Relato: El hombre que adoraba los cirios





Relato: El hombre que adoraba los cirios

Vio como se abr�an las puertas del local y el humo f�tido del
interior escapaba al frescor de la noche atropell�ndose en grises jirones de
niebla. Sumergido en el calor asfixiante del local, sinti� sobre su piel el
tibio aliento del aire h�medo del exterior como un soplo de frescura. Abri�ndose
paso a trav�s del hedor amargo del humo de tabaco, el amasijo de perfumes,
colonias y desodorantes, la fetidez hiriente de los lavabos, el olor dulz�n de
las bebidas derramadas en el suelo y el tufo a transpiraci�n y a cerrado del
recinto; lleg� hasta �l el olor inconfundible del asfalto mojado y los �rboles
bajo la lluvia nocturna.


Entre el tumulto cuerpos agit�ndose al son de la m�sica de la
discoteca, la fresca brisa le hizo girar la cabeza. Intuy� la silueta atl�tica
de Marcela recort�ndose, enfundada en cuero, contra el resplandor cegador de los
focos de la entrada como si se tratase de un �ngel terrible en las puertas del
Para�so. Su pulso se aceler�. Se abri� paso a empujones hasta la puerta de
acceso. Cuando lleg� al port�n, �ste se cerraba con �mpetu. Lo volvi� a abrir
con un peque�o esfuerzo y qued� deslumbrado por la blancura de la iluminaci�n
externa que hiri� sus ojos ceg�ndole.


La puerta se cerr� nuevamente a su espalda y la algarab�a del
interior qued� sustituida por un silbido agudo en sus o�dos. Esper� unos
segundos y subi� las escaleras de dos en dos, d�ndose de bruces con un
escandaloso grupo de travest�s vocingleros que descend�a por ellas. Se disculp�,
pr�cticamente sin verlos y en dos saltos m�s lleg� a la superficie. La calle
Moi� apareci� a sus ojos desierta y oscura, la acera mojada brillaba como charol
arrugado bajo la luz de las altas farolas.


Desconcertado por un momento, supuso que Marcela no deb�a
haberse ido hacia el lado de Institut Fran�ais, porque si fuese as� a�n
ser�a visible, por tanto, �l tom� la direcci�n contraria y se dirigi� hacia la
calle Tusset. Al llegar a la esquina y antes de poder verla, la reconoci� por el
sonido de campanillas que produc�an los herrajes de su bolso al chocar contra
los adornos met�licos del cintur�n. Sigui� el tintineo y la divis� subiendo la
calle bajo la fina llovizna. En la distancia era como una aparici�n
difumin�ndose en la noche, solo las altas botas de cuero rojo y el llamativo
vestido corto eran f�ciles de distinguir incluso en la escasa luz que atravesaba
las tupidas copas de los �rboles.


Se puso a seguirla sin saber muy bien que es lo que esperaba
hacer. Era un pulsi�n incontrolable, no pod�a pensar con claridad. Esa noche no
hab�a bebido pero su cerebro era tan torpe como si ya estuviese borracho. Ten�a
la boca seca y su coraz�n cabalgaba desbocado retumbando con furia en su
interior. Se propuso serenarse para poder pensar con claridad. Sus pulmones
ard�an dentro de su pecho henchido de un deseo eterno y culpable. Afloj� el
paso, respir� profundamente y acomod� su paso al de la mulata. Ella le llevaba
suficiente distancia como para no darse cuenta de que �l la estaba siguiendo.
Delante de �l, cruz� la Travessera de Gr�cia sin detenerse, su imagen se reflej�
por unos instantes en la cristalera sombr�a de una peluquer�a y, finalmente, se
intern� en las tinieblas de la calle del Brusi.


�l lleg� al cruce unos segundos despu�s, el cambio de
sem�foro le salv� de morir atropellado por los coches. Mientras esperaba que
dejasen de pasar, observ� como Marcela desparec�a de su vista. Su mano derecha,
dentro del bolsillo de la chaqueta, hac�a sonar nerviosamente las llaves del
coche. De pie en el borde de la acera, se relaj� por un momento, sintiendo sobre
su piel la suave lluvia que humedec�a con dulzura su cara. Apret� los dientes, y
en cuanto se hizo un claro en el r�o de veh�culos, atraves� a la carrera. Entr�
como una exhalaci�n en la bocacalle por donde hab�a desparecido el transexual.
Intent� localizarla, pero se hab�a esfumado como por encantamiento. Su materia
de fantasma hab�a dejado apenas una huella borrosa y un vago rumor como si el
aire hubiera temblado por un momento. Sin embargo, pens�, no pod�a estar muy
lejos. Subi� con paso r�pido por la estrecha acera. En el silencio solo se
escuchaba el ruido firme de sus propios pasos y el murmullo sordo del tr�fico en
la Travessera.


Cuando apenas hab�a avanzado treinta metros, crey� escuchar
un silbido d�bil a su espalda. Continu� caminando y el sonido volvi� a
repetirse. Se detuvo en seco. Se gir� descubriendo una sombra en la l�brega
entrada de una estacionamiento comunitario. Se asust� de veras, ya se ve�a
asaltado. No obstante, cuando se fij� con m�s detenimiento, crey� reconocer la
figura escondida, pero fue sobre todo el perfume que capt�, en el que se
mezclaban el almizcle, el jazm�n, el tabaco y la esencia concentrada de la
lujuria; lo que le permiti� descubrir a Marcela. Se le apareci� como una extra�a
deidad, morena como la noche, vestida de cuero, pl�stico y metal, apoyada contra
el muro encalado, cargada de misterio.


� "Hola, cari�o, cu�nto tiempo sin verte, �buscas algo?"


� "S�, quer�a ver si te encontraba"


� "�Para qu�?"


� "Para preguntarte si puedo estar un rato contigo"


� "Es un poco tarde... �tienes ganas de rezarme una
plegaria?
"


� "�Una plegaria...? No entiendo"


� "Es f�cil, cari�o, arrod�llate, enciende mi cirio y
hazme subir al cielo
"


� "S�, exactamente es en eso en lo que estaba pensando"


� "Te costar� solo cien euros, �los tienes?"


�l rebusc� nerviosamente en los bolsillos hasta encontrar la
cartera que resbal� entre sus dedos mojados de sudor como si se tratase de un
pez reci�n sacado del agua. Temblando por la excitaci�n la abri�, extrajo dos
billetes de cincuenta y se los pas� al transexual. Ella se los guard� en el
bolso que llevaba colgando, apoy� las manos en los hombros del cliente y le hizo
arrodillarse sobre el suelo empapado. Con lentitud, levant� la falda min�scula y
le mostr�, entre sus muslos azabache de culturista, el objeto de deb�a adorar.


A medida que los ojos del hombre se acostumbraron a la
oscuridad de la calle, percibi� primero la claridad de la ropa interior, despu�s
su silueta recort�ndose contra el fondo de �bano que era el cuerpo de Marcela y,
finalmente, el bulto descomunal que brotaba en la entrepierna. Aproxim� sus
labios a la tela de las braguitas y oli� por primera vez el seductor aroma del
miembro mulato en todo su esplendor. No era un olor especialmente melodioso, ni
tampoco repulsivo, era sutil, penetrante, se col� por sus fosas nasales,
ascendi� sin resistencia e invadi� su conciencia, haci�ndose due�o de todos y
cada uno de sus pensamientos. Cerr� los ojos y aspir� profundamente, intent�
absorber el olor, fijarlo de forma indeleble en alg�n rinc�n de su cerebro para
tenerlo siempre consigo. As�, en el futuro, pens�, cuando quisiera rememorar la
escena con exactitud, sencillamente dejar�a que el recuerdo de aquella fragancia
le devolviera a aquella noche con una precisi�n que ninguna imagen podr� tener
jam�s. En olor le regresar�a al sue�o h�medo bajo la lluvia y en su sue�o
creer�a poseer una vez m�s el cuerpo, la carne deseada


Intent� apoyar los labios y, antes de poder siquiera
tocarlas, bajo la superficie c�lida del algod�n percibi� el calor animal del
pene. Crey� distinguirlo como un canal subterr�neo de magma ardiente enterrado
bajo la tela. Una emanaci�n invisible y t�rrida fue a su encuentro, tropez�ndose
con sus labios antes de que �stos se posasen en la tela candente y le posey�.
Adelant� un poco m�s los labios y entr� en contacto con la tela. El calor se
torn� h�medo y el aroma se intensific�, se multiplic�, se confundi� con la
sensaci�n de sus labios y se sumergi� pl�cidamente en el r�o del olvido. Abri�
la boca e intent� abarcarlo en toda su anchura. Su lengua se aplast� contra �l y
percibi� el sabor salado de la ropa interior de la mulata, un recuerdo �nfimo y
excitante de or�n.


Los dedos de Marcela se deslizaron por delante de su cara,
cogieron la goma el�stica de la braguita y la hicieron descender s�bitamente. �l
no se esperaba lo que sus ojos vieron a continuaci�n: nunca so�� que un miembro
masculino se pudiera desenrollar y caer blandamente como si se tratase de una
manga de riego, o quiz� de forma m�s precisa, con la laxa y sorda lentitud de la
trompa de un elefante al descender. Parec�a brotar del fondo a�n m�s sombr�o y
salvaje de una selva de vello p�bico. Ante su vista qued� colgando una gruesa
tuber�a que descend�a hasta medio muslo de su due�a y tras ella, los test�culos
que se balanceaban en silencio dentro del escroto velludo y negro.


Girando la cabeza, acarici� la base del balano con su
mejilla. El contacto suave de la delicada piel contrastaba con la rigidez
punzante de los rizos de vello. Con los ojos cerrados, descendi� a todo lo largo
del rabo colgante, degustando con la piel de su cara la lisa superficie hasta
llegar a la l�nguida flor de piel tostada que formaba el prepucio. A
continuaci�n hundi� su nariz en el acogedor nido que formaban las ingles del
transexual. El hueco, protegido tras sus huevos, era una alcoba tibia como un
invernadero. Aspir� con pasi�n el dulce efluvio masculino que se hab�a
acumulado. Apoy� toda la cabeza contra el sexo de su acompa�ante y durante unos
segundos se perdi� en aquel arom�tico jard�n de la pereza.


La mano de Marcela al posarse sobre su cabello le despert� de
su ensue�o. Volte� la cabeza y acarici� con su lengua el tallo de carne mulata,
inerte y complaciente. En un primer momento sinti� que ni tan solo aquella masa
prodigiosa podr�a colmar el deseo que sent�a. Se la intent� introducir entera en
la boca con glotoner�a y casi se ahoga en el intento.


- "Calma muchacho, me la vas a romper" � escuch� que
le dec�a desde arriba


Levant� la vista y se top� con la transexual contempl�ndole
desde el espejo profundo y sombr�o de sus enormes ojos negros. Ambos, �l y ella,
esbozaron al un�sono una sonrisa de complicidad. �l tom� el tubo de carne
masculina con la mano derecha y volvi� a comenzar, pero con m�s tranquilidad.
Form� un c�rculo con los labios y deposit� en ellos el arrugado envoltorio de
piel que formaba el prepucio de la mulata. Percibi� el sabor combinado del sudor
y la orina, que le record� el sabor de las gambas saladas. Pase� la lengua sobre
la superficie rugosa, c�lida y m�rbida, descubriendo a trav�s de ella la textura
estriada y blanda del capullo. Con la ayuda de dos dedos, retir� la capucha de
piel y lami� el inicio del glande que emergi� brillante, esf�rico y delicado del
confortable hogar en el que dorm�a.


Sus dedos fueron conscientes de que el pene empezaba a cobrar
vida gracias a las sutiles caricias de la lengua. Bajo su mano, la naturaleza
volc�nica del miembro se estaba desperezando. Se hinchaba y engordaba,
desliz�ndose con lentitud entre las yemas de sus dedos. �l lo levant� hasta
ponerlo vertical. Lami� toda longitud del miembro, desde el extremo que
sujetaba, hasta la ra�z, recogiendo en su descenso el confortable calor del
encierro, haci�ndolo suyo. Continu� su descenso hasta los test�culos que al
contacto de sus labios y su lengua se contrajeron dentro de la bolsa del
escroto. Tom� la piel del recubrimiento genital con sus labios y la estir� con
ternura, mientras su mano se deslizaba sobre el m�stil de �bano empapado de
saliva.


Tuvo que incorporarse un poco para volver a ponerse en la
boca el miembro de la mulata que si unos minutos antes dormitaba entre las
sombras, pl�cidamente enroscado en el interior de las bragas, ahora se ergu�a
r�gido, grueso y p�treo como una columna de m�rmol negro. Apoy� su mano
izquierda sobre la poderosa cadera de Marcela y con la derecha forz� un poco el
tronco para dirigirlo hacia su boca anhelante. Intent� ver hasta donde pod�a
trag�rsela, forz� su garganta y vio que llegaba hasta donde ninguna otra polla
hab�a llegado antes. Inici� un largo vaiv�n con mucha lentitud, para evitar que
aquel tallo pujante le provocase arcadas al rozar el fondo del paladar.


Sobre su cabeza escuchaba la respiraci�n profunda del
transexual, mezclada con alg�n d�bil gemido. Cuando se hubo acostumbrado, pudo
acelerar el movimiento. La saliva le goteaba por las comisuras de los labios que
no pod�a cerrar. Su boca estaba inundada del sabor del pene mulato, un sabor
penetrante y absorbente que le embriagaba, le transportaba a lugares en los que
nunca hab�a estado, a tardes de siesta en playas tropicales, a carnavales
salvajes y noches de sexo que nunca disfrutar�a.


Se acomod� al movimiento y ya no necesit� seguir sujetando el
miembro, entraba y sal�a con toda naturalidad, sin ning�n esfuerzo. La mano
liberada viaj� hacia los test�culos, palp� la entrepierna ba�ada de sudor y se
intern� hasta alcanzar la s�lida redondez de las nalgas del travest�. Mientras
continuaba con el vaiv�n de su cabeza a lo largo del asta s�lida, las yemas de
sus dedos exploraron el nuevo mundo que se les abr�a. Disfrutaron de la lisura
de las pulidas esferas que eran los gl�teos, bajaron a los muslos herc�leos y
presintieron la fuerza escondida en ellos. Ascendieron en pausadas �rbitas hasta
el cr�ter del volc�n oscuro y profundo del ano que parec�a atraerlos hacia s�.
Sintieron la humedad de la t�rrida selva lluviosa de sus paredes, r�os de sudor
descend�an a trav�s del vello haci�ndoles patinar en su ascenso. Temblores
imperceptibles sacud�an las blandas paredes del esf�nter a medida que se
acercaban a su objetivo. El dedo coraz�n fue el primero en llegar y sin que
pudiera remediarlo fue succionado al interior. Un sollozo de Marcela interrumpi�
el repiqueteo l�quido de su boca sobre el pene.


� "�O Dios!, �Qu� gusto! Sigue as� papa�to, lo est�s
haciendo muy bien
" � escuch� que le murmuraba con voz apagada.


El dedo se acomod� a la intimidad de su nuevo hogar. Las
entra�as del transexual se abrazaron a �l acarici�ndolo. Calado de sudor en el
ascenso, patinaba en el interior sin ning�n esfuerzo al igual que su boca lo
hac�a a todo lo largo del m�stil y sin que fuese una decisi�n consciente,
acompas� ambos movimientos, el interno y el externo. �l estaba completamente
absorto en su labor. Las luces de los coches que sub�an por la calle del Brusi
iluminaban por unos instantes la pared contraria a la que se apoyaba Marcela, y
a continuaci�n pasaban junto a ellos salpicando la acera con el agua encharcada.
Sin embargo, �l, en todo el tiempo que estuvo all�, no se dio cuenta de hubiese
pasado ninguno. A sus o�dos solo llegaba la cadencia mon�tona de la chupada y
los suspiros espor�dicos del transexual. Todo lo dem�s quedaba apagado por el
murmullo sordo de la lluvia nocturna sobre el asfalto y la plancha met�lica de
los veh�culos estacionados.


� "Otro dedo, papa�to, f�llame con dos dedos" � le
implor� Marcela


El �ndice acompa�� al coraz�n y los dos juntos bailaron
abrazados en el culo del travest� que se convulsionaba sin control. A �l la boca
le dol�a, sent�a bajo sus mejillas los m�sculos agarrotados y como su saliva
goteaba sobre su pecho. Se retir� un momento para tomar aliento. En aquel
momento los faros de otro coche ascendiendo la calle iluminaron las paredes del
hueco en el que se encontraban. Ante sus ojos apareci� el cirio pascual en todo
su esplendor: orondo, enhiesto, refulgiendo empapado de saliva, gruesas
enervaciones como goterotes de cera surcaban la superficie, palpitaba con vida
propia y ascend�a poderoso hasta m�s arriba del ombligo de su due�a. La ef�mera
luminosidad transform� el portal del aparcamiento en una capilla, el travest�
vestido de chillones colores se le apareci� como una figura de la Virgen y el
pene desproporcionado erguido frente a ella, como un cirio de adoraci�n.


� "�Virgen Santa! �Tu polla es la Gloria!" � fue la
�nico que se le ocurri�.


� "S�, ad�rame, eso es, mi ni�o. �Pero, por lo que m�s
quieras, no pares ahora!
" � le respondi� Marcela


La luz desapareci� con el auto y volvi� la confortable
oscuridad. �l continu� haci�ndole una paja con la mano libre, que se escurr�a
con facilidad sobre la piel mojada. La otra mano continuaba hurgando en el ano
del travest� sin darse un respiro. Los dos dedos que ten�a enterrados
profundamente fueron los primeros que sintieron los espasmos. Primero fue una
serie corta y r�tmica de contracciones violentas, a continuaci�n el pene de la
mulata tir� de la otra mano hacia atr�s como si se tratase del tim�n de una
barca rebelde. Escuch� el alarido de Marcela y gruesas gotas de semen caliente
le salpicaron la cara. Llovieron sobre su pecho y se desparramaron espesas
primero por el tronco y luego por su mu�eca.


Retir� los dedos del ano del transexual que se cerr�
blandamente tras ellos, pero continu� acariciando en un lento sube y baja el
pene erecto hasta que percibi� que hab�a acabado de convulsionarse y empezaba a
relajarse en su mano.


� "La se�orita Marcela nunca te enga�a, ya te he dicho que
ibas a adorar mi cirio
" � le dijo mientras se volv�a a acomodar su enorme
serpiente en el interior de sus bragas.


� "S�, ten�as raz�n, hoy has hecho un milagro" � le
respondi� �l.


Se incorpor�, sintiendo una quemaz�n insufrible en las
rodillas. Ambos quedaron de pie, frente a frente, �l la bes� delicadamente en
los labios. La boca de Marcela se dobl� con una mueca de disgusto y luego sonri�
p�caramente.


� "Cuando llegues a casa, l�vate la boca. Hueles a polla
que tira de espaldas
" � le dijo al cliente como despedida. Pasando a su lado
continu� la ascensi�n por la calle del Brusi.


�l la sigui� con la vista hasta que dobl� en la esquina de
L�Avenir, despu�s se limpi� las manchas de semen con un pa�uelo, sali� tambi�n
�l del portal del aparcamiento y baj�, silbando bajo la lluvia, por la calle que
antes hab�a subido. Con una pl�cida sonrisa de felicidad, sintiendo como la
lluvia mojaba su piel, fue a buscar el coche que hab�a dejado frente al "Capit�n
Bananas".


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Relato: El hombre que adoraba los cirios
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