Relato: LAS NALGAS DE MI HIJA
Todo lo que me ocurri�, o lo que nos ocurri�, para hablar en plural, como debe ser, se produjo despu�s de una avalancha de hechos que no dejaron dudas de lo que ambos sent�amos.
El primer equivoco paso a los pocos meses de mi regreso.
Algo celebramos, no recuerdo que, pero decidimos bailar y sin advertirlo y sin prop�sito alguno, nuestros cuerpos se rozaron brevemente, pero pese a lo breve del roce, yo sent� como un chispazo que me produjo una erecci�n casi instant�nea.
Algo raro me paso, me separe instintivamente. Trate de evitar otro roce pensando que eso no podr�a pasar de nuevo porque no era natural. Sin embargo note que ella continuo movi�ndose provocativamente, pese a que sinti� mi erecci�n, de eso no hab�a dudas. Ella contin�o bailando sin inmutarse. Como si nada hubiese pasado.
Yo sin embargo no dejaba de pensar en el contacto de su muslo, grueso, suave, tierno.
Ese fue el comienzo de la locura. A partir de all�, comenc� a notar una serie inequ�vocas de se�ales que ella lanzaba cada vez que ten�amos la ocasi�n de estar cerca. Tomaba mi brazo al caminar en los centros comerciales y rozaba su pecho con mi antebrazo. Yo sent�a sus senos duros chocar con mi antebrazo mientras camin�bamos, y me imaginaba sus pezones, grandes morados restreg�ndose con mi cuerpo.
Las se�ales se fueron agudizando, yo sol�a tomarla de la mano y acariciarla como se acaricia a una hija, pero en realidad en cada roce de mi mano con la suya, o con su cara, o su cadera, hab�a una carga electrizante de lujuria que me provocaban los pensamientos m�s obscuros. Me la imaginaba desnuda pidi�ndome que la tomara. Fantaseaba pensando que si se pod�a. Que exist�an las suficientes razones para hacerlo. Sin embargo pese a las continuas provocaciones, no me atrev�a avanzar mas all� de las caricias furtivas que le prodigaba disfrazadas de sinceras demostraciones de cari�o. No me atrev�a hacer ning�n movimiento, el miedo a un rechazo me paralizaba pese a que yo pensaba que a ella le pasaba lo mismo que a mi. Ella se dejaba manosear y rozaba a veces groseramente su cuerpo con el m�o. Sus mimos y atenciones eran un proceso de degeneraci�n que me causaba una terrible zozobra. Se dejaba acariciar y le gustaba, en muchas ocasiones me percate de ello.
Pero yo consideraba que todas esas se�ales eran equivocas y ten�a miedo. Un miedo cerval al fracaso. As� que despu�s de acariciarla me dejaba llevar por mis fantas�as hasta que terminaba revolc�ndome con ella en mi imaginaci�n.
Yo planee viajes, paseos, visitas a restaurantes y plazas y parques en un intento por conseguir un acercamiento definitivo que me dejara saber que ella lo deseaba tanto como yo. Pero ambos continu�bamos el juego, hasta que ocurri� algo que cambio la historia.
Ella fue elegida para dirigir un segmento importante de la corporaci�n donde trabajaba y deb�a recibir entrenamiento en la capital.
Planeamos el viaje entre los dos. Elegimos todo. Yo pensaba que no pasar�a nada porque nos alojar�amos por separado en casa de unos familiares, pero no perd�a la esperanza de que ocurriera algo que me permitiera leer mas claramente una se�al que derribara definitivamente el muro de mi duda�. Mi terrible duda.
Nos separamos durante d�as mientras recib�a el entrenamiento, y cuando nos juntamos ocurrieron tantas cosas que al fin, se aclaro lo que estaba pasando.
En un fin de semana fuera de casa se dejo acariciar con mas libertad, e incluso en un viaje en autob�s, hizo algo que me produjo la mayor satisfacci�n que hasta ese momento hab�a experimentado desde que empec� a desearla con vehemencia.
Primero se acurruco a mi lado y acaricio mi brazo derecho. Dejo correr sus dos manos a lo largo del brazo hasta estrechar brevemente mi mano.
Luego, para ocultarse de las miradas de otros pasajeros, se despojo de la chaqueta y la tendi� entre los dos, tapando mi mano derecha.
Despu�s. La gloria. Ella tomo mi mano y la coloco entre sus piernas. Yo estaba ardiendo. Le acaricie una pierna, suave, muy suavemente. Luego mientras hund�a mi mano entre sus muslos, la agarre duro como para que lo sintiera.
Avance despacio, mientras le apretaba el muslo y mov�a mi mano lenta pero inexorablemente hacia su vagina. Llegue muy cerca, pero inesperadamente tomo mi mano, y muy suavemente la retiro de mi ansiado camino.
En ese momento pens� que seria todo. Que no volver�a a ocurrir algo similar y me conforme con guardar ese instante en mi memoria para evocarlo como el mejor momento de lujuria que hab�a sentido en mi existencia.
Pero para mi fortuna, ese no seria el �ltimo, ni el m�s emocionante.
A los pocos meses del viaje tuve la ocasi�n de vivir otra inolvidable experiencia.
Una noche la fui a buscar a su trabajo y salimos a comer y a beber cervezas en una marisquer�a. All�, me pidi� despu�s de la cena que la llevara a una feria y hacia all� nos dirigimos a tomar cerveza y escuchar m�sica.
Hab�a mucha gente. Era sumamente dif�cil ver de cerca de los conjuntos. De repente me tomo de la mano y me condujo hasta el centro de la muchedumbre y all� se produjo lo que tanto anhelaba.
Cuando no pod�amos avanzar mas, se detuvo delante de m� y al ritmo de la m�sica comenz� a restregar sus enormes nalgas contra mi sexo. Lo hizo con ganas, con deseo, ella sinti� mi erecci�n dura en el medio de sus nalgas y lo disfrutaba. Despu�s, al mirar su carita, advert� que estaba complacida de lo que hab�a hecho. Me hab�a dado lo que quer�a darme y lo que yo m�s deseaba� el culo.