Relato: El oficinista





Relato: El oficinista

"El Oficinista"


Cuento er�tico en XII cuadros.


I - La oficina.


Tom�s sinti� que el tiempo, como tantas veces, no
transcurr�a.


Sentado frente al gris escritorio se qued� un rato pensando.
Ese color, un gris eterno e inexorable, te��a todo lo que estaba bajo su campo
visual.


D�a tras d�a, Tom�s asist�a (se podr�a decir que iba a vivir)
a su trabajo en la herm�tica oficina perteneciente a la Tesorer�a de la Facultad
de Ciencias Econ�micas, un empleo que casi hab�a heredado de su padre y que,
casi sin que �l se diera cuenta, lo hab�a transformado en un hombre m�s. Sin
aspiraciones, sin deseo, sin color. O tal vez... s�, un color gris, como el de
casi todos los compa�eros que compart�an con �l ese cotidiano y llano convivir
de ocho horas al d�a: el Sr. Pereyra, el jefe; la se�orita Liliana, su eterna y
solterona secretaria; Hilario, un empleado con tanta antig�edad en el puesto que
hasta hab�a conocido al padre de Tom�s; Rita, la vulgar e in�til chica a la que
usaban para tareas no tan elaboradas... en fin, una especie de fauna tan com�n
como la vida que llevaban.


Tom�s era a�n joven. Sus cuarenta no hab�an podido declinar
su contextura fuerte y salud impecable. Pero, �ay!, la vida oficinesca, que
disminuye las inquietudes, que pule d�a a d�a las resignaciones y aplaca la
indignaci�n, le hab�a quitado el brillo de sus ojos marrones y hab�a pintado de
blanco las sienes en su oscura cabellera. As� y todo, Tom�s era un ser amable,
querido y respetado por quienes lo conoc�an. Era uno de los mejores empleados de
la oficina, el hombre de confianza del Sr. Pereyra, y un habitual cortejado de
la se�orita Liliana, que sin �xito le hab�a echado el ojo desde hac�a tres a�os.


Esa tarde, en el horario de las 17 hs., como siempre; sali�
de la facultad, como siempre; atraves� medio Buenos Aires en el bus, como
siempre; hizo algunas compras, como siempre; entr� a su apartamento de tres
ambientes, ley� su libro y mir� algo de televisi�n como siempre; y dej� que
pasaran las horas hasta su cena, hasta su ducha, hasta su lecho, donde se durmi�
sin tener sue�o, como siempre.


Al d�a siguiente, su humor no difer�a de otros d�as, salvo
que... a diferencia de ayer, el d�a era bell�simo. Una radiante claridad inund�
su dormitorio al abrir las persianas. Al ir hasta la diminuta cocina, recogi� el
diario que el repartidor hab�a dejado en el umbral de su puerta. Se hizo un
caf�, tostadas y el jugo de un pomelo, leyendo las noticias entre l�neas.


Fue hasta el ba�o, se desnud� y como era lunes, puso el
pijama en el canasto de la ropa sucia.


Se mir� al espejo frente al lavabo y se afeit�,
cuidadosamente, para no cambiar ning�n l�mite a su bigote. Su cuerpo era bien
proporcionado, velludo, hirientemente blanco, ten�a esa lozan�a de alguien que
no ha hecho ning�n uso (ni abuso) de �l. Eso s�, en su juventud hab�a hecho
deportes, lo cual manten�an sus m�sculos en sus respectivos lugares. Piernas
largas y generosas, gl�teos firmes, redondos, sombreados del vello suave que
casi ascend�a por sus espaldas. Su torso era amplio y su abdomen chato, pues,
claro, Tom�s no conoc�a tampoco de excesos alimentarios.


Tom�s revisaba todos los d�as su cuerpo. Era muy pulcro,
cuidadoso y siempre estaba alerta a cualquier cambio en �l. Hipocondr�aco
natural, siempre cre�a que estaba enfermo de la �ltima dolencia de la que hab�a
o�do hablar a cualquier persona, aunque fuera en el tren. Esa ma�ana, como
todas, consider� que todo estaba en orden despu�s de haber palpado y observado
algunas zonas. Mir� sus genitales. Su pene, de tama�o grande, que colgaba
perezosamente rodeado de un espeso matorral de pelos negros, fue descapullado y
revisado minuciosamente, como cada vez que se duchaba. Todo estaba bien. No
pod�a estar m�s sano ni gozar de mejor salud. Volvi� a mirar su verga. A veces,
sent�a ganas de jugar con ella, �nica actividad en su solitaria vida sexual.
Pero no esa ma�ana. Se avergonz� un poco de s� mismo por volver nuevamente con
eso: un hombre adulto pensando en estupideces de adolescente...


No obstante, su miembro intent� ponerse duro. Se hab�a
levantado unos cent�metros. Mir� un rato a trav�s del espejo como se agrandaba.
Pero Tom�s ignor� a su pene como si fuera algo ajeno a �l y se meti� bajo la
ducha caliente.


Despu�s del ba�o se visti�, acomod� la casa, lav� su taza, su
vaso, pas� un repasador a la mesa, hizo la cama, puso un pijama limpio bajo la
almohada, tom� su portafolios y, luego de darle cuerda al antiguo reloj en la
pared de la sala, parti� para la oficina.


II � La oficina, al d�a siguiente.


Pero ese d�a, curiosamente, iba a ser distinto a todos los
otros.


Desde hac�a un tiempo, al jubilarse el hermano de Hilario,
hab�a un puesto vacante en la Tesorer�a. Todos sab�an que tarde o temprano, el
departamento de personal les suministrar�a un nuevo compa�ero.


Cuando Tom�s lleg� a la oficina, la se�orita Liliana no pudo
contener la novedad:


-�Tom�s, Tom�s! - le dijo en voz baja y aprovechando para
acerc�rsele indiscretamente - Tom�s... �el empleado nuevo!


Tom�s dio los buenos d�as a todos, y sin entender todav�a lo
que Liliana quer�a decirle, le pregunt�:


-�Qu�? �qu� empleado nuevo?


Liliana apretuj� a�n m�s sus grandes senos contra el brazo de
Tom�s para seguir explic�ndole:


-�El empleado nuevo...! El que mandaron de personal por el
puesto vacante que dej� el hermano de Hilario, vino hoy.


-No entiendo, se�orita Liliana, �y qu� pas�?, �ya se fue?


-�No! �Est� ahora en el despacho del Sr. Pereyra!


-�Ah, s�?


-�S�, s�! Acaba de llegar.


Liliana no solo hab�a apoyado sus senos contra el brazo de
Tom�s, sino que ahora su aliento daba de lleno en su cara, tanto que Tom�s se
sonroj� casi asfixiado por el perfume barato y esas manos de u�as pintadas que
le invad�an los hombros.


En ese momento se escuch� la voz del Sr. Pereyra a trav�s de
la puerta entreabierta de su despacho.


-�Tom�s!


-�Voy, Se�or!


Tom�s entr� en el despacho haciendo un gesto respetuoso de
absurdo servilismo.


Enseguida vio al nuevo empleado, que estaba sentado frente al
jefe y de espaldas hacia �l.


-Buen d�a, Tom�s. Por favor, rev�seme estas planillas para
hoy, antes de las once, y despu�s me las lleva a Secretar�a General.


-Bien, se�or.


Tom�s se acerc� al escritorio para tomar las planillas y
t�midamente sinti� que su curiosidad le impel�a a mirar el sitio donde estaba
sentado el nuevo empleado. Autocensur� ese peque�o desliz, pero de todas
maneras, quiso reparar en �l. Una sola mirada, que dur� segundos, le permiti�
ver a un muchacho de aspecto com�n, agradable y sin nada destacable en su
apariencia, salvo... un par de ojos verdes que parec�an como salirse de rostro
juvenil y sonriente.


El muchacho, sin pensarlo siquiera, estir� su mano hacia
Tom�s.


-�Hola!, Soy Javier, mucho gusto.


Tom�s, asombrado y perplejo por esa acci�n inesperada, se
qued� inm�vil y sinti� el calor invadir su rostro. Mir� a su jefe, luego a su
nuevo compa�ero, y dubitativamente alarg� su mano respondiendo mudamente al
saludo. Al hacerlo, las planillas cayeron al suelo, desparram�ndose por doquier.


El Sr. Pereyra se qued� at�nito, dibuj� una mueca en sus
labios llevando su mirada hacia arriba casi hasta poner en blanco sus ojos.


Javier sonri� un poco m�s y enseguida se levant� para ayudar
al embarazado Tom�s que, rojo como un tomate, se deshac�a en disculpas.


Ah�, en el suelo, y en un peque�o instante, sus ojos se
encontraron con los de Javier, que le regal� al instante una franca sonrisa,
dibuj�ndosele a trav�s de una bell�sima hilera de blancos dientes. Tom�s respir�
esa sonrisa como si fuera una brisa de aire fresco. R�pidamente, entre ambos
juntaros todas las hojas, y pidiendo nuevamente disculpas, Tom�s volvi� a la
oficina, cerrando la puerta tras de s�.


Por la tarde, Javier se incorpor� a las tareas de la oficina.


Rita, que estaba en el colmo de la excitaci�n ante el inusual
evento del d�a, no paraba de hablarle a Javier, cont�ndole con lujo de detalles
los h�bitos cotidianos y los m�s variados datos de cada uno de los empleados de
la oficina. Tal fue lo exagerado de su charla, que la Se�orita Liliana tuvo que
intervenir para que Rita cesara ya de desparramar impertinencias.


Javier, que en todo momento se mostraba sonriente y muy
simp�tico, asent�a y repet�a sus medidos modales ante la complacencia embobada
del sector femenino.


A decir verdad, Rita se hab�a enamorado bobaliconamente a
primera vista del muchacho, cosa que fue bien evidente para Javier, que no sab�a
muy bien como salir de tan inc�moda situaci�n.


Tom�s, que estaba muy ocupado revisando las planillas, miraba
la escena de reojo.


Entre hoja y hoja, se dedicaba a observar a Javier.


Era un joven de unos 22 a�os. Alto, cabello casta�o, y con
una simpat�a y amabilidad constantes.


S�, definitivamente, lo que m�s sobresal�a de su aspecto,
eran esos transparentes ojos verdes, enmarcados por frondosas pesta�as y cejas.
Su rostro, sin ser especialmente bello, ten�a esa frescura de las personas que
conservaron a trav�s de los a�os los rasgos infantiles. Hab�a algo angelical en
su cara.


Pero entre Liliana y Rita, el muchacho mov�a a caridad. El
pobre no sab�a como desembarazarse de ellas de una manera gentil.


Entonces, Tom�s, suspendi� por un momento su trabajo y lo
llam� discretamente.


Javier, feliz de liberarse, fue hasta el escritorio de Tom�s.


-Disculpame, no te dije mi nombre: Soy Tom�s.


Javier volvi� a sonre�r, y con ese gesto, a Tom�s le pareci�
mas que nunca la sonrisa de un �ngel.


-�Qu� sab�s hacer?


-No mucho - dijo Javier, con un gesto tremendamente seductor.


Tom�s sonri� d�bilmente. Era tan raro verlo sonre�r en ese
entorno...


-�Qu� tal tu letra?


-Bien, gracias.


Tom�s sonri� a�n m�s. Rita hizo un gesto a Liliana como
diciendo: �Tom�s sonr�e?


-Quiero decir: �Ten�s buena caligraf�a?


-Si escribo con la lengua afuera me sale muy parejita, s�.


Tom�s no solo sonri�, sino que lanz� una t�mida risita.
Hilario tambi�n lo mir� asombrado.


-Muy bien, muy bien. Entonces tom�. Pod�s pasar estas cifras
y nombres a esta chequera. Son los sueldos de los profesores.


-�S�, por supuesto!-dijo Javier, feliz de ponerse a trabajar.


-Pero con mucho cuidado, si los cheques no est�n bien hechos,
deberemos anularlos, y...


-�Y el Sr. Pereyra podr�a tener un paro respiratorio...!


Tom�s, ri� a carcajadas entonces, sin poder contenerse.


Javier se puso a trabajar a su lado, y Tom�s se qued�
contempl�ndolo casi... paternalmente.


Rita y Liliana, socarronas y mironas, no se perd�an detalle
de la escena. Tom�s, advirtiendo sus fisgonas miradas, les hizo un gesto a
ambas, retornando a su acostumbrada seriedad.


-�S�, Tom�s?-contest� Rita


-Nada... que hay gente en ventanilla.


-�Ya voy, ya voy...!


Javier sonri� mirando por un segundo a Tom�s, y ambos se
sintieron c�mplices.


III � Otra vez.


Los d�as siguientes pasaron ligeros y casi apacibles en la
oficina. Javier hab�a introducido algo de frescura y de color en esas gamas
grises de todos los d�as.


Al terminar la semana, Javier hab�a aprendido varias tareas
pertinentes a la labor en Tesorer�a, y todo gracias a la ayuda de Tom�s, que le
hab�a tomado un cari�o especial.


Ese viernes regres� a su apartamento y se sent�a muy bien. El
d�a c�lido y la proximidad del fin de a�o tal vez ten�an que ver con eso. Pero,
a diferencia de otros a�os, no sent�a esa inquietante angustia de ver
aproximarse sus vacaciones. Angustia de sentirse solo, de romper la rutina
odiosa de la oficina, esa cosa parad�jica. De todos modos, hab�a algo m�s que lo
hac�a sentirse bien. No sab�a qu�. Pero tampoco le importaba averiguarlo. Al
menos no ese viernes.


En vez de hacerse algo para cenar, sali� a comer al modesto
restaurante de la esquina.


Antes de volver a su casa, camin� varias cuadras y dio una
vuelta por la plaza, sintiendo el c�lido aire nocturno que anunciaba el verano.
Se sorprendi� un poco por ese inexplicable desarreglo en el orden de sus horas.
Pero, bueno, era viernes, hab�a terminado la semana y se sent�a bien.


Al lunes siguiente, Tom�s despert� m�s temprano que de
costumbre. Pod�a decirse que ten�a una cierta ansiedad de comenzar el d�a.


Lo primero que advirti� en esas primeras horas del d�a, fue
que ten�a una gran erecci�n.


Descorri� las s�banas y vio enseguida asomar su glande y
parte de su verga por encima del pijama, que se hab�a aflojado durante la noche
y bajado unos cent�metros de la cintura.


Casi con cierta curiosidad (como si se tratara no de �l),
desat� su leve cintur�n y abri� el pantal�n, desliz�ndolo hasta sus muslos. Su
miembro palpit� feliz de ser liberado. Apuntaba hacia el techo, duro y
corcoveante. Un hilo de l�quido transparente adornaba su alargado orificio
rosado. Dud� un poco sobre qu� hacer al respecto. Tom�s era una persona tan
simple y a la vez extra�a, a tal punto que hasta ten�a que analizar cada
reacci�n corporal que era clara y evidente para otros, como si se tratara de una
imperiosa necesidad.


El sonido de los p�jaros en las arboledas vecinas lo devolvi�
a la realidad. Quiso ver la claridad del d�a, del sol, y se levant�, dejando
caer el pantal�n de su pijama al suelo. Abri� las cortinas y persianas y la luz
invadi� su dormitorio. Se quit� la parte superior del pijama y, totalmente
desnudo corri� a orinar. El chorro sali� incontenible hacia arriba, cosa que
hizo que r�pidamente tuviera que tomar su pene, y con la ayuda de unas flexiones
en sus piernas, el chorro finalmente desembocara donde le correspond�a. Se
percat� de esa postura tan c�mica y se ri� de s� mismo. Al oir su risa retumbar
en la ac�stica generosa del ba�o, se sorprendi�, dej� de re�r, pero pese a eso,
se sinti� feliz.


Se mir� al espejo. La verga ya hab�a descendido un poco m�s,
y, as� desnudo, fue hasta la puerta. Olvidando su desnudez, abri� la puerta para
recoger el diario, justo en el momento en que pasaba el encargado del edificio,
que al verlo en pelotas no pudo m�s que lanzar un "�eh...!" de asombro.


Tom�s le dio los buenos d�as y cerr� la puerta. Fue ah� que
se dio cuenta de que estaba en bolas y lanz� una nueva carcajada.


Al desayunar, pens� largamente en que hab�a algo distinto esa
ma�ana. De hecho, hab�a cosas que no respond�an a la misma rutina de siempre.
Pero no indag� mucho m�s que eso.


Fue hasta el ba�o, prendi� la ducha y, luego de afeitarse se
meti� bajo el agua.


No solo no pod�a creer que no se hubiera hecho la cotidiana
revisaci�n corporal ese d�a, sino que lo verdaderamente incre�ble era que no le
importaba en lo m�s m�nimo.


IV � La misma oficina.


Javier estaba contento en su nuevo trabajo.


�l y Tom�s hab�an hecho buenas migas y compart�an el mismo
escritorio.


Tom�s evacuaba cualquier duda que Javier tuviera con el
trabajo, h�bito que se transform� en una especie de padrinazgo que ambos
disfrutaban ante el no menor desconcierto de todos.


Porque la verdad era que Tom�s estaba cambiando con esa nueva
relaci�n. Se sent�a m�s �til al tener un "ahijado" al cual no pocas veces
aconsejaba. Javier, que a pesar de sus 22 a�os era como un ni�o grande, se
dejaba llevar, y poco a poco esos dos seres tan distintos, fueron haci�ndose
amigos. Eso s�, era una amistad que no trascend�a los l�mites de la oficina.
Cuando pasaban el umbral de la facultad, cada uno se desped�a hasta el d�a
siguiente, no ocurri�ndoseles siquiera tomar un caf� en el bar de la esquina.


Pero sus conversaciones se hac�an cada vez m�s personales.


Un d�a, en la pausa de media ma�ana para tomar el esperado
caf� soluble que preparaba Liliana, Tom�s se anim� y le pregunt�:


-�Y qu� hace un chico como vos cuando sale del trabajo?


-No s� que hace un chico como yo. Pero yo... estudio viol�n.


Tom�s qued� sorprendido por esa respuesta.


-S�, no me mire as�, Tom�s. Estudio viol�n en el
Conservatorio, en el turno noche. S� perfectamente que no ser� un gran
violinista nunca, pues empec� de grande, hace cuatro a�os. Pero es algo que hago
con verdadero placer y cuando estudio soy otro.


-Te creo.


-S�, cr�ame, porque es cierto. Amo la m�sica. Y este empleo,
que usted sabe que consegu� por medio de mi t�o, me ayuda para poder seguir.
Libros, partituras, bueno... salen de mi sueldo. A�n no pude independizarme de
mis padres e ir a vivir solo. Y estoy ahorrando para eso. De lunes a viernes
duermo en la casa de mi t�o, y vuelvo a casa los fines de semana. Vivo en San
Antonio de Areco.


-Eso es muy lejos...


-Precisamente, por eso, gracias a mi t�o, puedo venir todos
los d�as al centro.


-Y...�ten�s novia?


Javier hizo un silencio y de pronto se puso serio.


-Disculpame, Javier, si no quer�s, no ten�s que contestarme.


-No, est� bien. Lo que pasa es que hace dos a�os estuve de
novio con una chica. Se fue con otro. Pero... en fin, no quiero hablar de esas
cosas que me ponen un poco triste.


-�Y usted?


-�Yo qu�?


-Bueno, lo mismo... no le pregunto si tiene novia, porque me
imagino que est� casado.


-Bueno, no. En realidad, yo enviud� hace tres a�os.


Javier se qued� un poco cortado ante tal respuesta. Tom�s
nunca mencionaba ese pasado inmediato.


-Tom�s, lo siento mucho, yo... no sab�a.


-Por favor, Javier. No te sientas mal. Ya pas� hace tiempo,
aunque, bueno, a veces uno no termina de acostumbrarse. Pero, en fin, yo...
desde hace a�os me vengo acostumbrando. A todo. Pero, vos sos muy joven, con
otra historia, tal vez no comprendas que es lo que quiero decirte.


-S� que comprendo. Es verdad, somos dos personas distintas,
pero, hay algo que tenemos en com�n. No s� todav�a que es, pero esto, por
ejemplo de que estemos hablando juntos de nuestras cosas, que sabemos que nos
comprendemos, que desde que entr� a trabajar hemos simpatizado... lo sent�
aquella vez que a usted se le cayeron los papeles en el despacho de Pereyra. �Se
acuerda?


Tom�s se qued� escuchando a su joven amigo. No pod�a dejar de
coincidir con todo lo que �l dec�a. Y de pronto, vio a Javier mucho m�s maduro
que siempre.


-Claro que me acuerdo. Yo tambi�n lo sent�.


Y t�midamente, Tom�s pos� su mirada sobre los ojos claros de
Javier. �l le sonre�a. Quedaron as� por unos minutos. Y una cierta ternura los
invadi�.


-�Y est� solo desde entonces?


-S�. Solo. Demasiado solo.


-Pero Tom�s, usted es un hombre joven. No me va a decir que
no se dio cuenta de eso. �No sale a divertirse?


-Creo que no.


-�C�mo..."creo" que no?


Ambos rieron.


-Bueno, a decir verdad, soy una persona que �c�mo
explicarlo?, no me gustan las...


-�Ya termin� el caf�, Tom�s?-interrumpi� como de costumbre la
se�orita Liliana.


-�Eh?, Ah, s�, s�... puede usted llevarse el pocillo,
gracias, gracias...


-�Qu� es lo que no le gusta, Tom�s?-prosigui� muy intrigado
Javier.


-No me gustan... las personas. Aunque no siempre, claro. Soy
muy t�mido y la mayor�a de las veces, creo que tampoco yo le caigo bien a la
gente.


-Sin embargo, usted es muy querido aqu�. �Que es eso de que
no le cae bien a la gente? A m� me cae bien.


-Gracias. Yo hablaba de...


-S�, s�, lo entiendo, pero eso se cura, cr�ame. Claro que si
usted se empe�a en encerrarse en s� mismo...


-No s�. Yo ya tengo 40 a�os y...


-�Por favor! Habla usted como si tuviera 80. �Sabe que nunca
le hubiera dado 40?


-�De veras?


-De veras. Usted parece m�s joven. Y tal vez, si se afeitara
el bigote...


Tom�s ri� de buena gana.


-No se r�a. Usted es un tipo buen mozo, Tom�s.


-�Las cosas que hay que oir!-dijo Rita que en ese momento
pasaba con unos biblioratos y no pudo, claro, dejar de escuchar la conversaci�n.


Javier la mir� muy divertido y sigui� la conversaci�n.


-...De veras le digo. Creo que usted puede hacer m�s por
usted mismo. Disc�lpeme el atrevimiento, Tom�s.


Tom�s sonri� contemplando a Javier dulcemente. Ese chico le
despertaba una extra�a ternura.


-Por ejemplo-prosigui� Javier- �Qu� piensa hacer en las
pr�ximas vacaciones?


-�Yo! Eh... no s�. Nada.


-�Est� loco? �Para que cree que se hicieron las vacaciones?


-�Para qu�?


-Para disfrutar, hombre. Para pasarla bien. Pero por sobre
todo, para hacer cosas que uno no hace todos los d�as. �En qu� mes se toma las
vacaciones?


-En enero.


-Igual que yo. Claro que usted tiene m�s d�as que yo, que
reci�n empiezo, claro.


-Veinte.


-Bueno, a m� me corresponde una semana. �qu� le parece si
hacemos algo?


-Por Dios, Javier �hacer qu� cosa?


-�Algo! Mire, Tom�s, d�jemelo a m�, pues algo se me va a
ocurrir. De todas formas, tenemos tiempo.


-Pues ahora no.


-�Qu�?


-Digo, que ya son las once y yo todav�a no hice las
planillas.


V � El apartamento de Tom�s.


Esa noche, Tom�s despert� sobresaltado a las cuatro de la
ma�ana.


Estaba sudando y algo hab�a so�ado.


Se sinti� extra�o. Ten�a calor. Pero un calor raro, interno,
incontenible.


Se desabroch� el pijama y sinti� su verga erecta. Descorri�
las s�banas, se quit� el pantal�n y gir� boca abajo.


Cada vez m�s excitado, tom� la almohada y la apretuj� contra
su cuerpo.


Inconscientemente su pelvis se empez� a mover, frotando su
miembro duro contra la cama y moj�ndose m�s y m�s.


Tom� su verga y la rode� con sus dedos. Lentamente la tocaba,
descorriendo una y otra vez el prepucio humedecido con el l�quido que emerg�a en
peque�os chorros.


Casi besaba la almohada. Su boca abierta humedeci� la tela
que la cubr�a. Estaba tan excitado que no pod�a pensar ni analizar su
comportamiento. Gir� una vez m�s y abri� bien las peludas piernas. Con la otra
mano empez� a recorrer su pecho, perdi�ndose entre la mara�a de pelos. Aprision�
sus tetillas y las excit�, transform�ndolas en peque�os penes duros y rojos. Sus
pezones eran puntiagudos, rodeados de una aureola bastante grande. Se perd�an
entre las vellosidades. Moj� sus dedos y volvi� a tocarse los pezones. Gimi� al
hacer esto. Aceler� sus movimientos cuando su mano baj� a sus muslos.
Instintivamente recorri� la parte interna de �stos hasta subir a sus bolas, que
amas� una por una. Luego descendi� un poco m�s y con un dedo se palp� el umbral
del ano. Recorri� en forma circular el velludo orificio y sin poder contenerse
se lo abri� entre gemidos sordos. Meti� un dedo, luego dos, experimentando un
nuevo placer. Su verga, a la que no cesaba de bombear, empez� a estremecerse,
sus test�culos contra�dos y endurecidos, anunciaban el final, y entre
convulsiones involuntarias emergi� un enorme chorro de esperma que ba�� todo su
pecho, abdomen y muslos. La cantidad de leche era incre�ble, hab�a dibujado un
amplio arco saltando a borbotones, dos, tres... por lo que sigui� saltando por
unos largos segundos.


Fue al ba�o y se meti� a la ducha caliente. Su pija a�n
permanec�a dura, sin se�ales de descender. Su glande, enorme estaba al rojo
m�ximo, irritado y latiente. Se enjabon� totalmente, sintiendo el enorme placer
que esto le proporcionaba. Volvi� a meterse varios dedos en su culo, limpiando y
acariciando a la vez toda la zona. La pija, que empezaba a descender un poco,
volvi� a subir e hincharse. Se sinti� de pronto tan excitado nuevamente, que con
ambas manos comenz� una nueva y lenta masturbaci�n, esta vez mucho m�s calma y
tranquila. Acarici� sus pechos, axilas, nalgas, cada parte de su cuerpo. Era
como la acostumbrada revisada, pero esta vez, no pod�a dejar de gemir entre
aullidos entrecortados. Todo su cuerpo vibraba, eran oleadas de placer, como si
cada sector fuera una extensi�n de la zona er�gena m�s pr�xima. Siempre muy
suavemente, su verga, abrazada por sus diez dedos, larg� de nuevo una espesa
entrega de semen, un poco menos eruptivo que el anterior, pero no menos
delicioso y placentero. Fue cuando se sorprendi� a s� mismo al pronunciar un
nombre:


-�Javier!


VI � Otra vez la misma oficina.


Ese d�a, Tom�s lleg� algo demorado a la oficina. Ya todo el
mundo se preguntaba si no estar�a enfermo, pues �l no sol�a jam�s llegar un
minuto tarde. Al entrar, cada uno de los empleados lanz� una exclamaci�n de
sorpresa. Fue tan sonora que el Sr. Pereyra asom� su cabeza por la puerta de su
despacho. �Porqu� Tom�s era recibido con ese grito de asombro general?


Javier, mostrando su m�s amplia sonrisa desde su escritorio,
no pod�a dejar de observar el gran cambio de Tom�s.


Todos, hasta el sorprendido jefe, examinaron su nuevo
aspecto.


-�Pero, me puede decir porqu� se ha afeitado el bigote? -
chill� lastimeramente la se�orita Liliana.


Tom�s, cada vez m�s rojo e inhibido por ese general estupor,
levant� la mirada hacia Javier, luego de balbucear algunas palabras, y le
dirigi� un gesto encogi�ndose de hombros. Las miradas de ambos se cruzaron,
pasando por encima de la de todos sus compa�eros.


El jefe volvi� a meterse en su despacho y todo el mundo
volvi� a su trabajo.


Tom�s acomod� las cosas de su portafolios en su escritorio,
donde lo esperaba la sonrisa complacida de Javier.




-Lo felicito.


-�Porqu�?


-Por la decisi�n. Un gran cambio.


-�Te parece?


-�Y a usted que le parece?


-�Qu� me parece? Eh... no lo s� a�n. Lo hice sin pensar -
dec�a medio avergonzado al sentarse en su sill�n frente a sus papeles.


-S�, �un gran cambio!. �Sabe que le beneficia mucho llevar la
cara totalmente afeitada?


Tom�s baj� la mirada.


-�Sabe que se ha sacado de encima alrededor de diez a�os?


-Bueno, tampoco hay que exagerar.


-Pero si le queda muy bien... muy bien...


-Gracias.


-De nada, hombre. Pero, �joder! mire que usted ten�a su pinta
escondida... y �sabe qu�?


-�Qu�?


-Me alegra mucho que me haya hecho caso, porque estoy seguro
que usted se afeit� el bigote despu�s de la conversaci�n que tuvimos ayer.


-En parte. Y en parte porque ahora que viene el verano, creo
que voy a estar mucho m�s c�modo as�.


Tom�s, que sab�a perfectamente que Javier hablaba con raz�n,
no quer�a dejar que �l supiese que s�, que hab�a sido en efecto el autor
inspirador de esa decisi�n. No era poca cosa. Un cambio semejante en un hombre
como �l, era un evento extraordinario. Y Javier lo hab�a hecho posible. Por otro
lado, Tom�s no quer�a demostrar (jam�s demostraba ni siquiera el comienzo de
alg�n sentimiento propio) que sent�a por ese muchacho un afecto inmenso.
Definitivamente �l hab�a ganado su coraz�n. Si hasta �l mismo no quer�a
reconocer eso.


Javier retom� la conversaci�n:


-Precisamente, de eso le quer�a hablar.


-�De lo c�modo que voy a estar?


-No, del verano.


-Aj�...


-Estuve pensando. �Alguna vez fue de campamento?


-�Yo?


-S�, s�, usted


-No...


-Bueno, esc�cheme bien. Usted entra en vacaciones a partir
del primero de enero. Yo tambi�n. �Sabe lo que voy a hacer yo? Pues, como no
tengo mucho dinero disponible, lo �nico que puedo hacer es usar la carpa que
tengo en casa y salir de campamento. Ah� nom�s, cerca de donde vivo, sobre el
r�o. Cerca de San Antonio, pero bien lejos de toda la gente. Siempre me gust� la
soledad � Javier hablaba mirando al vac�o, como imagin�ndose el lugar donde
instalar�a su carpa, Tom�s lo miraba serio, pero encantado � Bueno � prosigui� �
Me imagino que usted no tiene carpa, �verdad?


-No, no � balbuce� Tom�s, sonriente y avergonzado - �c�mo yo
voy a tener....?


-Claro, es lo que pens�. Bien. No importa. Mi carpa no es muy
grande, pero cabemos los dos.


-�Los dos?


-S�. Usted y yo. Porque no me ir� a decir ahora que quiere
llevar a su perro...


-Yo no tengo perro...


-Bien. Tambi�n es lo pens�. Mejor a�n. Bueno �qu� le parece?
Lo �nico que hay que llevar es una bolsa de dormir, calentador, las ca�as de
pescar... pero de eso no se preocupe en absoluto, que me encargo yo. El lugar le
va a fascinar, el r�o, la arboleda, la soledad.... y adem�s...


-�Javier!... pero... �est�s loco?


Javier se qued� pensando, at�nito.


-Pues... no. Supongo.


-Pero...


-Pero �qu�? �Acaso no le gusta la idea? Ser�an unos pocos
d�as de verde, sol, tranquilidad y sosiego. Usted sabe bien que yo amo todo eso.
A usted le vendr�a de maravillas. Enseguida le cambiar�a la cara, m�s a�n que
despu�s de afeit�rsela. Y yo... yo.... Bueno, mire, Tom�s: si le hago esta
propuesta es porque pienso que usted y yo nos la pasar�amos muy bien los dos
juntos.


Esta �ltima frase, dej� como tonto a Tom�s. "Los dos juntos".
Ya no pudo decir m�s y qued� mirando fijamente al muchacho. De pronto sinti�
algo que nunca hab�a sentido antes por persona alguna. Javier se qued� mir�ndolo
a los ojos, con esa sinceridad y transparencia que regalaban sus ojos verdes,
tan de ni�o, tan de hombre.


�Qu� le estaba pasando con ese �ngel medio humano? Era un
afecto inmenso, m�s que profundo. Era...


En un instante hab�a sentido como una revelaci�n. Y desde
entonces, no pudo decir m�s palabras con sentido. Se supo en un estado muy
vulnerable y dej� hablar a Javier, asintiendo y contempl�ndolo como embobado.


-As� que...�qu� le parece?. Si es por los gastos, piense que
solo hay que llevar un poco de provisiones, el viaje hasta all� no es caro, y
tampoco necesitaremos demasiada ropa. �Qu� me dice?


Tom�s qued� absorto sin poder decir palabra.


-Ah..., entiendo � dijo por fin Javier � Disc�lpeme, Tom�s,
soy un tarado. Deb� suponer que en realidad a usted no le interesa para nada
pasar unos d�as con un muchacho como yo. �es eso, verdad?. Pues, perd�neme,
hablo demasiado, me dejo llevar, y ni siquiera pienso lo que le pueda interesar
otras personas. Es que yo....


-�Javier, Javier!. �Querido muchacho!. No, no. No es eso. No
sos vos. Soy yo. Ya sab�s bien que soy un poco terrible para estas cosas y mi
timidez a veces me juega una mala pasada. No te persigas m�s. �Quer�s saber los
que me parece? �Me parece fant�stico!


-Entonces...


-�Entonces acepto!. S�, me encantar� pasar esos d�as con vos.


-�Genial!, Ya va a ver, no se va a arrepentir para nada.


-Seguro que no. Pero, Javier, yo... verdaderamente... nunca
estuve en una carpa, jam�s fui a pescar, y...


-�Qu�...?, no me diga que usted ronca cuando duerme.


-�Eh? �No, claro que no!


-Ah, entonces est� todo arreglado. No se hable m�s del
asunto.


VII � A orillas del r�o.


Por fin hab�a llegado Enero. Hab�a llegado para ambos. Y
hab�a tra�do el sol, el r�o, los �rboles, todo ese verde que se les met�a por
los poros.


Javier arm� la carpa en dos minutos. Asombrado, Tom�s lo
miraba queriendo intervenir pero sin saber como. Por fin, resign�ndose, prefiri�
dejarlo hacer, y se sent� en la hierba contemplando maravillado la escena.
Ser�an cerca de las diez de la ma�ana y el d�a los abrasaba calurosamente. Toda
esa enorme porci�n de naturaleza ya estaba transformando a Tom�s.


-�Listo!


-Nuestra casa.


-As� es. No es el Ritz, pero sirve perfectamente.


Tom�s ayud� a Javier a acomodar las cosas: mochilas, ropa,
provisiones, linternas; dentro de la carpa.


Estaba encantado. Aquellos d�as hab�a estado ansioso por que
ese momento llegara. So�aba con eso. Javier era ahora algo muy especial para �l.
�Qu� clase de relaci�n era esa? Una amistad, un afecto filial, un amor de almas,
�era tal vez algo m�s...?


Javier estaba transpirando. Hab�a estado muy activo
levantando la carpa, y adem�s el d�a era caluroso.


Resoplando se quit� la remera con grandes gestos. Era la
primera vez que Tom�s ve�a su torso desnudo. De hombros anchos y pectorales bien
formados, sus prominentes pezones oscuros y perfectamente redondos resaltaban
entre la leve vellosidad que crec�a en el centro del pecho. Llev� sus manos a la
hebilla del cintur�n y empez� a desabrocharla. Tom�s sigui� paso a paso sus
movimientos sin poder quitarle los ojos. Javier se quit� los pantalones y qued�
solo vestido con su b�xer blanco. Tom�s lo vio semidesnudo y trag� saliva. Su
cuerpo era muy armonioso. Las piernas eran la zona m�s peluda, los vellos eran
ah� tan tupidos como en sus axilas. Le dijo a Tom�s que se iba a poner el traje
de ba�o y entr� a la carpa.


Tom�s, sin poder reaccionar, se hab�a quedado de pi� con la
respiraci�n agitada.


Ahora lo sab�a. Sab�a que Javier lo atra�a irresistiblemente.
En la oficina era una atracci�n casi de padre a hijo, amistosa tal vez, �l sab�a
que desde que se conoc�an buscaba su compa��a, disfrutaba de sus charlas con
�l... pero aqu�, todo eso quedaba superado por otra atracci�n que no pod�a
ocultarse con otras cosas. Tom�s sab�a ahora que sent�a por Javier una atracci�n
sexual casi incontenible. Era el primer d�a de esa semana de campamento, y ya
estaba sospechando que no hab�a sido una buena idea aceptar la invitaci�n de
Javier.


-�No tiene calor? � dijo Javier, saliendo de la carpa
ajust�ndose el traje de ba�o.


-Eh... S�...


-�Y qu� espera para quitarse la ropa?


Tom�s balbuce� algo y buscando su mochila, entr� al interior
de la carpa.


Estaba temblando. No pod�a sacarse la imagen de esa desnudez
juvenil, desbordante, casi altanera.


Fue desabrochando su camisa mirando un poco por la abertura
de la carpa. Javier estaba entrando al agua. Se quit� los pantalones y el
calzoncillo. Se excit� con su propia desnudez y se sinti� un poco mareado por
tantas sensaciones juntas. Su miembro estaba semi erecto, h�medo y pesado. Lo
mir�, pero no quiso tocarlo por temor que despertara del todo. Se puso un short
y sali� al exterior.


Su larga figura se despleg� al salir por la diminuta abertura
de la carpa.


Javier lo vio desde el agua.


Tom�s sinti� verg�enza de mostrase casi desnudo. No era por
Javier, era su timidez natural, ante cualquiera le hubiera pasado eso. A la luz
clar�sima del sol, su cuerpo parec�a a�n m�s blanco. El contraste con el negro
vello que cubr�a sus brazos, pecho, abdomen y piernas, era llamativo. Tanto, que
Javier le balbuce� algo acerca de que tuviera cuidado de cuidar su piel de los
rayos solares. Tom�s, en vez de zambullirse en el r�o, prefiri� sentarse a la
orilla, mirando y gozando de todo el entorno.


Javier sali� al poco tiempo. Parec�a un semi dios saliendo de
profundidades de leyenda. El traje de ba�o mojado se adher�a a sus genitales,
marc�ndolos por primera vez ante la vista de Tom�s. Se notaban perfectamente sus
bolas y el tronco de su pene, bastante largo, por cierto, descansando sobre
ellas. El agua hab�a peinado el vello de su pecho, haci�ndolo parecer m�s
abundante. Desde el ombligo sal�a una hilera de pelos que se ensanchaba hacia
abajo, el traje de ba�o se hab�a bajado un poco y los vellos del pubis asomaban
tenuemente.


Tom�s, que lo miraba sonriente, pens� que a partir de
entonces, cada cosa, cada movimiento que hiciera su joven amigo, ser�an una
torturante prueba para �l, y que deber�a controlarse para no abalanzarse a ese
cuerpo tan deseado y ser vencido por atracci�n tan intensa.


Javier, ebrio de naturaleza, a la que estaba acostumbrado,
estaba feliz. No sospechaba absolutamente nada de lo que en ese momento pensaba
Tom�s. Se tendi� despreocupado y agitado sobre la hierba de la orilla, a pocos
cent�metros de Tom�s. Cerr� los ojos y sinti� la calidez del sol. Su cuerpo
brill�, dorado por las gotas que, como piedras preciosas adornaban cada curva,
cada pliegue, cada pelo de su hermoso y excitante cuerpo.


Despu�s de almorzar, Tom�s se durmi�, agotado, bajo la sombra
de un �rbol. Javier camin� un poco por los alrededores y volvi� despu�s de un
largo rato, al tiempo que su amigo despertaba. Despu�s armaron las ca�as, los
anzuelos y Javier le ense�� pacientemente a Tom�s eso que �l no hab�a hecho
jam�s, tirar una l�nea y disfrutar de la paz circundante pescando en la orilla.
Pero no pescaron nada, y la tarde, pas� perezosa y quieta ante ellos como mudo
testigo de sus frecuentes y tranquilas charlas. Para Tom�s, ese oleaje de
lujuria inicial se hab�a aplacado un poco y realmente estaba gozando todo lo que
hac�a. Estar juntos para �l era la gloria. "Me estoy enamorando, entonces", se
dijo a s� mismo. Su interior entraba en conflicto todo el tiempo, no sab�a que
sentir, que permitirse, que censurarse. Todo era nuevo para �l. En medio de esos
debates, sinti� caer la tarde. Cenaron el contenido de unas latas que calentaron
sobre la chispeante fogata. Hab�a oscurecido ya y el fuego los pintaba con
cambiantes sombras y rojos. Vencido por el sue�o, Javier quiso retirarse a
dormir.


-And�, Javier. Yo me voy a quedar un rato m�s. No te
preocupes que yo apago el fuego.


-Buenas noches, Tom�s � dijo entrando en la carpa, pero, al
instante, como olvid�ndose de algo importante, se volvi� nuevamente hacia Tom�s
y le dijo � �Lo estoy pasando muy bien!


Tom�s le sonri� dulcemente.


-Yo tambi�n. Que descanses Javier.


Se qued� solo y en silencio, mirando el fuego. Gir� su vista
hacia la carpa cuando advirti� que Javier hab�a prendido una linterna. Un
marcado contraluz le devolv�a su silueta en sombras. Sab�a que ahora vendr�a la
m�s dif�cil prueba. Dormir juntos. �Cielos!, dormir con ese �ngel del que estaba
cada vez m�s enamorado. Vio la figura de Javier desnud�ndose, a trav�s de la
fina tela de la carpa. Hubiera saltado sobre �l en ese momento. Su verga se puso
dura instant�neamente y entonces se mordi� los labios, tragando saliva
dificultosamente. Sent�a latir fuertemente su coraz�n como si se le quisiera
salir del pecho. La luz de la linterna por fin se apag�. Ah� estaba Javier.
Estaba con �l. Cuanto hab�a cambiado su vida aquel jovencito. Ahora �podr�a
volver hacia atr�s?


Despu�s de estar largo tiempo pensativo, su erecci�n
permanec�a inalterable. El fuego, casi extinto, termin� consumi�ndose hasta las
peque�as brasas. En la oscuridad, casi absoluta, aprovech� que era una noche muy
c�lida y se desnud� en la entrada de la carpa, para no despertar a Javier.
Cuando entr�, desnudo, sinti� el aroma de su muchacho inundando todo el recinto.
Eso hizo palpitar a�n m�s a su dura verga que se bamboleaba con cada movimiento
suyo. Entr� a su bolsa de dormir, pegada a la de Javier que dorm�a
profundamente, y, sigilosamente se cubri� con ella. La oscuridad era absoluta,
pero all� estaba �l, durmiendo � pens� � a escasos cent�metros. Sent�a en su
cara el movimiento del aire que exhalaba. Era delicioso. Se anim� entonces a
estirar una mano sobre �l. Pero enseguida se contuvo y la retir�. Sintiendo su
miembro a punto de eyacular ante el recuerdo de su cuerpo joven y esbelto,
bello, lozano, control� nuevamente su irrefrenable deseo, se volvi� de espaldas,
e intent� a duras penas dormirse.


VIII � En un viejo bote.


Al d�a siguiente, Tom�s despert� temprano, pero su adorado
amigo no estaba ya en la carpa.


Al salir de la carpa, advirti� que Javier tampoco estaba
all�. Se prepar� un caf� que junto con unas galletas constituyeron su desayuno.


Al rato vio aparecer un bote que ven�a por el r�o. �Era
Javier!. Lo saludaba con la mano acerc�ndose remando.


-�Buen d�a!


-�Buen d�a! �Pero... de d�nde sacaste ese bote?


-�Le gusta?


-�Formidable!


Javier le tir� una cuerda y Tom�s ayud� a acercar el bote a
la orilla.


-�Suba!


Tom�s, dando un salto, subi� al bote entusiasmado, sin poder
dar cr�dito a sus ojos, y juntos iniciaron un paseo.


-Javier, esto es grandioso, �Pero, no habr�s robado el bote,
no?


-�C�mo se le ocurre? �Me cree un delincuente?


-La verdad que s�...


Rieron. Javier comandaba el bote, remos en mano.


-No, no lo rob�, qu�dese tranquilo. Es prestado. Al
levantarme sal� a caminar y llegu� hasta lo de Don Ferm�n, un viejo amigo de la
familia que tiene su casa a metros del r�o, a cambio de un poco de conversaci�n
me prest� el bote. Ahora podremos pescar en medio del r�o, �qu� le parece?


-Me parece que no pod�a ser mejor � respondi� Tom�s con la
alegr�a de un adolescente.


-Qu� bien. �Sabe? Me gusta verlo contento, feliz.


Tom�s se sonroj� y suspir� sonriente.


-S�, estoy feliz. Este lugar... vos...


-�Yo?


-S�... te debo todas mis risas.


Se quedaron en silencio. Javier remaba. Estaban ambos de
frente. Y decidieron callarse al percibir tanta calma y quietud. Solo se o�a el
canto de los p�jaros y el zumbido de cigarras.


Pero Tom�s no pudo escuchar nada. Nuevamente ten�a ante �l,
la imagen deseada de Javier, que remaba lentamente de cara al sol.


Disimuladamente lo devoraba con la vista.


Javier se hab�a quitado la remera y ten�a puesto un short. Al
remar abr�a sus largas piernas peludas y sin darse cuenta ofrec�a un fest�n
visual a su amigo. Sus brazos j�venes contra�an sus definidos m�sculos al
accionar los remos. Sus pectorales se tensaban virilmente a cada vaiv�n. El sol
daba de lleno en su cuerpo y seg�n el movimiento, la tela de su pernera se abr�a
revelando una entrepierna ensombrecida de pelos cada vez m�s espesos. Entre sus
muslos, la entrepierna emerg�a abultada y sugerente. Por debajo, el comienzo de
sus nalgas se dibujaba perfectamente, y no era dif�cil imaginar lo que el short
ocultaba. Tom�s, que hab�a empezado a sentir mucho calor, comenz� a transpirar.
La vista tan excitante del muchacho remando, hizo crecer su verga. Pens� en
quitarse la camisa, pero, Javier se dar�a cuenta de su abultada dureza.


De pronto, Javier alz� los remos y dej� que el bote ingresara
por inercia bajo la sombra de un sauce. Tocando la orilla opuesta, la
embarcaci�n qued� quieta entre unos juncos. Sin decir nada, se dejaron ganar por
tanta paz. Tom�s miraba a Javier. Y pronto sus ojos se encontraron. Se sonrieron
tiernamente.


Entonces, Javier se incorpor� un poco y estir� su mano hacia
el muslo de Tom�s. Su mano choc� firmemente con la piel de Tom�s y all� se
mantuvo. Sosteniendo con fuerza ese contacto, ante la sorpresa absorta de Tom�s,
le dijo dulcemente:

-Tom�s: qu� bueno que haya aceptado venir conmigo.


La mano del joven quemaba. Sentirla hac�a que la verga de
Tom�s latiera con fuerza, agrand�ndose y humedeci�ndose. El muchacho prosigui�:


-De veras, quiero que sepa que yo no tengo muchos amigos, y
con usted... bueno, con usted... es diferente a todos los amigos que yo tuve. Lo
siento como un padre. Pero tambi�n como un amigo de mi edad. M�s que eso, a
veces siento como si tuvi�ramos id�nticos pensamientos.


Y no dud� en avanzar su mano en direcci�n a la entrepierna de
Tom�s. Continu�:


-Yo me siento verdaderamente muy bien a su lado. Es como si
me diera seguridad, confianza en m� mismo, yo... yo...


Su mano sigui� avanzando, casi inconscientemente. Y el
extremo de sus dedos, rozaba ya la abertura del short de Tom�s.


Tom�s, que se sosten�a con las manos hacia atr�s para no caer
vencido por la emoci�n, baj� su vista hacia esa mano que lo podr�a haber
desmayado. Sin casi poder respirar qued� inm�vil, esperando lo inevitable, con
un torrente de sensaciones y pensamientos encontrados. Javier, de repente, not�
la vista de su maduro amigo sobre su mano, y al mirar en la misma direcci�n not�
el enorme que se levantaba ante �l.


Tom�s, instintivamente fue abriendo sus muslos lentamente, lo
que hizo que la tela de su short dejara el paso libre entre los dedos de su
amigo y sus lugares m�s �ntimos. Tom�s dirigi� nuevamente su intensa mirada a
los ojos de Javier y abri� m�s a�n su pierna, apoyando su pi� en el borde del
bote. Al hacer este movimiento, Javier vio que la abertura en el breve short
destapaba parte de un test�culo de Tom�s. Un misterioso impulso dirigi� la punta
de su dedo mayor hacia el contacto con esa piel oscura, suave y tapizada de
vello. Fue solo un peque�o roce, un leve, suave toque con la punta de ese dedo
curioso. Tom�s se estremeci� al sentir ese contacto m�gico.


Pero Javier volvi� a la realidad y retir� la mano. Los dos
volvieron a respirar. E intentaron recobrar su compostura.


Javier, tomando nuevamente los remos, hizo alguna que otra
broma, y m�s tranquilo, como si nada hubiera pasado, volvi� a dirigir el bote
hacia el centro del r�o.


Ni Javier ni Tom�s hicieron referencia o comentario alguno de
lo que hab�a pasado esa ma�ana en el bote. Prefirieron obviar las inc�modas
explicaciones sobre ese acercamiento tan particular. Los dos, pasaron el d�a
tranquilamente, pero muy pensativos y reconcentrados. Pescaron por la tarde en
silencio, pero sin embargo festejaron la captura de un par de bagres, Tom�s ley�
un poco, Javier ase� el interior y los alrededores de la carpa, y as� las
�ltimas luces de la jornada dejaron paso a la envolvente claridad del fuego en
medio de la oscuridad nocturna. Esa noche se fueron a dormir muy tarde. Era como
si temieran irse a acostar, y alargaban cada minuto que los separaba de ese
momento con un temor casi infantil. Por fin, sin desvestirse, se metieron en la
carpa. Apagaron las linternas enseguida y se dieron las buenas noches t�mida,
casi formalmente.


IX � La carpa.


El d�a siguiente fue muy parecido al anterior. Incluso Tom�s
decidi� remar solo y Javier hizo una de sus largas caminatas, manteni�ndose
separados gran parte del tiempo. Hac�a calor, y las nubes oscuras que asomaban
por el oeste, anunciaban una pr�xima tormenta. Eran las cinco de la tarde cuando
cayeron las primeras gotas, en medio del creciente viento, que pronto se
transformaron en un cerrado aguacero. Tom�s rem� de regreso y toc� la orilla
casi en el mismo momento en que Javier llegaba a la carpa.


-�Tom�s, ap�rese! � grit� Javier, intentando poner al
resguardo algunas cosas que hab�an quedado dispersas.


-�Voy!. �Vos entr�, que tengo que amarrar el bote!


Cuando Tom�s entr� corriendo al interior de la carpa, la
lluvia ca�a torrencialmente desde hac�a un buen rato ya.


Ambos se miraron. Estaban empapados y chorreando agua. Los
truenos presagiaban que el aguacero no ser�a pasajero.


Tom�s sac� unas toallas y observ� como Javier tiritaba de
fr�o.


-�Est�s temblando!


-�Qu� tormenta...!


-�Ten�s mucho fr�o?


-S..s�...


-Ven� � dijo Tom�s, y con una toalla envolvi� la cabellera de
Javier.


Sacudi� su cabeza, cubri�ndola con la toalla y la sec�
en�rgicamente. Despu�s sec� su cuello y sus brazos. Como ambos estaban de frente
sentados en cuclillas, Tom�s restreg� tambi�n la toalla por los muslos de
Javier.


-�Mejor?


-Un poco � contest� Javier temblando todav�a.


-Yo tambi�n tengo fr�o. �Caramba! Con esta lluvia, creo que
va a refrescar.


Tom�s empez� a secarse la cara, la cabeza, los brazos. Mir� a
Javier, que casta�eteaba los dientes y le dijo:


-Creo que tendr�amos que quitarnos esta ropa mojada.


Lo dijo de tal manera, con tanta simpleza e inocencia, que
Javier no pens� en otra cosa m�s pr�ctica y aliviadora que aceptar la
sugerencia.


El que tom� la iniciativa fue Tom�s, comenzando a
desabotonarse la camisa. Cuando Javier tuvo a su amigo frente a s� con su peludo
torso desnudo, sin pensarlo tom� el borde de su remera que chorreaba por todos
lados, y se la quit� r�pidamente. Los dos se sentaron y se quitaron los shorts,
quedando completamente desnudos. Fue en ese momento que Tom�s advirti� que era
la primera vez que ve�a a Javier desnudo. Tomaron sus toallas y casi sin mirarse
continuaron sec�ndose. Estaban algo avergonzados por esa proximidad tan �ntima,
pero a la vez estaban al borde de la excitaci�n m�s sensual al saberse casi
prisioneros en esa situaci�n tan masculina de compartir la desnudez entre
machos. Por eso, sus movimientos eran en�rgicos, resoplaban e intentaban mover
sus brazos, frot�ndose para darse calor. Evitaban cruzar sus miradas y en
silencio escucharon los sonoros truenos que suced�an a fugaces rel�mpagos.


Cuando fueron recuperando algo de calor, siguieron frot�ndose
con las toallas, pero ahora con movimientos m�s calmos.


Con cuidado de que Javier no lo advirtiera, Tom�s pudo lanzar
algunas miradas hacia el sexo de Javier. No pod�a contenerse. La atracci�n era
inmensa. Por el rabillo del ojo, adivinaba la zona oscura de esa entrepierna que
era demasiado tentadora, e involuntariamente sus pupilas insist�an en
desobedecer sus vanas �rdenes. En un nido de suaves pelos negros, estaba el m�s
hermoso miembro que Tom�s recordara haber visto. Era evidente que no estaba del
todo en reposo, sino que la situaci�n que se viv�a en el interior de la carpa,
hab�a hecho que ese pene, proporcionado y bastante largo, comenzara a verse m�s
grande que lo habitual. El glande, cubierto por completo por la delicada piel,
se marcaba perfectamente, revelando una forma c�nica que ocupaba m�s del tercio
de la longitud total de la verga. Sus bolas estaban ocultas por tanta vellosidad
y por la posici�n de sus piernas, que se manten�an juntas, como queriendo tapar
in�tilmente esas partes tan masculinas. Pero a diferencia de su amigo, Tom�s no
intent� ocultar su desnudez. Permaneci� acuclillado con los muslos abiertos,
mientras sus manos segu�an secando lentamente su torso, sin que esto fuera
necesario, claro.


Javier fue ganado entonces por la curiosidad de conocer el
sexo de Tom�s. La misma curiosidad que lo hab�a inducido a probar ese
acercamiento tan sutil en el bote. Cuando fue bajando la vista por el cuerpo
desnudo de Tom�s, lo vio m�s claramente que otras veces, m�s velludo y viril, y
m�s hombre. Lejos quedaba aquella primera impresi�n en la oficina, cuando casi
hab�a re�do ante la simp�tica torpeza de ese ser atribulado y t�mido hasta la
par�lisis. �Era ese oficinista?. Ahora ten�a ante �l un individuo totalmente
distinto, y se dio cuenta de que nunca lo hab�a visto as�. Y justo en el momento
en que la claridad de un rayo inund� el lugar, se anim� a mirarle el sexo. �Fue
extra�o, pero no se sorprendi� de ver el miembro de Tom�s en el esplendor de su
m�xima erecci�n! Eran no menos de veinte cent�metros de hombr�a dura y gruesa.
Su punta enrojecida luc�a a medio descapullar coronando un tronco recto que
apuntaba descaradamente hacia arriba. Pesadas bolas colgaban por debajo. El
vello, que enmara�adamente enmarcaba la enhiesta hombr�a, era el remate de una
l�nea frondosa y estrellada que descend�a desde el otro bosque, situado en el
medio de sus pectorales. En el pubis, los pelos adquir�an una forma casi
circular, y junto a los que hab�a en la cara interna de sus muslos, tapizaban
toda el �rea, cubriendo de manera aterciopelada la piel de los test�culos.


La singular escena dur� unos cuantos minutos.


Era obvio que ninguno de los dos sab�a como continuar. Pero
Tom�s hab�a dado un importante paso mostr�ndole, con total entrega, lo que
Javier produc�a en �l.


Javier, turbado y sin atinar a nada, sinti� que su verga
comenzaba a despegar de la base de sus test�culos con involuntarios latidos.
Pero no tuvo valor para develar su creciente erecci�n delante de Tom�s. Dej�
caer disimuladamente la toalla para cubrir su sexo y se abandon� de espaldas
recost�ndose sobre la bolsa de dormir. As� qued� en reposo y mirando al
infinito, apenas cubriendo su dureza con la toalla, sin saber que sentir o
pensar, y con temor de que esa lluvia, que los mantendr�a m�s juntos que nunca,
no cesara jam�s.


Tom�s sigui� un rato frotando la toalla por su cuerpo.
Escuchando el agua que ca�a copiosamente, se sinti� raramente feliz y aliviado
de poder haberle dado a Javier una prueba de lo que sent�a por �l. S�, una
sensaci�n de alivio lo embarg� por completo. Por primera vez en su vida, el
significado de lo que sent�a era dicho por su cuerpo y no por su palabra.
Entonces �l tambi�n se dej� caer sobre la bolsa de dormir quedando muy cerca del
muchacho, pues sus brazos casi se rozaban.


Mirando al techo de la carpa, Tom�s rompi� el tenso silencio:


-Parece que esto no se detendr� enseguida.


-S�... y se desencaden� todo de repente...


-C�mo �bamos a saber que...


-�Qu� llover�a as�?


-No. Hablo de...


-�Usted siente fr�o ahora?


-Pero... Javier...


-�Qu�?


-�Es que nunca vas a animarte a tutearme?


-�A tutearlo? Bueno... no... digo �s�!, es que... bueno, lo
que sucede es que llevo tiempo trat�ndolo de usted y...


-Est� bien. No te preocupes. Pod�s tomarte todo el tiempo que
quieras para hacerlo. A mi no me molesta en lo m�s m�nimo, y creo que tambi�n me
gusta que me trates de usted. Pero... no se porqu�, ahora siento como si
nuestros comportamientos naturales se hubiesen invertido. Parece ser que yo soy
el m�s seguro de los dos, y vos el t�mido...


Rieron algo distendidos, sabiendo perfectamente de qu�
estaban hablando.


La lluvia hab�a menguado un poco, pero hasta el anochecer
sigui� cayendo sin cesar. Cada tanto se miraban a los ojos, son una complicidad
sutil y tierna. As� lo encontr� la noche.


X � El r�o.


El deseo se hab�a instalado en sus d�as, sus horas, sus
minutos.


Esa ma�ana, a pesar de algunas nubes, el d�a hab�a amanecido
claro y c�lido. Cuando Javier despert�, escuch� afuera el ruido de chapoteos en
el agua. Se puso un short seco y cuando sali� al exterior, vio a Tom�s nadando
en el r�o. �l lo salud� con una sonrisa. En una cuerda improvisada entre dos
�rboles, Tom�s hab�a puesto a secar todas las prendas mojadas.


Javier se qued� mirando a su amigo, y pronto advirti� que
estaba completamente desnudo. Pens� enseguida que el oficinista que �l hab�a
conocido, jam�s se hubiera animado a hacer semejante cosa, aunque el lugar era
por cierto muy solitario y nadie pod�a verlos.


Tom�s se arrim� a la orilla y sumergido hasta la cintura le
dijo a Javier:


-�Dormiste bien?


-S�. Buen d�a...


-Nunca hice esto


-�Nadar en el r�o?


-�Nadar en bolas!


-�No?. Bueno, a decir verdad, yo tampoco.


-�Y no quer�s probar?


-Ahora...yo...


-�Vamos! � grit� Tom�s intern�ndose m�s adentro y anim�ndose
a salpicarlo un poco - �Qu� est�s esperando? �No me digas que te da verg�enza?


-Bueno, ah� voy...


Javier se baj� los pantaloncitos, sabiendo perfectamente que
su amigo no perd�a detalle de sus movimientos. El cuerpo desnudo de Javier era
una imagen de ensue�o enmarcada en el verde de los �rboles. Se lanz� r�pidamente
al agua, lanzando un grito al sentir el fr�o contacto.


-�No es maravilloso? �sentiste alguna vez semejante sensaci�n
de libertad?


Javier se sumergi� por completo, desapareciendo de la
superficie del agua. Por unos segundos Tom�s perdi� de vista a su amigo, no le
dio importancia al principio, pero al ver que �ste no emerg�a, busc�
inquietantemente en la superficie circundante.


-�Javier! �Javier? �Vamos! �Ya est� bien! �d�nde est�s?
�Javier...!


Fueron unos segundos, s�, pero Tom�s sinti� el principio de
una pesante angustia al no ver a su Javier salir a la superficie. Y cuando gir�
una vez m�s para buscar su figura en el agua, Javier sali� violentamente del
agua, chocando casi rostro contra rostro, en medio de su risa compulsiva.


-�Sos un tarado! Estuve a punto de asustarme...


Javier, riendo a carcajadas, jug� como un ni�o nadando a su
alrededor y salpic�ndolo violentamente con pesadas olas.


-�A punto de asustarse? �Mmmm...! Yo cre� que usted YA se
hab�a asustado...


Los dos rieron y empezaron a jugar intentando uno hundir al
otro en medio de forcejeos. En esas viriles maniobras, propias de dos ni�os que
est�n jugando a los luchadores, sus cuerpos se rozaban se chocaban y repetidas
veces los miembros se encontraban bajo del agua. Estuvieron as� durante largo
tiempo, y los roces se fueron intensificando a medida que crec�a la resistencia
del uno o del otro por no querer terminar abajo del agua. Javier lo tomaba por
detr�s abraz�ndolo con sus fuertes brazos alrededor del pecho. Tom�s sent�a
entonces como el miembro de Javier golpeaba su cintura, sus nalgas y seg�n los
movimientos, se ubicaba entre sus gl�teos, sensaci�n que empez� a notar con m�s
atenci�n que los iniciales juegos acu�ticos. Tom�s logr� zafarse de esa ingenua
toma y se coloc� frente a frente con su muchacho,
que no paraba de re�r y gritar como si estuviera reviviendo una zaga de El Se�or
de los Anillos. Era un ni�o. Pero un ni�o hecho hombre. Tom�s lo abraz�
siguiendo el violento juego aferr�ndolo entre sus velludos brazos. Tanto exager�
su fuerza, que Javier no pod�a salir de esa prisi�n. Sus vergas se juntaron.
Javier mir� entre risas a Tom�s con sus divinos ojos verdes. Tom�s sinti� una
dulce oleada de placer en todo el cuerpo, su pija, que se frotaba apretadamente
con la de Javier, empez� a ponerse cada vez m�s dura. Javier sinti� con su
propio sexo la cada vez m�s punzante dureza de su amigo antes de sentir que �l
tambi�n estaba empalm�ndose. Jugaba a zafarse, sin el menor �xito, apenas Tom�s
sent�a que su presa iba a escapar, renovaba su vigoroso abrazo. Sus risas
estaban apenas a breves cent�metros, y pod�an sentirse las respiraciones. Bajo
el agua, muslos, pubis, genitales, se entrechocaban sin despegarse, las vergas
eran lanzas que espadeaban sin tregua. Sus pechos tambi�n se juntaban,
fundi�ndose y frot�ndose entre s�. Javier sinti� la maravillosa sensualidad de
sentir sus pectorales acariciados por los duros y n

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Relato: El oficinista
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