Relato: Yo Panadera





Relato: Yo Panadera




Yo Panadera





Detesto trabajar los domingos, lo odio con todas mis fuerzas.
Y no es por el madrug�n, que a eso ya est� una acostumbrada. Es que los domingos
siempre son calcados unos de otros: los mismos cuarentones vestidos de ch�ndal
con los mismos peri�dicos en la sobaquera, los mismos ni�os con lazos,
calcetines calados y zapatos de charol.









Quiero un huevo kinder, pap�, quiero, �quiero!,
��quiero!!...










Los tengo metidos en la cabeza, con esas vocecillas
chirriantes. A veces se ponen tan pesados que yo misma pagar�a el dichoso huevo
kinder con tal de que no montaran la escandarela dentro de la panader�a. �Y las
do�as del barrio qu�? Estas son las peores porque como trabajan, entre semana
nunca compran pan, as� que los domingos si tienen invitados en casa, se
enfrentan a la ardua tarea de calcular cu�ntas barras deben comprar.










Dame dos. No, tres. Es que no s�. �Y si me sobra?
Bueno mira, dame dos y una baguette.










Digo yo... �tan dif�cil es? Mujer, compra de m�s y si sobra,
para los patos del parque. El caso es que se monta una cola de tres pares de
narices y nadie tiene prisa m�s que yo, que no hay domingo que no me den las
tres y media despachando pan.


Entre semana es m�s ameno. La clientela es bastante variada
porque al estar el local en una zona comercial de mucho paso, ves caras
distintas. Bueno, siempre est� dando por culo la del croissant quemado y la del
col�n poco hecho, pero se lleva mejor porque al menos no hay gente esperando y
sus charlas hasta te sirven de distracci�n. Ten en cuenta que el horno funciona
hasta las doce, luego ya es solo vender, as� que el due�o se sube a casa a
descansar y hasta la tarde me quedo sola.


En fin, que si no fuera por los clientes espor�dicos que por
una u otra raz�n me parecen agradables, este trabajo ser�a una verdadera
bazofia. Con esos clientes da gusto ser amable.









Buenos d�as, �me da una barra, por favor?


Aqu� tiene, se�or.


Muchas gracias, �qu� le debo?


Sesenta y cinco c�ntimos, por favor.


No, no me d� bolsa, gracias, hasta luego.


Gracias a usted, adi�s.









Gracias, s�. �Tanto cuesta? Y eso de "que tenga un
buen d�a"
ya ni hablamos. Es muy yanqui, s�, pero qu� bien queda. O sin ir
m�s lejos, algo tan sencillo como mirar a los ojos; la gente com�n ya no mira a
los ojos. Vamos, que si un d�a le da al jefe por sustituirme por una m�quina
expendedora de pan, m�s de uno no se dar�a ni cuenta.


Algunos de los clientes espor�dicos se hacen asiduos durante
cortos periodos de tiempo. Por ejemplo, una obra dos calles m�s abajo. Pues eso
te garantiza que durante lo que dure la faena tienes unas cuantas barras
vendidas para los bocatas de media ma�ana.


Hace unos cuantos lunes entr� un alba�il de edad
incalculable. Muy mayor no deb�a ser, pero ya sabes, estos hombres est�n tan
trabajados y tienen la piel tan ajada por las inclemencias del tiempo que a
veces le echas cuarenta, as�, a ojo, y lo mismo te quedas corta que larga.









�Me das cuatro barras, bonita?


Cuatro barritas, aqu� las tiene; son dos sesenta.









�C�mo son los alba�iles! Tampoco te miran a los ojos. Si le
vale al t�o se me vuelca al otro lado del mostrador para mirarme mejor el culo;
los ojos si acaso despu�s. Son una especie aparte. Siempre lo he pensado, pero
es que es verdad, est�n m�s salidos... A los hechos me remito.


Al d�a siguiente viene el mismo alba�il con otros dos. El
reincidente va de portavoz y me pide el pan en tono vacilante mientras los otros
me miran de arriba a abajo apoyados descaradamente en el mostrador. Uno silba y
canturrea por lo bajini el "Esc�ndalo" de Rafael. Me doy la vuelta para
coger sus cuatro barras y suponiendo sus ojos clavados en mi trasero, me subo de
puntillas sobre el caj�n de madera que uso para alcanzar el estante m�s alto
regal�ndoles una panor�mica de mi menudo y deseable cuerpecito, el mismo que me
da esa apariencia fr�gil que ya me encargo yo de soslayar con mi car�cter. Est�
feo que yo lo diga, as� que no voy a describir mi culito resping�n y mis caderas
redondeadas bajo mi falda airosa. Adem�s, a los alba�iles con mucho menos les
vale para ponerse borricos. En mi brusco descenso del caj�n, la falda se ahueca
mostrando mis muslos.









Cuatro barritas. Aqu� las tiene; son dos sesenta.










Por sus caras embobadas no me cabe duda de que no han perdido
detalle de mi homenaje a su fidelidad como clientes. Jajaja... si es que son
todos iguales. Estaban a punto de abandonar el local murmurando entre ellos
cuando uno de los nuevos, notablemente m�s joven que los otros dos, regresa al
mostrador, apoya sus manos en actitud un tanto chuleta y lanza sus ojos oscuros
al fondo de los m�os. Me sent� cual pava real siendo cortejada.










Oye, bonita... �y no sabr�s por aqu� una
charcuter�a?










Hubiera jurado que iba a decir algo m�s interesante, pero qu�
va. El caso es dar conversaci�n.


Al tercer d�a, mi�rcoles, tuve la honorable visita del ojazos
del d�a anterior y dos nuevos espectadores. Calculo la edad media entorno a los
treinta. Son los peores porque los de m�s de cuarenta te piropean sin mas
inter�s que el de sonrojarte, pero �stos, �ay �stos! Estos tiran a dar. F�jate
si saben lo que hacen que entran en tropel, seguidos de una anciana a la que
ceden el turno con tal de poder entretenerse con cualquier excusa sin que la m�a
pueda ser la gente esperando.









Buenos d�as, Maite










Me hace gracia. Raro es el cliente que sabe mi nombre por
haberlo visto en la chapita que llevo prendida de la pechera del delantal con el
logotipo de la panader�a en grande y lo de Maite en peque�ito. Cosas del due�o,
que dice que hay que equipararse con las grandes superficies y que por los
detalles se empieza. Anda que no pod�a pensar en los turnos...









En su punto para ser degustado en su mesa. �Ah
s�? Yo s� que te degustaba. ��Y no te iba a gustar poco ni na!!










Este chico no sabe mucho de seducci�n, de lo contrario no
hubiera hecho el comentario m�s que para m�. Pero a ellos lo que les gusta es
compartir las sensaciones y sonrojar a sus v�ctimas. Claro que, la culpa de esto
se la atribuyo a Mateo. Inspirado que estuvo el se�or jefe buscando
eslogan: en su punto para ser degustado en su mesa. Un castigo la chapita
de los demonios, un castigo. Adem�s, no hace falta dedicarse al marketing para
darse cuenta de que como eslogan, la parrafada resultaba excesiva.









Ejem... Buenos d�as, cuatro barritas, �verdad?









Son como una tribu y cuando hay m�s de uno, se crecen. El del
d�a anterior se sent�a en posici�n ventajosa respecto a los otros, as� que tom�
la voz cantante cual rey de la manada.









Uy... mira, qu� buena profesional. Esto es lo que
yo llamo atenci�n personalizada.


Pues claro, hombre, por el cliente se hace
cualquier cosa.










Me sonr�o para mis adentros y para mis afueras con cierta
picard�a y descaro. Demasiado descaro para estar tratando con este gremio. Anda
que vaya metedura de pata la m�a. Eso es lo que en lenguaje futbol�stico se
llama gol en la propia puerta.









Cualquier cosa har�a yo por un pan como el tuyo,
bonita, que est�s de mordisco.









�C�mo son! Y lo que nos gusta... He hablado de esto con
amigas muchas veces. Pasar por delante de una obra es como pasar el control de
calidad. Si no hay alba�il que te suelte alguna barbaridad es hora de entrar en
acci�n: o el vaquero no se ajusta mucho o la falda es demasiado larga.


Durante los siguientes d�as fue pasando toda la cuadrilla por
la panader�a, siempre a eso de las diez y media. Se ve que a esa hora paraban
para el bocata y deb�an jugarse a los chinos qui�n hac�a la compra y qui�n se
quedaba poniendo ladrillos. Tan s�lo el ojazos parec�a haberse suscrito a las
entregas de pan diarias, porque �ste no fallaba nunca.


Al cabo de una semana hab�a desfilado por la panader�a toda
la cuadrilla y ya nos comport�bamos con m�s naturalidad, es decir, ellos m�s
bestias y mis provocaciones m�s evidentes. Un toma y daca: puro tonteo. El
amigable protagonista de d�as anteriores encontraba tema de conversaci�n
ejerciendo de comentarista de lo acontecido durante el fin de semana o mi d�a
libre, y aprovechando otra de las menciones a mi nombre, me hizo saber que se
llamaba Juanjo. Lleg� a lanzarse de cabeza obteniendo resultados
desconcertantes, creo.









�Y a ti qu� te importa si tengo o no tengo novio?










S� que tengo. Hubiera bastado que pasara por delante de la
panader�a a eso de las ocho y lo hubiera visto esper�ndome en la esquina de
enfrente, subido en su vespa. Pero los obreros terminan su jornada a las seis,
as� que no lo sabr�a nunca porque yo no pensaba revel�rselo, no fuera a ser que
cesaran sus intentos.


De lunes a viernes a las dos y media cierro al p�blico, pero
antes de colgar el delantal tengo que dejar preparada la masa para que cuando el
due�o baje pueda meterla al horno y tener pan a las cinco, que es cuando abrimos
de nuevo.


Aquel martes estaba echando de menos esos minutos de
liberaci�n de la rutina. Eran las dos y media y las cuatro barras segu�an
esperando en el estante a ser separadas en dos mitades y rellenadas de jam�n,
chorizo, mortadela o vete t� a saber. Pens� que quiz�s la obra hab�a acabado.
Este tipo de cosas son las que una panadera nunca sabe, salvo que se aventure a
preguntar, pero eso no est� bien. Es como decir "Entonces d�game, �hasta
cu�ndo tengo asegurada la venta de sus cuatro barras?"
, as� que si no me lo
revelan los clientes, nunca s� si es el �ltimo d�a que vienen a por el pan.
Puede que los otros no, pero Juanjo me habr�a dicho algo; no iba a desaparecer
de un d�a para otro sin m�s. Hab�amos creado un microclima de complicidad y
picaresca tan abstracta como adictiva.


Admito que me qued� bastante desilusionada al darle la vuelta
al cartel de abierto para dejarlo en cerrado a eso de las tres menos cuarto. Me
met� en el obrador y me dispuse a terminar la tarea. Voy r�pido, act�o
mec�nicamente. Me s� las proporciones de memoria pero siempre lo hago a ojo.
Vuelco del saco una abundante cantidad de harina y luego voy a�adiendo pu�ados,
hasta que la masa coge la consistencia �ptima. Al final a�ado la levadura y la
sal, amaso un poco m�s y listo.


No cuesta nada dejar la masa lista, eso es lo de menos. Lo
que me fastidia es que la mesa de trabajo se pone perdida y si no la dejo limpia
ya tenemos bronca con Mateo. Da igual que tenga o no cuidado, siempre se
desparrama la harina por todos lados. Odioso ingrediente... Mira que trato de
abrir los sacos con cuidado. Es in�til.


Tambi�n el hambre se me desparrama a estas horas, as� que voy
picoteando algo de pan u hojaldres salados mientras meneo la masa. Es relajante
hacerlo. Me gusta dejar parte de la masa fuera de la amasadora programable. La
masajeo, la extiendo, la recojo, hago formas al azar a partir del rulo que se
enrolla bajo las palmas de mis manos. Mateo no pone pegas respecto a que me haga
mis propios panecillos art�sticos, as� que doy rienda suelta a mi creatividad y
lo mismo me horneo un panete que una polla con su huevecitos y todo. Mateo suele
hacerse el loco, otras veces se lo toma a co�a y suelta alguna sandez.


A lo que voy. Estaba en plena faena venga a amasar cuando o�
que golpeaban el cristal de la puerta. Desde el obrador se ve el mostrador y la
entrada por un pasaplatos hecho a este prop�sito. Era Juanjo, que insist�a e
insist�a.









Voooooooooooooooooy, ya voooy. Un momentoooo...









Nada, que no me o�a por el bullicio de la calle. Me remangu�
r�pidamente y sacudi�ndome las manos en el delantal, acud� hasta la puerta con
las cuatro barras y una sonrisa.









Cerramos a las dos y media, pero por ser t�...


Muchas gracias, bomb�n. Hoy s�lo me llevo una.
C�brate, no tengo suelto.









Sal�a del mostrador con paso perezoso en direcci�n a la
entrada mientras contaba las monedas del cambio en la palma de mi mano. Muy
h�bil, se hab�a colado en la tienda cerrando la puerta tras �l. Choqu� de bruces
con su t�rax distendido y las monedas se desparramaron por el suelo. Me agach�
para recogerlas y al volver a ponerme en pie me lo encontr� con una mano
extendida esperando las monedas y la otra apoyada en la pared impidi�ndome el
paso en el estrecho pasillo que delimita el mostrador. No tuve mas remedio que
dar un paso atr�s para atenuar la tensi�n del momento.









�Y t� cu�ndo comes?


Un poco m�s tarde, antes tengo que terminar en el
obrador.


Qu� interesante. C�mo me gustar�a verte hacerlo.


Ya, s�. Pues otro d�a te vienes con tiempo...


Ah, que no tienes tiempo. Qu� l�stima!, porque yo
s� pod�a entretenerme un poco hoy mismo.


No es que no tenga tiempo, es que...


Como quieras, s�lo quer�a mirar, pero oye, que si
la receta es secreta, pues no te preocupes, eh... que lo entiendo.


�Secreta la receta del pan? Jajajaja...


Bueno, para m� lo es porque nunca he visto c�mo
se hace.


Est� bien, pasa..., pero s�lo mirar, eh? Nada de
meter mano a la masa.










Me pareci� cuando menos divertido, as� que tras aceptar la
propuesta, me escabull� bajo su brazo sorteando su amenaza pueril. Recib� a
cambio un cachete atrevido que me predispuso para su juego.


Hasta ese momento no hab�a reparado en sus manos. Las manos
dicen mucho de las personas; desde que trabajo en la panader�a me fijo m�s. �l
las ten�a rudas pero j�venes, trabajadas sin llegar a la tortura, grandes pero
no descompensadas ya que su complexi�n era amplia, como su sonrisa facilona que
no escatimaba en ofrecer numerosos planos de una dentadura envidiablemente
blanca, quiz�s por contraste con su piel soleada.


Se coloc� silencioso a mi espalda como un curioso aprendiz
mientras yo hund�a mis manos en la masa inclin�ndome sobre la mesa de trabajo.
Como de costumbre, la hac�a rodar, la agrupaba en un pu�ado que colmaba mis
manos y la extend�a de nuevo. La ten�a totalmente expandida para comenzar a
moldear a mi antojo cuando sent� su aliento pr�ximo a mi cuello.









Oye, pues es muy relajante ver como la trabajas,
se ve que sabes la t�cnica y lo haces con soltura.


Bah, no te creas... no tiene misterio, esto lo
hace cualquiera. L�vate las manos y pruebas. Te dejo que hagas un
panecillo a tu antojo.


�S�ii? Jajaja... �eso est� hecho!









Se enjabon� las manos en la pila del obrador y ni corto ni
perezoso se las sec� en el mono de trabajo. Para matarle... En fin, luego se lo
iba a comer �l, as� que a m� plin.


Separ� la mezcla en dos partes m�s o menos iguales y le di
una de ellas.









Hazlo t� primero, as� tomo nota.










De nuevo se coloc� a mi espalda. Su altura le permit�a una
buena vista de la mesa por encima de mi hombro. Continu� amasando mi mitad un
poco m�s para obtener la bola inicial. Mi cuerpo se arqueaba sobre la mesa, y se
arqueaban mis brazos al comp�s de la masa.


En la panader�a te mueres de calor casi siempre porque el
horno emana unas temperaturas extremas que apenas se ventilan entre hornada y
hornada, sin embargo, la fuente de calor principal estaba ahora en mis
elucubraciones mentales, mi nerviosismo y su creciente seguridad.









Oye, �por qu� no...? �Y si...? No s�... �Te fijas
y lo haces a la vez que yo o prefieres...?


Claro que lo voy a hacer a la vez, qu� buena idea
has tenido, ver�s como aprendo r�pido. Con una profesora tan
buena...










Fue evidente que no hablaba de harina ni agua ni sal cuando
empez� a descargar el peso de su vientre en el final de mi espalda hasta que mi
cuerpo qued� atrapado entre el suyo y el borde de la mesa. Segu� trabajando mi
porci�n de masa presa de la incertidumbre del momento. Sab�a que antes o despu�s
caer�a en sus garras, pero no contaba con tanto ritual. Contra todo pron�stico,
Juanjo estaba resultando ser un seductor que posaba sus manos en mi cintura y
sub�a hasta abrazar sutilmente mis pechos bajo mis hacendosos brazos,
tante�ndolos desde el otro lado de la frontera de mi delantal y una escueta
camiseta de algod�n sin mangas.









Dime c�mo tengo que hacerlo, anda... Con detalle
por favor, que ya sabes que esto no es lo m�o, y quiero que salga un
pan muy rico.










Ahora s�, sumida en el sofocante calor que me produc�an sus
susurros, quise darme la vuelta para enfrentarme a su sonrisa vacilona y sus
ojos turbios, pero su corpulencia me lo imped�a. Recoloc� mis manos sobre
la masa manteniendo accesible el camino que hab�a cimentado en direcci�n a mis
pechos.









Sigue, por favor, sigue... Estoy muy interesado
en la t�cnica y la receta, Maite. T�matelo en serio, mujer.









Me resultaba dif�cil ponerme a la altura para entablar
conversaci�n con los comentarios de doble sentido. Sus discretos gemidos y el
roce de esos labios que los dejaban escapar tan cerca de mi oreja me estaban
llevando hac�a un excitante desenlace que ansiaba conocer sin mucha dilaci�n.


Entonces dio comienzo a un juego de reglas sobreentendidas.
Si yo extend�a la masa, �l esparc�a sus toqueteos con las palmas abiertas; si yo
la agrupaba, �l cog�a mis pechos desde abajo queri�ndolos amontonar en sus
pu�os. Me resultaba todo un reto dirigir sus manos a trav�s de las maniobras de
las m�as con la masa, as� que quise concentrarme en sus caricias arriesg�ndome a
perder el control remoto.









Si ya has terminado con esta masa, puedes seguir
con la otra mitad. Ser�a una pena que se quedara dura y se echara a
perder, �verdad?









Buscaba y encontraba mi complicidad. Amas� su mitad con
movimientos circulares que sus manos interpretaban bajo mi falda, en mis nalgas
impacientes. Se arrodill� a mi espalda y comenz� a mordisquearlas y colmarlas de
suaves lametazos mientras sus manos rastreaban mi bajo vientre estremecido, mis
salientes y mis entrantes desbordados.


Apart� la masa de mis manos y al cesar mis movimientos, se
detuvieron tambi�n los suyos. Se puso en pie y desat� la cinta del delantal que
rodeaba mi cintura, y luego la de mi cuello.









�Ya est� la masa? Qu� buena pinta tiene. Ahora
supongo que hay que calentarla mucho...


Bueno, ver�s, creo que me he pasado con el
agua...









Me volte� por fin y sin darme tiempo a reaccionar, me mordi�
los labios suavemente sujet�ndome por la nuca. Me elev� por la cintura hasta
sentarme sobre la mesa. Separ� mis piernas y se coloc� entre ellas para seguir
sembr�ndome los muslos de dulces bocados y leng�etazos. Yo misma me encargaba de
que la falda no se entrometiera. �l se ocup� de apartar mis bragas para
comprobar con sus propios dedos que el horno estaba perfectamente precalentado y
la masa en su punto de sal. Sabore� sus dedos.









Mmm... a m� me parece que est� perfecta. T�mbate.









Me tumb� sobre la mesa con las piernas medio colgando. Los
zuecos se escurrieron de mis pies y la situaci�n de mis manos al comprobar que
su hasta ahora dulzura tornaba en desenfreno. Me quit� las bragas enroll�ndolas
a lo largo de mis piernas, coloc� mis talones sobre la mesa y comenz� a lamerme
como un perro se lame las heridas, siempre en la misma direcci�n, cada vez m�s
r�pido y con m�s presi�n hasta que lo que comenz� siendo una sesi�n de lamidas
encadenadas termin� en inmersiones de su rostro y sus dedos en mi sexo.


Se desabroch� el mono y sus vaqueros ro�dos y sin llegar a
quit�rselos restreg� su polla en mi sexo, dirigi�ndola al cauce de mi r�o. Acto
seguido apoy� una mano en mi vientre y me penetr� lentamente observando mi
expresi�n.









Qu� consistente est� esa masa para ser la primera
vez, novato... Creo que me enga�as.


T� tambi�n me enga�as, pero me alegra comprobar
que te gusta catar el pan de la competencia.


As� que sabes que tengo novio, eh? A m� me alegra
comprobar que no es motivo para no compartir recetas.










Entre sonrisas y gemidos siguieron una serie de embestidas
con ritmo y movimientos variables, cogi�ndome por las rodillas elevadas, por los
muslos o las caderas.



Pronto sent� un orgasmo tan cerca como su dedo lo estaba de
mi culito. Luego fueron dos y su otra mano bajo mi camiseta pellizcando mis
pezones alterados. La luz artificial del obrador se apag� de golpe cuando mis
p�rpados no soportaron m�s tensi�n ante tal acumulaci�n de placer.









Oye, hay que reconocer que te sale incluso mejor
que a la competencia. Ya sabes, cuando se tienen clientes fijos, la
calidad decae...


Shhh... no hemos terminado, bomb�n. Esto es
calidad extra.









Me ayud� a bajar de la mesa y continu� mordisqueando mis
pezones mientras magreaba mis nalgas con ambas manos. De nuevo buscaba mi
espalda ahora enharinada.









Mira como te has puesto de harina. Te tendr� que
sacudir todo esto.










De pie, apoyada en la mesa, recib� caricias de todo su
cuerpo. A la par que su boca y sus manos ocupaban mi cuello y espalda, su polla
rozaba insistentemente mis nalgas. Hubiera sido complicado intentar cualquier
tipo de penetraci�n ahora que su polla expectante compart�a el fino polvo
instalado en mi espalda y mis gl�teos, haciendo de ella una empu�adura
aterciopelada y sedosa que yo me encargaba de cubrir de caricias.









Veamos qu� podemos hacer con ella, d�jame
pensar...


No pienses, c�metela.









Me arrodill� pr�cticamente bajo la mesa y en cuatro lametazos
retir� de su polla los restos de harina mezclados con mis fluidos. Ensaliv� sus
huevos y su miembro erecto mientras aprovechaba para palpar sus piernas firmes y
sus gl�teos atl�ticos. Hubiera seguido deleit�ndome con tan sabrosa polla, pero
detuvo mis movimientos e hizo que me levantara para de nuevo pedirme que me
diera la vuelta apoyando esta vez mi vientre contra la mesa. Abri� mis cachetes
y pas� entre ellos sus dedos mojados. A continuaci�n su lengua. Primero suave y
extensa, queriendo abarcar cuanta mas piel mejor, despu�s dura y afilada
buscando mi esf�nter. Debi� captar mi temor por lo que se me ven�a encima,
bueno, no encima, m�s bien dentro. Alcanz� las dos porciones de masa que dieron
pie a aquella excitante situaci�n y las puso al alcance de mis manos.









Sigue amasando, rel�jate, que te va a gustar.










Su polla, sus dedos y su lengua se alternaban merodeando mi
culito hasta que en una reacci�n instintiva elev� mis caderas, alz�ndome de
puntillas en mis pies descalzos, esperando ser penetrada. Me invadi� anunciando
su lento caminar con un gemido de placer y una primera queja de rechazo que se
apacigu� a medida que mis entra�as se acostumbraron a sus movimientos y mi
cl�toris a sus caricias desordenadas.


La masa se escapaba de entre mis dedos buscando espacios m�s
amplios que mis pu�os apretados donde poder ser recompuesta. Mi vientre no
aguantaba m�s presi�n contra la mesa pero tampoco pod�a parar. Me sujet� por los
hombros, mordi� mi nuca y aument� el ritmo de sus movimientos hasta derramar su
leche y desocupar lentamente mis nalgas.









Uff, nena, �c�mo me has puesto! Hubiera apostado
que te negar�as.


Y me niego, pero todo sea por abrir nuevas l�neas
de negocio, jajaja... La competencia no llega tan lejos.











Entre comentarios ir�nicos nos sacudimos los restos de harina
y poco m�s porque para cuando quise mirar el reloj, ten�a el tiempo justo de
programar la amasadora y decirle adi�s a Juanjo.


Mateo baj� puntualmente.









�Qu� tal la ma�ana, Maite?


Todo bien, sin novedad.


Mujer, novedad s� hay... Estos panecillos que te
has hecho hoy son originales, dignos de un an�lisis grafol�gico,
jajaja... no, jajaja, psicol�gico. No, no, ...mejor: panogr�fico,
jaja... ��an�lisis panogr�fico!!










�Panogr�fico? Las sandeces de este Mateo, que se le espesa el
cerebro en la siesta.


...si hubiera dicho pornogr�fico...


�



�



Agradezco las palabras impregnadas de afecto y sinceridad que
me dedican mis primeros y m�s severos cr�ticos, los que hacen de cada idea un
argumento y de cada argumento un relato. ��Gracias!!



�


Espir4l,


mayo 2005.


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Relato: Yo Panadera
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