El sacerdote elev� su �ltimo rezo e hizo una se�al a los
sepultureros. Estos, ayudados de gruesas cuerdas y de manera lenta y cuidadosa,
bajaron el f�retro y sent� que media parte de mi vida descend�a con �l. La otra
mitad se me fue cuando, por la tierra m�s oscura, el ata�d qued� cubierto por
completo. Con el desaparecer de los azulados destellos que desprend�a el metal
al reflejo con el sol, lleg� el hecho de que no hab�a vuelta atr�s, la certeza
de la tr�gica desgracia: mi madre, mi mejor amiga, mi compa�era de toda la vida,
de las m�s gratas alegr�as y las m�s amargas penas, el pilar que me sosten�a,
hab�a muerto.
Mis piernas no pudieron soportar m�s, la enorme carga de mi
desdicha. Ca� de rodillas junto a la tumba. Toda esa fuerza fingida que hab�a
mostrado hasta entonces, toda esa falsa entereza, se escurri� con la primera
l�grima. Mi llanto lav� la m�scara de indiferencia que por no parecer d�bil y
est�pida, decid� usar horas antes y que entonces me pesaba, como si fuera una
l�pida la que llevara encima. Olvid�ndome del rid�culo y las miradas, comenc�,
entre gritos y sollozos, a implorarle al cielo que me la regresara. Lo hice
hasta sentir que la garganta se me desgarraba. Hasta que la vista se me nubl�.
Hasta que se me agotaron las fuerzas y ca�, golpeando mi cabeza contra la losa y
perdiendo el sentido.
Despert� en el asiento trasero del autom�vil de Luc�a, amiga
de la universidad. Llev� mi mano a mi frente y me encontr� con un trapo manchado
de sangre, de mi sangre. Asustada, me levant� y le pregunt� a mi compa�era qu�
hab�a sucedido, por qu� estaba sangrando, a d�nde me llevaba. Me pidi� que me
calmara y volviera a acostarme, pero yo estaba demasiado desesperada como para
atender sus palabras. Empec� a gritar como una loca; a exigir que regres�ramos
donde mi madre. Golpe� la ventanilla una y otra vez, como si tratara de escapar
rompiendo el vidrio. Ninguna de sus frases serv�a para tranquilizarme; estaba
totalmente fuera de control.
Continu� dando de pu�etazos al cristal y fue entonces cuando,
a lo lejos, lo vi por vez primera. Su profunda y fuerte mirada se clav� en la
m�a, como si quisiera entrar por ella y descubrir mis m�s ocultos secretos, como
si intentara desnudar mi alma y conocer la raz�n de mi tristeza. Escondido
detr�s de un �rbol a la salida del cementerio, con su cabello cano y las arrugas
en su rostro, me observaba como nadie antes lo hab�a hecho, provoc�ndome, al
mismo tiempo que una confortante paz, un inquietante escalofr�o. Dej� de golpear
la ventanilla y me qued� s�lo mir�ndolo hasta que, por el constante esfuerzo, la
herida en mi frente volvi� a sangrar y me desplom� sobre el asiento.
No supe de m� hasta llegar a mi nuevo departamento, herencia
de mi madre y en el cual hab�a decidido vivir, m�s que porque la casa que
compartiera con ella hasta el d�a de su muerte fuera muy grande, por no ver su
cara en cada rinc�n. En cada objeto. En cada cuarto. Ya no era el asiento de ese
bocho destartalado el que velaba mi sue�o, sino una c�moda y elegante cama. A mi
lado, adem�s de Luc�a, se encontraba un se�or que, juzgando por su vestimenta y
malet�n, supuse era un m�dico. Charlaban sobre algunos cuidados que deber�a
tener; sobre las consecuencias que probablemente traer�a el golpe. No quise
interrumpirlos; no estaba como para escuchar sermones. Me hice la dormida,
esperando quedarme a solas con mi amiga.
Cuando eso ocurri�, lo primero que hizo ella fue darme ese
serm�n que no quer�a escuchar. Me dijo que deber�a de tomarme unas pastillas, no
hacer esfuerzos innecesarios y quien sabe que tantas cosas m�s a las que no puse
atenci�n. Se acerc� a la cama y, besando mi mejilla, se despidi�, no sin antes
recordarme que si necesitaba algo, bastaba con una llamada para que ella
estuviera de nuevo a mi lado. Sin esa excesiva desesperaci�n de la que hab�a
sido presa minutos atr�s, su actitud me pareci� un tanto exagerada; sin embargo,
en cuanto sali� de la casa y me di cuenta de lo sola que estaba, dese� pedirle
que regresara y se quedara conmigo. No lo hice. En lugar de correr a impedir que
se marchara, estall� en llanto. La imagen de mi madre, junto con la idea de que
no soportar�a el vivir sin ella, se fij� en mi mente. Quise morir en ese mismo
instante.
Luego de permanecer un largo lapso con la cabeza entre las
almohadas, camin� hacia la cocina para prepararme algo de cenar. Obviamente, la
alacena estaba pr�cticamente vac�a; adem�s de una capa de polvo sobre otra, s�lo
hab�an unos cuantos sobres de te. No esperaba mudarme, as� que no hab�a hecho
ning�n preparativo. Es m�s, ni mi ropa hab�a llevado. No ten�a �nimos de salir a
la tienda ni tampoco mucho apetito, por lo que me conform� con lo poco que
ten�a. Luego de lavar la olla, puse a calentar agua. Esper� unos cuantos minutos
y prepar�, por inercia, dos vasos de te.
Estaba a punto de llamar a mi madre, cuando record� que ella
ya no se encontraba entre los vivos. Hice un gran esfuerzo por no derrumbarme
una vez m�s y, antes de tomarme la humeante y desabrida bebida, coloqu� la olla
vac�a sobre la estufa. Me sent� a la mesa y cuando estaba por darle el primer
trago a mi vaso, algo extra�o atrajo mi atenci�n. Mi mirada se dirigi� al
extremo donde se encontraba el otro vaso y de �ste, ya no sal�a humo. Incr�dula,
me levant� de la silla para comprobar que lo que ve�a era cierto. Con mi
temblorosa mano, tom� el vaso que no era el m�o para justo despu�s, al
percatarme que efectivamente no conten�a nada, dejarlo caer al piso. La sangre
se me baj� a los pies y mi coraz�n empez� a latir aceleradamente. Se supon�a que
estaba sola, pero alguien m�s, se hab�a bebido ese te.
Despu�s de permanecer inm�vil por un buen rato, reaccion� y
busqu� entre los cubiertos el cuchillo m�s grande. Con el miedo a�n corriendo
por mis venas, me dispuse, procurando hacer el menor ruido posible, a abandonar
la casa en busca de ayuda. Con pasos cortos y apoyados solamente en las puntas
de los dedos, comenc� a atravesar sigilosamente la cocina, pero algo me detuvo
cent�metros antes de salir de �sta. Ah�, frente a m�, con su cara a medio
iluminar, se encontraba el mismo hombre que, escondido entre los �rboles, me
miraba fijamente en el cementerio. Expuls� un desgarrador alarido y el cuchillo
resbal� de mi mano, cayendo justo encima de mi descalzo pie. Al terror que en
ese momento me invad�a, se le sum� el dolor que me provoc� la herida. Venciendo
a ambos y esperando que ese hombre no fuera un asesino, me decid� a hablar.
- �Qui�n es usted? �Qu� hace aqu�? - Pregunt� con voz
temblorosa.
- No cabe duda que eres id�ntica a ella. Los mismos ojos. La
misma sonrisa. Que hermosa eres. - Exclam�, evadiendo mis preguntas.
- �De qu� diablos est� hablando? Le pregunt� qui�n era usted
y qu� hac�a aqu�. Contest�. - Insist�.
- Sabes, a ella le gustaba mucho �ste departamento, pero
cuando se march�, la luz tambi�n se fue y el lugar se qued� vac�o. Sol�a decir
que �ste era un bello sitio para vivir, pero yo no estaba de acuerdo con eso. Es
cierto que es espacioso y con buena decoraci�n - meti� la mano a uno de sus
bolsillos -, pero ella era en verdad quien le daba vida. Que bella era. - Dijo,
ignorando mis cuestionamientos una vez m�s y caminando hacia m�.
- No se acerque o...- me inclin� para recoger el cuchillo - o
le juro que si da un paso m�s, le cort� la garganta. - Lo amenac�, intentando
sonar lo m�s convincente posible.
- �Cortarme la garganta? No creo que pueda hacerlo; usted no
matar�a ni a una mosca. Mejor perm�tame curar esa herida. - Sugiri�, al mismo
tiempo que sac� una bandita de su bolsillo y se agach� para ponerla en mi pie.
De tan s�lo sentir el toque de sus fr�os y �speros dedos
sobre mi piel, me paralic�. �l segu�a hablando, pero no entend� una palabra de
lo que dijo. Todas mis fuerzas estaban concentradas en no mojar mis pantaletas,
algo que no pude lograr con mis mejillas. Empec� a llorar de miedo, del que me
daba escuchar su tono de voz, esa extra�a mezcla de cantos gregorianos y ecos de
caverna. Ese hombre, de quien todav�a desconoc�a nombre e intenciones, inundaba
el cuarto con una densa y escalofriante atm�sfera, erizando cada vello.
La sensaci�n que en ese momento experimentaba, esa
contradictoria y casi insoportable uni�n de paz e inquietud, se elev�
exponencialmente cuando el se incorpor�. Recorri� toda mi anatom�a con su
mirada, como si hubiera deseado despojarme de mi ropa con ella para, despu�s de
haberse recreado con mi desnudez, poseerme o peor a�n, asesinarme. Su
entrecortada respiraci�n, acarici�ndome torpemente por encima de mis prendas,
fue como un hurac�n que devast� mis nervios. Cada m�sculo de mi cuerpo se
estremeci� y, cuando tuve sus ojos frente a los m�os, mis piernas se doblaron
tir�ndome al suelo. Mis ojos no se cerraron ni tampoco perd� el sentido, pero
estaba muy lejos de encontrarme bien.
El misterioso hombre, que de cerca me parec�a a�n m�s viejo,
me levant� y me llev� hasta mi rec�mara, sin perder la oportunidad de examinarme
de arriba abajo durante el trayecto. Me deposit� sobre mi cama y me cubri� con
las s�banas. No se si fue el estado en el que estaba sumida o en verdad pas�,
pero en medio de mi desconcierto, alcanc� a percibir un ligero roce de sus dedos
en mi entrepierna, uno que increment� mi temperatura y me alter� a�n m�s.
El anciano permaneci� unos minutos a mi lado, mir�ndome de
esa forma en que s�lo �l pod�a mirar. Yo quer�a continuar con el interrogatorio
que, por sus evasivas y mi imitaci�n de desmayo, hab�a quedado inconcluso, pero
no fue posible. Deseaba saber si �l se hab�a bebido el te, si de la mujer que
habl� era mi madre, pero mi lengua no respond�a. Lo �nico que suced�a con mi
cuerpo, era que una repentina e inexplicable excitaci�n comenzaba a apoderarse
de �l. Ese individuo parado a un costado de mi cama, con todos sus a�os y
misterios, despertaba en m� unas ansias de sexo que yo misma desconoc�a. Mis
bragas estaban mojadas y mis pezones erectos. En mi calentura, trat� de adivinar
el tama�o de su verga. Pensaba si �sta estar�a tan deteriorada como el resto de
su cuerpo o conservar�a a�n el �mpetu de su juventud; si estar�a lista para
entrar en m� y moverse hasta dejarme satisfecha. De haber tenido la oportunidad,
de haber podido articular palabra, le habr�a rogado que me hiciera suya en ese
instante, pero no fue as�. Luego de responder a las preguntas que minutos antes
le hab�a hecho, sali� de mi habitaci�n.
- Soy Don Jos�, el conserje del edificio. Estaba aqu� para
arreglar un problema con la tuber�a. No ten�a idea de que usted ya hab�a
llegado. De haberlo sabido, no la habr�a asustado como lo hice. Le pido perd�n
por eso. Que pase buenas noches. - Se despidi�, dej�ndonos solas a m� y a mis
ganas.
Me cost� mucho trabajo conciliar el sue�o porque en verdad,
me sent�a como perra en celo. El deseo excesivo que pareciera haberme pose�do,
no desapareci� estando dormida. En mis sue�os deseaba que un hombre, no, un
hombre no, ese hombre, entrara en mi cuarto con la firme intenci�n de hacerme el
amor. Imaginaba que �l abr�a la puerta y caminaba hasta donde yo dorm�a. Luego,
sin que yo pudiera evitarlo, me quitaba una a una mis prendas, dejando mis
atributos al aire libre. �l hac�a lo mismo con su ropa y se recostaba encima de
m�, permiti�ndome sentir su enorme dureza frotarse contra mi sexo. Su boca se
apoderaba de mi pez�n derecho mientras que, con movimientos bruscos, violentos,
sus manos masajeaban mis nalgas. Su experta lengua, luego de juguetear con mis
pechos y dejarlos completamente ensalivados, bajaba hasta mi concha y, con no
m�s de tres toques, me hac�a correrme de manera abundante y escandalosa.
Me habr�a gustado seguir adelante con mis fantas�as, ser, al
menos en mis sue�os, penetrada por ese hombre que tan mal me pon�a, pero no
sucedi� as�. La avasalladora fuerza de mi orgasmo mental, venci� los l�mites
entre sue�o y realidad despert�ndome abruptamente, como si de una pesadilla se
hubiera tratado. Lo que descubr� a continuaci�n, devolvi� a mis venas ese terror
que hab�a sido reemplazado con deseo. Todo lo que hab�a imaginado fue m�s que un
simple sue�o. Mi ropa estaba tirada por todo el cuarto. Tal como en mis
fantas�as, me encontraba desnuda. El vello entre mis piernas brillaba por la
reciente venida, la misma que hab�a manchado las s�banas. El cuarto ol�a a sexo.
Todo hab�a sido real.
No hab�a terminado de asustarme por lo que ve�a, cuando mis
ojos, como atra�dos por una fuerza poco com�n, voltearon hacia la puerta. Una
sombra, que se pod�a adivinar pertenec�a a un hombre, se alejaba con direcci�n a
la calle. Instintivamente, me escond� bajo las cobijas y empec� a rezar. No
lograba comprender lo que ah� hab�a pasado. No par� de orar hasta quedarme
dormida otra vez, lo cual no sucedi� pronto; estaba sumamente aterrada.
Al d�a siguiente, a�n con el miedo de la noche anterior, me
vest� y sal� de mi dormitorio. Quer�a tomar una ducha para despu�s ir a mi
antigua casa por mi equipaje, pero antes de hacerlo, inspeccion� cada cuarto de
la casa, asegur�ndome que en verdad estuviera sola. Una vez que confirme que no
hab�a intruso alguno que pudiera molestarme, me encerr� en el ba�o. Abr� la
llave del agua. Volv� a desvestirme y me met� bajo la regadera, dispuesta a que
los hechos ocurridos hasta entonces, no me perturbaran m�s.
- Todo es producto de la tristeza de haber perdido a tu
madre. - Me dije, intentando convencerme de que lo cre�a.
Al poco tiempo de estar debajo del chorro del agua, �ste
obtuvo una temperatura considerable y por consecuencia, el ba�o comenz� a
llenarse de vapor, pero no del tipo com�n que hay en cualquier ducha. Me daba la
impresi�n de oler a sudor de hombre, de ese hombre. Conforme m�s dif�cil se
hac�a el ver m�s all� de mi nariz, la lujuria renac�a en m�, con m�s fuerza que
la noche anterior. Cada part�cula de jab�n desliz�ndose por mis piernas, brazos
o torso, era como una caricia. Cada gota impact�ndose contra mi piel, era un
segundo menos para el cl�max. Mis manos no pod�an permanecer quietas. Empec� a
masturbarme de una manera tan fren�tica, que parec�a quisiera partirme en dos
con mis propios dedos.
Ese vapor cubri�ndome por completo, introduci�ndose en m� por
medio del olfato y ayudado por el placer que yo misma me proporcionaba, me hac�a
gozar como nunca. Un intenso cosquilleo recorr�a mi interior una y otra vez,
haciendo que mis piernas flaquearan y el sostenerme en pie no fuera sencillo.
Las gotas cayendo sobre m�, casi quem�ndome la piel. El olor a macho, llen�ndome
los sentidos. Mis dedos desesperados, entrando y saliendo de mi sexo cada vez
m�s y m�s r�pido. No pude soportar demasiado. Mis gemidos, opacados por el
sonido de la regadera, anunciaron la llegada de mi orgasmo. Ca� al suelo sin
dejar de masturbarme, exhausta, satisfecha.
Cuando recuper� las fuerzas, termin� de ducharme. Me sequ�
con una toalla que de tan vieja, estaba por romperse. A falta de ropa, me vest�
con la misma de un d�a antes. Desprend� un cuadro de papel higi�nico para
limpiar el empa�ado vidrio. Lo tir� al bote de basura y cuando volv� a mirar al
espejo, observ� reflejado al misterioso anciano, parado detr�s de m�,
vigil�ndome con esa extra�a e inquietante forma de verme que tanto me irritaba.
En esa ocasi�n sent� m�s rabia que miedo. No pod�a creer que mientras me ba�aba,
�l hab�a estado espi�ndome. Di media vuelta para reclamarle, pero se hab�a ido.
R�pidamente, esa furia se transform� en desconcierto. No era
posible que, siendo verdad que estuviera ah� en un principio, saliera sin yo
darme cuenta. Eso de que todo era causado por mi melancol�a, que eran simples
alucinaciones, ya no me son� tan disparatado.
- �Me estar� volviendo loca? - Me cuestion�.
Cualquier respuesta que pudiera tener esa pregunta, no me
quedar�a ah� para conocerla. Pein� mi cabello y busqu� mi bolsa. Sin al menos
una taza de ese amargo te en el est�mago, sal� apresuradamente del departamento.
Tom� el primer taxi que pas� y le ped� me llevara a mi antigua direcci�n. No
quise voltear atr�s por dos razones: la primera, no deseaba encontrarme con la
mirada vigilante de Don Jos� y; la segunda, tampoco ten�a ganas de confirmar que
todo hab�a sido producto de mi imaginaci�n, que en verdad me estaba volviendo
loca. Lo que hice fue respirar profundamente para recuperar la calma y, luego
que decid� no ir a mi vieja casa, pedirle al conductor que me dejara en el
centro comercial m�s cercano. Necesitaba ropa y comida y, de seguro, una tarde
de compras me caer�a muy bien.
Efectivamente, gastarme las horas entre vestidos y zapatos,
fue la mejor de las terapias. No pens� en otra que no fuera llevar al tope mis
tarjetas de cr�dito. Por unas horas, me sent� de nuevo yo, la chica alegre y
despreocupada que sol�a ser, pero s�lo por unas horas. Una a una, las tiendas
fueron cerrando. Resignada, sal� de la plaza. Eran casi las nueve. Si no quer�a
agregar a mi lista de preocupaciones la posibilidad de ser asaltada, deb�a
regresar a casa. As� lo hice, sintiendo que el miedo entraba en m� poco a poco;
conforme el autob�s avanzaba.
Llegu� a mi edificio y sub� por las escaleras hasta el
s�ptimo piso. Mientras dejaba escalones debajo, juro que pod�a escuchar detr�s
de m� los pasos del anciano, lo cual me hizo acelerar el paso, aterrada.
Finalmente entr� al departamento y, gracias a los candados que hab�a comprado
esa tarde y que coloqu� en cada uno de los cerrojos, me sent� m�s segura. Don
Jos� pod�a tener llave de la puerta, pero no de esos candados. Cuando acomodaba
todo lo que conten�an las bolsas, el tel�fono son�. Era Luc�a, quien me llamaba
para asegurarse me encontrara bien. Por alguna raz�n que no comprend� en ese
momento, no le coment� nada de lo que suced�a con el conserje. Le dije que
estaba, dentro de lo que cab�a, muy bien. Nos despedimos y me fui a dormir.
En cuanto entr� a mi habitaci�n se me calent� la sangre. Ese
aroma tan peculiar, el que ten�a el vapor esa ma�ana en la regadera, estaba por
todo el cuarto. El simple hecho de respirarlo despert� mi l�vido. Contradiciendo
mi tradici�n de dormir con medio guardarropa encima, me dieron ganas de dormir
ligera, con solo la ropa interior puesta. As� lo hice. Me despoj� de mi blusa y
pantal�n, quedando en un sensual conjunto de encaje negro que, por la parcial
transparencia de la tela, dejaba poco a la imaginaci�n. Me acost� sobre la cama
y me cubr� con s�lo una s�bana liviana. La suavidad de �sta sobre mi piel,
termin� de encenderme.
Aunque no tard� tanto en cerrar los ojos y adentrarme en el
mundo de los sue�os, no lo hice de manera profunda. El calor que transitaba a lo
largo y ancho de mi anatom�a no me lo permit�a. Una parte de m� a�n estaba
despierta, esperando que ocurriera algo similar a lo de la noche anterior. Mis
deseos, casi suplicas, fueron escuchados. Tal como pasara un d�a antes, alguien
me destap� para luego desnudarme. Esa vez no sent� el peso de un cuerpo sobre el
m�o, pero s� las h�medas caricias de una lengua en mi entrepierna; unas que
hac�an que me retorciera de placer. Quer�a saber quien era capaz de
proporcionarme tanto placer. Con la esperanza de que no escapara como la vez
anterior, abr� los ojos y descubr� de quien se trataba. Ah�, con su boca hundida
entre mis labios y mir�ndome fijamente, estaba �l. No era mi imaginaci�n.
Siempre fue �l y de eso di gracias al cielo. Comprend� entonces, porque no hab�a
hablado con mi amiga de mis temores.
Don Jos� era muy bueno en el sexo oral, pero yo ten�a algo
m�s en mente. Sin decir una sola palabra, como si tambi�n pudiera espiar dentro
de mi mente y saber lo que pensaba, se puso de pie y me permiti� admirar eso que
antes intent� adivinar: su verga. De no ser porque alrededor de �sta hab�a una
blanca mata de pelo, nadie habr�a pensado que se trataba de la polla de un
anciano. Era majestuosa. Larga, gorda y completamente erguida. Con las venas
marcando el camino hacia una rojiza y brillante punta. Lo que estaba ante m� era
imponente. Cualquier dibujo mental, se quedaba muy lejos de la realidad.
Despu�s de mostrarme por un momento su falo, Don Jos� camin�
en direcci�n de mi rostro. En cuanto su monstruoso pene qued� al alcance de mi
boca, tragu� lo m�s que pude de �ste. Su particular y exquisito sabor, as� como
su extrema dureza, me volvieron loca. Jam�s hab�a probado un esp�cimen como ese.
Como la ocasi�n lo ameritaba, chup� hasta que me doli� la quijada. Hasta que
otra parte de m� exigi� ser tomada en cuenta. Hasta que �l se apart�, me separ�
las piernas y me penetr� de golpe con su ingente miembro.
Mi conserje, a pesar de esa descuidada apariencia, result�
tener m�s energ�a que un jovencito. Ni esos pliegues que formaba su carne a lo
largo de su cuerpo, ni esas canas que lo hac�an verse tan viejo, le impidieron
follarme como un poseso. Desde un principio, arremeti� contra m� con violencia y
rapidez, como si hubiera querido dejar en mi interior lo que le quedaba de vida.
Ante cada una de sus embestidas, que parec�an llegar hasta mi garganta, yo, como
prueba y agradecimiento de lo mucho que gozaba, correspond�a apretando mis
m�sculos vaginales. Ambos est�bamos disfrutando como nunca.
Sorprendi�ndome m�s de lo que ya estaba, Don Jos� sigui�
movi�ndose por un prolongado lapso. Cuando yo andaba por el cuarto orgasmo,
comenc� a preguntarme cu�nto m�s tardar�a �l en terminar. No falt� mucho despu�s
de eso. Supe que el momento se acercaba porque empez� a hablar. Luego de
llamarme Martha y decirme lo mucho que me amaba, explot� dentro de m� de la
manera m�s extra�a. De su verga no brot� una sola gota de semen, pero s� una
especie de vibra de tal intensidad, que me hizo experimentar un placer m�s all�
de este mundo y despu�s perder el sentido. Hace mucho que no estaba con un
hombre; tanto, que casi hab�a olvidado lo que se sent�a. Don Jos� hizo m�s que
record�rmelo: lo grab� en mi piel para siempre.
Despert� a la ma�ana siguiente y �l ya se hab�a marchado,
dej�ndome su olor, su sabor. Fue entonces que pens� en sus palabras y me
vinieron varias preguntas a la mente. Me intrigaba el hecho de que me hubiera
llamado Martha, como mi madre. Eso significaba que ellos se hab�an conocido y
que, a juzgar por las palabras del anciano, hab�an sido m�s que amigos. Ten�a
que saber la verdad. Me vest� y baj� a buscarlo, con la intenci�n de, si fuera
preciso, obligarlo a contarme todo. Toqu� a la puerta del departamento asignado
para el conserje, nada m�s para enterarme que qui�n ah� viv�a no era Don Jos�,
sino Don Arturo, portero del edificio desde hac�a diez a�os.
Esa noticia s� me cay� como balde de agua fr�a. El haber
bajado a buscar a Don Jos�, s�lo me llen� de m�s dudas. Regres� a mi hogar mucho
m�s confundida de lo que hab�a salido, no tanto por enterarme de que me hab�a
mentido, sino por la inesperada reacci�n que ello me produjo. Tal vez lo m�s
l�gico habr�a sido volver a tener miedo, pero no. No era terror lo que sent�a,
sino tristeza, la que me provocaba la posibilidad de no verlo otra vez. Y eso
exactamente, fue lo que pas�. Cada noche me acost� rog�ndole a Dios que �l se
apareciera, pero nada. Los d�as pasaron y con ellos, se fue tambi�n la esperanza
de encontrarme de nuevo con mi mentiroso, pero buen amante, conserje.
Estaba tan preocupada con esa situaci�n, que ni siquiera
hab�a extra�ado a mi madre. Eso me hizo sentir muy culpable y decid� visitar,
luego de dos meses de su muerte, su tumba. Llegu� al cementerio y busqu� su
l�pida. La limpi� y puse rosas rojas en los floreros. Estaba a punto de comenzar
a rezar, cuando sent� que una mano se pos� en mi hombro. Por la sensaci�n que
ese toque me provoc�, una extra�a pero familiar mezcla de paz e inquietud, supe
de inmediato de quien se trataba. El rostro se me ilumin� y me sent�
repentinamente feliz.
- Vamos a orar juntos, �quieres? - Me dijo.
No fue necesario contestarle. Empezamos a dedicarle nuestras
oraciones a mi madre, juntos. Mientras lo hac�amos, record� todas esas dudas que
ten�a guardadas. Pens� en aclararlas todas en ese momento, pero cre� que ser�a
mejor no hacerlo. Hay preguntas que, cualquiera que sea su respuesta, no te
dejan satisfecho. Algunas no puedes entenderlas y otras simplemente te lastiman.
Las interrogantes que rondaban mi mente eran de ese tipo, as� que decid�
olvidarlas. Mejor era quedarme con los buenos recuerdos, que si bien no eran
muchos, si suficientes.
Luego de aproximadamente veinte minutos, terminamos de rezar.
Don Jos� me mir� a los ojos y me sonri�. Estir� su mano y acarici� tiernamente
mi mejilla, arrebat�ndome un par de l�grimas que, m�gicamente, transform� en
perlas. Me dio una y se guard� la otra. No podr�a explicar lo que a continuaci�n
sucedi�, pero sent� como si todas mis preocupaciones salieran de mi cuerpo y me
dejaran en un estado de relajaci�n total.
- Antes de irme, quiero que sepas algo que tu madre me
coment� �sta ma�ana. - Dijo.
- �Mi madre? Pero si ella est� muerta. �C�mo es posible que
hablaras con ella? - Lo cuestion� incr�dula.
- Todo es posible, mi querida Claudia; ya deber�as saberlo.
Martha me dijo que se encontraba bien y que no quer�a verte derramar una l�grima
m�s. Desea que seas feliz - se levant� y camin� en direcci�n a donde el sol
comenzaba a ocultarse -...muy feliz.
- �A d�nde vas? �Por qu� no te quedas conmigo? Qu�date
conmigo, por favor. - Le ped�.
- Ya no me necesitas, as� que no puedo quedarme contigo. De
cualquier manera, si alg�n d�a quieres platicarme, bastar� con que te mires en
el espejo. Ya ver�s que ese reflejo mostrar� mucho de m�; m�s de lo que te
puedes imaginar. Adi�s, hermosa. Cu�date. - Se despidi� para inmediatamente
despu�s, desvanecerse en el aire.
Me qued� muda al verlo desaparecer de esa manera, pero muchas
dudas se aclararon. Sus �ltimas palabras no las entend� del todo, pero no me
import�. Como antes hab�a dicho, hay cosas que escapan de nuestra raz�n y es
mejor no darles muchas vueltas. Deposit� un beso sobre la tumba de mi madre, di
una �ltima mirada al horizonte y abandon� el lugar. A partir de entonces, cada
vez que los recordaba, a ella o a Don Jos�, lo hac�a con una sonrisa en la cara.
No hab�a porque llorar. Quiz� ya no pod�a tocarlos, pero eso no significaba que
no estuvieran conmigo. Bastaba con cerrar mis ojos o frotar la perla, �ltimo
regalo de mi querido conserje, para verlos, regres�ndome la sonrisa. Desde ese
momento, esperando la hora de nuestro reencuentro, fui feliz...muy feliz.