Cada viernes, despu�s de cenar, mi padre abandonaba la mesa,
avisaba al chofer y sal�a de casa. Mi madre bajaba la vista como para no verle
marchar, desentendi�ndose de ese ritual que pon�a en su rostro un gesto de
preocupada tristeza. Yo le daba las buenas noches y dejaba el comedor para ir a
mi cuarto, all� le�a, so�aba despierto o escrib�a hasta la hora de acostarme.
Mam� acompa�aba a mis hermanos peque�os a sus habitaciones, rezaba con ellos y
luego la o�a entrar en el dormitorio. Casi nunca escuchaba regresar a mi padre,
eso me hac�a suponer que volv�a muy tarde, de madrugada.
Ese viernes, tras la cena, mi padre se dirigi� a m� antes de
dejar la mesa: "Acomp��ame", me orden�. Yo qued� pegado a la silla, sorprendido
por su impensada petici�n. "�A qu� esperas?", me urgi�. Mam� me mir� con
inquietud y no dijo nada, yo segu� los pasos de mi padre, subimos al coche y nos
trasladamos a un barrio de la ciudad del que hab�a o�do hablar, sus calles
estrechas y oscuras estaban bastante concurridas a aquellas horas de la noche.
Caminamos hacia una casa en cuya puerta luc�a un farolillo rojo, una mujer
maquillada en exceso sali� a recibir a mi padre entre gestos de efusiva alegr�a.
_Es noche de estreno para ti, hombrecito _me salud�
acarici�ndome la mejilla y gui�ando un ojo a mi padre.
Acompa�amos a la mujer hasta un sal�n d�bilmente iluminado,
donde mujeres semidesnudas nos acogieron con entusiasmo. Yo estaba asustado y me
proteg�a tras la figura de mi padre. Aquello era un burdel, una casa de mala
reputaci�n, no hab�a m�s que ver la decoraci�n, con obscenos angelitos
rubicundos exhibiendo sin pudor unos atributos sexuales que, seg�n las
ense�anzas religiosas que yo hab�a recibido, no deber�an tener.
_Ven, Leda _llam� mi padre a una de las mujeres.
Ella se acerc� a nosotros abriendo deliberadamente el escote
de su quimono de seda. Pasamos a un diminuto cuarto donde los tres ocupamos un
div�n, Leda en medio, a su lado mi padre, en un extremo, yo. Bes� a mi padre en
la boca, m�s tiempo de lo normal, yo estaba paralizado por el miedo, con la
vista clavada en las llamas que se mov�an en la chimenea, oliendo el perfume
denso y empalagoso de la mujer.
_Har� un buen trabajo con �l, no te preocupes _le asegur� a
mi padre, y luego se gir� hacia m�, me mir� con unos viv�simos ojos grises
dibujados en negro y su boca sonri� amablemente.
_Nada resulta tan enternecedor como hacer realidad el sue�o
de un ni�o _coment� Leda.
Leda respiraba en mi oreja vertiendo en ella palabras
imp�dicas que me turbaban, describ�a las voluptuosidades que habr�a de regalarme
m�s tarde, y el est�mago se me constri�� en un calambre que se fue irradiando
por cada uno de mis �rganos y agudiz� mi sensibilidad.
Cerr� los ojos para no ver su rostro encendido, para olvidar
d�nde me hallaba. Leda apres� mi mano inexperta y la gui� bajo la falda de su
bata por la c�lida desnudez de sus muslos. Yo temblaba de miedo, de
incontrolable pasi�n, ella hablaba entre risas prometi�ndome cada rinc�n de su
cuerpo, ofreci�ndose generosa para que complaciera en ella mi virginal
virilidad.
Leda se despidi� de mi padre y cogi�ndome por el antebrazo
hizo que la siguiera hasta una alcoba con las paredes tapizadas de damasco
escarlata, unas l�mparas de gas iluminaban la estancia discretamente, para no
dejarlo en penumbra. Se quit� la bata de seda y qued� impresionado por la ropa
que llevaba debajo y que dejaba sus pechos medio desnudos. Me bes� en los labios
y luego su lengua me oblig� a abrir la boca introduci�ndose en ella con audacia
y sin permiso. Al principi� experiment� asco, nunca hab�a tenido una lengua
intrusa en mi boca ni mi saliva se mezcl� con la de nadie; enseguida, la novedad
suave, me agrad�. Nos hall�bamos de pie, tan cerca el uno del otro que nuestros
cuerpos se tocaban, se apretaban animados por el instinto carnal. Asi� mi mano y
la coloc� en sus pechos blancos, grandes y adornados por un pez�n granate y
erecto. Cre� morir de bochorno, las mejillas me ard�an presas de un fuego que
hab�a prendido en mi entrepierna y que amenazaba con devorar todo mi cuerpo.
_Eres un ni�o inocente y eso me excita _murmur� en mi oreja.
Su aliento sabiamente derramado consigui� que me
estremeciera. No sab�a c�mo comportarme, si deb�a hacer algo o tan s�lo dejarme
portar por su experiencia.
Me sujet� la cara entre sus manos y la acerc� a sus pechos.
_Vamos. �Ya no recuerdas c�mo se hace? Mama _solicit�.
Temiendo delatar mi ignorancia, de sobra evidente, por otra
parte, prob� el sabor dulce y afrutado de sus pechos y respir� el perfume
concentrado en el canal que los separaba. Me invadi� un algo extra�o, como un
mareo, un arrebato que me transport� al para�so de los sentidos.
Leda se quit� la ropa sin pudor y me descubri� su cuerpo
rotundo de mujer, el vientre, el pelo negro de su pubis. Me pidi� que me
arrodillara, fue f�cil complacerla, las piernas no me sosten�an, y ca� rendido
con la boca justo delante de su mata. Ella hundi� los dedos en su sexo y lo
abri� para m�, mostr�ndome un mundo p�rpura con una geograf�a hecha de pliegues
y un diminuto mont�culo enhiesto domin�ndolo todo.
Maldije mi inexperiencia, me hallaba sin duda ante el umbral
del placer y no sab�a c�mo acceder a �l. Leda me instruy� con dulzura, me
explic� que aquel mont�culo, que era su alegr�a, reclamaba mi lengua, incluso
afectuosos mordiscos. Intent� contentarla siguiendo sus consejos. Leda gem�a con
mis caricias, no deb�a hacerlo tan mal, me anim� a continuar con m�s �mpetu,
pero ella, de repente, me apart�. Pas� una mano por mi cintura y empez� a
desabrocharme los pantalones, sus ojos fijos en los m�os me intimidaban. S�lo mi
madre hab�a visto siendo infante aquella parte de mi cuerpo que Leda con tanto
inter�s contemplaba. Sent� verg�enza de aquel trozo de carne inflamada, delatora
de mi excitaci�n; verg�enza por mi torpeza. La sonrisa de Leda daba a entender
que no se sent�a decepcionada. Agarr� mi miembro con una mano, mientras que con
la otra lo acariciaba con movimientos lentos y calculados, casi insinuados; mi
pene se infl� todav�a m�s. S�lo ten�a que insistir un poco y estallar�a.
_Desn�date _me indic� Leda.
Y yo, sonrojado, obedec�; le habr�a agradecido que desviase
la mirada, que no me ayudara a desprenderme de los calzoncillos, que no me
rozase con sus pechos al hacerlo. Me sent�a tan rid�culo e inc�modo. Pero Leda
continuaba sonriendo, puso sus labios en mi verga y acto seguido empez� a
lamerla con una parsimonia que me enloqueci�.
Se tumb� en la cama y me atrajo hacia s� orient�ndome a su
interior.
_F�llame _musit�.
Un torbellino de frenes� me engull�.
_S�, as�, sigue, sigue, amor m�o _me apremiaba Leda con las
piernas alrededor de mi cintura.
Continu� empujando con br�o, concentrado exclusivamente en mi
tarea, acatando obediente el ritmo que marcaban las manos de Leda en mis nalgas.
Lanz� un grito ahogado, iba a asustarme preocupado por si le hac�a da�o, pero no
tuve tiempo, en ese instante el placer supremo fluy� en forma de semen, y me
pareci� que toda la sangre, incluso la m�dula espinal, se me escapaban del
cuerpo.
_Ahora ya eres un hombre, jovencito _sentenci� Leda
satisfecha.
Permanecimos un rato as�, trabados, hasta que mi verga
encogida sali� de su cuerpo brillante a causa de los fluidos entremezclados. Nos
tumbamos boca arriba y Leda vino a acariciarme con ternura.
Hab�a hecho el amor con una prostituta, una parte de m� era
consciente de esa realidad; otra parte, inconsciente, me inclinaba con un afecto
nuevo hacia aquella mujer que me extasiaba con sus deliciosas artes. Quer�a
pensar, pero estaba desfallecido.
_Mi pichoncito, seguro que a tu edad eres capaz de resistir
otro envite _coment� Leda con picard�a.
No me pod�a mover, mi cuerpo extenuado y mi mente abotargada
flotaban en un limbo lejano y placentero del que no quer�a partir. Con dos
dedos, Leda levant� mi miembro arrugado, inservible, y lo dej� caer inerte sobre
mi vientre. Se acerc� a mis test�culos y me tens� en un acto reflejo. Sus
juguetones mordiscos me recordaron que ya era un hombre y me sent� orgulloso de
mi virilidad, que tornaba a renacer. Su boca maestra y mal�vola cubri� la punta
desnuda de mi pene y la apret� contra el paladar usando los dientes. El deseo se
aviv� cuando su mano toquete� mis test�culos, que empezaron a encogerse.
_Hoy, por ser el d�a de tu iniciaci�n, te har� el servicio
completo _anunci� Leda.
A�n hab�a m�s, me sorprend� a la par que me preguntaba qu�
otros placeres me quedaban por fruir. Leda sac� un peque�o frasco de cristal del
caj�n de la mesilla, introdujo el dedo medio en la pasta untuosa que conten�a y
suavemente me lo acerc� al ano. Di un respingo alarmado y me apart� de manera
instintiva.
_Gatito, si va a gustarte mucho _afirm� con una especie de
ronroneo felino_ D�jale hacer a Leda.
Permit� que pusiera en pr�ctica su juego, tampoco ten�a
fuerzas ni voluntad para resistirme, pero en el �ltimo momento cambi� de idea y
fue ella la que se aplic� la pomada.
_Ven, vida, ac�rcate _se puso a cuatro patas_ Vas a probar
todos mis agujeros.
Me extra�� no experimentar ninguna aprensi�n, el deseo pudo
con mis escr�pulos; al principio sent� una opresi�n, enseguida el ojete fue
dilat�ndose y me acogi�. Al comenzar mis arremetidas, Leda me tom� la mano para
llevarla a su pubis, el mont�culo aguardaba ansioso que coronara su cumbre. El
cl�max nos lleg� de inmediato.
_Espero que le digas a tu padre que has quedado contento
conmigo, angelito _me encarg� Leda antes de levantarse del lecho.
Yo estaba aturdido, una prostituta me hab�a acompa�ado al
cielo o quiz�s me hubiera arrastrado al infierno de la perdici�n, me asalt� un
arrepentimiento condicionado por la religi�n que me inculcaran desde peque�o y
que se disip� con inusitada rapidez. Me vino a la mente mi padre, que aguardaba
en el sal�n, tal vez estuviera en otro dormitorio, gozando de placeres vedados.
Comprend� que era aquella casa el destino de sus salidas de los viernes y no s�
si fue pena lo que experiment� hacia mi madre, que se quedaba en el hogar
esperando al marido mientras �ste se solazaba en un prost�bulo. Ahora yo era tan
culpable como �l, estaba sucio. Record� el intenso placer que hab�a disfrutado
aquella noche y que me hac�a alcanzar conclusiones contradictorias. Aquello no
pod�a ser pecado ni estar prohibido.
Me vest� deprisa, Leda me urg�a, el saloncito estaba lleno de
hombres impacientes. En el vest�bulo me encontr� con mi padre, no pudimos
mirarnos a los ojos. Leda nos despidi� con un beso y nos anim� a volver.
_Te devuelvo al ni�o convertido en todo un hombre. Hasta el
pr�ximo viernes.
Mi padre hizo un gesto de asentimiento.
Regresamos a casa en silencio, en mi cabeza pululaban
excesivos temores, excelentes recuerdos. Cre�a haberme enamorado de Leda, de su
cuerpo incitante y sinuoso. A mis diecis�is a�os, �qu� sab�a yo del amor?