Un Tratamiento Particular (I)
Autor: Hypnoman
Pr�logo: El miedo esc�nico.
- �Est�s segura?
-dijo Paula lanz�ndole una mirada desconfiada.
- �Segura?, No, Segur�sima. Si me
solucion� el problema a m�, lo tuyo es un juego de ni�os
Paula y Patricia eran compa�eras de trabajo en una empresa
que dictaba cursos de computaci�n. Pero la verdadera vocaci�n de Paula era ser
actriz. Era la alumna m�s destacada del grupo de teatro al que asist�a. La m�s
brillante. Sea cual fuere la obra que ensayaran a ella le tocaba el papel
principal y lo representaba como una actriz experimentada. Su voz era clara, sus
movimientos naturales y cautivaba hasta a sus propios compa�eros. Pero el
problema al que se refer�a Patricia tambi�n ten�a que ver con su vocaci�n: Paula
sufr�a lo que en la jerga se denomina "miedo esc�nico". Cuando el ensayo se
realizaba con p�blico, se transformaba: la invad�a una absoluta inseguridad, sus
movimientos se hac�an torpes, sus gestos sobreactuados, se trababa al hablar y
en m�s de una oportunidad olvidaba los textos. La peor de las alumnas del grupo,
comparada con Paula, era la m�s consolidada de las actrices de Hollywood. Lo m�s
grave era que, entre el p�blico, generalmente se encontraban productores,
directores y gente del medio, los llamados "cazadores de talentos" que no pod�an
entender c�mo se le hab�a encomendado a semejante "mamarracho" el papel
principal de la obra. El final era siempre el mismo: Al momento del estreno, a
Paula se le asignaban papeles m�s que secundarios, que duraban apenas unos
segundos, y, a�n as�, se le notaba el nerviosismo y la inseguridad. Esto la
hab�a sumido en la m�s absoluta depresi�n, a punto tal de pensar seriamente en
dejar el grupo y abandonar su reci�n iniciada carrera.
- Pat, por m�s bueno que sea este
m�dico, el problema soy yo. Cualquier tratamiento va a durar meses y ya no tengo
ni tiempo ni ganas de seguir.
- �Dejate de macanas!, acordate lo
que me pas� a m�. En menos de un mes el tipo me cambi� la vida. �Por qu� con vos
no puede pasar lo mismo?.
Cap�tulo Uno: Patricia
El caso de Patricia fue un poco m�s complejo: Ella sufri�
un terrible accidente de tr�nsito, al atropellarla un cami�n mientras manejaba
su peque�a moto. Tuvo m�ltiples fracturas en las piernas, su cadera fisurada e
infinidad de contusiones y traumatismos en todo el cuerpo. Estuvo m�s de 3 meses
internada cuando los m�dicos decidieron que pod�a continuar la convalescencia en
su casa. Pero la historia tampoco tuvo un final feliz: Patricia no pod�a
caminar. Le hicieron infinidad de estudios y pruebas y el diagn�stico era
siempre el mismo: No exist�an problemas f�sicos ni lesiones cerebrales que le
impidieran movilizarse. Seguramente hab�a un bloqueo sicol�gico, producto del
trauma que le provoc� el accidente, que hac�an in�tiles los intentos de la
muchacha de poder volver a caminar. El baj�n an�mico fue tremendo. La
trayector�a entre el hospital y su casa, en silla de ruedas, fue el recuerdo m�s
triste de su vida y a�n hoy, estando completamente recuperada, ese recuerdo
aparec�a en sus pesadillas. Durante much�simo tiempo Patricia la pas� postrada
en su cama. No quer�a ni ver la silla y s�lo sal�a de la cama para higienizarse,
con la ayuda de su madre o de su hermano. Lo �nico que hac�a era ver televisi�n,
recibir la visita de algunos de sus amigos y hablar por tel�fono. Precisamente,
estando en compa��a de su amiga Brenda, mientras miraban uno de esos pat�ticos
programas de televisi�n por cable, apareci� la publicidad de un sic�logo que
pregonaba sus t�cnicas especiales para curar cualquier tipo de trauma, fobia,
complejo o todo aquello que suele atacar la mente humana. Patricia no le prest�
la m�s m�nima atenci�n, pero Brenda gir� la cabeza hacia su amiga y le dijo:
- �Por qu� no lo llam�s y le ped�s
una consulta?
- �A qui�n?
- A ese m�dico, el de la propaganda.
- Dejate de joder. �Te parece que
tengo ganas de seguir viendo m�dicos?
- No perd�s nada, Pat. Aparte habl�
de t�cnicas especiales...�qui�n te dice?
- .....son todos iguales.
Esa �ltima frase a Brenda le son� como una claudicaci�n.
Si insist�a un poco m�s, seguro la convenc�a. Pero no hab�a retenido en su mente
el n�mero de tel�fono, por lo tanto prest� atenci�n al aparato hasta que
volvieran a pasar la publicidad. No tuvo que esperar mucho, esos programas son
tan malos que son muy pocos los anunciantes que se animan a comprar un espacio,
as� que al finalizar el siguiente bloque del programa, la imagen del sic�logo
apareci� en la pantalla y Brenda tom� papel y l�piz para anotar el n�mero.
- �Listo!, ya mismo lo llamo
- �Par�, loca! �Qui�n te dijo que yo
voy a ir a ver a ese coso?
- Cerr� el pico que esto lo manejo
yo. Aparte �lo viste bien?, est� bastante fuerte el doc.
Marc� el n�mero, esper� unos segundos y una voz femenina
atendi�:
- Consultorio del Dr. Martins,
buenas tardes, habla Adriana
Brenda explic� el problema de su amiga y negoci� la
entrevista. Le di� su nombre completo, edad y su tel�fono. Cuando la secretaria
le di� la direcci�n del consultorio, aclar�:
- Me veo en la obligaci�n de
comentarle que el consultorio est� en un primer piso, por escaleras, as� que su
amiga deber� arbitrar los medios para poder sortear este obst�culo....
- �Todo mal!, �te das cuenta?
-dijo Patricia mientras Brenda le comentaba el motivo por el que hab�a cancelado
la consulta.
Una hora despu�s, Brenda, bastante desanimada porque
quer�a mucho a su amiga, se despidi� y Patricia decidi� continuar con su
aburrida rutina. Mientras dormitaba un poco, escucho golpes en la puerta de su
habitaci�n. Era su madre:
- Pat, tel�fono.... un tal doctor
Martins
-�Qui�n.... y ese qui�n es?
- Qu� se yo, hija. Te parece que
puedo acordarme de los nombres de todos los m�dicos que te atendieron.
Era cierto. A Patricia la hab�an revisado decenas de
m�dicos, sin contar a los residentes y a los estudiantes avanzados que la
exploraron como a un conejillo de indias...
- �S�...?
- Buenas noches, Srta. Patricia, mi
nombre es Michael Martins, soy sic�logo y alguien allegado a usted pidi� una
entrevista.
- S�, pero....
- Ya se, no me diga nada, conozco el
inconveniente, por ese motivo es que la estoy llamando. Es un error imperdonable
de mi parte no poder atender a alguien con su problema por la mala elecci�n que
hice de mi consultorio. Por eso es que quiero hacerle una propuesta.
- Le agradezco, pero..... fue idea
de mi amiga..... no se si quiero someterme a.....
- Por favor, esc�cheme. Si su
problema es sicol�gico, le aseguro que en mucho menos de lo que usted espera, se
va a curar. Es demasiado joven y tiene mucha vida por delante para
desperdiciarla sin luchar. No le estoy hablando de a�os de tratamiento, ni
siquiera de meses.... me animar�a a decirle que en muy pocos d�as usted va a
estar caminando nuevamente.
Cualquier otra persona que le hubiese dicho lo mismo,
hubiese recibido una carcajada en la cara. Pero este hombre era diferente. Su
voz era suave, casi mon�tona, hablaba lentamente y con seguridad... s�,
transmit�a seguridad. Y eso era lo que le estaba faltando a Patricia..... como
dijo Brenda: �Qu� pod�a perder?
- Lo escucho. Me habl� de una
propuesta
- Exacto. Y me alegra que lo
intente. Si usted no se opone, yo no tendr�a ning�n inconveniente en realizar la
consulta en su domicilio y coordinar la cantidad de veces por semana que la
puedo ir a visitar.
- Vea Dr.....�Martins?. No se si
estoy en condiciones de abonarle honorarios extraordinarios por la molestia suya
en trasladarse hasta mi casa....
- No sigas, Patricia, �me permite
tutearla?. Ya te dije que me siento responsable por no poder recibirte en mi
consultorio, por lo tanto he decidido no cobrarte un centavo por cada consulta
que realicemos en tu domicilio. Despu�s de todo, te aclaro que ser�n muy pocas.
En cort�simo tiempo ser�s vos la que, por tus propios medios, me visitar�s a m�.
Fue una inyecci�n an�mica muy grande. �Y si era cierto? Se
ten�a que tener mucha confianza este m�dico para hacerle semejante proposici�n.
En estas �pocas nadie va a hacer beneficencia as� porque s�.... y menos un
sic�logo. Arreglaron la cita y, sin saberlo, para Patricia �se era el comienzo
de su nueva vida.
Ahora, era Patricia la que estaba tratando de convencer a
Paula para que acudiera al consultorio del Dr. Martins, de la misma manera que
Brenda lo hab�a hecho con ella. Absol�tamente, la vida de Patricia hab�a
cambiado. No s�lo porque hab�a vuelto a caminar, en los plazos prometidos por el
m�dico, sin� que hasta su caracter se hab�a modificado. Siempre hab�a sido una
chica t�mida, recatada, con muchos inconvenientes para relacionarse con los
muchachos de su edad, debido a su pobre inter�s por ella misma. Casi no se
maquillaba, usaba ropa muy vulgar y los fines de semana decid�a quedarse en su
casa viendo una pel�cula antes de salir con sus amigas a los pubs o a los
boliches de onda que sol�an frecuentar. Hab�a tenido pocas relaciones
sentimentales y todas terminaban de la misma manera: sus "novios" la abandonaban
porque se aburr�an de su forma de ser. Despu�s del accidente la cosa empeor�: a
todo lo expuesto hubo que agregarle un car�cter agrio y taimado. Se sent�a una
inv�lida y quer�a pasarle la responsabilidad de su desgracia a los que m�s la
quer�an y se ocupaban de ella. Pero despu�s de conocer al Dr. Martins todo
cambi� radicalmente: ahora era una chica alegre, divertida, extrovertida. Usaba
ropa muy provocativa y le quedaba muy bien. Su cola era perfecta y los
pantalones que usaba la hac�an lucir sublime. Si hasta hab�a decidido hacerse
una operaci�n en los pechos, para darles m�s volumen, cuando comenzara a cobrar
la indemnizaci�n por el accidente. Siempre estaba maquillada, en este �ltimo
tiempo hab�a tenido m�s relaciones que en toda su vida y ahora era ella la que
siempre decid�a ponerle fin a las mismas cuando aparec�a alg�n hombre nuevo. En
m�s de una oportunidad comenzaba una nueva relaci�n sin terminar la anterior, y
en su trabajo era una verdadera odisea cuando la llamaban tres o cuatro hombres
por d�a para profesarle su amor. Nadie pod�a creer semejante cambio y todos lo
atribu�an al valor que ella le daba, ahora, a su vida.
- Bueno Pat, te voy a hacer caso.
Voy a ir a ver a ese doctor. Pero con una condici�n: Quiero que me acompa�es a
la primera consulta.
- � Hecho !
Cap�tulo Dos: La primera cita
La sala de espera era bastante peque�a, pero muy
acojedora. Las paredes estaban pintadas con colores c�lidos y los cuadros que
estaban colgados sobre ellas, si bien eran algo sicod�licos, invitaban a ser
mirados. Sonaba una m�sica suave y relajante, tipo "new age" que le ayud� a
vencer a Paula los nervios iniciales. Si hasta Patricia, que se encontraba a su
lado, parec�a absorta, como fuera de la realidad. Su cara estaba relajada, sus
ojos perdidos en el infinito y hasta en alg�n momento Paula pens� que su amiga
dorm�a, salvo por el detalle que estaba con los ojos abiertos. En una esquina de
la sala hab�a un escritorio y detr�s de �l estaba Adriana, la secretaria del
doctor, una mujer de unos cuarenta a�os, muy bella y de modales muy educados que
coincid�an con el ambiente pl�cido del lugar. No hab�a espacio para mucha m�s
gente, pero era razonable: los turnos eran cada dos horas, �se era el tiempo que
Martins dedicaba a sus pacientes, y no hab�a motivo, entonces, para que se
juntara mucha gente en la sala de espera. Cinco minutos antes de la hora fijada
para la consulta, la puerta del consultorio se abri� y sali� un hombre de unos
35 a�os, que antes de cerrar gir� su cabeza hacia el interior y se despidi�:
- Entonces, ser� hasta el jueves,
doctor
- Hasta el jueves, Luis. Que sigas
muy bien
Luego de unos segundos que a Paula le parecieron
interminables, por la ansiedad, se abri� nuevamente la puerta y sali� el doctor
Michael Martins. Mientras intercambiaba algunas palabras con su secretaria,
Paula not� la reacci�n de Patricia. Parec�a como si hubiese despertado de su
letargo y miraba con ojos embelezados al profesional. Se notaba que hab�a algo
m�s que admiraci�n en esa mirada. "�Qu� piba �sta!", pens� Paula, "seguro que
quiere tener alg�n fato con el m�dico." El doctor se dirigi� hacia ellas y
Patricia se levant� de la silla como impulsada por un resorte.
- Patricia, que alegr�a verte. �C�mo
andan tus cosas?
- Muy bien, doctor
- Me alegro mucho. Me imagino que la
se�orita ser� Paula. Encantado de conocerte
- Igualmente
Se notaba que era un tipo de hombre interesante. Alto,
robusto, con el pelo totalmente canoso, m�s bien matizado. Irradiaba seguridad
por donde se lo mire.
- Pasa, por favor
Inmediatamente Paula tom� la mano de Patricia y comenz� a
"arrastrarla" para que entrara ella tambi�n. Patricia permanec�a inmovil, como
esperando la anuencia del doctor.
- Puede acompa�arte tu amiga, no hay
problema. Ella ya conoce el lugar -dijo Martins cuando se di� cuenta de
la situaci�n.
El consultorio, contra lo esperado, era m�s amplio que la
sala de espera, pero todav�a m�s c�lido y acogedor. Las paredes de un color
pastel suave y la iluminaci�n, tonalizada, resaltaba el color de las paredes
dando sensaci�n de intimidad. A diferencia de cualquier otro consultorio, no se
ve�an los t�picos cuadritos con diplomas y asistencias a cursos de posgrado o
convenciones. Por el contrario, las paredes mostraban m�s de esos cuadros
"sicod�licos", a decir de Paula, pero �stos eran mas imponentes, costaba m�s
sacarle los ojos cuando uno se dispon�a a mirarlos. La misma m�sica, suave y
relajante, que hab�an escuchado en la sala, se hac�a oir tambi�n all�. Adem�s,
el ambiente estaba impregnado de un aroma m�s que agradable. Contribu�a a que la
persona se sintiese pl�cida, c�moda, confortada. Paula decidi� que cuando
tuviese m�s confianza con el m�dico le preguntar�a c�mo conseguir esa fragancia.
Realmente se sent�a bien, con ganas de comenzar a eliminar sus problemas. "La
l�gica de este m�dico es implacable", pens� Paula, "Si va a tener a alguien aqu�
adentro, por casi dos horas, hablando de sus miedos y sus problemas, es
razonable que por lo menos se sienta c�modo". La que no era implacable era la
l�gica de Paula. En ning�n momento estaba en los planes del Dr. Martins que sus
pacientes estuviesen, casi dos horas, ......... hablando. En una esquina de la
habitaci�n hab�a dos sillones de una plaza, en uno de los cuales se sent�
Patricia, la espalda erguida y apoyada contra el respaldo del sill�n, las
piernas juntas y en �ngulo recto, con las plantas de los pies apoyadas contra el
piso y las manos apoyadas sobre sus muslos. La t�pica pose que adopta una
azafata cuando el avi�n se dispone a despegar. No era la manera habitual de
sentarse de su compa�era. Paula recordaba que en el trabajo se "despanzurraba"
en los sillones y en m�s de una oportunidad hab�a recibido el reto de sus
superiores. "Definitivamente, �sta piba cada d�a est� m�s loca", pens�.
- Bueno, Paula, si bien estoy un
poco al tanto de tu problema, por lo que le has dicho a Adriana, mi asistente,
cuando pediste la consulta, me gustar�a que seas v�s, con tus palabras la que me
lo explique. Te escucho.
Paula no sab�a por d�nde comenzar. Ya hab�a hecho terapia
otras veces, por problemitas diferentes, y sab�a que en las primeras sesiones
era conveniente arrancar desde muy abajo. Su ni�ez, su familia, su adolescencia.
Y as� empez�. Para luego atacar de lleno el problema que la hab�a tra�do all�.
El Dr. Martins la escuchaba atentamente, apenas recostado sobre el respaldo de
su gran sill�n, las piernas cruzadas, la mirada fija en Paula y su lapicera
recorriendo, lentamente, sus labios. Si bien a Paula le hab�a costado empezar a
articular sus ideas, a esta altura parec�a pose�da por un torrente de palabras.
Hablaba con soltura, gesticulaba, reforzaba las ideas con entonaciones precisas,
como si estuviese representando el mejor papel de su vida. Tal era la seguridad
y la comodidad que le inspiraba ese hombre que parec�a que se conoc�an de toda
la vida. Pero....no era el Doctor el que inspiraba esos sentimientos..... era
esa lapicera....esa lapicera qu parec�a tener vida propia. Su capuch�n era
brillante, tan brillante que mientras recorr�a los labios del m�dico emit�a como
haces de luz. Paula no pod�a sacarle los ojos de encima. Acompa�aba con la
mirada sus movimientos y hablaba...hablaba....hablaba. Era tal el magnetismo que
ejerc�a sobre Paula, que en un momento el Dr. Martins la separ� bruscamente de
su boca y la inclin� hacia adelante, como apuntando a la muchacha. Y ella,
inconscientemente, como obedeciendo un orden, entendi� que era el momento de
parar de hablar. El Doctor pareci� entender la situaci�n, esboz� una
imperceptible sonrisa y comenz� a hablar.
- Bien, los dos sabemos que tu
problema es bastante com�n. Hay mucha gente que sufre de lo mismo pero quiz�s tu
caso es m�s acuciante debido a tu vocaci�n actoral. Y tambi�n sabr�s que este
tipo de problemas exigen un largo tratamiento. La gente que manifiesta mucha
inseguridad levanta much�simas barreras entre ella y los dem�s. El objetivo del
tratamiento es ir derribando cada una de esas barreras. Y eso es lo que lleva
tiempo. Algunas son superficiales y se pueden derribar en poco tiempo, pero
otras llevan much�simo trabajo. Adem�s, cuando creemos haber terminado con una,
el tiempo que transcurre entre una sesi�n y otra nos juega en contra, porque
durante ese lapso se vuelve a levantar y, como imaginar�s, es necesario, otra
vez, volver a empezar.
Paula ya no escuchaba. Cuando Martins le confirm� que era
un tratamiento prolongado, un mont�n de sensaciones de angustia, impotencia,
bronca y frustraci�n se agolparon en su cerebro y dej� de prestar atenci�n a las
argumentaciones del m�dico. Pensar que hasta hace unos segundos se encontraba
con la confianza al tope, realmente se estaba convenciendo que esa persona le
iba a solucionar sus pesares y ahora, todo se derrumbaba. Mir� a Patricia, como
buscando apoyo en su amiga, pero Patricia segu�a indiferente, como ausente,
mirando al doctor, pendiente de su m�s m�nimo movimiento. �C�mo pod�a ser que en
este momento tan especial, ella se estuviese preocupando por una conquista?,
�Tanto hab�a cambiado su amiga?. Volvi� la vista hacia el Dr. Martins, en rigor
de verdad hacia su lapicera. Parec�a rid�culo pero mirarla era lo �nico que le
daba un poco de paz, un poco de consuelo. Martins hac�a ya un rato que hab�a
terminado de argumentar y miraba detenidamente las reacciones de Paula. Pod�a
adivinar todos y cada uno de los pensamientos que ocupaban su mente, y cuando
ella volv�o la vista hacia �l, aplic� el golpe de efecto:
- Pero, afortunadamente, no todos
los sic�logos se quedan con los tratamientos que han estudiado en la universidad
y creo ser un pionero en el uso de tratamientos alternativos. Tu amiga Patricia
puede dar fe de ello. -Paula, instintivamente, volvi� la cabeza hacia su
amiga y pudo notar que la sola menci�n de su nombre, por parte del doctor,
provoc� en ella un gesto de devoci�n, como si le estuviese agradeciendo, n� lo
que hizo por ella, sino el s�lo hecho de haber pronunciado su nombre.- Por eso quiero que sepas que ha partir de hoy has comenzado a solucionar tu
problema. Si te sometes al tratamiento que tengo pensado para v�s, ya vas a
notar los primeros resultados apenas te vayas de aqu�.
El shock fue terrible. Todos los sentimientos que Paula
estaba experimentando se dieron vuelta con las �ltimas palabras de Martins. De
la angustia, la bronca y la frustraci�n, pas�, en mil�simas de segundo, a la
exhultaci�n y a esa sensaci�n de poder llevarse el mundo por delante, que hac�a
tiempo no experimentaba. Sea cual fuese ese tratamiento, ella lo iba a cumplir a
rajatabla. "En este momento soy capaz de venderle el alma al diablo", pens�.
Nunca tuvo una idea tan acertada. Sus defensas hab�an comenzado a caer y, sin
saberlo, ya estaba en las manos del Dr. Michael Martins.
- Esas barreras que durante a�os has
levantado entre v�s y los dem�s, pueden ser derribadas todas juntas y
r�pidamente y de esa manera poder llegar a tu verdadero ser, y desde all� poder
inyectarte la suficiente confianza en t� misma para que nunca m�s vuelvas a
sentir miedos e inseguridades. Para eso tendr� que hacer uso de la hipnosis.
�Has o�do algo acerca de la hipnosis?
Paula relacionaba la hipnosis con esos shows televisivos
en donde una persona le hac�a comer a otra una cebolla, haci�ndole creer que era
una manzana, o quiz�s cuando dorm�an a alguien y lo pon�an, r�gido, entre dos
caballetes para que una tercera persona se le subiera arriba, pero no mucho m�s.
No entend�a como pod�a ayudarla en su problema. Pero a esa altura poco le
importaba. Si hab�a que recurrir a la hipnosis, que as� sea.
- A trav�s de la hipnosis, puedo
lograr llevarte a un estado de relajaci�n muy grande, en el cual te sentir�s muy
tranquila, confiada y por sobre todo segura. De esa manera no habr� nada en tu
inconsciente que se interponga entre nosotros, y de esa manera podr�, a trav�s
de la sugesti�n, darte consignas que puedan reforzar todas las zonas de tu
mente. Lo mismo hice con Patricia, borrando los miedos que ella ten�a de no
volver a caminar nunca m�s. Esos miedos eran los que la manten�an paralizada, y
una vez vencidos, no tuvo ning�n problema en iniciar una r�pida recuperaci�n. Y
all� ves los resultados.
Nuevamente Paula observ� a su amiga. Parec�a no darse
cuenta que estaban hablando de ella. S�lo reaccionaba cuando Martins pronunciaba
su nombre, y lo hac�a levantando un poco m�s su cabeza y mirando atentamente al
doctor. A Paula se le cruz� la imagen de un perro que est� escuchando la
conversaci�n de dos personas, sin entender nada, por supuesto, pero que
reacciona cuando su due�o pronuncia su nombre, parando las orejas y mirando a su
amo.
- Bueno, Doctor. Usted me dijo que
hoy mismo voy a comenzar a ver los resultados de su terapia. No perdamos m�s
tiempo entonces. - dijo Paula, con una convicci�n total en su voz.
Cap�tulo Tres: El comienzo de la sumisi�n
- Paula, quiero que fijes tu
atenci�n en algo, por ejemplo, mi lapicera - "S�, la lapicera....es
hermosa esa lapicera", pens� Paula- quiero que
mires la lapicera y que me escuches. Olvida todo, s�lo existe la lapicera y mi
voz. Todo lo que necesito es que te relajes, nada m�s, todo lo que quieres hacer
es relajarte, y cu�nto m�s observes la lapicera, m�s facil te ser� concentrarte
y alcanzar�s m�s rapido la relajaci�n total. - los ojos de Paula
estaban fijos sobre la lapicera, que se mov�a hacia un lado y hacia el otro,
lentamente, muy lentamente. Paula segu�a ese movimiento acompasado con su mirada
atenta.- Muy bien, Paula. S�lo mira y escucha.
Rel�jate y escucha. Tus brazos te pesan, tus ojos te pesan, es dif�cil
mantenerlos abiertos... s�lo rel�jate... comenzar� a contar para que te
duermas... 10, comienzas a sentirte so�olienta... 9, se te hace dif�cil pensar,
s�lo mira y escucha...- Paula luc�a serena, con la placidez que da
la calma - ... 5, es cada vez m�s dif�cil mantener
los ojos abiertos, s�lo d�jalos caer... 4, la cabeza cae para adelante, s�lo
d�jala caer... 3, cada vez m�s dormida... 2, duermes profundamente, relajada y
confiada, tranquila y segura, por sobre todo... muy segura,... muy segura... 1,
has entregado tu mente a mi voz, te sientes segura escuch�ndome, duermes
profundamente pero mi voz llega a tu mente muy clara. No puedes dejar de
obedecer porque eso te da tranquildad y seguridad....�DUERME!
La cabeza de Paula cay� pes�damente sobre su pecho. Su
respiraci�n era intensa y regular. Sus brazos c�idos a cada lado de su cuerpo.
Martins confirm� su trabajo:
- Paula, est�s hipnotizada,
profundamente hipnotizada... �C�mo te sientes?
- Bien -respondi�, con una
voz grave, como un susurro
- �Te sientes segura?
- Muy segura
- �Q�e te hace sentir tan segura?
- Su v�z...., Su voz me hace sentir
muy segura
- �Qu� har�as para seguir escuchando
mi voz?
- Cualquier cosa
- Mi voz soy Yo, Paula... �Har�as
cualquier cosa por m�? �Obedecer�as a cualquier cosa que yo te pida?. Sab�s que
haci�ndolo te sentir�s m�s y m�s segura y eso te provocar� m�s y m�s felicidad.
Porque t� quieres seguridad, har�as cualquier cosa por sentir seguridad...Paula:
�Har�as cualquier cosa por m�?
- Siiiiii...cualquier cosa. Har�a
cualquier cosa por vos -respondi� Paula, tuteando por primera vez al
doctor, lo que para Martins fue la prueba final de su entrega total.
Cuando Martins comprob� que Paula estaba totalmente en su
poder, volvi� la vista hacia donde se encontraba Patricia, quien permanec�a
indiferente de todo lo que ocurr�a, con su mirada fija hacia el doctor y
chasque� los dedos. C�mo impulsaba por una fuerza sobrenatural, Patricia se puso
de pie, inmediatamente se arrodill� y se puso en cuatro patas, con los brazos
extendidos hacia adelante y la cabeza, casi besando el piso. Era una postura de
total humillaci�n, casi de adoraci�n. Sin levantar la cabeza, se le escuch�
decir:
- �Qu� m�s puedo hacer por t�, Amo?
- Por ahora nada m�s, mi peque�a
esclava. Ya has hecho bastante tray�ndome a tu amiga. Me siento muy complacido
contigo y yo se que eso te provoca mucha felicidad. �No es as�, mi fiel esclava?
- Absolutamente, mi Se�or. Me siento
muy feliz de poder cumplir tus �rdenes. He hecho todo lo que me has pedido. La
he tra�do aqu� y la has hipnotizado. Tu sabes que yo no existo sin t�. Soy lo
que t� quieres que sea.
- Muy bien, Patricia. Tu amo est�
contento. Te mereces una recompensa. Lev�ntate.
R�pidamente, Patricia se levant� del suelo y se dirigi� a
su "amo". Martins la tom� de la cintura y comenz� a besar su cuello, con ni
siquiera la mitad de la pasi�n con la que la muchacha le devolv�a los besos. Se
la notaba ardiente, terriblemente excitada y totalmente entregada a ese hombre.
Mientras tanto las manos de Martins se dirigieron al perfecto culo de Patricia y
comenz� a manosearlo sin el menor pudor. Inmedi�tamente ella llev� las manos a
su cintura y se levant� el vestido, exhibiendo un conjunto de encaje negro,
absol�tamente provocativo, que disimulaba los peque�os senos de Patricia.
Acariciando las manos de Martins, las gui� nuevamente hacia sus nalgas y ayud� a
manose�rselas. Michael dej� de sobar el cuerpo de Patricia y se dirigi� hacia
Paula, que segu�a profundamente dormida en la silla, sin percatarse en absoluto
de todo lo que estaba sucediendo.
- Paula, quiero que me escuches
atentamente. Cuando te lo ordene, abrir�s los ojos pero seguir�s absolutamente
en trance hipn�tico. Har�s todo lo que yo te diga, sin dudar ni pensar. Y
tambi�n te dar� ordenes para que cumplas cuando despiertes. Y esas �rdenes
quedar�n grabadas en tu subconsciente, como marcadas a fuego y las cumplir�s
tambi�n sin dudar, sin objetar absol�tamente nada. A cambio de eso obtendr�s una
recompensa: Cada vez que cumplas mis �rdenes te sentir�s m�s segura de t� misma,
m�s desinhibida. Ir�s perdiendo prejuicios poco a poco, con cada orden m�a que
obedezcas. Te encantar� estar entre la gente, mostrar tus actitudes, demostrar
que eres la mejor actriz. Sin prejuicios, sin inhibiciones, sin tener verguenza
a nada ni a nadie. Pero para eso tendr�s que obedecer ciegamente, entregarte a
mi voluntad. �Has entendido mis ordenes?. Res�melas en una frase
- S�, har� todo cuanto me pidas.
Har�a cualquier cosa por vos, si me lo pidieras. Tu palabra es Ley.
- Muy bien, Paula. � Abre los ojos !
Los abri�, pero su mirada era vidriosa, como perdida.
Quer�a obedecer. Sent�a la necesidad de que ese hombre le ordenara algo. Sab�a
que obedecer�a ciegamente y present�a que al obedecer iba a sentirse muy feliz,
que obedecer a ese hombre era el motivo principal de su vida. Obedecer.......,
obedecer........., obedecer.
Cap�tulo Cuatro: Nace una esclava
En esas condiciones, Paula se qued� esperando
instrucciones. A su lado estaba Patricia, de pie, su vestido en el piso,
exhibi�ndose completamente en ropa interior. Paula la mir� indiferente. En el
trance en el que estaba sumergida, la presencia de su amiga en esas condiciones
no le llam� en absoluto la atenci�n. Fue un solo instante, luego volvi� a mirar
a Martins porque necesitaba obedecer:
- Habr�s notado que Patricia ya no
usa m�s la ropa interior vulgar y barata. Desde que me conoci� a m� usa la
lencer�a m�s sexy que pueda encontrar. Se desvive por comprar los conjuntos m�s
excitantes y provocativos. A partir de
ahora, Paula, t� vas a hacer lo mismo. Por otra parte, cuando salgas de aqu�
sentir�s la necesidad de cambiar tu look. Te cortar�s el pelo bien cortito y le
dar�s una tonalidad rojiza. Cambiar�s totalmente tu vestuario, comenzar�s a usar
ropa sensual y provocativa. Y adem�s vas a estar m�s cerca de Patricia. S� que
son compa�eras de trabajo, pero desde este momento ser�n �ntimas amigas. Yo
dir�a que algo m�s que eso. Se seducir�n mutuamente. Ella ser� tu gu�a, cuando
no est�s frente a m� y cumplir�n, juntas o separadas lo que se les ordene
- "S�, cumplir�....obedecer�...", pensaba Paula mientras escuchaba.- Pero antes de seguir, veamos c�mo empiezan a caer una por una tus
inhibiciones. Paula: te ordeno que te quites la ropa y me muestres tu cuerpo.
Sin dudar un s�lo instante, Paula comenz� a quitarse la
camisa, exhibiendo unos pechos muy grandes, apenas sujetados por un corpi�o
com�n. Era de baja estatura, ten�a el pelo hasta los hombros y esos enormes
pechos le daban un aire muy sexy. Si bien su cola no era tan perfecta como la de
Patricia, ten�a lo suyo. Martins la observ� con detenimiento mientras se quitaba
la pollera, quedando, como su amiga, en bombacha y corpi�o. Patricia, mientras
tanto, hab�a comenzado a acariciar su propio cuerpo. No ten�a permitido
masturbarse, y mucho menos llegar al orgasmo si su "amo" no se lo ordenaba. De
todos modos los movimientos que hac�a con sus manos y su cuerpo, no eran para
darse placer a s� misma, sin� para excitar a su se�or. Michael mir� a Patricia,
le hizo un gesto de aprobaci�n, que fue correspondido con una mirada llena de
amor y sumisi�n, y le dijo:
- Pat, deber�amos comenzar con la
primer parte del tratamiento. T� la recuerdas... �n�?. Expl�cale lo que tiene
que hacer...
Todo este tiempo que hab�a pasado bajo la influencia de
Martins, hab�a convertido a Patricia en una esclava perfecta, capaz de entender
hasta las m�s sutiles insinuaciones y los m�s profundos deseos de su "amo".
- Paula, -comenz� con la
explicaci�n Patricia- el amo quiere que le hagas la
chupada de verga m�s grande que hayas hecho en tu vida. Le agradar�a mucho que
utilices tu boca, tus labios, tu lengua y tu garganta. Y no te preocupes de
tener tu propio placer. Todos tus sentimientos, todos tus pensamientos estar�n
dedicados a darle placer al amo. Y cuando logres hacerlo acabar, te tragar�s
todo el semen, sin dejar caer ni una sola gota al suelo. Luego limpiar�s toda su
pija con tu lengua, hasta no dejar ni rastros de semen. Y como dice siempre el
amo: "Obedecer la orden ayudar� a tu recuperaci�n". �Lo har�s?
- Siiiiiii... - respondi�
Paula, inmediata y desesperadamente. No ve�a la hora de cumplir la orden. Quer�a
chupar esa pija, era lo que m�s quer�a en el mundo. "�Me permitir� llamarlo
Amo?", "�Por qu� Patricia puede llamarlo as� y a mi todav�a no me lo orden�"?,
"�Quiero que sea mi Amo y Se�or!", eran los pensamientos de Paula. Sumisi�n
total.
Sin el menor atisbo de resistencia, Paula se arrodill�
delante de Martins, bajo el cierre de su pantal�n, sac� su miembro ya erecto y
comenz� a masturbarlo hasta que lograr� una erecci�n total, tarea que no le
demand� demasiado tiempo. Introdujo el pene en su boca y comenz� a acariciar el
glande con su lengua, mientras lo segu�a masturbando con sus labios. Martins no
sab�a si Paula era una experta o si el trance era tan fuerte que la llevaba a
realizar el trabajo a la perfecci�n. Quiz�s las dos cosas estaban relacionadas.
La cuesti�n es que el doctor, acostumbrado a recibir esos placeres, estaba
asombrado con el accionar de su nueva "esclava". Paula mov�a su lengua y sus
labios fren�ticamente y hab�a llevado la pija de Martins casi hasta su garganta,
c�mo se lo hab�an ordenado. Viendo la cara del doctor, sab�a que estaba
cumpliendo bien la orden recibida y se sent�a muy feliz. No le importaba en
absoluto sentir placer, s�lo quer�a darlo, s�lo quer�a ver el placer reflejado
en la cara de ese hombre. �sa era su recompensa. Mientras tanto Patricia hab�a
comenzado a masturbarse con m�s intensidad. C�mo no pod�a llegar al orgasmo, sin
la autorizaci�n de su "se�or", �so la llevaba manosearse m�s y m�s. Mientras con
una mano acariciaba sus pechos, sus pezones ya eran una roca y parec�an querer
perforar el corpi�o que los aprisionaba, la otra mano se hab�a sumergido dentro
de su bombacha y, seguramente, uno o m�s de sus dedos ya estaban totalmente
introducidos dentro de su vagina y estar�an explorando el cl�toris. Martins,
imprevistamente, decidi� sacar su miembro de la boca de Paula, lo cual
repercuti� en las dos muchachas de manera diferente. Mientras Patricia aliment�
la ilusi�n de que ahora le tocar�a su turno, Paula pens� que su "se�or" estaba
disconforme con su trabajo y pregunt�:
- �Estoy cumpliendo mal tu
orden.......amo? -Martins se
sorprendi�. Era la primera vez que una de sus "esclavas" lo llamaba "amo", sin
la necesidad de hab�rselo ordenado mediante una consigna hipn�tica. Se di�
cuenta que su nueva "adquisici�n" le iba a retribuir muchos r�ditos, tal era la
desesperaci�n de Paula por solucionar su problema. En muy poco tiempo ser�a una
esclava perfecta y la utilizar�a para las cosas m�s incre�bles. Hab�a logrado un
grado de sumisi�n tan grande y en tan s�lo una sesi�n, que Martins ya estaba
comenzando a planear lo que le har�a hacer en el futuro.
- Nada de eso, mi peque�a esclava,
lo has hecho muy bien. S�lo que no quiero acabar todav�a.
La palabra esclava, dicha de la boca de su amo, y la
confirmaci�n de que hab�a cumplido bien lo que se le hab�a ordenado, llev� a
Paula a tener un orgasmo, el primero de los tantos que tendr�a en su
"esclavizada" vida.
Patricia hab�a dejado de masturbarse, pendiente de la
siguiente acci�n que tomar�a Martins, mientras su amiga segu�a de rodillas, la
espalda erguida y la cabeza alta, mirando tambi�n al m�dico, en una t�pica
postura de adoraci�n. Michael las observ� a las dos y decidi� que era un buen
momento para darles un poquito de placer, c�mo si fuese un domador que d� un
terr�n de azucar a sus mascotas, despu�s de haber hecho un buen n�mero circense.
- Ahora, chicas, me gustar�a ver un
buen acto de amor l�sbico. Paula, quiero que observes detenidamente a Patricia.
Mientras te hablo, obs�rvala. Cuanto m�s la mires, m�s atracci�n sentir�s hacia
ella. Llegara un momento en que desear�s con toda tu alma que te seduzca, que
avance sobre t�. Y cuando lo haga te sentir�s la mujer m�s feliz del mundo. Pero
tendr�s proh�bido llegar al orgasmo, hasta que yo te lo ordene. Siempre que
tengas cualquier tipo de relaci�n sexual, conmigo o delante de m�, no podr�s
acabar sin mi consentimiento. Tu mente llenar� tu cuerpo de placer, oleadas
inaguantables de placer, pero tu misma mente te negar� la satisfacci�n del
orgasmo hasta que no escuches mi orden. Y cuando eso suceda, esos orgasmos ser�n
los m�s fuertes que hayas tenido en tu vida. Me los deber�s a mi, a tu amo y
se�or, y reforzar�n todas las �rdenes con las que ser�s programada. Por cada
orgasmo dejar�s definitivamente una parte de tu voluntad y me la transferir�s a
m�. A cambio de tu voluntad, ir�s ganando seguridad ante los dem�s y ante los
proyectos personales y laborales que te propongas perseguir. En poco tiempo
llegar�s a tus dos metas m�s ansiadas en tu vida. Por un lado ser�s la mejor
actriz, la m�s segura, con un futuro brillante y pr�spero. Y por el otro, ser�s
la esclava m�s d�cil, la m�s sumisa, la m�s perfecta. -Mientras Paula
reten�a en su mente todas las �rdenes que le impon�a Martins, no dejaba de
observar a Patricia. �C�mo pod�a ser que en todo �ste tiempo no se hab�a
detenido a mirarla?. Era hermosa, muy hermosa. Sus ojos la encandilaban. Su
cuerpo era perfecto. Las curvas de sus caderas eran una invitaci�n a abrazarla.
Sus manos eran sensuales. C�mo quisiera que esas manos se posaran sobre su
cuerpo, masajearan sus enormes pechos, exploraran su pubis, se introdujeran en
su concha..... y la masturbaran. Y su culo....era imponente ese culo. No ten�a
ninguna duda que pod�a caer facilmente seducida ante el culo de Patricia. C�mo
le gustar�a besarlo, recorrerlo con su lengua, manosearlo. �Por Dios!, c�mo le
gustaba Patricia, si tan s�lo le hiciera alguna insinuaci�n er�tica, ella no
dudar�a en caer ante sus encantos.
- Veo en tus ojos mucha ansiedad
Paula. Creo que Patricia siente lo mismo por t�. �No es cierto, Pat? Claro que
s�, sientes lo mismo por Paula. Y t� ya sabes que no puedes tener orgasmos sin
mi consentimiento. Es tuya, Patricia. Haz lo que quieras con ella.
Patricia se acerc� y la tom� de los brazos, poni�ndola de
pie. Mientras Paula la miraba embelezada y llena de amor, su amiga comenz� a
soltar los breteles de su corpi�o hasta quit�rselo por completo. Los grandes
pechos de Paula, liberados de su sost�n, tomaron su verdadera dimensi�n y
asombraron al propio Martins, que miraba apoyado en su escritorio. Mientras
tanto, Patricia segu�a con la tarea de desvestir totalmente a Paula, quit�ndole
la bombacha, mientras le besaba el cuello y masajeaba sus pezones, que en
segundos, tal era la febril calentura de su amiga, se transformaron en dos picos
punteagudos, de un rojo muy intenso. Paula estaba sumergida en oleadas de placer
cuando sinti� el calor h�medo de la lengua de Patricia sobre su sexo. Haci�ndo
camino con las manos, separando los labios vaginales de Paula, la lengua de
Patricia comenz� su gratificante trabajo. Paula notaba la proximidad del
orgasmo, pero cada vez que cre�a llegar, una fuerza inconsciente lo conten�a, lo
que le provocaba a�n m�s calentura. Era inaguantable pero nunca se hab�a sentido
tan plena. S�lo pensaba en c�mo disfrutar�a cuando pudiese acabar, gimiendo de
placer, descompuesta ante el orgasmo descomunal que se avecinaba. Patricia sab�a
que su amiga estaba disfrutando y cuando, de reojo, observaba a su amo, sent�a
que �l tambi�n estaba complacido con el espect�culo, por lo cual reforzaba su
leng�eteo sobre el cl�toris de Paula, para hacerla gemir m�s...y m�s. La postura
de Patricia no era nada casual. Hab�a tendido a Paula en el piso, con las
piernas abiertas y ella estaba en cuatro patas haciendo su trabajo. En esa
posici�n su culo se volv�a m�s exhuberante y apuntaba directo a los ojos de
Martins. Se pod�a decir que �ste "imaginaba" el trabajo que estaba realizando
Patricia, observando los excitantes movimientos del culo de su "m�s antigua"
esclava. Y as� era, pues el doctor hab�a comenzado a masturbarse, escuchando los
gemidos de Paula y el trasero casi desnudo de Patricia, apenas cubierto por su
diminuta tanga. Con la idea ya pensada de lo que iba a ocurrir minutos despu�s,
Martins lanz� la orden esperada:
- Quiero que acabes ya, Paula
La explosi�n del orgasmo no tard� en llegar. Mientras su
cuerpo se estremec�a, interminablemente, Patricia decidi� prolongarlo lo m�s
posible, introduciendo su lengua, casi por completo, en la empapada concha de
Paula. Mientras acababa, Paula no sab�a que dentro suyo estaba comenzando a
nacer una fiel esclava, hasta que su mente comenz� a hilvanar frases que su boca
comenz� a recitar.
- Soy tu esclava, amo..... haz de m�
lo que quieras....... no soy absol�tamente nada sin t�..... quiero ser tu
mascota m�s fiel......c�geme...... c�geme, por favor..... haz que mi cuerpo
obedezca a tu mente...... quiero ser t� m�s fiel esclava..... t� m�s puta
esclava.
Martins les orden� que se detuvieran. Patricia ard�a en
deseos de acabar, pero a ella todav�a no le hab�a llegado la orden, por lo que
su calentura era incontenible. Paula, apenas recuper�ndose de su orgasmo, su
cuerpo estaba dando sus �ltimos y espasm�dicos movimientos, volvi� a mirar los
ojos de su amo, quien con el miembro totalmente erecto, les orden�:
- Ahora, Paula, vas a terminar la
tarea que has dejado inconclusa. Y v�s, Patricia, vas a masturbarte salv�jemente
mientras nos miras. Cuando yo comience a eyacular, las dos tendr�n un furioso
orgasmo, el doble de intenso del que ha tenido nuestra esclava Paula hace unos
instantes...
Paula se acerc� de rodillas hasta el pene del doctor y
comenz� a hacerle una mamada m�s intensa que la anterior. Esta vez, no s�lo
quer�a tragarse todo el semen y limpiar con su lengua cada mil�metro de su pija,
sin� que sab�a que eso le proporcionar�a un orgasmo m�s fuerte que el anterior.
Mientras tanto, Patricia, observaba magnetizada los movimientos fren�ticos de la
cabeza de su amiga y sin darse cuenta, cuatro de sus dedos estaban introducidos
m�s de la mitad en su vagina. Martins no pudo aguantar demasiado. El espect�culo
del d�a hab�a sido muy fuerte y en pocos minutos comenz� a eyacular. Paula
tragaba con devoci�n todo el semen que sal�a de la pija de su amo, mientras
alcanzaba un orgasmo infin�tamente m�s fuerte que el anterior, el cual reforzaba
a�n m�s su sometimiento y su esclavitud mental. Patricia, en tanto, se hab�a
tirado sobre el sill�n donde en algun momento estuvo sentada, y se entregaba a
un terrible orgasmo de similares caracter�sticas.
Martins mir� su reloj. Todav�a quedaban poco m�s de 10
minutos para finalizar la sesi�n, y decidi� que deb�a reforzar el subconsciente
de Paula, para aprovechar el estado de sumisi�n total en el que se encontraba.
Le orden� que se sentara en la silla, donde hab�a comenzado todo, luego de
hab�rles ordenado que se vistieran y de haber mandado a Patricia a su lugar
original y comenz� con su inducci�n final:
- Paula, quiero que observes
nuevamente mi lapicera, en especial su atractivo capuch�n y quiero que recuerdes
la paz, la relajaci�n y el placer que te provoca observarla
-inmedi�tamente Paula fij� la vista en el objeto y su cara se ilumin�, como si
fuera una ferviente devota observando una aparici�n divina-
Ahora, a la cuenta de tres, vas a cerrar los ojos y
dormir�s profundamente, pero, m�s que nunca, prestar�s atenci�n y registrar�s
absolutamente todo lo que te ordene. Quedar� grabado en tu mente y s�lo yo,
nadie m�s que yo, podr� borrarlo de all�. �Has entendido?
Uno....dos.....tres.
Los p�rpados de Paula cayeron como si pesaran varios kilos
cada uno, pero su cabeza permaneci� r�gida, como esperando las �rdenes que iba a
recibir.
- Cada vez que vengas a mi
consultorio, mientras esperas en la sala, entrar�s en un estado de total
relajaci�n. Perfectamente consciente, pero relajada. Cuando est�s ante m� te
comportar�s normalmente, pero cuando chasque� mis dedos delante de tus ojos, te
convertir�s nuevamente en mi esclava. Entrar�s en ese trance hipn�tico que tanto
te agrada y que tantos placeres te ha provocado. Ser�s mi instrumento. Todo lo
que yo te ordene ser� obedecido ciegamente y siempre tendr�s tu recompensa.
Cuando, en unos instantes, chasque� mis dedos, ambas despertar�n, no recordar�n
absolutamente nada de lo que sucedi� y v�s, Paula, te sentir�s mejor, mucho
mejor. M�s segura de t� misma, pero con la imperiosa necesidad de seguir
acudiendo a las sesiones. Adem�s, not� que desde que has entrado has observado
mi lapicera con mucho amor. Cuando despiertes, ese amor hacia la lapicera se
transferir� a mi persona. Cada vez que finalicemos una sesi�n, sentir�s una
atracci�n especial hacia m�. Hasta el punto que, a�n estando despierta, te ser�
dif�cil contradecir cualquiera de mis mandatos. �Ha quedado todo esto grabado en
tu mente?
- S�, mi amo. Imborrablemente
grabado.
- Pues, muy bien entonces
-Martins levant� las dos manos, apunt� hacia los rostros de sus esclavas y
chasque� los dedos.
Patricia, acostumbrada a las sesiones, s�lo tom�
conciencia de la hora y se lament� de haberse dormido durante la sesi�n y de
haberse perdido detalle de la larga conversaci�n que supuso hab�an mantenido su
amiga y el doctor. Paula, en cambio, abri� los ojos confundida y pregunt� que
hab�a sucedido.
- Lo que ten�a que pasar, Paulita.
�Me permites que te llame as�?. Hemos ahondado profundamente en tu interior y
creo que hemos hecho un buen avance. �C�mo te sientes?
- Bien.....es m�s, �muy bien!
-exclam� Paula, sinceramente convencida que su �nimo era diferente. Se sent�a
otra persona. Si bien sent�a un gusto raro en su boca, no le import� en absoluto
al notar que se sent�a m�s confiada, m�s segura.
Mientras el Dr. Martins anotaba algo en un cuaderno,
seguramente la fecha de su pr�xima sesi�n, Paula, no sab�a porqu�, pero
lamentaba que esta hubiese finalizado, y dese� que el almanaque corriese r�pido
para volver a estar nuevamente all�. Mientras miraba al m�dico usar su lapicera,
se sorprendi� que en alg�n momento hubiese sentido una especial atracci�n por la
misma. Despu�s de todo era una lapicera com�n y corriente. El que no era com�n y
corriente era el Dr. Martins. Estaba empezando a notarlo distinto, su car�cter
era dominante y estaba comenzando a agradarle. Adem�s lo
notaba.....seductor..... s�, decididamente....muy seductor.