El Atardecer:
Los rayos del Sol se reflejaban en la hierba h�meda, dejando
un rastro luminoso en el jard�n mientras el trino de las aves se alejaba ya en
la tarde, tomando el relevo los b�hos y los cuervos en el canto de las
golondrinas. Mientras el disco dorado se pon�a, el joven mir� con aire so�ador
el cielo anaranjado y las formas incognoscibles que las nubes trazaban a medida
que el viento las transportaba. Yuh inspir� profundamente, llen�ndose con el
aire del crep�sculo los pulmones, sintiendo el fresco olor del verano y de las
plantas.
Estaba apoyado en una de las vigas que manten�an el balc�n de
la mansi�n, ten�a los brazos cruzados detr�s de la cabeza, en su t�pica postura
de despreocupaci�n y serenidad. Ana lo mir� con cara cr�tica desde el otro
extremo del patio, en el umbral de una puerta de forma que el contraste entre
las sombras que tapaban su rostro y la luz que iluminaba el resto de su figura
creasen de lejos una curiosa ilusi�n en la que parec�a no tener cabeza.
"No ha cambiado nada-se dijo la chica- sigue con la misma
actitud de no importarle lo que pasa a su alrededor ni a s� mismo"
La sacerdotisa hab�a sentido el amor de aquel muchacho
invadiendo su cuerpo, hab�a besado su piel con infinita pasi�n, ahora �l
descansaba disfrutando de un atardecer con toda la tranquilidad que siempre le
hab�a caracterizado. Ana hab�a esperado alg�n cambio en la forma de ver la vida
del shaman tras la noche anterior pero �l continuaba siendo el Yuh de siempre.
As� era mejor, ten�a que confesarse a s� misma que lo amaba tal como era, si el
joven hubiese dejado de tomarse la existencia como una experiencia gratificante
tambi�n habr�a perdido gran parte del encanto que ten�a.
"Todo se solucionar�" Aquella frase que se hab�a convertido
en la consigna de Yuh pod�a resumir de forma dr�stica su filosof�a: ning�n
peligro puede arrebatar toda la esperanza. Ana record� con cierta verg�enza la
bofetada que le hab�a dado, anoche hab�a estado aterrorizada, le golpe� por
miedo. Y �l no hab�a perdido en un solo segundo la mirada c�lida y llena de
humanidad que dedicaba a todos los seres de la creaci�n. Era sin duda un ser
adorable, lleno de afecto y, a�n m�s importante, de fuerza de voluntad. Ella
hab�a escondido sus emociones siempre hasta esa noche pero �l no ten�a nada que
esconder.
No sinti� c�mo sus ojos se humedec�an, s�lo se dio cuenta de
lo que pasaba cuando not� el cosquilleo de una l�grima resbalando por su
mejilla. Sorprendida, se llev� la mano al rostro y tom� la gota salada con un
dedo, se qued� mir�ndola como si fuese culpable de todas sus dudas. Yuh ni se
dio cuenta, su mirada segu�a perdida en el cielo. Se retir� al interior de la
puerta y se sec� la otra l�grima que empezaba a emerger.
"�Por qu�?"
Camin� por el pasillo y fue dando un rodeo alrededor del
patio dirigi�ndose a la puerta que quedaba tras Yuh. Ya sab�a por qu� hab�a
derramado esas l�grimas: hab�a descubierto que no solo lo amaba, lo adoraba.
El joven no hab�a percibido el examen de la sacerdotisa, no
hab�a visto el corto llanto que hab�a desencadenado s�lo con su presencia. A�n
miraba la silenciosa pero evidente gloria del cielo al anochecer cuando sinti�
que dos delicadas manos se cruzaban sobre su pecho desde atr�s y lo abrazaban.
Tambi�n pudo notar que una cabeza con una melena corta se apoyaba en su hombro.
Mostr� una pronunciada sonrisa y gir� la cabeza para recibir un beso de la
joven. Baj� uno de sus brazos y lo pas� por la cintura de Ana para atraerla
hacia s�. La beso otra vez sin dejar en ning�n momento de sonre�r.
-Te echaba de menos-dijo.
-Yo a ti tambi�n- respondi� ella sin usar su voz fr�a sino un
tono cargado de afecto.
Ana acarici� su mejilla, la misma que hab�a abofeteado la
noche anterior, y le quit� un mech�n de pelo de delante de la cara, coloc�ndolo
detr�s de una oreja de forma afectuosa. Clav� sus ojos azules en los casta�os de
�l, susurr�ndole con esa mirada una infinitud de sentimientos. Se dedic� a
derramar su mente en aquellos pozos marrones y Yuh comprendi�. Se abrazaron
mutuamente y se besaron hasta que los labios de Ana descendieron por su barbilla
y su cuello, siguiendo por su pecho descubierto (el shaman siempre llevaba una
camisa abierta por delante) acabando arrodillada frente a �l. Yuh cerr� los ojos
mientras la sacerdotisa desabrochaba con lentitud el pantal�n y suspir� cuando
ella dej� su virilidad al descubierto, ya erguida por las caricias propiciadas.
Ana mir� hacia arriba y vio el rostro de Yuh marcado por el �xtasis y la puesta
de Sol detr�s, como mudo s�mbolo de su amor.
El joven sinti� una humedad c�lida y atrayente que rode� su
miembro. El placer que sinti� se torn� algo que casi lo control� y sus manos
descendieron para situarse a ambos lados de la cabeza de Ana, guiando pero no
forzando el movimiento de sus labios. Ella lo atrajo hacia s� empuj�ndolo con
las manos por las nalgas y �l se rindi� a la labor de la chica, que usaba su
boca como exquisita herramienta de pasi�n.
Antes de alcanzar el final, Yuh se retir�, apoy�ndose en la
columna. Ana se levant� y le tom� la cabeza, empuj�ndola, en una maniobra que
empezaba a ser de sus favoritas, contra su pecho. �l no moder� la cantidad de
besos con los que cubri� la piel que alcanzaba en el escote de ella y la ayud� a
librarse del vestido negro. Mordi� con suavidad su carne, llev�ndola hacia la
oscuridad de la puerta lentamente. Entraron en el cuarto ya totalmente desnudos,
cayeron al suelo acolchado y se deshicieron cada uno en la boca del otro.
Los suspiros se sucedieron como un susurro continuo en la
habitaci�n mientras se entregaban a la apasionada y casi altruista competici�n
de dar mayor placer al otro. Rozaron sus bocas y luego cada uno atac� el centro
del deseo del otro en busca de completar un c�rculo que se cerr� cuando el
balanceo de sus cuerpos era lo �nico que se oy� pues los gemidos de ambos se
ve�an ahogados en la labor de sus bocas.
As� derramaron su esencia en sus labios y paladearon la
materializaci�n del amor mutuo. Se levantaron y se abrazaron, a�n en busca de
m�s. Ana se puso a cuatro patas, ofreci�ndole una postura de dominaci�n, pero
Yuh se neg� a tal posici�n degradante para ella y la acost� en el piso con
ternura. Se entrelazaron y comenzaron el movimiento que llev� sus mente a la ya
habitual confusi�n del deseo, hasta que el fuego de la lujuria estall� con
numerosos gemidos de ambos.
By:Leandro