Relato: La perrita Ana (2)





Relato: La perrita Ana (2)

La perrita Ana (II parte)


Pedro


Ana conoci� a Pedro en casa de sus padres, una deliciosa
tarde oto�al, mientras tomaban un caf�, cosecha de su madre. Lo que m�s la
cautiv� de Pedro, fue su viril talante, su larga melena morena y su barba de 3
d�as que le daba un aspecto muy sexy.


Enseguida hicieron buenas migas y se hicieron novios, aunque
a sus padres no les hac�a mucha gracia, puesto que ella, era todav�a muy joven,
17 a�os, y �l ya ten�a los 35 cumplidos. De todas formas, lo hicieron a
escondidas, y se encontraban todas las noches en casa de Pedro, que viv�a s�lo.


- Veamos Anita �as� la llamaba en la intimidad Pedro � �has
probado alguna vez el semen de un hombre? �Pregunt� a Ana.


- No, y no creo que me guste, pero�si tu�me lo ordenas�


Pedro comprendi� enseguida que a su joven novia le iba el
tema de la dominaci�n, y parec�a que mucho.


- Pues, vamos a hacer una cosa, Anita. Te vas a desnudar para
m�, y me la vas a chupar de rodillas, har�s que me corra y no dejar�s ni una
gota, �entendido? � S� �respondi� Ana ipso facto.


Ana llevaba esa noche un su�ter muy ce�ido que le marcaban
los rosados pezones, la minifalda, negra, era transparente, ella siempre vest�a
sexy para Pedro. Comenz� a quitarse el su�ter lentamente, dejando al descubierto
su sujetador, que acto seguido tambi�n se quito, mostrando 2 peque�os pero
firmes pechos. Despu�s se baj� la minifalda y se quit� las bragas, t�midamente.
Pedro pudo verle su precioso conejito, rubio como su melena, sin depilar, y muy
jugoso a su vista, porque era todav�a virgen.


-Bien, �ahora de rodillas esclava! �orden� Pedro, con lo que
Ana, se excit� mucho m�s de lo que estaba.


Se arrodill� frente a �l, mientras �l se sacaba del pantal�n
su miembro. La polla, completamente tiesa, apareci� ante el asombro de Ana, que
todav�a no hab�a visto ninguna. Pedro la agarro con fuerza de la cabeza y la
empuj� hacia su miembro, introduci�ndose �ste en su boca. Adelante y atr�s
r�pidamente, logr� que se corriera, entre los ahogos de Ana, que nada pod�a
hacer para evitar tragar toda su leche. Pedro se corri� y comenz� a brotar la
leche, derramando parte sobre la cara de Ana y algunas gotas cayeron al suelo.


-�Viste lo que hiciste est�pida? �Con enfado Pedro �Ahora
tendr�s que lamer el suelo para limpiar los restos de mi semen �Pedro la empuj�
hasta el suelo y Ana tuvo que lamer con su lengua los restos de leche del suelo.


As� fue como se conocieron Pedro y nuestra protagonista.


Una Extra�a situaci�n


Hab�a pasado 1 a�o desde que sal�an y 3 meses desde aquella
noche en la que Ana tuvo que lamer el semen del suelo de su novio. A Ana siempre
le gust� ser dominada por un hombre fuerte, y encontr� en Pedro la pareja ideal
para ello.


Aquella ma�ana, Pedro le iba a dar una sorpresa agradable en
casa de sus padres a Ana.


Pedro entr� en casa de los padres de Ana y se dirigi� al
padre de �sta.


- Hola Severiano, conf�o en tu palabra. Espero que no me
niegues lo inevitable, adem�s, todos sabemos, jejeje, lo puta y sumisa que es tu
hija Ana � Pedro se acerc� a Ana, propin�ndole un cachete en el culo, a la vista
de sus padres, que parecieron tom�rselo muy bien.


- S�, puedes disponer de ella como quieras, pero acu�rdate
que solamente ser� tuya totalmente, despu�s de vuestra boda �asinti� el padre de
Ana.


Pedro entreg� al padre de Ana, un papel con algo escrito y
acto seguido bes� a Ana en la boca. Despu�s de eso, se march� por donde vino.


- �Qu� es pap�? �pregunt� Ana a su padre.


- �T� qu� crees? �respondi� su padre enfadado �ya sabes que
tanto tu madre como yo, sabemos que eres muy zorrita, y hemos aprovechado eso
para evitarnos un mal mayor. Pedro, tu novio, nos grab� en v�deo mientras tu
madre y yo practic�bamos el sexo en un parque p�blico, que es nuestra debilidad,
y ya sabes que debido a nuestra reputaci�n, yo que soy juez del supremo y tu
madre diputada del congreso, no podemos permitirnos el lujo de que salga ese
video a la luz; es por ello que hemos hecho este contrato que satisfar� tu
lujuriosa y sumisa mente y salvaguardar� nuestra intimidad a salvo, y la
reputaci�n intachable.


Ana, callada, muy sumisa ante las palabras de su amado padre,
acept� el chantaje y comenz� a so�ar c�mo ser�a su vida de sumisi�n con Pedro,
en el fondo le gustaba estar sometida y ese chantaje a sus padres, se lo pon�a
realmente f�cil. Estaba encantada con la situaci�n, que aunque extra�a, excitaba
a su mente y a su cuerpo.


El contrato


Severiano, el padre de Ana, le ley� atentamente el contrato
que ella deber�a firmar, para sellar el compromiso y zanjar as� el chantaje.


Yo, Ana Guti�rrez Montoya, acepto bajo mi consentimiento,
como mayor de edad que soy, y en pleno uso de mis facultades mentales y f�sicas,
lo siguiente:


- Que ser� la esclava, sumisa de mi amo Pedro Ferrando P�rez,
una vez formalizado mi matrimonio con �ste.


- Que obedecer� ciegamente en todo lo que me ordene.


- Que podr� ser convertida �f�sicamente� en su perrita
particular, si �l lo desea.


- Que podr� ser sometida a operaciones para modelar mi cuerpo
o mis facultades f�sicas seg�n lo que disponga mi amo.


- Que podr� ser anillada en cualquier parte de mi cuerpo,
incluidas la lengua, labios vaginales o cl�toris.


- Que ser� sometida, si as� dispone mi amo, a trato vejatorio
y humillante con quien �l disponga, pudiendo venderme a otros, o hacer que otros
dispongan de m� para su disfrute sexual.


-Que podr� ser encadenada y fustigada con dureza por mi amo,
cuando �l quiera.


- Que podr� ser vendida o alquilada por mi amo, cuando as� lo
disponga o se canse de mi comportamiento.


- Como esclava y perrita sumisa, mi vida le perteneces a mi
due�o, y yo ya nunca volver� a ser una persona libre, en todo caso, una perrita
libre.


Severiano, acab� la lectura del contrato y se lo entreg� a u
hija para su firma, que gustosa firm�.


Ana muy excitada con la lectura del contrato, comenz� a
imaginar su vida de esclava con Pedro, siendo su perrita dom�stica y dispuesta a
complacerle en todo lo que gustase.


Severiano recogi� el contrato firmado y lo meti� en una caja
fuerte, no sin antes, dejarle claro a su hija que era ella, la que daba su
consentimiento, y que desde que se casara, su vida ya no le iba a pertenecer
nunca m�s.


Ana


La infancia de Ana, no fue muy diferente de la de cualquier
otra ni�a. Jugaba con sus mu�ecas en casa de sus padres, una enorme casona
adquirida por herencia, aunque sab�a que sus padres ganaban mucho dinero y la
herencia no era lo �nico que les hac�a ricos.


Desde peque�ita siempre le atrajo el jugar a atar a sus
mu�ecas con cuerdas, colgarlas del cuello o las manos e imaginar que eran
sometidas a la voluntad de alg�n malhechor.


Cierta tarde, mientras jugaba con sus mu�ecas a las ataduras,
pens� en atarse ella misma con la cuerda. Cogi� una muy larga y se la at� por
los tobillos, dejando �stos muy juntos sin posibilidad de separarlos. Esto la
excitaba sobremanera, y aunque todav�a era muy joven, ya sab�a masturbarse muy
bien. prosigui� con las cuerdas y decido coger otra que ten�a a mano, para
atarse el cuello al tronco de un cercano �rbol. As� se qued� muy junta al tronco
con los tobillos unidos. Tan s�lo le faltaba atarse las manos, pero decidi� no
hacerlo porque entonces no podr�a soltarse. Se pas� una hora larga en esas
ataduras y se masturb� con el dedo medio de su diestra, provoc�ndose casi el
ahogamiento, al llegar al orgasmo, ya que su cuello permanec�a atado fuertemente
al tronco, semi-ahorcado.


Otra de sus muchas perversiones de ni�a, era la de jugar con
sus primos a doctores. Muchas veces iban a su casa y se quedaban a jugar con
ella. Sus dos primos, algo mayores que ella, siempre jugaban al escondite, pero
ella les convenci� para jugar a algo m�s divertido, seg�n ella. Y es que le
encantaba mostrarse desnuda totalmente delante de sus primos y que la tocaran
para �diagnosticar su enfermedad�.


As� transcurr�a la infancia lujuriosa y pervertida de Ana,
hasta que lleg� la adolescencia y con ella el desenfreno.


La castidad


Desde su caseta de perrita, pod�a o�r los gemidos de sus
amos, que follaban intensamente en su habitaci�n. Ana, unida a la argolla
mediante su collar, se manten�a encogida en aquel peque�o espacio, adem�s como
estaba desnuda y totalmente depilada, el fr�o de la madrugada, le comenzaba a
molestar all� afuera, aunque nada pod�a hacer para evitar esa situaci�n. Intent�
masturbarse con las manos, pero se acord� de que llevaba puesto el cintur�n de
castidad de su ama Bego�a, una pieza trabajada en acero forjado, que le cubr�a
perfectamente tanto el agujero del culo como el co�ito depilado, haciendo
imposible cualquier penetraci�n. Su ama se lo quitaba �nicamente para montarla
con alg�n perro, y eso era ocasional, una o dos veces al mes. Lo m�s humillante,
si cabe, era la idea de saber que el candado que lo abr�a ten�a una �nica llave,
y �sta no pertenec�a a su amo Pedro, sino a su ama Bego�a, con lo que se
aseguraba la castidad de su perrita para siempre.


A�n en esa situaci�n, Ana, permanec�a altamente excitada,
sabiendo que no podr�a ser follada nunca por ninguna persona, sino solamente por
animales, y que tampoco podr�a masturbarse jam�s.


Anillas de oro


Ana, en el interior de su caseta, y al no poder masturbarse,
solamente pod�a acariciarse los pechos, ambos colgando unas anillas de oro en
sus pezones sonrosados. Le gustaba estirarlos hasta hacerse da�o, pero era mucho
mejor cuando su amo o su ama, la ataban por medio de �stos a cualquier argolla
de la mazmorra, y mucho mejor si usaban la anilla de la lengua, porque la
manten�a con la boca abierta y la lengua sacada de una forma tan dolorosa como
vulgar, siempre bajo la atenta mirada de su ama.


Hubo una vez, que le ataron las manos por detr�s de la
espalda, y as�, andando por medio de sus dos rodillas, porque no pod�a ponerse
en pi�, le ataron a las anillas de los pezones y la lengua uno cabos que se
un�an a un aro de metal, que pend�a de una especie de manecilla de reloj
gigante, en medio del jard�n. Era un invento de su amo Pedro, para mantenerla en
forma. La manecilla giraba siempre al mismo ritmo y ella ten�a que avanzar al
tiempo, sino quer�a perder la lengua o los pezones. El movimiento en c�rculo se
volv�a cada vez m�s cansino y una vez casi se desmaya, aunque para su suerte, su
amo se encontraba all� en ese momento, y es que lo normal era dejarla all� atada
a ese aparato de tortura, una o una hora y media a su merced, mientras sus amos
follaban en la habitaci�n, o ve�an una pel�cula en el sal�n.


A Ana no le gustaba mucho ese invento, porque sab�a que pod�a
pasarlo realmente mal, pero algo dentro de ella le dec�a que era muy excitante,
sobre todo pensar que mientras ella sufr�a esa lamentable tortura, su ama
Bego�a, hac�a con su amo, lo que ella nunca podr�a hacer.


Cuando su amo Pedro quer�a, la llevaba a su mazmorra
particular, y aunque la flagelaci�n era lo m�s habitual, tambi�n le gustaba usar
a su perrita para practicar la tortura y el aguante con ella.


Una noche, la at� por medio de la anilla de la lengua a una
argolla que colgaba del techo de la mazmorra. Ella de rodillas, y con las manos
atadas por la espalda, deb�a permanecer en esa posici�n durante toda la noche,
sin poder dejarse caer al suelo, so pena de partirse la lengua e inflingirse un
da�o enorme. Su amo la dej� encerrada as� y se fue a una fiesta que ten�a con
unos amigos. En casa solamente quedaba ella y su ama, que dorm�a pl�cidamente en
la cama�


La crueldad de Bego�a


Aquella noche, Ana, con los pensamientos en esa cuerda que
estiraba su lengua y la preocupaci�n de ceder y part�rsela, iba a sufrir m�s de
lo habitual, para disfrute de su ama y ella misma.


Bego�a, se despert� agitada de su cama. Lo normal era dormir
con su amante, mientras su perrita permanec�a en la caseta encerrada. De �sta
forma, la pod�a o�r gemir a veces del fr�o, lo poco que pod�a, puesto que
ninguna palabra pod�a salir de la boca de su perrita. Aquella noche era
realmente fr�a y ella todav�a no la hab�a o�do. Se fue a mirar la caseta y
cuando vio que no estaba, pens� enseguida que Pedro la habr�a encerrado en la
mazmorra. Era la primera vez que su amante se iba por la noche, dejando
encerrada a su perrita, lo que excit� a Bego�a y pens� en hacerle una visita.


La mazmorra estaba cerrada por fuera, y aunque solamente
pod�a entrar pedro en ella, Bego�a sab�a que �ste no volver�a hasta el amanecer
y adem�s sab�a de sobra d�nde encontrar la llave para abrir el cerrojo. Corri�
excitada a buscarla, la encontr� y se apresur� a desbloquear el cerrojo que le
permitir�a disfrutar esa noche de su perrita.


Ana oy� el crujido de la puerta, pero no pudo volver la
cabeza, porque la lengua atada se lo imped�a.


- Vaya, como te ha dejado tu amo, �eh perrita? � Ana se
asust�, aunque sab�a que iba a disfrutar en el fondo.


- Creo que hoy voy a divertirme de lo lindo contigo peque�a
zorrita.


Bego�a desat� a Ana de aqu�l suplicio y la condujo al
exterior, donde la at� al reloj medieval, como lo llamaba. La enganch� como
sol�an hacer siempre, pero esta vez regul� la velocidad para acelerar un poco el
paso de su perrita. Ana, tuvo que acelerar tambi�n y cada vez estaba m�s
cansada, no sab�a si podr�a aguantar mucho m�s.


Bego�a se fue por un momento y trajo consigo un cubo de
helada agua, que no dud� en derramar por encima de su perrita. Ana, se
estremeci� de fr�o, a la vez que manten�a el ritmo acelerado de forma constante,
porque los pezones y la lengua le dol�an sobremanera si deceleraba apenas un
poco el ritmo. Su ama se qued� mir�ndola all� sentada en una silla,
convenientemente abrigada, porque la noche era realmente fresca. Al ratito, se
cans� de ver lo bien amaestrada que estaba su perrita y decidi� volver acelerar
la m�quina. Ana que le intuy� la acci�n, comenz� a gatear m�s r�pido, lo que
excit� todav�a m�s a Bego�a, que volvi� a incrementar la velocidad, a la vez que
comenz� a masturbarse.


Cuando se acab� de correr, par� el reloj, y llev� a su
extenuada esclava otra vez a la mazmorra, donde la volvi� atar a la argolla por
medio del aro de su lengua. Ana se encontraba al borde del desmayo, pero tuvo
que mantener esa posici�n hasta bien entrado el amanecer, cuando su amo, regres�
y la desat� para encerrarla en su caseta de perrita, que era.


La crueldad de Pedro


Las sesiones de tortura en la mazmorra, eran lo mejor del d�a
para Ana. �nicamente su amo Pedro era el que la somet�a en aquella estancia y el
que ejerc�a una dominaci�n m�s refinada con ella que su ama, mucho m�s vulgar y
b�rbara; aunque tampoco su amo era un angelito. Era un momento siempre especial,
puesto que el cintur�n de castidad le era quitado, para hacerla sufrir en sus
partes blandas.


Muchas veces la colocaba sentada en una alta silla y le
colocaba unos brazaletes en las mu�ecas y en los tobillos, de los que pend�an
unas cuerdas que se un�an en lo alto del techo a una argolla estrat�gicamente
colocada. De esta manera, Ana, quedaba con los brazos y piernas en alto, mirando
al techo y con su co�o depilado bien abierto y dispuesto para su amo. Tambi�n le
colocaba su bozal de perrita, que aunque de poco sirviera, porque no pod�a
hablar, la humilla todav�a m�s. Entonces comenzaban el suplicio. Su amo cog�a el
l�tigo de 7 colas y comenzaba a fustigarla en su co�o y en sus tetas, que no
tardaban en enrojecer de dolor. Cuando las lonchas, provocadas en su cuerpo,
eran lo bastante grandes, la embadurnaba de una mezcla de vinagre y agua, lo que
hac�a el sufrimiento todav�a m�s intenso. Ana solamente pod�a esperar a que todo
finalizase, ya que apenas pod�a moverse y por supuesto tampoco gritar.


Cuando acab� el fustigamiento, la desat� de los brazos,
dej�ndola atada por las piernas, en alto, con su co�o ardiendo y abierto.
Entonces le at� cada brazalete de las mu�ecas a los aros de sus pezones, de
forma que quedasen tirantes, impidiendo que pudiese bajar los brazos m�s de lo
debido. Con esa postura tan sufrible, tuvo que permanecer en el descanso de su
amo. A la vuelta, de su descanso de media hora, cogi� una vela encendida, y
comenz� a dejarle caer la cera sobre su cuerpo sudoroso. A Ana eso era lo que
m�s le gustaba de las sesiones como esa. La cera caliente se deslizaba por sus
pezones, su co�o depilado y por su est�mago. Decidi� colgar la vela de una
cuerda y dejar que ella misma fuera consumi�ndose sobre la perrita Ana. As� pas�
la sesi�n con su querido amo.


El sill�n-ana


Pasaron los a�os, y Ana ve�a transcurrir su vida como perra
sumisa de sus amos, correteando cuando la dejaban suelta por el jard�n y aquel
r�o cercano que rodeaba la casa.


Una tarde, su amo le dijo que esa noche iban a tener unos
invitados de honor en su casa, y llev� a prepararla al interior de la casa.


Bego�a, estaba dentro, esperando impaciente a su perrita, que
era tra�da por Pedro estirando de la cadena de su collar, mientras ella iba
gateando, como siempre y perrita que era.


Bego�a le explic� que iba a ser usada como sill�n para unos
invitados especiales. No sab�a muy bien a qu� se refer�a y se asust� realmente.


Pedro trajo un traje negro de l�tex de los pies a la cabeza,
que ten�a una abertura por atr�s con cremallera. Introdujeron a Ana en el traje,
no sin antes colocarle una bola de goma como mordaza en su boca. Cerraron la
cremallera y Bego�a sac� un candado de su bolsillo, con el qu� cerr� el traje a
su merced, puesto que ella era la �nica que ten�a la llave para abrirlo. Ana no
pod�a ver nada porque el traje le tapaba completamente la cara y la boca, y
apenas unos orificios para respirar por la nariz, eran su contacto con el
exterior. Una vez encerrada en ese traje, Bego�a la asent� en una especie de
butaca met�lica, pero solamente el esqueleto de la butaca, y la dispuso de forma
que su torso quedase flexionado, uniendo los brazos con las piernas, quedando su
culo dispuesto para sentarse sobre �l. Acab� el sill�n humano atando
convenientemente con cintas el resto del cuerpo, para imposibilitar los
movimientos. La cabeza de Ana, quedaba en la parte de atr�s del sill�n,
totalmente enfundada en l�tex. Pedro entonces, acolch� siguiendo el cuerpo de su
perrita, y de forma que permaneciera mullido, e imposibilitando ver el traje de
l�tex y a Ana que iba dentro. Todo el conjunto se cerraba con una tela tambi�n
acolchada y con cremallera con candado, quedando el cierre en la parte de atr�s
sin poder verse, ya que daba a la pared, donde se apoyaba el sill�n humano. �ste
cierre tambi�n era competencia de Bego�a, que guard� las dos llaves en una caja
fuerte, bajo contrase�a digital que s�lo ella sab�a. A Pedro le encantaba
sentirse en cierto modo, dominado por la crueldad de Bego�a, que era la que
realmente dispon�a de Ana.


Ana, logr� o�r lo que Bego�a le dec�a desde fuera de ese
extra�o sill�n del que ella formaba parte ahora.


-Bien zorrita, ya sabes lo que eres ahora, un sill�n, un
mueble m�s de la casa. Te tendremos ah� para recibir a los invitados de esta
noche, y cre�me. No saldr�s de ah� hasta que no me de la gana a m�. Ahora te
probar�, a ver lo blandita que est�s, jejeje � Bego�a se sent� encima de Ana, o
mejor dicho del sill�n-ana, y not� que su textura era muy s�lida, apenas se
notaba la diferencia con un sill�n de verdad, realmente el culo de su esclava
era muy convincente, apenas notar�an la diferencia los invitados.


Ana, al no poder moverse, ni gritar, ni nada, solamente pudo
sentir la presi�n de su ama sobre su cuerpo as� dispuesto. Al principio era muy
pesado, pero poco a poco, fue acostumbr�ndose al peso de su ama, la cual, se
qued� en aqu�l sill�n sentada al menos una hora, esperando la visita de la
noche.


- Hemos hecho un buen trabajo, �verdad Pedro?, tu Ana, la
zorrita de tu esposa, es ahora solamente un mueble de nuestra casa. En menuda
sumisa la hemos convertido, y lo mejor es que me gusta, y creo que a ella
tambi�n le gusta; quiz�s deber�amos usarla m�s a menudo de sill�n, sobre todo
porque as� podr�amos follar los dos encima de ella, jajaja �Ana, que o�a todo lo
que dec�an sus amos, �nicamente pod�a contener el peso, aguantar y sufrir con la
situaci�n, una situaci�n humillante, ya que si antes era una perrita, un animal
libre, ahora ya ni eso era, se hab�a convertido en un �til m�s de la casa, y lo
peor es que tendr�a que soportar como los invitados se asentar�an encima de
ella, sin tan siquiera sabiendo que lo hac�an. Y es que esa noche, por ah� iban
los tiros.


Llegan los invitados


Sobre las diez de la noche, tocaron al timbre, sali� Pedro a
atender a los invitados, mientras Bego�a segu�a sentada en el sill�n-ana.


Los invitados pasaron al interior.


- �D�nde est� mi hija? �exclam� Severiano al ver all� a otra
mujer, a Bego�a y no a su hija.


- Hola Severiano, no nos han presentado, soy Bego�a, la novia
de Pedro � dijo orgullosa Bego�a, mientras acomodaba todav�a m�s su trasero en
aquel sill�n humano.


-�Novia?, pero, pero � logr� a tartamudear Severiano.


- S�, Severiano �se acerc� Pedro por detr�s �Es mi nueva
novia, la tengo desde que vend� a Ana a un mercader africano har� un a�o m�s o
menos.


La madre de Ana, que se hallaba detr�s de Pedro, casi se
desmaya del susto, a lo que Bego�a, r�pida, la cogi� y la acomod� en el
sill�n-ana.


-Gracias se�orita, hoy llevo un d�a de perros �Bego�a no pudo
evitar una carcajada por detr�s de su mano, y le pregunt� a si estaba c�moda en
el sill�n �s�, muy bien, gracias, es muy suave y blandito y parece muy s�lido,
menos mal, porque con mi sobrepeso, rompo con facilidad cualquier sill�n de
chichinado �respondi� calurosa y algo lenta la madre de Ana.


Ana, que o�a toda la conversaci�n, estaba a punto de
derrumbarse, su madre, la mujer que la hab�a amamantado, cre�a que la hab�an
vendido, adem�s estaba encima de ella y sin poder hacer nada para que su madre
pudiese saberlo, lo peor soportar el peso de su madre, que a sus 60 a�os de
pellejo, hab�a que a�adir un peso de casi 110 kilos; ahora el dolor y el
aprisionamiento eran m�ximos y comenz� a sudar y pasarlo realmente mal.


- Pues s�, Severiano � prosigui� Pedro �vend� a tu hija a un
rico mercader africano, el cual buscaba esclavas para su har�n particular.


-Pero� �eso estaba en el trato? �pod�as venderla? �le
pregunt� angustiado Severiano.


-Por supuesto, puedes volver a leer el contrato y.. �entonces
interrumpi� la madre de Ana �Es que resulta que mi marido y yo nos hemos
prejubilado y ya nos da lo mismo la reputaci�n de aquellos v�deos.


- Pero ya es tarde, ahora deber�ais buscarla en �frica,
jajaja �se burl� Pedro.


La madre todav�a exhausta, descansaba c�modamente encima de
su hija, sin saberlo, bajo la sonrisa de Bego�a, que ve�a su sadismo
recompensado. El padre de Ana se ech� la culpa de aquella lamentable situaci�n,
y decidi� abandonar la casa, arrastrando a su mujer, cansina y gorda, hacia la
salida.


Ana, pudo descansar, aunque por poco, con la salida de su
madre, y es que al poco de abandonar el sitio, fue esta vez Pedro, el que se
sent� sobre ella.


-Pues s� que es blandito este sill�n Bego�a. Es una
maravilla, ahora me han entrado ganas de follarte aqu� mismo, encima de nuestra
perrita, bueno no, de nuestro sill�n, jajaja.


Bego�a, comenz� a desnudarse para Pedro, lanzando su camiseta
contra la ventana. Como nunca usaba sujetador, sus preciosos senos se mostraron
directamente. Luego se sac� la falda y como tambi�n iba sin braguitas, qued�
totalmente desnuda en pi�, delante de Pedro, que segu� sentado en aquel sof�.
Bego�a, que estaba muy caliente, se arrodillo delante de Pedro y comenz� a
bajarle la cremallera del pantal�n. Aunque Ana no o�a nada, porque sus amos no
hablaban mientras pasaban esas cosas, ella sent�a la presi�n de su excitado amo
sobre ella, lo cual despu�s del peso de su madre, resultaba bastante m�s
soportable, aunque ya no estaba para muchos m�s aguantes.


Bego�a sac� el miembro ya endurecido de Pedro y comenz� a
lamerlo con ganas, chupando con sus labios y lamiendo con su juguetona lengua.
Pedro casi se corre del gusto, pero se contuvo, porque quer�a foll�rsela encima
del sill�n.


Despu�s de no dejarle acabar a Pedro, Bego�a decidi� que era
ahora su turno, se coloc� con su culo mirando a su cara, y Pedro le comenz� a
lamer el jugoso co�o. Los gemidos de Bego�a s� llegaron a Ana, que soportaba la
humillaci�n con forzado estoicismo. Bego�a ya iba a correrse, cuando Pedro, la
agarr� con fuerza y se la puso encima, ahora Ana, deb�a soportar el peso de
ambos, mientras Bego�a sub�a y bajaba, follando con Pedro. Los movimientos se
hicieron m�s intensos y r�pidos, Ana notaba una fuerte presi�n en su cuerpo,
sabiendo lo que estaba pasando ah� afuera. Bego�a gritaba de �xtasis y de vez en
cuando le recordaba con algunas palabras, la humillaci�n a Ana, gritando
mientras follaba, lo puta y perra que era, lo gilipollas que deb�a sentirse,
mientras su maridito, follaba con ella, y lo insignificante en que se hab�a
convertido, puesto que hasta su madre se hab�a sentado encima de ella, sin poder
hacer nada para evitarlo. Ana se sent�a muy humillada en esos momentos, que
duraron un n�mero interminable de minutos o horas, ya que perdi� en cierto
momento la conciencia.


Mientras, arriba, Bego�a se corri� como nunca, y Pedro
sabedor que iba a hacer lo mismo, baj� a Bego�a para que abriera la boca y se
tragara toda su leche, apunto de brotarle. Bego�a se uso de rodillas para Pedro,
abri� su boca, y esper� la corrida de su amante, el cual no tard� en descargar;
una lechosa y espesa corrida alcanz� de lleno la boca abierta de Bego�a, que
gustosa, trag� hasta su �ltima gota.


Continuar�







Relato: La perrita Ana (2)
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