Relato: Las Intocables (3: La Vecina de Enfrente)





Relato: Las Intocables (3: La Vecina de Enfrente)


LAS INTOCABLES



(Parte 3)


La Vecina de Enfrente


Por C�sar du Saint-Simon




I



En �ste mundo hay varios millones de mujeres con las que un
hombre puede fornicar placenteramente sin problemas de ninguna especie y hay
apenas solo un pu�ado de ellas las cuales he dado en llamar "Las Intocables", ya
que un polvo, aunque sea solo un sencillo y r�pido polvito con una de ellas,
tendr� consecuencias que cambiar�n nuestras vidas para siempre y, con la certeza
de un disparo al suelo, nos va a ir muy mal. Pero... la carne es d�bil..




II




La vecina de enfrente en un buen relato er�tico siempre es
sugestiva, ex�tica (preferiblemente rubia piernas-largas, con enorme pechuga) y
tiene necesidades sexuales apremiantes, sobre todo si est� casada con un Oficial
de la Marina que, casualmente, aquella vez que �l estaba en Alta Mar, ella nos
vino a pedir ayuda para cambiar un bombillo y, en vez de sostener la escalera,
sostuvo nuestro trasero. Por lo general la copulaci�n, impetuosa y pervertida,
en todas las posiciones -m�s una- del Kamasutra, se verifica en el T�lamo
Nupcial de la vecina. El esposo tiene un claro y bien definido calendario de
trabajo, por lo cual nunca llega intempestivamente para sorprendernos con el
culo al aire encima de su mujer. Y el final de nuestra atrevida relaci�n con "La
M�quina del Sexo" se sucede cuando el marino pasa a trabajar para otra naviera y
tienen que mudarse al otro lado del mundo y as� perdemos contacto con ella para
siempre, no sin antes darle, a modo de despedida, una apote�sica cogida hasta
por las orejas y una profusa transfusi�n de semen en sus entra�as. �Sigan
creyendo en cuentos er�ticos!



Me mud� a vivir a un pueblito aleda�o a la gran ciudad, para
as� poder trabajar mejor en mis relatos y, aunque las tradicionales costumbres y
el modo de vida conservador de sus habitantes permanecen muy arraigados, se ha
ido perdiendo su apacibilidad rural a medida que se lo va tragando la urbe. Mi
vecina de la casa de enfrente, era una vieja esot�rica que no ten�a edad y que,
a estas alturas del siglo XXI, a�n prefer�a iluminarse con velas. Ten�a un gato
negro que se parec�a a ella y un extra�o y tenebroso altar en donde veneraba
antiguas deidades. Las aves no sobrevolaban su casa y �ahora que lo pienso bien-
pareciera que el viento tambi�n se desviaba. Un fontanero que entr� a hacer
alguna reparaci�n, se volvi� loco al d�a siguiente y asesin� a toda su familia
de una forma bestial y cruel. Pero, en realidad, la se�ora era una persona
amigable, simp�tica y con cierto atractivo refinado que, para socializar conmigo
y alegando que como me encontraba solo deb�a de estar mal alimentado, siempre
enviaba o bien ella misma me tra�a galletas, encurtidos, frutas confitadas y
otras delicadeteces hechas por ella, con los mejores y m�s finos ingredientes,
y, tambi�n, con los rezos y conjuros necesarios para "protegerme de mis
enemigos".




III




Cuando sucedi� una cat�strofe natural en su pa�s de origen,
la invit� ha ver en mi televisor con se�al satelital el reporte de los
acontecimientos. Fue entonces cuando, al ella leer lo que estaba en la pantalla
de mi computador, supo que yo me dedicaba a escribir relatos er�ticos, con lo
cual todos los vecinos lo supieron tambi�n, ya que empec� a notar un cambio de
actitud en el trato que me dispensaban, de amable y cort�s a circunspecto y
fingido. A partir de ese entonces ella empez� a traerme manjares y p�cimas "para
que aumente tu imaginaci�n". Sus visitas se tornaron m�s largas y frecuentes, y
nuestras charlas se fueron centrando en los comentarios y variaciones acerca de
los temas de mis relatos, de donde a veces yo sacaba buenas ideas.



Una vez ella vino a visitarme toda vestida de blanco, sin el
gato y con una fina cesta de mimbre en la mano que conten�a una botella de un
potingue "para la inspiraci�n" que le tomaba todo un a�o en su preparaci�n. Dos
copitas m�s tarde su conversaci�n se torn� m�s personal, y empez� a contarme
-"para darte m�s ideas"- de sus relaciones �ntimas con los maridos que tuvo
(tres en total, enviud� tres veces y todos murieron "encima y dentro de m�") Por
lo que me estaba contando, ella no era melindrosa en el sexo, antes bien, muchas
veces llevaba la iniciativa y les ense�� a ellos cosas espec�ficas, como por
ejemplo, el hacer un buen cunnilingulis o la penetraci�n anal placentera y sin
dolor, o bien detectar y dar caricias excitantes en zonas er�genas espec�ficas.
La forma como detallaba su actividad sexual y la evocadora pasi�n con que
narraba estas experiencias, me hizo remover en mi asiento buscando un discreto
acomodo para mi verga enardecida, hasta que, sin poder contenerme m�s, empec� a
masturbarme por encima del pantal�n. Sent�ndose en el posa-brazo de mi sill�n,
me acarici� sensualmente el cabello, y me dijo con mucha feminidad y erotismo,
que me iba a ense�ar todo lo que sus maridos se llevaron a la tumba, mientras se
dejaba escurrir entre mis piernas. �Santa Cupertina! La vieja me sac� el pene
con una gran destreza y empez� a darle competentes caricias con sus manos, su
cara y su lengua. Para cuando se lo meti� en la boca, yo ya estaba a punto de
estallar y se lo dije con apremio: "Te voy a llenar la boca de leche" Ella
emiti� un sonido gutural de negaci�n y meti� un dedo por debajo de mis
test�culos y lo empuj� de tal forma que la sensaci�n de inminente eyaculaci�n
desapareci�, permiti�ndome disfrutar de una larga y veterana felaci�n que solo
acab� cuando ella quiso y como quiso: Recibiendo la descarga del semen en la
cara, lo esparci� con alegr�a por todo su rostro y cuello, ayud�ndose con mi
glande, "porque desde hace tiempo que lo estaba necesitando para las arrugas".






IV




Definitivamente mi vecina era una sical�ptica
te�rico-pr�ctica. Cuando vino para darme la lecci�n del cunnilingulis, al igual
de c�mo lo hizo antes en la del coito anal, primero se explay� en la parte de la
teor�a explic�ndome, con pormenores y referencias, los cambios f�sicos y
sentimentales que van ocurriendo en una mujer y de la forma como deben ser
atendidos por un hombre que en realidad desee elevar a su compa�era hasta el
Olimpo. En la secci�n del acto en s�, aprend� que no se trata solamente de
chupar un cl�toris, no. Hay que atender, con mimos, caricias y palabras, otras
partes er�genas. Siguiendo sus directrices, le bes� las rodillas antes de
separ�rselas, acarici� sus pies y sus corvas, frot� mi cara y le lam� en los
muslos y luego en la vega alrededor de su vulva. Cuando quise meterle un tercer
dedo en la vagina me detuvo: "dos tienen el grosor adecuado". El primer orgasmo
fue simulado para que as� yo reconociese las etapas del momento, d�ndome
indicaciones de c�mo desempe�arme en la ruta del cl�max: "pon los labios en
�O�... chupa m�s duro... m�s r�pido con los dedos... no me sueltes ahora..."
gimiendo y retorci�ndose con docta pericia y pidi�ndome con persuasiva y
desenfrenada vehemencia que le metiese sin misericordia toda mi virilidad para
partirla en dos. Apremiado con su urgencia �y la m�a- de una penetraci�n
salvaje, me le encim� para cogerla de inmediato, entonces interrumpi� la acci�n
cerrando las piernas abruptamente y, retomando su tono acad�mico con mirada
severa me aleccion�: "Te dije que no me soltases, no le hagas caso a lo que pida
o proteste una mujer en pleno orgasmo. �Est� medio loca!". Despu�s, gracias a la
paciencia de la institutriz y la diligencia de �ste su alumno, tres orgasmos
seguidos, sinceros y sublimes, le vinieron sin interludio mientras se
contorsionaba atl�ticamente. Luego, se volte� d�ndome las espaldas y se peg� a
mi cuerpo, iniciando as� la etapa del coito propiamente dicho. Posici�n �sta que
facilitaba la fricci�n de mi pene entre sus nalgas y caricias a sus juntos y
repletos pechos. Ella ahora requer�a de m� que le dijese una frase "bonita" para
entonces permitir el acceso de mi pene a sus profundidades, ya que las mujeres
"dan m�s de s� y dan con m�s gusto y pasi�n la cuca a trav�s de o�do".


"Que buena est�s" fue lo primero que se me ocurri� (no lo
aprob� por ser obsoleto) "Eres un caramelito" le dije susurr�ndole detr�s de la
oreja (tampoco le gust�, le son� falso y medio cursi) Prob� luego con una
procacidad y mi dedo medio buscando alg�n resquicio entre sus apretadas piernas:
"Pareces puta de alcurnia" (me dijo que no fuese chabacano) Le dije pues,
mientras le besaba la nuca y le lam�a el cuello: "Me gustas porque eres
millonaria...", sorprendida, volte� la cabeza hac�a mi buscando descifrar lo que
le asever� y conclu� la frase: "... porqu� est�s m�s que rica". Bati� y restreg�
el trasero varias veces contra mi m�ntula en se�al de aprobaci�n, exclamando un
lascivo "Ay si" de entrega y, levantando una pierna, la puso sobre mi muslo,
abriendo as� la ruta hac�a su caverna. Liber� mis enardecidos �mpetus
penetr�ndola con una retreta de vergajazos y trepid�ndole el cl�toris tambi�n.
Me acompas� con un contoneo de sus grupas sujetando con firmeza la mano que la
masturbaba. Nos tensamos y estrechamos cada vez m�s y, ya en el cl�max, se
arque�, me pidi� que la quemase con mi leche y ambos coincidimos en el momento
del �xtasis, en el momento de la electrocuci�n. Recuper�ndonos y a�n sin
separarnos, le agradec� la lecci�n del d�a y felicit� a mi maestra,
secrete�ndole muy cerca de su cara piropos y galanteos referidos al estimulante
e inolvidable olor de su cuca y al libertino y jovial movimiento de sus caderas.
Ella me calific� como excelente alumno, "con un gran potencial" y
definitivamente apto para la siguiente y m�s importante lecci�n, que ser�a en
unos d�as pero al frente, en su casa.




V




Una orqu�dea en filigrana de oro y "Memorias de mis putas
tristes" de Gabriel Garc�a M�rquez fueron los obsequios que le llev� en la
ocasi�n de atender su invitaci�n a comer al estilo victoriano. Me recibi�
vestida con una t�nica negra que m�s bien parec�a una mortaja y me convid� a
sentarme en un div�n de terciopelo rojo frente al altar. La mesa estaba servida,
pero ya habr�a tiempo para comer. La excitante expectativa de lo que parec�a ser
"la lecci�n m�s importante" no me permiti� relajarme en el c�modo asiento a
pesar de sus dulces recomendaciones y del bebedizo que me sirvi� con insinuantes
gestos, sent�ndose a mi lado. Mientras me acariciaba el pelo y la cara hizo un
sumario de lo que yo hab�a aprendido y de las malas pr�cticas que me corrigi�,
ya que me hizo comprender que el sexo en el hombre es con cinco sentidos a lo
sumo y en la mujer siempre es con siete (los cinco sentidos, el sexto o
intuici�n y el amor que toda mujer tiene y que no le cabe en su pecho.



Me llev� hasta su alcoba, un recinto decorado con buen gusto
y muchas flores y se acost� en el centro del t�lamo sin quitarse la mortaja ni
las sandalias, qued�ndose quieta, con las piernas juntas y los brazos pegados al
cuerpo. Me acost� a su lado, sin quitarme la ropa, con las piernas juntas y los
brazos pegados al cuerpo. La noche transcurri�, los gallos cantaron. Un colibr�
entr� a picar en las azucenas y una fresca brisa meci� las flamas de las
candilejas, y es que ella ya no respiraba. Falleci� a mi lado en el Anno Domini
cuando un siglo estaba comenzando y, con una sonrisa en su rostro, qued� as� la
�ltima lecci�n de su vida: hay un tiempo para amar y un tiempo para ser amado;
un tiempo para nacer y un tiempo para morir...




FIN



P/S A pesar que los m�dicos forenses certificaron las causas
naturales de la defunci�n de mi vecina, empezaron a circular varios rumores
acerca de las circunstancias de su muerte: que si yo la hab�a sacrificado en el
transcurso de un oscuro rito; que si la mat� de tanto julepe que le di a la
vieja debido a mi gerontofilia, con lo cual las ancianas del pueblo se
dividieron en dos bandos: las que me llevaban galletitas y las que se me
escond�an; que si la finada se enter� de algo escabroso de mi solitaria vida y
por eso la asesin� y otras tantas m�s (�llegaron a decir que muri� cuando
abortaba un hijo que engendramos!) Todo eso me complic� la vida con los
lugare�os y me oblig� a mudarme del pueblito, de noche y sin despedirme, y ahora
escribo en mi yate "La Sultana del Caribe", con el horizonte enfrente.


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Relato: Las Intocables (3: La Vecina de Enfrente)
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