La mesa de luz se tambale� por la estocada y los vasos y
giraron estruendosos por el piso.
El sonido no amortigu� el terrible dolor la invasi�n.
Las l�grimas se deslizaron por sus mejillas.
Apret� los labios y ahog� el grito.
Soy pleno, pens�, ante el insoportable dolor que lo quemaba.
La cadencia de la m�sica del disco era lacerada por el bufido
de la ansiosa y t�rrida respiraci�n que le quemaba la nuca.
Al suave perfume del incienso del ambiente, ahora se le
sumaba inconfundible aroma del sudor apasionado.
El dolor era intolerable, pero no se quejaba.
Soy libre, se dijo a s� mismo, a�n cuando ten�a ambas
extremidades inmovilizadas por los fuertes brazos que lo aprisionaban.
S�, se dijo; a pesar de que sus entra�as eran desgarradas
lenta, feroz y dolorosamente. No pod�a rechazar ni resistir el ariete que,
implacable, lo part�a en dos.
Doblegado por la fuerza y el peso de aquel ser, sinti� la
estocada profunda y los pendejos quedaron grabados en sus nalgas a�n lampi�as,
mientras la dura y ardiente espada lo perforaba en forma segura..
El ariete entraba y su cuerpo se clavaba en la almohada que
lo quebraba en dos ofreciendo su ano, en flor, a quien lo pose�a.
El hombre le sujetaba con fuerza de las mu�ecas.
El joven estaba boca abajo, desnudo, con las pierna abiertas,
inmovilizado, sometido y entregado a ese otro cuerpo que lo montaba y penetraba
implacablemente. Sent�a que de su pene, fl�cido, sal�a un l�quido desconocido
que se perd�a entre los pliegues del coj�n sobre el que ofrec�a su intimidad.
El hombre aceler� sus movimientos, entrando y saliendo de esa
flor entregada hasta que, por fin, entre estertores de placer, las estocadas se
volvieron m�s y m�s profundas y un chorro caliente de esperma se mezcl� con la
sangre de la ruta reci�n inaugurada.
Aplacando el dolor, el joven siti� tambi�n una serie
convulsiones en el bajo vientre y, arque�ndose a�n m�s hacia atr�s y hacia
arriba, apoy� con fuerza su culo sobre la ingle del hombre para retenerlo para
siempre dentro suyo, en una muestra del placer que le endulz� la violencia del
desvirgue.
Comprendi� que la espina entre sus carnes lo hac�a pleno y el
sometimiento al var�n lo hac�a libre.
La violencia de la eyaculaci�n fue cesando y el hombre se
relaj� qued�ndose sobre el cuerpo del joven desvirgado, con el miembro semi
erecto adentro del t�nel reci�n inaugurado.
Suavemente le sec� con besos las l�grimas de las mejillas y
le dijo: "Aguantaste en silencio, sos un verdadero macho".
Parada
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