero... - apenas pod�a articular ninguna palabra -
�Como se te ha ocurrido venir sin avisar?


- Estaba en la ciudad por un asunto de negocios. He terminado
pronto y he pensado en venir a veros - su rostro mostr� una leve sombra de
culpabilidad cuando not� el �nfasis que hab�a puesto en la palabra "veros" - Y
por lo visto no he venido en buen momento. Llevo cinco minutos en la puerta y
todav�a no me has invitado a entrar.


- No seas tonto - dijo apart�ndose a un lado para dejarme
pasar - Lo que ocurre es que me he quedado tan sorprendida que hasta se me ha
olvidado ser cort�s. Pasa, ya sabes que estas en tu casa.


Cerr� la puerta y me dio un beso de bienvenida en la mejilla.
Al hacerlo, pude comprobar que la chaqueta del ch�ndal apenas estaba abrochada.
La parte superior se abri� cuando se movi� para besarme. No llevaba sujetador.
Su seno parec�a firme y muy apetecible. Ella, al darse cuenta de que la estaba
mirando, se sonroj� y subi� la cremallera.


- �Te apetece tomar algo?


- Apenas hace un rato que he almorzado. Pero gracias de todas
formas.


Se la ve�a nerviosa. Apenas sab�a que decir o que hacer.
Dudaba entre darme la mala noticia en el recibidor, o esperar a que estuvi�ramos
en el sal�n. Finalmente, decidi� esperar.


- Pasa al sal�n y si�ntate en el sof�. Yo subir� a ponerme
algo m�s decente y bajar� en seguida. Si cambias de idea, la cocina est� al
fondo. En la nevera encontrar�s refrescos fr�os. S�rvete t� mismo.


La mir� mientras desaparec�a escaleras arriba. A pesar de que
un ch�ndal no puede considerarse una prenda demasiado er�tica, la verdad es que
el que ella llevaba era muy ajustada. Su trasero no estaba nada mal llenando
completamente la tela que lo recubr�a. Era firme y parec�a duro. Por lo visto
segu�a realizando ejercicio f�sico todos los d�as. Probablemente, acababa de
llegar de correr y se hab�a duchado apenas hac�a unos minutos.


Entr� en el sal�n. No era demasiado grande, o tal vez era un
efecto �ptico producido por la gran cantidad de muebles que estaban distribuidos
por toda la habitaci�n, entre los que destacaban tres sof�s, dispuestos en forma
de "U", con una peque�a mesa en el centro. Hac�a las veces de sal�n y sala de
estar al mismo tiempo.


No ten�a sed, pero me levant� y fui a la buscar algo en la
nevera, m�s que nada para pasar el rato mientras esperaba. Al cabo de unos
minutos de volver al sal�n, la escuch� bajar las escaleras. Entr� y se sent�
justo enfrente de m�. Comenzamos una conversaci�n de circunstancias. Me pregunt�
sobre el motivo de mi visita a la ciudad y se interes� por mis negocios. Segu�a
nerviosa. Ten�a las manos cruzadas y apoyadas sobre las piernas. No dejaba de
frot�rselas para secarse el sudor. Mientras habl�bamos de tonter�as y esperaba a
que se decidiera a contarme lo que yo ya sab�a, me entretuve mirando la ropa que
hab�a elegido.


Llevaba falda. No demasiado larga, pero tampoco era una
minifalda. No llevaba medias. No se hab�a molestado en pon�rselas para estar en
casa. Me decepcion� un poco, puesto que unas medias, sobre todo si son negras,
cubriendo las piernas de una mujer, son el mejor afrodis�aco que conozco. A
pesar de todo, sus piernas eran preciosas. El ejercicio diario les sentaba
divinamente. En la parte de arriba llevaba un su�ter de lana, no demasiado
grueso. Ya no hac�a el calor del verano, pero era media ma�ana y el sol luc�a en
la calle. El su�ter, como casi todas las prendas que la hab�a visto vestir en
las pocas veces que nos hab�amos encontrado, era muy ajustado. Sus pechos
resaltaban bajo el amarillo de la lana atrayendo continuamente mi mirada. Ella
lo sab�a, y eso la hac�a sentir a�n m�s inc�moda y nerviosa


Finalmente se decidi� a contarme la verdad


- Carlos, no s� porqu� todav�a no me has preguntado por
Pedro, pero antes de que lo hagas, he de decirte algo. Hemos tenido ciertos...
problemas y nos hemos separado. Esta misma semana lo he echado de casa. Las
cosas han ido deterior�ndose entre nosotros en los �ltimos meses. Ya no �ramos
la pareja feliz que t� conociste. Ya sabes lo dominante que es Pedro. Al fin y
al cabo, fuisteis compa�eros de universidad y muchas veces os hab�is re�do de su
car�cter en aquellos tiempos. Pues no ha mejorado desde entonces. Le gustaba
obligarme a... hacer cosas contra mi voluntad, y yo no soy el juguete de nadie.
Mi vida era casi un infierno. Hasta que ya no he podido soportarlo mas


Un inc�modo silenci� sigui� a sus palabras. Poco despu�s de
comenzar a hablar hab�a bajado la mirada hacia el suelo y segu�a con los ojos
fijos en ninguna parte. Pedro era mi mejor amigo, aunque apenas nos ve�amos un
par de veces al a�o, y ella me estaba diciendo que era un pervertido. Se sent�a
muy inc�moda. Pod�a sentirlo, pero nada de lo que yo dijera la har�a sentirse
mejor.


Aunque tampoco era esa mi intenci�n.


- No te sientas mal, Carmen. Ya lo sab�a.


- ��Lo sabias?? Pero, �como...?


- Esta misma ma�ana he estado hablando con �l.


- �Y porque no...?


- Es una historia un poco larga. Tranquil�zate y d�jame
cont�rtela, por favor.


Pod�a ver la irritaci�n en su cara. Se sent�a como si le
hubiese estado tomando el pelo.


- ... y te habr� pedido que hables conmigo para que le
perdone, �no?


El tono de irritaci�n en su voz era patente.


- No exactamente. Por favor, d�jame acabar de hablar.


Se levant� del sof�, furiosa.


- Mira Carlos, no s� lo que te habr� contado, pero nuestros
problemas no son asunto de nadie m�s que de nosotros. T� no puedes comprenderlo.
Eres hombre y supongo que te pondr�s de su lado, y no estoy dispuesta a...


- Carmen - mi voz era suave - si�ntate, por favor - y al
mismo tiempo "empuj�" con mi mente.


Su rostro me mir� confuso durante un instante, y luego se
sent�.


- Hace unos d�as me llam�. Me dijo que le hab�as echado de
casa y me dio su versi�n de los hechos. Tienes raz�n. Pedro siempre ha sido un
poco raro en cuanto a sus gustos, pero no m�s que la mayor�a de los hombres. El
problema es que t� eres demasiado dominante, demasiado independiente, y
demasiado feminista. Dices que Pedro es tir�nico, pero la verdad es que no lo es
m�s que t�. La �nica diferencia es que Pedro intenta aprovechar vuestro
matrimonio al m�ximo. A �l le gustar�a que en algunos momentos fueras sumisa y
obediente, sobre todo en el terreno sexual, pero a ti no te gusta ese papel de
esclava que debes de jugar de vez en cuando y aborreces la idea de dejarle
mandar completamente. De ah� vienen todos vuestros problemas. Dos personalidades
dominantes chocan una contra la otra y acaban reventando un matrimonio. Pedro
todav�a te quiere, y quiere volver a vivir contigo. Tienes raz�n en una cosa. Me
ha pedido que hablara contigo, para ver si te hac�a cambiar de idea, y yo le he
asegurado que iba a conseguirlo.


- Pierdes el tiempo. No pienso dejar que �l, ni nadie, domine
mi vida. No voy a dejar que...


- S� que vas a hacerlo, porque no tienes elecci�n.


Mis palabras fueron tajantes, causando el efecto que yo
esperaba. Pude advertir en su mirada la duda sobre lo que yo intentaba decir,
pero no le di tiempo a preguntar.


- Ver�s, Carmen. Tengo un peque�o secreto que no conoce mucha
gente, y los que lo conocen no se lo pueden contar a nadie. Cuando era peque�o,
mis padres me dejaban siempre hacer lo que yo quer�a: comer dulces, ver la
televisi�n hasta tarde, y nunca me castigaban por nada que yo hiciera. Yo cre�a
que todos los padres del mundo hac�an lo mismo, hasta que me di cuenta de que no
ocurr�a as� con mi hermana, a la que le hac�an acatar las normas continuamente.
Un d�a, cuando yo ten�a 12 a�os, una profesora del colegio me suspendi�. La odi�
tanto que solo quer�a dejarla en rid�culo. De repente, sin m�s, se desnud�
completamente delante de toda la clase. La expulsaron ese mismo d�a. Despu�s de
mucho pensar y atar cabos, y de realizar unos cuantos experimentos con mi propia
familia, descubr� que hab�a nacido con algo especial. En las pel�culas o las
novelas de ciencia ficci�n lo llamar�an "un poder" especial. Yo prefiero
llamarlo un don. Ese don me permite controlar los deseos de los dem�s, sus
sentimientos, sus emociones, sus pensamientos. Puedo dominar la mente de la
gente, dominar su voluntad. Y sin ning�n esfuerzo.


Su rostro iba mostrando una continua variedad de emociones.
Primero miedo, despu�s incredulidad, y al final de nuevo temor, aunque esta vez
por mi salud mental.


- Solo se lo he contado a mis mejores amigos, y usando sobre
ellos mi don, me he asegurado de que no se lo puedan contar a nadie. Pedro es
uno de ellos. Cuando me llam�, me pidi� un peque�o favor. No solo quer�a que
hablara contigo, sino que usara mi don para hacerte cambiar un poco tu actitud
hacia algunas cosas. Lo hago algunas veces a petici�n de mis amigos. No vas a
ser la primera esposa a la que le aplique el "tratamiento".


Su mirada segu�a mostrando temor, cada vez m�s profundamente.
Aunque mayor a�n que su temor por mi cordura, era su incredulidad.


- Puedo ver en tu cara que no me crees, y sin embargo,
todav�a no te has dado cuenta de que no puedes moverte del sof� - su mirada
cambi� a un terror extremo cuando se dio cuenta de que estaba en lo cierto - Te
he "sugerido" mentalmente que por mucho miedo que tuvieras, no te levantaras, ni
gritaras. Ni siquiera puedes hablar mientras lo est� haciendo yo. No me gusta
que me interrumpan - mi sonrisa no parec�a tranquilizarla.


- Como te iba diciendo, algunos de mis amigos me han pedido
que "reprograme" un poco a sus novias y a sus esposas para hacerlas mas
complacientes con ellos. Podr�a haberme hecho rico si les hubiera cobrado, pero
no necesito el dinero. Tan solo les pido un favor a cambio.


La mir� detenidamente, esta vez sin miedo a que se diera
cuenta de que lo estaba haciendo. Su temor hab�a llegado al punto m�ximo al que
yo le hab�a permitido. No quer�a que la invadiera el p�nico, as� que hab�a
impuesto unos l�mites a sus sentimientos. El temor no pasar�a de un grado
aceptable. Ahora, al alcanzar ese punto, el temor se estaba convirtiendo en
deseo. Todav�a no hab�a eliminado su voluntad, as� que ella era consciente de
todo, incluyendo el que no era m�s que un juguete en mis manos.


- Ver�s, todos mis amigos saben que yo podr�a acostarme con
sus mujeres en el momento en que quisiera, simplemente usando mi don. Pero tiene
mas morbo hacerlo cuando ellos lo saben. As� que a cambio de vuestra obediencia,
yo puedo disponer de vosotras siempre que me apetezca. Un trato muy morboso para
m�. Pedro tambi�n ha consentido en ese peque�o favor, as� que tengo su permiso
para hacer lo que quiera contigo, siempre y cuando esta noche t� lo vuelvas a
aceptar en casa, a �l y a sus insignificantes man�as. Y, naturalmente, vas a
hacerlo.


Moment�neamente, interrump� el bloqueo sobre ella para que
pudiera hablar.


- �Po...porque me haces esto?


- La verdad es que no necesito un motivo. Es cierto que
tambi�n utilizo mi don con mucha otra gente, todos los d�as y a todas horas,
para hacer mi vida m�s f�cil. Pero desde que era peque�o he valorado en mucho la
amistad. No puedo dejar colgado a un amigo. Normalmente no suelo explicarle a
nadie mis motivos, pero en tu caso, he querido hacer una excepci�n. Pedro es mi
mejor amigo, y a pesar de que tu y yo tan solo nos henos visto cuatro o cinco
veces, he llegado a cogerte cierto aprecio. Ver�s, el que lo sepas no implica
absolutamente nada, porque dentro de un rato no recordar�s nada de esta visita,
ni de lo que te he contado. Cuando termine contigo, no ser�s m�s que una
obediente ama de casa, cuyo mayor deseo en esta vida ser� el de hacer feliz a su
marido de cualquier forma que �l le pida. Ser�s sumisa y obediente, callada y
trabajadora, y una tigresa en la cama, siempre que �l te lo pida. No vivir�s m�s
que por �l y para �l. Y por encima de sus deseos, tan solo valorar�s los m�os.
Aparte de eso, no existir� nada m�s en tu vida.


- N...no puedes hacerme esto.


- Querida... ya lo estoy haciendo.


Me hab�a cansado de hablar. Era cierto que nunca les daba
explicaciones a mis v�ctimas. No me divert�a. As� que decid� pasar a la acci�n.
Era un juego interesante el obligarla a hacer cosas sin robarle del todo su
voluntad. Sus intentos de resistencia reflejaban la fuerza de car�cter que
siempre hab�a tenido, y hac�an m�s divertido mi "trabajo".


- Lev�ntate - orden�.


Lo hizo sin dudar, aunque su mirada no reflejaba m�s que
odio. Notaba un creciente deseo sexual hacia m�, pero sab�a que era impuesto e
intentaba luchar contra �l.


- �Sigues yendo al gimnasio, como antes?


- Si - no pod�a evitar responderme


- �Todos los d�as?


- Casi todos


- Ya lo veo. �Y crees que tanto ejercicio mejora tu figura?


- Si - el odio en sus palabras y en sus ojos crec�a al mismo
ritmo que su deseo por m�.


- �Que partes de tu cuerpo cuidas m�s?


- Las piernas y los pechos.


- Me gustan tus piernas. Ens��amelas.


Se subi� la falda hacia arriba d�ndome una excelente visi�n
de sus piernas, sus muslos y de sus bragas. Eran blancas, muy pr�cticas, pero no
demasiado sexys.


- No, as� no. Eso lo hubiera podido hacer yo mismo. Quiero
que me excites mientras me ense�as las piernas. Quiero que lo hagas como si
quisieras acostarte conmigo y me estuvieras ense�ando la mercanc�a.


Su rostro se suaviz�. El odio a�n era patente en sus ojos,
pero el resto de su cara form� una sonrisa destinada a seducirme. Se baj� la
falda. Subi� una de sus piernas sobre el sof� y comenz� a acariciarse el tobillo
mientras me miraba. Mi orden hab�a sido muy clara. Ten�a que excitarme, y as� lo
estaba haciendo, a pesar del odio que sent�a por m� en aquellos momentos y que
su rostro ya no pod�a reflejar porque su prioridad era la seducci�n. Sigui�
acarici�ndose el tobillo un instante, despu�s subi� las caricias hacia la
pantorrilla. Era firme y bien torneada. Realmente deb�a de pasar mucho tiempo en
el gimnasio cuidando su cuerpo. Sigui� con las caricias, pero esta vez hacia los
muslos. Al tiempo sus manos se deslizaban hacia arriba, tambi�n sub�a la falda,
aunque con cuidado de no ense�arme m�s que las piernas. A pesar de odiarlo,
conoc�a el juego de la seducci�n. Dejar lo m�s importante para el final hace el
juego m�s interesante.


- Sigue as�. Sed�ceme. Exc�tame y tal vez te deje disfrutar
de nuestro encuentro.


Se sent� de nuevo en el sof�. Abri� las piernas y sigui�
acarici�ndoselas mientras me miraba con cara lasciva. El odio que la consum�a
estaba desapareciendo bajo un torrente de pasi�n como nunca antes hab�a
conocido. Estaba disfrutando de sus propias caricias tanto como yo de mirarla.


- Muy bien, Carmen. Ya que tanto disfrutas acarici�ndote,
hazlo ahora con el resto de tu cuerpo, comenzando por esos pechos que tanto te
gusta cuidar.


Sus manos reptaron r�pidamente hacia sus prominentes senos,
acarici�ndolos sobre el su�ter. Bajo los surcos tejidos en la lana, apareci� uno
de sus pezones, y precisamente a �l y a su hermano gemelo fue donde Carmen
dedic� sus mayores caricias, mientras no dejaba de mirarme en ning�n momento, al
tiempo que abr�a y cerraba sus piernas varias veces.


- Te excita acariciarte delante de m�, �verdad?


No respondi�. Abri� la boca para intentar decir algo, pero
sus palabras no llegaron a salir.


- �Verdad? - insist�


- S...S...s�


- No me sorprende. Es lo que te he sugerido mentalmente.
Tambi�n te he sugerido que no podr�s llegar a ning�n orgasmo hasta que yo te lo
permita. Podr�s disfrutar de tu cuerpo, y despu�s del m�o, pero no podr�s llegar
al cl�max si no te portas bien conmigo.


Una de sus manos hab�a buceado por debajo del su�ter y
acariciaba sus pechos desde all�, mientras que la otra se hab�a deslizado por
debajo de su falda. Ya no le importaba que yo pudiera ver sus bragas, que
tampoco cubr�an gran cosa puesto que se las hab�a apartado a un lado para poder
acariciarse mejor. Con movimientos cada vez m�s fren�ticos introduc�a sus dedos
en el interior de su cuerpo y los volv�a a sacar, frot�ndolos sobre su cl�toris
ya h�medo, y repitiendo de nuevo toda la operaci�n. Muy a su pesar, comenz� a
jadear, siempre sin dejar de mirarme fijamente, como gesto de sumisi�n y de
sometimiento, puesto que todo lo que hac�a era por m� y para m�.


- Dentro de un rato, cuando yo me vaya, tu vida cambiar� por
completo. Desear�s fervientemente a tu marido. Le llamar�s y le pedir�s que te
perdone y que vuelva a casa contigo cuanto antes. El deseo se apoderar� de ti
cada vez que lo veas o pienses en �l. Ser�s adicta al sexo con tu marido. Jam�s
se te ocurrir� serle infiel con nadie que no sea yo, ni discutir cualquier
decisi�n que �l tome. Ser�s sumisa y obediente. Tus mayores deseos en esta vida
ser�n obedecerle y servirle. La �nica forma en la que podr�s ser feliz es
haci�ndole feliz a �l. Cuando hagas el amor, o practiques cualquier clase de
sexo, tu placer quedar� supeditado al suyo. Jam�s podr�s disfrutar si �l no lo
hace, y cuanto mayor sea su placer, mayor ser� el tuyo. Nunca llegar�s al
orgasmo antes que �l, excepto en el caso de que �l te lo pida, pero siempre para
su propio gozo. Har�s todo cuanto �l te diga, incluso hacer el amor con otros
hombres o mujeres, siempre que sea a petici�n suya. Disfrutar�s de todos los
juegos que �l te proponga, e incluso estudiaras e inventar�s nuevas formas de
darle placer. Se convertir� en el centro de tu vida. Se convertir� en toda tu
vida. Ser� tu �nico motivo para vivir.


A medida que escuchaba mis palabras, el ritmo de las caricias
iba aumentando. Sus jadeos eran m�s ruidosos y hab�a mojado el sof� con sus
jugos sexuales. Podr�a haber estado toda la tarde masturb�ndose de aquella forma
sin llegar al orgasmo, porque yo se lo hab�a prohibido, pero mi trabajo ya
estaba hecho.


- Y por encima de todo, por encima de tu marido y de tu
propia vida, estar� yo. Mi voluntad es suprema y mis deseos inapelables. Tu vida
ser� tu marido, excepto cuando yo quiera tenerte. Solo entonces dejar�s de
pensar en �l para someterte, con m�s pasi�n si cabe, a mis deseos.


Su rostro reflejaba un placer y una frustraci�n extremos.
Deseaba llegar al cl�max. �Necesitaba llegar!


- Y para demostrarte finalmente como ser� tu vida a partir de
esta noche, ahora vas a tener el orgasmo m�s fuerte y largo de toda tu vida.
Jam�s en toda tu existencia habr�s tenido un placer como el que vas a disfrutar,
y jam�s volver�s a tenerlo con nadie, incluyendo tu marido. Tan solo cuando yo
quiera podr�s volver a disfrutar del extremo gozo que va a recorrer tu cuerpo...
YA.


Su cuerpo se estremeci� varias veces con incre�bles espasmos
de placer. Su mano segu�a acariciando su sexo al ritmo de los espasmos.


- M�s largo. Todav�a disfrutas del placer del orgasmo. M�s
placer. Y cada vez que recuerdes este orgasmo, lo relacionar�s conmigo. Sabr�s
que yo tuve mucho que ver con �l, pero no sabr�s exactamente como. M�s placer.
Todav�a m�s a�n. Y secretamente, muy en tu interior, desear�s fervientemente
volver a encontrar este placer como sea. Y sabr�s que solo podr�s volver a
tenerlo conmigo.


Las convulsiones segu�an estremeciendo su cuerpo, que casi
sin fuerzas hab�a ca�do tumbado sobre el sof� mientras segu�a retorci�ndose.
Poco a poco, fueron haci�ndose m�s largos hasta desaparecer. Su cuerpo qued�
inm�vil. Su respiraci�n era larga y cansada. No ten�a fuerzas para moverse. Su
voluntad ya no exist�a. Su mente ya no era suya. Su sumisi�n era completa. Era
una mujer nueva, que solo viv�a para su marido, y aquel hab�a sido el primer
orgasmo de su nueva vida.


Me acerqu� a ella y le acarici� el pelo. Estaba completamente
mojado. El esfuerzo del orgasmo hab�a sido incre�ble. Sus ojos estaban medio
cerrados. Apenas ten�a fuerzas para mantenerlos abiertos.


- Duerme, querida. Cuando despiertes no recordar�s nada de mi
visita.


Sus ojos se cerraron del todo.


- Descansa querida. Descansa.


Su cabeza se relaj� totalmente hacia un lado, cubierta por
sus cabellos, dando una imagen de total indefensi�n.


- Duerme�




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Relato: El Don (1)
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