Relato: EL DESVIRGAMIENTO DE LORENA



Relato: EL DESVIRGAMIENTO DE LORENA

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EL DESVIRGAMIENTO DE LORENA



Los juegos sexuales con Isabel y Ana se convirtieron en una constante por aqu�l entonces. Descubrimos algo insospechadamente placentero y poderosamente morboso. Hoy lo recuerdo con ternura, como algo sumamente ingenuo, pero en aqu�l entonces nos sentimos osadas, transgresoras de la moral establecida. Desconoc�amos que aqu�llo era algo mucho m�s corriente a esas edades de lo que pens�bamos, y nos sent�amos descubridoras de la sensualidad, embriagadas adictas de la lujuria. No pasaron de ser simples juegos, pero con ellos comenzamos a descubrir nuestra sexualidad, creando un v�nculo entre nosotras que ya nunca se romper�a.

Aunque hubieron poderosas tentaciones en sentido contrario, decidimos respetar nuestra virginidad, al menos la vaginal. Nos abr�amos de piernas, para que las otras dos observaran de cerca aquella membrana de una tonalidad blancuzca transl�cida. Nos fascinaba el hecho de que algo tan diminuto, tan aparentemente fr�gil, tuviera tanto valor como se le otorgaba. Recuerdo como quedaba fascinada en aquella contemplaci�n, a escasos cent�metros del himen de mis amigas. Aquella insignificancia org�nica, tan diminuta, fina y el�stica, pasaba por ser el mayor valor de una adolescente, cuya ruptura marcar�a su paso de ni�a a mujer, convirti�ndose ese momento en uno de los m�s importantes de su vida.

Como he dicho, varias veces nos sentimos tentadas de desgarrar aquel velo virginal, y en alguna de ellas estuvimos a punto de hacerlo, dej�ndonos llevar por el morbo, vicio y lujuria del momento. Pero siempre pudo m�s ese instinto antinatural que a las hembras nos ha inculcado siglos de tradici�n cat�lica y valores machistas, de protecci�n para con nuestra honra. En su lugar, aprendimos a penetrar nuestro ano, para uso y disfrutes inenarrables. Primero con el mango de la sierra que us�bamos en la asignatura de marqueter�a del colegio, de unos 15 ctms de largo y no m�s de 2 de di�metro en su zona de m�ximo grosor. Con el tiempo, hasta con gruesos pepinos tomados de las neveras de nuestras casas. Bien engrasados con aceite de oliva, Nivea, crema hidratante y similares, hasta los m�s gordos acabaron col�ndose por nuestros orificios posteriores. Del temor que nos caus� la primera visualizaci�n de una penetraci�n anal en aquellas fotos, pasamos a convertirnos en adictas a la misma. El morbo nos embargaba, buscando siempre ir m�s all�. Compitiendo entre nosotras para ser la m�s osada, la que consiguiera alojar en su ano el mayor objeto f�lico de las tres. El placer que con ello encontr�bamos era intens�simo, y el mango de la dichosa sierra pas� a convertirse en uno de mis m�s fieles compa�eros en mi m�s temprana adolescencia, en la cual casi todas las noches me penetraba con �l tumbada en mi cama para alcanzar el orgasmo antes de dormir, acompa�ada su acci�n de la fricci�n que a mi cl�toris somet�an mis dedos.

Aprendimos que el olor que quedaba tras ello era claramente delator y no desaparec�a ni siquiera lav�ndolo hasta varios d�as despu�s. Y aprendimos tambi�n a resolver aquel problema, cubriendo aquel mango de madera con los preservativos que en cajas rob�bamos del hipermercado, el �Pryca� por aquel entonces. No puedo evitar re�r todav�a ahora, al recordar el d�a en que nos pill� un vigilante. Alguna de las trabajadoras camufladas como clientes al fin de descubrir a quienes robaban, debi� vernos y alertarlo, de forma que al salir nos estaba esperando. Al parecer no ten�a idea de lo que hab�amos ocultado en nuestro cuerpo, con lo cual, rojas como un tomate, nos llev� a un cuarto, donde esperaba el jefe de seguridad. No hubieran podido registrarnos hasta que llegase una Guardia Civil mujer, hoy d�a lo s�. Pero entonces no lo sab�amos. Nos dijeron, �vosotras mismas. O sac�is lo que llev�is, u os registramos nosotros�. Un farol. No hubieran podido hacerlo, ni se hubieran atrevido. Pero surti� el efecto deseado. Con la mirada baja y mas rojas que nuca en nuestra corta vida, sacamos de nuestras braguitas bajo la falda aquellas cajitas de �Perrys�. El momento fue el�ctrico. Un silencio sepulcral invadi� el cuarto en �l. No s� quien quedo m�s cortado, si nosotras o ellos. El caso es que por unos segundos quedaron aturdidos, sin saber qu� decir.

-��sto� �sto es lo que� hab�is cogido? �pregunt� entrecortado el jefe de vigilantes, y nosotras asentimos avergonzadas, sin atrevernos a levantar la cabeza.

-�Para qu�? �comenz� a preguntar de nuevo, est�pidamente. Estaba claro para qu� serv�a aqu�llo, y no era para adornar con globos una fiesta. Tan claro que no pudieron contener su hilaridad. Primero luchando por hacerlo, despu�s ya a mand�bula batiente, contagi�ndonosla a nosotras.

-�No sois muy j�venes todav�a?-pregunt� cuando consigui� dominarla un poco.

No contestamos, todav�a cortadas, pero nuestras miradas eran respuesta suficiente. �ramos j�venes, s�, pero comenz�bamos a despertar a nuestra sexualidad. Nos mir� de arriba abajo, deteni�ndose su particularmente en nuestras tetas. Sonre�mos t�midamente. En ese momento, lo que m�s nos preocupaba era que se enterasen de aquello nuestros padres. La medida normal en estos casos era telefonearlos para informarles, con lo cual est�bamos acojonadas, si es que una mujer puede estarlo, ante la perspectiva. As� que intentamos caer en gracia, hacernos las simp�ticas e inocentes para que no lo hicieran.

-La verdad es que ya comenz�is a tener lo vuestro.

El jefe mir� al otro vigilante. En un momento, fueron conscientes de su poder temporal sobre nosotras.

-Sois� muy bonitas.

No parec�an decidirse. En un primer momento no fuimos conscientes de sus pensamientos, pero pronto los intuimos. Nos miramos de reojo entre nosotras, y supimos que est�bamos de acuerdo.

-Vosotras tampoco est�is mal �a�adi� Isabel t�midamente. No era mentira. El jefe, pese a ser calvo, era un hombre de unos treinta a�os, muy fornido y con su atractivo. El otro, un chico moreno de veintipocos, alto, delgado y muy guapo.

Volvieron a mirarse, dudando. �ramos menores y, obviamente, deb�a ser un tema delicado. Pero el de reproducci�n es uno de los tres impulsos b�sicos de cualquier animal, s�lo por detr�s del de nutrici�n y en l�nea con el de relaci�n. La atracci�n sexual puede m�s que el sentido com�n y cualquier otra precauci�n, cuando es lo suficientemente poderosa. Y tres ni�as bonitas con incipientes formas de mujer a disposici�n de dos machos en un cuarto, con la posibilidad de aprovecharse de la situaci�n sin que nadie se enterase, obligadas por nuestra necesidad de discreci�n, lo era. Sus ojos dejaban claro su deseo. Nuestro temor, el nuestro. Nosotras dese�bamos que aquello no se supiera. Ellos nos miraban con ojos de animal en celo. La cosa estaba decidida.

-T�, la rubita� �c�mo te llamas?

-Isabel �contest� Isa t�midamente. �Pero me puedes llamar Isa.

-OK. Ven aqu�, Isa �la conmin� palmeando con las manos en sus muslos. Isa accedi� obediente, sent�ndose en sus piernas.

-Eres muy guapa, Isa.

Era cierto. Con preciosa melena rubia, lisa y larga hasta la cintura, y sus bellos ojos verdes, Isa era un tiern�simo bomboncito.

-Gracias �contest� ella con una t�mida sonrisa.

Pero de las tres, las formas m�s sensuales eran las m�as. Ya por aqu�l entonces comenzaba a ser evidente que iba a ser una mujer de curvas voluptuosas y mis pechos, sin haber alcanzado a�n el tama�o que antes de un a�o m�s tarde alcanzar�an, ya se pod�a decir que ten�an uno aceptable. Se hizo evidente cuando la mirada del jefe pas� de Isa a m�. Bueno, m�s bien de sus ojos verdes a mis tetas.

-�Y t�? �C�mo te llamas?

-Lorena.

-Ven aqu� t� tambi�n.

Como hab�a hecho Isa anteriormente, me acerqu� hasta �l como ped�a, sent�ndome en una de sus piernas tras hacerme sitio mi amiga. La mano del hombre fue a mi muslo entonces y yo, tras pensarlo tan solo un momento, agarr� con una de las m�as mi falda para tirar de ella y subirla, dejando la carne de este desnuda para �l. Me mir� y sonri�, comenzando a acariciar mi piel. Suavemente. Isabel hizo lo propio, para facilitar el acceso a la suya tambi�n. Las manos del jefe sin embargo, no se limitaron a aquella parte de nuestra anatom�a, y pronto subieron para agarrar una teta de cada una y sobarla con deleite. Contagiada de la excitaci�n del hombre, le mir� a los ojos, ofreci�ndole mi boca, sensualmente entreabierta. No dud� �l en aceptar la invitaci�n, comenzando a besarnos, enredando nuestras lenguas con pasi�n. Isa por su parte no quiso permanecer como simple espectadora, comenzando a besar y mordisquear el cuello masculino cuello de toro, a la vez que desabrochaba los botones de su camisa para descubrir el potente pecho.

Por su parte, Ana se gir� para mirar al otro vigilante, que quedaba a sus espaldas, cuestion�ndole en silencio. �Iban a apuntarse ellos? El chico dud�, pero s�lo un momento, tras el cual se acerc� hasta ella. Ana gir� de nuevo su cabeza hacia nosotros, d�ndole v�a libre para dejarse hacer. Desde aquella posici�n, el chico la abraz� peg�ndose a su cuerpo, para pasar sus brazos por delante y agarrar sus pechos para sobarlos. Ana entonces lade� su cabeza, entrecerrando sus ojos y entreabriendo sus labios, contra los cuales el vigilante sell� los suyos para besarla.

Fueron unos 20 minutos de sobeteos y besos, en los cuales nuestras tetas quedaron desnudas y expuestas para ser libremente manoseadas y lamidas, muy a nuestro placer y para deleite de todos. Pero no pas� de ah� el asunto. Aunque todos lo hubi�semos deseado, una cosa era magrearse con unas menores, otra follarlas. Dicen que el que se acuesta con cr�os, meado se levanta, y el vigilante y su jefe debieron pensar que trat�ndose de unas ni�as, no hab�a garant�a de que en alg�n momento no cont�ramos aquello a nuestros padres, presionadas por alguna circunstancia que pudiera presentarse. Por nuestra parte, las tres tembl�bamos de excitaci�n y deseo, y de haber sido algo m�s expertas, hubi�semos podido provocar la situaci�n. Pero el caso es que no lo �ramos, y la cosa termin� sin m�s. Obvia decir, que nos regalaron los preservativos.



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Todas las mujeres hemos fantaseado en nuestra primera juventud, intentando imaginar como ser�a el momento en que perdi�ramos nuestra virginidad. Seguramente todas, o casi todas, hemos so�ado hacerlo en brazos de un pr�ncipe azul, guap�simo, rub�simo y de irresistibles ojos azules, o quiz� m�s en los de un motero sin afeitar y cazadora de cuero negro, o un rapero las ni�as actuales, tan guapos y rubios como el recurrido arist�crata, que hoy d�a debe andar por las colas del INEM. Habremos especulado con una mullida cama que sustituya al verde y buc�lico paisaje de anta�o, donde envueltas en las caricias de tan adorable amante y embriagadas por sus besos, le entregar�amos gustosas nuestro m�s preciado tesoro. El momento de hacerlo, es uno de los m�s importantes en la vida de una mujer. Nunca lo olvidar�, y para ella siempre ser� algo muy especial. Pero, �ay!, nunca contamos con que nosotras somos tan solo el 50% de los art�fices de ese momento, y que para el otro 50%, o sea el chico en cuesti�n, casi nunca ser� algo tan importante. En lo �nico que �l pensar�, ser� en triunfar en su empresa de follarnos, y como mucho su inter�s se limitar� a apuntarse la medallita de ser el que nos desvirg�. S�lo un muy bajo porcentaje ser�n rom�nticos idealistas que compartan la carga emotiva del momento y sepan valorarlo. Nosotras siempre intentaremos envolver su magia, pero nunca o casi nunca, conseguiremos transmitirla a nuestro desvirgador, por lo cual a menudo y en la mayor�a de los casos, quedaremos frustradas, habiendo esperado algo distinto. No debiera pesarme esto, ya que yo misma he buscado siempre el morbo, vicio y lascivia, no habiendo sido alguien muy dada al romanticismo. Por ende, se debe suponer que para alguien como yo no debiera haber sido algo especial el momento de la p�rdida de su virginidad, que en realidad no debiera haber sido m�s que un estorbo. Pero no fue as�. Por m�s que queramos pensar con practicidad, somos hijos de nuestra cultura, y toda mujer recordar� siempre como algo muy especial el momento en que dej� de ser ni�a definitivamente.

Por m�s que como he dicho intentemos imaginar como ser� ese momento, nuestras c�balas suelen resultar totalmente desatinadas, y este resulta algo totalmente distinto a lo inesperado. Para m�, lleg� de esta forma, cuando menos lo esperaba. Fue una tarde que hab�a ido a casa de una amiga a leer juntas el �Nuevo Vale�, que su madre compraba para ella y su hermana. Estando en su habitaci�n, comenzaron a escucharse la voz de una mujer reprendiendo a un hombre, procediendo del sal�n en la planta baja del bungalow. Se trataba de sus padres, que acababan de llegar a casa. Evidentemente, no eran conscientes de que est�bamos arriba. Yo, todos, sab�amos que los padres de F�tima atravesaban un mal momento. Se dec�a que �l iba con otras mujeres, y que en cualquier momento el matrimonio acabar�a por romperse.

Mi amiga no dijo nada, simplemente continu� ojeando la revista. Pero era evidente que su atenci�n ya no estaba en ella, y la expresi�n de infinita tristeza en su rostro me toc� el alma, llegando a humedecer mis ojos. Acarici� tiernamente su cabeza, dejando pasar mi palma sobre sus casta�os y lacios cabellos.

-Mira �dijo en apenas un susurro, se�alando al rubio de los �Back Street Boy�s�.- �Est� muy bueno, verdad?

Eran palabras vac�as, pronunciadas por quien con ellas intentaba distraer su mente de la realidad. Sonre� tiernamente.

-Buen�simo.

Durante m�s de media hora, durante la cual intentamos no hacer ning�n ruido para no delatar nuestra presencia, continu� la discusi�n, voz en grito. Despu�s, se oy� un fuerte portazo y se hizo el silencio. La madre de F�tima deb�a haber salido de casa atacada, mientras que se o�an algunos sonidos de pasos que confirmaban que el padre segu�a all� Luego, el silencio. Durante una hora y media m�s, aproximadamente, continuamos igual. No quer�a salir hasta que no hubiera nadie, para que sus padres no llegasen a saber que hab�amos escuchado la discusi�n y las burradas que se dijeron, pero comenz� a hacerse tarde, y yo deb�a volver a casa.

-F�tima�voy a tener que salir.

-Vale� -me dijo apesadumbrada. -No te preocupes.

-�Est�s segura?

-S�. Adem�s, me apetece estar sola.

-Lo entiendo.

-Cuando salgas, pasar� el pestillo de la puerta. Si mi padre te pregunta, dile que no suba ni llame a la puerta, que quiero estar sola.

-Vale, -respond� comprensiva- , lo har�.

Con dos besos, me desped� de Fatima en la puerta de la habitaci�n, la cual cerr� a continuaci�n. Escuch� el pestillo pasando, y luego la m�sica al conectar mi amiga su equipo para aislarse. Baj� por la escaleras, cortada ante la perspectiva de pasar ante su padre, ya delatada mi presencia. Pero cuando llegu� a la planta baja, encontr� algo que me dej� helada. Si hab�a esperado encontrar al hombre igualmente cortado al descubrir que su hija estaba en casa y deb�a haber escuchado la discusi�n, encontr� que me equivocaba de plano. El muy canalla parec�a pasar muy de plano de la situaci�n, c�modamente sentado en el sof� mientras miraba la televisi�n con el sonido bajado al m�ximo. Sobre la mesita en la que ten�a apoyado los pies, varios botes de cerveza vac�os, en su mano uno a medio consumir. Pero no fue �so lo que me sacudi� como una descarga el�ctrica. Lo que s� lo hizo, fue el hecho de que lo que estaba mirando en la televisi�n, era una pel�cula porno, en la que una guap�sima rubia de enormes pechos siliconados, saltaba empalada sobre la polla de su follador, un negro escultural, cuya anatom�a excitaba sin remedio al contemplarla. Imagin� que la raz�n para eliminar el sonido, debi� ser la de evitar que se escuchase desde fuera, o que lo hiciera su mujer si volv�a, d�ndole tiempo a recomponerse si escuchaba sus pasos en la escalera exterior. Frente a la imagen, el padre de mi amiga se masturbaba embelesado. La polla en su mano, la mirada en la pantalla.

Qued� petrificada. En un momento, fui consciente de que, pese a encontrarme frente a �l a la izquierda, al pie de la escalera, no me hab�a visto. Evidentemente, estaba bastante bebido. No sab�a que hacer. Para salir a la calle, deb�a pasar ante �l. Retroceder, me llevar�a de nuevo al piso de arriba, donde mi amiga no abrir�a la puerta, y quedar�a confinada all� hasta qui�n sabe cuando. Pero pronto qued� liberada de tener que decidir, cuando el padre de F�tima repar� en mi presencia.

No pareci� sorprenderse demasiado, seguramente debido a los efectos del alcohol. Yo en cambio, qued� abochornada. El muy cabr�n, sin cortarse un pelo, baj� la mirada hasta mis tetas. A pesar de mi camiseta blanca, me sent�a desnuda ante aquella mirada, como si tuviera rayos X en los ojos. Me escandaliz�, pero no me enoj�. Es m�s, me excit� aquella desverguenza, que me hizo bajar la mirada avergonzada yo misma. Bajarla para contemplar su polla. Era la primera que ve�a al natural, desde aquellas diminutas pililas de los ni�os en mi infancia. Me pareci� hermosa, deseable, y de excitada pas� a estar cachonda. Ya no me acordaba de mi amiga. Solo era consciente de la mirada de su padre sobre mis pechos, de su polla y de la lujuria del momento.

-Tienes un buen par de tetas, Lorenita.

-Gracias �contest� levantando los ojos para mirarle de frente. Era un t�o guapo el cabr�n, de pelo negro ondulado y hermosos ojos verdes. Esta vez mi voz no son� t�mida ni insegura. Tampoco provocativa ni nada parecido. Simplemente surgi� normal.

-Ven, si�ntate a mi lado �me invit� palmeando sobre el coj�n del sof�, a su izquierda, colocando el brazo a continuaci�n sobre el respaldo.

Tras pensarlo un momento, acept�. Me sent� all�.

-Est�s muy buena. �Te lo han dicho?

-S� �contest� mirando su polla, que continuaba masturbando suavemente. Alargu� la mano hasta ella. -�Me dejas que te ayude?

-Claro �acept� encantado, sonriente.

Por primera vez en mi vida, toqu� una polla. Y su contacto me encant�. Era tan suave, tan� El tacto de una polla es algo que no se puede imaginar hasta haberlo probado. Ninguna otra piel de cualquier zona del cuerpo, es similar. Tir� de ella, descapullando su prepucio, descubriendo su orgulloso glande. Me pareci� glorioso. Acarici� su carne desnuda, y la que quedaba bajo �l. Me apetec�a besarlo, adorarlo. El padre de mi amiga pareci� intuir mis pensamientos. Apartando su brazo de sobre el respaldo del sof�, coloc� su mano en mi nuca, presionando suavemente hacia delante y hacia abajo con ella para invitarme a hacerle una mamada. Muy a gusto, me dej� llevar por esa presi�n para inclinarme sobre aquel miembro masculino. Al llegar a �l, lo primero que hice fue besarlo, con todo el cari�o del mundo, tras lo cual abr� mi boca para engullirlo totalmente.

Fue mi primera mamada, pero no deb� hacerlo mal del todo a juzgar por sus suspiros. A decir verdad, no he notado que mi maestr�a en el arte de mamar haya crecido con los a�os. Todos los amantes que he tenido y han hecho alg�n comentario sobre mi hacer, lo han hecho para elogiarlo. En otras palabras; soy una muy buena mamona. Y creo que siempre lo he sido, desde esa primera polla que mam�. Soy de la opini�n de que no se aprende a ser buen amante. Se es o no se es, y, por tanto, el que lo es, lo es desde siempre. Otra cosa es que al principio pueda estar cohibido/a, pero cuando se suelta se revela. Al que le gusta follar, ser� un/a buen amante. A m� me encanta follar, es lo que m�s me gusta en la vida. Y me encanta tambi�n mamar, por lo cual he sido una buena mamona desde el principio.

Como he dicho, el padre de F�tima comenz� a bufar, amparado en la m�sica que, procedente de la habitaci�n de su hija, imped�a que �sta le escuchase.

-�Para, para�! �Para, cabrona, que vas a hacer que me corra!

Debi� agarrarme del pelo para obligarme a retirar la cabeza, de tan absorta que estaba en mi trabajo. Seguramente con cara de tonta, qued� mirando alternativamente, a sus ojos y a su polla.

-Veo que te gusta mamar, �eh?

Solo sonre�.

-Eres todo un put�n aunque seas tan jovencita.

Mi sonrisa se hizo a�n m�s amplia. Me encant� que me lo dijera y, desde ese momento, decid� que era aquello lo que quer�a ser. Y quer�a que se supiera. No me bastaba con ser una zorra, sino que necesitaba que se supiese.

-Ven aqu� �me inst�, coloc�ndose en posici�n recostado sobre el sof�, su polla apuntando al techo, sostenida por su mano. Estaba claro lo que me ped�a, y yo lo entend� perfectamente. Levant�ndome, me remangu� la falda para quitarme las bragas y echarlas a un lado. Despu�s, me coloqu� sobre �l, una rodilla a cada lado sobre el sof�. Mi mano reemplaz� a la suya en su poya, cuyo capullo apoy� en la entrada de mi vagina. Estaba ya muy lubricada, lubricad�sima, y presion� un poquito. Pedro, que as� se llamaba el padre de mi amiga, me tom� por la cintura.

-Ten cuidado �le ped�-. Es la primera vez.

Sus ojos se iluminaron.

-No te preocupes cari�o.

No fue ni brusco ni suave. Simplemente, en un momento dado, tir� de mis caderas hacia abajo, ensart�ndome con su miembro. Sent� mi himen rasgarse, acompa�ado de un dolor que no sabr�a definir. Hay que sentirlo para conocerlo. Despu�s, al cabo de unos menos de acondicionamiento, comenc� a galopar sobre �l desbocada, gimiendo como una puta. Mentir�a si dijese que segu�a sin acordarme de mi amiga. Me acordaba. De ella y de su dolor. Era perfectamente consciente de que me estaba follando a su padre, contribuyendo a destrozar el matrimonio con su madre y a la infelicidad de F�tima. Pero no me sent�a mal por ello. Es m�s, me pon�a supercachonda pensarlo. Estaba convencida, quer�a ser una aut�ntica puta.

No fue excesivamente larga aquella follada. Ambos nos corrimos muy satisfactoriamente, tras lo cual sal� de all�, camino de casa. Ya en la calle, llor�. No por F�tima, sino por mi virginidad. No era que lamentase su p�rdida, ni que no hubiese disfrutado con el polvo. Simplemente, era consciente de que hab�a perdido definitivamente mi inocencia, despidiendo para siempre a la ni�a para saludar a la mujer. Esa noche volv� a llorar.





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Relato: EL DESVIRGAMIENTO DE LORENA
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